lunes, 27 de enero de 2014

¿Lo dice en serio?






«Que quede claro:
Mientras yo sea presidente del Gobierno, ni se celebrará ese referéndum que algunos pretenden, ni se fragmentará España [bis].
Que quede claro».

Esto ha dicho Rajoy, poniendo gran énfasis retórico, anteayer sábado 25 de enero de 2014 en Barcelona, eligiendo como escenario una convención de su partido.
Tan contundente como para echarse a temblar, a la vista de sus promesas electorales y otras convicciones suyas. Porque Rajoy es un político que se explica poco, y cuando lo hace suele ser a golpe de «estoy convencido», o incluso «profundamente convencido», de esto, de lo otro, o de lo de más allá. «Mientras yo sea presidente del Gobierno»: ¡cuán corto nos lo fiáis!
Don Mariano asumió la Presidencia el 15 de septiembre de 2011 con mayoría super absoluta. Puede que entonces ni él ni sus ministros del área económica conociesen al céntimo el balance ruinoso de España, herencia del gobierno anterior socialista. Concedamos. Pero la gran crisis financiera mundial ya se había declarado el 15 de septiembre de 2008, y ninguna cabeza pensante en el gobierno ni en la oposición pudo estar ni siquiera profundamente convencida de que aquello no iba con nosotros. Aun así, el nuevo señor de España no dudó en valerse de aquellas mentirijillas pueriles de su antecesor en el cargo, para justificar el incumplimiento de sus propias promesas electorales, y lo que está más feo, para vaciar el espíritu de las mismas. Rajoy tal vez ha hecho sus deberes según «el arte de lo posible», pero no puede decirse que los haya hecho bien. No ha sido honesto con sus votantes ni equitativo con la sociedad que gobierna.

