lunes, 25 de enero de 2016

La bula de Pablo y Pedro



Bula es palabra que todo el mundo conoce. ¿Sabe igualmente todo el mundo lo que significa? Para muchos es ‘privilegio’, ‘licencia especial’: tener bula para algo. La gente mayor sabemos que esta expresión viene de la Bula de Cruzada: privilegio papal al pueblo español, concediendo varias gracias a cambio de varias cosas, entre ellas dinero por vía de limosna entregada a la Comisaría de la Bula. De todo aquel dinero, sumas enormes, la parte del león era para la Iglesia, a repartir entre la Santa Sede y el Comisariado español. El resto, por concesión del Papa,  se lo quedaba la Corona.
Las gracias o bulas más populares eran:
  1. Bula de difuntos. Para sacar del purgatorio almas de seres queridos.
  2. Bula de carne. Dispensa de abstinencias.
  3. Bula de composición. Para quedarse con bienes ajenos, retenidos de buena fe, si no constaba el verdadero dueño a quien devolverlos.
Esta última bula y la de carne eran las más escandalosas, o al menos las más criticadas por los extranjeros, tanto protestantes como católicos. Fuera de eso, ¿qué es exactamente una bula? Del Diccionario de la R. Academia extracto estas acepciones:
bula Del lat. bulla.
1. f. Documento pontificio..., expedido por la Cancillería Apostólica y autorizado por el sello de su nombre u otro parecido...
3. f. Sello de plomo que va pendiente de ciertos documentos pontificios y que por un lado representa las cabezas de san Pedro y san Pablo y por el otro lleva el nombre del papa.
4. f. Distintivo, a manera de medalla, que en la antigua Roma llevaban al cuello los hijos de familias nobles hasta que vestían la toga.
5. f. desus. burbuja.
Sin discutir aquí el acierto de las definiciones, yo diría que, para entender bien lo que significa bula, las acepciones debe leerse en orden inverso, de la 5 a la 1. Porque bulla en latín significa burbuja (5), como también bola, más o menos aplastada, en forma de medalla. Como la que se imponía en Roma a los chicos de buena familia etc. (4). De ahí, el sello de plomo que va pendiente de ciertos documentos pontificios etc. (3). Y de ahí, finalmente, el propio documento pontificio…, autorizado por dicho sello u otro parecido (1).
Afinando un poco, la bula-sello de documentos solemnes no era exclusiva de la cancillería papal, ni era siempre de plomo. Hubo también bulas imperiales, como hubo bulas de oro. La Bula de Oro del emperador germánico Carlos IV (1356) fue la constitución fundamental del Sacro Imperio desde el final de la Edad Media.
Con esto entramos en materia: las bulas-sello pontificias, y su novísima emisión aquí en España.
Aunque vamos a contemplar un objeto cristiano, no olvidemos su origen pagano: amuletos contra el mal de ojo (fig. 1); amuletos de buena ventura, como uno etrusco con el genio de alas doradas, también llamado Fatum subridens, el ‘Destino sonriente’ (fig. 2). La celebrada sonrisa etrusca, un poco lela, ahí la tienen.

 
Pagana fue también la costumbre de emparejar figuras en una misma medalla conmemorativa; por ejemplo, los Dióscuros (Cástor y Pólux), o las testas enfrentadas del César y su Augusto, etc. Esto último lo cristianiza la iglesia, emparejando en medallas o bulas a los apóstoles Pedro y Pablo, ya desde el siglo IV. No se sabe el uso de estas medallas, tal vez amuletos religiosos que se vendían a los peregrinos en Roma.
Desde muy pronto en la Edad Media, la cancillería papal adoptó ese formato para los sellos de sus documentos más importantes. Estas bulas de plomo o de cera (según la importancia) iban sujetas al pergamino con cordón de cáñamo o de hilos de seda rojos y amarillos (fig. 3).
La bula-sello, por el reverso, lleva el nombre del papa. Pero lo más peculiar es el anverso, troquelado con las cabezas de ambos apóstoles mayores, Pedro y Pablo. Curiosamente, Pedro cediendo su derecha a Pablo –dicen que por humildad–. Los dos se presentan como retratos convencionales: Pablo calvo o con poco pelo y barba apuntada; Pedro en cambio, con cabellera y barba ensortijadas. Entre los dos hay una cuz. Encima, la inscripción SPASPE: o sea, S(an) PA(blo) - S(an) PE(dro), para que no haya duda de quién es quién.
Las dos cabezas típicamente se rodeaban de sendos collares de puntos, como se ve en la figura. Y no era tontería: como el rayado en los billetes de banco, aquí los puntitos, su número y disposición con otros detalles, han servido para detectar bulas falsas. No todas, desde luego. No las muchas que ya salían falsas de origen, de la propia cancillería papal con sus oficinas paralelas, pues el negocio movía muchísimo dinero, y por tanto había oficiales corruptos, buladores burladores.
Con estos criterios bien amarrados, ya estamos en condiciones de decidir si la emisión de bulas producida en España la semana pasada tiene visos de autenticidad, o puede tratarse de una falsificación. En favor obra la posición preferente de Pablo con respecto a Pedro, como también los collares de puntos. Lo demás es como el juego de los Siete Errores. Sospechoso es que Pablo no sea calvo, pero también es verdad que ni el Nuevo Testamento, ni los los Hechos de Pablo (apócrifos), ni tampoco las Clementinas con las Actas de Pablo y Tecla, niegan tajantemente que el Apóstol usara jamás peluca con coleta. Como tampoco es de fe que san Pedro nunca se afeitó.
Si de la bula-sello pasamos a la bula-documento, aquí sí parece más claro que podría tratarse de una bula-bola, que el delantero SPA quiere colar en la portería de su colega SPE, y no precisamente en la celestial. Tres ministros y otras tantas ministras –una de ellas con su rorro–, todos y todas al bollo, es mucha bola para un portero a la suya, ensimismado buscándose el ombligo que no tiene.
Recordemos también: no todo en las bulas se reducía a chollo y bollo. Las temidas bulas de excomunión, por ejemplo. Una de las más famosas, la que dedicó el papa León X a Lutero (1520). Otra, la que tenemos entre manos: el dueto SPASPE descomulgando a Mariano Rajoy Vaderretro, con todas sus PomPas y vanidades.
De Lutero se dice que quemó su bula. Desde entonces, la sátira protestante se cebó en la etimología del término: bulla = burbuja, pompa y vanidad. Bulla, bullanga, ruido. Bola, bulo, bolo, bollo, francobollo y demás... Aquel fraile dominico Tetzel, vendedor de bulas, pasó a ser el bulero-bolero… DRAE: bolero, de bola. 1. Que dice muchas mentiras; 3. Novillero (persona que hace novillos).
¿Y Rajoy? ¿Qué hace Rajoy? Por de pronto, novillos, como suele. Es su estrategia, que esta vez puede llamarse también táctica. Don Mariano es flemático –no como el Doctor Martín–, y no quema la bula, sea o no falsa. Sin leerla, la devuelve al remitente y listo, él a quemar otro puro, «yo no renuncio a nada».
(No renuncia. ¿Así que no tiene a nadie, no conoce a una sola persona de su confianza, a quien pasar el testigo? Pues muy preocupante. Por cierto, ¿alguien ha investigado la frecuencia del pronombre ‘yo’ en boca de Rajoy? A mí me suena que alta. Lo mismo que el adverbio ‘absolutamente’, siempre enganchado al ‘yo’ como a bestia de tiro. Todos o la mayoría de políticos son yoístas, pero los hay que se pasan).
En suma, que todos boleros. Algunos incluso escarabajos boleros.  España, por bulerías. Todo tan hueco.





miércoles, 20 de enero de 2016

Simeón y su larga escuela


(Conclusión de ‘San Simeón Estilita’)
Los dos Simeones, el Viejo y el Joven

A todo esto, poco dije del propio Simeón. Y habiendo prometido hablar de él, bueno será tenerlo de cara porque,  persona bonísima, fue de esos santos irascibles, no por vicio capital sino por temperamento colérico, según sus hagiógrafos.
Su historia contada por Teodoreto se encaja en todo un retablo de santones sirios, más algunas ascetas femeninas de menor relieve.
«Figuras casi todas de baja extracción, cuya vocación monástica pudo ser también rechazo de un mundo socialmente ingrato. A menudo son personas desaseadas e incultas, y los hubo que, consagrados desde muy niños, jamás conocieron otra forma de vida. El maestro de Simeón, Heliodoro el Admirable, encerrado en el convento ¡desde los tres años!, se jactaba de no haber visto en su vida un gallo o un puerco…» [1]
Simeón no fue de los que se hacían monjes huyendo de la miseria, pues desde niño tuvo a su cargo el rebaño familiar y a la muerte de sus padres hereda fortuna. No se sabe si entendía el griego y bien pudo ser analfabeto. Su formación religiosa no pasó de rudimentaria. Su idea del ascetismo fue torturarse sin límite, imitando y superando en lo posible a los modelos de la devoción popular. Lo más parecido a lo suyo era el atletismo, y no porque yo lo diga, que jamás me atrevería. Teodoreto mismo, que designa el monasterio como palestra,  llama a su héroe ‘sufridor pentatleta’. Pentatlón a lo divino, pero sobre la misma base de sufrimiento físico que el deporte olímpico. Simeón fue un  campeón sufridor toda la primera mitad del siglo V, hasta su muerte en 459.
‘Atletas’ fue la palabra griega aceptada incluso en arameo y siríaco para designar a los mártires. Ahora que no hay mártires, ni más persecuciones que las de cristianos entre sí o contra un paganismo vestigial, los monjes hacen propaganda de sí mismos y su vida sacrificada, como ‘el nuevo martirio’ y atletismo. Y así como hubo mártires decapitados, desmembrados, crucificados, asaeteados, asados y torturados de cien modos, también el nuevo martirio atlético se especializa. Continencia y abstinencia son cosa elemental, ejercicios de calentamiento. La auténtica carrera atlética puede elegir entre la privación de alimento (ayuno) o de sueño (agripnia) [2]. Tuvo su moda también el emparedamiento (inmuratio), la  estación vertical (estasis), de pie sin apoyo, etc. Los propios monjes, pagados de su esfuerzo –o a lo menos del de sus colegas campeones, como ocurre entre seguidores deportivos–, se jactan de su martirio como más duro que el de los antiguos mártires, que despachaban pronto, mientras que ellos agonizan toda la vida.
Este orgullo, junto con su inconformismo social, les lleva a erigirse en grupos de presión y choque si alguien les sabe manejar, arremetiendo contra lo que no les gusta: ermitas paganas o sinagogas judías,  supersticiones, juegos y espectáculos; o contra monjes rivales (véase el alegato de Libanio al respecto). También tomando partido en disputas religiosas, que ni entienden, y en debates de concilios para intimidar a la minoría disidente.
Por supuesto, hubo núcleos monásticos cultos, y exponente de ello es el propio Teodoreto. El citado jesuita Delehaye, no sin cierta malicia, propone una pista orientativa: los nombres sirios y semíticos en general serían más bien de palurdos, y los griegos de gente educada. (Aquí funciona: Simeón es nombre semita, Teodoreto es griego.)
Junto a las historias tremendas de reclusos y reclusas, voluntarios sepultados en vida, hay otras de exhibicionismo en vivo y en directo. Algunas parecen inspiradas en los tormentos del infierno mitológico. Así, en la historia 28ª de Teodoreto topamos con Teleleo, un hombrachón que se inventa una jaula en forma de tambor entre dos ruedas de carro, colgada de un patíbulo, y allí se mantiene quieto diez años, las rodillas clavadas en el mentón, en posición fetal. Un hueso a repartir entre la hagiografía y la psiquiatría.
A este género aparatoso pertenecen las historias de estilitas, empezando por el primero en la serie oficial, Simeón el Viejo, o el Grande (h. 388- 459), famoso por haber vivido sus últimos casi 40 años encaramado en lo alto de una columna o pilar. He aquí su presentación por Teodoreto:
«Al célebre Simeón, la gran maravilla del mundo, le conocen todos los súbditos del Imperio Romano [= Bizantino], pero también los persas, medos y etíopes, y hasta los nómadas escitas ha corrido su fama... Y aunque tengo como testigo como quien dice a la humanidad entera, todavía me preocupa que mi relato pueda parecer a los hombres del mañana una novela. Aquí están pasando cosas que superan a la naturaleza humana…»
La reserva no era ociosa. Simeón andaba en boca de todos, pero no todo el mundo le tomaba en serio. Teodoreto se expresa como un entusiasta para entusiastas, y lo mismo cuando describe la marea humana:
«A su fama acude gente de todas partes, semejando los caminos ríos confluentes en aquel mar humano. Y no sólo de nuestro estado, también ismaelitas, persas, armenios súbditos de Persia, iberos (de Georgia), homeritas y de más lejos. También muchos del lejano oeste: hispanos, bretones y galos, por no citar a italianos. Dicen que en Roma la Grande es tan famoso este hombre, que en todos los pórticos de los foros tiene pequeñas imágenes, como amuletos protectores»
Simeón en su atalaya
A todo esto, Simeón no debutó como estilita, sino a ras de suelo. Expulsado de su monasterio (por celos profesionales de unos colegas ‘atletas’ peor dotados), en 412 es recibido en otro convento, unas 15 leguas al E. de Antioquía, al pie de Telenisa. «¡Regalo del cielo!», se frotaba las manos el abad. Y cuando el recién llegado solicita vivir aparte en lo alto de la colina, en un recinto murado, el buen superior accede al capricho de un asceta tan prometedor y tan maloliente.
Una vez instalado allí, como en un corral cercado por un muro o barda –la mandra–  , el santo se ancló a una gran piedra por el tobillo derecho con una cadena de hierro, consistiendo su ejercicio en procurar mantenerse de pie y despierto el mayor tiempo posible durante cuaresmas enteras de ayuno. La gente, obviamente, acude al espectáculo. Alguien le persuade para no dar que decir con aquel amarre. Un herrero rompe la argolla, y se le retira un manguito protector de cuero entre el hierro y la piel. Pues bien,
«al desgarrar el cuero cosido… aparecieron más de veinte chinches gordas escondidos debajo. Menciono el detalle –explica el biógrafo– como nueva muestra de la resistencia de este hombre, que pudiendo pellizcar el cuero con la mano y aplastar las chinches sin dificultad, prefirió aguantar sus picaduras molestas, amigo de entrenarse en lo pequeño para mayores combates.»

