jueves, 28 de mayo de 2009

Memoria en sepia




Ayer caí por lo que parecía una presentación de libro a punto de empezar. Sorpresa grata, cuando veo aparecer a Imanol Villa con su recién nacida Historia del País Vasco durante el franquismo (Madrid, Sílex, 2009). Decepción, al anunciarse la ausencia del presentador Manuel Montero. Y una verdadera lástima, tener que dejar el acto por otro compromiso. A pocos metros de allí me aguardaba una conferencia apasionante. Nada menos que el origen y evolución de los bólidos y meteoritos, sus frecuencias de impacto en nuestro globo, y la eventualidad improbable de que un cruce de órbitas ponga fin a todas nuestras cuitas, a todos nuestros devaneos.

Así que me quedé sin la presentación, aunque no sin el libro, comprado esta misma mañana.

Lo primero que he buscado allí –en vano, por cierto– ha sido la expresión «en sepia». La había leído en alguna crítica, como cuño del mismo Villa, que en efecto la usó en su Historia breve del País Vasco (Sílex, 2006) como cabecera de sección: 'Historia en sepia: el "reinado" de Franco'. Con esta explicación: «en sepia, porque ése es el color de muchos de nuestros recuerdos».

Eso de recordar 'en sepia' cuadros de memoria no quiere decir que sean falsos, como no lo es Retrato en sepia de Isabel Allende, aunque se trate de una novela de proyección autobiográfica a un pasado no vivido. Ni siquiera el pasado tiene que ser necesariamente remoto. Imanol es un joven nacido en el 64. Por tanto, su 'sepia' fotográfico personal es un tanto retórico, ya que sólo cubre el franquismo terminal, que cómo el sabe perfectamente, fue atípico en muchos aspectos.

Este joven historiador encarna a una generación de vascos cuya vida reflexiva se abre con el puchero televisado de Arias Navarro, en el intento de pronunciar cinco sílabas, "Franco ha muerto"(1975).

Apurando más –y aunque no conozco a Villa personalmente, ni tengo noticia de su precocidad y evolución mental–, la memoria 'no sepia' del historiador, su presencia viva testimonial, viene a coincidir con la andadura de la Comunidad Autónoma Vasca y su Estatuto de Autonomía (1979).

El 9 de abril de 1980 el PNV accede en Euskadi al poder, que no perderá hasta el 5 de mayo de 2009. Han sido casi tres décadas de gobierno nacionalista, que desde unos comienzos moderados, a tenor con la bisoñez democrática por un lado, y por otro el espectro del golpismo, derivará a la prepotencia y las formas de un auténtico 'régimen'. Tan así es, que al producirse el desalojo de su lendacari de Ajuria Enea, los mismo voceros de su partido lo han equiparado a un golpe de estado. Tal ha sido su identificación con el ejercicio cuasi natural del poder político. Y lo más sensible del cambio para ellos, verse descabalgados, justo cuando su líder tocaba con la mano, para esta legislatura, la culminación de su Plan: encarrilar el tren vasco hacia la estación término de su independencia.

Estos 30 años y un pico más no son muchos como para retratarlos en sepia, ni Imanol Villa ni nadie. Todo lo más, habrá páginas del álbum que amarilleen, según la memoria y el interés de cada cual. En todo caso, esa es toda la memoria viva de su generación.

Pero hay otro grupo de edad, ya menos numeroso y en vías de extinción acelerada, por imperativo biológico. No incluyo a los más viejos, los que tienen veladas las neuronas del recuerdo, o los que no tienen gana y facultad de transmitirlo. Hablo de los ochentones todavía conscientes, grupo que alcanza hasta los últimos años de la monarquía, bajo la dictadura militar de Miguel Primo de Rivera (1923-1930).

Esos supervivientes comparten memoria viva, no porque tengan nada parecido a una 'memoria colectiva', sino por el tiempo común recordado. Su memoria viva cubre con suficiencia para el País Vasco ambas etapas: el régimen de Franco–objeto del libro de Villa–, y el régimen del PNV. Éste, en blanco y negro o en tecnicolor, digamos, en imagen más fresca. Aquél, en sepia o en azul; y con este 'azul' no me refiero al color de aquel régimen: las primeras fotos de producción casera que recuerdo eran azules. (Todavía conservo algunas milagrosamente a salvo de salvajadas infantiles.)

Pues bien, si algo vale el testimonio sincero de uno de esos mayores, aunque estuviese equivocado, he aquí el mío propio. Comparando mis dos álbumes, el azul y sepia de la dictadura y el todavía húmedo de esta dictablanda democrática que empezó con el euskoalunizaje del 80, la verdad es que encuentro parecidos, más de los que quisiera.

Es sorprendente la ligereza con que hablan hoy del franquismo los que no lo vivieron, e incluso muchos que habiéndolo vivido en parte, prefieren retocarlo para que entone mejor con su escenario y decorado presente.

'Franquismo' y 'fascismo' son dos términos que se oyen a cada paso en el lenguaje de los jóvenes patriotas vascos, a menudo sin venir a cuento, y casi siempre sin propiedad. Son sólo insultos, como 'español' o 'sinvergüenza'. No digo que esté bien, sólo que la ligereza juvenil puede valerles como disculpa. Pero dejando ese abuso acrítico del lenguaje, yo no tengo reparo en confesar que el poder nacionalista, sobre todo desde Lizarra, me recuerda demasiado el franquismo. La cosa es compleja. Ese énfasis en lo identitario, mitomanía, intolerancia, imposición del pensamiento único, desprecio al otro. Querencia por el comisariado político; por el conmigo o contra mí. «Mis enemigos, que son los de España (o los de Euskadi)». Ese «gora!», gritado en el mismo tono que «¡arriba!». Clientelismo, favoritismo, gutarrismo. Esos tics ceñudos, ese empaque doctrinal, esos trágalas. Seguro que otros han hecho el análisis y pueden hacerlo mejor que yo.

Lo diré de otro modo. Nacionalistas que vivieron acomodados al franquismo (y no son quimeras ni entes de razón) han podido vivir como si tal cosa desde la transición; mientras que el ciudadano no franquista ni nacionalista se siente igual de incómodo ahora que antes. No es reproche. Tipos respetables, unos y otros, gente normal. Hombre, si 'los eternos descontentos' (que decía el Caudillo), además de no, encima fuesen anti-, obviamente las cosas no les irían igual ahora, a menos que caigan en desgracia del terrorismo. Fuera de eso, el ostracismo viene a ser igual hoy que ayer para los desafectos al régimen. Para éstos sigue en vigor lo que recomendaba el gallego: «Usted haga como yo, no se meta en política». Fraga y su PP, Arzallus y su PNV, demasiado semejantes para llevarse bien en una misma arena. Nacionalismos románticos, lo uno y lo otro. Y por supuesto, unas formas que hoy son de etiqueta. Todo es cuestión de rascar.

Ya digo que todo esto puede ser alucinación mía. Y aquí sí que podríamos entablar debate sobre la utilidad de las memorias históricas individuales, igual que se compilan cuentos de viejas, dichos o baladas. No es preciso encarecer el valor de los diarios íntimos. Como interesantes son también los testimonios monográficos, por ejemplo sobre el bombardeo de Guernica. Un género especial de 'nuestra Guerra' son las pequeñas historias de pequeños refugiados. De estos relatos de bilbaínos 'niños de la Guerra', embarcados en 1937, me ha tocado prologar alguno muy reciente. El mío propio está por escribir.

En todo caso, la experiencia personal directa es más reducida que lo que parece. Si hacemos memoria, mucho de lo que 'recordamos' en realidad nos entró por el oído o lo leímos en los periódicos. Que es justamente lo que hace un historiador moderno como Villa, para componer sus recuerdos en sepia. O para regalarnos sus preciosas estampas históricas de color local, semana tras semana.

A todo esto, no he dado mi parecer sobre su libro. ¿Y cómo he de darlo, sin haberlo leído? Aquí sólo se trataba de una tonalidad del recuerdo, expresada en forma poética

Un buen amigo de bitácora, Monsieur de Sans-Foy, me decía hace poco: «Los poetas, al margen de nuestra edad, tenemos que tener presente el pasado». Gran verdad. Es así como puede otro joven del mismo oficio, desde los antípodas, evocar su 'memoria en sepia'*:

 While the demons clear the longevity of this place
and all the other night houses
built in the aftermath of heartless atrocities;
the demonic icons of irreversible history,
the sepia images of memory
in a landscape formed
along the blackened fringes
of this sunburnt country.

 (Mientras los démones despejan este lugar longevo
y todas las demás casas de noche,
levantadas a vuelta de atrocidades sin entrañas;
los iconos demónicos de una historia irreversible,
las imágenes sepia de la memoria,
en un paisaje formado
a lo largo del limbo ennegrecido
que rodea esta tierra abrasada de sol.)

 *) 'The Night House' , de Samuel Wagan Watson (Brisbane, 1972- ): Smoke Encrypted Whispers. Univ. of Queensland Press, 2004, págs. 124-125.

domingo, 24 de mayo de 2009

Euscaldunizar sin Eskandalizar

Maxima debetur puero reverentia. (Juvenal)




No hace falta ser del PP en esta Comunidad Autónoma para mirar con expectación los primeros pasos de la renovada Consejería de Educación. Los 'populares' tienen acuerdos firmados con los socialistas vascos, y es de suponer que vigilen su cumplimiento. Pero al margen de la política entre partidos, existe también una ciudadanía variopinta con ideas propias. Como ciudadano, sea este es mi granito de arena en la playa educativa vasca.

Isabel Celaa ha hecho declaraciones necesariamente inconcretas todavía, pero que se remiten a materias disputables. Luego las enumero. Como punto de partida –y de llegada–, me quedo con esta frase suya, de fácil aceptación: «Con los niños no se juega».

Muy oportuna, porque si con alguien se ha jugado en los últimos años de forma escandalosa ha sido con la infancia. Un botón de muestra, enunciado por la propia Consejera: el Plan de Paz, cuyo «programa se va a modificar con urgencia, para deslegitimar el terrorismo, porque la sociedad no puede permitir que se justifique el asesinato por opinión política». ¡Pero cómo!, ¿es posible…? Pues sí. Hay cosas tan elementales, que ni se plantean, hasta que se constata cómo los oportunistas aprovechan para sembrar de lo suyo.

Hay un segundo botón, del que también habla doña Isabel Celáa en estos términos: «La mitad de la población hata los 25 años conoce el euskera, y hasta los 15 años llega al 80 % ».

Esto no diría mucho, de no tener en cuenta los valores de partida. Ya no gusta tanto airear en cifras la población euskaldún al implantarse la Ley de Normalización Lingüística en 1982. Tampoco se señala lo obvio: que la euskaldunización se ha logrado a fuerza de imponerla a los niños, frente a un éxito minúsculo con los adultos. Pues bien, según EUSTAT, en 10 años (1991-2001), la proporción de euskaldunes entre 15 y 29 años ha crecido el 17 %, cifra que se eleva hasta el 22 % si se incluyen los 'cuasi-euskaldunes'.

Estas cifras dan idea sólo remota de la presión enorme de un experimento esencialmente escolar. Presión que bajo Tontxu Campos ya se hizo intolerable. De este personaje baste recordar su testamento, firmando en plena agonía política un decreto de euskaldunización radical de la infancia: ¡hasta los 6 años, en la escuela, todos euskaldunes y sólo euskaldunes!

Pues aun así, hace sólo un par de años, el Kontseilua de Baztarrika daba la alarma: «dos de cada tres alumnos vascos terminan la etapa escolar sin euskaldunizarse». Una valoración que revela con crudeza la brutalidad del experimento realizado con nuestros niños, por no decir contra ellos.

Y todo en nombre de la ley, en virtud de un supuesto derecho, propio de gobiernos totalitarios, a imponer por ley o decreto determinados artículos identitarios, como quien estampa un tatuaje en las reses de su rebaño. «¿Acaso tienen derecho los padres a quitar de programa la Aritmética?», se ha dicho con arrogancia. Como si lo uno tuviese algo que ver con lo otro.

La nueva Consejera merece aplauso y apoyo en su esfuerzo por, digamos, normalizar la normalización lingüística, anormalmente sobrenormalizada bajo su antecesor. Veremos hasta dónde le alcanza un presupuesto exprimido in extremis por Campos, gracias a una ley que ella misma votó, conviene recordarlo.

Hace bien Isabel Celáa remiténdose a la legalidad del 82 y el 93. Mas no se olvide que es la misma legalidad invocada por Campos, interpretándola a su aire para euskaldunizar por la brava.

Siempre sobre el dichoso vascuence, la Consejera apela también al consenso y el acuerdo. Mejor dicho, a los consensos y acuerdos, en plural. Refiriéndose a su partido y al PNV, dice así: «En la última diputación permanente, sacamos adelante una propuesta para seguir buscando consensos, a la luz de los acuerdos alcanzados en el Consejo Asesor del Euskera». Sí, claro; aquel 'consenso unánime' entre todos los grupos, sensibilidades y vivencias, donde sólo se notó la ausencia de «esa ínfima minoría del 70 % de la población vasca monolingüe que no habla sino castellano», como ironizaba J. Mª Ruiz Soroa en su artículo , 'Curioso consenso' (El Correo, 09-02-19). Cierto que un socialista puntualizó (02-25) que su partido estaba por modificar el nombre y la normativa del Consejo Asesor del Euskera. Pero no menos cierto es que, como replicó el mismo Ruiz Soroa, «los eurodiputados socialistas se han unido a los nacionalistas, en contra de los populares (PP), para tumbar una propuesta europea sobre lenguas minoritarias, porque en la misma se defiende el derecho de las familias a elegir lengua vehicular para la enseñanza de sus hijos».

Consenso entre convencidos. Todos ellos parten de axiomas comunes: el euskera, patrimonio cultural, nuestra lengua, factor necesario de cohesión, lengua rica y enriquecedora, milenaria y renacida, gracias al esfuerzo de todos... Euskaldunización = normalización.

Axiomas comunes, o lugares comunes. Con igual derecho y razón se pueden defender tesis contrarias: batúa, neolengua minoritaria, extraña, difícil, literariamente pobre e inculta, estudiada por obligación y olvidada con gusto. Discriminante hasta el atropello. Una curiosidad de museo, desempolvada al servicio de una construcción nacional. Euskaldunización = imposición. Todas las 'sensibilidades' quiere decir eso: todas. Por raras que nos parezcan. Pisamos suelo opinable. De todos, o de nadie.

En esta máquina de euskaldunización sin marcha atrás, pero ahora con freno, éste no lo han inventado los socialistas. El citado Baztarrika ha cubierto el último tramo de su carrera como asesor de política lingüística pisando freno. No porque no interese euskaldunizar; todo lo contrario, porque tan de prisa íbamos camino de dar al traste con una lengua débil, y encima aborrecida.

No ha sido el respeto al niño, o el respeto a la libertad; menos aún la Constitución, que prohibe discriminar por razón de lengua para acceder al trabajo; ni siquiera el sentido común, ante tamaño despilfarro. Lo que preocupa es el rechazo. Euskaldunizar, sí; pero sin escándalo.

«Este país ha avanzado mucho en el conocimiento del euskera… Pero resulta que la lengua vasca no pasa al uso en la misma proporción. No se está desarrollando el acercamiento al euskera. Desde la escuela vamos a cultivar esa vinculación de aprecio. Querer al euskera. Una lengua impuesta nunca será amada y una lengua querida será más usada.»

¿El Baztarrika de los últimos días? ¿el PNV del no a Tontxu Campos? ¿A que suena lo mismo? ¡Pues qué va! Es la nueva Consejera, que para mejor persuadir viene con un plan de educación trilingüe: castellano, vascuence, inglés. Cómo lo vamos a financiar, ya veremos. De momento, «rebajar el suflé en torno al tema lingüístico» –dice con humorismo de repostería– , donde la libertad de elección de una lengua (el castellano) «debe congeniarse con el necesario aprendizaje de la otra», para en definitiva «avanzar hacia ese trilingüismo de libre adhesión».

Pero entonces, ¿en qué hemos cambiado? Nuestros niños seguirán atiborrándose de euskera en el aula, para dejar de practicarlo en el recreo y olvidarlo al volver a casa. Porque si en la vida humana hay una edad con reflejos de supervivencia, esa es la escolar. Y si hay una sociedad masoquista hasta el extremo de quitarles a sus hijos de la boca su propia lengua materna, dejando que les impongan otra extraña, minoritaria, inculta, torpemente manipulada y manifiestamente inútil, sólo por si acaso algún día la necesitan para pedir de comer, esa sociedad sólo puede imaginarse en el País Vasco.

¿O sea que con Patxi López esto va a seguir como antes? No exactamente. Aunque el vascuence siga siendo obligatorio, siempre se podrá decir que no lo es para la construcción nacional. ¡Ya! Pero entonces..., ¿para qué…?

sábado, 23 de mayo de 2009

Crotalogía, o enseñar el que no sabe






  La polémica en torno al 'Padre KK' y su controvertida capacidad para impartir a título de teólogo doctrina práctica en materia de sexo –en la que se le supone inexperto–, me trae a la memoria un librito que vale la pena releer.