Otro gran problema que encontró sobre su mesa –el desafío catalán– tampoco era nuevo. En 2005 el Parlament, alentado por Rodríguez Zapatero,  aprobó una propuesta de Estatuto de Autonomía que las Cortes Generales aceptaron en 2006 y Cataluña ratificó en referéndum, pero que se vio sustancialmente amputado por sentencia del Tribunal Constitucional en junio de 2010. Se entiende que esto generó frustración y hasta pudo incrementar la hueste soberanista. La cual, por su parte, nunca ha contemplado ningún Estatuto como estación de término, ni allí ni en el País Vasco. De hecho, el estreno de grandes gestos secesionistas en Cataluña tuvo lugar antes de  la sentencia; y en su primera edición bajo mandato de Rajoy el pretexto fue la negativa a un Pacto Fiscal similar al Concierto Económico vasco.
“Y porque soy así”
En la ‘diada’ 2008, cuatro días antes del estallido de la crisis económica mundial, se había celebrado un simulacro o ensayo de referéndum independentista en 167 municipios de Cataluña. Se calcula que los ciudadanos convocados sumaron 700.000, participando 200.000 (cerca del 30 %), con el resultado de un 95 % por la secesión y sólo un 3,5 % en contra. 
Por supuesto, la selección de municipios no fue aleatoria y sí muy sesgada. De modo que si la farsa y lo que costó no sirvió para aproximar siquiera la tendencia política de Cataluña en su conjunto, sí valió en cambio para confirmar lo ya visto: que en España algunas autoridades autonómicas pueden saltarse la legalidad sin padecer consecuencias civiles ni penales.
Eso era en tiempos del gobierno del PSOE. Pero con el PP la cosa siguió igual, si no peor. Un gobierno catalán corrupto y entrampado huye hacia adelante, buscando la impunidad con el señuelo de la independencia. La ‘diada’ 2012, 11 de septiembre,  se organiza una manifestación monstruo en Barcelona, y la siguiente 2013 se ofrece a Europa y al mundo entero el gran circo catenario: una nación que quiere ser estado y no puede, encadenada contra su voluntad a España. 
Una España que se comporta con Cataluña no sólo como potencia extranjera opresora  de sus libertades, su cultura y su lengua, sino incluso como explotadora económica  al estilo clásico colonial. «¡España nos roba!», vocifera el President autonómico, como quien pide socorro a la Interpol, a la Unión Europea y a la ONU juntamente.
La respuesta de Mariano Rajoy ha sido un mutismo largo  de dos años, dedicados a prodigar favores económicos al catalán insaciable, como si lo del robo tuviese fundamente. El Presidente presenta esa pachorra como virtud: «prudencia», concretamente. El ‘beneficio del tiempo’, que decían los malos médicos de antaño para no hacer nada. Con este hombre no va la sabiduría del ‘principiis obsta’,  atajar el mal en sus comienzos. Mariano es más evangélico (aunque sin ironía): «Dejad que crezca la cizaña, para que así se distinga bien del trigo»; o como lo expresa él mismo sin tanta parábola: «para no crear tensiones adicionales».
Es que, además, él es así: «Y porque soy así, y continuaré siéndolo». Bravo. Para encontrar un desplante parigual en boca de otro presidente hay que retroceder en el tiempo, hasta la era Zapatero, otro narciso enamorado de su ‘talante’.
Rajoy recibe a Artur Mas y encaja sus sablazos en febrero y septiembre 2012. La consulta, muy bien, gracias. ¿Para qué cambiar, si el primo de Madrid paga religiosamente?
El 26 de julio de 2013 el catalán le envía una carta donde le habla nada menos que de un Consejo Asesor para la Transición Nacional de Cataluña, como organismo efectivo que ya tiene estudiadas las vías jurídicas hacia la consulta secesionista. No es todavía un ultimátum, pero sí una carta de apremio y, a la vez, de desprecio a la Constitución española («en el plazo más breve posible, con los marcos legales que establezcamos»).
Rajoy acusó recibo y anunció respuesta para «en su momento». Momento que tuvo su anunciación –haciendo de ángela gabriela la Vicepresidenta S. S. S.– y se produjo el 14 de septiembre.
El parto alumbrado es asombroso. Lejos de repudiar don Mariano aquel engendro de ente jurídico-político fantasmagórico –el citado Consejo para la Transición catalana–, el informe ‘técnico’ del mismo es admitido a un «exhaustivo análisis». «Respecto a las cuestiones que plantea» el catalán (la consulta soberanista y el modo de realizarla), añade Rajoy a Mas, «paso a manifestarle mi criterio».
¿Y cuál es ese ‘criterio personal’ de todo un Presidente de Gobierno de España? Pues que siendo él «una persona comprometida plenamente con el diálogo como forma de resolver las diferencias políticas o de cualquier otra índole… desde la exigible lealtad institucional y desde el respeto al marco jurídico que a todos nos protege y que a todos nos vincula», por su parte «el diálogo no tiene fecha de caducidad…».