¿Estaba ya allí la columna esperando al héroe? No, según Teodoreto, pero vaya usted a saber. Según él, los devotos se agolpaban para tocar el nuevo santo y arrancarle jirones de la pelliza. La barda no basta para proteger a Simón que,
«molesto por ello, discurre subirse a lo alto de una columna. Primeramente mandó labrarla de 6 codos, luego de 12, más adelante de 22 codos, y en la actualidad mide 36. Porque aspira a volar al cielo y alejarse de esta vida terrenal.»
Tal explicación es poco convincente y no se ve confirmada en otros documentos . El propio Teodoreto da pie a la duda cuando añade, a la defensiva:
«Yo supongo que esta situación no se ha producido sin plan divino. Y así a los que critican les recomiendo refrenar la lengua y no hablar por hablar… La novedad del espectáculo garantiza la enseñanza, y el que viene por curiosidad se va instruido en las cosas de Dios… Tal es el beneficio de esta columna denostada por lo burlones…»
En vidas de santos se repite mucho la misma historia del acoso de los devotos, y siempre lo lógico es la retirada a un escondite. A ninguno se le ocurre plantar una columna. De hecho, la Vida de San Simeón en siríaco no da esa razón, y más que la columna en sí, al biógrafo le interesa dar la lista de milagros que iban asentando la fama del estilita.
La devoción popular funciona así. Lo que se buscaba en los santones no eran sus extravagancias, sino la solución de problemas. Sin curaciones, sin embarazos, sin lluvia, buenaventura, profecías cumplidas, el espectáculo cansa pronto. Taumaturgos a ras de tierra los había por todas partes. El salto a la fama –que tampoco sería mundial de la noche a la mañana– se explica mejor suponiendo que la columna era el reclamo, la seña de identidad. Escuchada la cuita, el santo pasaba a hacer su verdadero trabajo: sembrar el bien en las almas.
En toda Siria, lo que sobraban eran columnas, como en todas partes del mundo grecorromano. ¿Por qué tenía que faltar una en un altozano conocido como Telaniso, la ‘Colina de las Mujeres’? [3]  Nombre sugerente para un santuario pagano de culto femenino, orgiástico, en torno a un pilar fálico. Lugar que Simeón ocupa y cristianiza.
Esto explicaría también la conveniencia de retocar aquel sustentáculo, que en principio medía unos 2,7 m. de altura solamente. Lo suficiente para dejarse ver por encima de la cerca, sin que el público invadiese el recinto de la mandra [4].
La reforma afectaría sobre todo al extremo superior, no sólo por obsceno (si era un falo) sino por impracticable. La tradición hablará del ‘moyo’ (modio), representado en lo iconos como una oquedad en el lugar del capitel, donde se instala el estilita. Su vista nos recuerda el ‘nido’ del estilóbata de la diosa Atargatis, según Luciano.
Aparcando, pues, de momento a Teodoreto, la Vida siríaca (escrita en 473, fresca todavía la memoria) dice que Simeón, con permiso del abad, se instaló en un sombrajo sobre un pilar de poca altura. Allí viene a visitarle la celebridad, y es entonces cuando el santón tiene la humorada de ir elevando su columna, bien para estar cada vez más cerca de Dios, o simplemente, al aumentar el gentío, para ser visto más de lejos.
La misma Vida dice que el último deseo de Simeón fue tener un pilar de 30 codos (unos 13,3 metros), todo  de una pieza, pero no se pudo hacer. Perplejo el santo, se conformará con otro de 40 codos (cerca de 18 m), con el fuste partido en tres tambores iguales, en honor de la Santa Trinidad. De éste sería la base conservada, muy maltratada. El resto, dicen, se fue en reliquias o recuerdos de viaje.