En 1792 la Convención depone a Luis XVI y Francia se convierte en República. En Madrid, la reina María Luisa, mujer de Carlos IV, se interesa por un joven guardia de corps. Era el inicio de la ascensión de Manuel Godoy al Olimpo. El mismo año, también en Madrid, había salido de la Imprenta Real un opúsculo de título extraño, La Crotalogía. ¿Qué era eso? El subtítulo lo explicaba: Crotalogía, o ciencia de las castañuelas.
Sólo a los eruditos les sonaba la palabra crótalo, oriunda del griego y traducida por conjetura como 'castañeta'. Herodoto (2, 60), describiendo la procesión fluvial a Bubastis, habla de mujeres tocando crótalos, en compañía de varones flautistas, todo en honor a Bast, la amable diosa gata, figurada con cuerpo de mujer, tocando ella misma su instrumento preferido, también llamado sistro, o sea el crótalo. Otros contextos y representaciones arqueológicas sugieren las sonajas, la pandereta (que también puede llevarlas), la matraca o carraca, y en fin, todo tipo de castañetas. Crótalo se relaciona con κρóτος, chasquido, palmoteo, zapateo, castañeteo… Como cuando la cigüeña 'crotora'. En el Nuevo Mundo los españoles trabaron conocimiento con una peligrosa culebra que, como las adoradoras de Bast, se anunciaba con un peculiar sonajero, por lo que la llamaron crótalo o cascabel. En fin, como título de libro, la Crotalogía hacía recordar a los más leídos que ya a mediados del XVI se había publicado una sátira lucianesca titulada precisamente El Crotalón o «juego de sonajas».
Ahora bien, lo que en esta obra era sólo metáfora, en la Crotalogía era asombrosa realidad, o al menos prometía serlo: Instrucción científica del modo de tocar las Castañuelas para baylar el Bolero, y poder facilmente, y sin necesidad de Maestro, acompañarse en todas las mudanzas de que está adornado ese gracioso Bayle Español.
De momento, sólo salía a luz una Parte Primera:« Contiene una nocion exâcta del Instrumento llamado Castañuelas, su origen, modo de usarlas, y los preceptos elementales reducidos 'a riguroso método geométrico, juntament con la invencion de unas Castañuelas armónicas, que se pueden templar, y arreglar con los demas instrumentos.»
A partir de ahí, ya sabía el lector a qué atenerse. El prólogo será una parodia de prólogos al uso; el índice de capítulos, una parodia de índices de tratados inútiles de todo género; y el desarrollo, una graciosa parodia de la seudoerudición, pero sobre todo de la pretensión de reducirlo todo al 'método geométrico', con sus axiomas perogrullescos, tesis, demostraciones grotescas, corolarios sin pies ni cabeza. En una palabra: una reprimenda a la persistencia de métodos tardoescolásticos vergonzantes en pleno siglo de ciencias experimentales. Ningún dibujo ni esquema concreto viene a turbar la pureza de la abstracción cartesiana. Como tampoco la teoría se pone a prueba práctica con ejercicios. ¿Para qué? Se da por supuesto que cualquier lector aprovechado de la Crotalogía, al cerrar el libro, sale consumado crotálogo, listo para acompañarse y acompañar con las castañuelas en el baile del bolero… ¿O no?... Pues va a ser que no, hasta que se publique una Segunda Parte, con toda la teórica de este baile. Hasta hoy.
Hora es de ofrecer el enlace de la obra. Mejor dicho, dos enlaces: uno con el texto de la Crotalogía digitalizado para la 'Biblioteca Virtual 'Cervantes', y otro con el facsímil de una de las ediciones o tiradas, descargable desde 'Libros Google'.
¿El autor? El Licenciado Francisco Agustín Florencio, un seudónimo. El verdadero autor fue Juan Fernández de Rojas, agustino de San Felipe el Real de Madrid. El mismo que vemos en perfecto retrato que le sacó su amigo Goya, hoy propiedad de la Real Academia de la Historia. Lo cual, unido a que el padre Rojas fue nombrado por Real Decreto para continuar la erudita España Sagrada que emprendió su correligionario agustino Flórez, ha hecho creer que Rojas fue académico. La verdad es que, aunque muy docto, su humor no le llamaba a peregrinar por los archivos, prefiriendo una vida más sana junto al mentidero de las Gradas de San Felipe. De la España Sagrada no publicó ni una línea.
Acabo, en relación con el motivo de esta nota, con un párrafo del Capítulo XIV, que Trata de la conclusión de esta obra:

Advertencia última. No obstante que he procurado dar todas las reglas crotalógicas con la mayor claridad, que me ha sido posible, atendiendo a la falta inevitable por ahora, de las estampas; con todo eso puede suceder que alguno no pueda por sí mismo llegar a toda la perfección, que se imagina, y quiera buscarme para que yo le manifieste en la [91] práctica lo mismo que tengo escrito. Bien sabe Dios que sentiría verme en este apuro: y para precaverle protesto y aseguro, con toda la ingenuidad de que es capaz un autor, que yo en mi vida he tomado las castañuelas en la mano, y de consiguiente, que ni mal ni bien, yo jamás he querido, ni intentado tocarlas. De la misma manera y bajo las mismas formalidades protesto y aseguro, que, o bien sea por la demasiada fuerza de atracción, que explica hacia mi cuerpo la tierra, o bien por la fuerza de inercia de mis músculos y nervios, yo, no solamente no soy capaz de bailar el bolero, pero aseguro ingenuamente que por más esfuerzos que haga, no será posible que mis pies se levanten del suelo dos dedos siquiera, de modo que se pueda llamar salto. Con todo eso bien claro es que estoy dando leyes al mundo sobre lo uno, y las daré sobre lo otro. En otros tiempos era necesario que se supiese una cosa para escribir de ella, y se mataban tantos pobres mozos en esas malditas escuelas, que era una lástima verlos estudiar y dar voces mañanas, tardes, y noches para haber de entender una cosa. Ahora, gracias a Dios, ya están los entendimientos rectificados, las ideas más claras que un cristal, los conocimientos humanos, más propagados que los [92] gorriones, y todo lleno de ilustración y de buen gusto.

miércoles, 20 de mayo de 2009

El Teólogo que Vino del Frío




Si Vargas Llosa ha podido tejer su necrológica de la fecunda 'escribidora' Corín Tellado, sin haber leído una página suya, cualquiera debería poder opinar de oídas sobre un simple libro escrito en lengua que desconoce, máxime si no es para vituperarlo.

Se habla mucho del 'monje polaco' y su 'Kama-sutra divino'; del nuevo profeta de la sexología católica, que con licencia eclesiástica predica una 'Teología del orgasmo. Se trata de Ksawery Knotz, capuchino. El aluvión de referencias en la Red al fraile y a su mensaje corre parejas con la penuria de información concreta, en lo que más parece reclamo publicitario de su libro, Seks jakiego nie znacie (El sexo del que no sabes). Sólo «para matrimonios enamorados de Dios». Se trata por lo visto de una nueva y revolucionaria mística del sexo practicado, o mejor dicho, oficiado como función sacramental.

Atribuir valor religioso y místico al ejercicio del sexo en todas sus expresiones, incluso orgásmicas y orgiásticas, no es nada nuevo. En un plano religioso inferior, el hogar romano era santuario del Priapo doméstico, un madero tallado con tosquedad todo él, excepto su elemento funcional, realista y pulimentado por la caricia de generaciones.

Ya en plan0 más elevado, filosófico-místico, muchas religiones mistéricas investigaron esos caminos tan especiales de búsqueda y contacto con lo divino. Los mismos cristianos antiguos, con todo su puritanismo paulino, fueron acusados a menudo de prácticas nefandas en la clandestinidad. Entre los gnósticos (siglos I-III), hubo grupos real o putativamente licenciosos, y esa misma imputación cargó sobre el obispo de Ávila Prisciliano y sus discípulos, ellos y ellas (s. IV). Vendrán luego los alumbrados y 'dejados' (s. XVI), Molinos y los quietistas (s. XVII). También en el lado protestante, los anabaptistas mennonitas (s. XVI) dejaron fama de promiscuos licenciosos.

Pero no debo desviarme del tema: la mística sexual, que no debe mezclarse con laxismo moral o con recetas casuísticas. Lo que Teresa de Jesús sintió y percibió en su transverberación extática (1559), quédese para ella sola. La versión de su experiencia que dejó plasmada en lenguaje paladino (Vida, 5, 29), eso ya es otra cosa. Y no digamos, la recreación romana de Bernini en Santa María de la Victoria (1650), donde la referencia sexual es inevitable, de puro obvia. A todo esto, la misma Teresa comparte con otras mujeres –en especial santa Catalina de Siena, otra mística erótica– un contacto y unión muy particular con Jesucristo, lo que llaman ellas su 'matrimonio espiritual'.

¿Y el otro matrimonio? El de las parejas casadas, quiero decir. Es curioso y paradójico: casi toda esa mística sexual católica ha sido extra-, meta- o para-matrimonial. El matrimonio según san Pablo, visto como sacramento medicinal, para remedio de concupiscentes, y cargado de simbolismo teológico como imagen de la unión de Cristo y la Iglesia, apenas ha desarrollado una teología erótica en consonancia. En lo moral, los cristianos se alinearon con el paganismo estoico frente a los epicúreos. El balance del sexo, según san Agustín (m. 430) es netamente pesimista, consecuencia de su pasado maniqueo.

Esa herencia patrística más sombría gravitará siglos después, en el XII y sobre todo en el XIII, cuando se divulga la confesión secreta, junto con una incipiente 'dirección espiritual' o guía de almas, casi siempre frailuna y bajo presión inquisitorial anticátara. Lo describió muy bien H. Ch. Lea en su Historia de la Confesión Auricular (1896). Tal situación, agravada para Occidente por la disciplina oficial del celibato clerical, no resultó nada proclive a especular con aventuras místicas para casados metidos en la cama.

De ahí la relativa novedad y giro que suponen esos ensayos, como el del padre Knotz –insisto, sea cual fuere su desarrollo–, que partiendo del simbolismo paulino antes citado, sin abandonar las alturas del misticismo, no desdeñan englobar en un todo también el elemento físico, sensual y estético, atribuyéndole valor religioso.

Bautizar a Epicuro: he ahí una opción nada desdeñable para católicos practicantes, si su autoridad religiosa se lo consiente. Y desde luego, opción respetable para el profano como yo, que poca vela tengo en este entierro de una sardina aparentemente trasnochada.

Sólo un par o dos de comentarios, que si fueren necios, al menos lo serán brevemente.

Lo primero, que ese interés y esa orientación suponen un viraje notable respecto al sistema que ha prevalecido hasta hace relativamente poco. Todavía es posible encontrar en puestos de viejo libros de texto para clérigos, escrito ya en castellano u otra lengua vulgar, pero siempre velando en recatado latín la materia de sexto et nono.

Lo segundo, que expresiones como 'teología del orgasmo' me dejan perplejo, sin saber bien si va de cachondeo, o si realmente estamos ante un constructivismo de largo alcance, que permita hablar igualmente de 'teología de la relajación de esfínteres',o 'de la insalivación', de la emisión flatulenta o del estornudo, etc. etc. Pues tal parece que aquella Theologia naturalis de la Ilustración dejó muchos rincones sin iluminar.

En tercer lugar, me pregunto sin morbo, simple curiosidad, si la nueva vía iluminativa y unitiva se abre también para el sadomasoquismo y otras 'perversiones', como antes se decía; o si por el contrario, hay caminos que ni de la mano sabia y comprensiva de un capuchino polaco llevan al Señor.

Lo cuarto y último. Algunos timoratos se han escandalizado, o al menos extrañado de que un religioso célibe se haya erigido en explorador guía de paisajes escabrosos, donde todo se le supone, menos experiencia. No conozco de nada al padre Ksawery (o Javier), pero el mero hecho de atreverse a invadir el jardín de Epicuro en beneficio ajeno, más algunas declaraciones que se le atribuyen, me persuaden de que este fraile no necesita consejos sobre cómo defenderse.

La literatura sobre moral sexual es inmensa, escrita casi toda ella por clérigos célibes. Recordemos al padre jesuita Tomás Sánchez (1600) el de la máxima: «Si quieres saber más que el demonio, consulta a Sánchez De matrimonio»...,
sólo por poner un ejemplo.

En fin, esto trae a la memoria la cantidad de libros escritos en el mundo por maestros teóricos, sin la menor experiencia práctica sobre lo que profesan. De eso se burlaba con muchísima gracia el padre Juan Fernández de Rojas en su Crotalogía (1792).

Otro día hablamos de ello.

lunes, 18 de mayo de 2009

The Band's Visit




La noche del viernes pasado, por casualidad, vi una película que pienso repetir en la primera ocasión. Se presenta como La banda nos visita, traducción aproximada del hebreo Biqur ha-tizmoret (La visita de la orquesta). Obra de autor, del director israelita Eran Kolirin (2007), es la historia improbable de un grupo musical policial egipcio, invitado a actuar en una ciudad judía de Israel, y que por error aparece en un poblado también judío, pero en pleno desierto y donde nadie les aguardaba.


Ignorante en filmografía, la impresión que me produjo esta obra me obliga a consultar fuentes para hacerme un criterio. No faltan las críticas y opiniones en toda la gama, desde "genial" hasta "aburridísima" y "un tostón", pasando por "suave" y "bien intencionada, pero...".

Lo más impactante de la obra, para mí, fue su economía. Es una de las películas más baratas que conozco. La cortedad presupuestaria hace juego con la parsimonia de argumento, de acción, de guión, de planos, de escenario... Hasta el desierto, que tan grandiosos cuadros fílmicos suele ofrecer, aquí no es más que el marco inhóspito de una carretera donde te quedas tirado, como el imbécil que has sido para ir allí donde no se te ha perdido nada.

A esa economía, ese despojo, atribuyo la fuerza psicológica y cómica de esta obra que, para rizar el rizo, ni siquiera insinúa la existencia de conflicto entre judíos y árabes, dejando que sea el espectador quien ponga eso y todo cuanto le apetezca.

La imaginaria localidad judía más aburrida del universo sólo tiene de hermoso el nombre, Beit Hatiqva, Casa de la Esperanza. Para oídos egipcios, que no leen el hebreo, ese nombre suena igual que Petah Tiqva, Puerta de la Esperanza, la histórica y populosa fundación pionera sionista, próxima a Tel Aviv. Este era el destino de los músicos: ocho policías de uniforme militar azul celeste, integrantes de un conjunto músico-vocal clasicista árabe, The Egyptian Police's Alexandria Ceremonial Orchestra, como repite mecánicamente su director Tawfiq (Sasson Gabai) cada vez que se presenta. El despiste del joven del grupo, junto con la homofonía y esa confusión b/p inveterada en los árabes, les ha llevado en autobús desde el aeropuerto a una parada en el desierto, donde se apean sólo para comprobar su mala pata.

La marcha de la troupe uniformada, en el polvoriento atardecer, arrastrando sus instrumentos y magros equipajes hasta el punto vivo más próximo, las presentaciones, la forzada aceptación de hospitalidad para pasar la noche, a algún crítico le sugiere Almodóvar. Yo me acuerdo de Berlanga.

¿Qué se dice la gente que no tiene nada que decirse? ¿Cómo se comunican y entienden los que nunca lo han probado? Uno de los críticos habla de "encuentro entrañable entre culturas". "¿Habrá visto la peli?", me pregunto. Porque el nudo argumental es la comunicación forzada entre aquellos que para nada pensaban en comunicarse. Con dos excepciones. La primera, Dina (Ronit Elkabetz), una Maritornes solitaria a la fuerza, para quien la ciudad soñada sería la Alejandría que fue, la de Durrell. La otra excepción es el extrovertido violinista Haled (Saleh Bakri), joven a lo suyo, culpable directo del percance, excelente comunicador sin apenas hacer uso de la palabra.

En versión original, los árabes entre sí hablan árabe, los judíos hebreo, y su idioma de contacto es el inglés, un inglés correcto, pero manifiestamente escolar y utilitario. Ahora bien, el verdadero lenguaje que abre auténtica comunicación es la música. La pasión de un género musical, que para los egipcios maduros es profesión y un poco rutina, y para los judíos de la misma edad es recuerdo embrujado, mientras que a la juventud de uno y otro lado ese género 'clásico' no le dice nada. No sólo a los adolescentes israelitas, incluso al elemento joven de la orquesta, que prefiere ritmos modernos.

El director nunca juega con ventaja. Trabajo honesto. Visión personal y descarnada de una sociedad judía con su aislamiento, su rudeza, su ironía burlona, la ruptura generacional, el vacío de ideales y de eso que ya sólo existe en los carteles de tráfico: la esperanza.

Todavía a veces se me escapa la expresión anticuada, 'las Bellas Artes', que se acuñó para distinguirlas de las artes útiles o mecánicas. Si no cabía ambigüedad, bastaba con decir las Artes. Ramas del árbol de la Estética. Y en eso de lo estético, muchos anticuados tenemos como criterio-guía: el gusto. "Me gusta, o no me gusta." A mí esta película me ha gustado.

Para compensar esta apreciación tan deslavazada, cedo la palabra al director. Si sus indicaciones son muy necesarias para calar en la película, tienen otro valor añadido impagable: alumbran un poco la entrada del laberinto absurdo de eso que llamamos conflictos entre pueblos, culturas, civilizaciones. Hechos diferenciales, ¡cuánta vaciedad!

NOTAS DEL DIRECTOR Eran Kolirin (36 años)

Cuando era niño, los míos y yo solíamos ver películas egipcias. Se trataba de un hábito bastante frecuente en las familias israelíes allá por inicios de la década de los 80. Los viernes, la tarde acabándose, veíamos con aliento entrecortado aquellas tramas enredadas, los amores imposibles y la pena desgarradora de Omar Sharif, Pathen Hamama, I'del Imam, y el resto de aquella gente en el único canal de televisión que el país tenía. Realmente, eso era raro en una nación que llevaba la mitad de su existencia en estado de guerra con Egipto, y la otra mitad en una especie de paz fría, distante, con sus vecinos del sur.

A veces, tras el film árabe, emitían la actuación de la orquesta de la Autoridad para las emisiones israelíes (IBA). Era una típica orquesta árabe compuesta casi en su totalidad por judíos árabes procedentes de Irak y Egipto. Cuando uno piensa en la orquesta de la IBA, acaso la costumbre de ver películas egipcias parezca algo menos inaudito.

Hace mucho que la película árabe ha desaparecido de nuestras pantallas. La televisión se ha privatizado, y hay una maraña de quinientas cincuenta y siete, o quién sabe cuántos canales que se ciernen sobre nosotros. La orquesta de la IBA se desmanteló. Ahora tenemos la MTV, y la BBC, y la RTL, e "Israeli Idol", y canciones pop, y anuncios de 30 segundos. De tal modo que ¿a quién importan ya las canciones de cuarto de tono que duran media hora?

Luego, Israel levantó el nuevo aeropuerto, y se olvidaron de traducir al árabe los carteles de la carretera. Entre los miles de tiendas que construyeron allá, no hallaron sitio para esa escritura extraña, ensortijada que es la lengua madre de la mitad de nuestra población. Es fácil olvidar las cosas que H&M, y Pull and Bear, y Levi's, etc... nos hacen olvidar. Con el tiempo, hemos llegado a olvidarnos de nosotros mismos.

Se han hecho muchas películas refiriéndose a la cuestión del porqué no hay paz pero, al parecer, son pocas las que se han hecho hablándonos del porqué necesitamos la paz por encima de todo. Ya no vemos lo obvio en medio de conversaciones que se centran en las ventajas económicas y en los intereses. Acabada la jornada, mi hijo, y el hijo de mi vecino se encontrarán —estoy seguro de ello— en cualquier gran área comercial de neones parpadeantes, bajo el cartel gigante de McDonald's. Puede que haya cierto bienestar en ello, no lo sé. Pero de lo que no hay duda es que hemos perdido algo por el camino. Hemos trocado el amor auténtico por el sexo de noche única; el arte por el comercio; y el contacto humano, la magia de la conversación por la cuestión de cuan grande es el trozo de pastel que podemos agenciarnos.

 «El árabe, la lengua materna de la mitad de nuestra población.» Lo dice un judío de Israel, y significa mucho para cualquier espectador del País Vasco.

También es significativo que algunos críticos espontáneos echan de menos alguna referencia explícita al conflicto árabe-israelí. Me vuelvo a preguntar: "¿Habremos visto la misma película?"

La obra se gestaba cuando todavía era reciente el triple ramalazo del terrorismo islámico en Sinaí (2004-2006). El verano de 2004 estuve en Dhahab, antiguo puerto en el Mar Rojo, lugar repleto de turistas israelíes buceando en el arrecife de coral, y donde no sorprendía ver anuncios en hebreo. A la vuelta a Suez, una discreta intervención policial daba a entender que algo se estaba cociendo. Al atentado sangriento de Taba (7 de octubre) siguió en la misma península otro más grave en Sharm-el Sheihk (julio 2005), y uno más en el propio Dhahab (abril 2006), similar al de Taba. Un balance total de 130 muertos y más de 500 heridos.

Con esos datos en la mente, se ve la diferencia entre 'silenciar' un conflicto, y diluirlo en falsas equidistancias. Por aquí, esto último se nos da mejor.


