lunes, 2 de abril de 2018

El hombre que hizo calvinista a Jehová


Miguel Servet

El mes pasado una operación de catarata me tuvo un día sin leer, y esto me dio ocasión para rebobinar en la tele tres o cuatro episodios de una vieja serie, ‘La sangre y la ceniza’, sobre la tragedia de Miguel Servet (1511-1553) [1].
No voy a comentarla, sólo la recomiendo. Sus secuencias me tentaron a ocuparme con Servet, tras un chapuzón en sus escritos, más algún apoyo bibliográfico. Pero he aquí que al abrir esta página en blanco sólo veo en ella a Juan Calvino. Y es que sin Calvino hoy Servet ni existiría en la memoria. Calvino mató a Servet y matándolo le inmortalizó, a sus expensas.
¿Por qué le mató? Oficialmente, por hereje; porque negó el misterio cristiano de la santa Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, más la parafernalia del ‘abutroque-filioque’, hasta ahí podíamos. La ‘Fe de Atanasio’, que luego se hizo oficial como la ‘Fe de Nicea’ (325). Tan católica y tan apostólica, que hasta logró colar en la Escritura revelada algún texto apócrifo en apoyo [2]. Pero todo eso estaba demasiado visto.
En realidad Calvino hizo asesinar a Miguel Servet por puro despecho. Porque siendo un oscuro español aragonés y simple aficionado en Teología, osó poner en solfa la obra maestra suya, de Juan Calvino: la ‘Institución de la Religión Cristiana’. Primero lo hizo como aviso (en gard!), devolviéndole un ejemplar enmendado con profusión de notas manuscritas al margen. Pero la estocada fue publicar en una imprenta clandestina otro libro igual de voluminoso titulado, no ‘institución’, sino ‘Restitución del Cristianismo’. Una llamada a la modestia, pues si la gran reforma religiosa tenía algún sentido, era como retorno a los orígenes, no como instituto de nueva creación. De hecho así llamaban los católicos a los nuevos herejes protestantes: novatores, innovadores.  
Juan Calvino
Por eso, antes de fijarnos en Miguel Servet –alias Revés, o Michel de Villeneuve y demás camuflaje–, conviene hacerlo con todo cuidado en su asesino Jean Cauvin, igualmente disfrazado de Calvino. Uno de los Cuatro Padres de la Iglesia Reformada, junto con Lutero y dos más a elegir, porque sin cuatro pies no asienta un banco. Cuatro padres tuvo la Iglesia de Oriente, cuatro la de Occidente, y  la de Septentrión qué menos.
Calvino llegó a imponer su autoridad en Ginebra, y desde allí fue una lumbrera de la Reforma. ‘El Papa de Ginebra’ le llamaban, porque pasando de la teoría a la práctica y de la religión a la política, quiso convertir la ciudad en una nueva Jerusalén de costumbre puras, ejemplo para el mundo de la religión verdadera, a la altura del Dios verdadero. Con Calvino como su profeta, naturalmente.
Teología cerebral para el cerebro
Ya desde su primera edición (Christianae Religionis Institutio, Basilea, 1536) la obra salió dedicada al rey de Francia Francisco I, «a modo de confesión de fe» y con vistas al establecimiento de una iglesia nacional francesa. Porque una curiosidad de la Reforma evangélica fue el énfasis en el nacionalismo religioso, como si esto fuese retorno a los orígenes: las iglesias apostólicas, las Siete Iglesias de Asia en la Apocalipsis...  El Cristianísimo, con toda probabilidad, no leyó el mensaje, en todo caso no se dio por enterado. Pero el calvinismo prendió en Francia, donde sus secuaces fueron motejados de ‘hugonotes’. Simpatizante suya fue la hermana mayor del rey, Margarita de Navarra (1492-1549), influyente mujer de letras, preocupada también por las nuevas corrientes espirituales.
Aquello que debutó como un catecismo del credo, los mandamientos, la piedad y el culto, ya en la siguiente edición (Estrasburgo, 1539) se retitula Institutio Christianae Religionis –«ahora por fin en verdad respondiendo a su título»–  transformada en uno de los compendios de Teología más sólidos del Renacimiento, pues el joven autor encerraba gran erudición en una cabeza bien organizada y sabía expresar con claridad y arte su pensamiento, tanto en latín como en francés. Gracias a esa retórica y estilo moderno, la obra disimula su urdimbre escolástica y su dependencia de aquel viejo Pedro Lombardo, conocido como el Maestro de las Sentencias (siglo XII).
Gran enamorado de su obra, que ya le ha hecho famoso, el autor la desarrolla nuevamente en su estructura definitiva (Ginebra, 1559), a modo de libro canónico. No es la Biblia, pero casi, porque es un cosido perfecto de citas bíblicas. Un admirador –el húngaro, Paulo Thurio, o quien fuese–, lo saluda con esta hipérbole, tan repetida:
Praeter Apostolicas post Christi tempora chartas
    Huic peperere libro secula nulla parem
(Después de Cristo, y salvo las apostólicas cartas,
    no parió siglo alguno otro libro parigual)
¿Un elogio? ¿Sorna, tal vez? Porque entre aquella primera edición y las siguientes, Calvino parece haber hecho su descubrimiento teológico más importante: el dogma/misterio de la Predestinación humana. Un término que en la primera edición de 1536 ni aparece, pero que a partir de la de 1539 toma cuerpo, hasta convertirse en la esencia del Calvinismo [3].
Por fin, Dios a su altura
Abramos la edición definitiva, Ginebra, 1559. El ejemplar que tenemos en pantalla –cortesía del Seminario Teológico de Princeton–, lleva una anotación en latín y alemán, con el dístico de marras. El usuario tampoco se privó de subrayar en el libro aquí o allá lo que le interesaba. La única excepción es el artículo sobre la Predestinación, todo él una constelación de subrayados que casi queman el papel.
No es para menos (Institución, libro III, cap. 21; págs. 335 y sigs.):
De la elección eterna, por la que Dios predestinó a los unos a la salvación, y a los otros a la perdición.
Cuestión previa (ibíd., n. 5): No confundir presciencia con predestinación. Dios sabe de antemano y desde siempre todo lo que va a suceder, el destino de cada criatura. Pero ese conocimiento previo o presciencia no es, para Calvino, la causa del destino. La causa última es otra cosa, es la preee-dees-tiii-nación: un decreto eterno, libre, irrevocable del mismo Dios, que a unos decidió crearles para el cielo, y a otros para el infierno. Esa es la diferencia, y Calvino insistirá en ella porque es el gran hallazgo de su carrera. Definamos, pues, según su libro:
Definición: «Predestinación llamamos [¿plural de modestia, o plural mayestático?] al decreto eterno de Dios, por el que tuvo decidido para consigo qué quería se hiciese de cada uno de los hombres»
Glosa: «Porque no todos son creados de igual condición, sino que a los unos se les asigna la vida eterna, y a los otros la condena eterna.»
Corolario: «Y esto no sólo lo certificó Dios para cada persona individual, sino que dio muestra de ello en toda la descendencia de Abraham, para dejar claro que de su arbitrio depende el destino y futuro de cada pueblo
Resumiendo: «Una doctrina que, en su misma oscuridad aterradora, se ofrece no sólo como útil, sino de fruto muy sabroso.» [Luego volvemos sobre esta frase,  alucinante a primera vista, pero que tiene mucha miga.]
El plan divino según Calvino es elegante porque sí. Es hermoso saber que una porción de la humanidad se salvará…  qué digo, está ya salvada desde siempre. Muchos o pocos, eso no nos concierne. Criaturas que aún no existen, y sin embargo están a salvo, sean como sean y hagan lo que hagan. ¿Verdad que es hermoso? Pues tanta hermosura brilla mucho más por contraste con la ‘masa de perdición’, los predestinados al infierno eterno. Los que, también sean como sean y hagan lo que hagan, a su muerte se verán no ante un juicio, sino ante una sentencia de muerte eterna ya dictada ab aeterno.
El determinismo calviniano no era nuevo, o no lo era del todo. Tenía raíces en el ‘pesimismo’ de San Agustín frente al ‘optimismo’ de Pelagio, que le llevó a escribir frases más lapidarias que juiciosas. Como aquella fórmula que tanto impresionó a Calvino: «Elección de gracia, no de mérito: elección en la que el propio elector hace, no encuentra hechos, a los que van a ser elegidos». Elección a dedo. La expresión se halla en un par de cartas agustinianas escritas al calor de una polémica nada prudente y luego olvidada.
Tan olvidada, que por lo visto es Calvino quien la redescubre. Y lo hace como buen leguleyo torciendo el sentido de una paradoja mística, sobre la gratitud debida al buen Dios; porque en ningún texto de san Agustín ni del rabino san Pablo se trata de esa  broma pesada de la predestinación ab aeterno. La implicación lógica nadie la discute, pero hay que ser muy calve para reducir a Lógica la dialéctica de un rabino.