Los primeros testimonios escritos y gráficos se refieren a una columna o pilar macizo, con el santo a la intemperie sin bajar nunca de allí, accesible mediante una escalera de mano de quita y pon. Otros en cambio figuran una columna hueca, a modo de torre con aspilleras correspondientes a un husillo o escalera de caracol. Allí se ofreció Simeón el Grande en espectáculo, con horario de visitas (masculinas) y tiempo dedicado a devociones. La más aparatosa, una especie de reverencia o metánia repetida indefinidamente, muy de estilo oriental, pero que en su caso excede lo creíble. Volvamos con Teodoreto:
«Para mí, lo más admirable es su aguante. Noche y día se tiene en pie a vista de todos... , espectáculo nuevo y sorprendente, una veces quieto largo tiempo, otras encorvándose con agilidad en adoración a Dios. En cada inclinación, su frente se acerca a las puntas de sus pies. Esa facilidad del espinazo para encorvarse se explica porque el estómago sólo recibe alimento, y ese escaso, una vez por semana. Muchos del público incluso van contando a coro sus inclinaciones. Uno de mis acompañantes contó hasta 1.244 seguidas, cuando distraído perdió la cuenta.»
Claro que, humano al fin, pagó tributo a la flaqueza del cuerpo, contrayendo un edema espantoso de pies y piernas, hasta reventarle una úlcera supurante crónica, pero que no le hizo desistir de «su filosofía».
A cierto visitante le sucedió como a nosotros, que expresó dudas sobre la naturaleza humana o incorpórea de semejante visión. El santo hizo arrimar la escalera e invitó al curioso impertinente a subir a la columna y comprobar por sí mismo a ojo y al tacto el estado deplorable de aquel cuerpo maltratado, pero también le hizo demostración de que comía. En fin:
«En las fiestas principales ejecuta otro alarde de resistencia física. De sol a sol, toda la vigilia nocturna la pasa a pie firme y con los brazos levantados al cielo, ni tentado de sueño ni vencido de fatiga.»
Esto en cuanto al ‘pentatlón’. Pero todo este aparato y su propaganda era sólo el reclamo para lo más importante. Desde su columna, el estilita pasa de lo privado a lo público, metiéndose en política religiosa y civil como un profeta. Dicta cartas que envía a grandes de la tierra en Oriente y Occidente. Entre sus corresponsales se recuerda a Santa Genoveva, la amable protectora de París. Teleniso es un oráculo mundial.
De hecho, Simeón se convierte en personaje cuando la Corte imperial toma cartas en el fenómeno y decide instrumentalizar al santón excéntrico y la institución que se ve venir, pues un discípulo, un tal Daniel, ya se entrena y se postula para sucederle.
Es la época de la controversia agria sobre la naturaleza única o doble de Cristo. Lo más alambicado de la teología bizantina coincide con el personalismo y la bandería. No se dice, «creo en esto, creo en lo otro» , sino, «creo con Cirilo; creo contra Nestorio».  La bandera de la ortodoxia la tiene el Concilio de Calcedonia (451), convocado por el emperador Marciano ante la desazón de León, el papa de Roma, que ve venir nueva herejía. Los disidentes de Calcedonia forman el bloque de iglesias monofisitas. Ambos bandos se disputan a Simeón y ponen en circulación cartas a su nombre. Se decía, por ejemplo, que Teodoreto con su visita y zalemas al santo traía la misión de atraerle al partido imperial, o de Calcedonia.
Qalat Samân - Basílica cuádruple y Martyrion central 
La muerte del primer estilita oficial fue una apoteosis. De inmediato, la Iglesia y la Corte del emperador Zenón toman medidas para la erección de un monumento colosal, el mayor templo de la cristiandad, cuyas ruinas todavía nos dejan pasmados. Cuatro basílicas en cruz griega convergen en un octógono llamado el ‘martirio’, porque en su centro se levanta lo poco que queda de la famosa columna. Todo ello en un complejo monástico sobre una terraza con vista espléndida al río Orontes y al Líbano septentrional.


