lunes, 11 de febrero de 2019

La República del Volto Santo y otros milagros



En un primer contacto con la pequeña Luca, sorprende saber que durante siglos ostentó el título pomposo de República Serenísima, con larga independencia efectiva, hasta que Napoleón Bonaparte, emperador de los franceses, lo dispuso de otro modo.
Marlia-Ponticello - Cultura ligur
Ánforas tumbales  (s. II A. C)
Museo Nacional de Luca
Limítrofe entre Toscana y Liguria, Luca siempre arrastró cierta perplejidad etnocultural. Las vitrinas del Museo Nacional muestran raíces estruscas mayormente, sin negar apoyo a un asentamiento ligur. Pero este debate académico ayuda poco en la verdadera pregunta: ¿Cómo un simple municipio romano más bien modesta pudo llegar a tanto, en una Europa tan convulsa? Condición necesaria, la convulsión, aunque no suficiente, porque alcanzó a toda Italia. Y es que para los luqueses fue decisiva la Fortuna, propicia siempre a devotos tan cabezudos.
El Volto Santo al natural, sin ornamentos
Entre la
niebla de los tiempos bárbaros se perfila una nueva Luca medieval desde principios del siglo IX, que pronto se hizo famosa en la cristiandad como meta de peregrinaje a su ‘Voltosanto’. En tierra toscana, pródiga en grandes crucifijos pintados de madera a lo bizantino, en dos y hasta tres dimensiones, hubo uno singular, no por su belleza,  sino por ser la vera effigies, el verdadero retrato de Cristo crucificado. Volto (vultus en latín) significa rostro. Volto o Vulto Santo es lo mismo que la Santa Faz, y es como se llamaba también a otros supuestos retratos de Cristo, como el polémico Santo Sudario de la Verónica en Roma y en otras partes. La ‘Cara de Dios’ fue para Luca su seña de identidad, y todavía hoy de una forma secularizada lo sigue siendo en sus grandes celebraciones.

+. S.VVLT DE LVCA
Groso de plata (1,70 g)
con el Santo Volto

Confirmada como ciudad autónoma por el emperador germánico Enrique IV de Suabia (1084), comuna libre reconocida por Federico I Barbarroja (1162), bajo Otón IV (1209-1215) acuñaba moneda –el groso luqués de plata– con el Volto Santo en el reverso. Luca se ganará su libertad de hecho en el XIV; y mira por dónde, a consecuencia de su derrota por la traición de un hijo suyo, Castruccio Castracani.
¿Qué tal individuo era este? Con el volto de su Castruccio, los luqueses tuvieron menos suerte que con su Cristo. Un códice de la Biblioteca Estatal de Lucca lo representa como condottiero a caballo en su armadura, pero sólo por la inscripción ‘Castruccio Interminelli’ podríamos jurar que sea el mismo, y no otro soldado de fortuna. También a caballo, pero desenlatado y bien trajeado, hay un supuesto retrato suyo en el Camposanto de Pisa, en la escena famosa de la cabalgata juvenil de paseo que se topa con tres cadáveres en descomposición. Otros ‘retrat0s’ son tardíos e idealizados por el influjo de Maquiavelo, que noveló su biografía. [1]