El mismo determinismo tampoco anduvo lejos de la ‘premoción física’, en la antropología escolástica de Tomás de Aquino. Calvino tras apuntarse a San Agustín añade: «remachemos la ‘arguciúncula’ de Santo Tomás», donde pone como causa de la predestinación la presciencia de los méritos, no de parte del acto divino predestinante, sino de la parte nuestra...»[4].
Dios, por medio de la Biblia y de su intérprete Calvino, hace el trabajo hermoso y limpio  de salvar a sus elegidos. En cuanto a los otros, bastante hizo Jehová con decretar su perdición: que otro se ocupe de llevarla a efecto, y ese Otro es una criatura mecánica llamada Diablo o Satanás. Dios creó al Diablo para que le haga el trabajo sucio. [Calvino no lo expresa así, pero es lo que viene a decir cuando mete en esto al Diablo, del que tanto habla, y al que conoce casi tan bien, o sin casi, como Lutero.]
¿Qué había ocurrido entre 1536 y 1559, o incluso en el trienio 1536-1539, para meter en danza la predestinación eterna? ¿Por qué se lo ocurrió a Calvino apretar en  un punto tan sensible?
‘Iste Gallus’: el Francés, a la conquista de Ginebra
Juan Calvino, que hacia 1530 ha roto con la Iglesia, en 1535 huye de su Francia a Basilea, donde publica la primera edición de su libro. Tras varias idas y venidas de tapadillo, su idea es refugiarse en Estrasburgo, ciudad libre del Imperio; pero  de paso por Ginebra se encuentra con un propagandista de la reforma religiosa, Guillermo Farel, que le ofrece púlpito en la ciudad. El primer registro en los Archivos municipales del futuro ‘Papa de Ginebra’ data de 1536, a 5 de septiembre, y no puede ser más escueto: «Calvino o Cauvin, iste Gallus».
Pronto es Calvino quien toma las riendas de Farel. Hasta que las alegres comadres ginebrinas y sus hijas se aburren de aquel joven predicador rigorista asexuado y de quien lo trajo, y así lo hacen entender a sus maridos y padres. Primer aviso: «Se prohíbe a los predicadores, y en particular a Farel y a Calvino, meterse en política» (Registros, 11 de marzo 1538). Nuevo aviso: se les prohibió echar sermón antes de la comunión. A lo que ellos responden con dos sermones en un día, desde sus púlpitos en San Gervasio (Farel) y San Pedro (Calvino), y sin dar de comulgar. A la mañana siguiente se echaba el bando de destierro para ambos, en plazo de tres días.
Ginebra: Los  Reformadores - Farel, Calvino y, Buzer (el cuarto es Knox)

En Estrasburgo los dos colegas disfrutan de la hospitalidad de otro amigo propagandista, Martín Buzer. La economía aprieta, y sin embargo (o por ello) Calvino en la treintena decide casarse. No por pasión ni por amor, reconocen todos sus biógrafos; y alguno añade que dejó la elección de esposa en manos de sus amigos, «como si se tratara de la compra de un caballo» [5]. Sobre ello escribe a Farel (19 mayo 1539):
«En lo del casamiento te seré franco. No sé si alguien te ha hablado de mi futura, pero te ruego no pierdas de vista lo que yo busco en una esposa. No soy ninguno de esos galanes locos que tanto censuras, que si les gusta una mujer se chiflan hasta por sus faltas. La única belleza que me cautiva es que ella sea casta, obediente, humilde, económica, sufrida; finalmente, que me haga suponer que se preocupará por mi salud. Según eso, si te parece que me conviene casarme escribe cuanto antes, no se te adelante algún otro. De lo contrario, no se hable más del asunto»  
A Calvino por lo visto le salió un buen partido, una alemana joven y rica, aunque no sabía francés, y lo peor, no estaba dispuesta a aprenderlo en plazo razonable. ¿En qué lengua iba Calvino a explicarle que su Lutero estaba equivocado? Por suerte, los amigos ya tenían alternativa más ventajosa. Sólo que detrás andaba el diablo; y menos mal que en vísperas de la boda el novio se enteró de ciertos detalles, a tiempo para cancelar el compromiso. ¿Desistiría? A punto estaba, cuando apareció Ideleta, viuda de un anabaptista convertido al calvinismo y madre de varios hijos, aunque de su dote nada se sabe. Ideleta (¿o era Odeleta?) vivió para o con Calvino nueve años, hasta que la muerte le llamó a su lugar predestinado, y le dió un hijo varón que corrió la misma suerte a poco de nacer.