 

sábado, 16 de mayo de 2009

REHABILITAR, PARA NO RECANTAR



Esta semana ha sido noticia la rehabilitación póstuma de una bruja en Suiza. Justicia lenta, como todo lo que llega tarde, pero esta vez con 277 años de retraso. Catherine Repond, la Catillón, fue condenada por brujería y ejecutada en Friburgo en 1731.

Importa poco si el proceso fue católico o protestante. La versión del periódico DEIA (11 de mayo) apuntaba a católico, al identificar al juez del caso como «el beato Nicolás de Montenach». Pero nadie pierda tiempo buscando a este señor en los bolandistas y otros santorales, pues nadie ha subido a los altares con ese nombre. Por un gracioso gazapo, el primer nombre de pila, Beato (bastante común en la zona, equivalente a Félix) se había aureolado de minúscula santidad. Una santidad menos que probable, luego lo veremos.

Sin embargo, lo peor de esas rehabilitaciones no es que lleguen tarde, es que llegan mal y al revés. Revisando unos casos concretos, rehabilitando a esta o aquella víctima de error judicial, se sigue escarneciendo el sentido común, y de hecho salvando un sistema capaz de descubrir y repudiar sus propios y puntuales errores.

Es lo que resulta de la famosa 'rehabilitación de Galileo'. El caso Galileo, desde el primer amago de 1616 hasta el proceso formal y condena de 1633, puso en evidencia la falibilidad de dos papas, y resulta cómico leer, por vía de subterfugio: «sin embargo –y eso lo sabe muy poca gente–, el papa Urbano VIII jamás llegó a firmar la sentencia condenatoria del Santo Oficio». ¿Por qué no argüir también que la infalibilidad papal sólo se supo con certidumbre dogmática con el Concilio Vaticano I, en 1870?

Con tinta papal o sin ella, el sistema científico copernicano se mantuvo proscrito, y así seguía a mediados del siglo XVIII. Sólo que entonces, cuando nuestra brujilla había sido quemada y olvidada, el caso Galileo era cada vez más sangrante, porque el avance científico era imparable.

Así y todo, la primera rehabilitación fue vergonzante, cuando el ilustrado papa Benedicto XIV da instrucciones para que se permita seguir el sistema cosmológico de Copérnico con discreción, o por así decirlo, en privado. De ahí no se pasó hasta 1820, en que los cardenales del Santo Oficio acceden graciosamente a admitir que dicho sistema es verdadero y no contrario a la Escritura.

Aquella reticencia grotesca ha durado como quien dice hasta ayer. En 1992 Juan Pablo II, ante la Academia Pontificia de Ciencias, reconocía el error cometido contra Galileo. Y aun entonces la fórmula tuvo su toque sibilino: «el mito (sic) del caso Galileo ha dado pie a la idea errónea de que la ciencia y la fe cristiana se contraponen; un lamentable malentendido que ya es cosa del pasado».

Recantar en el caso Galileo no tiene mucho mérito, y hasta podría dejarse la cosa como estaba. O mejor, publicar de una bendita vez el proceso íntegro. De acuerdo, no son tantos los científicos que la Iglesia ha condenado formalmente. Pero, ¿y las señoras brujas? Sobre éstas, el inquisidor español Luis de Páramo, al finalizar el siglo XVI (Madrid, 1599), escribía este párrafo sin desperdicio:

«Tampoco creo que se deba callar cuán benemérito del género humano es el Santo oficio de la Inquisición, por haber quemado un número ingente de brujas. No se trata sólo de las vulgares y comunes, como las que años atrás se descubrían en algunas provincias españolas [se refiere sobre todo al ámbito vasco-navarro y a las campañas del inquisidor Avellaneda (1527) y subsiguientes, hasta 1596], … sino también de cierta especie particular de brujas que, desde el año 1404, en Alemania y en Italia se entregan al servicio de cierta religión inventada por el diablo. A estas últimas los inquisidores las han combatido con tal saña, que en el curso de un siglo y medio hasta la fecha van quemadas 30.000, como mínimo. Las cuales, de haber quedado impunes, a buen seguro habrían desolado y devastado todo el orbe terráqueo.Porque son de lo más dañino, no sólo para la religión verdadera, sino también para los bienes temporales. Así lo afirma el papa Inocencio VIII en su bula de 1484…»

Aunque Páramo publica su Origen y progreso del Santo Oficio en Madrid, el trabajo de campo lo había realizado en Sicilia, donde como buen funcionario, se autoevalúa por su eficacia cuantitativa. Y como él, tantos otros en el campo católico, a porfía con los inquisidores luteranos, calvinistas, anglicanos…

Brujas, licántropos y otros fenómenos por el estilo han existido siempre, y pertenecen al folclore universal. Sin embargo, las brujas deben su numerosa realidad exclusivamente al celo de sus cazadores. Como aquel 'beato' Beato-Nicolás, que en su tiempo libre también cazaba zorros. En 1730 le ocurrió herir a una zorra en una pata trasera, pero el animal se le escapó. Y he aquí que en mayo del año siguiente, cuando le traen a la Catillón para ser interrogada, la rea cojeaba del mismo pie. O sea, de la misma pata, de la misma zorra. El resto fue cuestión de interrogatorio; o sea, cuestión de tormento.

Contado así, a quien no tenga mucha idea histórica de la Caza de Brujas, se hace raro un indicio tan débil, propio (diríamos hoy) de una 'garzonada'. Lejos de eso, el juez Montenach, como nuestro Avellaneda, demostró ser hombre enterado, amén de leído.

Todo el mundo sabe que las brujas, lo mismo que vuelan en escobas y producen mal de ojo, se transforman en animales, especialmente gatos. Yo mismo de niño oí la historia de una bruja muy conocida (del nombre no me acuerdo) que merodeaba por la parte de Buya, una mujer huraña y con pocas simpatías. Cierto, hubo personas reacias a admitir su brujería, pero hubieron de rendirse a la evidencia. Un aldeano de caserío, oyendo una noche al ganado inquieto, bajó a la cuadra y vio a una gata enorme sobre el lomo de una vaca. Le sacudió un estacazo, aunque sólo acertó a darle en una pata delantera, y el animal huyó cojeando. ¡Qué sorpresa la suya, cuando de allí a poco se cruza con la bruja, que llevaba ostentosamente un brazo en cabestrillo! La noticia corrió como la pólvora, y no hubo más discusión.

El problema con esta verísima y más que cierta historia es su carácter viajero, por el espacio y por el tiempo. Azkue ya recogió una similar de Garazi (Baja Navarra), sobre un chico anónimo y un gato, para su enciclopedia folclórica vasca Euskalerriaren Yakintza. Y lo que es más, en la 2ª edición de la misma, t. I, pág. 388, estaba en condición de precisar: «Nire lankide Brijitta Beraren aita omenzen gatua yo zuen mutil hura. Me dicen que aquel muchacho que golpeó al gato fue el padre de mi colaboradora Brigida Bera.»

Todo era bueno para la cosecha. Y de seguir buscando, seguro que el buen Azkue topa con alguna versión vasca del viejo cuento de miedo que un comensal del 'Festín de Trimalción', en tiempos de Nerón, relató en primera persona, sobre un hombre-lobo herido en el pescuezo (Satiricón, 61-62). Un cuento que, por supuesto, abrió tanda de historias de brujería, tan a propósito para la sobremesa de la cena.

Si, como afirman los nacionalistas románticos, el folclore fuese parte esencial de nuestro patrimonio identitario, la conclusión en este caso sería que los vecinos de la parte de Buya, entre Bilbao y Arrigorriaga, al ostentar una seña de identidad tan definitoria como compartida entre pueblos y razas, entrábamos de lleno y con todo derecho en el género humano.

El mismo año de la publicación de Páramo, 1599, apareció la más famosa enciclopedia sobre brujería y magia, obra del jesuita Martín del Río. Allí se trata expresamente de semejantes metamorfosis, añadiendo: «No es de extrañar que si sufren alguna herida en el cuerpo ferino, después aparezcan lastimados de verdad en sus miembros humanos correspondientes». El éxito animó al autor a una nueva edición corregida y aumentada con casos tan ciertos como el mío de Buya o el de Garazi según Azkue. El primero de todos, uno recién publicado por otro inquisidor dominico italiano muy famoso, fray Bartolomé Spina, como sucedido en Ferrara:

«De esta aparente conversión de las brujas en gatas, he aquí lo que bajo juramento judicial me aseguró en esta misma ciudad otro testigo, de nombre Felipe, de oficio zapatero remendón:

–Hace tres meses mi mujer y yo vimos aproximarse a nuestro hijito enfermo una gataza enorme, por nosotros nunca vista. Muertos de miedo, la espantamos una y otras vez. Hasta que aburridos cerramos la puerta, y yo a palos detrás de la gata, de una lado para otro, hasta que la obligué a saltar desde una ventana alta, por donde la vimos en el suelo maltrecha en todo su cuerpo. Pues bien, desde entonces la bruja en cuestión estuvo encamada, magullada en todo su cuerpo.»

Muchas, muchísimas brujas fueron a la pira por motivos y pruebas de ese mismo cuño. En el caso de la Catillón, según la investigación seria, todo habla a favor de que no era auténtica bruja, y que en definitiva fue cabeza de turco (o de turca) para encubrir delitos más prosaicos entre personas de cuenta en la comarca, incluido el propio juez monsieur Beato Nicolás. Menos mal que, si algún error humano se cuela –porque errare humanum est-, con un poco de suerte hay un doctorando moderno que lo pone en claro. Y entonces se rehabilita, y a otra cosa.

Cuando en el fondo, rehabilitar hoy a una bruja quemada antaño es tan ridículo como rehabilitar a Giordano Bruno, o a Galileo.

miércoles, 13 de mayo de 2009

¡Qué Diablo!...



