En la primera parte de este artículo, a propósito del libro Babel o barbarie, hice intención de limitarme a sus títulos en español y vascuence, pues ni lo había leído ni pensaba hacerlo.
Pero la carne es flaca, y he mordido la manzana. Ahora sí, puedo decir con fundamento que ha superado mis expectativas con largueza, pues es bastante más indigesto que lo imaginado.
Y como la cosa ya no tiene remedio, mientras no se invente el arte de desleer lo leído, veré al menos si me alivio un poco el estómago con este comentario. Al autor no ha de molestarle, por aquello de que ‘hablan mal de uno, pero hablen’. Otros ya lo han hecho, para bien (Bujanda Arizmendi), o para menos bien (Fernández Gil, Plazaeme).
1. Savater. Entre tanto, Fernando Savater ha publicado ‘Babel sin barbaridades’, un artículo bastante positivo, aunque sin haber leído el libro, él tampoco. Y se nota. De haberlo hecho, comprobaría que él, Savater, es una de las bestias pardas para Baztarrika, junto con Arcadi Espada, Aurelio Arteta, Jorge de Esteban, Ruiz Soroa, Vargas Llosa etc., en suma, todos los que no ven en Babel el lugar ideal de encuentro para los humanos.
Más concretamente, de las dos categorías de autores ‘buenos y malos’ que distingue maniqueamente el libro, el primer ‘malo’ citado es precisamente Savater (pág. 35), el iconoclasta que un día escribió: «En política la verdadera riqueza es tener una lengua común».
A vuelta de hoja (pág. 37-38) vuelve a salir «el filósofo» de ‘Lamento por Babel’, valorado por Baztarrika en estos términos: «Por mucho que me empeño, me resultan incomprensibles las últimas palabras del fragmento de Savater…». Vaya, tampoco iba a recibir palmas un corifeo del tristemente célebre ‘Manifiesto por la Lengua Común’ (Madrid, 23-06-2008); un documento que «no es precisamente candor lo que rezuma», y a cuyos firmantes se pasa lista, del primero al último (pág. 101).
Que Baztarrika no le entienda, no debería preocupar a don Fernando, pienso yo, porque eso le ocurre a don Patxi con la mayoría de los textos que cita. Incluso algunos que alega como favorables a sus tesis, es porque los entiende al revés, como ocurre por ejemplo (pág. 100) con los de Antonio Tovar († 1984), que ni delirando habría aplaudido la política lingüística euscaldunizadora y normalizadora, practicada in crescendo, sobre todo a partir de la Ley de Normalización del Euskera (1982), con el diseño de 1986 y su concreción de 1989.
2. Etxenike. A propósito, dicha ley se promulgó siendo Consejero de Educación Pedro Miguel Etxenike, uno de los prologuistas de Babel o barbarie. No es criticable un prologuista por ser elogioso, ni un político por autocomplaciente. La verdad es que su prólogo tiene mucho de lo segundo y bien poco de lo primero. Y aun ese poquitín es tan anodino, como si el ilustre físico tampoco conociese la obra. Sospecha que se agudiza cuando Etxenike señala, como cualidad de la misma, la «inteligencia».
Esto último no lo dice en el mismo prólogo, insisto, donde autor y libro no pintan nada, porque don Pedro Miguel bastante tiene con recordarse a sí mismo y su legado político. Fue en el acto de presentación del libro donde el ex consejero insufló sobre él esa palabra, ‘inteligencia’. Una de las últimas de todo el diccionario que se le habría ocurrido a cualquier lector juicioso y desapasionado, para relacionarla con Babel o barbarie.
3. Religión del porque sí. Pero todavía hay otra razón para maliciar que se puede escribir prólogos hasta para libros en blanco. Y es cuando el profesor Etxenike sentencia: «La cuestión lingüística no se asemeja a la religiosa» (pág. 16). Sin entrar en ello, debo notar que una de las impresiones negativas que deja la lectura de Babel o barbarie es justamente el enfoque de sermón misionero para la captación de prosélitos y neófitos de una secta. Lingüística, pero secta. Y ello a pesar de que Baztarrika previene aquí o allá contra los excesos del radicalismo euscaldunizador. Aun entonces, o mejor entonces, se parece todavía más a un apóstol de una secta supuestamente moderada, en competencia frente a rivales más fanáticos. Pero qué digo yo, si es el propio autor el que adopta el paradigma religioso cuando recomienda «una euskalgintza laica» (pág. 287, luego lo vemos). En cuanto caes en la cuenta de ese paradigma solapado, a partir de ahí la lectura seria de Babel se vuelve imposible, de puro hilarante.
Hilarante sí, pero como el gas nitroso, que también anestesia y atonta. Son más de 400 páginas de buenismo, de noria o argumentación circular; de derechos del bilingüe y deberes del unilingüe, ahora en argumentación pendular, de cuadraturas del círculo para la convivencia simétrica y de desafío constante al principio de contradicción («es la diversidad lingüística lo que hace posible que los seres humanos nos comprendamos mutuamente»). La decisión está tomada, la sociedad así lo ha querido, la ley así lo manda: toca ahora a los unilingües castellanos dar los pasos más largos, «en bien de todos»…
Llega a ser penoso aguantar a un autor que jamás razona, como si el raciocinio le fuese extraño o le diese alergia. Toda su argumentación es de autoridad, como en la religión: de una parte, la ‘sociedad-ley’, que ya ha fallado en pro del euskera para siempre jamás; de la otra, los ‘sabios’ citables, los comités de expertos, abundando en lo mismo. Los consensos unánimes alcanzados entre no se sabe quiénes. Las opiniones contrarias se despachan como ‘prejuicios’. A los del otro extremo, a los grupúsculos exaltados, se les amonesta en términos que a menudo recuerdan las epístolas paulinas.
En el fondo de todo, en el santasantorun, está el fetiche del euskera, el axioma intocable, por irracional, del vascuence necesario porque es bueno, y mejor por las buenas, dado que es necesario. Francamente, mejor que esta pomada, es preferible la almohaza cruda del talibán. Con éste sabe uno a qué atenerse. Con Patxi Baxtarrika, depende de la página de su libro.
Lás páginas de Babel frisan a veces no se sabe bien si la simpleza o el cinismo; una frontera tan sutil, que podríamos dejarlo en simpleza cínica o simple cinismo. Como cuando toca el tema de la euskalgintza de marras. ¿Y cómo se come eso?
4. Euskalgintza: «Denominación que engloba a todo el conjunto de la actividad vinculada con el euskera. (Nota del Traductor)». ¡Hombre, no! Examinarse de perfil lingüístico en una oposición no es euskalgintza. El vocablo –otra ‘euskarakada’ de la neoparla– tiene su pequeña historia desde los años 60, y como suele ser en la jerga nacionalista, no tiene traducción neutral. Toda euskalgintza que se precie lleva en sí una carga de choque, de presión social ordenada a modificar hábitos a favor del euskera, en tanto que seña de identidad nacional vasca. Es lo que el autor llama con redundancia «euskalgintza social» (pág. 289). Degustemos esto, sobre esos ‘euskal-agentes’, auténticos ministros de la palabra:
Pero la carne es flaca, y he mordido la manzana. Ahora sí, puedo decir con fundamento que ha superado mis expectativas con largueza, pues es bastante más indigesto que lo imaginado.
Y como la cosa ya no tiene remedio, mientras no se invente el arte de desleer lo leído, veré al menos si me alivio un poco el estómago con este comentario. Al autor no ha de molestarle, por aquello de que ‘hablan mal de uno, pero hablen’. Otros ya lo han hecho, para bien (Bujanda Arizmendi), o para menos bien (Fernández Gil, Plazaeme).
1. Savater. Entre tanto, Fernando Savater ha publicado ‘Babel sin barbaridades’, un artículo bastante positivo, aunque sin haber leído el libro, él tampoco. Y se nota. De haberlo hecho, comprobaría que él, Savater, es una de las bestias pardas para Baztarrika, junto con Arcadi Espada, Aurelio Arteta, Jorge de Esteban, Ruiz Soroa, Vargas Llosa etc., en suma, todos los que no ven en Babel el lugar ideal de encuentro para los humanos.
Más concretamente, de las dos categorías de autores ‘buenos y malos’ que distingue maniqueamente el libro, el primer ‘malo’ citado es precisamente Savater (pág. 35), el iconoclasta que un día escribió: «En política la verdadera riqueza es tener una lengua común».
A vuelta de hoja (pág. 37-38) vuelve a salir «el filósofo» de ‘Lamento por Babel’, valorado por Baztarrika en estos términos: «Por mucho que me empeño, me resultan incomprensibles las últimas palabras del fragmento de Savater…». Vaya, tampoco iba a recibir palmas un corifeo del tristemente célebre ‘Manifiesto por la Lengua Común’ (Madrid, 23-06-2008); un documento que «no es precisamente candor lo que rezuma», y a cuyos firmantes se pasa lista, del primero al último (pág. 101).
