sábado, 28 de diciembre de 2019

La plica polaca


En 1584 se publicó en Basilea una colección de Observaciones médicas sobre la cabeza humana, obra de un galeno notable que ejercía en Friburgo de Brisgovia. Juan Schenck (1530-1598), para emerger de tanta plebe homónima en Alemania, se adornó en la firma con un de Grafenberg
El título del libro cubre una miscelánea de casos y cosas tocantes a dicho apéndice cefálico o excrecencia superior del cuerpo humano por arriba del pescuezo. Casos en parte tomados de la literatura médica y pseudo médica, junto con aportaciones de colegas y propias. 
De estas últimas, las más interesantes hoy son las que relacionan patologías y traumatismos encefálicos con trastornos cognitivos y motores, en especial del lenguaje y la memoria. Sólo por eso, las Observaciones médicas  de Schenck inmortalizan al autor, pionero de la neurolingüística; y de paso se alza el precio de los raros ejemplares que salen al mercado anticuario, dentro de lo que se lleva para una obra muy bien impresa, pero sin figuras.
En el otro platillo de la balanza hay que poner –como para cualquier libro de su género en aquel siglo– que muchas de las ‘observaciones’ se reducen a citas anecdóticas improbables, o francamente grotescas. Sólo una muestra. El autor, siempre honesto con sus fuentes, la reconoce prestada del italiano Gerolamo Cardano (1501-1576), uno de los campeones de la ‘magia natural’:
                 Observación 8ª. Cabellera humana centelleante:
A cierto monje de la orden carmelita le sucedió, por espacio de 13 años seguidos, que cada vez que se echaba atrás la capucha al cogote le brotaban chispas de los cabellos. Cardano, De rerum varietate, 8, 43.
Tiene su gracia que el cerquillo de un fraile, al roce con el paño de la capucha, se electrice hasta soltar chispas visibles (como en los gatos), y hasta es posible que el perillán forzase el fenómeno por hacerse el santo. De todos modos, la falta de criterio en Schenck al elegir sus casos dañó su reputación, y así lo reconocía un amigo suyo en un epigrama dedicado, con este consejo: 
«Si la turba envidiosa te abate por los suelos, deber de varón fuerte y magnánimo es llevarles la contraria, ya que la envidia es compañera de la virtud»
Y así lo hizo Schenck, que desde la cabeza fue bajando por todo el cuerpo humano, en sus funciones, disfunciones y rarezas, juntando materiales, pergeñando artículos, siempre con el mismo método de veras y de burlas… hasta que la Muerte le llamó a capítulo, con la empanada a medio cocer.
Su hijo Juan Jorge Schenck, médico como el padre, acudió desde Alsacia donde ejercía, y en Friburgo cumplidos los deberes de piedad filial se encontró heredero de aquella montaña de fichas y papeles.
Cualquier otro los habría vendido al peso al primer trapero judío. Juan Jorge, buen hijo de tal padre, valoró el diamante en bruto. No menos de once años le llevó pulirlo y darle forma de mamotreto de mil y pico páginas, publicado finalmente con título griego y todo: ΠΑΡΑΤΗΡΗΣΕΩΝ sive Observationum medicarum, etc.: Observaciones médicas, raras, nuevas, admirables y monstruosas, en un volumen dividido en VII libros, que cubre el Hombre entero. Francfort del Meno, 1609.
Esta primera edición de la gran enciclopedia schenkiana lleva dedicatoria de Schenck Jr. a la familia numerosa de los Fúcares o Fugger («a todos y a cada uno»): los ricos banqueros imperiales, que también eran clientes y mecenas suyos. El libro I, dedicado a la cabeza humana, reproduce con bastante fidelidad y alguna libertad el libro ya publicado por el Dr. Schenck padre. 
Se me dirá que a dónde quiero ir a parar con todo esto. Verán: el nombre de Juan  Schenck anda por ahí unido a la primera descripción de una una enfermedad del cabello nueva entonces para la ciencia médica –también para la historia de la cultura y el folclore–. Archiconocida en los siglo XVII-XIX, con su deje de misterio, en el mundo culto neolatino fue la plica polaca.
Plica, en latín medieval, es ‘pliegue’ o ‘doblez’. Es su acepción más corriente en Anatomía. De ahí pasó a significar reja o malla, y en general toda labor entrelazada, también ‘trenza’, como sinónimo de trica. De hecho, plica polonica decía en culto lo mismo que ‘trenza polaca’ en vulgar.
De la plica polaca habla, por supuesto, la Wikipedia. Muy completo y a la última he visto también un artículo de autores polacos:
Eglė Sakalauskaitė‑Juodeikienė & al., “Plica polonica: from national plague to death of the disease in the nineteenth‑century Vilnius.” En Indian Journal of Dermatology, Venereology and Leprology, julio  2018
Es aquí donde leo lo dicho sobre la prioridad de Schenck: «Juan Schenck de Grafenberg fue probablemente el primero que mencionó el fenómeno de la plica polonica en sus ‘Observaciones médicas sobre la cabeza humana’ (Basilea, 1584)». 
Sin discutirlo, lo que yo hallo es algo diferente [1]. No es en esa obra, sino en la póstuma (Francfort, 1609), en el libro I, donde aparece el artículo primicial; no de Shenck padre, sino firmado expresa y únicamente por su hijo Juan Jorge Schenck (sin el Grafenberg); ni tampoco  sobre plica polaca o polónica, sino dándole otro nombre más vulgar y folclórico: De tricis incuborum, o ‘trenzas de pesadillas’. 
Así que, ya metidos en primicias, qué tal si nos regalamos aquí la primera traducción española de un texto latino tan notable. En él se verá el porqué de nombre tan extraño, entre otros que recibía la supuesta, peligrosísima y paradójicamente nunca curada enfermedad. Pero nótese sobre todo que el desprejuiciado autor alemán la considera lacra  alemana, la llama con nombres alemanes y la da como casi endémica en el entorno alsaciano-renano que él conoce profesionalmente; no así en el resto de Alemania, y sin noticia de su existencia en otras áreas de Europa. La denominación alusiva a Polonia y los polacos, Schenck ni siquiera la conoce todavía cuando publica esta primera edición, aunque la conocerá más tarde.
Plica polaca - Etapa de cirros (Alibert)
He aquí el artículo, con el texto latino indicado en nota [2]:

Las trenzas de pesadillas 
Nuevo género, no abordado por los antiguos, de cabellera hirsuta y enmarañada, tanto de la cabeza como de la barba, argumento de ciertas enfermedades cefálicas difíciles.
Se puede observar cierto modo de cabellera erizada, compacta y por extremo enredada, de la cabeza y la barba, no raro entre nosotros, aunque por lo demás desconocido de los médicos antiguos de cualquier época. 
Los afectados lucen trenzas y tirabuzones más bien largos, entrelazados de maravilla, a menudo del grosor de un dedo, pendientes del resto de la cabellera de cabeza y barba hasta los hombros, el pecho y alguna vez hasta el ombligo, de aspecto francamente monstruoso, como cabeza de Gorgona. 
Los tales se hacen escrúpulo de mantener incultas esas formaciones, sin consentir en su corte o peinado, convencidos de que se nutren de materia que de suyo favorecería las peores enfermedades de cabeza, como la apoplejía, parálisis, locura, pero sobre todo cefalalgia pertinaz y similares. 
Guiados por tal superstición, o común observación (como se prefiera), admiten cualquier cosa antes que el arreglo o el corte de tales excrecencias, que sería cuestión  de vida o muerte. Y firmes en la experiencia propia o en habladurías, a ello se aferran. Los que se las dan de elegantes prefieren esconder tales trenzas dentro del sombrero, y las de la barba envueltas bajo la pechera, que no se vean. Pero otros, incluso en público y en reuniones, ni aunque quisieran pueden ocultarlas, ni aunque pudieran quieren. De hecho, tanto los que las lucen como los que las ven están convencidos de que, oprobio y vergüenza aparte, se trata de algo vital de primera necesidad, y que no hay por qué esconder. 
Se tiene registro de algunos que han ido dejando crecer así durante toda la vida, con la esperanza de librarse de la amenaza de enfermedades intratables. Los hay que, en caso de recrecimientos sucesivos, aseguran haberlo mantenido intacto sin meter la tijera. La gente, por su parte, si se tropieza con uno de ellos, al punto sospecha que padecen alguna enfermedad oculta de la cabeza. 
Plica - Pieza de museo anatómico - Universidad Jagellona
En esta materia, yo no entro por ahora a juzgar si la superstición puede más que la experiencia, o si sucede al revés. Mas si he de ser franco, me inclino por la opinión del vulgo: con tal proceder, el supuesto semillero de enfermedades más que manifestarse se alimenta, y pienso que su desarrollo mejor se puede prevenir enseñando la doctrina común de los médicos sobre la formación de los pelos, sus incidencias y curaciones, sin dejar de lado los saberes probados y tradicionales del vulgo. 
Aún no tengo averiguado si los demás europeos conocen también este defecto, como tampoco las más partes de Alemania. En Brisgovia, Alsacia, Bélgica y algunos tramos del Rin es casi endémico, y harto sabido de nuestro pueblo bajo. Yo aquí he conocido a más de treinta ciudadanos, algunos vivos todavía, distinguidos por esa pelambrera. 
El vulgo habla de Marenflecht y Schrötlinszepff, como quien dice  ‘trenzas o tirabuzones de duende’, creyendo que se forman por succión nocturna de las pesadillas y duendes íncubos. Otros dicen Maren- o Morenlöck,  ‘guedeja de cerda’, por su parecido con las que ven colgando del cuello de las marranas.
Firmado: Juan Jorge Schenck, hijo de J. Schenck, Médico de Hagenau.

Para entonces ya habían aparecido unos pocos trabajos, y pronto seguirían muchos más,   con tendencia a fijar el nombre de plica polónica o ‘coleta polaca’. Nombre aceptado por los propios polacos, unos con orgullo nacional, otros en cambio con una coletilla significativa: plica polonica judaica, las cosas claras. También entre alemanes hizo fortuna Judenzopf (coleta de judíos), como sustituto del atrasado Hexenzopf (coleta de brujas), siempre insinuando el origen del mal. 
De aquella primera bibliografía, hay una pieza anterior a 1600, que sería el informe más antiguo conocido de la enfermedad, y que se ha salvado por una feliz coincidencia. Se trata de una Carta del Dr. Lorenzo Starniegel, Rector de la Universidad de Zamoscia (Polonia), a los Profesores Médicos de la Universidad de Padua (1599).
Se sabía de su existencia por el naturalista germano-polaco Cristian Enrique Erndel, en su monografía sobre Varsovia (1730), donde dedicó un capítulo a enfermedades comunes de la ciudad y su entorno. Por otra parte, en la Biblioteca Ambrosiana de Milán existía una carta latina sobre el mismo tema, sólo que sin fecha ni nombre de autor. Justo un siglo después, en 1830, el erudito Sebastián Ciampi, que preparaba un estudio sobre médicos y artistas italianos en Polonia y polacos en Italia, relacionó ambas noticias, y gracias a él conocemos el texto latino de la carta, que ni se molestó en traducir: «Hela aquí, cual la copié de mi mano en la biblioteca Ambrosiana» [3].
En la carta de la Biblioteca Ambrosiana se echa de menos un dato curioso recogido por  Erndel: la primera observación del fenómeno (no ‘enfermedad’ todavía) se remontaba exactamente a 1287. Para situarnos: el año en que Alfonso III de Aragón conquistó a Menorca, y el año en que otorgó a la Nobleza del Reino la Carta-Privilegio de la Unión, tal día como hoy, 28 de diciembre.
La producción literaria sobre la plica polaca se hizo exponencial. El artículo citado (2018) estima en unos 900 los artículos sobre la enfermedad publicados desde aquel de Schenk y éste de Starnigel a finales del siglo XVI, hasta el siglo XIX. Muchos andan por la Red, y excusado es decir que hay mucha repetición y mucho plagio. La misma obra de los Schenck tuvo nuevas ediciones, y en ellas se ve cómo Juan Jorge se apresuró a citar novedades sobre el particular, dando preferencia a un estudio que todavía se deja leer con amplia sonrisa: la Consulta médica sobre la plica polaca, de Fonseca (Venecia, 1618). 
Rodrigo de Fonseca (Lisboa, h. 1550-1622) fue un médico portugués judío converso, como tantos, que por esa razón emigró a Italia donde estudió y fue profesor en Pisa, luego en Padua desde 1616 hasta su muerte. Aquí escribió aquella ‘Consulta’ , que luego incluyó como Primera de sus famosas Consultationes medicinales (Venecia, 1619, páginas 1-15) [4]. 
La obra entera la dedicó «a Segismundo III, rey de Polonia y Suecia potentísimo y felicísimo». Un canto de alabanza a Polonia y su monarca. Los franceses ya tenían, a mucha honra, su mal francés, los ingleses el ‘sudor inglés’ (o también británico), los húngaros su fiebre húngara, los napolitanos el baile de San Vito o tarantela, etc. Nada más lógico, pues, que abrir Fonseca su consultorio médico para atender primero a «un  varón de 30 años y en buena salud en Polonia, que de pronto se siente mal», etc., para concluir: «Esto es lo que, resumidamente, se me ocurre sobre la plica Polónica, en gracia de esa  nobilísima y fortísima nación.» O sea que para entonces ya se había nacionalizado polaca la misma enfermedad que, sólo 10 años antes, para Schenck era típica del oeste de Alemania. El propio Fonseca procurará no excederse en el homenaje:
«La nueva enfermedad se llama de Polonia, porque allí nunca se había visto hasta ahora hace unos 40 añ0s, aunque antes ya pululaba en otras regiones vecinas» 
Las primeras cinco páginas son para presentar la enfermedad y sus primeros síntomas y desarrollo, hasta que se manifiesta la ‘complicación’ de los pelos. Com-plica-ción, literalmente dicha, en el sentido de enredarse, pegarse y finalmente compactarse hasta formar una especie de casco de fieltro coriáceo, pues a Fonseca le preocupa más la plica como placa y almacén de basura y detritus orgánicos, que como trenza más o menos vistosa. De la página 6 a la 11 discute el tratamiento del paciente polaco plicoso hasta su eventual cura. Por último, las páginas 11-15  aconsejan cómo prevenir la enfermedad. 
Buscando las causas del mal, interviene alguna alteración mórbida del aire, eso sin duda; pero también los propios polacos algo ponen de su parte:
«Se trata del régimen, en cuanto a comida y bebida. Porque los polacos consumen demasiado alimento graso, beben sin tino vinos generosos, aguardiente, cerveza fuerte, siempre metidos en las estufas, donde se da la mayor evaporación de humedad hacia la cabeza, y en tres comidas diarias se acumula mucha materia indigesta. También se produce exceso de sangre cruda, corrupta y envenenada, que sin duda es la causa antecedente de esta enfermedad. Como que la sangre misma adquiere naturaleza pilosa..., pues en efecto, si se pinchan los pelos de la plica, sangran.
 Así se van enredando los pelos, formando cirros y pelotones por la viscosidad y densidad de la materia que, al rellenar los pelos, le produce retortijones, haciendo que se retuerzan y ensortijen… Tanto es así, que a veces ocurre que los mismos pelos, si caen al agua en regiones cálidas, se convierten en anguilas. Me contó un varón fidedigno, haber visto en las Indias de la Nueva España cómo, mientras bebían los caballos, las crines que caían al agua poco a poco se convertían en anguilas o culebras. Pues con más razón los pelos infectados de plica se convertirán, de tanta podredumbre.
Dicha materia mórbida, por su semejanza estructural pilosa, es arrastrada hacia los pelos, descargándose así de ella el cuerpo. Y por tratarse de materia grasa y aceitosa se genera caspa, piojos, suciedad, hedor, como corresponde a sustancia pútrida. Ahora bien, antes de formarse la plica propiamente dicha el cuerpo todo pierde fuerzas, se producen temblores, el color se demuda; todo ello por la agitación de materia. Y si los pelos se cortan a destiempo, sobrevienen oftalmías, dolores de huesos, convulsiones, bultos: todo ello porque la materia se retrae de los pelos y retorna a las partes internas. O sea que con el corte de pelo, lo que estaba tranquilo se irrita y altera, desplazándose a los ojos y demás órganos y miembros…»  

Plica polaca en forma de casco
Con mucho tino, el portugués compara la plica con la tiña, la relaciona con el desaseo, y para escándalo de muchos en aquel tiempo recomienda los baños, al menos uno al mes, bien tomados en edificios construidos en los estuarios, con personal preparado a la manera italiana y usando «detergentes tales como harina de habas, de cebada, de lentejas, salitre y jabón». A lo que añade (pág. 13):
«Lávese también incluso la cabeza con agua caliente, y cada mes córtese el cabello, bien de raíz o en corto, pues así el cerebro se purga mejor por los pelos y transpira mejor. Por eso están más expuestos a la plica los que se los dejan crecer en la cabeza o la barba, sin cortarlos nunca en la vida, ni peinarlos ni lavarlos, desde que nacen hasta que mueren, disuadidos por cierta superstición de que así se vuelven inmunes contra muchas enfermedades.» 
No vamos nosotros a leernos la consulta entera. De hecho, aquí dejamos que madure la plica hasta que se vea qué hacer de ella, si cortarla o conservarla de adorno o amuleto.
¿Vuelve la plica polaca?
Me he entretenido en estas noticias sobre una enfermedad supuestamente imaginaria, porque últimamente se vuelven a consultar, con tanta moda de rastas y pelambres, y el piojo invicto como nunca. Por otra parte, las pintas del Puchimontano, sobre todo cuando se presenta en público sin sombrero, recuerdan ciertas variantes de plica polaca. 
La plica polaca fue desahuciada de la Medicina para pasar a ser okupa de la Higiene. Y eso ocurrió en plena Ilustración, siglo de pelucas arquitectónicas fastuosas, que en Polonia a menudo se hacían de plica. Una de éstas debió de ponerse Maciej Szpunak, el polaco Abogado General del Tribunal de Justicia Europeo, cuando se le pidió su preceptivo parecer sobre una pregunta del Tribunal Supremo de España, no muy discreta por cierto. El alto Tribunal ha hecho suya en parte la ocurrencia del polaco, y el resultado es una plica de Sentencia que, en opinión de la profesora doña Araceli Mangas y otras personas sabias, va a traer una cascada de complicaciones colaterales.
Es maravilla que, hasta la consulta prejudicial/perjudicial del TS de la Nación Española, nadie, absolutamente nadie sabía cuál era la respuesta ‘verdadera’; y sólo desde que al señor Szpunar le entró el cosquilleo bajo su plica polaca, Europa entera se rasca liendres de todos los colores. El recorrido de todo esto ya se irá viendo. Por lo que a nos toca, el problema es Sánchez y su apetito de servir a España, le da igual asada que frita o en escabeche, con tal que sea para él en su mesa y plato particular.
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[1] En el Prólogo, el autor hace un repaso a la medicina de su tiempo y a las enfermedades nuevas (morbo gálico, escorbuto, sudor inglés etc.) y nada dice que cuadre a la plica.  En el texto tampoco veo observación alguna.
[2] De Tricis Incuborum.
Horridum quoddam, impexum, adeoque intricatum capitis atque barbae capillitium, apud nostros haud infrequens, caeterum veteribus cuiuscumque aetatis medicis incognitum, observare licet.
[...]
Europaeis aliis innotuisse hoc capillorum vitium nondum comperi: ut nec plerisque Germaniae partibus omnibus: Brisgois, Alsatis, Belgis, nonnullisque Rheni tractibus quasi endemium, & popello nostro notum est satis. Cives hic ipse novi supra triginta, quorum aliqui vel hodie quoque supersunt, hoc capillitio insignes. 
Vulgus Marenflecht, & Schrötlinszepff, quasi dicas Incuborum tricas seu cincinnos vocat, quod putet Incubos & Fannes noctu eosdem sugendo tractare. Alii Marenlöck vel Morenlöck, hoc est, scrofarum tricas, quod his similes a scrofarum collo dependentes observent, vocant. 
Ioan. Georgius Schenckius, Schencki F. Hagenoensis Medicus.
[3] Excelentes y Magníficos Señores, Amigos carísimos y de la mayor consideración.
Me ha movido a escribiros la novedad de una enfermedad, junto con la dificultad suma de curarla. Se trata de lo siguiente: 
Entre Hungría y la provincia de Pocutia, en la región montañosa fluvial que las separa, ocurría que a la mayoría de la gente les crecía uno o dos mechones de pelo tieso, enredado hacia adentro y apretado con el cabello inmediato, sin molestia alguna por entonces. Pero ahora se ha convertido en enfermedad grave y muy dolorosa, generalizada por todo el reino de Polonia. Rompe los huesos, suelta las articulaciones, infesta las vértebras, abulta y retuerce los miembros, hace a los pacientes jorobados, cría piojos que en generaciones sucesivas cubren toda la cabeza, imposibles de extirpar. 
Si los mechones tiesos se rapan, aquel humor y virus se reabsorbe en el cuerpo, para gran sufrimiento de los pacientes, como queda escrito. Afecta a la cabeza, los pies, manos, las articulaciones y coyunturas, el cuerpo todo. Se ha experimentado que los que se rasuraron dichos haces de pelos apretados padecieron de los ojos, o padecieron gravísimos flujos hacia otras partes del cuerpo…
Ataca muy mayormente a las mujeres, pero también a los varones propensos al mal francés. También a los hijos de infectados de dicho mal, y a los atacados de tiña, por efecto secundario de la medicación… Muy raramente algunos, tras varios años de padecer la enfermedad sin rasurarse la cabeza, aguantando estoicamente toda molestia, mal olor y suciedad, así como náusea casi intolerable, finalmente al caérseles aquellos cirros convalecieron, pero la inmensa mayoría se murieron.
Se han buscado y ensayado remedios varios, pero no se ha encontrado ninguno satisfactorio. Se ha investigado también la fuerza y naturaleza de la enfermedad y su causa, sin llegar tampoco a ningún resultado…
Espero vuestra humanísima respuesta, y si en lo dicho me he quedado corto o no he sabido expresar la fuerza del mal, pido a Vuestras Señorías Excmas. y Magníficas disculpen a este cultivador de otra especialidad. Esto es sólo un bosquejo de la enfermedad, cuyas interioridades examinarán y contemplarán mejor Vuestras Señorías con la agudeza de su ingenio. 
Que os vaya bien, es lo que deseo a VV. SS. excelentes y magníficas.
[4] Su sobrino Gabriel de Fonseca (h. 1586-1686) siguió sus pasos, pero pronto dejó Pisa para ejercer en Nápoles y Roma, médico de virreyes españoles, pero también de cardenales y papas, gente toda ella dispuesta a pagar bien por su salud y vida corporal, así se la vendiera un judío. Para todos era ‘el marranito portugués’, pero micer Fonseca tan campante catedrático de la Sapienza, la Universidad Pontificia Romana.

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Al Anónimo de medianoche:

En efecto, ha sonado la hora fatídica...
Manos en alto salgo y me entrego, <b>Grumete</b>.
Gracias, un fuerte abrazo.


miércoles, 27 de noviembre de 2019

El Generalísimo en su Laberinto


Si parva licet componere magnis (Virgilio, Geórgica IV: 176)
‘Teseo y el Minotauro’, del prerrafaelita E. Burne-Jones (1861)
En la entrada anterior, ‘Exhumación’, hicimos un excurso por antiguallas de Derecho Civil y Canónico; y aunque fue recreo y pasatiempo, no disimulé su que ver con la última peripecia del redivivo Franco. ¿Estaría yo dispuesto ahora a disputar por esos huesos de discordia?
A disputar en serio, claro que no. «Allá los muertos inhumen a sus muertos» (Mateo 5: 22). Nunca he simpatizado con Franco ni con el llamado ‘franquismo’, una polisemia que desborda con mucho su entrada en el DRAE. Hubo un franquismo social que está en el NO-DO, aquella España de cortos a la medida del Caudillo. Ver nodos hoy es fácil, se sirven a la carta. Entenderlos, eso ya necesita claves que las generaciones nuevas no tienen. No, no se puede ser simplista al definir un  régimen tan largo y en evolución adaptativa de cabo a rabo. 
Y hablando de aquella feria, en lo familiar y lo personal no me fue bien en ella, no diré más por ahora. O sí: lo que más me incomoda del régimen imperante en mi País Vasco es el  ‘indecente parecido’ con el franquismo de los años 50 en adelante. Aplaude, o no te signifiques. 
El franquismo, nacido en una guerra civil e impuesto al principio por el terror y el miedo –frente al mismo terror y miedo de bandera contraria–, duró lo que duró porque supo templar su violencia de origen, desde que se vio sin enemigos serios, eliminados unos, asimilados o domesticados otros, pero la mayoría simplemente acomodados a la situación, y en parte beneficiarios o parásitos de ella. Hablo de los enemigos, pues el grueso de la población no simpatizante hizo caso a Franco: «Haga como yo, no se meta en política».  
La gente común lo que quería era vivir, con los hunos o con los hotros, en gracieta de mi paisano Unamuno. Sólo un ejemplo. Cuando nos llevaron refugiados a Francia (junio de 1937), acompañaba una joven en funciones de asistenta social, de nombre Flora. A sus horas hacía intendencia y servía a las mesas con equidad, pero después de cenar se transmutaba en animadora de veladas en corro, puño en alto a los compases de música roja. Yo sólo lo vi de ocasión, porque las madres ‘católicas’ o de derechas mandaban a sus niños a la cama, aunque luego no dejaban de comentarlo.
Pues hete aquí que, de vuelta a Bilbao, mi madre con mi hermanita de la mano y yo nos cruzamos con un grupo de señoritas que salían de la Casa de Sabino Arana, incautada por la Falange. Todas en su uniforme del Auxilio Social, con su hucha y sus pegatinas, a la cuestación de la ‘banderita’: que si el ‘Plato Único’, el ‘Día sin Postre’, o lo que tocase, no me acuerdo. Lo que sí recuerdo muy bien es que una de ellas, impecable, era la Florita en persona. Cruzamos miradas, y como que ni nos conoció. Y conste que no pongo en duda la sinceridad de aquella mujer en su vocación de servicio, por encima de las etiquetas.  ¿Y las otras compañeras? Pues por el estilo. ¿O es que sólo nosotros tres, en todo Bilbao, sabíamos quién era Florita? La supervivencia es un estado de necesidad. Rojo y negro, negro y rojo, por algo se decía ya entonces la FAI-lange.
Basta de batallita y al grano. Esto va de Francisco Franco y el Valle de los Caídos.

Como en los cuentos de hadas ...
Pues sí, como en los cuentos de hadas, tres son las preguntas:
1ª. ¿Se debió inhumar a Franco en el Valle de los Caídos?
2ª. ¿Se debía exhumar a Franco del Valle de los Caídos?    
3ª. ¿Se exhumó debidamente a Franco del Valle de los Caídos?
En libertad de opinión, adelanto mis respuestas: 
1ª. y 3ª.:  No. 2ª.: Depende.
La pregunta 1ª. merece un No rotundo. El dictador no tenía ningún derecho a sepultura en un monumento destinado por su propia Ley a caídos en la Guerra. Da igual si fue suya la decisión de exceptuarse, o si lo quiso la autoridad que le sucedió. En la basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos no había sitio para él, ni tan siquiera en el lugar preferente [1].
A la pregunta 2ª. yo respondería, y me respondo, que eso depende de datos y circunstancias varias. Obligación de exhumar, desde luego, ninguna. Ahora bien, si el Estado en su momento decidió (por lo que fuese) inhumarle allí, el acto puso en marcha el tiempo de pacífica ocupación, creando a la vez presunción de derecho a no exhumación, por la regla del ‘non venire contra factum proprium’ (contra los actos propios no se actúa). 
No se pone en duda que el mismo Estado pueda tener razones graves para mudar de criterio, máxime en una transición de dictadura a democracia. Pero esa mudanza lleva la carga de la prueba, en cuanto al acto en sí, su consenso, el cuándo y el cómo. Y en el caso de transición democrática, si hubo motivo grave para ello, debió acometerse pronto, pues lo contrario significa aceptación o indiferencia, siendo inadmisible un falso escándalo sobrevenido lustros o décadas después. Un acto de Estado tampoco puede quedar al albur de coyunturas políticas partidistas ni personalistas. Esta salvaguarda y garantía ampara de modo especial a las sepulturas inveteradas. Bárbaro sería e inhumano andar poniendo y quitando cadáveres, cual funcionarios de la España de Galdós, por turnos de gobierno.
El No a la pregunta viene impuesto por circunstancias modales, como el ‘cómo’ y el ‘cuándo’. No, no se ha hecho bien la exhumación de Franco. Al contrario, se ha hecho rematadamente mal, como cabía esperar de su planteamiento por Pedro Sánchez, que la utilizó como pretexto para cubrir sus intereses personales [2].
Los hechos se inscriben en un contexto de supuesta ‘aplicación de la Ley de Memoria Histórica’ (de diciembre 2007), y su calendario va desde el 18 de junio 2018, en que Sánchez anuncia su propósito de exhumar a Franco, hasta el 24 de octubre 2019 en que se ejecuta. 
Un año, cuatro meses y seis días sigue siendo poco tiempo para una espera de 40 años (que dijo Sánchez); pero más que sobrado para demostrar cómo no deben hacerse las cosas, añadiendo tuerto a entuerto, en progresión grotesca.

La larga caza del Minotauro
Si (en palabras de Virgilio) se me permite ahora comparar al enano con el gigante, la fazaña de Pedro Sánchez para sacar a Franco de Cuelgamuros recuerda, por contraste, a Jasón a la caza del Minotauro por el Laberinto.  
¿Y por qué no? Los mitos épicos son la memoria histórica de sucesos tal vez prosaicos y hasta mezquinos. A la inversa, no excluyamos que algún día la rocambolesca exhumación de Franco se explique en las guarderías y escuelas de párvulos como el evento crucial de la democracia española, y sólo por ella Sánchez pase a la memoria historia con el título de Grande.
En toda esta parodia laberíntica ni siquiera ha faltado el símil femenino de Ariadna largando carrete al héroe en su recorrido oscuro y tortuoso. Mejor dicho, dos Ariadnas, las dos con hilo mal torcido. Una, la ministra de Justicia Dolores Delgado; la otra, la ministra de Igualdad, musa de Sánchez y su vicepresidenta Carmen Calvo. Ambas han jugado su papel, pero la Calvo sobre todo se ha tomado a pechos lo de Franco como afrenta propia, llevando la voz cantante, con toda la estridencia que ella sabe poner a sus berrinches.
Eduardo Ranz Alonso
La hebra empleada por ambas Ariadnas  salió de la hilandería Eduardo Ranz Alonso, experto en achaques de la Memoria Histórica, y consejero al servicio de la Delgado. Ella encargó a Ranz un plan de exhumación en 72 horas, tan discreto que rozaba la nocturnidad y tan expeditivo que resultó inviable :
«Ranz presentó un borrador que contemplaba la extracción de los restos, su traslado al Instituto Anatómico Forense de Madrid, el aviso a la familia y su reinhumación en otro lugar o, si no señalaban un sitio, en un osario del cementerio madrileño de La Almudena… todo en 72 horas.  “No se pudo sacar a Franco en 72 horas. Reconozco que el proyecto no tenía todas las garantías constitucionales como para ser acometido por un Gobierno de España…”, relata» 
Mucho Minotauro y mucho laberinto para tan breve hilo. El mismo Ranz suministrará otros ovillos, que iremos viendo, todos de la misma calidad.
¿Pero por qué ovillos? ¿qué laberinto?... Realmente en todo el arco parlamentario no había oposición al proyecto en sí, como lo demostraron las votaciones. Reservas, eso sí, muchas y muy fundadas contra la operación improvisada por un presidente de Gobierno recién aupado al poder tras una moción de censura, al que se le suponen otras prioridades, y más en la España heredada de Rodríguez Zapatero y de Mariano Rajoy.
Remendando la Ley de Memoria Histórica
En diciembre de 2007 se aprobó, tras reñido debate, la llamada ‘Ley de Memoria Histórica’, iniciativa del gobierno socialista, en principio para dar satisfacción equitativa a los damnificados y víctimas  del franquismo.
Aquella idea primera luego se fue adornando de excrecencias varias, so pretexto de dignificar la memoria colectiva mediante el constructo de un relato normalizado sobre lo que fue, o tuvo que ser, aquel régimen dictatorial. Todo ello, como pedagogía para las generaciones que no lo vivieron. 
Si ya la ley vino sin consenso parlamentario, su desarrollo y aplicación ha derivado en una feria de reclamaciones y vendettas varias, partidistas y nacionalistas, en el sentido de crear ilusión de ‘derrota póstuma del franquismo’, por quienes de algún modo se sienten perdedores de la Guerra Civil, que se libró cuando muchos no habían venido al mundo. Incluso esa ley y ‘memoria histórica’ ha propiciado reivindicaciones que nada tienen que ver con la reparación a víctimas, como por ejemplo, la abolición de la monarquía.  
Según eso, no es extraño que la Ley haya tenido más aliento periférico, en Cataluña, País Vasco, Andalucía o Galicia. Como también han aparecido grupos pro Memoria Histórica, tal la ARMH, cuyo logo lleva los colores de la bandera de la II República, igual que sus filiales, o que la FEFM [3]
 Un objetivo primario de la Ley de Memoria era, naturalmente, recuperar del Valle de los Caídos los restos de personas sepultadas allí y reclamadas luego por familiares suyos. Una empresa sólo viable para casos concretos, pero imposible de generalizar, y que no es ni pretendía  ser de un día para otro. Pues bien, a ese objetivo bienintencionado no podía faltarle su excrecencia, a saber: la exhumación de Franco y su desalojo del Valle. De Franco, entendido como sus restos mortales, pero también como su persona y memoria exaltada en aquel lugar y monumento que él construyó. Sobre este último, la Ley de Memoria decía escuetamente:
Artículo 16. Valle de los Caídos.
1. El Valle de los Caídos se regirá estrictamente por las normas aplicables con carácter general a los lugares de culto y a los cementerios públicos.
2. En ningún lugar del recinto podrán llevarse a cabo actos de naturaleza política ni exaltadores de la Guerra Civil, de sus protagonistas, o del franquismo.
De la tumba de Franco o de sus restos, ni palabra. Sólo implícitamente, que no se celebren allí actos políticos ni de exaltación. Una tumba como otra cualquiera en una iglesia cualquiera. De exhumación, nada de nada. Excrecencia, por tanto; y lo vamos a ver.
El entierro de Franco en el Valle de los Caídos
En realidad y al margen de esa ‘Ley de Memoria’ (volvemos a la pregunta), la idea de que Franco nunca debió tener sepultura en el Valle es tan antigua por lo menos como la sepultura misma, estrenada en noviembre de 1975. Sin embargo, consumada la transición democrática  y aprobada la Constitución vigente, en 36 años desde entonces se sucedieron gobiernos en que nada se hizo al respecto. Fue en noviembre de 2011, cuando una comisión de expertos, creada por el presidente socialista Zapatero para estudiar el futuro del Valle, recomendó exhumar a Franco de allí. Y en eso quedó el negocio, hasta que en mayo de 2017 la oposición socialista saca adelante una propuesta no de ley, instando al gobierno de Rajoy a introducir en la Ley de Memoria la modificación necesaria para la exhumación, de nuevo sin consecuencia. Ningún presidente de centro, de derecha o de izquierda inició trámites para corregir el impropio, tal vez o sin duda al ponderar los inconvenientes frente a las pretendidas ventajas. 
Ese pragmatismo de décadas se interrumpe con la toma del poder por el socialista Sánchez, al ganar su moción de censura a Rajoy en junio de 2018. Fue el 18 del mismo mes, todavía en su primer estado de gracia y con deberes urgentísimos que no es del caso enumerar, cuando el flamante monclovita automático y no electo dejaba a la ciudadanía boquiabierta, anunciando como inmediata, no la convocatoria de elecciones, sino su propósito de vaciar la tumba de Franco. Recuperaba así la proposición no de ley socialista, para incoar los trámites.
Un mes después la familia Franco expresaba al prior del monasterio del Valle y responsable de la basílica su rechazo a la exhumación. La cosa empezaba a complicarse. El 3 de agosto el presidente reconocía que habría que esperar, aunque poco: 
«Lo vamos a hacer muy pronto... La decisión política está tomada... Se hará con todas las  garantías... Si hemos esperado 40 años, podemos esperar unas semanas o unos días.» 
¿Días? ¿semanas?... ¿Garantías? La jugada del Gobierno fue de órdago, y hará historia en la ingeniería  picaresca legal-ordenancista: aplicar la Ley de Memoria Histórica, pero no tal cual la promulgó el Legislador, sino reformado ad hoc su referido Artículo 16 por un decreto-ley de efecto infalible.
En el Real Decreto-ley 10/2018 de 24 de agosto, precede a la parte dispositiva la habitual expositiva, pero tan prolija a la defensiva que parece un prólogo galeato [4]. Para más seguridad, se blindó también la retaguardia con una ‘Disposición adicional primera’, recordatoria de competencias que la Constitución atribuye al Estado [sic]. Demasiadas explicaciones de un Gobierno en precario, para justificar no sólo el aditamento torticero a la Ley que invocaba, sino un nuevo aditamento al aditamento, para pasmo del que lee:
 «DISPONGO:
Artículo único.
Uno. Se añade un apartado 3 al artículo 16, con la siguiente redacción:
“3. En el Valle de los Caídos sólo podrán yacer los restos mortales de personas fallecidas a consecuencia de la Guerra Civil española, como lugar de conmemoración, recuerdo y homenaje a las víctimas de la contienda.”
Dos. Se añade una nueva disposición adicional sexta bis con la siguiente redacción:
“Disposición adicional sexta bis. 
1. Corresponde al Gobierno garantizar el cumplimiento de lo establecido en el artículo 16.3 de esta Ley … A tal efecto, se declara de urgente y excepcional interés público, así como de utilidad pública e interés social, la inmediata exhumación y el traslado de los restos mortales distintos de los mencionados en dicho artículo.
Esta disposición adicional y el final de la misma se refieren exclusivamente a los restos de Francisco Franco, que aunque no se le nombra en la parte dispositiva (para no desentonar con el texto de la Ley de Memoria), sí que se repite hasta seis veces en el preámbulo ‘encapacetado’. Curiosa insistencia, tratándose de una ley que de pronto introduce un aspecto odioso con efecto retroactivo. (‘Odioso’, en su acepción jurídica de DRAE: 2. Que contraría los designios o las presunciones que las leyes favorecen.):
«La presencia en el recinto de los restos mortales de Francisco Franco dificulta el cumplimiento efectivo del mandato legal de no exaltación del franquismo y el propósito de rendir homenaje a todas las víctimas de la contienda. El presente real decreto-ley pretende poner fin a esta situación, al establecer que solo podrán yacer en el Valle de los Caídos los restos mortales de personas que fallecieron a causa de la Guerra Civil y, en consecuencia, habilitar la exhumación de los restos mortales de personas distintas a las caídas durante la Guerra. Así mismo, consagra de manera expresa el Valle de los Caídos como lugar de conmemoración, recuerdo y homenaje igualitario a las víctimas.» 
¡Pero hombre, si para cuando se promulgó «el mandato legal» (2007), Franco o sus restos llevaban allí en posesión pacífica más de 30 años! Si su tumba impedía o no cumplir una determinada ley, allá la justicia, sin intromisiones gubernativas sobre la marcha, ‘a lo Parot’.
Bien está que la Ley de Memoria contemple el Valle de los Caídos como uno más de los «lugares de culto» y «cementerios públicos», y tampoco está mal que el remiendo a la Ley lo «consagre» como «lugar de recuerdo y homenaje igualitario a las víctimas» – que menudo lío con la verdadera intención del monumento en Cuelgamuros, o Cuelga Moros [5]. Pero exhumar es jurídicamente ‘odioso’, y en Derecho reza el brocardo: favores sunt ampliandi, odia restringenda. Es decir, justo lo contrario de este decreto-ley ad personam, que amplía lo odioso obligando a exhumar por efecto retroactivo. Y eso en cementerio público y en lugar de culto, que hasta el legislador laico reconoce por tales. ¡Que diría Ulpiano! (Bueno, ya lo dijo, y lo sabemos: «La acción de sepulcro violado irroga infamia».)
El navarro Carlos C. Salvador Armendáriz (UPN-PP), en el debate parlamentario, hizo una crítica demoledora:  
«Con solo leer el decreto se desmontan todos los argumentos para justificarlo. Por eso, una parte importante de la doctrina ha advertido que podría ser una norma inconstitucional: arbitrariedad, abuso de derecho, fraude de ley, desviación de poder, fraude de Constitución e incluso vulnerar el derecho a la tutela judicial efectiva.» 
  El 13 de septiembre el decreto-ley fue convalidado por la Cámara, con sólo 2 votos en contra, y esos por error, de modo que los votos a favor superaron en 9 a las abstenciones, aunque el ruido de la ovación amplificó con creces la diferencia. A continuación se aprobó la tramitación como proyecto de ley por procedimiento de urgencia.
El 29 de septiembre, al órdago del gobierno, los Franco muestran una baza magistral:  enterrar a su muerto en la Catedral madrileña de La Almudena, ombligo religioso de la capital de España. La familia tiene allí en la cripta enterramiento en propiedad y ya estrenado. No hacía mucho se habían depositado en él las cenizas de Carmen Franco Polo junto a los restos de su marido.
Al arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, la idea de tener a Franco en casa y para siempre no le seduce, aunque reconoce que no puede impedirlo, pues fue un cristiano bautizado y no descomulgado. El desconcierto tuvo al Gobierno descolocado, y la ministra Calvo hasta hizo gala de modestia: «Es como es, y nosotros no podemos hacer nada». 
Pero he aquí que, cuando la dichosa tumba parecía inexpugnable, Eduardo Ranz hace un descubrimiento que a él le parece llave maestra, ¿qué digo?, el abretumbas universal. El nuevo Código de Derecho Canónico de 1983, en su canon (artículo) 1242, dice taxativamente: 
«No deben enterrarse cadáveres en las iglesias, a no ser que se trate del Romano Pontífice, o de sepultar en su propia iglesia a los Cardenales o a los Obispos diocesanos, incluso eméritos.»  
«¡Éureka!», exclamó Ranz, aunque sin salir desnudo de la bañera, pero silogizando como un bachiller: «La Almudena es una iglesia. Es así que Franco no fue papa, ni cardenal, ni obispo; ergo su cadáver no debe ser enterrado en la Almudena» [sic; no piensen que me lo invento]. Pronto se le arguyó que la Iglesia, a diferencia del Gobierno Sánchez, no legisla con efectos retroactivos ni para casos particulares, y por tanto el nuevo canon no  hace tabla rasa de los contratos, licencias y usos de enterramiento consolidados con anterioridad. 

O sea ... ¿que Franco no fue cardenal?
El entimema de Ranz, aunque vano, tuvo su lado positivo al exhumar una anécdota. La menor del silogismo decía que Franco no fue cardenal. Y decía bien, no lo fue; pero dio ocasión a recordar que si no lo fue, «a punto estuvo» de serlo.
El manifiesto, ‘Nuestro Invicto Caudillo, Príncipe de la Iglesia’, puesto en circulación a fines de 1957 por «un grupo de españoles, que conservarán por el momento su  nombre en secreto para que los resentidos de siempre no puedan tacharlos de oportunistas y aduladores», tras larga y barroca exposición de motivos, argumentos y contraargumentos, al gusto ‘galeato’ de la época, proponía una Comisión Nacional para «gestionar la gestión [sic] de la sagrada púrpura a Francisco Franco Bahamonde» etc. etc. Para terminar, no se privaba de sugerir, «a nuestro modesto y humilde parecer», una lista de 14 individuos idóneos para dicha comisión, encabezada por Alberto Martín-Artajo y cerrada por Fernando María Castiella «en representación de los ministros del Gobierno». 
La inocentada fue celebrada y reída, entre el sinfín de chistes ingenioso y pasquines satíricos que sazonaban el franquismo desde dentro. Juan Eslava Galán, De la alpargata al seiscientos (2011), lo transcribe como Apéndice 1 documental de la novela. Sin embargo, el mayor mérito y gracia de la broma es que, a estas alturas, hay quien se la toma en serio. Así Enric Sopena, en una andanada contra la Iglesia condescendiente y complaciente con dictadores como Pinochet y Franco, expresaba su escándalo por lo del capelo con toda seriedad (El Plural, 30 de noviembre 2009):
«Asimismo fue del todo blasfema la actitud, abrumadoramente mayoritaria, de la jerarquía eclesiástica española, convirtiendo -durante casi cuarenta años- a otro dictador cruel, Francisco Franco, en “Caudillo de España por la gracia de Dios”. Comulgaba el tirano como un beato o un santurrón. Los monseñores lo paseaban en las procesiones bajo palio, igual que si fuera el nuevo hijo de Dios en la tierra. E incluso un grupo de influyentes católicos estuvo a punto de que la Santa Sede le hubiera otorgado al dictador el capelo cardenalicio» 
Lo del capelo al Caudillo yo se lo oí, años después, al propio Martín-Artajo. Decididamente, contra Franco reíamos mejor.
Carmen Igualdad ante la Santa Sede
El 12 de octubre, Día de la Hispanidad, hubo recepción en el Palacio Real y Carmen Calvo tuvo ocasión de sondear a monseñor Fratini, el veterano nuncio en España, en expectativa de jubilación. ¿Hubo algo más que el saludo de cortesía? Renzo Fratini sólo podía recomendar lo mismo que el arzobispo Osoro: entenderse con la familia de Franco, persudirles con que la momia en la Almudena no es buena idea. «¿Persuadirles, de qué? Hasta ahí podíamos llegar». El Gobierno irá hasta donde haya que ir, que acaba en Roma. 
Y allá que vuela doña Carmen. Como si España no tuviese embajada ante la Santa Sede, ni tampoco ministro de exteriores, Borrell. La embajada española la ocupa una mujer, que hasta se llama Carmen, Carmen de la Peña, recién estrenada en aquel destino. No importa.
¿Pero a título de qué se presenta la Calvo en el Vaticano? Recordemos que con la exaltación de Pedro Sánchez el zapateril Ministerio de Igualdad se reajustó a la talla de la gran mujer como Ministerio de la Presidencia, Relaciones con las Cortes, e Igualdad. ¿Y qué mejor que una ministra de Igualdad bien empoderada para medirse con el machista Vaticano? A Roma, pues.
De todas formas, y aunque la Calvo airea que Franco no está en su agenda romana, ella va a lo suyo, enrolar a la Iglesia en su cruzada contra el dictador. Recibida por el secretario de Estado Vaticano cardenal Parolin en beau décolleté, el purpurado le habla en lenguaje sutil y evasivo, que la la despechugada entiende a través de sus deseos, de modo que vuelve convencida de que el oráculo le ha sido favorable. Dos veces, dos, se ve desmentida por Roma, lo que aumenta el despecho de la vice contra los capisayos. Y eso que Franco no estaba en la agenda...
Aquella misión vaticana dejó regusto amargo. La cólera de Carmen desbordó los límites de la diplomacia, haciéndose colada de trapos sucios de la Iglesia en materia de pederastia, apropiación indebida, financiación y fiscalidad, enseñanza etc., siempre de modo que pareciese coincidencia. 
Para bien, las aguas tornaron a cauce y Carmen Igualdad pudo volver un año después (2019) al Vaticano, esta vez como auténtica embajadora, invitada entre otras damas, al hombro la Real Banda de Carlos III, y con ese rictus de saber distinguir la cúpula de San Pedro de un casco peluquero. Un evento tan ‘igualitario’ como lo fue aquel consistorio de 5 de octubre, en que el papa Francisco creó 13 cardenales, todos varones. Allí en San Pedro, la ministra en funciones saludó al papa en privado, y más en público a su antiguo interlocutor Parolin.
Las diferencias quedaban atrás, la derrota definitiva de Franco ya casi tenía fecha. Olvidado estaba casi también (es un decir) otro tope con la Iglesia, ocurrido entre las dos visitas, en que el arriba citado nuncio hizo de marmolillo. 

El incidente Fratini
Renzo Fratini
No es aventurado decir que todavía en junio de 2019 el nombre del nuncio apostólico en España no le sonaba de nada a la inmensa mayoría de los españoles. A mí, sin ir más lejos. Un més más tarde no era lo mismo, porque al oscuro monseñor la perspectiva de su jubilación le soltó la lengua sobre la exhumación de Franco. 
Renzo Frantini no dijo nada que no pensara y dijera mucha gente, pero que no eran el Nuncio. En alguna entrevista se permitió decir que aquella operación era superflua y contraproducente:
«Sinceramente, hay tantos problemas en el mundo y en España. ¿Por qué resucitarlo? Yo digo que han resucitado a Franco. Dejarlo en paz era mejor, la mayoría de la gente, de los políticos, tiene esta idea porque han pasado 40 años de la muerte, ha hecho lo que ha hecho, Dios juzgará. No ayuda a vivir mejor recordar algo que ha provocado una guerra civil … A Franco algunos lo llaman dictador, algunos dicen que ha liberado a España de una Guerra Civil, que ha solucionado un problema. No continuemos peleándonos sobre si tenía razón o culpa»
En suma: detrás o debajo de aquel empeño del Gobierno socialista estaba «una ideología de algunos que quieren de nuevo dividir a España».
Conclusión: la espina de Arimatea
Renuncio a espantarme eventuales lectores alargando el relato de una odisea absurda, que si del lado de los Franco era entendible como defensa de intereses y derecho de familia, por la parte del Gobierno Sánchez pone de manifiesto improvisación y endeblez argumental, pues sólo el 21 de octubre se sintió en condiciones para fijar fecha definitiva a su propósito, el jueves 24 por la mañana. Una debilidad que, por paradoja, ha demostrado la tenacidad del tándem Sánchez/Calvo en conseguir lo que se proponen. 
José de Arimatea con la Santa Espina Detalle del ‘Entierro de Cristo’, por Juan de Juni
Termino. En 1918, en plena efervescencia del tema exhumatorio, de paso por Valladolid tuve ocasión de visitar el querido Museo Nacional de Escultura. Como siempre, me detuve ante el magno Entierro de Cristo, de Juan de Juni, y esa vez algún influjo especial me llevó a fijarme en la figura de la extrema izquierda. Por un momento, en inversión paródica del misterio, el José de Arimatea con la Santa Espina me pareció Carmen Calvo, que se la sacaba del alma. Esta alucinación mía, supongo, vendría motivada por la beligerancia personal de esta mujer en lo que no pasaba de ser mero asunto de Estado, negocios.
Descanse Franco en paz en su capilla de Mingorrubio, y que no se entere Sánchez de que El Pardo está más cerca de Madrid que la Sierra de Guadarrama.
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[1] Otros dirán: «Y menos aún en el lugar preferente». Pongo «ni siquiera», entendido como pretexto.  
[2] «Señor Pedro Sánchez, … la cortina de humo del cadáver de Franco no da para tapar su incapacidad, su debilidad y su incompetencia», en palabras del diputado José Manuel Villegas Pérez; cfr. Cortes Generales, DSCD, Nº 147 (13 de Diciembre 2018), pág. 39.
[3]  ARMH: Asociación para la recuperación de la Memoria Histórica; FEFM: Federación Estatal de Foros por la Memoria.
[4]  San Jerónimo, ante la discusión que suscitaba su versión y edición latina de la Biblia (la Vulgata), antepuso a los libros de los Reyes (Samuel + Reyes) un prólogo famoso que se llamó ‘galeato’ –de sus palabras, «quasi galeatum principium» (como prologo blindado); galeatus, provisto de casco o yelmo
[5] ¿Cuelgamuros o Cuelgamoros? El Cuelgamuros de tiempos de Franco fue primero Cuelgamoros. Antiguo cazadero de la Corona de Castilla, Fernando VII lo cedió a los monjes del Escorial, que en 1813 lo arrendaron temporalmente a vecinos de Peguerinos (cfr. José J. Ramírez Altozano, Historia de los bosques reales de San Lorenzo del Escorial. Visión Libros, pág. 125. En el siglo XIX se decía indistintamente Cuelgamuros o Cuelgamoros. Los botánicos, que se informan bien sobre el terreno que pisan, escribieron «Cuelgamoros cerca del Escorial». Escrito también Cuelga-moros y Pinar de Cuelga Moros. Cuando la Guerra Civil, todavía era así para el Registro la finca rústica propiedad de los hermanos Padierna de Villapadierne, con víctimas asesinadas en Paracuellos. Es apócrifo lo de que Franco cambió la vocal o de Cuelga-moros, en atención a los elementos de sus tropas regulares y Guardia Mora. Hay otro Cuelgamoros en la comarca de Aliste, Zamora. 




A los lectores Th&Th, Pedro Mirlopica, Gulliver, Magister... 
También a Dª Viejecita

Queridos amigos: en la fórmula más sencilla, gracias a todos por sus palabras de apoyo, siempre tan benévolas.  
Tengo pendiente que algún entendido me revise la plantilla del blog, que supongo ha sufrido algún desperfecto, porque aunque dejo abiertos los comentarios, algunos no son admitidos. Los míos, por ejemplo.
Espero que la ubicación de este mensaje resulte acertada.
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Te creo sin juramento, querida Ata (11:07), lo de la hache; y aun sólo bajo promesa te creería. Lo mío es diferente: me chifla escribir alhago, y ahí la presión de tecla no me vale.
De tu comentario, ya he puesto algo en Don Santiago (10:31 am). Y a propósito, es privilegio femenino desollaros y dilaceraros entre vosotras. Pongo yo la mitad en mi texto, y me veo en la picota comido de cuervas.
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D. Ramius, mi Capitán, cuánto bueno por aquí. Es usted muy amable conmigo.
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 25-12-2019:
Gracias, Ata. En la tradición de nuestros padres, Feliz Navidad.