Ayer me encontré esta frase mía, con un comentario escrito la víspera por Catalina:

«Dios creó al Diablo para que le hiciese el trabajo sucio.

Querido Belosticalle, es usted genial.»

Etimológicamente, el elogio hace alusión al genio, ese diosecillo personal que nos imprime el carácter. De hecho, genio y genes allá se van. Más o menos, lo mismo que demonio, que para los griegos no tenía connotación maligna, y en el diálogo socrático puede reemplazar al pronombre personal («¡oh demonio!»). Si hacía falta, se anteponía un prefijo de calidad, para distinguir entre eudemonios y cacodemonios. Sólo estos últimos terminaron identificados con el Diablo o Satán de la mitología judeocristiana. Genio y demonio fueron en cierto modo los antecesores de nuestro 'ángel de la guarda' –el ángel a secas, para los amigos–.

En aquel momento de la lectura, la cuestión para mí era saber si el genio inspirador de la frase era realmente el mío, o si el genial era otro. Yo sé que esa combinación de palabras se me ocurrió una vez a mí, y hasta recuerdo cuándo. Pero también desde el principio pensé que muy probablemente ya estaría pensada, pronunciada, escrita. Tal vez mi 'ocurrencia' fuese sólo reminiscencia.

¿Escrúpulo? Lo admito: prefiero pasar por pedante que quedar por plagiario. Hoy en día, Google nos demuestra que sin ser necesariamente plagiarios, tampoco somos siempre inéditos. Descubro incluso que en la Red existen motores buscaplagios. Sobre la marcha, piqué una búsqueda a voleo: trabajo sucio, dirty job (work), la sale besogne, das schmutzes Werk… Todo eso y más existe, incluso en combinación con Dios y el Diablo. Incluso alguna frase sonaba extrañamente parecida (corrijo la puntuación):

«El Diablo juega una papel fundamental como depositario de todos los atributos negativos. Sin él, ¿quién cargaría con todo el paquete? ¿Acaso Dios? ¡Pues no! El Diablo es el que hace el trabajo sucio

¿Mi gozo en un pozo? No exactamente. Todas las expresiones que he encontrado se referían al trabajo sucio del Diablo, ninguna al trabajo sucio de Dios. Que es justamente lo que yo quería reflejar, con su miga de cinismo, en el contexto antimaniqueo, antidualista, de los pensadores citados, mientras les leía a la luz del libro de Job.

Con todo, sigo pensando que el genio burlón y un tanto cínico que discurrió esa boutade lo comparto con otras personas, entre las muchas que se han asomado al problema o seudoproblema del Mal. De todas formas, en la búsqueda hacia atrás hay un término ad quem: cuándo se acuñó la expresión 'trabajo sucio' en el sentido usual de 'por cuenta ajena'. Si esta bitácora tuviese muchos lectores, algunos me sacarían de mi ignorancia.

Como quiera, ayer me prometí dedicar la hora de la siesta a meditar sobre el asunto. Y aquí recojo mis pensamientos, valgan lo que valieren.

El maniqueísmo se reveló duro de pelar. San Agustín emborrónó miles de folios en vano, dejando sin resolver un problema que era su problema. Luego se enredaría en otra aporía del mismo jaez, sobre el libre albedrío del hombre y la real gana de Dios, en una de las controversias teologales más estériles. Dos paradojas que tienen en común poner en jaque la hipótesis de Dios, al menos tal como ve a Dios la Teología cristiana.

San Agustín lleva como epíteto Martillo de Herejes, y así le suelen pintar pisando o abatiendo a maniqueos y pelagianos. Incluso se le atribuye la exclamación, Actum est de Manichaeis! (¡Se acabó con los maniqueos!), que tal como suena sería una baladronada. (Pronunciada al final de una conferencia mixta celebrada en Cartago, no tendría más alcance que un «se levanta la sesión».)

Por supuesto, los maniqueos no estaban acabados, ni mucho menos. Supervivientes en Europa Oriental, sobre todo en el reino de Bulgaria, emergen en Lombardía, en la Provenza, por todas partes. La invasión pilló desprevenido a un clero católico desacostumbrado a la lid intelectual. En efecto, para los heresiólogos modernos –como mi mentor de cabecera, el dominico fray Francisco van Ranst (†1727)– el siglo X fue de bonanza, la única edad libre de errores graves, «sin duda por singular providencia de Dios velando por su Iglesia, alejando de ella las herejías en aquella sazón, cuando por descuido de sus guías supremos más podían inundarla...» Para no errar en la fe, nada como no pensar en ella.

Esta indigencia herética medieval, en un contexto de penuria intelectual, la señalan también los historiadores modernos, extendiéndola más o menos entre los siglos VIII-XI, un vacío que va desde la muerte de Luis el Piadoso (840) hasta el derrumbamiento del imperio carolingio.

Hasta que en siglo XII y, sobre todo, el XIII irrumpe la marea de bogomilos, cátaros, albigenses, bougres; en suma, siempre los eternos maniqueos.

Esta vez, el paladín católico fue santo Domingo de Guzmán, que predica una cruzada religioso-política, sin derroche de medios intelectuales, fiando más en el brazo armado, la catequesis y la vía inquisitorial.

Paralelamente, la inquisición 'descubre' la verdadera raíz de la religión maniquea: el satanismo. Se desata la caza de brujas y otras gentes que pactan con el diablo y le adoran.

La cobertura intelectual de todo aquel batiburrillo, por la parte de los dominicos, corrió a cargo de santo Tomás de Aquino. Éste, cómo no, expone y rebate el sistema dualista, con la fuerza que cualquiera puede ver en la parte correspondiente de la Suma Teológica o en sus ensayos Sobre el Mal. Pero lo que me importa aquí no es ese fárrago teórico, sino otra frase célebre, como aquella de san Agustín, atribuida al Aquinate: «¡Ahora sí que se acabó con la herejía de los maniqueos!» ¿Cuándo y cómo se produjo la estupenda noticia?

Entre muchas anécdotas extravagantes que circularon sobre el genial dominico, figura ésta. Siendo profesor en la Universidad de París, su amigo y admirador el rey san Luis IX de Francia le invita a comer. Es un banquete regio, con conversación y música. Fray Tomás –el Buey Mudo le llamaban–, se abstrae, medita en profundo silencio. El rey levanta la mano, todos bajan la voz con respeto. De pronto, el corpulento fraile vuelve en sí, pega un puñetazo en la mesa y proclama su éureka: Nunc conclusum est contra haeresim Manichaeorum!

Hasta aquí la anécdota, recogida seguramente por fray Reginaldo, el secretario de Tomás. Bien, ¿y el argumento conclusivo? Por desgracia, nadie se acordó de tomar nota; tampoco el pensador afortunado. Ocurrió entonces lo que se repetirá más tarde, cuando un magistrado tolosano en 1632 anote de pasada, en el margen de un libro, que ha descubierto la demostración de un enigma –el teorema de Fermat–, aunque no dejó pistas de la prueba, que vaya usted a saber si era la misma (probablemente no) desarrollada sólo hace unos años.

Más reacia que la ecuación de Fermat es la ecuación: |mal|= 0, para todo mal≠Dios ; o como se enuncie más correcta e ingeniosamente el teorema del mal absoluto (el único que realmente cuenta). La leyenda o parábola de Job fue sólo un escarceo, recogido en la Biblia, en torno a la cuestión de la Providencia divina, llegando tras mucho divagar a una conclusión grotesca. La que me inspiró ese teorema cínico sobre el origen, no del mal, sino del diablo que lo gestiona.

lunes, 11 de mayo de 2009

Por la Necesidad, a la virtud (o al suicidio)


El pacto entre socialistas y populares para el País Vasco ha sido una necesidad que puede convertirse en virtud, o todo lo contrario. Puede traer a esta sociedad el cambio que tanta falta hacía para consumar la transición política a la Democracia. O bien, puede ser El paso de las aceitunas, entreacto bufo introductorio de la nueva y definitiva era aberchale. Puede implantar el imperio de la Ley, aquí desconocido hasta la fecha. O bien, acabando como rosario de la aurora, sentenciar nuestro retorno al Medioevo de los Parientes Mayores. Así de simple. Así de serio.

Los nacionalistas escarnecen a un Patxi López rehén (eso dicen) de Antonio Basagoiti, «el hombre que quita y pone lendacari». Una falacia, porque el líder del PP, puesto en el brete de 'destituir' a su socio, se lo pensaría mucho. ¿Como cuanto? Pues tal vez días y más días…; el tiempo suficiente para agotar la legislatura.

No; Patxi López no tiene la mano tan sudada como se ha dicho. Las manos agarradas de dos alpinistas sobre el precipicio no suelen sudar, por la cuenta que les tiene. Y esa sabiduría de la madre Natura debería gobernar también este pacto obligado por Ananke, la superdiosa Necesidad, a la que de grado o por fuerza obedecen los mortales, los dioses, hasta el mismo Zeus.

Patxi y Antonio no se han elegido como dos amiguetes para una noche de parranda. Aunque no se quieran mucho, Necesidad anduvo de casamentera. No ha sido un arreglo 'contra natura', como dicen los nacionalistas sin ninguna convicción. Como tampoco vale eso que tanto se repite: que lo 'natural' habría sido el mal llamado 'transversal' acuerdo entre PSEE y PNV…, siempre al servicio de éste, faltaría más. En política, la única naturalidad es estar a flote y boyante, con Dios o con el Diablo, aunque mejor con uno y otro. Después de todo, Dios creó al Diablo para que le hiciese el trabajo sucio. Y de eso sabe bastante el PSEE, que tan cumplidamente se lo hizo al PNV cuando fue su socio.

Bien ha hecho el PP en exigir compromisos escritos ante notario, si su idea era sobrevivir a la investidura de López. Aun así, agarrado éste a los populares con una mano seca, o bien empolvada, todavía le queda suelta la otra para destapar su jarra pandorina y dejar pasmados o helados a propios y ajenos.

