viernes, 23 de mayo de 2014

Lyon, león marchante




Lyon marchant à pied,
Lyon cité marchande...

Al viajar se le han atribuido un montón de beneficios, unos más ciertos que otros. Del viaje iniciático doy fe: un periplo mediterráneo me cambió la vida. El viajar abre horizontes, ilustra, relaja, evade… (Evadir: gran verbum praegnans).
Dicen que hasta cura el nacionalismo. A los que lo padecen, se supone. Sin embargo, todo líder nacionalista español con vocación de Jefe de Estado propio, lo primero que hace es darse la vuelta al mundo, en viaje de promoción, del que vuelven incurables terminales. Pero, ¿es eso viajar?
Viajar hoy al extranjero tiene bono añadido: descansar de España en general y de la España más genuina, la del  monipodio político y el ‘¡Ahí te mueras, España!’. Sin embargo, algún lector creerá percibir que este viajero se resiente de añoranza.

Lyon a primera vista
Mira que he pasado veces por Lyon, pero siempre rodeando, por las prisas. Ya casi ni esperaba conocer esta ciudad. Y de pronto se ofrece la ocasión de ir allá… ¡a cuidar  de un párvulo en vacaciones escolares! No es que me chifle hacer de canguro, pero con todo un Lyon por delante  cualquier mocoso vale la pena. Y si es Cristian mi resobrino, de sorberse la baba. Un día este crío será hombre, sabrá leer, y tal  vez dé con esta página, si no está de Dios que el sucedáneo etéreo de Gutenberg se nos cuelga de la noche a la mañana. Donde esté el buen papel...

Antes de dar un paso por lugar nuevo abrimos el plano. Planta maravillosa, en la confluencia del Ródano y el Saona, Lyon se entiende en seguida. La ciudad se fundó como Lugdunum, 5 años antes de la Era Española y 43 antes de la cristiana. Tenía 33 años cuando dio a luz a su primer hijo notable: el emperador Claudio, que mucho la promocionó.
El nombre del lugar ya existía: Lucodunum, la ‘duna’ o colina del cuervo. El cuervo seguirá siendo el genio municipal, representado en las monedas. Su nombre celta, luco, le asoció con el dios Lugo, como su animal de compañía. Pero Lugo llegó a ser, según cuenta Julio César, el mandamás del panteón galo, capaz de jubilar a otros dioses porque juntaba las habilidades de todos ellos. Por el cuervo, fue identificado con Apolo, para los mercaderes era como Mercurio, y así, por asimilaciones sucesivas, se convirtió en dios múltiple, multiuso, el dios  ‘politécnico’. Y será casualidad, pero con ese cuervo y esas divinidad protectora, los lioneses salieron espabilados. Eso sí, gente práctica. Lyon no figura entre los focos intelectuales y hasta el siglo XIX no tuvo universidad porque nunca le interesó de veras. En esto recuerda a ... otra que me sé.
Sin embargo, cuando Lugdunum derivó en Lyon cambió el cuervo por el león, por una etimología tan obvia como falsa. Y lo mismo que la Legio hispana se convirtió en León, así también Lyon fue ‘León de Francia’, que sin ser ciudad marítima dio nombre al ‘golfo de León’.
Juntos pero no revueltos, la fundación oficial eran tres enclaves humanos: 1) el Lugdunum romano, en la colina escarpada de Fourvière (in Foro Vetere, el foro viejo); 2) la gala Condate (‘confluencia’, en celta), ciudad-santuario nacional en las rampas de la colina de la Croix Rousse, a cuyo pie se unían entonces los dos ríos –4 km arriba de la confluencia actual– ; y 3) las Canabae (o ‘cabañas’, para el caso barracones), en lo que hoy es ‘Península’ interfluvial, pero que entonces era isla del Ródano.
Una maqueta del Museo Galo-Romano da idea aproximada de cómo era entonces el panorama de aquel Lyon ya desarrollado.
Con esta idea, primer ejercicio práctico: subir a la Fourvière, a echar un vistazo. Veo que algunos lioneses lo hacen al trote cuesta arriba, quién sabe si a diario, para estar en forma. Faltos de indumentaria deportiva, nosotros subimos con el funicular, uno de los dos en uso más viejos del mundo, que tiene Lyón en esta colina.

Desde el mirador de Notre Dame me acuerdo de otro mirador, el de Mallona sobre Bilbao, medida y referencia de todas las ciudades, villas y aldeas. La fuerza de la costumbre casi me hace olvidar dónde estoy. A mi espalda Begoña; entre mis pies y el Nervión, el Casco Viejo, Arenal, Sendeja, Volantín… y allende el río, el Ensanche…   Hasta la pasarela del Palais de Justice me da un pálpito calatraveño… Pero no; esta obra es de 1983, cuando don Santiago de Zubizuria aún no se había metido a pontonero. Los lioneses no tiene su puente Calatrava, pero en cambio el empresario valenciano les colocó en 1994 uno de sus pájaros, la estación del TGV (el AVE francés) junto al aeropuerto ‘Saint-Exupéry’.
[... Con que, Satán, vade retro y muéstrame el Lyon de verdad, o me devuelves el importe del viaje. Y como en la tentación de Cristo, el Diablo lo deja para la próxima. La alucinación se ha ido, mientras arriba una gran Virgen sonríe. Encaramada en una atalaya, como el Sagrado Corazón de Jesús de Bilbao, es también de bronce dorado, y aunque éste mide 1,40 más de estatura,, ella le saca en peso más de una tonelada.]

En la terraza entre la Fourvière y el Saona se acurruca el Viejo Lyon medieval y renacentista con sus tres barrios: San Pablo al norte, mercaderes y alta burguesía; San Jorge al sur, artesanal; y entre ambos San Juan, con la catedral, feudo del alto clero y la aristocracia. Por tradición mandaba el clero –aristocracia, al fin– mediante cargos repartidos entre canónigos-condes, canónigos-duques y hasta algún canónigo-archiduque, que podía ser obispo in partibus o cardenal.


Por ejemplo, en la que fue Calle Mayor, luego y hoy calle San Juan, el Nº 37 corresponde a la Chamarerie, que se visita sobre todo por ver su patio, con pozo y fuente de Delorme (siglo XVI, años 30). La casa se llama así porque se la hizo construir (1496-1515) con todo lujo François d’Estaing, canónigo-conde, que ostentaba el cargo de Chamarier: era el clavero general –custodio de las llaves de las seis puertas de la cité, y superintendente de policía y justicia. Un Don nadie. Un cabildo con semejantes atribuciones podía permitirse llevarse bien con la aristocracia seglar (a la que pertenecían), sobre todo si se trataba de tenérselas tiesas a la ínfulas del arzobispo.
Este Viejo Lyon que empiezo a patear puede decirse cité joven, pues este año cumple sus 50. Sólo en 1964, tras largo abandono y peligros de demolición, la ciudad estrena en su Casco Viejo la ley Malraux de recuperación patrimonial, perseverando en el empeño hasta meterlo en el Patrimonio de la Unesco (1998). Viejo Lyon, hoy un encanto, antaño un rincón malsano y pestilente.


Vaya otro ejemplo de esto último. En la muy selecta calle de la Judería, con casas y patios de lo mejor del Viejo Lyon, se abre de improviso la ruelle Punaise o callejón de la Chinche. Un doble arco sobrepuesto no lleva a ningún portal o patio, sino a lo que fue una alcantarilla gargantuesca a cielo abierto y a caño libre, con aguaduchos pavorosos, que al menos baldeaban las inmundicias.
Hoy da gusto colarse por las traboules o pasajes que, como quien entra en un portal, de patio en patio (muchos interesantes, algunos soberbios) permite salir a otra calle. ¡Y leo que hay 230 traboules en la ciudad vieja, con la lista completa! Precisamente en la misma calle de la Judería, uno de esos pasajes conduce al patio con galería sobre trompas (1536), notable realización juvenil del arquitecto citado, Philibert Delorme (1514-1570).