Castruccio Castracani era un luqués que, en la pugna intestina entre ‘blancos’ y ‘negros’, había sido expulsado de la ciudad por los negros o güelfos (1301). Eso le dió ocasión de viajar y convertirse, de mercader y cambista, en acreditado militar a sueldo por Inglaterra, Francia, y de nuevo en Italia. Aquí se alió con otro colega exitoso y duro, Uguccione della Faggiuola, ayudándole por venganza en la conquista y saco de la propia patria, Luca (1314). Pero el Uguccione pronto desconfió de Castruccio, al que hizo detener con muy mala idea. Y fue entonces cuando los espabilados de Luca, para librarse del tirano foráneo, se entendieron con el conciudadano traidor, lo hicieron soltar y le confiaron la señoría. El Imperio por su parte le confirmó el dominio, con título de duque.
Desde entonces hasta la muerte de Castracani (1328) Lucca vivió sus días de gloria. Incluso se dio el gusto de humillar a Florencia en la batalla de Altopascio (1325, 23 de septiembre), donde los luqueses hicieron correr a los florentinos güelfos, mandados por el catalán Ramón de Cardona [2], senescal de la tropa pontificia por Juan XXII. Este papa de Aviñón se aguantó las ganas de excomulgar a Castruccio, hasta que el insolente no le dejó alternativa. Y eso fue cuando Luis IV el Bávaro, enemigo del papado y pretendiente al Imperio, bajó a Italia, entró en Roma el 7 de enero de 1328, y aclamado por la ciudad anunció su intención de coronarse emperador en San Pedro, sí, pero en insólita ceremonia laica y republicana.
En vano el legado pontificio fulminó la excomunión, e incluso el entredicho sobre la propia diócesis del Papa, la coronación tuvo lugar el 17. En ella le correspondió a Castruccio, improvisado caballero, Conde palatino de Letrán y Portaestandarte del Imperio, el honor protocolario de portar la espada imperial y ceñírsela a Luis. Por tamaño sacrilegio le alcanzó también a él la excomunión, y años después el temible entredicho a Luca. [3]
La censura llamada entredicho era como un cierre patronal de la Iglesia en toda una ciudad, un territorio o un estado. Prohibidas las solemnidades religiosas, imágínese el quebranto de ciudades como la pequeña Luca o la gran Roma, dependientes de la afluencia de peregrinos.
La adhesión a Luis de Baviera fue para Luca un mal negocio, porque el emperador, en su desafío al papa, creo antipapa al franciscano ‘espiritual’ Pedro de Corvara, llamado Nicolás V. El haber reconocido Luca al antipapa, y haber expulsado a su obispo legítimo para recibir a otro antipapal, supuso para la ciudad un largo entredicho, hasta que el dignísimo papa Benedicto XII se lo levantó, no sin condiciones, en 1340.
El entredicho, ya de suyo una barbaridad en lo religioso, fue también para los papas el arma política más dura contra súbditos católicos rebeldes, hasta que estados ricos y orgullosos, como Venecia, empezaron a no hacer caso y prohibir su ejecución.
Mucho güelfo y hasta algún gibelino devoto se hicieron cruces, previendo el castigo de Dios para Castruccio, que desde su ascenso a la nobleza empezó a sentirse mal. Y aunque al fin se dio el gusto de conquistar la codiciada Pisa, fue como quien ve cumplirse el último deseo, porque el sábado 3 de septiembre de aquel año bisiesto dio el alma a los diablos, en expresión del papa, aunque no ex cathedra.
Con la muerte de Castracani se interrumpe para Luca la independencia de hecho, hasta 1369, en que la ciudad la compra de derecho al emperador Carlos IV, alcanzado de fondos. Con todo, la república ya nunca será lo que fue, comparada con la Florencia toscana o con Génova ligur. O con la enemiga Pisa, sin ir más lejos.
En Luca es recurrente el apellido Guinigi, que aparece por todas partes. Condenados al ostracismo bajo los Castracani, los Guinigi, gente acaudalada y banqueros, compran caro su retorno en 1369, y en 1392 controlan la ciudad medio siglo. Fuera de eso, los siniestros Guinigi no se parecieron en nada a Castracani, héroe de otra época.
Cuando Maquiavelo quiso ilustrar su idea del Príncipe con ejemplos vivos, el primero que se le ocurrió fue la Vida de Castruccio Castracani, donde el protagonista se ajusta al recuerdo ideal y filosófico que dejó de sí en el imaginario del Renacimiento. Los Guinigui le habrían servido, si acaso, como contramodelo. Intrigantes del poder utilitario sin escrúpulos y nada glorioso, todo a beneficio propio, incluido su mecenazgo, o dejémoslo en encargos artísticos. [4]
El citado Museo Nacional ocupa una antigua finca y palacio suburbano de esta familia, y la famosa Torre arbolada forma parte de su palacio urbano. Pero lo mejor que dejaron como obra de arte, o lo más recordado aquí, es el sepulcro con estatua yacente de Hilaria del Carretto, la segunda mujer de Pablo Guinigi, por Jacopo della Quercia (1406), actualmente en la sacristía de la Catedral.
Paolo Guinigi
Este Paolo di Francesco sí que fue un Guinigi algo especial. ‘El Magnífico de Luca’ le llaman, como prenuncio del florentino Lorenzo de Médicis. Pero vino tarde (1400), cuando los luqueses estaban hartos del apellido, de modo que en él cesó el poder de la familia  (1430), al restaurarse en pleno la República, que se mantuvo de forma milagrosa hasta el final del siglo XVIII. Con Napoleón Bonaparte las cosas cambian, y a primeros del XIX Luca cae en poder de los  Bachoquis. Me explico: los que ya conocimos en Bolonia (‘La República del Rey Enzo’, 2016/12/14).
Por supuesto es broma, o tal vez no del todo. El apellido Bacciocchi suena como bachoqui y su grafía eusquérica bien podría ser Batxoki. ¿Por qué no? Si aquí tenemos Kintanas, Karrantzas o Gartzias, tal vez un día tengamos Batxokis tuneados en ejercicio de integración o pleitesía social. Mientras tanto, si el marino Txurruka fue un héroe de Trafalgar y el ilustradillo francés Txomin Garat tiene calle en Bilbao, no hay razón que impida escribir Elisa Batxoki (nacida Bonaparte), casada con Félix Batxoki, nombrada Princesa de Luca por su augusto hermano Napoleón I (1804). En la catedral de San Petronio de Bolonia vimos a la pareja Bacciocchi, ‘Félix y Elisa’, celebrando sus bodas de muerte bendecidas por un ángel (obra de C. Baruzzi, 1841).
El Volto Santo de Luca
Una ciudad tan pequeña como Luca, de 1,2 km2 intramuros, más un contado o campiña hasta 6 millas en redondo –‘república mirmidona’, la definió De Brosses [5]–; una  república enana de 200 kilómetros cuadrados, pero celosa de su libertad y de hecho soberana independiente. Fenómeno capaz de encandilar a cualquier nacional-separatista de hoy, y que ya sorprendía a los viajeros de antaño: «Ciudad de una legua de contorno, que se mantiene como república soberana», la definió escuetamente un libro de viajes del siglo XVII. [6] Alguna que otra republiquilla o principado queda intocable, juegos de la Historia; pero el caso de Luca se consideró milagroso.
Luca medieval, en las Crónicas de Sercambi
¿Y a quién colgarle los luqueses el milagro, y toda su ventura, sino a su paladión sobrenatural, el Volto Santo? ÚNICO PADRE DE LA PATRIA = ESPERANZA Y SALVACIÓN  ÚNICA: Eso decían viejas medallas con su imagen.
El delicioso cronista local que fue Giovanni Sercambi (1423), en una de sus digresiones, muda de pronto la punzante prosa por el metro, para recordar «cómo el Crucifijo, asistido por los dos santos patronos, Zita y Frediano, sostiene la ciudad»: