martes, 30 de mayo de 2017

La‘ONCE’ de Maite y nuestra, en sus Bodas de Oro


Los días 22-25 de mayo, en Toledo, hemos cumplido el Cincuentenario de ‘La ONCE’.
Nuestra ‘ONCE’, con todo respeto, nada tiene que ver con la carencia de vista o expender cupones de la suerte, aunque tampoco presumimos de ver crecer la hierba, y menos, todavía, de gozar de aquella visión que llamaron beatífica los que nunca disfrutaron de ella. La ‘ONCE’ es nuestro santo y seña como miembros de una sociedad informal y semi secreta, integrada por los elementos de la XI Promoción de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense (Madrid, 1962-1967).
–¡Pero cómo!: ¿todavía queda aquello de las promociones universitarias?
De otras no sé. La ‘ONCE’ sí, para contarlo al cabo de medio siglo. Aquella promoción nuestra no se nos quedó en un «adiós, muy buenas, hasta la vista», porque entre nosotros había una alma mater con nombre y apellidos: Maite Alberdi Alonso. Maite tuvo la idea de juntar a los nostálgicos de una carrera bastante feliz, y atraparnos en una red de encuentros regulares que se hicieron anuales, en diferentes puntos de España y alguno en el extranjero.
Maite Alberdi  de chica había sido la hermana mayor de una familia numerosa, donde le tocó el papel de vice-madre y porta-batuta del orfeon fraterno. Y algo se le pegó para siempre de aquel oficio doméstico, cuando nos adoptó como a su nueva chiquillería. Por ella volvimos a la conciencia de ser la promoción que fuimos: la única ‘ONCE’.
Tan suya fue la idea, que Maite bien pudo registrarla a su nombre. Pero desinteresada y generosa  como ella es, no lo hizo. Y hete ahí un buen día que aparece en cartel una película titulada ‘La Once’ (2014), dirigida, ¡qué casualidad!, por otra Maite Alberdi, cineasta chilena muy premiada por sus documentales.



Maite Alberdi la nuestra, en esta página mía es la baranda del grupo. Fuera de esta página, es una profesora de investigación del CSIC, con asiento en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid –«uno de los más antiguos del mundo en su género», oiga usted–, especialista reconocida en Paleobiología de mamíferos.
Pues bien, cada año nuestra Maite maitea aparca por unos días sus preciadas osamentas fósiles, icnolitos, gastrolitos, coprolitos y demás -litos o parafernalia pétrea de su oficio, para volcarse en la ONCE y su reunión anual. Ella gestiona los viajes, alojamiento, restaurantes... La intendencia, en suma, para que todos encontremos las cosas a punto, y nada se interfiera con las expansiones del reencuentro. Ella nos cuenta y recuenta en el autobús o en el tren, a las partidas y regresos, con la misma precisión que si fuésemos las vértebras o las piezas dentarias de uno de sus especímenes. En fin, Maite obtiene las entradas colectivas, siempre previo recuento; y en restaurantes, propiedades de la Iglesia y demás sitios de pago inmisericorde sin bonificación a la senectud, recauda las cuotas, poniendo en todo lo nuestro el mismo amor que si estuviese ajustando uno de sus relevantes artículos sobre sus últimos hallazgos en tafocenosis.