Que Baztarrika no le entienda, no debería preocupar a don Fernando, pienso yo, porque eso le ocurre a don Patxi con la mayoría de los textos que cita. Incluso algunos que alega como favorables a sus tesis, es porque los entiende al revés, como ocurre por ejemplo (pág. 100) con los de Antonio Tovar († 1984), que ni delirando habría aplaudido la política lingüística euscaldunizadora y normalizadora, practicada in crescendo, sobre todo a partir de la Ley de Normalización del Euskera (1982), con el diseño de 1986 y su concreción de 1989.
2. Etxenike. A propósito, dicha ley se promulgó siendo Consejero de Educación Pedro Miguel Etxenike, uno de los prologuistas de Babel o barbarie. No es criticable un prologuista por ser elogioso, ni un político por autocomplaciente. La verdad es que su prólogo tiene mucho de lo segundo y bien poco de lo primero. Y aun ese poquitín es tan anodino, como si el ilustre físico tampoco conociese la obra. Sospecha que se agudiza cuando Etxenike señala, como cualidad de la misma, la «inteligencia».
Esto último no lo dice en el mismo prólogo, insisto, donde autor y libro no pintan nada, porque don Pedro Miguel bastante tiene con recordarse a sí mismo y su legado político. Fue en el acto de presentación del libro donde el ex consejero insufló sobre él esa palabra, ‘inteligencia’. Una de las últimas de todo el diccionario que se le habría ocurrido a cualquier lector juicioso y desapasionado, para relacionarla con Babel o barbarie.
3. Religión del porque sí. Pero todavía hay otra razón para maliciar que se puede escribir prólogos hasta para libros en blanco. Y es cuando el profesor Etxenike sentencia: «La cuestión lingüística no se asemeja a la religiosa» (pág. 16). Sin entrar en ello, debo notar que una de las impresiones negativas que deja la lectura de Babel o barbarie es justamente el enfoque de sermón misionero para la captación de prosélitos y neófitos de una secta. Lingüística, pero secta. Y ello a pesar de que Baztarrika previene aquí o allá contra los excesos del radicalismo euscaldunizador. Aun entonces, o mejor entonces, se parece todavía más a un apóstol de una secta supuestamente moderada, en competencia frente a rivales más fanáticos. Pero qué digo yo, si es el propio autor el que adopta el paradigma religioso cuando recomienda «una euskalgintza laica» (pág. 287, luego lo vemos). En cuanto caes en la cuenta de ese paradigma solapado, a partir de ahí la lectura seria de Babel se vuelve imposible, de puro hilarante.
Hilarante sí, pero como el gas nitroso, que también anestesia y atonta. Son más de 400 páginas de buenismo, de noria o argumentación circular; de derechos del bilingüe y deberes del unilingüe, ahora en argumentación pendular, de cuadraturas del círculo para la convivencia simétrica y de desafío constante al principio de contradicción («es la diversidad lingüística lo que hace posible que los seres humanos nos comprendamos mutuamente»). La decisión está tomada, la sociedad así lo ha querido, la ley así lo manda: toca ahora a los unilingües castellanos dar los pasos más largos, «en bien de todos»…
Llega a ser penoso aguantar a un autor que jamás razona, como si el raciocinio le fuese extraño o le diese alergia. Toda su argumentación es de autoridad, como en la religión: de una parte, la ‘sociedad-ley’, que ya ha fallado en pro del euskera para siempre jamás; de la otra, los ‘sabios’ citables, los comités de expertos, abundando en lo mismo. Los consensos unánimes alcanzados entre no se sabe quiénes. Las opiniones contrarias se despachan como ‘prejuicios’. A los del otro extremo, a los grupúsculos exaltados, se les amonesta en términos que a menudo recuerdan las epístolas paulinas.
En el fondo de todo, en el santasantorun, está el fetiche del euskera, el axioma intocable, por irracional, del vascuence necesario porque es bueno, y mejor por las buenas, dado que es necesario. Francamente, mejor que esta pomada, es preferible la almohaza cruda del talibán. Con éste sabe uno a qué atenerse. Con Patxi Baxtarrika, depende de la página de su libro.
Lás páginas de Babel frisan a veces no se sabe bien si la simpleza o el cinismo; una frontera tan sutil, que podríamos dejarlo en simpleza cínica o simple cinismo. Como cuando toca el tema de la euskalgintza de marras. ¿Y cómo se come eso?