Desde Estrasburgo, Calvino intriga entre sus amigos de Ginebra y en 1541 consigue que le invitan a regresar, a lo que él se hizo de rogar. Y volverá solo, sin su leal Guillermo Farel, que ahora le estorba para su política, aunque seguirá tratándole de amigo, pero por cartas.
Para entonces ya tiene publicada nueva edición de la Institución, y prepara la tercera. Ambas ya con su sistema de la Predestinación elaborado y a punto. Es la hora de ensayarlo, rodarlo y ponerlo en práctica.
Recordemos la extraña frase: « … en su misma oscuridad aterradora, doctrina útil y de fruto muy sabroso». Recordemos también aquello otro de que la predestinación salvadora no es sólo de individuos, también de grupos y pueblos. Ahora lo entendemos: Calvino se propone convertir a Ginebra en la capital del Reino de los Elegidos, y aquí el nuevo dogma le viene de maravilla.
Recibido en triunfo, sabrá administrar bien los tiempos, como auténtico organizador. Suprimidos los abusos más graves, dejó pasar un año antes de apretar las tuercas poco a poco. Poseído de su papel, Calvino se volvió sensible hasta el ridículo frente a cualquier cosa percibida por él como menosprecio de su persona. Por ejemplo:
«En 1551 un ciudadano llamado Berthelier se vio excomulgado por el Consistorio por no reconocer que se equivocó diciendo que él era tan buena persona como Calvino. Tres individuos que se rieron durante un sermón lo pagaron con tres días de cárcel y pedir perdón al mismo Consistorio. Los procesos de este tipo son numerosos. ¡Sólo en el bienio 1558-1559 suman 414 registros! Oponerse a Calvino o a las sentencias del consistorio era jugarse la vida.»  (Dyer, o. cit., págs. 126-127).
A cada paso, frente a sus contrarios, a los que llamaba blasfemos, él se ponía a nivel de los Apóstoles y del mismo Cristo, por no decir a nivel de Dios.
Con las persecuciones religiosas fueron cada vez más los refugiados franceses, holandeses, españoles y de otras partes en Ginebra, cada loco con su tema, y algunos fueron adquiriendo  la ciudadanía. Muchos eran ricos y emprendedores, otros dominan oficios y saberes. Ginebra se abre a una prosperidad material antes no conocida, que para Calvino es prueba del favor divino. En atención a las almas de esa nueva gente, ampliará su catecismo con nuevas luces sobre moral en los negocios, préstamo a interés y todo eso, en fin, la Teología de la Banca y Capitalismo moderno.
Eso sí, hay que arreglar las costumbres, suprimir lujos y adornos. sobre todo en las mujeres, quitar el baile y el teatro, cerrar tabernas, esconder burdeles, prohibir el juego, censurar lo que se escribe, se lee y se comenta. Toque de queda a las 9 en punto, y nada de faltar al sermón por causa leve... ¡Ah!, muy importante: cúmplase el mandamiento cristiano de la corrección fraterna, denunciando a las autoridades y a él mismo cualquier desmadre. Calvino, que ha suprimido la confesión auricular católica, instaura otro tipo de confesiones y penitencias públicas, a favor de una red de espías chivatos.
Aquí viene bien un poco de aire fresco de Erasmo:
«Detesto a los ‘evangelistas’, entre otras razones, porque gracias a ellos las buenas letras desaparecen, entre la frialdad y el desprecio. Y sin letras, ¿qué es vivir? A esos lo que les gusta es el dinero y las mujeres, lo demás les tiene sin cuidado. Ya basta de gritar, ‘¡Evangelio, Evangelio, Evangelio!’ Lo que hace falta son maneras evangélicas»
Pues bien, no todos los reformados eran tan obtusos como aquel Farel, que en Basilea se cargó tantas pinturas, estatuas y obras de arte, sin hacer caso de su mérito, testigo el mismo Erasmo. En cuanto a la literatura, exagera un poco. Entre los protestantes hubo algunos que apreciaron su valor al servicio de la causa, empezando por Lutero y sin olvidar a Calvino.
Juan Calvino escribiendo en francés es uno de los grandes de esta lengua. Una de sus facetas más brillantes es la satírica y humorista, y no deja de ser curioso que la cultivó en una ocasión que se prestaba poco a la risa.
En 1542 una doble plaga bíblica se ceba en Ginebra: peste y hambruna. El aflujo de refugiados agravó las cosas. En lo pastoral fue un desastre. Los ministros calvinistas hicieron estampida, mientras la gente se moría sin atención espiritual. No gastaremos tiempo recordando a un Calvino cobarde, su pavor al contagio –mal signo de predestinación– y sus excusas para no pisar el lazareto, porque su persona era indispensable para la Iglesia de Dios.
