lunes, 7 de septiembre de 2009

Sombras kafkianas




Al estrenar cuaderno de bitácora para el nuevo curso, es un placer, tanto como un deber, dedicar el primer apunte a quien tanto ha hecho por ella:

Doña Pussy Cat, va por usted.

Preguntaba usted el otro día, querida Pussy, por el silencio de Belosticalle en más de una semana. Y la respuesta de este servidor de usted fue la humana fragilidad. He estado en Praga, capital de Bohemia, haciendo vida bohemia por definición, volviendo cada jornada al cubil hecho unos zorros, con más gana de coger las ociosas plumas de dormir, que la otra de escribir.

También he peregrinado a "la ciudad de Bruna, en la Moravia" (como llamaban nuestros clásicos a Brno, Brünn en alemán), a la busca y captura de un tal J. G. Mendel. Más busca que captura, otro día lo contaré.

Ha sido un viaje positivo. Referencias librescas que se vuelven sensación viva, imagen en relieve y claroscuro.

Pero antes de hablar de sombras y luces de Bohemia conviene, para abrir boca, ceñirnos hoy a otras sombras más de por aquí.

Como usted bien sabe, amiga mía, esta Bilbao nuestra sigue sin ser el nudo aeronáutico soñado. Claro que tampoco somos ya aquella terminal aburrida, con su salita de espera tan familiar, donde muchos bilbaínos y bilbaínas velaron su bautismo de aire. Los de cierta edad la recordamos con estremecimiento: aquella pared toda cubierta con una reproducción a lo grande en blanco y negro de un grabado antiguo, tan oportuno, La Caída de Ícaro. ¿Qué escena más indicada para quien se dispone a volar? Aquella estampa en el viejo aeropuerto de Sondica, con toda su incongruencia disuasoria, invitaba a la filosofía. Si la Selección Natural en sus inescrutables diseños nos hubiese querido volátiles, ella misma nos habría dotado de alas, sin el artificio temerario de Dédalo

A lo que iba. Mi vuelo Bilbao-Kafka, digo, Bilbao-Praga ha sido vía Madrid, con una compañía aérea que, por no hacerle publicidad buena ni mala, llamaré con nombre supuesto, Tiberia.

La ida resultó bien, por lo cual y dado que la fortuna no abusa de la sonrisa, a la vuelta era de esperar algún percance. Murphy no defraudó.

En Barajas, las medidas de seguridad fueron más rigurosas que en Praga, y se nos hizo desfilar por las horcas caudinas del control en cueros vivos, a culo pajarero, todas y todos, sin respeto a sexo ni intersexo.

Tras el sofoco, ya repantingados en un birreactor tiberiano, el comandante que se nos declara incapaz de hacer arrancar el motor izquierdo: «No preocuparse,» dijo «sucede cada dos por tres. Es un motor un poco suyo, pero ya verán cómo viene el mecánico y lo mete en cintura».

Pasado un rato, por el mismo altavoz comunicó que el motor superaba al mecánico. No obstante, cabiéndole el honor de pilotar vuelo a Bilbao, él no desistía sin antes saber si, entre tantos pasajeros bilbaínos a bordo, no habría alguno con conocimientos y experiencia, o al menos con el talento natural típico de la Villa, dispuesto a echar una mano, por supuesto cobrando.

Le parecerá increíble, doña Pussy: nadie se dio por aludido.

Todavía insistió el comandante en su empeño de volar a Bilbao. A cuyo efecto sometió a votación del pasaje si se intentaba el despegue con un solo motor, obviamente el sano. Quórum votó en contra.

A todo esto, anochecía a sesenta minutos por hora. Amablemente, como es norma de la compañía Tiberia, fuimos invitados a desalojar la aeronave, hasta ver si quedaba alguna otra en uso y disponible.

A eso de los maitines, éramos reembarcados gregariamente en otro avión de la propia Tiberia. Aquí tampoco faltó contratiempo. Primero, que si el aviador no encontraba las llaves de aviar. Luego, que si el timón de cola se agarrotaba. Después, que si patatín patatán…

Finalmente intervino el capellán del aeropuerto con un hisopo de agua bendita y un Ritual Romano. Recitada con éxito la fórmula Pro detumescendis gubernaculis –o sea, para desentumecer dichos timones caudales–, el mismo clérigo rezó por todos nosotros la recomendación del alma y demás preces para el caso, con lo que levitamos ingrávidos al encuentro de la luna llena. «¿Por qué no se hizo esto último desde el principio?», nos preguntábamos todos. Un malpensado susurró que para vender whisky.

Todo termina bien cuando el final es feliz, de modo que en una semana nos llegan las maletas desde Bombay.

Para los que volamos poco, la experiencia de un avión terco es novedosa y ha valido la pena. Viajar siempre enseña. Hacerlo a la patria de Kafka, amiga Pussy, como usted ve, también aviva la imaginación.

Un abrazo.

2 comentarios:

  1. Absolument émue por su dedicatoria, querido amigo. Me creo todo su relato,pues tengo también alguna aventura en aeropuertos. Debo confesar que en uno de ellos tuve mi primera y única experiencia con el lesbianismo,cuando una bigotuda señora me dió un repaso mas que sospechoso por los timbrazos que daba el arco antimetales por mis tornillos varios en la columna... no se donde pensaba la tipa que llevaba las armas.
    Sobre todo, bienvenido a casa y mis felicitaciones por haber salido indemne de la experiencia.

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  2. Saludos, Belosti. Usted sí que vuela alto con cada nueva entrada.

    Tiberia, líneas aéreas de Extraña.

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