4. Euskalgintza: «Denominación que engloba a todo el conjunto de la actividad vinculada con el euskera. (Nota del Traductor)». ¡Hombre, no! Examinarse de perfil lingüístico en una oposición no es euskalgintza. El vocablo –otra ‘euskarakada’ de la neoparla– tiene su pequeña historia desde los años 60, y como suele ser en la jerga nacionalista, no tiene traducción neutral. Toda euskalgintza que se precie lleva en sí una carga de choque, de presión social ordenada a modificar hábitos a favor del euskera, en tanto que seña de identidad nacional vasca. Es lo que el autor llama con redundancia «euskalgintza social» (pág. 289). Degustemos esto, sobre esos ‘euskal-agentes’, auténticos ministros de la palabra:
«A mi parecer, el cometido principal… de la euskalgintza social consiste en la socialización del euskera y del poder de atracción de cuanto en esa lengua se produce… Se debe dar con la manera de hacer sentir a quien vive alejado del euskera que se está perdiendo algo que merece la pena…»«Socializar el euskera…». ¿Les suena eso? Tal vez les traiga malos recuerdos. O tal vez sea una forma rara de contrarrestar la «socialización del dolor», tan decantada. Porque luego, tras ese lenguaje propio de un manual para visitadores a domicilio, sorprende el candor con que se invita a la «izquieraa abertzale tradicional» (sic!) para que en su tradicional euskalgintza se abstenga de cosechar réditos partidistas, más allá de la promoción apolítica del euskera, que es de todos y de nadie (págs. 286-288). Vendedores sin comisión, oiga. Por amor platónico al euskera. ¿Quién dijo que en este país hay conflicto? (Y a todo esto, no he tenido la suerte de hallar en todo el libro algún kontseilua (consejo) de moderación dirigido precisamente al Kontseilua, ese ente inquisitorial y sombrío que tanto los necesita.)
5. Euskaldunes pasivos. Me gustaría terminar con algún comentario relajado y empático, como es mi inclinación. Lo que ocurre es que el humor, como la lógica, en este libro de Baztarrika es como la sangre por las venas de Drácula, «un material demasiado precioso y escaso». Por eso he de conformarme con una idea que lo mismo puede dar risa que enfado, incluso ambas cosas. Me refiero al papelón social reservado a dos categorías de ciudadanos en esta nueva etapa de la epopeya revitalizadora del Eusko-Nosferatu: los chapurrantes, pero sobre todo los bilingües pasivos o pacientes.
No se diga que no tiene gracia, esa gran mayoría de dos tercios de ciudadanos, hoy por hoy distraídos en su búsqueda egoísta de la felicidad individual monolingüe castellana, pero mañana convertidos a la convivencia solidaria. ¿Cómo así? Convirtiéndose en oyentes de los vascoparlantes y vascochapurrantes. Dedicando su precioso tiempo a la noble tarea de escuchar y escuchar, a ser posible por relevos, para que el euskera siempre tenga quien lo escuche.
¿Escuchar, qué, cómo? El buen euskaldún pasivo es aquel que, venciendo la tentación fácil de las televisiones estatales o la de ETB-2, se engancha a la ‘audiencia’ (como dicen ahora) de las cadenas autonómicas ortodoxas.
Ahora bien, si de veras quieren hacer euskalgintza patriótica, en tal caso el Señor les llama por otro camino: escuchar a los euskaldunes activos.
Convidados de piedra, deberán mantener la boca cerrada, pues el uso del castellano introduce desequilibrio en desfavor de la lengua débil. Y si no llegan a entender lo que se dice, porque no saben bastante euskera, o porque el orador lo habla mal, no desmayen. Algún día (dentro de 1.600 horas, según los expertos) empezarán ellos también a soltarse, primero como chapurreantes, luego como proficientes, y por último como perfectos y disertos euskaldunes.
Hablo de los 2/3 de pasivos que arrojan las encuestas globales. En Bilbao los que no saben hablar vascuence son abrumadora mayoría. ¿Entonces? Mejor que mejor. Ahora que urge la promoción turística de la villa, imaginemos el gancho del espectáculo en el Arenal, en Moyúa, en la Plaza Nueva... Como en la ‘Isla de los pingüinos’ de Anatole France, multitudes de bilbainos silenciosos y atentos a los San Maeles que les predican en la lengua sagrada.
Vale la pena. Como dice ‘Babel, el caos’,
«Si la cuestión del euskera es, fundamentalmente, la convivencia lingüística…, es obligado que toda la sociedad se ponga de acuerdo en torno al proceso de revitalización del euskera… A los monolingües se debe pedir que den pasos hacia el bilingüismo, en interés propio y de todos, en interés de la cohesión social.»Conclusión: El nudo del problema es que aquí todo el mundo habla el español o castellano. Es esa ausencia de Babel en este país la que nos empobrece. Mientras queden castellanos sordos para el vascuence, el euskaldún no puede ‘vivir euskeraz’ a tiempo completo, porque a las veces no tiene quien le escuche.