«Estaremos muy atentos a lo que haga Patxi», dice Antonio. Exactamente lo mismo que desde el otro lado avisa Íñigo Urkullu. Sólo que éste sí que tiene sartén por un mango, que para sí quisieran los socios preferenciales del que gobierna. Poco más pueden hacer. ¿Romper la baraja, suicidarse? ¡Ananke no lo permita! Porque entonces sí que veríamos lo que de veras significa 'blindarse'; esa palabreja indecente, tan cara a los nacionalismos totalitarios.

jueves, 7 de mayo de 2009

JURAR O PROMETER





Es curioso. El primer lendacari no nacionalista ha optado por el 'prometo', en vez del 'juro', suprimiendo al mismo tiempo una referencia expresa a Dios, ante el Árbol de Guernica. Y ha creído oportuno o necesario justificarlo, amparándose en su condición de laico. Curioso, digo, por la explicación, pues ya hace muchos años que los cargos públicos se juran o prometen, en presencia de esta o la otra símbología, a gusto de cada cual. Hace falta ser muy de aquí, para entender la anomalía.

La Comunidad Autónoma Vasca es seguramente la más 'religiosa' de todas. Si el apóstol san Pablo se diese una vuelta por aquí, como la dio por Atenas, nos dedicaría el mismo cumplido con que abrió su discurso ante al Areópago: «Atenienses, os veo en todo como la gente más 'religiosa'». O la más supersticiosa, pues eso significa más bien la deisidaimonía: temor supersiticioso a los duendes, a los echejaunes. Y lo dijo, porque a su llegada le dejó estupefacto y fuera de sí aquella ciudad tan kateídolon, toda llena de ídolos y símbolos cuasi religiosos (Hechos, 17: 16 y 22).

Sólo en un contexto semejante son inteligibles expresiones oídas y leídas últimamente, en torno a los anunciados cambios de ritual en la ceremonia ante el Arbola Santua. ¡Qué sacrilegio! ¿Se atreverá el socialista a cambiar ni una coma del juramento 'tradicional' de sus antecesores? Állá él, si se queda sin el carácter y carisma de auténtico Lendacari, reducido a un mero 'presidente' como en cualquier autonomía del montón, sin legitimidad para el auténtico Pueblo Vasco y sus Ancestros.

La laicización del nacionalismo vasco no debe engañarnos, lo religioso se mantiene intacto. En muchas partes ha habido árboles juraderos, ermitas juraderas, pero ya son historia…, menos aquí, donde son esencia. En muchas partes se ha implantado la opción de jurar o prometer cargos. También aquí; pero nunca (hasta hoy) en la investidura de un lendacari ante el Roble sagrado. Y aunque el segundo mandamiento del Decálogo prohíbe perjurar, la escuela casuística de rabí Anasagasti ('Presidente o Lehendakari') habría preferido el perjurio al sacrilegio. (Y de paso, a ver si con un poco de suerte un rayo del cielo le dejaba al intruso en el sitio.)

Puestos a desbarrar, hagámoslo al menos con lógica. Tenemos una herencia cultural encarnada en símbolos, ritos y fórmulas que han perdido su magia original, en especial la carga religiosa. Hemos oído a san Pablo, refiriéndose a la religión de los griegos con un término ambiguo. La religión romana no era exactamente igual, aunque allá le iba. Ésta, sin ser menos supersticiosa y mágica, era más formalista y oficial, despegada de las creencias personales. Hasta las ceremonias más sagradas, como podía ser la suovetaurilia –sacrificio de un cerdo, un carnero y un cabestro–, debían ajustarse con todo rigor al ritual, so pena de nulidad. Todo era sacro hasta el último detalle: el gesto del oficiante, las palabras etruscas incomprensibles pero bien pronunciadas, la ejecución del flautista, incluso los gruñidos del cerdo tenían su sentido interpretable, igual que las cagarrutas del carnero o las boñigas del novillo. Pero a nadie le importaba nada la devoción particular de los asistentes, desde el pontífice máximo hasta el recogedor de los excrementos.

Fue el cristianismo el que introdujo el elemento ortodoxo, con sus credos o símbolos de la fe, que había que recitar en vez del clásico juramento, para ser investido de cargos eclesiásticos, y luego también civiles. Y eso es lo que, en nuestro caso, representa la famosa fórmula de Aguirre: un credo nacionalista, corroborado por un segundo juramento –más ortodoxo si cabe, para su conciencia–, ante la Virgen de Begoña, prometiendo lealtad a la Iglesia Católica, al Partido y a la Patria vasca. Este acto segundo, verdadera religión teologal, se considera ya prescindible, pero aquello otro no, hasta hoy.

Ni siquiera tenía que faltar la Biblia. No una biblia cualquiera, qué va. Una que a su condición ordinaria de libro sagrado uniese la sacralidad añadida de estar en vascuence. En suma, un ejemplar de la que Jean-Pierre Duvoisin, ex seminarista capitán de carabineros, tradujo en sus horas libres aduaneras (1865-1869) para el príncipe Luciano Bonaparte. En verdad, las vascos somos gente religiosa.

Jurar, prometer. ¿Y qué más da, si a día de hoy los dos términos significan lo mismo? No sé de dónde sale eso de que el juramento es religioso y la promesa no. La promesa del creyente le obliga en conciencia; o sea, igual que la del no creyente. El juramento pagano fue religioso a su manera, como lo fue el jurar por o delante de árboles sagrados, y otras ordalías. Incluso se juraba 'por mi propio genio', expresión que solemos traducir al castellano coloquial con el eufemismo 'por mis cojones', aunque suena más elegante jurar 'por mi honor'. Eso de jurar 'por la salvación eterna de mis hijos' (o 'de mis nietos', no lo recuerdo ahora), quédese para don Corleone el Padrino. Quien quiera jurar por Dios que lo diga si quiere, aunque eso poco importa. Pero de veras, no entiendo por qué un 'laico' no puede jurar en laico, y tiene que valerse del sucedáneo 'prometo' como quien toca madera.

Hay discusión siempre abierta sobre los sinónimos exactos, como también sobre si ciertas palabras equivalentes en distintos idiomas significan exactamente lo mismo. Obviamente, jurar y prometer tienen distinto origen. No me alargaré explicando lo que fue jurar en latín (juro) o en griego (ómnymi, orkízo). Baste decir que se conserva el sentido de obligación plena, exacta y firme, al margen de la sanción –religiosa o no– que dicte la conciencia del que jura. Es decir, lo mismo que cuando el hombre –religioso o no– en vez de jurar promete.

miércoles, 6 de mayo de 2009

PORTUGALETE, «DONDE EL VASCUENCE FENECE»

El mapa lingüístico vasco ha sufrido cambios en la historia, desde mucho antes de Franco, o de Moyano, o incluso de Tontxu Campos. Y cómo no, si antiguamente era un mapa etnolingüístico. La Edad Media conoció fronteras movedizas entre lenguas y dialectos, incluidas las algarabías o el beréber. Primero en las invasiones (también de vascos), en las reconquistas, luego en la repoblación señorial.

Cada cuál llevaba a cuestas su etnia y lengua propia, en un mestizaje espontáneo, y es posible que ese 'vigor híbrido' de que hablan los genéticos –en el antipolo del racismo purista sabiniano– haya tenido que ver con la personalidad de la gente vascongada en su paso a la Edad Moderna. Lenguas propias. Cuando cada errialde, cada pueblo y aldea, hasta cada hogar y caserío, se distinguían por su peculiaridad lingüísticas, más que por sus vacilantes apellidos.

De mi segunda patria chica, Ayala, dejó escrito Fernán Pérez (1306-1385), el padre del Canciller don Pedro López: «E los que vinieron a repoblar la tierra, dellos eran bascongados, e dellos latinados». Certera expresión. Y cómo me venía a la memoria, pocos años atrás, cuando un neoconverso euskaltzain, con más arrogancia que fuste, arremetía contra la expresión, 'Provincias Vascongadas'. «¿Vascongadas o vasconizadas, por quién?», preguntaba desafiante el… (aquí me callo; iba a decir, el majadero).

Ayer oíamos a un inminente lendacari portugalujo expresarse como auténtico vascongado, con su acento propio y cierta licencia expresiva. Hasta con faltas de ortografía, para el ceño de otro zoilo académico. Tenía que hacerlo. Era una sesión muy especial del Parlamento vasco, donde varios oradores trataban de humillarle, dirigiéndose a él exclusivamente en euskera, como invitándole a ponerse los auriculares. No suele ser tan euskalduna la Cámara, cuando le importa que el público entienda. Ayer, ya digo, era como la misa en latín, donde la lengua se volvía fetiche sagrado.

Con buen acuerdo, el portugalujo Patxi López no se prodigó en bilingüísmo. Y eso me trajo a la memoria otra expresión de un clásico vascongado, refiriéndose a Portugalete: «donde el vascuence fenece». No hoy, sino en el siglo XVI, cuando Esteban de Garibay escribió eso en su Compendio Historial. Un pasaje donde el mondragonés recuerda el trasiego de portugalujos a Bilbao, ostensible hasta en el tocado de las mujeres. Aquella cornamenta agresiva, falciforme, de lino blanco, impertérrita en la iglesia de Santa María a los truenos y relámpagos del padre agustino Coscojales desde el púlpito.

«Donde el vascuence fenece». Cuidado: fenecer en Garibay no quiere decir que esa lengua estaba desapareciendo en la zona, sino que allí estaba en su tiempo la frontera con el castellano.

