El ombligo de Adán y
el de Eva, para ser más exactos. Y más correctos.
«Hemos pasado de odiar el franquismo a llamar
‘franquista’ a todo lo que odiamos.»
A lo que puse esta glosa:
«Con el ‘fascismo’ pasa igual. Los nacionalistas
periféricos deberían mirarse más al espejo y menos al ombligo.»
A los diez minutos, el remero Euskalmeteco muy amablemente me hacía este recordatorio:
«Estimado Belosticalle, creo que se denomina onfaloscopía;
quizá merezca un estudio erudito de los suyos.»
Respondí que, tanto como un estudio, no tengo hecho ninguno, ni siquiera erudito, pero que
la onfaloscopia no era extraña a mi bitácora:
«¿Por qué somos el pueblo más onfalóscopo del
planeta? Una vez más, Caro Baroja tenía razón.
(¿Qué qué quiere decir onfalóscopo? El que
practica la onfaloscopia. La palabra lo dice: del griego ómfalos,
ombligo, y skopein, observar. Podríamos anteponer el prefijo auto-,
para indicar que el ombligo que contemplamos los vascos con fruición y embeleso
es el nuestro propio. Preocupante.)»
Euskalmeteco me remitía a cierto
“Word_log: Diccionario Desenfadado de Neologismos y otras Entidades
Lexicográficas”. Una posada tentadora en principio, pero que sólo aguantó
un par de meses de 2006, hace una eternidad.
Allí un BelAtreides/Xavier Roig escribía:
«ONFALOSCOPIA:
[del gr. omphalos (ombligo)
y scopia (acción de
ver)] f. Arte o manía de contemplarse el ombligo, en sentido figurado y/o (¿por
qué no?) literal.
[…]
No encuentro en el DRAE términos con la preformante ónfalo
u ómfalo, lo cual es empobrecedor. El inglés cuenta cuando menos con omphalism
(centralización en el gobierno [sic]), omphalic…
No puedo estar más
de acuerdo: la Real Academia Española debería desenvararse más para lo bueno, a
ejemplo de la soltura anglosajona. Por algo la lengua inglesa no goza ni padece
de Academia propia, bastándole con tener buenos hablantes y escritores
cultísimos que la manejan a la perfección.
Ombligo
y razón suficiente
A todo esto, yo
venía a poner hoy la primera piedra del estudio sugerido. Y tomando como
siempre suelo las cosas ab ovo, desde el principio, debo empezar por los
Primeros Padres.
Si la onfaloscopia
es un defecto o vicio, de algún modo tiene que estar ligado al pecado original.
Somos concupiscentes, soberbios, envidiosos etc. porque Adán lo fue primero.
Ahora bien, ni como vicio ni como virtud o hábito indiferente, ¿pudo el primer
Hombre contemplarse su propia cicatriz umbilical? ¿Acaso Adán y Eva gastaron
ombligo?
Si se averiguara que
la primera pareja fueron dos tripas lisas carentes de ombligo, el corolario
sería que la onfaloscopia no es pecado. Aunque sólo fuese por ese alivio de
conciencia, vale la pena estudiarlo.
Dejando de lado bibliografía
moderna, tipo Adam’s Navel, de Michael Sims (2003), el gran paleontólogo
y erudito Stephen Jay Gould exhumó un viejo libro escrito en 1857 por un
naturalista de lo más obtuso, Philip H. Gosse; libro titulado precisamente Omphalos.
¿El
Ombligo? Sí, pero no. El título completo es Omphalos: Un intento de soltar
el nudo geológico. He ahí el ‘nudo’, el ombligo como nudo gordiano, que
Gosse va a cortar, más que desatar.
¿Y qué pinta el
ombligo en un libro de paleontología y geología? Razonable pregunta. La tesis
del libro, en caricatura de Gould, es que «Dios puso los fósiles en las
rocas para engañar a los geólogos». Ellos ven los estratos, con sus
correspondientes fósiles, y la lógica humana les hace ver evolución donde no la
hay, porque Dios hizo el mundo ‘como si’, imitando una evolución de formas, aunque
todas las creó al mismo tiempo.