No sé de dónde viene aquello de que «las ciudades crecen al oeste». De ser así, Lyon es excepción. Su ensanche fue hacia el este, primero cruzando el Saona, luego el Ródano, invadiendo las extensiones llamadas la Part-Dieu. El nombre alude a un viejo latifundio de función religiosa o benéfica, junto con la Tête-D’Or.
La hoy ‘península’ entre ambos ríos fue el primer ensanche natural, donde antes hubo instalaciones náuticas y pesqueras, almacenes y muchos hornos de alfarería. En la punta meridional había posadas para comerciantes extranjeros de paso.
Como terreno ‘extramuros’, aquí se alzaban los hospitales y lazaretos, y fue el emplazamiento indicado para los nuevos conventos de religiosos mendicantes y demás, sin contar alguna abadía ya existente, como San Martín de Ainay, los ‘monjes negros’.
Así se llamaba a los benedictinos cluniacenses. Los franciscanos llevaban el apodo de ‘cordeleros’, por ceñir cordón en vez de cinto; los dominicos el de ‘jacobinos’, por su convento parisino de Santiago, etc. Los cistercienses se llamaron ‘feuillants’, no por hojear libros, recoger hojarasca o haber inventado la pasta hojaldrada, sino por el nombre latino (Fulium,parecido a folium, ‘hoja’) de una abadía suya cerca de Tolosa. Por consiguiente, las monjas bernardas se llamaron ‘feuillantines’, igual que los pasteles de hojaldre. Cuando la Revolución, algunos de esos nombres se aplicaron a los miembros de clubs políticos, por los conventos de exclaustrados donde se reunían. Hoy son nombres de estaciones de metro y tranvía.
Con el ensanche, la industria textil especializada en la seda se desplazó desde el casco viejo a la colina de la  Croix Rousse o Cruz Rosada, que con esta segregación se llamará irónicamente ‘la ciudad que trabaja’, frente a la levítica Fourvière, ‘la ciudad que reza’. Con el invento de la lanzadera y el telar programable con códigos de cartulina perforada, como las pianolas, lo que fue artesanía se convierte en oficio mecánico, reducidos los tejedores a tristes ‘canutos’ en régimen de explotación.

El desafío de lo nuevo
Lyon no es ya la ciudad industrial que fue, aunque algo queda, y mantiene una más que decente actividad artesanal, diseño etc. Hoy es muy ciudad de servicios, pero también innovadora. En la lista mundial de las ‘ciudades de la innovación’ para el desarrollo económico, ocupó en 2009 el 10º puesto –París el 4º–, y a sólo 3 por delante de Barcelona. En 2010 Lyon había ganado un punto –París 2–,  mientras Barcelona perdía 13. En 2011 –con París en 3º puesto–, Lyon es 8º y Barcelona vuelve a subir, al 19º; ese año aparece Bilbao en el puesto 82º. Fue el cenit lionés, ya que en la evaluación 2012-2013 la ciudad había perdido 9 puntos –París 2 solamente–, aunque mucho más había perdido la capital catalana, en el puesto 56, y Bilbao con 34 puntos menos ni siquiera estaba en la hecatómpolis de cabeza, a 99 de Lyon. A ver que hay este año.
Más intuitivo en cuadro (en negrita, el año óptimo)*:
Años
París
Lyón
Barcelona
Bilbao
2009
4
10
13

2010
2
 9
26

2011
3
 8
19
   82
2012/13
5
17
56
  116


(*Fuente: Innovation CitiesTM Program, de 2thinknow Global Innovation Agency, USA)
Los prohombres de Lyon se quejan de que el gobierno central les corta las alas. Ellos confían en su capacidad de gestión, ciertamente ejemplar en otros tiempos.

En el Museo Histórico de la ciudad me fijo en una reja antigua a modo de jaula, que estuvo en una ventana de la calle Grenette, una de las más céntricas del ensanche peninsular. Al lado hay un dibujo de la reja in situ, con este comentario a pluma:
La reja de la calle Grenette, Nº 14. He aquí la leyenda: Antiguamente hubo un mercado en esta calle, y los vendores sorprendidos en el uso de pesas falsas eran encerrados en la reja (aquí arriba), quedando allí expuestos hasta el final del mercado. A esto se llamaba ‘la justicia del pueblo’.
Sin embargo, según otra interpretación, el usuario de aquella picota era el negociante lionés que se permitía una quiebra. En lo mercantil, Lyón no admitía trabacuentas y demás bromas de mal gusto.
A propósito: la primera entidad bancaria que conocí en el mundo no fue el banco de Bilbao, ni el de Vizcaya, ni siquiera el Banco de España. Fué el Crédit Lyonnais, que nos libraba los fondos durante la etapa de refugiados de guerra en Francia. Bueno, ya antes de eso, en la escuela comprábamos a la maestra  sellos para la libreta que nos abría a los escolares la Caja de Ahorros Municipal. Y la misma caja donaba los libros estimulantes del ahorro, que recibíamos de premio. Pero no miento, porque entonces a nadie se le ocurría tomr una caja de ahorros por un banco.
¿Por dónde íbamos? Ah, sí, Lyon. La crisis se nota. En la calle, en el transporte público, a la puerta de las iglesias, se pide limosna discretamente. La proporción de inmigrantes es alta, aunque siendo mayormente francófona de procedencia, la integración es más que aceptable. Barrios enteros al sur están bastante degradados, y nos dicen que ciertas zonas no son para andarlas de noche. ¿Y en qué aglomeración urbana no se da lo mismo?   Esto son sólo unos apuntes, unas impresiones muy superficiales y seguramente poco exactas, sobre una gran ciudad descubierta de sopetón.

Lyon benéfico: el Hôtel-Dieu
Antes he mencionado la Part-Dieu (la Parte de Dios). Hoy es área de negocios, pero el nombre nos recuerda que esta ciudad tiene tradición hospitalaria y asistencial, para peregrinos y enfermos.
Su Hotel-Dieu, el Gran Hospital de Lyon, ha sido modélico. Decir que es fundación merovingia de mediados del siglo VI parece excesivo. Cierto que en 542 el rey Childeberto I junto con su mujer Ultrogoda, a instancias del obispo san Sacerdote, fundaron una hospedería para atender a los peregrinos que al buen obispo ya le estorbaban en su residencia. Si hacemos del Hotel-Dieu continuador directo de aquella institución del hijo de Clodoveo y santa Clotilde, podría decirse que es el hospital más antiguo de Francia. Otros, más prudentes, no van más allá de las últimas décadas del siglo XII.
En apoyo dicen que el hospital merovingio estuvo muy próximo al actual, cerca del puente de la Guillotière. Como también se cita del Concilio de Orleans, presidido por el mismo san Sacerdote años más tarde (549), el canon 15, redactado a modo de bula  con su conminación y todo, muy notable porque asegura las propiedades del Hospital contra toda apropiación, empezando por la episcopal y eclesiástica. No es frecuente en documentos eclesiásticos encontrar expresiones de tanta cautela contra manipulaciones clericales.
La inmensa mayoría de lioneses que tiene el topónimo la Part-Dieu como mera referencia urbanística (como Perrache, Venissieux etc.) no tiene por que saber que en 1724 este feudo o dominio fue donado al Hôtel-Dieu por su propietaria Mme. Menezod, viuda de M. de Servient. Donación en sentido algo lato, pues en contrapartida la institución cesionaria debía pagar a la donante la suma de 53.000 libras al contado, más una pensión anual vitalicia de 6.000 libras, amén de otras condiciones onerosas. Cierto que el latifundio era vasto, pero incluía mucho baldío, como Les Brotteaux, que sólo se valorizó al plantearse el ensanche de la margen izquierda del Ródano. Vamos, que la buena dama, larga en solares pero cortita de fondos, discurrió una caridad lo que se dice bien entendida. [Cfr. Dagier, Histoire de l’Hôtel-Dieu, t. 2, pág. 78]
Y ya metidos en caridades, evoquemos en 1531 la carestía y hambruna que asoló Lyon y su entorno. Por si fuera poco, de pronto aparecen río abajo barcazas atestadas de miserables hacinados. Vienen sin pilotos ni destino. Las provincias de aguas arriba han tomado la decisión inhumana de deshacerse de aquel excedente, hasta 5.000 personas. Un episodio de ‘nave de Locos’, que lo mismo se repetía a veces en el Ródano que en el Rin y otros ríos navegables. Lyon les acoge, muchas familias alojan sobre todo a los niños y a sus madres.
Los concejales se reúnen en San Buenaventura y acuerdan que los pobres de la ciudad se hospeden en los conventos de frailes, y los forasteros con los monjes negros de San Martín de Ainay. También se organizó una colecta, a la que se sumaron las colonias extranjeras: tudescos, florentinos, luqueses, saboyanos… El clero se ofrece incluso a vender vasos sagrados para fondos de caridad. Así se capeo el verano terrible, hasta la nueva cosecha. Y aun entonces los refugiados fueron despedidos con un subsidio.
El único que al parecer se opuso tercamente a todas estas medidas fue el Arzobispo, que ejercía la justicia suprema. Por lo cual, Francisco I le suspendió por letras patentes. De haber hecho caso al prelado, cuyo nombre prefiero callar, la pobre gente habría seguido su viaje fluvial, quién sabe si hasta las Bocas del Ródano.
El Hotel-Dieu, lugar de acogida en un principio, se convierte en hospital sanitario a mediados del siglo XV, cuando contrata a su primer médico en jefe. Ahora bien, en 1533 encontramos como médico residente a Rabelais, que tras colgar sucesivamente los hábitos benedictino y franciscano, ahora vestía haldas de la orden de Esculapio. Aquí encontró tiempo para, entre tomar pulsos, oler cacas y catar orinas, escribir también algo más que recetas: el Pantagruel y el Gargantúa, impresos en Lyon (1532-1535).
El Grand Hôtel-Dieu como tal pasó a la historia y es entre otras cosas un museo más de esta ciudad museística, dedicado obviamente a la Medicina. Pero Lyon es maestro en el reciclaje, y proyectos no faltan.


Lyon y su imprenta
Antes he alabado el buen papel como soporte de escritura, y ahora acabo de mentar la obra de Rabelais. Lyon ha sido emporio de papel impreso.  Su tercera gran industria –tras la banca, traída por los italianos en el siglo XIII, y la seda por los mismos en el XIV– fueron las prensas de tipógrafos alemanes, ya en el XV.

De la producción libresca lionesa hace hoy reclamo uno de los ‘frescos’ murales típicos que decoran fachadas enteras junto a los muelles del Saona. El titulado ‘La Bibliothèque de la Cité’, calle de la Platière esquina al muelle de la Pêcherie, recoge más de 500 títulos creados o impresos en Lyon, incluido por supuesto el Gargantúa.
También en Bilbao tenemos Gargantúa, pero no es un libro, sino un ogro gigantesco devoraniños, disfrazado de aldeano vasco por algún motivo que no se me alcanza. Por la Wiki aprendo que «está basado en las novelas de Gargantúa y Pantagruel, de origen francés».  Y ya con referencia de autoridad prosigue:
«Según José María Busca Isusi, guipuzcoano, el gargantúa [sic] era hijo de dos gigantes, llamados Grandgoussier y Gagamelle [sic], hija de un rey salvaje. El hijo, al nacer salió de la oreja izquierda de su madre, tenía el tamaño de una ternera y pesaba varias toneladas [sic]. Hubieron que [otrosic] construirle una enorme cuna. De comer le daban terneras y vacas a montones. Al final, sus padres, en vez de en carrito, decidieron llevarlo montado en un carro arrastrado por bueyes».


Pero aparte de bonito, el contenido del fresco es sólo una muestra. A cada paso, en los fondos librescos de la inmensa Biblioteca Google, aparece Lyon en pie de imprenta. Sin embargo, el Musée de l’Imprimerie, calle de la Pollería, me ha decepcionado (ya avisan que están de obras). Más que el contenido que pudimos ver me gustó el continente, una casa del siglo XV, y su ubicación, cerca de la rúa Mercières, donde estuvieron las imprentas renacentistas lionesas más importantes, empezando por Grifio.


Me he quedado con las ganas de saber dónde tuvieron sus talleres Pillehotte y Cardon, de donde salió la edición definitiva de las Disquisiciones Mágicas, del jesuita Martín del Río con su Magia demoníaca. Obra que me enamoró y tanto quehacer me dio, sin otro provecho que la satisfacción de un deber autoimpuesto cumplido, algún día voy y lo cuento. Tanto Juan Pillehotte como Horacio Cardón fueron activistas de la Liga Católica, y por eso el primero perdió su título de impresor ordinario de la ciudad. En compensación, los jesuitas les convierten en impresores del mundillo jesuítico.

Bueno, también por aquellos años en Bilbao el primer impresor del Señorío de Vizcaya, Matías Marés, tuvo problemas con la ortodoxia local y hubo de cambiar de aires con su imprenta. Bien entendido que entonces aún no había jesuitas en la villa.
Lyon siempre tuvo vocación de ciudad libre, tanto frente al poder real como al episcopal. El primero la mimaba con privilegios de todo tipo, pues era orgullo de Francia. Los señores obispos, más bien lo contrario, siempre en pique con los ediles y, desde 1320, también con los flamantes cónsules. Las guerras de religión (desde 1562) pusieron en evidencia que la ciudad no estaba a la altura de las pretensiones de su Consulado. Se inicia el declive en favor de París, ya definitivamente.
En lo religioso, Lyon cayó algún tiempo en poder de los calvinistas o ‘hugonotes’, y a punto estuvo de convertirse en una ‘segunda Ginebra’. Luego se volvieron las tornas y la mayoría de aquellos tuvo motivos para marcharse.  La bi-confesionalidad deseada por el sector más liberal fue imposible, y la ciudad fue bastión de Crontrarreforma jesuítica, con ribetes inquisitoriales. A finales de agosto de 1572 estalla una caza y masacre de hugonotes (“Vísperas Lionesas”).
En 1565 la Compañía de Jesús se había hecho con la dirección del Colegio de la Trinidad, institución cívica fundada en 1519 por un cofradía, convirtiéndolo en centro de ortodoxia católica, pero también de prestigio, donde formaron una gran biblioteca. Lyon se jacta de tener la Biblioteca Municipal más rica de Europa; pero no suele airear tanto que sus primeros fondos (40.000 volúmenes) no eran otra cosa que la biblioteca de los jesuitas, incautada a raíz de su expulsión en 1765. Y todavía hace sólo 16 años incorporó en depósito la Biblothèque des Fontaines, también formada por los jesuitas y almacenada hasta entonces en Chantilly.
A los jesuitas suceden los oratorianos en la dirección del colegio durante 30 años, hasta la Revolución (1762-1792), que lo seculariza. La Convención lo transforma en Escuela Central, más tarde Liceo Imperial, Colegio Real, Liceo de Lyon y por último, desde 1888, Liceo Ampère. Fue el primer colegio mixto de Francia.
Pero veo que dan las doce, y yo todavía sin montar la página. Habrá que volver sobre Lyon, que da para más de un artículo. Como Bilbao.