La impresión que causó entonces fue penosa, pero al fin contrataron a otro –un voluntario enfermero que ni siquiera era clérigo–  y a él le dejaron en paz. Con lo cual tuvo más tiempo libre para la literatura, que como digo le salió de humor acre. Primero sacó un Antídoto contra los artículos de la Facultad de Teología de la Sorbona, donde hacía chistes por ejemplo sobre el rezo a los santos, y el trabajo que se toman ellos en el cielo para quedar bien con sus devotos, que en el fondo les molestan de su visión beatífica.
Cosa de humor negro fue también ponerse a escribir un libro para demostrarle a un papista la doctrina de la Predestinación, cuando resultó que el destinatario ya la tenía comprobada, pues estaba muerto. Cuando Calvino lo supo, éste fue su comentario, nada respetuoso con la verdad ni con el difunto, al que dijo querer salvar:
«Alberto Pighi murió a poco de publicarse mi libro. Por eso, y por no meterme con un perro muerto, me dediqué a otras elucubraciones.»  
De esta época es también un panfleto sobre las reliquias falsas, titulado en francés, Advertencia muy útil del gran provecho que traería a la Cristiandad si se hiciese inventario de todos los cuerpos santos y reliquias que hay tanto en Italia como en Francia, etc. Está escrito para leído en público y para hacer reír, y sin  duda lo consiguió. Pues bien, conozcamos ahora otro escrito suyo en la misma vena satírica, contra una nueva secta que nació de su propia doctrina, y que últimamente le plantó cara en su propia Ginebra: los Libertinos.
La Predestinación reducida al absurdo
El fanatismo cerebral de Calvino en Ginebra –no como el destemplado de Farel– produjo dos frutos amargos muy naturales: hipocresía y cinismo. Donde reina el espionaje y la delación en nombre de la virtud la gente se cubre con apariencias virtuosas. Calvino, sin ir más lejos, para muchos era el mayor hipócrita, aunque sólo algún desesperado entre sus víctimas se permitió decírselo a la cara.
Pero también hay otro tipo de defensa, que es la protesta velada o incluso cínica, poniendo en evidencia la absurdo del sistema imperante. Esto se ha visto repetido en tiempos de crisis, en movimientos libertarios variopintos. Así en Vizcaya a mediados del siglo XV el franciscano Mella promueve en Durango una secta semi secreta, perseguida por la Inquisición. Los herejes de Durango se acogían a esa mística para vivir sin freno, e incluso se les atribuyó brujería y tratos con el demonio en el vecino monte Amboto [6].
Algo parecido cundió en Francia en el siglo XVI, entre los que Calvino llamó ‘Libertinos espirituales’. Se discute si el nombre lo eligieron ellos o si se lo puso él. Libertino en latín era el hombre de condición libre, pero en especial el que antes fue esclavo. Trasladado a la Teología, los nuevos libertinos se jactaban de haberse liberado de la esclavitud del pecado gracias a su unión con Dios, cuyo Espíritu les hacía impecables aunque faltasen a la moral y aunque perpetrasen los peores crímenes. Empezó como consecuencia de la doctrina luterana de la justificación por la fe, pero ahora iba mucho más con la predestinación aberrante de Calvino:
Always look on the bright side of life.
Miralo por el lado bueno y vive la vida:
porque si está de Dios que te salves, estás a salvo;
y si está del buen Dios condenarte,
qué menos, que te quite lo bailado.
Calvino no se da por aludido, ni reconoce relación entre el movimiento y su dogma. Más aún, lo retrotrae a «desde 20 años acá», es decir hacia 1524. Esta fecha no es inocente. Fue cuando la reforma luterana empezó a interesar en la Corte de Margarita de Navarra. En vez de esa coartada, más elegante habría sido dedicar el libelo a Margarita, como dedicó la Institución al rey su hermano. Pero… El ‘pero’ era que el pontífice Calvino ya no necesitaba el apoyo de tal dama. Es la sustancia del panfleto Contra la secta fantástica y furiosa de los libertinos, que se llaman espirituales (1544/1545; 2ª edición, 1547). «La suma de todas las herejías, desde el principio de la Iglesia», para ser exacto.