Y ahí entra en juego
el ombligo de Adán. Dos veces (pp. 89-90 y p. 334) lo pone como ejemplo de su
‘evolución instantánea’: Dios formó al primer hombre como adulto, pero con
todas las trazas del desarrollo propio de su especie. Por tanto, incluyendo la
cicatriz umbilical, testimonio de una vida fetal digamos implícita. (Es lo que él bautiza procronismo, acto previo a la temporalidad propiamente dicha
o diacronismo.)
Gosse, en vez de
hacer como que demuestra lo que sólo afirma, con igual o mayor razón pudo
argüir que Adán tuvo ombligo porque así lo pintaron siempre los mejores
artistas, trabajando para gentes de Iglesia. Y en efecto, cita largamente al
clásico médico inglés Sir Thomas Browne, que en su divertida miscelánea Pseudodoxia
Epidemica (1646), hablando de pinturas, tocó el tema umbilical y pictórico,
para defender lo contrario que Gosse: Rafael, Miguel Ángel y demás erraron
pintando a los Primeros Padres con un aditamento impropio de la sabiduría de
Dios, que no hace cosas inútiles ni superfluas. (¡Ya! ¿y las tetillas varoniles, Sir
Thomas?). Ya en otra obra anterior, la célebre Religio Medici (1634), el
autor se había referido a Adán como «el hombre sin ombligo». [1]
Según eso, arrojado
el nuevo hueso a la palestra científica, los mastines del pensamiento se dividieron
como siempre en dos bandos a muerte: umbilicistas y antiumbilicistas (de
umbilicus, ombligo en latín): partidarios los unos del ombligo
universal, y los contrarios haciendo excepción de tal accidente en el
Protoplasto y su Costilla.
Pero como es sabido,
los humanos casi siempre se unen ‘contra’ algo. Lo que quiere decir que los umbilicistas,
a su vez, se dividieron en escuelas rivales:
1. Umbilicistas
radicales. Para éstos, Adán gastó ombligo desde que fue formado, cuando el
Divino Alfarero dio el último toque a su obra imprimiéndole el pulgar en el
abdomen; y lo mismo a Eva. A su imagen y semejanza. (Lo cual, de paso, implica que
el propio Dios tiene ombligo. Y por la misma lógica, que Él es hermafrodita,
porque «a semejanza de Dios le creó, macho y hembra».)
2. Umbilicistas
moderados. Formado Adán sin ombligo, y lo mismo Eva, la primera pareja lo
adquirió como estigma de su pecado; bien en el instante mismo de la caída (co-umbilicistas),
o bien como maldición posterior (post-umbilicistas). Los primeros
(también llamados umbilicistas simultáneos) arguyen incluso que cuando
el Génesis habla de que Adán y Eva «se dieron cuenta de su desnudez», se
refería a dicha neoplasia abdominal, pues la desnudez genital ya la conocían.
En definitiva, el cuadro de opiniones quedaría
así:
Sólo como
curiosidad: san Jerónimo, en carta a su amiga y alumna la joven Eustoquio, le
explica que la Biblia usa eufemismos diferentes para nombrar los genitales. Así
ombligo en algunos textos sería el sexo de la mujer, como polo de
atracción sexual. Allá los psicoanalistas. [2]
Tampoco en el Talmud
veo nada. Consulto el ‘Preuss’, por supuesto. Si calla, es que no hay
nada que contar. Pero tampoco nos vamos de vacío, veamos:
1. Muy importante: el hebreo bíblico distingue entre el ombligo anatómico (shor)
y el ombligo como centro de algo ( ṭabbur), ‘ombligo del país’, ‘Bilbao, ombligo del mundo’. [3]
2. En el Abboth de Rabí Nathán hay un texto que alinea este sabio
entre los umbilicistas. Comparando macrocosmos y microcosmos –el Mundo con sus
componentes y el cuerpo de Adán– dice que las depresiones y concavidades
terrestres tienen su correspondencia en el ombligo del primer Hombre. [4]
3. Esto indica que la forma ‘normal’ de ombligo humano es la cóncava. De
ahí que los poetas judíos en desvarío amoroso, al llegarle su turno al ombligo
de la mujer amada, «lo comparan a una botella de vino» (¡?) [5]
No hace mucho, a propósito de los niños ‘Cambiazos’,
me refería aquí mismo a disertaciones académicas de los siglos XVII-XVIII, a menudo sobre
temas esotéricos, truculentos,
humorísticos y en todo caso divertidos; como eso mismo del trueco de bebés, las
estatuas parlantes o las travesuras de los duendes mineros.
