Ayer caí por lo que parecía una presentación de libro a punto de empezar. Sorpresa grata, cuando veo aparecer a Imanol Villa con su recién nacida Historia del País Vasco durante el franquismo (Madrid, Sílex, 2009). Decepción, al anunciarse la ausencia del presentador Manuel Montero. Y una verdadera lástima, tener que dejar el acto por otro compromiso. A pocos metros de allí me aguardaba una conferencia apasionante. Nada menos que el origen y evolución de los bólidos y meteoritos, sus frecuencias de impacto en nuestro globo, y la eventualidad improbable de que un cruce de órbitas ponga fin a todas nuestras cuitas, a todos nuestros devaneos.
Así que me quedé sin la presentación, aunque no sin el libro, comprado esta misma mañana.
Lo primero que he buscado allí –en vano, por cierto– ha sido la expresión «en sepia». La había leído en alguna crítica, como cuño del mismo Villa, que en efecto la usó en su Historia breve del País Vasco (Sílex, 2006) como cabecera de sección: 'Historia en sepia: el "reinado" de Franco'. Con esta explicación: «en sepia, porque ése es el color de muchos de nuestros recuerdos».
Eso de recordar 'en sepia' cuadros de memoria no quiere decir que sean falsos, como no lo es Retrato en sepia de Isabel Allende, aunque se trate de una novela de proyección autobiográfica a un pasado no vivido. Ni siquiera el pasado tiene que ser necesariamente remoto. Imanol es un joven nacido en el 64. Por tanto, su 'sepia' fotográfico personal es un tanto retórico, ya que sólo cubre el franquismo terminal, que cómo el sabe perfectamente, fue atípico en muchos aspectos.
Este joven historiador encarna a una generación de vascos cuya vida reflexiva se abre con el puchero televisado de Arias Navarro, en el intento de pronunciar cinco sílabas, "Franco ha muerto"(1975).
Apurando más –y aunque no conozco a Villa personalmente, ni tengo noticia de su precocidad y evolución mental–, la memoria 'no sepia' del historiador, su presencia viva testimonial, viene a coincidir con la andadura de la Comunidad Autónoma Vasca y su Estatuto de Autonomía (1979).
El 9 de abril de 1980 el PNV accede en Euskadi al poder, que no perderá hasta el 5 de mayo de 2009. Han sido casi tres décadas de gobierno nacionalista, que desde unos comienzos moderados, a tenor con la bisoñez democrática por un lado, y por otro el espectro del golpismo, derivará a la prepotencia y las formas de un auténtico 'régimen'. Tan así es, que al producirse el desalojo de su lendacari de Ajuria Enea, los mismo voceros de su partido lo han equiparado a un golpe de estado. Tal ha sido su identificación con el ejercicio cuasi natural del poder político. Y lo más sensible del cambio para ellos, verse descabalgados, justo cuando su líder tocaba con la mano, para esta legislatura, la culminación de su Plan: encarrilar el tren vasco hacia la estación término de su independencia.
Estos 30 años y un pico más no son muchos como para retratarlos en sepia, ni Imanol Villa ni nadie. Todo lo más, habrá páginas del álbum que amarilleen, según la memoria y el interés de cada cual. En todo caso, esa es toda la memoria viva de su generación.
Pero hay otro grupo de edad, ya menos numeroso y en vías de extinción acelerada, por imperativo biológico. No incluyo a los más viejos, los que tienen veladas las neuronas del recuerdo, o los que no tienen gana y facultad de transmitirlo. Hablo de los ochentones todavía conscientes, grupo que alcanza hasta los últimos años de la monarquía, bajo la dictadura militar de Miguel Primo de Rivera (1923-1930).
Esos supervivientes comparten memoria viva, no porque tengan nada parecido a una 'memoria colectiva', sino por el tiempo común recordado. Su memoria viva cubre con suficiencia para el País Vasco ambas etapas: el régimen de Franco–objeto del libro de Villa–, y el régimen del PNV. Éste, en blanco y negro o en tecnicolor, digamos, en imagen más fresca. Aquél, en sepia o en azul; y con este 'azul' no me refiero al color de aquel régimen: las primeras fotos de producción casera que recuerdo eran azules. (Todavía conservo algunas milagrosamente a salvo de salvajadas infantiles.)
Pues bien, si algo vale el testimonio sincero de uno de esos mayores, aunque estuviese equivocado, he aquí el mío propio. Comparando mis dos álbumes, el azul y sepia de la dictadura y el todavía húmedo de esta dictablanda democrática que empezó con el euskoalunizaje del 80, la verdad es que encuentro parecidos, más de los que quisiera.
Es sorprendente la ligereza con que hablan hoy del franquismo los que no lo vivieron, e incluso muchos que habiéndolo vivido en parte, prefieren retocarlo para que entone mejor con su escenario y decorado presente.
'Franquismo' y 'fascismo' son dos términos que se oyen a cada paso en el lenguaje de los jóvenes patriotas vascos, a menudo sin venir a cuento, y casi siempre sin propiedad. Son sólo insultos, como 'español' o 'sinvergüenza'. No digo que esté bien, sólo que la ligereza juvenil puede valerles como disculpa. Pero dejando ese abuso acrítico del lenguaje, yo no tengo reparo en confesar que el poder nacionalista, sobre todo desde Lizarra, me recuerda demasiado el franquismo. La cosa es compleja. Ese énfasis en lo identitario, mitomanía, intolerancia, imposición del pensamiento único, desprecio al otro. Querencia por el comisariado político; por el conmigo o contra mí. «Mis enemigos, que son los de España (o los de Euskadi)». Ese «gora!», gritado en el mismo tono que «¡arriba!». Clientelismo, favoritismo, gutarrismo. Esos tics ceñudos, ese empaque doctrinal, esos trágalas. Seguro que otros han hecho el análisis y pueden hacerlo mejor que yo.
Lo diré de otro modo. Nacionalistas que vivieron acomodados al franquismo (y no son quimeras ni entes de razón) han podido vivir como si tal cosa desde la transición; mientras que el ciudadano no franquista ni nacionalista se siente igual de incómodo ahora que antes. No es reproche. Tipos respetables, unos y otros, gente normal. Hombre, si 'los eternos descontentos' (que decía el Caudillo), además de no, encima fuesen anti-, obviamente las cosas no les irían igual ahora, a menos que caigan en desgracia del terrorismo. Fuera de eso, el ostracismo viene a ser igual hoy que ayer para los desafectos al régimen. Para éstos sigue en vigor lo que recomendaba el gallego: «Usted haga como yo, no se meta en política». Fraga y su PP, Arzallus y su PNV, demasiado semejantes para llevarse bien en una misma arena. Nacionalismos románticos, lo uno y lo otro. Y por supuesto, unas formas que hoy son de etiqueta. Todo es cuestión de rascar.
Ya digo que todo esto puede ser alucinación mía. Y aquí sí que podríamos entablar debate sobre la utilidad de las memorias históricas individuales, igual que se compilan cuentos de viejas, dichos o baladas. No es preciso encarecer el valor de los diarios íntimos. Como interesantes son también los testimonios monográficos, por ejemplo sobre el bombardeo de Guernica. Un género especial de 'nuestra Guerra' son las pequeñas historias de pequeños refugiados. De estos relatos de bilbaínos 'niños de la Guerra', embarcados en 1937, me ha tocado prologar alguno muy reciente. El mío propio está por escribir.
En todo caso, la experiencia personal directa es más reducida que lo que parece. Si hacemos memoria, mucho de lo que 'recordamos' en realidad nos entró por el oído o lo leímos en los periódicos. Que es justamente lo que hace un historiador moderno como Villa, para componer sus recuerdos en sepia. O para regalarnos sus preciosas estampas históricas de color local, semana tras semana.
A todo esto, no he dado mi parecer sobre su libro. ¿Y cómo he de darlo, sin haberlo leído? Aquí sólo se trataba de una tonalidad del recuerdo, expresada en forma poética
Un buen amigo de bitácora, Monsieur de Sans-Foy, me decía hace poco: «Los poetas, al margen de nuestra edad, tenemos que tener presente el pasado». Gran verdad. Es así como puede otro joven del mismo oficio, desde los antípodas, evocar su 'memoria en sepia'*:
While the demons clear the longevity of this place
and all the other night houses
built in the aftermath of heartless atrocities;
the demonic icons of irreversible history,
the sepia images of memory
in a landscape formed
along the blackened fringes
of this sunburnt country.
(Mientras los démones despejan este lugar longevo
y todas las demás casas de noche,
levantadas a vuelta de atrocidades sin entrañas;
los iconos demónicos de una historia irreversible,
las imágenes sepia de la memoria,
en un paisaje formado
a lo largo del limbo ennegrecido
que rodea esta tierra abrasada de sol.)
*) 'The Night House' , de Samuel Wagan Watson (Brisbane, 1972- ): Smoke Encrypted Whispers. Univ. of Queensland Press, 2004, págs. 124-125.
Hace tiempo que no leo a Imanol Villa. Le he leído bastante y le he cogido unas cuantas ñapas nada inocentes. Es demasiado coincidente con la versión oficial de la historia que gusta a El Correo como para que le tome en serio como historiador, aunque no como propagandista. De hecho hay gente que resulta muy práctica para esto, para tomarle la medida al medio en el que trabajan.
ResponderEliminarEs bonita la asociación del pasado con el azul. Creo que en Asesinato en el Orient Express es el color que utiliza Sidney Lumet para los recuerdos de esos mismos años. El régimen del PNV, más que en technicolor, lo imagino en tricolor.
El sepia como color asociado al pasado yo creo que surge con la televisión en color. Como existía obesión por el color, el blanco y negro pasó a estar estigmatizado. En postproducción se teñían de sepia las fotos en blanco y negro. Y tal vez así, empezamos a asociar el sepia a "lo antiguo". Vamos que es una asociación moderna. Lo que coincidiría con lo artificial y kitsch, la memoria sepia: la memoria imaginada. La referencia al sepia confirmaría que el franquismo de Villa es así, más imaginado que vivido.
Un saludo
*Ya mismo le aviso que el robo lo de Gutarrismo y todas sus posibles combinaciones: gutarrada, un gutarrero, esa es una gutarrilla... me lo voy a pasar pipa.
Si que he leido el libro y en mi opinión es que bajo "algunos" hechos históricos(ni tan siquiera se mencionan otros)se hace propaganda política desde el principio hasta el final.Es de bien nacidos el ser agradecido.El PNV y Franco sabe y supo recompensar a sus fieles.
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