Es otra pieza en francés para declamación ante auditorio amigo de sal gorda. Y está muy bien escrita, pero sin gracia. No se entiende que el blanco principal de la sátira sea una pareja de individuos, el uno Antonio Pocque con nombre y apellido, el otro Quintín a secas, los dos tan zotes, que su peligrosidad es a lo menos chocante. Tan chocante como el arsenal de insultos o el léxico de andar por casa llana que se gasta el autor: paillard, paillarder, paillardisse (la cosa del sexo), treinta veces, qué obsesión. O la expresión, «nous font leurs macqueraux» (hacen de nosotros sus rufianes). Tres veces se repite la expresión vulgar, du cocq à l'asne, se ve que le gusta. Dos de ellas, en su sentido usual de traer algo por lo pelos, sin ton ni son; pero la otra (cap. 23, pág. 151), le coq-à-l’asne, yo lo entiendo como ‘cagajón de burro’, y qué mejor nombre para un borrón herético, donde «las razones se traban como pedazos de mierda» [7].
Calvino traza una, digamos, historia de la ‘secta’ a base de nombres desconocidos casi todos, para centrarse en un individuo, «un petit prestre» (un curita) «llamado Messire Antoine Pocque, al que también he conocido de tres años acá» (pág. 23).
O sea que el tonto de Pocque llevaba todo ese tiempo apareciendo por Ginebra, tratando con Calvino, impartiendo doctrina en su feudo. Y de pronto merece del Sumo Pontífice  una réplica nominal y al detalle. Toda una deconstrucción, párrafo a párrafo, de un panfleto tan infumable como indemostrable (es lo que tiene destruir las pruebas). ¿Tanto tiempo lleva detectar a un imbécil? Pues sí:
«Esto de haber estado yo callado tanto tiempo, sin mentarlo siquiera, ha sido porque bien que me habría gustado que ensoñaciones tan absurdas se hubiesen  desvanecido por sí solas, sin inquietar al mundo. Pero ya que el Señor ha permitido que esta lacra haya pululado tanto, que es casi un contagio público, ya no es tiempo de callar…»
Margarita de Navarra, o de Angulema
       (Retrato póstumo, según Clouet)
Tartufo no lo habría dicho mejor. El caso es que aquel inepto de Pocque era de muchos años el capellán de la muy culta Margarita de Navarra y el preceptor de su hija la princesa Juana de Albret, futura reina (1555-1572) y calvinista fervorosa, quién iba a decirlo. Aunque esto último Calvino no lo podía adivinar. Para los católicos navarros, la difunta Reina Juana convertida en bruja solía dejarse ver dirigiendo su cabalgata nocturna.
En el texto de Calvino, plagado de injurias a guisa de argumentos, hay una que llama la atención: cuando compara el escrito/borrón de Pocque con  Le Livre des Quenouilles (el Libro de las Ruecas). Una alusión machista a los cuentos de viejas, o habladurías de mujeres en general. ¿Segunda intención? Sin duda. Todo el escrito está sembrado de pistas a la intención de Margarita. El bien informado Calvino tendría noticia de sus novelas amatorias,  que ya circulaban, a imitación del Decamerón de Boccaccio, aunque no se imprimirían hasta 1558. Allá lo especialistas. El hecho es que Margarita se molestó, hubo cruce de cartas con Calvino, y la señora dio la relación por terminada [8].
Sólo falta añadir que el panfleto Contra los Libertinos surtió el efecto deseado. El Quintín –Quintin Thiery– y Antonio Pocque (o Pocquet), nada más verse en el libro, conociendo el paño, hicieron las maletas sin seguir leyendo. Quintín fue arrestado en Tournai y ejecutado. Su compadre se perdió de vista, seguramente bajo otra identidad. Una de sus herejías fue negar la realidad del Diablo: un ser imaginario, metafórico, decía el majadero. Mal comienzo. Por ahí se empieza, y el paso siguiente es negar a Dios, como hacían los libertinos panteístas [9].


Calvino con Farel, tras el sermón, niega la cena a los Libertinos (Alamy)


El Cielo en la Tierra
El lector preguntará si hubo libertinos en Ginebra. Los hubo, pero de otra ralea. Nada especulativos, no se metían en honduras metafísicas como los ‘espirituales’. Lo que les reventaba era la teocracia rigorista y aburrida del Gallus iste, o el Picardo, como le llamaban con sordina. Se ha hablado de libertinos ‘políticos’, otros rechazan un partido de tal nombre.
En todo caso, los procesos conservados permiten ver lo fácil que era a Calvino con su red de espionaje tejer supuestas redes de connivencia entre sus denunciados, para los que pedía arrestos, multas o destierros, pero también excomuniones. Muchos de los descontentos se reclutaban entre los mejores sastres, peluqueros, joyeros, pintores, cerveceros y demás artistas de Ginebra, todos gente en el paro por aquel régimen sin alegría de vivir.
Su primer choque importante lo tuvo el reformador en 1545 con un tal Pedro Ameaux, concejal y buena persona, que en su propia casa, tras una cena y suelta la lengua por la bebida, había criticado al Picardo. Calvino le persiguió por ello sin piedad procesalmente. La mujer de Ameaux era una libertina, sí, pero Pedro estaba en proceso de divorcio. Ahora bien,  los Ameaux fueron una dinastía de fabricantes de naipes, y el bueno de Pedro con las nuevas ordenanzas no pudo seguir con el negocio.
Esta victoria de Calvino abrió una etapa de despotismo insoportable. No se olvide que era un tímido. Además, diríase que nuestro hombre hubiese experimentado una segunda conversión, esta vez al Dios del Antiguo Testamento. Su código penal fue como una puesta en vigor de la Ley mosaica en su mayor dureza. También prohibió poner a los niños nombres de santos, dictando en cambio una lista de nombres bíblicos, sobre todo de personajes del Antiguo Testamento. (Por eso hay todavía tanto nombre hebreo entre los descendientes de los peregrinos del May Flower y otros puritanos.) Y esto bajo pena de cárcel, e incluso amenaza de horca.
A todo esto, el Diablo dejó sus papeles secundarios para subir al estrellato con sus grandes éxitos: la posesión y la brujería. En tiempo de Calvino hubo procesos y quemas de brujas en Ginebra, como en tantas otras partes, sobre todo con ocasión de las pestes. Él daba por sabido que era obra del Diablo, sin más, sin entrar en un tema tan de interés y morbo público. Era su estrategia en los asuntos incómodos: dejar caer. No alentó la caza de brujas, pero tampoco la desautorizó, de modo que tras su muerte, en 60 años (1592-1652) 150 personas fueron quemadas vivas. Un crimen que a partir de 1652 desaparece de Ginebra, pero no en aplicación de directrices del Reformador difunto [10].
Calvino no era nada supersticioso –a diferencia de Lutero–, pero aun así tuvo sus cosas. Según él, el Diablo sólo tiene permiso de Dios para molestar y manejar a los hijos de perdición, no a los elegidos. De hecho, los exorcistas católicos son auténticos posesos, pues «apenas habrá uno de cada diez que no esté sujeto a su influjo» [11]. Curiosa estadística. Calvino nunca explicó el algoritmo de su cálculo, más bien pesimista: los predestinados representan sólo un 10% de la humanidad. Así pudo reírlo Robert Burns en su sátira, Holy Willies’ prayer (‘La plegaria de San Guillermito’):
O thou, that in the heavens does dwell!
Wha, as it pleases best thysel,
Sends ane to heaven an ten to hell...
Autógrafo de Burns - Holy Willie's Prayer
[Este santísimo varón, William Fisher en el Libro de la Vida y en la vida misma, era un pescador de almas calvinista que a veces se permitía adelantar el día de Juicio, censurando conductas impropias, como la del mismo Burns, que le inmortalizó en esta genial y muy teológica andanada.]
En la primera biografía seria de Calvino, la del alemán calvinista Emil Henry –más asequible en su versión abreviada inglesa– encontramos un caso raro de posesión diabólica, que el reformador sometió por carta al Consejo (1546, 14 de noviembre) para abrir una investigación, avisando que nadie se lo tomara a risa:
Por lo visto, un obrero de la labranza en el distrito de Ginebra se dió al Diablo. Si lo hizo de palabra, o en una de aquellas cédulas firmadas con sangre, no consta. Sea como fuere, lo hizo con tanto efecto, que él mismo desapareció, sin que su cuerpo fuese hallado:
«Que quede claro si es un bulo, o un hecho real, un gran juicio de Dios que no debe ignorarse. Yo mismo acabo de ver a muchos de chirigota, cruzando apuestas sobre el caso. No hay milagro tan claro que el Diablo no lo enturbie. A Coré, Datán y Abirón se los tragó la tierra a vista de todos, y aun así hubo quienes no quisieron ver la mano de Dios. El individuo vivía en el Campo Tugurio, donde su mujer y cuatro hijos murieron de la peste. Era mala persona, un ser despreciable, toda su vida borracho notorio, un perdido y un blasfemo.»
Así hablaba el pastor Calvino de la oveja descarriada, repasando las notas de sus delatores. Aquel infeliz, tan tocado por el dedo de Dios como Job, también tenía como Burns su ‘San Guillermito’, Juan Calvino, nada menos. Incluso se había burlado de sus reprimendas, según consta en el proceso:
Y qué. ¿Acaso me he puesto a sueldo de Calvino, para tener que escucharle?
[Aquí otro anotador del ejemplar que tenemos en la Red, calvinista sin duda, apostilla:
A plain case of mania a potu. Un caso claro de dipsomanía (¡?)
Ahorremos el resto de la carta de Calvino, estomagante. Triunfar en la vida, como él mismo –san Calvinito/Guillermito– es signo de predestinación favorable. De los otros ni compadecerse, porque sería blasfemia. El caso del perdedor que se da al Diablo y, por qué no, también a la bebida, cuyo cuerpo desaparece tal vez en un mal paso, al cruzar un mal puente, no es ninguna desgracia humana, es Teología: una prueba del poder que Dios concede al Diablo sobre las almas y los cuerpos de los malditos. Y pobre del que se ría.
Monumento a Servet
         Annemasse, Alta Saboya
Ese fue el hombre que mató a Servet, por el honor de Dios. Nada personal. Bueno, algo  sí: también por el honor de Calvino. Pero lo dicho, nada personal.
________________________________


[1] El título se tomó del drama homólogo de Alfonso Sastre, que también intervino en la serie, aunque ésta contó con el asesoramiento sólido del especialista en Servet, Ángel Alcalá.
[2]  El coma juaneo, en I Juan, 5: 7-8 (en manuscritos latinos del Nuevo Testamento).
[3]  Se ha debatido por qué Calvino en un principio rozó apenas este tema, que tal vez en su mente estaba poco desarrollado, o no pareció oportuno. Digo que la palabra predestinación no aparece en 1536, pero cierta idea parece innegable, como de pasada, en este párrafo (págs. 91-92):
«Pablo dice que el edificio religioso no tiene otro cimiento o fundamento que Cristo. ¿Qué clase de fundamento? ¿Acaso porque Jesucristo dio comienzo a nuestra salvación? ¿Y porque nos abrió camino, cuando mereció para nosotros la ocasión de merecer? De ningún modo; sino porque en él somos elegidos desde la eternidad, antes de la creación del mundo, no por mérito alguno propio nuestro, sino según el propósito que plugo a Dios» etc.
Eso es lo chocante, que una idea tan fundamental se toque tan de prisa y a la ligera. Por lo demás, sólo roza la predestinación salvadora, no la otra predestinación de los condenados.
[4] Cita Al I de las Sentencias, tratado 15, cuest. 23.
[5]  Thomas H. Dyer, The Life of John Calvin. New York, 1850, pág. 91.
[6] V. el estudio completo de Iñaki Bazán Díaz: Los herejes de Durango y la búsqueda de la Edad del Espíritu Santo. Durango, 2007; del mismo, 'Los herejes de Durango: un interrogante historiográfico por responder'; Clio & Crimen, 1 (2004): 261-299.
[7] Ése y no otro es el significado de cocq y el sentido original de la expresión (literalmente, ‘saltar del cagajón al burro’).
[8] El título Heptamerón (obra de Siete Días) vino más tarde, como alusión al Decamerón de Boccaccio. En cuanto al Libro de las Ruecas, se refiere a una obra de mediados del siglo XV titulada Les Evangiles des Quenoilles (o Quneules): miscelánea de la parla entre mujeres, algo así como nuestros Refranes que dizen las viejas tras el fuego, también del siglo XV.
[9] En verano de 1548 un corresponsal notificó a Calvino que Pocque había publicado una apología que estaba haciendo mucho daño al avance de la Reforma. Sobre Calvino y los Libertinos encuentro dos excelentes artículos de Luce Albert: “Il vouloit embabouiner le monde”: le libertin du XVIe. siécle, un imposteur?; en  A. Bouloumié (ed.), L’Imposteur dans la Littérature. Presses Universit. de Rennes, pp. 91-109. “J’appelle ce brouillon un cocq à l’asne”. Reconstitution d’un texte libertin transmis par Calvin. Bull. Société Hist. Protestantisme Français (Ginebra), 155/1 (2009): 55-76.
[10] Jean Picot, Histoire de Genève. Genève, 1811; 2: 389-390.
[11] Institutio, lib. 4, c. 19, 24. En E. Henry, Das Leben… 1: 490.
[12] Paul Henry, Das Leben Johann Calvins. Hamburg, 1835-1844, 3 tomos; trad. ingl. por H. Stebbing, The Life and Times of John Calvin. New York, 1851, 2 tomos.