No he visto ninguna a nuestro propósito. El
único impreso que en principio tomé por una de esas tesis me ha salido rana. Christian Reinhards fue médico y jurista germano-polaco, que con el tiempo
será abogado de Corte en el Principado de Sagan, en Schlessen. De momento, en
agosto de 1731, escribe en Camenz (Polonia), Investigación de la cuestión:
¿Si nuestros Primeros Padres Adán y Eva tuvieron ombligo? [6].
Con ese
título, me figuré que me daría el trabajo hecho. Nada de nada. Es un simple
panfleto de 20 páginas sin la menor gracia, resumiendo conocimientos anatómicos, más algún consejo de
higiene puerperal. El título es sólo un gancho. Ya mosquea el autor cuando
advierte al principio que «si alguien piensa que bromeo, sepa que no me voy
a enfadar por ello».
Para él, los inquilinos del Paraíso fueron
anónfalos, sin ombligo, ya que tampoco tuvieron cordón umbilical. Él da su
opinión sin acritud, allá cada
uno, pues no piensa enredarse «en otra Guerra de los Cien Años», ni perder tiempo en algo tan claro, así le quemen como a hereje: «¡Al infierno! Hinab zur Höll,
hinab zum Satanas!»
La
conclusión es desoladora: el primer
hombre que estrenó ombligo fue Caín. Así lo recuerda el impresor del panfleto
en unos versos estrambóticos, de intención moralizante. Una tomadura de pelo.
El
caso de Eva
Llama la atención que,
en un problema donde lo estético y lo erótico pesan tanto o más que lo
teológico, todos mis sesudos varones miran al ombligo de Adán, y ni uno repara en
Eva. Se comportan como unos antiguos, dando por supuesto que la mujer corre la
suerte del marido.
Si me es lícito opinar
–y sin que salga de la pantalla de este blog–aun admitiendo que Adán no
necesitó el ombligo para nada, de doña Eva no me atrevo a decir lo mismo.
Desde mi mesa de
trabajo, mirando por encima del ordenador, en la pared de enfrente tengo
colgado un díptico de la Primera Pareja, según Durero. Eva sin el ombliguito
queda horrorosa. Y si un pobre mortal como yo es capaz de apreciarlo, mucho más
el Creador. A la Sabiduría infinita no se les ocultaba lo humillante que habría
sido para la Madre común carecer de ese toque y acabado que hace el orgullo de
sus hijas. Conociendo además la condición femenina, bien sabía Dios que, de no
darle un ombligo a Eva, ella misma se lo habría pintado en el punto exacto, sin
titubeos, como quien se pinta un lunar.
Y aquí cumplo, aquí me
planto; como el autor de mi panfleto:
Und bis dahin geht unsre Plifcht,
Und weiter nicht.
_________________________
[1] Pseud.
epid., 5, 5; ed. S. Wilkin, London, 1835, vol. 3, pp. 99 y s.
[2]
Epist. 22, 11; PL 22: 401. A la inteligente hija de santa Paula debió de
parecerle edificante y muy interesante.
[3]
Cfr. Ezequiel 38:12. En esta acepción hablé del ónfalo de Delfos, a propósito
de ‘Oráculos’
[4] ‘Abboth
R. Nathan. A, cap. 31.
[5] Julius
Preuss, Biblical and Talmudic Medicine. J.
Aronson, 1994, p. 59.
[6] Christian Tobias Ephraim, Untersuchung der Frage : Ob unsere
ersten Urältern, Adam und Eva, einen Nabel gehabt? S. l. (Camenz), 1731, x
+ 20 pp.