La noche del viernes pasado, por casualidad, vi una película que pienso repetir en la primera ocasión. Se presenta como La banda nos visita, traducción aproximada del hebreo Biqur ha-tizmoret (La visita de la orquesta). Obra de autor, del director israelita Eran Kolirin (2007), es la historia improbable de un grupo musical policial egipcio, invitado a actuar en una ciudad judía de Israel, y que por error aparece en un poblado también judío, pero en pleno desierto y donde nadie les aguardaba.
Ignorante en filmografía, la impresión que me produjo esta obra me obliga a consultar fuentes para hacerme un criterio. No faltan las críticas y opiniones en toda la gama, desde "genial" hasta "aburridísima" y "un tostón", pasando por "suave" y "bien intencionada, pero...".
Lo más impactante de la obra, para mí, fue su economía. Es una de las películas más baratas que conozco. La cortedad presupuestaria hace juego con la parsimonia de argumento, de acción, de guión, de planos, de escenario... Hasta el desierto, que tan grandiosos cuadros fílmicos suele ofrecer, aquí no es más que el marco inhóspito de una carretera donde te quedas tirado, como el imbécil que has sido para ir allí donde no se te ha perdido nada.
A esa economía, ese despojo, atribuyo la fuerza psicológica y cómica de esta obra que, para rizar el rizo, ni siquiera insinúa la existencia de conflicto entre judíos y árabes, dejando que sea el espectador quien ponga eso y todo cuanto le apetezca.
La imaginaria localidad judía más aburrida del universo sólo tiene de hermoso el nombre, Beit Hatiqva, Casa de la Esperanza. Para oídos egipcios, que no leen el hebreo, ese nombre suena igual que Petah Tiqva, Puerta de la Esperanza, la histórica y populosa fundación pionera sionista, próxima a Tel Aviv. Este era el destino de los músicos: ocho policías de uniforme militar azul celeste, integrantes de un conjunto músico-vocal clasicista árabe, The Egyptian Police's Alexandria Ceremonial Orchestra, como repite mecánicamente su director Tawfiq (Sasson Gabai) cada vez que se presenta. El despiste del joven del grupo, junto con la homofonía y esa confusión b/p inveterada en los árabes, les ha llevado en autobús desde el aeropuerto a una parada en el desierto, donde se apean sólo para comprobar su mala pata.
La marcha de la troupe uniformada, en el polvoriento atardecer, arrastrando sus instrumentos y magros equipajes hasta el punto vivo más próximo, las presentaciones, la forzada aceptación de hospitalidad para pasar la noche, a algún crítico le sugiere Almodóvar. Yo me acuerdo de Berlanga.
¿Qué se dice la gente que no tiene nada que decirse? ¿Cómo se comunican y entienden los que nunca lo han probado? Uno de los críticos habla de "encuentro entrañable entre culturas". "¿Habrá visto la peli?", me pregunto. Porque el nudo argumental es la comunicación forzada entre aquellos que para nada pensaban en comunicarse. Con dos excepciones. La primera, Dina (Ronit Elkabetz), una Maritornes solitaria a la fuerza, para quien la ciudad soñada sería la Alejandría que fue, la de Durrell. La otra excepción es el extrovertido violinista Haled (Saleh Bakri), joven a lo suyo, culpable directo del percance, excelente comunicador sin apenas hacer uso de la palabra.
En versión original, los árabes entre sí hablan árabe, los judíos hebreo, y su idioma de contacto es el inglés, un inglés correcto, pero manifiestamente escolar y utilitario. Ahora bien, el verdadero lenguaje que abre auténtica comunicación es la música. La pasión de un género musical, que para los egipcios maduros es profesión y un poco rutina, y para los judíos de la misma edad es recuerdo embrujado, mientras que a la juventud de uno y otro lado ese género 'clásico' no le dice nada. No sólo a los adolescentes israelitas, incluso al elemento joven de la orquesta, que prefiere ritmos modernos.
El director nunca juega con ventaja. Trabajo honesto. Visión personal y descarnada de una sociedad judía con su aislamiento, su rudeza, su ironía burlona, la ruptura generacional, el vacío de ideales y de eso que ya sólo existe en los carteles de tráfico: la esperanza.
Todavía a veces se me escapa la expresión anticuada, 'las Bellas Artes', que se acuñó para distinguirlas de las artes útiles o mecánicas. Si no cabía ambigüedad, bastaba con decir las Artes. Ramas del árbol de la Estética. Y en eso de lo estético, muchos anticuados tenemos como criterio-guía: el gusto. "Me gusta, o no me gusta." A mí esta película me ha gustado.
Para compensar esta apreciación tan deslavazada, cedo la palabra al director. Si sus indicaciones son muy necesarias para calar en la película, tienen otro valor añadido impagable: alumbran un poco la entrada del laberinto absurdo de eso que llamamos conflictos entre pueblos, culturas, civilizaciones. Hechos diferenciales, ¡cuánta vaciedad!
NOTAS DEL DIRECTOR Eran Kolirin (36 años)
Cuando era niño, los míos y yo solíamos ver películas egipcias. Se trataba de un hábito bastante frecuente en las familias israelíes allá por inicios de la década de los 80. Los viernes, la tarde acabándose, veíamos con aliento entrecortado aquellas tramas enredadas, los amores imposibles y la pena desgarradora de Omar Sharif, Pathen Hamama, I'del Imam, y el resto de aquella gente en el único canal de televisión que el país tenía. Realmente, eso era raro en una nación que llevaba la mitad de su existencia en estado de guerra con Egipto, y la otra mitad en una especie de paz fría, distante, con sus vecinos del sur.
A veces, tras el film árabe, emitían la actuación de la orquesta de la Autoridad para las emisiones israelíes (IBA). Era una típica orquesta árabe compuesta casi en su totalidad por judíos árabes procedentes de Irak y Egipto. Cuando uno piensa en la orquesta de la IBA, acaso la costumbre de ver películas egipcias parezca algo menos inaudito.
Hace mucho que la película árabe ha desaparecido de nuestras pantallas. La televisión se ha privatizado, y hay una maraña de quinientas cincuenta y siete, o quién sabe cuántos canales que se ciernen sobre nosotros. La orquesta de la IBA se desmanteló. Ahora tenemos la MTV, y la BBC, y la RTL, e "Israeli Idol", y canciones pop, y anuncios de 30 segundos. De tal modo que ¿a quién importan ya las canciones de cuarto de tono que duran media hora?
Luego, Israel levantó el nuevo aeropuerto, y se olvidaron de traducir al árabe los carteles de la carretera. Entre los miles de tiendas que construyeron allá, no hallaron sitio para esa escritura extraña, ensortijada que es la lengua madre de la mitad de nuestra población. Es fácil olvidar las cosas que H&M, y Pull and Bear, y Levi's, etc... nos hacen olvidar. Con el tiempo, hemos llegado a olvidarnos de nosotros mismos.
Se han hecho muchas películas refiriéndose a la cuestión del porqué no hay paz pero, al parecer, son pocas las que se han hecho hablándonos del porqué necesitamos la paz por encima de todo. Ya no vemos lo obvio en medio de conversaciones que se centran en las ventajas económicas y en los intereses. Acabada la jornada, mi hijo, y el hijo de mi vecino se encontrarán —estoy seguro de ello— en cualquier gran área comercial de neones parpadeantes, bajo el cartel gigante de McDonald's. Puede que haya cierto bienestar en ello, no lo sé. Pero de lo que no hay duda es que hemos perdido algo por el camino. Hemos trocado el amor auténtico por el sexo de noche única; el arte por el comercio; y el contacto humano, la magia de la conversación por la cuestión de cuan grande es el trozo de pastel que podemos agenciarnos.
«El árabe, la lengua materna de la mitad de nuestra población.» Lo dice un judío de Israel, y significa mucho para cualquier espectador del País Vasco.
También es significativo que algunos críticos espontáneos echan de menos alguna referencia explícita al conflicto árabe-israelí. Me vuelvo a preguntar: "¿Habremos visto la misma película?"
La obra se gestaba cuando todavía era reciente el triple ramalazo del terrorismo islámico en Sinaí (2004-2006). El verano de 2004 estuve en Dhahab, antiguo puerto en el Mar Rojo, lugar repleto de turistas israelíes buceando en el arrecife de coral, y donde no sorprendía ver anuncios en hebreo. A la vuelta a Suez, una discreta intervención policial daba a entender que algo se estaba cociendo. Al atentado sangriento de Taba (7 de octubre) siguió en la misma península otro más grave en Sharm-el Sheihk (julio 2005), y uno más en el propio Dhahab (abril 2006), similar al de Taba. Un balance total de 130 muertos y más de 500 heridos.
Con esos datos en la mente, se ve la diferencia entre 'silenciar' un conflicto, y diluirlo en falsas equidistancias. Por aquí, esto último se nos da mejor.
Pues voy a hacer dos cosas; primero colgar el enlace de este blog al de Santi, que allí entra mucha gente y segundo, agenciarme la pelicula para verla. Formidables reflexiones, querido amigo.
ResponderEliminarQué decepción, don Belosti...
ResponderEliminarCreí que eran los mandos peneuvistas de la Ertzaintza iniciando su travesía del desierto...
Qué pena.
Un abrazo y enhorabuena por su tienda de delikatessen.
Excelente crítica Belosticalle. Un saludo.
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