Pero hombre, Presidente: el interlocutor ya tiene fijada su meta y su camino. Incluso ha hecho suya la expresión de Junqueras, el líder de Izquierda Republicana: «consulta ‘sí’ o ‘sí’». O bien, para decirlo con sus propias palabras de usted, don Mariano, ante los suyos en la convención del sábado:
«quien ya ha decidido todo unilateralmente, ya decidió que va a hacer una consulta unilateralmente, ya decidió la fecha, unilateralmente, ya decidió las preguntas, unilateralmente, y si me apuran, hasta ya decidió las respuestas...»
¿De veras cree el Presidente que un sujeto así va a admitir de él una lección de lealtad institucional? Un estribillo como «sí o sí» no admite otro diálogo perpetuo que «no y no». Sin reparar en ello, Rajoy terminaba su carta apelando, como siempre, a sus convicciones:
«Estoy convencido de la extraordinaria relevancia que Cataluña tiene para el conjunto de España, y de la riqueza, pluralidad y singularidad de la sociedad catalana. Pienso asimismo que los vínculos que nos mantienen unidos no pueden desatarse sin enormes costes afectivos, económicos, políticos y sociales. Y por supuesto, quiero también transmitirle la firme convicción de mi Gobierno de que hemos de trabajar en el fortalecimiento de esos lazos y huir de los enfrentamientos. Debemos hacerlo desde la lealtad recíproca y el fomento de la corresponsabilidad en las dos direcciones.
Convencido de que juntos ganamos todos y separados todos perdemos, le invito a que ejerzamos responsablemente nuestra función como gobernantes democráticos con lealtad hacia los ciudadanos y las instituciones que representamos en estos momentos de dificultad económica y social que padece nuestra sociedad.
Quedo a su disposición para trabajar conjuntamente y ofrecer así la mejor respuesta a las necesidades reales de todos los ciudadanos».
No es probable que la primera convicción de don Manuel –la relativa a Cataluña– ablande las entrañas fenicias del Sr. Mas. Invocaciones a «la lealtad recíproca» tampoco son como para impresionar a un sujeto que te acusa de ladrón mientras te sablea y arrambla con lo que puede antes de abandonar el barco.
Además, aquí no se trata tanto de lealtad entre dos cargos públicos o dos instituciones de gobierno, sino de lealtad de todos a una misma Ley: la Constitución. «Huir de los enfrentamientos», sí, pero no a todo trance; porque si un Presidente autonómico quebranta esta lealtad, el enfrentamiento se hace inevitable, y un Presidente de Gobierno no tiene más remedio que aplicar los instrumentos para el caso. Todo reglamento de juego incluye sanciones.
«He procurado ser prudente para no crear tensiones adicionales. Y porque soy así, y continuaré siéndolo. Pero eso no está reñido con dejar las cosas claras… Ni se celebrará ese referéndum…, ni se fragmentará España».
Bien dicho, Presidente. Pero mejor que para leído en una convención de partido, haberlo escrito en la respuesta a la carta de Artur Mas. Mejor que hablarle de «diálogo sin fecha de caducidad», que ese sujeto es muy capaz de entenderlo como que a usted le encanta el mareo de la perdiz.
«¿Por qué digo esto?», se pregunta don Mariano ante los suyos; y él mismo se responde: «Porque la Ley no lo permite: así de simple» . ¡Ah!, pues la Ley tampoco permite, ante prohíbe taxativamente muchas cosas que en Cataluña se hacen, y no pasa nada. Hay que llegar hasta el golpe de estado, para que este Jefe de Gobierno advierta que eso es ilegal.
Ya hacia el final de su perorata, el Presidente se permitió ironizar sobre el proyecto secesionista, todo maravilloso y positivo, según lo presentan. Fue la parte más floja del discurso, incoherente incluso por culpa de un baile de los papeles. Si el plan de Mas es imposible por ilegal, ese es el nudo del argumento, sin enredarlo con juicios de valor que no vienen a cuento, pues la Historia enseña que los patriotas muchas veces anteponen la independencia a la prosperidad y otros valores materiales.
El argumento de Rajoy es débil cuando hace hincapié en cosas aleatorias, como la salida de la UE «sine die» (?), la salida del euro, con otras incógnitas de naturaleza económica. En cambio no menciona el inconveniente principal de la aventura, a saber: involución política, injusticia y fractura social, tiranía y recorte de libertades. Todo ello inherente a una secesión traumática de esencia nacionalista.
Esta meditación quédese para otro día.