El complejo de Qalat Semán (Alcalá de Simeón), cuya ruina actual debe ser comparada con su descripción en los Edificios de Procopio,  guarda misterios. En especial, todavía se discute si el martirio octogonal del crucero tuvo o no bóveda u otro tipo de cubierta, o si ex profeso se dejó a la intemperie, tal como estuvo la mandra con la columna del Santo.

Los epígonos estilitas
Hemos citado al primero de ellos, san Daniel (409-493), asceta duro pero moderado. Establecido en Constantinopla, fue en cierto modo el primer estilita cortesano, aunque con buen acuerdo evitó mezclarse en la política bizantina.
Simeón el Joven con el culebro (Plata- Louvre)
Recordemos también a san Simeón Estilita el Joven (521-592). Su vocación fue asumida por su madre, santa Marta, que decidió convertirle no sólo en tocayo sino en sosias de su epónimo el Viejo, haciéndole iniciar su carrera siendo un niño de cinco años, en el Monte Admirable, cerca de Seleucia Pieria, puerto marítimo no lejos de Antioquía. Fue igualmente sanador y milagrero. Cuando se les pinta juntos a los dos Simeones, el joven se identifica por un extraño atributo: una culebra al pie da la columna o abrazada a ella. Era un ofidio macho, que en representación de su hembra recurrió al santo para exponerle problemas de fecundidad. El extraño caso revela la mentalidad subyacente a estas leyendas.
Ya con Daniel, pero ahora más con el nuevo Simeón, el estilitismo se institucionaliza y, por ejemplo, en la iglesia los monjes cubren los oficios divinos subidos en pedestales, como otros ocupan sitiales.
La lista se alarga en los siglos, en Oriente, hasta los siglos XVIII-XIX en la Iglesia eslava, según Delehaye. En Occidente en cambio este género de ascetismo fue raro, aunque no desconocido. En España, ya hable de un monumento castellano que en mi opinión es el más completo del mundo en relación con el estilitismo. Se trata de la ermita mozárabe de San Baudel, en Casillas de Berlanga (Soria).
No tengo a mano la monografía de Delehaye. Sólo diré que este autor, sin haber conocido en absoluto el monumento soriano, da una descripción exacta de sus elementos esenciales, como si estuviese interpretando su uso por algún desconocido estilita del siglo X-XI. El texto en cuestión trata de uno de los estilitas más célebres, san Lázaro el Galesiota, o de Monte Galesio (al N de Éfeso), el cual floreció precisamente a principios del siglo XI –contemporáneo, por tanto, de nuestro supuesto soriano. La coincidencia tampoco sería extraña, considerando el flujo de influencia oriental en la religiosidad hispana.
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[1] Cfr. Las máscaras del santo. J. Moya, Madrid, Espasa, 2000, pág. 300.
[2] En Constantinopla existió una orden de ‘acemetas’ (los que no se acuestan), que combinaba ambas cosas, sólo que por turnos: mientras una parte de la comunidad reza en pie en la iglesia, los demás descansan o trabajan.
[3] Tel Nesín, en siríaco: una lectura e interpretación muy probable.
[4] Mándra en griego significa aprisco o redil de ganado, y la cerca que lo rodea. Por extensión se aplicó a la clausura monástica y al monasterio en general. De ahí archimandrita, el jefe de la mandra. La mandra de Simeón era su clausura y espacio de respeto, donde sólo accedían sus sirvientes y las visitas admitidas, exclusivamente del sexo masculino.




martes, 5 de enero de 2016

San Simeón Estilita



Hoy 5 de enero se celebra la memoria de san Simeón el Viejo (m. 459), llamado el Estilita porque vivió la primera mitad del siglo V encaramado en una columna.
Estilita en griego es lo mismo que ‘columnista’; y aunque Simeón era un campesino semita oriundo de Cilicia y posiblemente desconocía el griego, la primera noticia suya la dio al mundo culto su paisano Teodoreto, como testigo de vista, dedicando un capítulo de su Historia Filotea a  «Simeón, la gran maravilla del Mundo», todavía viviente cuando él escribe (h. 440/444). De hecho, el capítulo abierto se completó más tarde.
¿Pero hubo un Simeón Estilita? No. Hubo al menos dos, el Viejo y el Joven. Por lo demás, estilitas hubo muchos, algunos de ellos recibidos en el santoral. Hombres y mujeres. Cristianos, y también paganos. Toda una tradición literaria.
Luciano y los falóbatas de la Diosa Siria
Tradición que empezó por lo que podría ser una broma del satírico humorista Luciano de Samosata (h. 120- h. 200). Una especialidad de las suyas era parodiar a escritores antiguos, y un blanco de su sátira fueron las Historias de Herodoto. Remedando su estilo y forma de narrar, a Luciano le viene a la cabeza lo que él sabía y lo que se contaba del culto a la Gran Diosa Siria Atargatis, la Madre de los Dioses, identificada con Cibeles y conocida también como la Hera/Juno Asiria. Sus sacerdotes, como en tantos cultos orgiásticos orientales de Frigia, Lidia, Samotracia, eran ‘galos’: varones castrados, incluso mutilados por su propia mano y travestidos. Los cuales curiosamente oficiaban en el atrio, sin pisar el interior del templo.
 Atargatis en su trono de leones,
con su paredro Hadad en trono de toros
(Yale University Art Gallery)
El resultado de aquella remembranza y fantasía lucianesca fue el ensayo titulado ‘La Diosa de Siria’, , divertido pastiche lleno de informaciones y chismes, «unos hieráticos (o reservados), otros públicos», sin excluir las ocurrencias del propio narrador.
El santuario en Hierápolis del Éufrates (Mabbog o Manbiy, Siria, 80 km al NE de Alepo) era de los más visitados de Oriente. Hoy en día es espacio controlado por el nuevo Califato y Estado Islámico, al que no le importa mucho la Diosa y los recuerdos que puedan quedar de ella.
En este tipo de relatos hay que recogerse un rato, tratando de imaginar el gentío de los días grandes, en un baño de entusiasmo religioso que les hacía ver cómo estaban sucediendo ‘cosas’. Como en las apariciones de la Virgen, por hacernos una idea.
Allí, donde «las imágenes sudan y se mueven y emiten oráculos; donde a menudo en el santuario, a puertas cerradas, se levanta un clamor, que muchos oyeron» (escribe Luciano), en una capilla más bien angosta, se practicaba un culto fálico dionisíaco. Los más devotos depositaban como recuerdo «unos enanitos de madera con su miembro viril enorme, del tipo de los llamados neurospastos» –‘movidos por hilos’, es decir, marionetas articuladas. «Otro  enano que hay en el templo a mano derecha es similar, pero de bronce.»
Atracción especial se producía dos veces al año, cuando un hombre se mostraba a la multitud encaramado sobre una columna fálica, en señal de mayor acercamiento a la Diosa:

«En el vestíbulo, de hasta 400 codos, abierto al viento Norte, están los dos falos que plantó Dionisio, de 120 codos. A uno de ellos se sube un hombre dos veces cada año y allí permanece una semana. Sobre el particular corren distintas explicaciones. Hay gente que cree que allí arriba el individuo trata con la divinidad, pidiendo bienes para toda Siria, porque desde más cerca le oyen mejor. Otros piensan que todo esto se hace en memoria de Deucalión y el Diluvio, cuando los hombres huyendo del agua se subían a los montes y a los árboles más altos...»
«La subida (ánodo) es como sigue: El hombre se ciñe al falo con una cadeneta en derredor, y por unos salientes de madera va trepando, suficientes para apoyar la punta del pie. Y conforme sube, sacude la cadena hacia arriba arriba por ambos lados, con gesto como de auriga. Quien no lo vió, hágase idea de lo que digo por los que trepan a las palmeras en Arabia o en Egipto, o donde quiera que las hay. Una vez arriba, larga otra cadena a tierra, ésta de mayor longitud, con la que sube lo que necesita, leña, ropa, utensilios. Con todo ello arma un soporte a manera de nido, donde se instala los días que dije.
De los visitantes, los más traen oro y plata, algunos bronce, que depositan allí a la vista, dando cada uno su nombre antes de irse. Un asistente grita el nombre al de arriba, y éste al oírlo va rezando por cada uno, mientras menea un instrumento de bronce que al ser movido emite un son fuerte y áspero.
El de arriba no duerme nunca, y si alguna vez le da el sueño, un escorpión sube a despertarle con picaduras dolorosas , en castigo por las cabezadas. Pero lo que se cuenta del escorpión es todo ello sagrado y misterioso. Que sea igualmente verdadero, no sé decirlo, pero por mi cuenta, en este insomnio juega mucho el miedo a caerse. Y baste ya de falóbatas
En efecto, baste, pues ya tenemos lo esencial de Luciano sobre el supuesto antecedente de los estilitas cristianos.
Jesuita enfadado
H. Delehaye (1859-1941)
Una de las primeras monografías sobre Los Santos Estilitas fue la del jesuita Hipólito Delehaye (1923). A este hagiógrafo y bolandista distinguido le enfadaba de modo especial cualquier relación entre ambos fenómenos religiosos, el estilitismo cristiano y el falobatismo pagano del Seudo-Luciano.
Es cierto que algunos no perciben humorismo alguno en La Diosa Siria; al contrario, creen que se trata de una descripción rigurosa y totalmente seria. Por lo mismo, dudan incluso de que sea Luciano el autor. Delehaye era uno de ellos. La verdad, ni entiendo el enfado ni veo la diferencia entre un Luciano auténtico y otro falso, para los efectos. Una burla festiva tampoco debería sorprender a Delehaye, un poco lucianesco él mismo –lo digo con franca admiración– cuando desenmascara fraudes píos hagiográficos. Sin duda le molestó la idea de que aquellos castrati sirios pudiesen haber sido modelo material de ascetas cristianos, o que nuestras columnas tuviesen nada que ver con falos. Y sin embargo es así como llaman todavía los árabes a ciertos pilares. Por ejemplo, en Petra el turista admira el formidable Zibb Fir‘aun, o Cipote del Faraón.
En materia religiosa, las relaciones son a veces muy sutiles y misteriosas. El Evangelio según Mateo (19: 12) recoge con respeto un dicho de Jesús favorable a la autocastración «por el Reino de los Cielos». Desde muy pronto este elogio se interpretó como metáfora del celibato casto voluntario, y cuando un personaje como Orígenes (185-254) lo toma al pie de la letra y se automutila, los guardianes de la ortodoxia lo censuran.
Muy anterior tenemos otro ejemplo.  En la misma región, entre Hierápolis y Samosata, se encuentra la ciudad de Edesa, con templo de Atargatis. Cuando, según la leyenda, el rey de Edesa Abgar se convierte al cristianismo, tras un curso por correspondencia que le imparte el propio Jesucrito viviente, uno de los primeros decretos del neófito fue prohibir la castración en honor a la Diosa, bajo pena de perder una mano.
Tal era la aversión judeocristiana a aquellos ritos y misterios paganos. Aversión mayor si cabe contra los templos donde se mostraban chocarrerías obscenas, como la de los enanitos móviles itifálicos.
Otro artículo a la venta en el mismo santuario, donde los peregrinos adquirían exvotos o recuerdos, era el pilar fálico de Dionisio con sus peldañitos, todo de madera, con una figurita humana abrazada, seguramente itifálica, que subía y bajaba  a saltitos por la columna. Luciano en el colmo de la inversión burlesca llega a suponer que el rito de subir y bajar el sacerdote por el cipote dionisíaco era en imitación a las figuras de madera. De lo más gracioso, pero maldita la gracia que les hacía a los clérigos cristianos ver a sus mismos feligreses manipulando los malditos juguetes.
(Juguetes que, por cierto, todavía divierten. Yo mismo tengo uno, con un hombrecillo articulado –el  difunto Generalísimo, pero podría valer cualquier otro– que sube y baja por una escalera dando volatines.).

San Teódulo Estilita y el histrión Cornelio
Para concluir, y de paso apaciguar al espíritu del padre Delehaye, tomo de su libro un precedente cristiano de san Simeón, aunque sea legendario: san Teódulo.
Teódulo fue un prefecto de Constantinopla en tiempos de Teodosio el Grande (379-395), que se retiró de la Corte bizantina y del mundo, para ocupar una columna en las afueras de Edesa. Allí vivió 48 años y siete meses, y una vez muerto obró milagros en su tumba. Por suerte para nuestro santo del día, los críticos están todos de acuerdo en que el tal san Teódulo tal vez ni siquiera existió.
Lo más interesante de esta leyenda es una anécdota muy repetida. Teódulo lleva años en su percha columnaria, asombro del orbe entero, hasta que se plantea la pregunta propia de todo asceta con autoestima, en una época en que no se usaba el Guinness: «¿Quién me gana?» Aquella misma noche le fue revelado en sueños que ganarle, no le ganaba nadie en lo suyo, pero que tenía un igual en santidad y mérito: un tal Cornelio, un histrión o cómico que actuaba en Damasco.
Semejante revelación le pilló tan de sorpresa, que el buen Teódulo quiso saber cómo meritaba su rival, no sobre una columna sino sobre un escenario. Sin pensarlo dos veces, se apea de su pilar y recorre el nada corto ni fácil camino de Edesa a Damasco: unos 550 km de los de entonces.
En Damasco pregunta por el histrión Cornelio, Todo el mundo lo conoce, y Teódulo es dirigido al hipódromo. Allí está el truhán en la arena. En una mano, la cítara; con la otra, rodeando la cintura de una moza. Acabada la función, el asceta encara al artista: «¿Qué has hecho tú de bueno en tu vida?» De primeras, Cornelio dijo que nada. Sólo a instancias de Teódulo, haciendo memoria, recordó que tiempo atrás, topando con una noble dama que se le ofreció por pura indigencia, compadecido le dio todo el dinero que llevaba encima.
Así Teódulo regresó a su columna con un tema de meditación, sobre no molestar a Dios con preguntas indiscretas. Pero recordemos también, con la venia de Delehaye, que el tema de la prostitución ritual –según el mismo Luciano o Seudo-Luciano–, era otra de las expresiones religiosas relacionadas con el Culto de la Gran Diosa Madre. En suma, que el supuesto antecesor de san Simeón pudo estar inspirado en algún relato lucianesco.
Simón del Desierto, de Luis Buñuel (1965)






















(Concluirá: ‘Simeón y su larga escuela’ )

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