jueves, 24 de septiembre de 2009

El Ganso de Praga (3)



Con Carlos IV en Chequia ocurre un poco como aquí con Carlos V: hay que precisar, «Quinto de Alemania y Primero de España». También su Carlos es I de Bohemia y IV de Alemania. Más difícil todavía: el nombre de pila del bohemio era Wenceslao. El Carlos se lo pusieron en París, donde vivió desde los 7 a los 17 años (1323-1333) en la corte de su tío Carlos IV de Francia, su padrino de confirmación. Él mismo lo cuenta con estas palabras: «El rey de los franceses me hizo confirmar por el obispo y me puso su nombre equívoco, o sea Carlos». Equivocum(nomen): que suena igual, homónimo. Pero equívoco también porque no iba ni por el padre ni por el tío, sino por 'San' Carlomagno, el santo patrón del tronco imperial.

Todo esto lo cuenta él, ya digo, en su Autobiografía. Porque Carlos de Luxemburgo escribió una de las pocas que han quedado de aquella época, donde narra su juventud. Era por igual francés, alemán y bohemio, además de latino, y conocía de primera mano la cultura y lengua italiana. Pero a diferencia de su padre Juan el Ciego, que anduvo casi siempre de viaje y mirado en el país como 'advenedizo' (advena), Carlos se portó como uno más (ut alter Bohemus) y como rey fijó su corte en Praga (1347), donde le llamarán 'Padre de la Patria'. «Padre de los bohemios, que lo que es de los alemanes, padrastro», ironizará después otro emperador más 'alemán' que él, Maximiliano I.

En 1348 Carlos funda la Universidad de Praga –la Carolina–, hermanada con la de Oxford. No sé que horóscopos darían los inevitables astrólogos. Serían buenos, pues en aquel entonces nadie hacía nada con mala estrella, y menos una aventura como crear la primera universidad de Europa Central. Sin embargo, el momento no pudo ser peor, por culpa de unas pulgas saltarinas que, de rata en hombre y viceversa, como jinetes del Apocalipsis, sembraron la peste por todo el continente.

Pasada la Muerte Negra (1348-1351), el buen gobierno y la buena fortuna hacen próspera a Praga, y Carlos para repoblar su amada Carolina atrae a extranjeros que hacen de ella una de las mejores. La Carolina era ante todo un plantel de funcionarios para el reino y el Imperio. El arzobispo de Praga era canciller nato de la misma, mientras que el rector era electivo cada año (luego cada semestre), aunque el rey como patrono magnífico obviamente podía 'ayudar' en la elección.

Estudiantes y maestros (muchos universitarios eran ambas cosas a la vez), a la hora de votar se repartían entonces, como en París, por 'naciones', típicamente 4 (como los puntos cardinales): aquí se llamaban bávaros, bohemios, sajones y polacos.

Esto no debe engañar. Aquellas 'naciones' no eran etnias, ni entraban en la 'confusión de lenguas' –el idioma universitario oficial era el latín–, ni obedecían a los anacronismos pintorescos tan caros a la especulación nacionalista de todo pelo. Se parecían mucho más a partidos políticos o sindicatos, y eran grupos de presión política. De hecho, nación se aplicaba incluso a los gremios y categorías profesionales: la 'nación' de los herreros, comerciantes, etc.; 'la nación de los físicos', hoy 'la clase médica'.

Bien, ¿pero al menos había una nación bohemia, o checa, en la Universidad? Pues no. Una 'nación checa', de etnia eslava y lengua bohemia (o checa), era sencillamente inviable. La Bohemia de entonces era mayormente germánica o germanizada, empezando por la capital Praga. Con la 'nación polaca' en Praga sucedía lo mismo: casi toda formada por silesios, prusianos y pomeranios, es decir, alemanes, nada de polacos.

Así las cosas, en aquella sociedad contaba mucho la condición de 'natural' frente a 'extranjero'. Naturales (del reino) eran por igual los eslavos y los germanos súbditos de la corona bohemia, así como los judíos, que entre sí hablaban yiddish, y en el caso raro de que algunos estudiasen en la universidad entrarían en la nación bohemia. La cual en solitario se enfrentaba a las otras tres 'alemanas', no por la lengua o la etnia, sino porque siendo todas cuatro del Imperio Germánico, tres de ellas no eran del Reino Bohemio. Pero aun esta nación Bohemia tenía como lengua materna ampliamente mayoritaria el alemán.

En fin, la Universidad de Praga, que debutó con cuadros magistrales foráneos, seguía destacando sobre todo por el elemento 'alemán', extranjero, en la cantidad de alumnos y la calidad de profesores. Algunos dicen que, gracias al sistema de voto en bloque, los 'alemanes' siendo minoría numérica tenían fuera de juego a la gran mayoría eslava. Más cierto es que incluso en 1390-1408, en el apogeo de la Carolina que precedió a la ruptura y abandono masivo de extranjeros, la nacio Bohemica sumaba sólo un quinto de toda la población universitaria. Sólo en aquellos años empiezan a destacarse maestros checos en puestos de relieve. La situación no sería ideal, ni siquiera justa, pero no era en rigor antidemocrática, como a veces se lee.

Hago hincapié en todo esto, porque por ahí empezaron las tribulaciones de Hus.

En cualquier decisión de alcance general, el 3:1 alemán era una apisonadora harto molesta para cualquier checo ambicioso y de extracción social media o baja, o sea para la minoría que reflejaba al checo medio o típico, como Juan Hus. Era como si el buen rey Carlos hubiese creado su universidad de Bohemia para dársela a los alemanes. Por supuesto, había checos nobles y de la alta burguesía, como un Jerónimo de Praga que será amigo y discípulo de Hus; pero en general estaban germanizados, y los checos netos no pesaban nada en el sistema.

Hus era checo campesino, y su carrera de 'estudiante pobre' tuvo mérito, sin duda. También consta por su expediente que fue una medianía, a juicio de los profesores que le calificaron. Él lamentará sobre todo haber perdido de mozo tiempo y paciencia en partidas de ajedrez. Sin negarle sensibilidad hacia su lengua materna, que es la cosa más natural del mundo, o hacia la situación deprimida de muchos paisanos, como es propio de buen cristiano, nada de eso fue determinante para su destino fatal. La Gran Peste, el Gran Cisma, el Gran Otoño de la Edad Media: demasiado 'ruido' de fondo, para poder distinguir sutiles melodías nacionalistas que, desde luego, nadie de entonces, músico, danzante o mero espectador, se molestó en anotar.

En 1393 Hus obtiene su primer grado, bachiller en Artes, el siguiente, en Teología, y en 1396 es maestro en Artes. Todo con calificaciones medias, como queda dicho.

Por entonces llegan a sus manos escritos del inglés Wyclef. Lo más interesante era su referencia a un cristianismo primitivo según el Nuevo Testamento, una comunidad idealizada en su sencillez evangélica, muy ajena al tinglado y negocio de la Iglesia Romana. ¿Y qué, acaso el franciscanismo espiritual no iba también por ahí? Todo el mundo pedía reforma. La de Wyclef, con la Biblia como base, era radical, pero podía limitarse a sus aspectos prácticos, orillando los dogmáticos, que admitía lecturas diferentes. Tambien en el terreno filosófico tenía Wyclef su 'novedad', curiosamente por profesar un realismo rancio. En Praga eran 'modernos' y seguían el nominalismo. Cierto que el profesor ingles, ya fallecido, tuvo problemas con su Iglesia de Inglaterra y con el Estado, en especial por su presunta relación (nunca demostrada) con la agitación social y campesina de 1381 (los lolardos). Pero aquello parecía agua pasada y caía lejos.

¿Algo más? Sí; en la división de la cristiandad por efecto del cisma con dos papas, las naciones alemanas obedecían al papa de Roma frente al de Aviñón, mientras la nación bohemia, siguiendo la política del rey, se mantenía neutral.

En 1398 Hus obtiene plaza de profesor público en la Universidad. Como todo profesor, tiene que reclutar alumnos. La Carolina se pagaba de gran libertad docente, donde no asustan novedades. Su novedad será explicar a Wyclef. Y como cualquier profesor nuevo, se autopublicita organizando algún evento que llame la atención. En 1399 Hus defiende en disputa pública algunas tesis de Wyclef . Eran defensas académicas convencionales, donde un mismo disputador, en vena de virtuosismo dialéctico, podía salir airoso a favor de una tesis y luego en contra de ella. En aquellos torneos de lucimiento, con suerte se podía uno ganar admiradores, pero lo que sin falta ganaba era enemigos. A lo germánicos en particular les parece ridícula la nueva moda o manía de los checos por aquel inglés desconocido. Ellos también se interesan por Wyclef, y no como admiradores.

Ahí tocó techo académico el nuevo maestrillo. En Teología no pasó del bachillerato, y desde luego nunca lució el liripipio doctoral. Recibirse de doctor era un trámite caro para un clérigo pobre como el aspirante a predicador.

Lo que si junta en el curso siguiente (1400) son las condiciones académicas y económicas para ordenarse sacerdote. Recibir el sacramento, en teoría era gratis. Los extras de rigor, con ocasión de la ceremonia, se podía pagar de fiado obteniendo un beneficio, pues el obispo (o en su caso, el papa) se quedaba sin más con la anatala 'añada' o sueldo de la primera anualidad. En ese tiempo, el nuevo beneficiado se suponía vivir de algún otro beneficio anterior acumulado, de sus rentas, de algún empeño o préstamo judío, de sablazos a los amigos, de pan y queso traídos, como a san Antón en el yermo, por una corneja ladrona, o sencillamente del aire, como la beata Cristina de Stombel y otras beguinas. A veces los obispos se conformaban con media annata.
Tales exacciones fueron uno de los blancos de crítica para Wyclef.

La ordenación de Hus y su entrada plena en la vida pública coincide con una crisis en el Imperio, que también tiene su 'cisma', con dos y hasta tres Reyes de Romanos en pugna: Roberto de Baviera y los hermanastros Segismundo y Wenceslao, hijos de Carlos. La situación durará hasta 1411, en que se impone Segismundo como emperador.

Hus se ordena en edad algo tardía, aunque joven. Su primer empleo pastoral es como predicador en San Miguel, Esta iglesia, que existe aún renovada, estaba encastrada en la muralla sur de la Ciudad Vieja, cuyo bulevar era la actual calle Narodny. Como predicador, Hus es moralizante y más bien puritano. Enemigo declarado del baile. Su lenguaje es llano y directo, aunque sin las chocarrerías al uso entre predicadores populares. Lo que mejor se le da, predicar en checo, es viable desde 1391, cuando un grupo de clérigos y seglares ricos obtiene permiso para abrir el Belén, una hermosa capilla (no iglesia) capaz hasta para 3.000 oyentes.

En 1401, octubre, Hus es decano de la Facultad de Artes. Llega a la sazón Jerónimo de Praga, de vuelta de sus estudios en Oxford, entusiasmado con los escritos de Wyclef, algunos desconocidos en Bohemia. Pero también llegan noticias de otro signo: El nuevo rey de Inglaterra Enrique IV, movido por el arzobispo de Cantorbery Tomás de Arundel, viejo enemigo de Wyclef, ha desempolvado la vieja ley De quemar herejes, y hay cacería de lolardos y wiclefitas en aquel reino.

Wyclef es cada vez más bandera de guerra. Hus se presenta candidato a rector y lo consigue en 1402. Le ha apoyado el arzobispo canciller Sbinjek (Sbynko), que le aprecia como sacerdote y le nombra predicador sinodal, como también capellán de Belén, para que pueda lucir su oratoria también en checo. Sus sermones llenan la capilla de bote en bote. Incluso gente de posición llena la tribuna de respeto, y hasta la reina Sofía, mujer de Wenceslao, le oye con gusto.

Pero entre aquel público embelesado hay sujetos que siguen los sermones con atención especial, el ceño fruncido, tomando notas. Son espías de los alemanes, que no pierden palabra del rector para denunciarle cuando llegue el momento.

Una primera ocasión se presenta en 1403, cuando el rey Wenceslao, en conflicto con Roberto de Baviera por el Imperio, ve que el papa Bonifacio IX (1389-1404) le retira el apoyo que antes le prometió. Los maestros alemanes, partidarios tanto del papa de Roma como de Roberto, promueven una disputa pública sobre Wyclef. Uno de ellos, Hübner aparece con una lista de 24 proposiciones condenadas 20 años antes en Oxford, todas sacadas de los escritos de Wyclef. Pero eso no era todo. El propio Hübner llevaba una segunda lista con otros 21 errores detectados por él mismo. En realidad, cualquiera con algo de aplicación podía ir completando la cosecha, porque el maestro inglés era una mina.
El rector Hus tomó la palabra. También él había leído a Wyclef, y aunque no era adepto suyo, tenía la obligación moral de defenderle porque se le imputaban cosas que nunca dijo. Llegados a la votación, el claustro de Praga por la mayoría habitual de 3:1 condenó los 45 errores. Malo para el rector. Nunca es bueno conocer a un hereje, si el resultado es limpiarle de su herejía. Los de Oxford, por su parte, tomaron buena nota del éxito de Hübher. En 1411 ellos a su vez juntarán hasta 267 proposiciones de Wyclef censurables.


Tras la disputa académica, llega bula del nuevo papa Inocencio VII (1404-1406), instada por el arzobispo de Praga, prohibiendo enseñar los 45 puntos wyclefitas. La respuesta del partido bohemio, por boca del rector Hus, fue protestar vivamente contra aquel «atentado a la libertad de expresión universitaria». Un argumento que en nuestros días tiene alguna resonancia aquí, en el País Vasco. Una resonancia basta estridente, a fecha de hoy.

En todo caso, el pronunciamiento de Hus le enajenó el apoyo del arzobispo y dejó abierta en la Universidad una brecha que dividió a toda la ciudad y al país entero. Nos queda por ver cómo nuestro hombre, tan sincero como falto de tacto, convertido, más que en líder, en mascarón de proa de un barco a la deriva en la mar turbulenta, ganará una victoria pírrica que en breve tiempo acabará con él. Veremos también cómo se fabrica un mártir de la forma más inicua y al mismo tiempo más estúpida, como vino a demostrar la Historia.



domingo, 20 de septiembre de 2009

El Ganso de Praga (2)






       Hoy toca ser pesado. Me ocurre a veces, incluso sin darme cuenta. Ahora voy a ser pelmazo adrede. Queridos lectores, el que avisa no es traidor.

       Lo dejamos ayer descargando el manual del padre Ranst, para ver qué nos cuenta de Hus como heresiarca. Esa terminación -arca es esencial: nada de hereje a secas, sino archi-hereje. Condenado el Maestro Juan Hus por el Concilio de Constanza (1415), en la mitra o capirote que le pusieron para quemarle vivo se podía leer claramente: Heresy archa. Hay testimonio gráfico en la Crónica de Ulrico de Reichental (1483).

Para ser heresiarca, y no un hereje del montón, se precisan dos cosas por lo menos: originalidad y claque. Hus nunca presumió de original, confesándose de entrada discípulo de Wyclef, un inglés ya difunto (1384), antiguo profesor en Oxford, al que no conoció personalmente. De hecho, no creía que aquel tipo fuese hereje, como estaba convencido de no serlo él tampoco. Lo que sí le importaba era lo otro, tener cuantos más seguidores mejor, porque ellos eran la verdadera Iglesia de Jesús, frente a la otra oficial, la Iglesia Romana (o Iglesia Alemana, daba lo mismo) gobernada por el Papa-Anticristo.
¿Qué digo, el Anticristo? Dos anticristos, dos papas se disputaban la tiara desde 1378, y a ellos se añadió en 1409 un tercero. Iglesia tricéfala, monstruo de tres cabezas como Cancerbero.
Las coincidencias entre Hus y Wyclef no escapan a Van-Ranst, como tampoco las diferencias. Eso se ve en las listas de 'errores' de uno y otro, según el Concilio de Constanza. El inglés tuvo hasta cuarenta y cinco errores condenados, mientras que nuestro bohemio sólo sumó treinta.
La manía de acumular cargos y errores –frases sueltas sacadas de quicio y contexto– fue costumbre general en la Inquisición. Hoy esa forma de enjuiciar no es de recibo. Para remache del clavo, no faltaban descalificaciones personales, sobre todo en materia sexual. A Hus no le pillaron por ahí. Era un clérigo recto y piadoso, más bien rara avis para la época, y gran devoto de la Virgen María.
Con que treinta errores…
¡Y qué treinta! Cierto que en algunos puntos de doctrina Hus se perdió en camisa de once varas. Por ejemplo, sobre la predestinación de cada persona al cielo o al infierno, y los efectos de la misma. Pero en esa pista teologal resbalosa ha patinado todo el mundo, hasta el mismo santo Tomás.
Tampoco está bien mezclar el dogma con la cortesía. Por ejemplo, el Papa que hoy se llama simplemente Su Santidad, en la Edad Media tenía tratamiento de Su Santísima. Pura etiqueta, porque junto a papas santos y buenos, hubo no pocos santísimos granujas. Pues bien, he aquí el error Nº 23 de Hus:

«Al Papa no hay que darle tratamiento de Santísimo, ni siquiera por razón de oficio; porque entonces también el Rey debería titularse Santísimo, por la misma razón. Y lo mismo los verdugos o los pregoneros. Hasta el mismo Diablo debería llevar tratamiento de Santísimo, puesto que es un oficial de Dios.»

Más de uno querrá saber por qué los teólogos antiguos se complicaban la vida de ese modo y la complicaban al pueblo llano. No tengo respuesta, pues la misma pregunta me hago yo. Ellos sí que tenían respuesta para todo. Las universidades de entonces no daban más de sí, dominadas por la facultad de Teología y dedicadas a producir sobre todo teólogos, juristas y gramáticos. La Medicina, un desastre. Las Ciencias, en mantillas, arrinconadas como 'Artes' en facultad de rango inferior. La Técnica en bloque quedaba fuera de la Universidad, como cosa 'mecánica' y servil.

Así sobraba tiempo para disputas y sutilezas. La enseñanza era puro cotorreo. La investigación se reducía a comentar comentarios de otros comentarios de textos. La ocupación principal, inventar argumentos con que apuntalar la escuela propia y minar la ajena. La caza de errores dialécticos era el deporte universitario por excelencia. Cuando alguien estorbaba por cualquiera razón, se le buscaban las vueltas por algo que dijo o escribió, extrayendo proposiciones sospechosas, erróneas, mejor si eran falsas, y ya en el colmo de la suerte, heréticas.

Juan de Hus = 30 errores. «¡Pero oiga, que yo no he dicho eso!» «¡A callar! Es lo que se ha encontrado en sus discursos. A rajarse tocan, o lo va a tener usted crudo.»

Algunos errores en la lista de Hus son desconcertantes. El Nº 4, por ejemplo:

«Dos naturalezas, la divina y la humana, hacen un Cristo.»

Aquí entramos en pleno jardín bizantino. Pero vamos a ver, ¿no dice el catecismo que Jesucristo tiene esas dos naturalezas? «Dios y hombre verdadero», decíamos en el Señor mío Jesucristo (acto de contrición). ¿Dónde se esconde el dichoso error husita Nº 4?

¿Qué dónde se esconde? Entre líneas. Como lo oyen, sí señor; está en la letra pequeña, escrita con tinta invisible. Aunque cueste creerlo, el escribano distraído 'se comió' lo más gordo, que venía a continuación y decía así: «…un solo Cristo, que es la cabeza única de su Esposa la Iglesia», etc. etc. Estos etcéteras también forman parte del error, pues de hecho hay que leerse todo el capítulo 4 del tratado de Hus Sobre la Iglesia, para ver que el pobre anda metido en un jardín o laberinto barroco. De allí saldrá diciendo lo que de verdad molestó a sus superiores: «Eso que ustedes dicen Iglesia no es tal. En la Iglesia verdadera están todos los que son, pero no son todos los que están. Y en esa Iglesia, el que manda de verdad es Cristo, no el Papa. Dios habla al cristiano en la Santa Biblia. Lo que digan papas y obispos tanto vale cuanto lo apoye la Biblia.»

Porque en suma, de eso se trata en todo el discurso de Hus: qué es la Iglesia, quién la gobierna y cómo. Por eso le condenarán, y todo lo demás sólo será leña para la quema.

En una época de confusión ideológica, muchos buscaban una referencia que la Iglesia no podía ofrecer, dividida entre papas rivales que se excomulgaban mutuamente. ¿Qué referencia? La Palabra de Dios, entendida por el creyente en su propia lengua. El magisterio eclesiástico debe ayudar a entender esa Palabra, sin suplantarla

Con todo, el husitismo (como se llamó a la secta de Hus) tuvo otro punto clave que tampoco fue ningún 'error' dogmático: la comunión bajo las dos especies, pan y vino; lo que en el programa se llamó «el cáliz para los legos».

Una cosa tan simple como repetir la Última Cena, para la ortodoxia medieval se había complicado enormemente: especies sin sujeto, accidentes de pan y de vino sin sustancia, transubstanciación, presencia real de cuerpo y sangre indivisibilidad, multilocación, etc. Todo ese galimatías Hus se lo sabía de carretilla, pero a él le interesaba el espíritu. Eso sí, pensaba que las enseñanzas de Cristo y los Apóstoles, tal como se leen en el Nuevo Testamento, con el tiempo se habían ido envolviendo en mucha hojarasca.
 Esta observación no era nueva. Ya en la generación anterior a Hus, aquel inglés Wyclef había pensado lo mismo. ¿Cómo llegó la noticia del profesor de Oxford hasta la lejana Praga?


Praga tenía universidad desde 1348, fundada por el emperador Carlos IV. En 1382 Ricardo II de Inglaterra se casa con Ana de Bohemia, hija de Carlos. Ambos tienen sólo quince años, pero ella es una mujercita culta y políglota como su padre, y se interesa por Wyclef, ya apartado de su cátedra por diferencias con la Iglesia, pero muy respetado. El mismo interés se contagia a los muchos bohemios que acuden a Oxford incluso después de morir la joven reina (1394), entre ellos Jerónimo de Praga (1398-1401). Este amigo de Hus regresa a Bohemia con libros de Wyclef, algunos copiados de su puño.
Los eruditos checos nacionalistas han minimizado la influencia teológica de Wyclef sobre Hus, reduciéndola casi a aspectos filosóficos. Hasta qué punto tienen razón, no lo sé. Lo cierto es que en el Concilio de Constanza se trató del uno y del otro casi conjuntamente, relacionando ambas doctrinas. Por otra parte, en ningún país había tenido el oscuro Wyclef tantos adeptos como en Bohemia. Lo que Juan Hus y Jerónimo de Praga hicieron luego con Wyclef o sin él, y lo que pasó luego en aquella Universidad Carolina, quédese para la siguiente entrega.


 «Siempre pasa lo que tenía que pasar». Esto, dicho por mi abuela, es un refrán. Puesto en boca de Wyclef, es otra cosa: es el error Nº 27 de su lista (Omnia de necessitate absoluta eveniunt). En cristiano, la frase correcta es: «que sea lo que Dios quiera». El mismo 'error' se lo quisieron colgar también a Hus, que fue tajante: «Ni lo mantuve, ni lo mantengo». El propio Wyclef seguramente habría respondido igual, de no estar ya muerto. Hus también lo estaba, a efectos prácticos. Su suerte estaba echada y lo que tenía que pasar pasó, aunque no por lo que tenía que pasar. La causa fidei, o proceso por herejía, una vez más, tuvo fondo político.
El año siguiente, en el mismo lugar y por la misma razón se repetirá la misma escena. No exactamente igual, porque Jerónimo de Praga, amigo y discípulo de Hus, era lego, lo que ahorró la ceremonia de la degradación clerical infamante que sufrió su maestro. Por lo demás, política.
Y como en políticas nuestro buen padre Ranst no entra ni sale, cerraremos su manualito, no sin antes leer su versión de la muerte de Hus. Dice así:

Arrimado a la alta pira, en medio de las llamas crepitantes, más de una vez repetía: «Señor, en tus manos entrego mi espíritu.»
Con estas demostraciones de valor, pero también de adulterina piedad, trataba de convencer a los presentes de su inocencia, fortalecer a sus secuaces en la herejía, y alcanzar entre ellos fama de mártir.
Pero como bien dicen los santos Padres, «no hace mártir la pena, sino la causa». Si te fijas en la pena, también el diablo reivindica a sus mártires, armándolos de falsa fortaleza, constancia y valor.

Ya dije que con este heresiólogo flamenco no peligra nuestra fe. A un buen inquisidor dominico, esos herejes no se la dan con queso.

viernes, 18 de septiembre de 2009

El Ganso de Praga (1)




'Ganso' en bohemio se dice hus, con esa h/g peculiar, como en Praha, Praga. El más célebre de todos los ciudadanos de Praga, o al menos de todos sus herejes, es Jan Hus, Juan Ganso. No sabemos si de apellido o por mote, pues su patria chica en el sur de bohemia se llamaba y se sigue llamando Husinec, algo así como Villagansa o Villaoca. Jan Hus fue siempre 'el Ganso', para amigos y enemigos; y sus teorías, para estos últimos, solemnes gansadas. Sin entrar en ello, es a este Hus al que busco en Praga.

Buscar a Hus en Praga es topar con el nacionalismo checo. Es algo que lo percibe cualquiera, aunque mucho más quien llega de un país como esta Vasconia Meridional, impregnada de nacionalismo militante.
Juan Hus es allí ante todo una propiedad estatal, el padre fundador de la patria y a la vez su santo patrón laico, con la fecha de su tránsito como fiesta de guardar.
Vemos al personaje falsificado en un monumento huero, donde se yergue con arrogancia que nunca tuvo en vida, con un perfil que a ráfagas me recuerda a Cherkasov encarnando a Iván el Terrible en el filme de Eisenstein (1944). Me refiero, por supuesto, a la fantasía en bronce del nacionalista L. Saloun, inaugurada en la Plaza de la Ciudad Vieja el 6 de julio de 1915, aniversario del 'martirio' de Hus, con notable retraso, pues la primera piedra llevaba puesta allí mismo 12 años y un día (el 5 de julio 1903). Monumento pagado por rigurosa suscripción popular.

¿Por qué aquí? Claro, es la Plaza Mayor; pero sobre todo, es la plaza donde en 1622 fue descabezada (literalmente) la revuelta de nobles protestantes, al recaer la corona de Bohemia en el ultra católico Fernando II de Habsburgo, hechura de los jesuitas y contrarreformista a macha martillo. Un florido 28 de mayo de 1618, como ya vimos, los rebeldes defenestran a los consejeros imperiales. Con lo cual, sin saberlo, inauguraban una guerra que ni ellos ni nadie imaginaban que iba a durar 30 años largos y terribles. Una guerra que, al parecer, tampoco nadie quería, regida Europa por gobernantes pacíficos y diplomáticos. De hecho, prendió localizada y se propagó perezosa. Pero ¡ya, ya! La mar era de fondo, y lo que los nacionalistas checos tiraron por la ventana fue una paz sujeta con parches y alfileres. Por cierto, no fue ninguna ocurrencia sobre la marcha. Tirar por la ventana era una forma tradicional de justicia popular en Bohemia, y concretamente en Praga ya se habían 'celebrado' defenestraciones otras veces.

La Guerra de los Treinta años, para los patriotas checos duró bastante menos. Tras un comienzo prometedor, el 8 de noviembre de 1620, Fernando II ya emperador les derrotó por completo en la Montaña Blanca, imponiendo el catolicismo y la cultura germánica. Era el año del Mayflower con los peregrinos puritanos ingleses rumbo a Norteamérica. El año de la Contrarreforma y recatolización forzosa para los protestantes bohemios. Bueno, no para todos. Unos guardaron sus convicciones en sus conciencias. Y de aquellos líderes del tumulto, ya hemos dicho que perdieron la cabeza en esta plaza, en 1621. Desde entonces, se comenta, todos los aniversarios por la noche, aquellos caballeros, o mejor dicho, sus sombras, se dan cita en el lugar, dirigiéndose en marcha silenciosa a la vecina catedral de la Virgen María en Tyn, donde oyen misa y sermón en checo, comulgando de rodillas bajo las dos especies de pan y de vino. Lo cual quiere decir que dichos caballeros, o sus sombras, llevan todos la cabeza sobre los hombros. Luego desaparecen hasta el año siguiente. Kafka tuvo necesariamente que verlos de niño, pues su cuarto de dormir daba a la calle Celetna, mirando al templo.

Pero yo había venido buscando a Hus. En Praga es facilísimo distraerse, como es fácil también engañarse. Por ejemplo, entras en la 'Casa de Hus' y luego te enteras de que ha sido (re)construida a mediados del siglo XX. O bien, preguntas por un tal Hus hereje y te indican el monumento de un patriota del mismo nombre.

En la ciudad de Constanza no ocurren esas cosas. Constanza es la ciudad alemana en el alto Rin, donde un Concilio hizo quemar al hereje Hus, arrojando sus cenizas al río. Hace muchos años, no recuerdo cuántos, busqué a Hus en Constanza y no hubo dudas.   La 'casa de Hus' es la casa de Hus, la misma donde residió en libertad vigilada, antes de caer definitivamente en el garlito conciliar. Parece moderna, y lo es; pero es lo que ocurre con casi todas las casas corrientes del siglo XIV, que si no han desaparecido se han tenido que remozar.


Del mismo modo, la plazuela o glorieta de Hus corresponde al lugar exacto de su suplicio, con la aproximación exigible dentro de las mudanzas urbanísticas desde 1415, pero en todo caso, con la garantía de una inscripción moderna y un peñasco en bruto colocado allí, sobre césped y flores cultivadas, descendientes de otras que ya existían en tiempos de Hus, aunque las variedades han cambiado.

Todo auténtico, no como en Praga. Tanto así, que ese mismo punto visitado por mí en Constanza como curioso particular, un siglo antes, en 1868, había sido la meca de una 'peregrinación nacional' checa de varios centenares de patriotas, entre ellos el compositor Smetana y su libretista K. Sabina. «Sí, señor, una peregrinación nacional checa. Lo recuerdo como si fuese ayer. Ya entonces Francisco José I de Habsburgo-Lorena era Emperador de Austria, Rey Apostólico de Hungría y Rey de Bohemia, etc. etc.», añadía el viejo de turno, antes de ir muriendo uno a uno, casi todos ellos antes que el tirano opresor de los checos y demás pueblos o naciones naturalmente libres.

Vaya, otra distracción mía. Vuelvo al hereje.
 Para mi caza particular de herejes utilizo un sabueso infalible. El padre dominico Francisco Van-Ranst escribió en latín una Historia de los herejes y las herejías, obra al alcance de todo el mundo, gracias a Google, en la misma edición que yo uso (Venecia, 1750, 468 págs. en 8º)

A todo esto, veo que se hace tarde. Mejor si lo dejamos para mañana, y así quien le interese tiene tiempo para bajarse el Van-Ranst con todos sus diablos y heresiarcas clasificados por orden de siglos. No tengan miedo, con el padre Ranst no corremos ningún peligro. Aquí cada hereje lleva su correctivo según la verdadera doctrina de la Iglesia. ¿Qué digo, la Iglesia? Muchísimo mejor, y más seguro: según los dogmas y doctrinas de santo Tomás de Aquino, que vale por todos los Padres, Papas y Concilios juntos.

Hasta mañana, si Dios quiere.

lunes, 14 de septiembre de 2009

A. M. D. G.


Los checos tienen fama de poco religiosos, en general. Según la guía que me compré para el viaje, serían unos ateos, comparados con sus vecinos –y compatriotas, hasta hace poco--, los eslovacos, que no sólo son creyentes, sino muy practicantes. Sin embargo, las expresiones religiosas materiales son ubicuas en Chequia; y en Praga concretamente alcanzan una densidad agobiante, con un barroquismo alucinante. Lo cual maravilla más, porque todo ese patrimonio ha sobrevivido prácticamente intacto a un régimen materialista. Se ve que en la Vieja Europa ni la irreligión, ni siquiera el anticlericalismo, son iconoclastas como por aquí. Cabría ironizar, qué sé yo, que hay tanta religión por las calles y plazas, en las fachadas, esquinas y cornisas, que hace inviable todo proyecto laico de limpieza general, por lo costoso, y porque dejaría la ciudad monda, sin testimonios artísticos anteriores al modernismo y al art déco.

Para hacernos idea. El gran reloj astronómico del Ayuntamiento Viejo de Praga tiene fama mundial, con su teatrillo de santos que saludan al público al dar las horas. En Olomouc (Moravia) había otro similar, aunque no tan conocido. Pues bien, hizo falta un bombardeo en la II GM para que los responsables se decidiesen a ponerlo al día, sustituyendo la deteriorada parafernalia religiosa por una representación del mundo del trabajo.

La hipertrofia religiosa al aire libre se vuelve folclore en el Puente Carolino, el archifamoso Puente de Praga. De orilla a orilla del Moldava, es medio kilómetro de recorrido teóricamente devoto, con 30 motivos de meditación, entre estatuas individuales de santos y grupos místicos. Todo tiene su explicación, aunque el turista sólo capta un batiburrillo. Una de las estatuas por lo menos no sobra: a primera vista, se entiende la presencia de San Juan Nepomuceno, supuesto mártir en este lugar. El hijo de Carlos IV, el borrachín Wenceslao IV, habría descubierto una nueva utilidad al puente construido por su padre, para 'defenestrar' al clérigo rebelde y ahogarlo en el Moldava. Y todo por negarse a revelarle los secretillos de confesión de la reina su mujer, Juana de Baviera. Los jesuitas desarrollaron esa fábula en el siglo XVII, una época en que ellos mismos, confesores de reyes y príncipes por toda Europa, tenían especial interés en acreditar el sigilo sacramental.

Por lo demás, en el puente sólo hay un santo jesuita, Francisco Javier. Lo cual es algo extraño, a vista de lo que se avecina. Porque en efecto, pasado el puente, nos damos de bruces con la mole imponente del Clementino. La exaltación del poder jesuítico en Bohemia.

La Compañía de Jesús entra en Praga en 1556. Los jesuitas no solían acudir a ninguna parte sin ser invitados, a cuyo efecto ellos mismo se hacían invitar por la autoridad, previa preparación y abono del terreno, mediante contactos e influencias. Su misión aquí, como en todas partes, era la propaganda católica, pero a su modo peculiar. Era fama que 'los padres' entraban con pie suave, pero una vez dentro arrasaban. Su explorador o espía aquí fue san Pedro Canisio, que se instaló en el convento de San Clemente de los dominicos, arruinado por las Guerras Husitas, desalojando al par de frailes supervivientes.

El 'invitador' de turno fue un señor de Alcalá de Henares, que con el tiempo (1526) se había convertido en rey de Bohemia y Hungría con el nombre de Fernando I, y años después (1558) en emperador germánico, como sucesor de su hermano mayor Carlos V. Bajo tales Habsburgos, no es extraña la presencia de muchos españoles en la invasión jesuítica de Europa.

Su misión religiosa era deshacer la herejía. Los checos tenían la suya propia nacional, de la que muchos estaban orgullosos, y aún siguen estándolo. Fundada por Juan Hus (1370-1415), era básicamente una 'herejía de protesta', con más incidencia en la reforma moral que en alteración del dogma. De modo especial exigían que eso de comulgar con pan y vino, como hacen los curas celebrando misa, se aplicase a todos los fieles. Lo cual cuesta entender qué tiene de herético, pues es lo que hizo Cristo en la Cena, salvo que choca con la costumbre o corruptela establecida de comulgar con pan seco. Algunos fueron más radicales, emprendiendo una revolución social violenta (Guerras Husitas, hasta 1436). Los moderados en cambio se conformaban más o menos con la comunión utraque specie (con una y otra especie), por lo que se llamaron utraquistas.

Cuando aparecen los jesuitas, sólo quedaban husitas utraquistas (los otros habían sido aniquilados). Pero aunque el espía Canisio pensaba que eran manejables, la realidad fue otra. Había además muchos luteranos, casi todos alemanes.

Además de la invitación del rey Fernando y una quinta columna de nobles católicos, los jesuitas entran en Praga con una carta de recomendación del propio san Ignacio de Loyola. Las cuales invitación y carta no les ahorraron una recepción popular poco amable, a pedrada limpia y con insultos en checo, en alemán y hasta en latín. Nada nuevo para ellos. El mismo año de su llegada abrían las clases a la juventud católica y no católica. Ningún menor era presionado para hacerse católico, aunque los más avispados entendieron que este paso podía ofrecer algunas ventajas, simplificando el aprobado.

La Guerra de los Treinta Años estalló con la II Defenestración de Praga (23 de mayo de 1618). Arrojados por una ventana (o por dos) del Alcázar los delegados imperiales católicos por varios nobles bohemios, la paz religiosa empezó a resquebrajarse por los jesuitas, que hubieron de hacer las maletas. Con todo, la convivencia que ellos habían encontrado no se rompió del todo hasta el 8 de noviembre de 1620. Ese día se disputó la batalla de la Montaña Blanca, en que los católicos imperiales derrotaron a los protestantes checos.
Todavía no hace dos semanas, en el tranvía 22 hacia la Ciudadela de Praga, advertí que el término del viaje era Bila Hora. ¡La Montaña Blanca! Decidí seguir hasta el final, meditando de paso sobre el valor de las palabras, pues aquello, para nosotros, ni es montaña ni es blanca, sólo una colina lisa, casi un descampado. Pero en fin, allí fue el hecho de armas que devolvió Bohemia a los jesuitas para su recatolización. ¡Y de qué modo! Entrados de paisano, por prudencia, vieron que no había peligro en llevar sotana. Su colegio de San Clemente estaba intacto. Sin perder tiempo empezaron a comprar y hacerse regalar decenas de casas, propiedades y espacios donde encuadrar su emporio, el Clementino.

Aquella guerra terrible fue para la Compañía de Jesús una edad de oro en Bohemia, por el poder que alcanzaron, amparados por un poder seglar implacable contra los herejes de toda laya. Su monopolio de la enseñanza universitaria fue absoluto: toda la titulación superior pasó por sus manos. También controlaron la enseñanza media, especialmente para las clases superiores. Hasta los escolapios de san José de Calasanz (llamados piaristas en aquellas partes de Europa), dedicados a la instrucción de clases bajas, sufrieron la rivalidad prepotente de los ignacianos.

 
El Clementino es el complejo mayor de Praga, después del Alcázar. Con toda su magnitud, prácticamente estaba reservado a vivienda y uso de los religiosos, impartiéndose la enseñanza media y superior en otros edificios dispersos por la ciudad. Hoy alberga la Biblioteca Nacional checa. Su joya más ostentosa es la gran Biblioteca barroca. La Torre Astronómica con su observatorio fue otra fuente de prestigio. La gran fachada oeste del Clementino, continuación de la Iglesia del Salvador, por su lujo digno de un palacio mereció la crítica del general Oliva (1673). Un liviano cachete, al lado de las censuras que ya entonces se alzaban por todas partes contra la Compañía, una Iglesia dentro de la Iglesia y un estado dentro de cada estado.

El 21 de julio de 1773 el papa Clemente XIV, un franciscano, suprimió la Compañía de Jesús «para siempre»; esto es, hasta 1814, en que otro papa, Pío VII, la restableció. Con todo, los jesuitas no vuelven a Chequia hasta medio siglo más tarde, y no sin protestas del público. En la memoria de los checos, la Compañía seguía vinculado al Imperio germánico y al Catolicismo a la fuerza.

[Datos compulsados con fuentes jesuíticas; principalmente, The Jesuits and the Clementinum, de varios autores bajo dirección de A. Richterová e I. Čornejová, Praga, 2006].

jueves, 10 de septiembre de 2009

«Mendel… ¿qué Mendel?»


El primero de septiembre cumplí uno de los votos de mi vida: la peregrinación científica al santuario de Mendel en Bruna o Brno, Moravia. Lo de 'santuario' es tópico, pero no metáfora esta vez. Juan Gregorio Mendel (1822-1884) fue monje que vivió y trabajó en su monasterio de dicha ciudad hoy checa, antes checoeslovaca, y en su tiempo austrohúngara. Y no sólo monje, sino abad hasta su muerte en aquel convento de Santo Tomás que, por extraña excepción, es la única abadía en toda la orden de San Agustín (desde 1752).

Alquilado un coche en Praga, cubrimos con rapidez los 200 km a Brno, por una de esas autopistas donde, a tramos, parece que uno viaja sobre ruedas cuadradas.

Mendel es una de las figuras cumbre de la Biología y de toda la Ciencia. Sus experimentos sobre herencia cruzada en guisantes y otras plantas son modelo de rigor y elegancia en su planteamiento, ejecución e interpretación. Pero eso sería lo de menos, si no fuese porque tales experimentos fueron pioneros en la Biología y fundaron una nueva rama científica de primer rango teórico y práctico, la Genética. En suma, Mendel es un nombre que admite y sostiene la comparación con otro contemporáneo genio de la ciencia biológica, Carlos Darwin (1809-1882).

Precisamente la casa de Darwin en Downe (Kent, Inglaterra), fue otra meta de este cándido peregrino hace 20 años. Y aunque las comparaciones puedan ser odiosas entre personajes, no lo son en cuanto a sus circunstancias.

La verdad es que Down House –nombre de la casa y finca de Darwin--, no tenía entonces muchos visitantes. Españoles…

—¿Españoles? Son ustedes los primeros en seis meses.
—Vaya. ¿Y qué otros españoles pasaron por aquí hace seis meses, si se puede saber?
–No, ninguno en particular. Soy yo el que llevo aquí seis meses, y ustedes son los primeros que veo.

Aquel lugar no era entonces destino turístico en las guías ordinarias. Ni siquiera estaba restaurado del todo. Aun así, lo visitable era evocador. Darwin era presentado con naturalidad, sin énfasis, con respeto y simpatía, y uno salía con la ilusión de haberle visitado casi en persona. Veinte años no han borrado aquella emoción.

Todo lo contrario en el Mendelianum —el instituto dedicado a Mendel en el que fue su monasterio que me ha dejado desilusión y pena. Del monasterio se visita la hermosa iglesia y poco más. Como aquí nuestro Seminario de Derio, o tantos macro-centros religiosos en esta era laica, el cuerpo del edificio está ocupado por empresas y actividades diversas.

¿Cuántos monjes quedan? Por lo visto, sólo dos, el XIº abad y el prior. Que ni siquiera residen en el complejo. En tiempos de Mendel la comunidad tampoco era numerosa, unos 14, y estuvo en cierto peligro de extinción.

Vimos el antiguo comedor rococó, donde hubo una pequeña exposición mendeliana, pegante a la nueva ampliada, aunque todavía bastante sencillita: más fotos y letreros que objetos y documentos; pero es lo que hay, incluidos los ornamentos abadengos del sabio. También se visita, por supuesto, el amplio compás a modo de parque, donde se ven los cimientos del invernadero experimental mendeliano, a espera de reconstrucción.

En un extremo del compás hubo un observatorio meteorológico, y en otro un apiario; pues Mendel fue también meteorólogo oficial y apicultor experimental… ¡Ah!, pero sobre todo la tabla de terreno donde plantaba sus guisantes y demás herbáceas, y donde con acierto se muestra en vivas flores purpúreas y blancas las leyes de dominancia y segregación descubiertas y enunciadas por Mendel. El cual, desde una ventana sobre el portón, dicen que vigilaba sus cultivos. Con todo, era en el desaparecido invernadero donde realizaba con gran habilidad las manipulaciones experimentales de castrar y fecundar sus plantitas, clave del éxito de sus ensayos.

Aún queda alguna cosa más de tiempos de Mendel: la mole de la cervecera con su chimenea, uno de los orgullos de la abadía por la calidad de su cerveza. Otros orgullos eran el nivel de la enseñanza, mayormente aplicada, y una buena escuela musical. Cosas del pasado.

¿Y esa estatua del personaje en piedra, de tamaño natural, algo aparatosa por cierto, y en hábito de agustino, que no se usaba de ordinario en esta abadía? No sería el único 'error' del monumento. Aparte del rostro idealizado y falso, tampoco los relieves de plantas 'mendelianas' son fieles al natural…

Pues bien, aunque la estatua preside el compás muy dignamente, en realidad está ahí arrinconada. Su primer destino en 1910 fue presidir la plaza de delante del monasterio en un gran monumento.

Una visita turística no basta para formarse opinión y sentar cátedra. Por eso, con mucha reserva, diré lo que pienso sobre el destino de Mendel en la ciudad donde él esperaba tocar el cielo de la gloria científica. Gloria que no gozó en vida, porque su entorno provinciano no entendió el alcance de su descubrimiento, y publicado en una revista provinciana, tampoco interesó a los científicos.

Hasta que en 1900 el holandés De Vries llega a los mismos resultados. Éste científico envió su trabajo al colega y competidor alemán Correns, sólo por fastidiarle, pues ambos iban tras lo mismo. Correns le felicita y adelanta sus propios resultados, pero no sin vengarse con una pésima noticia: todo lo que estaban haciendo los dos ya estaba publicado por un desconocido, un tal Mendel, la friolera de 34-35 años antes. Al holandés le hizo maldita gracia la coletilla del colega. Tanto es así, que todavía en 1910, cuando Mendel es ya archifamoso y se recogen firmas y óbolos para el monumento en la plaza, De Vries como que no oye. Cosas de científicos.

¿Era ya profeta Mendel? Sí, pero no en su patria. El nacionalismo checo más radical jamás le perdonó ser hijo de alemanes de Silesia y, aunque liberal de joven, no haber plantado cara a la política del Imperio opresor. Por si fuera poco, Mendel como VIº abad ocupó cargos vinculados a la misma política central (la presidencia del Banco de Moravia, por citar un ejemplo), y obtuvo condecoraciones imperiales. Y para más enredo, aunque hurtó tiempo a sus investigaciones para estudiar checo, no llegó a dominarlo, siendo su lengua materna el alemán. Nuestro nacionalismo vasco, tan amigo de buscar ejemplos y modelos foráneos, aquí tiene espejito donde mirarse.

A la mezquindad nacionalista checa hay que sumar otras, civiles y eclesiásticas. Un convento liberal como el de Mendel estuvo mal visto por la jerarquía clerical de la Iglesia de Pío IX, incluida la propia orden agustina. 'Demasiada ciencia y pocos rezos', era el reproche. Y aunque Mendel como abad reformó aquella casa, a su muerte el abad sucesor, sin encomendarse a Dios ni al diablo, volatilizó todos sus papeles y documentos que pudo encontrar. El archivo de Mendel fue mayormente al fuego o a la basura, y sus pertenecías se dispersaron. Si la exposición del Mendelianum peca de pobre, he ahí una explicación.

En el siglo XX, cuando el mundo entero reconoce a Mendel, el régimen nazi le ignora o quita mérito a sus trabajos. Curiosamente, el tercer hombre que se apuntó al 'descubrimiento' de Mendel (junto con Vries y Correns) fue el austriaco Tshermak, que luego militó en el nazismo y se dedicó a la eugenesia con poco respeto a la ortodoxia mendeliana.

Mezquindad también la del régimen comunista, que como es sabido tuvo su propia 'ciencia' genética basada en las fabulaciones de Trofin Lysenko, rival del mendelismo. En aquella 'Veleya' de pacotilla que fue la genética soviética estalinista obviamente no había sitio para el mendelismo 'herejía capitalista y decadente'. En 1950, con nocturnidad y alevosía, el ejército checo apea la estatua de Mendel de su pedestal en la plaza y la retira a un rincón del patio monástico. En 1964 se trasladó a la eminencia del compás, donde está ahora. Parece que definitivamente. Incluso mejor que en su sitio de origen, la plaza de Mendel.

Barrido el comunismo, todavía quedan (en mi opinión) residuos de esa otra mezquindad nacionalistoide, que sólo ve en Mendel a un 'alemán', un extranjero.

La verdad es que, preguntando en la calle, costó dar con alguien que nos diese razón del Mendelianum. La gente joven pasaba de Mendel, y otros no tan jóvenes no tenían idea. Sólo un señor algo mayor, en alemán, supo indicar el camino. Ahora bien, ¿no podría observarse aquí mismo algo parecido, si en una acera preguntamos a los transeúntes por Severo Ochoa?

lunes, 7 de septiembre de 2009

Sombras kafkianas




Al estrenar cuaderno de bitácora para el nuevo curso, es un placer, tanto como un deber, dedicar el primer apunte a quien tanto ha hecho por ella:

Doña Pussy Cat, va por usted.

Preguntaba usted el otro día, querida Pussy, por el silencio de Belosticalle en más de una semana. Y la respuesta de este servidor de usted fue la humana fragilidad. He estado en Praga, capital de Bohemia, haciendo vida bohemia por definición, volviendo cada jornada al cubil hecho unos zorros, con más gana de coger las ociosas plumas de dormir, que la otra de escribir.

También he peregrinado a "la ciudad de Bruna, en la Moravia" (como llamaban nuestros clásicos a Brno, Brünn en alemán), a la busca y captura de un tal J. G. Mendel. Más busca que captura, otro día lo contaré.

Ha sido un viaje positivo. Referencias librescas que se vuelven sensación viva, imagen en relieve y claroscuro.

Pero antes de hablar de sombras y luces de Bohemia conviene, para abrir boca, ceñirnos hoy a otras sombras más de por aquí.

Como usted bien sabe, amiga mía, esta Bilbao nuestra sigue sin ser el nudo aeronáutico soñado. Claro que tampoco somos ya aquella terminal aburrida, con su salita de espera tan familiar, donde muchos bilbaínos y bilbaínas velaron su bautismo de aire. Los de cierta edad la recordamos con estremecimiento: aquella pared toda cubierta con una reproducción a lo grande en blanco y negro de un grabado antiguo, tan oportuno, La Caída de Ícaro. ¿Qué escena más indicada para quien se dispone a volar? Aquella estampa en el viejo aeropuerto de Sondica, con toda su incongruencia disuasoria, invitaba a la filosofía. Si la Selección Natural en sus inescrutables diseños nos hubiese querido volátiles, ella misma nos habría dotado de alas, sin el artificio temerario de Dédalo

A lo que iba. Mi vuelo Bilbao-Kafka, digo, Bilbao-Praga ha sido vía Madrid, con una compañía aérea que, por no hacerle publicidad buena ni mala, llamaré con nombre supuesto, Tiberia.

La ida resultó bien, por lo cual y dado que la fortuna no abusa de la sonrisa, a la vuelta era de esperar algún percance. Murphy no defraudó.

En Barajas, las medidas de seguridad fueron más rigurosas que en Praga, y se nos hizo desfilar por las horcas caudinas del control en cueros vivos, a culo pajarero, todas y todos, sin respeto a sexo ni intersexo.

Tras el sofoco, ya repantingados en un birreactor tiberiano, el comandante que se nos declara incapaz de hacer arrancar el motor izquierdo: «No preocuparse,» dijo «sucede cada dos por tres. Es un motor un poco suyo, pero ya verán cómo viene el mecánico y lo mete en cintura».

Pasado un rato, por el mismo altavoz comunicó que el motor superaba al mecánico. No obstante, cabiéndole el honor de pilotar vuelo a Bilbao, él no desistía sin antes saber si, entre tantos pasajeros bilbaínos a bordo, no habría alguno con conocimientos y experiencia, o al menos con el talento natural típico de la Villa, dispuesto a echar una mano, por supuesto cobrando.

Le parecerá increíble, doña Pussy: nadie se dio por aludido.

Todavía insistió el comandante en su empeño de volar a Bilbao. A cuyo efecto sometió a votación del pasaje si se intentaba el despegue con un solo motor, obviamente el sano. Quórum votó en contra.

A todo esto, anochecía a sesenta minutos por hora. Amablemente, como es norma de la compañía Tiberia, fuimos invitados a desalojar la aeronave, hasta ver si quedaba alguna otra en uso y disponible.

A eso de los maitines, éramos reembarcados gregariamente en otro avión de la propia Tiberia. Aquí tampoco faltó contratiempo. Primero, que si el aviador no encontraba las llaves de aviar. Luego, que si el timón de cola se agarrotaba. Después, que si patatín patatán…

Finalmente intervino el capellán del aeropuerto con un hisopo de agua bendita y un Ritual Romano. Recitada con éxito la fórmula Pro detumescendis gubernaculis –o sea, para desentumecer dichos timones caudales–, el mismo clérigo rezó por todos nosotros la recomendación del alma y demás preces para el caso, con lo que levitamos ingrávidos al encuentro de la luna llena. «¿Por qué no se hizo esto último desde el principio?», nos preguntábamos todos. Un malpensado susurró que para vender whisky.

Todo termina bien cuando el final es feliz, de modo que en una semana nos llegan las maletas desde Bombay.

Para los que volamos poco, la experiencia de un avión terco es novedosa y ha valido la pena. Viajar siempre enseña. Hacerlo a la patria de Kafka, amiga Pussy, como usted ve, también aviva la imaginación.

Un abrazo.