lunes, 20 de enero de 2014

Adiós, Sebastián, adiós ...


San Sebastián por L. Lotto (1531)

 
Del buen San Sebastián ya me ocupé hace un par de años, tal día como hoy: ‘San Sebastián, el santo equívoco’. Una de las páginas más concurridas, por cierto. Pero esto hay que entenderlo: incluye bastantes imágenes, y mucha gente acude no por el texto sino por ‘los santos’. Es posible que a ésta le ocurra lo mismo, porque en esta temática la imagen no sólo vale por muchas palabras, sino que es su necesaria apoyatura.
Partamos de un dato llamativo encontrado en la Red. El Portal ‘Padul Cofrade’ dedica para la fiesta de hoy un monográfico a San Sebastián, con un catálogo iconográfico cronológico de este santo. Lo que sorprende es, en los apartados ‘Siglos XX-XXI’ de pintura, escultura y otras técnicas, la vitalidad de esta figura religiosa, a contracorriente del laicismo progresivo en la cultura occidental. Por ejemplo, en el género ‘Pintura’ se registran más de 70 autores, muchos de ellos ‘reincidentes’ en el mismo asunto sebastianeo. Ningún otro santo del calendario es objeto de tanta devoción artística, excluyendo como es lógico la producción religiosa utilitaria en torno a nuevos santos canonizados.
Eso quiere decir que no es la religión lo que inspira a esos artistas. Es la aureola de homoerotismo que, desde el Renacimiento a esta parte, ha ido marcando la figura de este santo tan popular en la Edad Media.
Recordemos que San Sebastián es uno de tantos santos militares. Una calidad que apenas se señala en su iconografía. Si en un mosaico de San Pedro ad Víncula (Roma, s. VII) viste clámide de oficial, en San Apolinar Nuevo (Rávena, s. VI) es un civil en toga clavata; y todavía en en mosaico tardío de San Marcos (Venecia, s. XIII) su túnica es talar, no militar.

S. Sebastián en San Apolinar Nuevo (Rávena) y en San Pedro ad Víncula (Roma)
Por otra parte, desde mediado el s. XV su representación preferida es la del mártir asaeteado semidesnudo, donde sólo de vez en cuando el artista se acuerda de poner la coraza y armadura a sus pies.
Todos sus datos biográficos provienen de su Pasión completamente legendaria, que en rigor no da pie para hablar de una existencia histórica, sin más apoyo que el culto a su memoria. Dicha leyenda nos sitúa en el imperio de Diocleciano y su ‘Gran Persecución’ de cristianos.
Nacido en Narbona (h. 1250?), de madre milanesa casada con un oficial romano, el joven Sebastián sigue la carrera del padre, y pronto es ascendido a comandante de la Guardia Pretoriana. El emperador Diocleciano le tiene en gran afecto, desconociendo que es un cripto cristiano y que dirige un comité de asistencia a los detenidos y condenados. Al saberlo, el tirano ordena que los propios camaradas de la cohorte de Sebastián le cosan a flechazos en el Palatino.
Una dama amiga reclama el cuerpo. La leyenda la llama Irene, viuda del mártir Cástulo, la cual con una sirvienta, o dos –el número de tres mujeres hace juego con las Tres Marías del Evangelio, que fueron a cuidar el cuerpo de Jesucristo– constata que Sebastián respira y le esconde en su casa.
Restablecido, el nuevo campeón no huye de Roma ni se esconde, como le aconsejan. Al contrario, adoptando la figura clásica del provocador hagiográfico, aprovechando una función en el templo de Hércules para reclamar el cese de la persecución. Esta vez Diocleciano asegura que el traidor sea flagelado o apaleado a muerte en el Circo del Palatino, arrojando luego el cadáver a las cloacas (año 288).
Y así se habría podrido y olvidado Sebastián , de no ser por otra mujer, Lucina, que le ve en sueños. Tras las pistas de la soñadora, los cristianos localizan el cuerpo y lo sepultan fuera de la Ciudad, en las Catacumbas de la Vía Apia, junto a los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, que allí tenían su pequeña basílica. Así es como san Sebastián se convirtió en tercer patrón de Roma, después de Pedro y Pablo. Y de paso se quedó con la basílica a su nombre, cuando los otros tuvieron cada uno la suya: Pedro en el Vaticano, donde le habían crucificado cabeza abaja;  y Pablo en la Vía de Ostia, cerca de las Tres Fuentes, donde en otros tantos brincos rebotó  su cabeza cortada. La antigua Puerta Capena, arranque de la Vía Appia, pasó a llamarse de San Sebastián.