¿Quiénes somos la ONCE? Gente ya algo mayor, pero que nos recordamos como jóvenes estudiantes en Madrid, oriundos de casi toda España. En 1967, siguiendo la costumbre, nos hicimos visibles en una ‘orla’ académica. Veinticinco años después, en 1992, dábamos fe de vida en nueva orla informal, siempre bajo la cúpula íncuba de nuestros profes que aquí se muestra. Y hay que reconocer que esta segunda orla representa cierto alivio para nuestros encuentros anuales. Porque no es lo mismo verse en el espejo de los 40-50, que en aquella primavera ya lejana, donde (salvo excepciones) el conjunto parecía lo que era: una florida juventud. Y aunque el tiempo castiga –a los unos más que a las otras, por sistema y como debe ser–, todavía nos reconocemos las otras a los unos y viceversa sin dificultad.
Fue la nuestra una promoción peculiar. Todas lo son para sus miembros, ya lo sé. Sin quitarle importancia al hecho de que en nuestro curso la proporción de guapas llamaba la atención –también a los cátedros (‘ellos’ todos, o tempora!)–, lo peculiar de la ONCE que quiero señalar se refiere más a éstos profesores. Casi todos gente madura, buenos y hasta buenísimos en su oficio; pero bastantes de ellos en trance de jubilación, mientras la Biología como ciencia sufría una revolución acelerada. El problema crítico era transmitir y recibir conocimiento puesto al día a día. ¡Y qué días! Justo cuando la Biología, como carrera, se abría camino en el laberinto profesional, donde el biólogo hasta entonces sencillamente no existía, fuera del campo de la enseñanza de Ciencias Naturales. Era la reconversión de naturalistas a la antigua a biólogos propiamente dichos –incluidos los biólogos naturalistas, por supuesto–.

Cincuentenario en Toledo
Nuestros encuentros anuales se cierran con un banquete frugal, donde a veces suena el badajo por algún desaparecido, y nunca faltan mensajes de ausentes. A los postres, se votan las propuestas de destino para el año siguiente. Este año tocaba Toledo. Toledo es una de las ciudades misteriosas de España, donde cada vez que uno vuelve descubre algo nuevo. Para esta visita hemos contado con un guía de lujo, el historiador Don Ventura Leblic García, conocedor del terreno en profundidad –dicho sea también al pie de la letra, para el autor de Toledo, la ciudad de los muertos (Covarrubias Edic., 2013)–.
Al oír su primer apellido, se me escapó en voz alta relacionarlo con Domingo Badía Leblich (1767-1818?). «Antepasado mío directo», dijo. Mira por dónde, conozco a un tataranieto del archifamoso ‘Alí Bey el-Abbasí’, catalán viajero aventurero y espía por cuenta de Godoy, que en 1803-1807, en aparato de magnate, sabio y devoto peregrino musulmán, supuesto oriundo de Alepo, recorre el Norte de África y Levante, con visita en Arabia a la ciudad prohibida de la Meca,  resultando ser el primer europeo que  cumplió los ritos, besó la Kaaba santísima y regresó para contarlo. Visitó también la prohibida mezquita de los Patriarcas en Hebrón y otros santos lugares.
Desatendido por el gobierno español se pasó a los Bonaparte, y al servicio de Francia publicó sus Viajes en francés, en tres tomitos, bajo su personalidad fingida. Ediciones posteriores se adornaron con excelentes grabados, planos, figuras y mapas sobre trazas suyas. Geógrafo y astrónomo, naturalista, experto en náutica y arte militar, pero sobre todo un hombre intrépido y gran psicólogo, Alí Bey / Domingo Badía fue un explorador del mundo islámico a la altura de los mejores y más célebres, como el suizo Juan Luis Burckhardt (1784-1817), que visitó la Meca siete años después que Badía y murió antes que él.
Empresa peligrosa, preparada a conciencia, sin ahorrarse el mal trago de la circuncisión en edad adulta. Empresa también cara, pues aunque gozó de mucha hospitalidad, nadie se engañe, todo oriental esperaba (y espera) verse correspondido con creces, a la altura del huésped. Un viajero de la condición del Bey Abbasi tenía que abrirse paso a golpe de esplendidez.
Sobre la peligrosidad real de un viaje como el de Alí Bey, leamos lo que cuenta del pozo sagrado Zemzem, en la Meca, y de su custodio:
«Antes de pasar adelante, quiero presentar a este interesante personaje, convertido ya en amigo mío. Era un joven de 22 a 24 años, muy bien parecido, ojos hermosos, bien trajeado, extremadamente fino, dotado de cuantas cualidades exteriores hacen amable a una persona. Depositario de toda la confianza del jerife, desempeñaba el cargo más importante: es el envenenador titular
Hombre tan peligroso ya me era conocido. Desde la primera vez que fui al Zemzem se deshacía en atenciones conmigo… Todos los días me enviaba dos jarritas del agua del pozo milagroso. Espiaba los momentos en que yo iba al templo, y acudía con la dulzura y gracia más delicada a ofrecerme una taza llena del agua milagrosa, que yo bebía hasta la última gota sin recelo.
La misma conducta observa este malvado con todos los pachás y los personajes de cuenta que van a la Meca. Por la más ligera sospecha y al menor capricho, a una orden del jerife, el desgraciado extranjero pronto ha dejad0 de existir. Dado que sería impiedad rehusar el agua sagrada de manos del jefe del pozo, este hombre es así el amo de la vida de todos los peregrinos. Ya cuenta una partida de víctimas sacrificadas.
Desde tiempo inmemorial tienen los sultanes jerifes de la Meca un envenenador en su corte, y es bien notable que no se recatan de ello, pues es cosa sabida en el Cairo y en Constantinopla… Por esa razón mis amigos magrebíes se afanaron en prevenirme, desde que llegué a la ciudad. Mis criados daba al diablo al traicionero. Por mi parte, yo le trataba con las mayores muestras de confianza y afrontaba su agua y sus comidas con serenidad y sangre fría. Mi única precaución era llevar siempre conmigo tres dosis de cinc vitriolado [sulfato de cinc], vomitivo mucho más activo que el tártaro emético y de efecto instantáneo, por si sintiera el más ligero indicio de traición.» [1]
Esto era, como digo, en enero-febrero de 1807 en la Meca, donde Alí Bey fue testigo de la conquista de la ciudad santa para el wahabismo saudita, infelizmente reinante hoy en día. Diez años después Badía desaparece en Damasco de forma misteriosa, que hizo sospechar envenenamiento. Pero no por algún colega del aguador sonriente a la etrusca del pozo Zemzem, sino tal vez por intriga inglesa; que de perfidias, Albión sabe un rato, y hasta un consumado.
Hace muchos años que disfruté con buenas lecturas de Alí Bey, y ha sido una sorpresa conocer ahora a un descendiente suyo. En homenaje a don Ventura, traigo este párrafito  impactante de los Viajes de su abuelo. En Larache (Marruecos):
«hay una capilla o ermita de una santa, patrona de la ciudad, llamada Lela Minana. Allí se venera su sepulcro. Jamás he podido desenredar el revoltijo de ideas que ha suscitado en mi mente el hecho de canonizar a una mujer, habida cuenta de la exclusión del Paraíso, tácitamente anunciada por la Ley al sexo femenino. Pero Dios sabe más que los humanos.» [2].
Al apuntar el nombre de Ventura Leblic me di cuenta de la falta de la hache final. «Se la quitó mi abuelo», me explica. Seguramente harto de oírse llamar Leblich, con che –como ocurre con Aymerich–; salva la diferencia de que Leblich no es catalán, sino belga.
D. Ventura Leblic es académico de la Real de Bellas Artes y Ciencias de Toledo, así como fundador y presidente de la Asociación Cultural ‘Montes de Toledo’, que hace un mes cumplía su LX Aniversario. Con orgullo justificado nos mostró la sede, en la Puerta del Cambrón, con soberbia vista sobre el Tajo y su vega desde una logia renacentista, ideal para pensar, no menos que para poner la mente en blanco.
Le comunico mi afición a Esteban de Garibay, un personaje vasco que él conoce bien.  (“Garibay en Toledo”: algún día tengo que poner algo debajo de ese título.  Ya no tengo excusa, contando con esa enciclopedia toledana viviente que es mi nuevo amigo Ventura.)
Por ser esta la primera vez, nuestro guía omnisciente no nos ha bajado a la auténtica Cueva del Ocultismo, rival de la famosa Cueva de Salamanca, ni a otros antros curiosos o truculentos. Todo se andará. De su mano hemos callejeado arriba y abajo, como es andar por Toledo, desgranando información precisa con la sencillez del  maestro que lleva dentro.
Con Ventura nos acompañó su mujer, Mari Carmen, la simpatía en persona. Presume de sangre judía, y algo de ello habrá que la entusiasma para estudiar el hebreo. En la sinagoga del Tránsito, en el patio, hay una exposición de lápidas tumbales antiguas, colocadas a modo de cementerio judío, anejo al Museo Sefardí. Por allí anduvimos Mari Carmen y yo descifrando epitafios hebreos, como el de Doña Fadueña (de Béjar),
«gloriosa hija de rey, que en la gloria descanse, a la parte de dentro».
Bien dicho. De ir al cielo, que sea «a la parte de dentro», y cuanto más adentro, mejores vistas. Allí nos veamos todos, bienaventurados colegas de la ONCE.


Preside todo el cenotafio judío una endecha en hebreo, del granadino  Rabí Moisés ben Ezra (m. 1135). Traduzco:
Viejas tumbas de antaño,
donde la gente duerme el sueño eterno
sin odio y sin envidia en su interior,
sin amor ni rencor juntos reposan.
A su vista, mi mente es incapaz
de distinguir a siervos de señores.
Los muertos ni sienten ni padecen. Somos los vivos los que les achacamos nuestras emociones, tal vez para pedir justicia en su nombre. La endecha de Ben Ezra  se la recomiendo a Jonan Fernández, nuestro agente y factótum en Vasconia de eso que dicen ‘Paz y Convivencia’ –bonito nombre para cubrir las vergüenzas de una desmemoria selectiva–, que para algunos es ya su modus vivendi, con muy poquito o nada de philosophandi.



En la comida de despedida salió aprobada para el año que viene, en duro pique con Bilbao, la candidatura de Valladolid. Gracias en nombre de todos a D. Ventura y Señora. También a nuestra guía oficial de la Imperial Ciudad, Irina, mujer amable y servicial, elegante y rubia de cerúleos ojos. A lo que añado: buena conocedora y enamorada de Toledo, y que domina perfectamente el castellano. No está de más decirlo, dada la circunstancia de que es polaca.
La visita cincuentenaria a Toledo se completó en lo cultural con una excursión a la Villa Romana de Carranque, junto al Guadarrama, y tras el almuerzo, visita al complejo monástico visigótico de Melque. Pero eso quede para otro día.
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Notas:
[1] Voyages d’Ali Bey el Abbassi en Afrique et en Asie. Paris, 1814, t. 2,   págs. 312-314.
[2] Voyages d’Ali Bey, t. 1, pág. 357 (1804, 17 de agosto).





jueves, 18 de mayo de 2017

‘Debate goyesco’ en el PSOE


Santiago González: Debate goyesco



–¿Por que le llama ‘goyesco’
Don Santiago al ‘disparate’?
–Porque es debate de bate.


En el mismo Blog:

Gulliver dijo:
Vamos con un soneto
Meditaciones de un socialista digno
ante las fotos de Susana, Pedro y Pachi

El voto me reclama a mí el Partido
tras finar el proceso de Primarias
mas he de optar entre estas ‘luminarias’
lo que, admito, me tiene deprimido.

Muerta está mi ilusión, ya la he perdido,
pues los tres son de testas refractarias
y un futuro con ‘urnas’ funerarias
muy cercano, aventuro al elegido

Si a Pachi doy mi voto, disparato,
mas Pedro de Podemos es presagio
y Susana apuntala el aparato

Será mi voto “taco” y no sufragio,
pues yo reniego haré del candidato
que al Partido hundirá con su naufragio.

Belosticalle dijo:
Con admiración y su permiso, un estrambote:
    Como reza el adagio,
no hay más opción: o la sartén, o el fuego.
Saltar al fuego sensatez indica,
pues lo que sartén mancha purifica.

¡Con qué desasosiego
de Pablo Iglesias el espectro pena
por el coto civil de la Almudena!





martes, 2 de mayo de 2017

Un libro nuevo curioso: ‘Mola en Bilbao’


El miércoles 26 de abril por la tarde presentaba Aitor Lizarazu Pérez su nuevo libro, Mola en Bilbao (1937-1978). La escultura de la discordia. Este subtítulo venía a fijar el objeto de estudio. No era el general Emilio Mola en persona, que ni sé si estuvo alguna vez en la Villa del Nervión, sino sus simulacros plantados sucesivamente en el Paseo del Arenal: el improvisado y efímero, a raíz de la toma de Bilbao, y el definitivo (aunque no tanto), retirado en el retorno a la democracia.
El librito, más que un monumento al monumento del general faccioso, lo es a la tenacidad del autor en su rastreo de referencias e imágenes, prácticamente exhaustivo. En el prólogo, del historiador y profesor Santiago de Pablo Contreras, se destaca el mérito y valor de ‘microhistorias’ como ésta, de un pequeño monumento, para la comprensión global de la Historia con mayúscula. Al mismo tiempo, este especialista del Nacionalismo Vasco valora el que
«frente a ciertas visiones parciales e incluso combativas de la Guerra Civil, que últimamente parecen haber vuelto a ponerse de moda, tanto desde la perspectiva de un bando como del otro, el autor procura analizar los hechos con la mayor objetividad posible, aun a sabiendas de que la imparcialidad absoluta es imposible…»
Objetividad que no es sinónimo de equidistancia impostada para mal encubrir un parti pris sin apelación, como está ocurriendo al amparo de la llamada ‘memoria histórica’. Revanchismo vergonzante, y de paso una forma ridícula de disfrazarse de miles gloriosus ante la nueva generación cualquier perdedor de la incivil Guerra. A la mayoría de los cada vez menos testigos de ella en uso de razón que vamos quedando, con la venia del Alzheimer, nos cuesta entender  esta extraña ‘memoria’, que en nombre de una  convivencia cívica –que ya se logró en su día–, practica la damnatio memoriae selectiva, removiendo huesos y piedras de su sitio, sin otro objetivo que hacer olvidar la media verdad que fue, falseando sin remedio la otra media, pues no hacen sentido la una sin la otra.
Hoy es el 2 de mayo, cuando escribo esta reseña. Esta fecha en Madrid significa una cosa, en Bilbao otra muy distinta. Nuestro 2 de mayo no es aquel de 1808 que dio principio oficial a la Guerra de Independencia, sino el de 1874, en la III Guerra Carlista, cuando el sexagenario general Concha Irigoyen levantó el largo sitio de una Bilbao liberal defendida también por una milicia nacional de auxiliares civiles.
Lo curioso de Bilbao es que esta villa, presuntamente liberal, al estallar la I Carlistada era carlista. “Bilbao, capital del carlismo”, titula su primer capítulo José R. Urquijo Goitia, Los Sitios de Bilbao, pág. 11. Pero Bilbao se perdió para el carlismo, y el I Sitio (junio-julio  1835) por Zumalacárregui, a regañadientes, fue el primer intento de recuperarla, fallido por la mala fortuna del general, que recibió la bala que le costó la vida.

D. Carlos Mª Isidro de Borbón (Carlos V)
El primero que bombardeó a Bilbao
En aquel cerco, el casco de la población fue bombardeado por vez primera en su historia, incluso los hospitales, las tahonas de pan… Pero no por órden de Zumalacárregui, sino personal del infante y pretendiente D. Carlos Mª Isidro de Borbón, despechado. Hoy nadie parece sentir la necesidad de acordarse de este bárbaro como genocida y persona non grata para la Villa.

Nuevo asedio, en octubre-diciembre 1836, levantado en la Navidad por el general Baldomero Espartero. Y finalmente el de 1874. Así pues, en 1936, diríase que ‘a la tercera’ (o a la cuarta) va la vencida: por fin el carlismo recupera a su Bilbao.
Nunca me importó mucho la figura de Emilio Mola. De su existencia me enteré en su día por la noticia de su accidente mortal, con un comentario despectivo que se me grabó, por lo ocurrente: «Mola, que se amuele». Días después nos embarcábamos en el vapor republicano Habana –de monárquico, Alfonso XIII– para Francia: Port-Louis, en Mobihan; de allí, a Biarriz, con los parientes franceses. Así que me perdí la caída de Bilbao. Cuando volvimos, sólo mes y medio más tarde, era una población fantasmal, como sonada. Tengo el recuerdo de los puentes volados y los pontones de gabarras para cruzar en fila india la ría; pero ni el menor vestigio de aquel primer simulacro de Mola en el Arenal, que recuerda e ilustra Lizarazu. Por lo visto, los requetés lo tenían ya preparado, como entrada simbólica de un conquistador póstumo de la que fue  ‘Invicta Villa’, y ahora dejaba de serlo.
Por cierto, Amigo Aitor, la imagen que nos regalas en la página 69 me da un cierto parecido con el papa Pío XII. El ángulo de toma, tal vez.
En la presentación, donde también intervino muy brevemente el ex senador del PNV Iñaki Anasagasti, el general Mola recibió el calificativo de ‘criminal’. Cosa que no discuto –pues eso faltaba–, aunque me pregunto a quién o quiénes del reducido auditorio iba dirigida información tan novedosa. Y no lo discuto, aunque los textos que más se citan en apoyo no son concluyentes. Decir en unas octavillas arrojadas desde el aire que si la población no se rinde será arrasada parece un recurso retórico muy socorrido. Más fuerza haría depurar críticamente los textos e instrucciones secretas que se atribuyen al ‘Director’ (como se hacía llamar Mola) sobre la purga de cabecillas de izquierdas, con las consignas sobre la eficacia represiva del terror.
Por lo demás, nadie duda de que a Mola no le temblaba el pulso ni la voz para una orden de fusilamiento. No más que a tantos actores de aquella guerra, en su mismo bando y en el de enfrente. Las luchas civiles es lo que tienen. Por ejemplo:
«No hay que andar con contemplaciones. Si no se puede tomar a Bilbao es preciso quemarlo, ... es una cuestión de vida o muerte. Si no se toma Bilbao, la causa está perdida»
Esto no es de Mola. Se había escrito justo un siglo antes de su Campaña del Norte: en diciembre de 1836, durante la I Guerra Carlista, y con destino a un oficial de la secretaría de Estado de D. Carlos.
¿Quien puede negar el terror en nuestro ajuste de cuentas fratricida? Recuerdo bien aquellas fechas febriles, desde el principio de la Guerra y en la primera mitad del 37. La oleada despavorida de refugiados guipuzcoanos a Vizcaya. Entre ellos casi toda nuestra familia de Hernani, que metimos en casa como se pudo, contaban y no acababan.
Pues bien, todavía aquella Navidad la celebramos con un cordero degollado a domicilio y una ‘colineta’ o anguila descomunal, toda una joya de chocolates finos elaborada y decorada por el tío Luis el confitero, con obrador en Dos de Mayo (mira tú), esquina a San Francisco, todo un maestro y un artista. Meses después, el pobre hombre ya no estaba para golosinas. Y no lo digo por la falta de azúcar y materia prima (que también), sino porque dos de sus tres niños como de mi edad morían sepultados en el bombardeo del ‘refugio’ de Cotorruelo, entre las calles de Prim e Iturribide, entre más de un centenar de víctimas.
Recuerdo los primeros ensayos generales de defensa pasiva antiaérea, con tres toques distintos de sirena (‘alarma’ – ‘peligro’ – ‘vuelta a la normalidad’). Pronto vendrían los bombardeos en serio, las horas en el refugio. Al principio, mirándonos unos a otros. Hasta que todo esto para los críos se revelaba en su parte lúdica, abajo jugando al escondite, o arriba, mirando por las ventanas los aviones, oyendo el tableteo de las ametralladoras, y con algo de suerte hasta algún aviador bajando en paracaídas, pobre desgraciado.
Terror. Pero no de Mola, sino de la guerra en sí. El bombardeo era terror. El linchamiento del aviador derribado, también. O el asalto a las prisiones. Estos días se ha conmemorado el bombardeo de Guernica. ¿Cuál fue exactamente el papel de Mola en aquella salvajada? Porque los relatos son dispares, incluso contradictorios ¿Lo celebró, o como dicen otros, se enfadó? Porque no es lo mismo. Por versiones no queda. Las hay incluso de los propios protagonistas: más de primera mano, imposible. Me permito recomendar la lectura (una muestra entre cientos) de Vicente Cacho Viu sobre Los escritos de José María Iribarren, secretario personal que fue de Mola en los primeros meses del alzamiento militar. El Mola que allí aparece no es ningún germanófilo, al contrario, «poco amigo de los alemanes, de los que desconfiaba por principio …» (pág. 249).
¿Sabemos siquiera a medias la verdad de la relación entre Franco y Mola, a nivel personal y profesional? Para Iribarren, el parecido entre los dos generales era el de dos individuos, uno siempre subiendo por una escalera y el otro bajando siempre por la misma.
En otro aspecto comparativo, tenemos al cardenal Isidro Gomá, en su Informe general político a la Santa Sede (8 de abril 1937), donde sostenía que Mola era el menos católico de los generales que habían encabezado el Alzamiento; añadiendo:

«persona de gran energía, conocedor como pocos de las insidiosas artes de la vieja política… y de extraordinaria entereza. Personalmente y en el aspecto religioso no ofrece las garantías del Generalísimo» (Mª Luisa Rodríguez Aisa, El cardenal Gomá y la Guerra de España. 1981, p. 153).
En efecto, era notorio el agnosticismo, al menos práctico, de Mola. Agnosticismo compatible –porque «la guerra es la guerra»– con la anécdota de un Mola encaramado a la Virgen del Pilar pidiéndole en voz alta: «Tú que todo lo puedes, ayúdanos». Bueno, también por entonces en Portugal el general Carmona, Presidente de la República, invocaba a su Virgen de Fátima.

Las guerras, como las tormentas en la mar, improvisan devotos. Contaba el ABC de Sevilla (18 de febrero 1937) que durante la ocupación de Málaga un soldado encontró en la maleta de un coronel republicano apellidado Villalba un relicario de plata con la momia de la mano izquierda de Santa Teresa de Jesús, con anillos. Es sabido que al generalísimo Francisco Franco le entró una devoción irrefrenable a la reliquia, que tuvo siempre consigo como talismán, aunque es exagerado y falso lo de que la empleó para firmar con ella sentencias de muerte.

En fin, volviendo a D. Emilio, no voy a ponerme aquí hagiográfico con él, y menos ahora que ¡por fin! los de Bildu y compañía han librado a Pamplona y a Navarra de la presencia de sus restos mortales. Pero tal vez alguno se sorprenda al leer que
«a Mola le preocupaba la inexistencia de un programa mínimo que garantizase, por parte de las derechas, el mantenimiento de la legislación republicana, en lo que atañía a las clases menos favorecidas: más o menos en serio, se definía en privado como ‘socialista’.»
En una presentación como la del librito de Lizarazu, al turno de preguntas, no es cosa de ir provocando con temas candentes, como la memoria histórica o la presencia franquista o pseudofranquista en signos y emblemas, callejeros y demás.
Uno de los monumentos más difíciles de eliminar en Bilbao (por sus dimensiones, por el lugar que ocupa y el espacio que dejaría) es lo que queda del Escudo de España que preside la  Delegación de Hacienda, en la Plaza Elíptica. Periódicamente sale algún morlaco embistiendo contra lo que casi nadie ve, porque hasta lo colosal con la rutina se vuelve invisible. Creo que ya conté (‘A la Historia por la desmemoria’) por qué es para mí un objeto de recuerdo, porque lo vi diseñar mientras jugábamos en el estudio de su Arquitecto D. Antonino Zobaran.
Sinceramente creo que ese escudo a nadie le hace daño; mero testimonio de una retórica y una estética que algún día se estudiará sin encono. Como creo también que, a quienes molesta el escudo, no es tanto por franquista como por español. Igualito que los huesos de Mola y de Sanjurjo en su cripta de Pamplona.
«¡¿Cumplir la Ley de Memoria Histórica?!»: A otro perro con ese hueso