No se avergüence por tanto el nuevo lendacari. Hablamos de mucho antes de la invasión maqueta. Es probable que su Portugalete fuera entonces bilingüe, zona de contacto. Pero las Encartaciones, como la mayor parte de Álava, eran mayormente 'latinados' unilingües. Sin aversión al euskera, cierto, pero también sin añoranza por hacerse euskaldunizar. Su identidad se expresaba más en las modas de las damas hidalgas que en la supuesta lengua de supuestos ancestros.

Parece que el nuevo lendacari tiene propósito de dominar el euskera. Si ya tiene un imposible vencido, y el más difícil, el otro larramendiano se le dará por añadidura. Pero eso sí, tenga presente que si la opción lingüística es institucional en su caso, ha de ser personal y libre para todos aquellos conciudadanos vascos 'donde el vascuence fenece'.

lunes, 4 de mayo de 2009

LA Tierra Prometida


La despedida escenificada por Ibarretxe ha dado pie a dos artículos simultáneos en El Correo de ayer. Uno, de mi paisano el periodista y profesor César Coca, El soberanista inesperado. El otro, Diez años, del ex rector de la UPV Pello Salaburu.
Ibarretxe nos vino con el euro (recuerda Coca). Venía con marbete de gestor, cuando el PNV quitaba importancia a la ignorancia del vascuence en cargos públicos, por haberse «terminado el tiempo de los símbolos». Ahora se va, conociendo él mismo su lengua propia bastante mejor que a su llegada.
¿Seguirá practicándola? ¿Lo hará también fuera del teatro político? ¿Incluso en la intimidad doméstica, como a todos nos recomienda l'homme qui rit, el pertinaz Baztarrika? La adaptación del adulto a una segunda lengua requiere esfuerzo sostenido, y nadie se violenta en algo si no le ve utilidad, aunque sólo sea deportiva. Podría ser el caso de Ibarretxe.
Ya no hará falta que Miren Azkarate certifique que el lehendakari se comunicaba con ella en la lengua milenaria. Ocasión habrá de comprobar hasta qué punto un euskaldunberri de vocación tardía se adapta a un bilingüismo de por vida, gratis y por amor. Aguantando accidentes, como el que aquejaba a Tontxu Campos recién nombrado Consejero de Educación … Lo recuerdan, ¿verdad?... ¡Sí, hombre, aquello de que "no le salía" cómo se dice zenbaki parea en castellano, o sea, 'número par'! ¿Llegará día en que al ex lendacari tampoco le salga "derecho a decidir", en su lengua materna de Llodio?
El artículo de Coca es certero. Sólo me ha chocado el título. ¿Cómo que "soberanista inesperado"? No he tenido curiosidad de ir recogiendo datos y referencias puntuales, pero creo muy compartida la impresión de que, desde muy pronto, Juan José mostró querencias hacia la izquierda abertzale, tal vez ávido de fagocitarla y sumarla a sus propias huestes. Si hubo deriva, fue muy rápida y decidida, siempre en el pelotón de cabeza soberanista. Sólo así se entienden sus desafíos a la legalidad del Estado y, en definitiva, el órdago de la Consulta que llevará a la Historia su nombre.



Pello Salaburu evoca explícitamente 'la foto': la despedida política del lendacari y sus socios de gobierno. Ayer me permití bromear con el abrazo de los Triarcas. Hoy, en plan más serio, me estoy figurando a Saturno engullendo como postre las últimas sonrisas de sus dos criaturas que acaba de devorar.
Para Salaburu, si le entiendo bien, Ibarretxe sería el paradigma de 'morirse de éxito'. Su gestión técnica ha sido buena, y su propuesta política –el Plan– tampoco le parece equivocada, si como él mismo dice, «yo también lo apoyé, y probablemente más de la mitad de la población habría respondido de forma afirmativa». Tan es así, que para explicar el fracaso, Salaburu aventura «no haber sido capaz de suscitar más adhesiones, carecer de un 'plan b'», y un etcétera donde para nada se habla del traumatismo radical irreversible que todo un Lehendakari, con frialdad y sin temblor de pulso, estaba dispuesto a aplicar a la sociedad encomendada a su gobierno por la Constitución de España y el Estatuto vasco.
En su despedida, un Ibarretxe nada contrito se ha reafirmado con orgullo en su ejecutoria, coronada por su Plan, que ha puesto unos mojones eternos a la Historia del Pueblo Vasco. Grandilocuencias aparte, Salaburu comenta: «Mucho me temo que no, aunque esto se aclarará con la perspectiva de unos años».
Menos prudente que mi amigo Pello, a diferencia suya, mucho me temo que ese Plan va a planear sobre el abismo vasco por largo tiempo. No sé si el último califa legítimo resucitará como fénix en su propia persona, o tras una fase de 'imanato oculto' se reencarnará en alguna estatua, sea de carne y hueso, o más probablemente de bronce. Su retorno, o no, en persona dependerá mucho de cómo se desenvuelva el nuevo gobierno socialista y por supuesto, de la política general.
De lo que estoy convencido es de que, para el partido Jeltzale, la era del pragmatismo y de la 'doble alma' es pretérito. El estilo Ibarretxe –fondo y formas– ha marcado, me temo, a un partido distinto de cualquier otro, como si llevara grabada a fuego la divisa jesuítica del general Lorenzo Ricci (1773): Sint ut sunt, aut non sint; 'Sean como son, o no sean', antes muertos que cambiados. Porque no soy jeltzale, procuro meterme en la piel y el alma de quienes sé que lo son, y por poco que me guste, me da que en la marcha nacionalista un partido guía no podrá nunca ir en la cola.
Lo que el tiempo dirá, buen Pello, es si Juan José es el que ha de venir, o habrá que esperar a otro. Lo que yo me digo, es que su caída ha sido providencial. De haber repetido legislatura, creo que el hombre impasible nos habría partido en dos de un solo tajo. De momento se ha parado el mandoble. Pero el espadón sigue en alto. ¿Por cuánto tiempo? López y la Fortuna tienen la palabra.

Un recuerdo de viaje
Hace cosa de 20 años subí con un grupo de amigos vascos al monte Nebo, en Jordania. En la cima, que la Biblia llama Pisgá, ante una basílica paleocristiana, está el 'Mirador de Moisés'. Desde allí contempló el profeta, por encima del Mar Muerto, toda la Tierra Prometida, de la que Dios le dijo: «La verás, pero no entrarás en ella, ni serás tú el caudillo que la gane para Israel».
«Allí murió Moisés… y Yahvé le enterró en un valle, sin que nadie hasta hoy sepa el lugar de su tumba. Ciento veinte años tenía Moisés cuando murió. No se había apagado su vista, ni perdido su vigor. Los israelitas le guardaron treinta días de luto en las estepas de Moab… No ha vuelto a surgir en israel otro profeta como Moisés, a quien Yahvé trataba cara a cara. No hubo otro como él.» (Deuteronomio, 34).
Arriba, en el mirador sobre la Tierra Prometida, se alza una escultura que a primera vista evoca una gran culebra de Esculapio, aunque también podría ser una serpiente enroscada en el mango de un hacha doble. La inscripción en árabe al pie disipa el equívoco: « Así como Moisés alzó la serpiente en el desierto, así también será alzado el Hijo del Hombre…» (Juan, 3: 14). Se trata por tanto de la Serpiente de Bronce (Números, 21), en versión cristiana. Respiramos. ¡Ninguna hacha serpentaria pasó por el magín de los buenos francisanos vascos, promotores del monumento!






sábado, 2 de mayo de 2009

TETRARCAS Y TRIARCAS



 

Test de agudeza visual:
Adivinar, en medio segundo, con qué mano empuñan el paraguas los euskotriarcas

 Los Tetrarcas

Chorizos famosos de Venecia. Se encuentran, a modo de marmolillos, en una esquina de la basílica de San Marcos, decorando el ángulo externo de la Cámara del Tesoro. Son una de tantas piezas valiosas robadas por los venecianos de Bonifacio de Montferrato, aprovechando la IV Cruzada contra la Medialuna. Grupo en pórfido rojo oscuro (siglo IV), representa, dos a dos abrazándose, a los Cuatro Jefes supremos del Imperio, según la reorganización de Diocleciano.

La IV Cruzada, guerra santa que culminó en el gran saco de Constantinopla (1204), rindió a la Serenísima rico botín profano y sagrado, incluidas reliquias santas. Éstas, con otras piezas de valor, se guardaron bajo mármol como en caja fuerte, con los Tetrarcas como custodios.

Ahora bien, quis custodiet custodes? La leyenda urbana hizo de aquellos guardas simbólicos personas de carne y hueso, prevaricadores rapaces, conjurados para desvalijar el tesoro. No tanto por devoción a las reliquias, sino a las tecas preciosas que las envolvían.

No era la primera vez que unos cacos se fijaban en aquel objetivo. Pero que hasta los propios celadores tentasen fortuna, colmó la paciencia de los sufridos huesos de santos. No les costó mucho persuadir a su jefe San Marcos para que hiciese un escarmiento.

Y así fue. Cuando los conjurados sellaban su felonía, cada emperador abrazandose con su augusto respectivo, una maldición helada petrificó a los malhechores.

Allí siguen, ocho siglos después, los Tetrarcas venecianos, lección muda para todos los descuideros de la cristiandad, y para sus víctimas.


Los Triarcas

Entretanto, a 1.200 km de Venecia, en la ciudad de Vitoria, se espera otro milagro parecido. Aquí no hay tetrarcas, sólo triarcas, porque el Gobierno es tripartito. Pues bien, los pérfidos Triarcas vascos, al agotar su mandato en funciones, se han conjurado para exprimir el presupuesto. Y aunque Patxi López no sea devoto creyente, si el cielo escucha el clamor de quienes sí lo son, tal vez tenga oportunidad de saludar a otro grupo petrificado, a su entrada en Ajuria Enea.