He elegido para la cabecera el icono del santo, atribuido a Lorenzo Lotto. Es un ala de tríptico. La pareja es un S. Cristóbal de lo más convencional. Ambas imágenes en un mismo escenario marítimo. Es obra que Vasari no cita –bien es verdad que su biografía de Lotto es de compromiso–, pero no olvida decir que fue varón muy religioso, que vivió en buen cristiano y murió como un santo. Residió algún tiempo en los dominicos de Venecia y se hizo enterrar en hábito de esa orden guardiana de la ortodoxia. Quiere decirse que aquel tríptico, incluso abierto de alas, no producía sorpresa en cuanto al desnuda de la izquierda. Sepultado en el olvido este artista nada más morir, se le redescubre a finales del XIX. Su San Sebastián pasará a otra esfera de intereses estéticos.
Giovanni del Biondo (1370/75) 
Josse Lieferinxe (1497/99) 
Sebastián asciende a la categoría de santo útil en 680, cuando libró a Roma de una epidemia o ‘peste’. La relación de semejanza entre el acribillado mártir y la nueva enfermedad se explicaría por las petequias o manchas oscuras que aparecen en ciertas enfermedades, como el tifus. Pero será la gran Peste Negra, que desembarca en 1348/49, la que le consagre, junto con Antón, Roque y otros ‘auxiliadores’, en la devoción utilitaria.
A partir de entonces se multiplican las tablas votivas de San Sebastián, siempre sobre el episodio de su asaeteamiento, que lo dejó (como dice la Pasión y encarecían los oradores sagrados), literalmente «como un erizo». Nadie dirá que iconos como el de Giovanni del Biondo (h. 1370) sugieran otra cosa que ataraxia, nada de masoquismo, de erotismo menos todavía.
Es en el Renacimiento, desde mediados del s. XV, cuando los artistas empiezan a ver la escena con otros ojos. El cuerpo humano es bello en sí mismo, incluso en el sufrimiento. Sigue vigente en todo caso la tradicional ‘apatía’ propia de los mártires, atletas de Cristo, vencedores impasibles del dolor. Los Sebastianes de Mantegna, sin renunciar a la truculencia de gusto medieval, la civilizan con el estudio anatómico enmarcado en puntillosa arquitectura de ruinas, símbolo de la Roma pagana.
Andrea Mantegna: 1456/59 (Venecia); 1490 (Viena);  1480 (París) 
El Botticelli (1474) es ya más complejo, y su coetáneo Antonello de Mesina (1475/6), francamente complicado. Aquí la apatía es morbosa, por el gesto corporal, que en Antonello es pose exhibicionista, en el centro de una plazuela, casi patio de vecindad donde se oye el cuchicheo de damas curiosas en el mirador. En cuanto al flechado del Perugino (h. 1490), es un andrógino dubitativo, con esa prótesis péndula faliforme.
Boticelli (1474);  Antonello de Mesina (1476/77); Perugino (h. 1495) 
Bien, eso es lo que vemos hoy, nosotros. La cuestión es si los contemporáneos vieron lo mismo, y si los celadores de la Contrarreforma miraron para otro lado. La homofilia es de siempre y de todas partes. Habrá preocupado más o menos, pero nunca ha sido ignorada. La homosexualidad fue una de las imputaciones más corrientes entre las clases altas, lo mismo en la Edad Media que en el Renacimiento y el Barroco.


Bronzino (1525/28) - Tyssen-Bornemisza
Una puntualización necesaria: Aquí no se trata de obras de arte privado, como retratos o también escenas incluso libertinas con destino a ‘galerías secretas’ de particulares. Valga de ejemplo el ‘San Sebastián del manto rojo’ del Bronzino (1525-28), de la Colección Thyssen-Bornemisza (Madrid). Aquí el gran retratista de la Casa Médicis hace un retrato de efebo (harto sugerente, por cierto) en guisa de santo, como pudo ser de figura mitológica. Nada destinado al culto, donde incluso los retratos de donantes quedaban sujetos a canon. Hablamo de arte sacro, por tanto público.
El Concilio de Trento (Sesión 25, 1563) regló los contenidos y formas de la plástica destinada al culto, también con efectos retroactivos. Muchas obras de arte se retiraron o alteraron, muchos desnudos se vistieron (dígalo el Miguel Ángel de la Sixtina), y la erótica sacra se buscó otras salidas más discretas, a cubierto de la gazmoñería clerical. Aun así, la pregunta sigue en pie, porque el Barroco postridentino siguió abundando en productos equívocos. ¿Lo eran entonces?
Interviene santa Irene
El san Sebastián de las flechas no siempre estaba solo. En la liturgia y las letanías, su pareja inseparable es el papa san Fabián, aunque no se conocieron, pues éste había muerto mártir el año 250.


'Maestro de la Sagrada Parentela' (1493/94), óleo y oro sobre tabla 
La compañía natural del tribuno Sebastián fueron obviamente sus camaradas y ejecutores. Esto dio pie a escenas animadas de tiro al blanco, donde para más diversión se introduce, en competencia con el arco, otro ingenio más novedoso y todavía en desarrollo: la ballesta.
Por ejemplo, en la tabla del ‘Maestro de la Santa Parentela’ (Colonia), un ballestero carga su máquina y se vuelve a sus colegas arqueros como diciéndoles que él solito es capaz de hacer el trabajo de todos juntos, incluso aunque la diana estuviese revestida de la coraza tendida a sus pies. La precisión del detalle es preciosa, y el artista bien puede permitirse el anacronismo, sin llegar al disparate de introducir armas de fuego.

Todo ello poco tiene que ver con lo sexual. El rostro afeminado del héroe, su ondulante cabellera, es para realzar su juventud, se supone; máxime con el contrapunto de su bragueta. Porque, como recordará Rabelais, la hipertrofia de estos adminículos tenía más de grotesca que de provocativa. Valga de comparación la armadura de parada, producto igualmente alemán.
Pero dejemos estas compañías masculinas. Entre los subterfugios tridentintinos, la pintura barroca descubre otro episodio de la historia de San Sebastián: su rescate a la vida por la matrona santa Irene. Las recreaciones son varias y en casi todas la erótica está presente, al menos para nuestros ojos impuros. La extracción de las flechas por manos femeninas, por ejemplo. Ni la Madre Iglesia supo o quiso evitarlo del todo, aunque al menos no puede hablarse de homofilia. ¿O sí? ¿Y de inversión? Por estos vericuetos yo me pierdo.



San Sebastián curado por Santa Irene 
Tal vez el gesto más mórbido y sensual sea el examen y extracción manual de las flechas por las manos femeninas. Tal vez también por eso otros artistas sustituyen a las damas por efebos angélicos, siempre tal vez poniéndolo peor. He aquí un ejemplo comparativo: ‘San Sebastián curado por un ángel’, de Anton van Dick (1631).
Del arma al armario
San Sebastián se transfigura en el siglo XIX. La cultura victoriana se interesa por el homoerotismo, considerado ahora no como pecado, sino como enfermedad psicosocial. Rezagados británicos del Grand Tour acuden a Italia a sacudirse el aburrimiento estudiando San Sebastianes. La homosexualidad en distintas culturas (grecorromana, islámica, china) se pone de moda.
Ya en el siglo XX, la Gran Guerra alumbró, eso dicen, poemas eróticos inspirados en la figura castrense de San Sebastián. La labor del sexólogo judeo alemán Magnus Hirschfeld (1868-1935), pionero en demanda de legislación favorable a la gente gay, señaló la iconología del santo como ejemplo de ‘inversión’ placentera ostentosa. Se aprende a distinguir entre la homosexualidad como práctica y la homofilia como inclinación o signo. Y a todo ello, San Sebastián en danza.
Literalmente en danza. Un caso descomunal fue el de Gabriele D’Annunzio/Claude Debussy con ‘Le Martyre de Saint Sébastien’, misterio musical estrenado en Le Châtelet (París, 1911). Dividido en cinco actos –denominados ‘mansiones’, como en el teatro medieval–, la representación dura cinco horas, en que intervienen Coro, Bailarines, Diocleciano, Sebastián y Narrador. El asunto gira en torno a la atracción que sobre el emperador Diocleciano ejerce su pretoriano Sebastián, un andrógino representado en el estreno por la amante del libretista, la bailarina judía rusa Ida Rubinstein.
La obra de D’Annuzio entró en el Índice de obras prohibidas de forma fulminante, el mismo año, mientras el arzobispo de París desautorizaba el espectáculo, prohibiendo a sus diocesanos la asistencia. Una parodia en múscia, donde el mito de Adonis se mezcla con la pasión de un san Sebastián-mujer judía, evocando indirectamente la pasión de Adriano por Antínoo, fue la gota que hizo desbordar la paciencia del Vaticano. Tengo delante la última edición del Índice romano (1948), y efectivamente, en un mismo día 8 de mayo una andanada de decretos del Santo Oficio prohibía de D’Annunzio «todas las novelas amatorias», «todas las obras dramáticas  » y «Prosas selectas». (Seguirá otro de 1929 prohibiendo «las demás obras (tragedias, comedias, misterios, romances, novelas, poesías) ofensivas de la fe y las costumbres». Y otro más, en 1939, para Solus ad solam, bajo seudónimo). Toda una publicidad gratuita para el autor. Donde uno se pregunta –sobre todo ante el celo de Monseñor Léon-Adolphe Amette–, a qué tanto esfuerzo de prohibir un espectáculo que por su misma desmesura tendría poca sazón de ser representado. De hecho, apenas se dan más que extractos sinfónicos; y se entiende que la prohibición no va con la partitura.
San Sebastián, en versión de García Lorca (1927) y Dalí (1982)
A todo esto, el interés por San Sebastián se propaga entre gente que empieza a salir de los armarios. Lorca y Dalí, dos buenos amigos entre los nuestros, no faltan a la cita.

Todavía no se ha llegado a pedir a Roma el patronazgo de este santo sobre los homosexuales masculinos, pero se le venera de un modo nuevo, se le declara protector contra la peste del siglo, el SIDA, y su iconografía se remoza con estética decadente y a menudo kitsch. No otra cosa veo en Tony de Carlo (Los Ángeles, 1956), pintor gay naíf de fijación religiosa: otro reiterativo de San Sebastián, incluído el que parece icono del mismo como ‘El Santo protector del SIDA’
Ahora en serio. Ángel Zárraga Argüelles (Durango, Méjico, 1886-1946), pintor y poeta, cuyo nombre en su patria no debe unirse al de Ignacio Zuloaga, expresa su devoción a nuestro santo en este ‘Exvoto’ seudomístico.

No ha podido faltar tampoco el sebastianismo transexual, como en este lienzo del moscovita Serge P. Ivanoff (1893-1983) pintado en 1931, obviamente tras su fuga de la disciplina artística bolchevique.

Muy poco o más bien nada tiene que ver con esta representación el humor irónico de ‘MILK’ (Chiara o Nara Bautista, Tucson, Arizona), en esta especie de autorretrato de la condición femenina (2008).




Cierro esta mínima muestra con un par de ejemplos de sebastianismo gay fotográfico, salidos del taller de Anthony Gayton, a la manera italiana. Como contraste, y ya fuera de la plástica –sólo por completar un tríptico falto, como quien dice– me atrevo a poner un mamarracho al vivo: Ron Athey en su performance ‘San Sebastián colgado’ (1999), según instantánea de Catherine Opie.



Ya me dirán ustedes si no es como para despedirse del mártir joven eterno que ha sido San Sebastián.
Terminemos esta homilía con una pieza musical, pero no para escucharla a aquí, sino para llevar a consumir en casa. Es sólo la primera hora de ‘El Martirio de San Sebastián’, de Debussy: