miércoles, 31 de agosto de 2011

Laicos de mucha fe (y 3)


Obispos no


Jon Juaristi en El bucle melancólico observó con agudeza que la Iglesia Vasca es presbiteriana. El vasco –el vasco católico, para redondear el pleonasmo– comulga más con sus curas que con los obispos en general. A éstos los mira con prevención, le incomodan. Para un ex presbítero como Arzalluz, el obispo Blázquez era «un tal Blázquez». Un «loro viejo» que jamás aprendería a hablar en euskera, según el afamado euscalduna y eusquerólogo  católico Anasagasti.
El reojo anti episcopal viene de antiguo, cuando las Vascongadas en lo eclesiástico se integraban mayormente en la diócesis de Calahorra-La Calzada. Hasta 1851, cuando se crea la diócesis de Vitoria. La ojeriza debió de picar más en Vizcaya, si es cierto lo que cuentan: que en alguna coyuntura tensa se llegó a aplicar el rito de recoger con palas tierra pisada por el visitador episcopal a su salida del Señorío, y arrojarla fuera tras él.
Por lo demás, Garibay en su Autobiografía no refleja tal distanciamiento; al contrario, pondera la amistad de su familia con los sucesivos obispos, recordando cómo «los más de ordinario suelen posar los prelados de este obispado en sus visitas» en casa de su tío Juan, en Mondragón [1].
Aquí, como en otras partes, hubo medidas bien antiguas de ‘separación de poderes’, vedando al clero local la intromisión en asuntos civiles. Y algo de esa tradición ‘laica’ vizcaína se les pegó a los Arana, que en los estatutos del PNV cerraron el partido a los eclesiásticos. Eso sin perjuicio de profesar un clericalismo fundacional casi teocrático, ya que sus «bases fundamentales para la constitución del Pueblo Vasco» incluían «subordinación de lo civil a lo religioso» [2].

Sabino Arana tiene textos asombrosos por su ingenuidad, ora viendo en las figuras de los santos autóctonos (Ignacio, Javier) una prueba de la superioridad moral del pueblo vasco, o sumándose al apostolado de «salvar almas vascas» mediante el PNV, o en fin, autoerigido en portavoz del sentir católico vasco, respetuosamente crítico con el catolicismo foráneo por lo que afectaba a las libertades y esencias vascas [3].

Una embajada pintoresca
Cuando la II República, y más concretamente el socialismo de Indalecio Prieto, empezó a coquetear con los nacionalismos periféricos con vistas a negociar estatutos de autonomía política, los nacionalistas vascos se trabajaron en paralelo la creación de una ‘Iglesia Vasca’.
Al efecto, el 12 de diciembre de 1934 el partido envió a Roma, para un primer contacto directo con la Santa Sede, a Luis Bereciartúa, que recibido por el Secretario de Estado cardenal Pacelli –futuro papa Pío XII– obtuvo la promesa (o eso entendió) de que si una delegación nacionalista vasca se presentara en Roma, sería bien recibida.
Entre tanto, en 1935, mientras arreciaban los ataques de la derecha españolista (capitaneada por la CEDA) contra el PNV, éste tomó contacto con la Nunciatura apostólica en Madrid, siempre tanteando el tema de la Provincia eclesiástica vasca. Y cuando a fines del año, nombrado cardenal el nuncio Tedeschini, el 21 de diciembre recibe el capelo de manos del Presidente de la República, el católico Alcalá Zamora, a la ceremonia del Palacio de Oriente sólo asistieron dos diputados (Aguirre y Careaga), ambos confesionales y del PNV.
Con su cuenta y razón. Ellos ya sabían que de la CEDA no iría nadie, y así fue. Creyendo, pues, despejada la vía a Roma, días más tarde –enero de 1936– el PNV envía a una delegación presidida por José Antonio Aguirre, con objeto de presentar su programa al Papa en persona y ganarse un visto bueno de catolicidad. Como introductor se agenciaron a un carmelita adicto, el padre Larracoechea, del lobby vasco en el Vaticano.

Laudemus viros gloriosos…
Estos son los nombres de los ilustres romeros, con sus grafías genuinas, las heredadas de sus padres y abuelos:

Doroteo de Ziaurriz, pres. del EBB
Pablo Eguibar, secretario del EBB
José Antonio Aguirre, diputado por Vizcaya
Heliodoro de la Torre, íd.
Manuel Robles Aranguiz,  diputado por Bilbao
Juan Antonio de Careaga, íd.
Manuel de Irujo, diputado por Guipúzcoa
Francisco Javier de Landáburu, diputado por Álava
Francisco Basterrechea, del Tribunal de Garantías
José de Eizaguirre, íd.
Evaristo Echevarrieta, sacerdote de Bermeo.

Éste último, no siendo del partido por su impedimento eclesiástico, iría seguramente como capellán.
Aparte la presentación del partido y su política católica etc., tres eran los objetivos:

1) Constitución de una diócesis vasca con sede en Pamplona.
2) Uso del vascuence en la predicación.
3) Freno a la Jerarquía eclesiástica española, imponiéndole neutralidad ante la política estatutaria y nacionalista del PNV [4].

Es notable que una delegación de políticos seglares acuda a la Santa Sede a sugerirle una mejora en la organización eclesiástica. Para nuestro peneuvistas tenía su lógica, y no es lo menos sorprendente leer de uno de ellos, que iban a Roma sinceramente convencidos de que su misión era puramente «de carácter religioso, social y cultural… síntesis de las aspiraciones de los vascos, en razón de las relaciones siempre amistosas y filiales de nuestro pueblo con la Iglesia católica» (Landáburu).
El plan previsto era ser recibidos por el Secretario de Estado Pacelli, que así lo había prometido (al menos en versión de Bereciartúa), y les introduciría al Papa.
 Llegan a Roma el 19 de enero, y primera ducha fría: no les recibe Pacelli, sino su secretario Mons. Pizzardo, quien les reprocha ser en España los únicos católicos que rehusaban aliarse con los demás en momentos tan graves para la religión. El monseñor se lo puso tétrico: ¿acaso no veían que en las inminentes elecciones de febrero se jugaba el que «España fuese de Cristo o de Lenin»? Aliarse con la CEDA, ese era su obligación urgente, y hacer más caso al episcopado.
Entre atónitos y airados, replican que con la CEDA ni hablar, por ser de «ideas diametralmente opuestas en orden a la Patria».
Esta diplomacia autista obtuvo, en vez de las entrevistas privadas que se prometían, unas tarjetas corrientes de invitación a la audiencia pública general semanal del Pontífice en la Sixtina. Ellos, tratados como simples fieles del común.
Por supuesto, el Vaticano estaba informado tanto desde el Episcopado español como por el solapado Nuncio, de la estrategia de aquellos católicos que, anteponiendo su interés partidista al bien de la Iglesia, se vendían a las izquierdas por las lentejas del dichoso Estatuto.
Días después, nueva y no menos dramática entrevista con el mismo anfitrión. Decididamente, ni Pío XII ni su Secretario de Estado pueden recibirles. Dejen por escrito lo que quieren y vayan con Dios y la Bendición apostólica.
Algo dejaron, en efecto; algún folleto de propaganda jeltzale, o así. Luego, a la salida, con la rabieta se enzarzaron en una discusión sobre si armar un escándalo, aporreando la puerta de Pacelli. El padre carmelita se lo quitó de la cabeza con un recurso muy vasco: «Señores, es hora de comer. Aquí en Roma se come temprano y luego cierran».
El 26 oyen misa, y viajeros al tren, despidiéndose de Roma con gritos de Gora Euzkadi Azkatuta! Forastero hubo en la estación que les tomó por exaltados mussolinianos fascistas.
Aquel revolcón no sería jamás olvidado por el nacionalismo. Bien es verdad que tampoco fue el último. Y de aquellos polvos estos lodos. Exagerado es decir que ETA nació y creció en las sacristías, aunque es cierto que muchos etarras y pro etarras han escurrido vinajeras de muchachos, y algunos hasta cálices consagrados por ellos mismos de adultos. Lo preocupante no es el cambio de fe, es el poso de resentimiento.  De ahí lo que va de ayer a hoy. De dónde salimos y dónde estamos. Antes, tras de los curas con la vela; ahora sin los curas, o tras de los curas con la estaca. O bien, en el educado distanciamiento laico y adanita de Bildu.

«El ala más retrógrada de la iglesia católica» 
Es lo que, según Bildu, representa el «obispo católico Izeta», esto es, el guerniqués Mons. Mario Iceta Gavicagogeascoa. Así es como figura en la Wiki, y no me ha salido a la primera, por el empeño que hay ahora de enmendarle los apellidos a una ortografía que él no parece desear.
Doctor en Medicina y Cirugía (1995), doctor en Teología Moral (2002), máster en Economía y políglota en español, inglés, francés, alemán, italiano y vascuence. A estos títulos añade don Mario otro que a mí me chifla, qué le voy a hacer: es organista. Pero, nadie es perfecto: no se formó como es debido en el País Vasco, pues su carrera sacerdotal la ha hecho sobre todo en Córdoba. ¡Ah! Se dice que es de Opus.
No le conozco de nada, y creo que ni le he visto nunca, así que no puedo decir si una persona tan culta y completa camina hacia atrás. Doña Helena Gartzia, los de Bildu en general, deben de saberlo mejor, para situarle en el ala más retrógrada de toda la Iglesia.
Tengo entendido que don Mario no es partidario de ciertas cosas, supuestamente ‘ortógradas’: aborto, eutanasia, amor libre, uniones homosexuales (gaymonio y lesbimonio, el homoconyugio en general), y algunos otros adelantos. Tampoco simpatiza con ETA.
Teniendo en cuenta que el término ‘retrógrado’ es relativo, es muy posible que le cuadre a un obispo –‘obispo católico’,  por más señas–, desde la perspectiva de quienes marchan en sentido contrario.
¿Puedo tener algo contra un retrógrado como Mons. Iceta? ¿Se entromete en mi vida y costumbres? En absoluto. Oigo (si quiero) su opinión y consejo, y en paz. De los nacionalistas ortógrados no puedo decir otro tanto. Un obispo que además es capaz de recrearme tocando a Bach en el Cavaillé-Coll de la basílica de Begoña. Y que, en caso de urgencia, me puede ofrecer por humanidad unos primeros auxilios médicos (junto con los espirituales, si yo fuese capaz de ellos)…
‘Retrógrado’… ¿respecto a quién? Por la rima, me da Setién, pero no puede ser, es también obispo. Aunque en Bildu hay mucho bertsolari, y quién sabe lo que les rimara en lo hondo de sus creencias laicas.
___________________
[1] E. de Garibay, Discurso de mi Vida, 3, 5 (ed. J. Moya, Bilbao, 1999, pág. 133).
[2] Fernando García de Cortázar, ‘Iglesia Vasca, Religión y Nacionalismo en el Siglo XX.’ Congreso de Historia de Euskal Herria. Vitoria, Publ. Gobierno Vasco, 1988, vol. 4. También en Cortázar, F. G. de, y Juan Pablo Fusi, Política, Nacionalidad e Iglesia en el País Vasco. San Sebastián, Txertoa, 1988, págs. 59-114; pág. 65.
[3] Cfr. José Luis Torres Murillo, Vascos. El problema no es ETA (Razones y sinrazones de los nacionalismos). Madrid, Visión Libros, 2006; cap. 15, ‘De la realidad y el mito de la Iglesia Vasca. La división de la comunidad cristiana’; págs. 325 y sigs.
[4] Cfr. Fernando de Meer en su tesis doctoral, ‘El Partido N. V. ante la Guerra de España. Un estudio de las relaciones nacionalismo y religión en el País Vasco (18.VII.1936-15-X-1937)’, Universidad de Navarra, 1991. Publicada como El Partido Nacionalista Vasco ante la guerra de España (1936-1937). Pamplona, 1992.


lunes, 29 de agosto de 2011

Laicos de mucha fe (2)

   
Romerías no



       La anécdota testimonial de doña Helena Gartzia en Begoña tuvo por lo menos esa vis cómica que suele sazonar las sobreactuaciones enfáticas del neófito o converso. Ahora toca bocado menos apetecible, como es hincarle el diente a un texto de Bildu.
       Me remito al manifiesto o proclama sobre el ‘principio de laicidad’ y ‘separación total’ de esferas civil y religiosa, emitido con ocasión de la Semana Grande de Bilbao, extractado ampliamente en la entrada anterior.
       Partiendo de enunciados doctrinales, el ‘grupo municipal de Bildu’, tras anunciar su propia línea de conducta, criticaba al resto de la corporación bilbaína, denunciando incluso por sus nombres a dos ediles, “el Teniente de Alcalde Ibon Areso y Tomas del Hierro”,  por su presencia oficial en un acto religioso, “junto al obispo católico Izeta, representativo del ala más retrógrada de la iglesia católica”.

       — Y bien, ¿alguna objeción, amigo Belosti? Pasando por alto  los nombres propios, o el juicio de valor sobre un obispo y un sector eclesiástico, no nos saldrá usted ahora confesionalista…

       En absoluto. Es más, ni siquiera creo que mis apreciaciones sobre la Iglesia histórica sean más benévolas que las que pueda justificar la gente de Bildu,  por su propia experiencia y estudio. Mi reparo no es porque alguien se proclame laico y todo lo demás, sino porque esta lección magistral nos la quieran endilgar ellos. Precisamente.
       Porque, verán, si el único marco capaz de garantizar la convivencia entre personas con creencias y valores diferentes” es el laicismo, el mismo principio debe generalizarse a toda la política. Es decir, si para que puedan convivir personas de creencias y valores diferentes, “el ejercicio de cualquier práctica religiosa no debe pasar la esfera de lo privado”, con tanta o mayor razón se ha de relegar a la misma esfera privada cualquier expresión de valores no compartidos por una sociedad reconocida plural.
       Fuera, pues, de la calle los particularismos de toda laya: banderas y otros símbolos, señas identitarias, toponimia normalizada y normalizante, semiótica, consignas, aleluyas y tanta zarandaja que, como demuestra la experiencia, pone en jaque la convivencia en paz. Un respeto al mapa lingüístico real y fuera políticas lingüísticas de imposición. En suma, que nadie se arrogue el derecho a reducir a nadie a su ‘norma’, alegando razones tan respetables como sus contrarias.
       Estoy arguyendo ad hominem. Y por supuesto, me pregunto qué legitimidad ostenta un nacionalismo –cualquier nacionalismo– para predicar urbi et orbi las condiciones de la convivencia entre dispares, que en todo caso deben referirse a un consenso minimalista. Es decir, la antítesis del particularismo identitario reglado.
       Pero es que, en boca de Bildu, el sermón sobre laicidad raya en lo absurdo. Si alguna razón de ser tiene el nacionalismo –cualquier nacionalismo–, esa razón, ese lógos o verbo, es la ‘identidad nacional’.  Y en el caso concreto del nacionalismo vasco, en el principio ese verbo estaba junto a Dios, y el verbo era Dios. Para Sabino Arana, todo venía de Dios para volver a Dios. JELZ: Jaungoikoa ta Legi Zarra. «Geu euzkotarrak Euzkadi' rentzat, eta Euzkadi Jaun-Goikuarentzat» (‘Nosotros los vascos para Euzkadi, y Euzkadi para Dios’).
       ¿Trasnochado, revenido? ¡Pues claro! Pero es como era en el principio, así nos lo inculcaron de niños. De entonces acá, el nacionalismo ha evolucionado. Bildu, sobre todo, pues está a la extrema izquierda de Sabino. El confesionalismo clerical del padre fundador les da alergia. Pues qué bien. Tan libres son para hacer la mudanza, como obligados están a escuchar un par de cosas al respecto:

       1. Laicos sí. Pero el estandarte del laicismo no lo toquen, por favor, que no es suyo. No vengan de laicos de toda la vida. Conversos, eso sí. Y bien recientes; que todavía quedamos vivos no pocos testigos de su caída del pollino.
       2. Laicos, pues. Y por lo mismo, ilógicos e incoherentes, si no cuelgan en la misma percha, junto a la confesionalidad, el nacionalismo que profesan, o al menos lo relegan al ejercicio privado. Porque  su nacionalismo es otra opinión y creencia no compartida por todos (ni siquiera por todos los nacionalistas vascos), con los mismos inconvenientes, o peores, que el confesionalismo católico que repudian.

       Para avanzar en el argumento, conviene definir los términos.
       Laicismo viene de laico –en griego, ‘el del pueblo’–, la gente común; por contraposición al clero –en griego, ‘lote’–, término tradicional eclesiástico para el conjunto de los ordenados in sacris, desde los acólitos hasta los sacerdotes y obispos, y por extensión tal vez los simples tonsurados (aunque la tonsura es sólo un rito iniciático preparatorio para las órdenes sagradas).
       En suma, como bien lo ha dicho hace unos días el poeta satírico Fray Josepho:
Con mi ritmo, que es trocaico,
exponer un dato quiero:
laico’ no es ‘ateo fiero’,
ya que siempre ha sido laico
todo fiel que no es del clero.

       El Diccionario da estas definiciones:

clero.
(Del lat. clerus, y este del gr. κλρος).
1. m. Conjunto de los clérigos.
2. m. Clase sacerdotal en la Iglesia católica.

clérigo.
(Del lat. clerĭcus, y este del gr. κληρικς).
1. m. Hombre que ha recibido las órdenes sagradas.
2. m. Hombre que tenía la primera tonsura.
(Otras acepciones son extensivas).

laico, ca.
(Del lat. laĭcus).
1. adj. Que no tiene órdenes clericales. U. t. c. s.
2. adj. Independiente de cualquier organización o confesión religiosa. Estado laico. Enseñanza laica.

       Según eso, laico (o lego, que también se dice) se contrapone a clérigo como elementos de subconjuntos cuasi disjuntos, pero no de suyo adversarios. Si bien es cierto que históricamente ha habido diferencias y pugna de intereses, de modo que para algunos ‘laico’ es sinónimo de anticlerical.
       De clérigo y laico derivan respectivamente clericalismo y laicismo:

clericalismo.
1. m. Influencia excesiva del clero en los asuntos políticos.
2. m. Intervención excesiva del clero en la vida de la Iglesia, que impide      el ejercicio de los derechos a los demás miembros del pueblo de Dios.
3. m. Marcada afección y sumisión al clero y a sus directrices.

       Las tres acepciones (la 2. no nos interesa aquí) tienen carga o matiz peyorativo: ‘excesiva’, ‘marcada sumisión’. Cosa que de suyo no se aprecia en la definición de laicismo:

laicismo.
(De laico).
1. m. Doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, respecto de cualquier organización o confesión religiosa.

       ¿En qué punto se situaría Bildu? Aunque en principio su laicismo sería neutral, hay en su pronunciamiento una nota estridente, en el modo de referirse a Mons. ‘Izeta’ como ‘obispo católico (¡!), pero sobre todo como “representativo del ala más retrógrada de la iglesia católica”. Iceta, obispo ‘católico’; ¿pues qué, si no, siendo un obispo vasco? El adjetivo ‘católico’ es impostado, lleva carga anti eclesiástica,  anticatólica, es de algún modo anticlerical. Bildu además se permite un juicio de valor sobre la Iglesia Católica, distinguiendo cierta ala más retrógrada, silenciando si para ellos existe alguna otra que lo sea menos, o que no sea retrógrada en absoluto.
       Insisto, sólo estoy tratando  de poner a Bildu en su sitio, en una escala desde el laicismo anticlerical, pasando por el laicismo neutral, hasta el clericalismo prístino sabiniano. Por lo que vamos viendo, algo tienen de anticlericales, aunque sólo fuese frente a una parte del clero, y no de la Iglesia en globo.
       Al exabrupto anticlerical a cuento del ‘obispo católico’ dedicaré otro comentario, ponderando el mal negocio ovejuno que ha hecho la ‘Iglesia Vasca’ con el nacionalismo, en especial el extremista. Aquí termino señalando la inconsecuencia de Bildu, se mire por donde se mire.
       Todo el mundo desea –algunos ya lo celebran– el  retorno de esta gente al redil de la democracia. Bien es verdad que todavía esperamos sentados a que el brazo político de ETA repudie de corazón  la violencia asesina. Y a buenas horas, si alguna vez lo hacen, aunque sea por oportunismo.
       Pero he aquí que los aprendices de solfeo agarran la batuta y quieren dirigir la orquesta. A otros novicios de celo parecido al de Bildu les retrató san Jerónimo con pincelada certera: “neófitos con ínfulas de obispos”.  Obispillos laicos, para el caso, definiendo por su cuenta qué artículos de la fe sabiniana conviene expurgar, por así pedirlo la convivencia en su nueva iglesia laica.
       ¿Y qué acto social censuran como impropio, estos adalides de la ortodoxia vasca? ¡Una romería! ¡una romería vasca!
       La romería es parte del folclore vasco, como cualquiera otra expresión cultural. La romería es un festival mixto, sacro-profano, cuya vinculación a un lugar sagrado no implica de suyo imposición clerical, pues las hay de iniciativa laica, donde el clero, si interviene, lo hace supeditado al elemento laico, por ejemplo, una cofradía.

      
       La presencia de una institución como el Ayuntamiento de Bilbao en la romería de Begoña, eso sí que es tradición de aquí.  Exigir la abolición de esa tradición romera como acto de clericalismo… ¡¡incompatible con la convivencia ciudadana!!... es una sandez, inexcusable aun bajo capa de ignorancia profunda de lo vasco, y desde luego reveladora de un talante totalitario.
       En cuanto al componente sacro en Begoña, no sé, ni me importa demasiado, si Azkuna como alcalde estuvo feliz en su fervorín a la Virgen. Religión, folclore, ensalada… Lo que cuenta es que se ha entendido seguir una tradición, una representación, psicodrama, como se lo quiera llamar. Algo en lo que unos no creen religiosamente, pero otros sí. Salvo escándalo farisaico, ¿dónde está el tropiezo para la convivencia?
       Pues ahí los tienen, los adanes bildutarras, siempre con el pueblo en la boca, lo vasco como patrimonio suyo..., censurando ahora la presencia institucional (pueblo con autoridades) en un romería popular vasca. ¿Pero de dónde ha salido esta gente?
       El hecho es que las basílicas, los templos, las ermitas de Bilbao y Vizcaya ahí están. Esperando a que la banda municipal de Bildu cualquier día decida si son para la ruina, o les encuentre alguna utilidad laica. ¿Begoña para la diosa Sinrazón? ¿o mejor devolverla a la mítica Mari? No demos ideas, que hay mucho adán a la que salte.

       (Concluirá)

lunes, 22 de agosto de 2011

Laicos de mucha fe (1)



      
       Entre las últimas de Bildu está su laicismo afectado. No se cuente con ellos en actos religiosos oficiales:

Bildu no acudirá a los actos religiosos del 15 y 16 de agosto – entre ellos, la visita a la basílica de Begoña. (13.08.11 - 17:33 - EUROPA PRESS)

       Hasta aquí, nada del otro jueves (que fue cuando lo anunciaron).
       El problema con los adanitas en general es su manía de estar siempre escribiendo las mismas primeras líneas de la primera página del mismo cuaderno. La Historia no se recuerda, se hace –la hacen ellos. Y se hace o escribe, no en función de un pasado imposible de cambiar, sino de unos principio y valores absolutos que se acaban de promulgar.
       Así, con motivo de las Fiestas de Bilbao:

“El grupo municipal de Bildu aboga por una separación total entre la administración pública y las diferentes confesiones religiosas existentes…
La laicidad debe ser un principio fundamental de la acción de gobierno y la administración municipal.
En virtud del citado principio, Bildu no participará en los actos religiosos en los que la corporación municipal tomará parte de forma oficial, programados para los próximos días 15 y 16 de agosto en la basílica de Begoña y en las ermitas de Pagasarri y Artxanda.
Bildu critica la creciente presencia oficial del Ayuntamiento en actos de carácter religioso, exclusivamente católicos, así como el elevado dinero público que se destina a la subvención de este tipo de actos.
Así mismo, denuncia la presencia oficial del Teniente de Alcalde Ibon Areso y Tomas del Hierro, junto al obispo católico Izeta, representativo del ala más retrógrada de la iglesia católica, en un acto religioso celebrado ayer en el Pabellón de la Casilla.
Bildu apuesta por el laicismo como único marco capaz de garantizar la convivencia de personas que tienen creencias y valores diferentes, al tiempo que remarca que el ejercicio de cualquier práctica religiosa no debe pasar la esfera de lo privado.”

       El texto, sin decir mucho, enreda suficientes cosas para un comentario. Por eso, dejando por ahora lo de más cuenta, voy a quedarme en algo anecdótico y ligero.
       Es el caso que —en esa creciente presencia oficial del Ayuntamiento en actos religiosos”—, este año se reprodujo la tradicional visita institucional a la Basílica de Begoña. Pues bien, y aquí viene lo bueno: En nombre y representación de Bildu, la edil doña Helena Gartzia, acompañó al cortejo hasta el atrio del templo, y de allí no pasó.
       Gran lección la de esta mujer, recordándonos con su gesto el sentido etimológico, auténtico, de tales ceremonias, que por algo se llamaron de anteiglesia.
       Por ello, con mi admiración, vayan estos dos versículos:

Lenguas dicen, doña Helena,
que arcaizáis el García,
y por etimología
Gastáis hache. Sí que es buena.
Pues con elle, ¿qué tal suena?
Me hace llena.
— ¡Pues vaya, que ese Gartzía!...
Buenos chalos meretzía
vuesa popa no vatzía.
Doña Helena
Gartzia Saitz, me daits pena.
Mas no tuneando el Saiz
pena y risa dais.

Por cierto, me recordáis,
doña Helena, una quimera:
aquella manzana de oro
que ante el olímpico foro
rodó, mostrando por fuera:
ΚΑΛΛΙΣΤΗι, ‘Soy de Calista’;
‘La Más Bella’, en helenista.

Helena, no la Troyana:
sin mentís,
si aquel juicio de París
se celebra aquí en Begoña,
ni de coña
os birlaban la manzana.

¿Mía en Begoña la fruta?
— Sin disputa.
¿La manzana de París?
— Lo que oís.
La llevaría Afrodita...
— No, bonita.
— ¿Y Hera…? ¿o Palas Atenea…?
— Fea y fea.
— ¡Pero si a guapa no llego!...
— Desde luego;
    por ahí vamos de través.
¿Cómo, pues?
— En vascuence, que no en griego.

Atena, Afrodita y Hera:
venceríais a las tres,
por los puntos del euskera.

       Lucido papel, el de estas reliquias de EA, arrimadas hoy al ascua de Bildu, y tocándoles siempre (sea por gusto o por encargo) hacer la chapuza donde sea, en aniversarios o, como esta vez, en torno a un acto religioso.

miércoles, 10 de agosto de 2011

Los Santos Lugares



“De facto estamos bendiciendo el proceso de castellanización del país, proceso que recordemos está muy cerca de la limpieza étnica” [1].



       Mira que han pasado días, y no se me va de la cabeza la frasecita de don Mikel Gorrotxategi, traída aquí por ‘Elefante de Guerra’.
       No es ningún comentario de foro periodístico ni carta al director. Es lo que se lee en un trabajo pretendidamente técnico, sobre ‘normativización y normalización’ de topónimos en el ámbito de competencia de Euskaltzaindia, la Academia de la Lengua Vasca. El firmante es miembro activo de la misma, secretario de una Comisión oficial para la fijación onomástica. No es, por tanto, lo descosido del artículo lo único preocupante, sino tamaña responsabilidad encomendada a un irresponsable.
       “Recordemos”. Debería ir entra comas, como inciso que es; pero vaya. Recordemos, ¿qué? Ha de ser algo de dominio común, algo que todos hemos conocido, como testigos, como pacientes, o quién sabe si como agentes de una limpieza étnica, o de algo que mucho se le parece: la castellanización del país.
       ¡Caramba con el euscal-zaino! Con razón criticaba nuestra remitente

“la profunda confianza con que el autor produce el ‘recordemos’, verbo que contiene una presuposición de existencia y de verdad… Recordar no es creer ni fabular; o recuerdas o no recuerdas, pero siempre obliga a asumir que su complemento es un hecho cierto, no admite juicio sobre él.”

       A don Mikel le traiciona el subconsciente. Late aquí una excusa no pedida, justificando su labor censora, disfrazándola de reparación de un entuerto histórico: el archifamoso genocidio de lo vasco a manos de Castilla/España.
       No se gradúa de cuerdo quien, por su misma regla, echa sobre sí la carga de probar que todo eso que afectadamente llama normativización y normalización’ –el proceso euscaldunizador, en suma–no es limpieza étnica, en palabras de presente.
       Y no venga con que hoy es distinto, porque se trata de cumplir lo emanado de un parlamento democrático. Es la mala fe del agravio inventado la que vicia una investigación nada inocente, cuya intencionalidad política ni se disimula.
       ‘Construcción nacional’, en ésas estamos. Este país no padece ningún caos toponímico. Por aquí no pasó ningún bárbaro poniéndolo todo patas arriba. La Historia ha seguido su curso normal, como en todas partes. Los barbaros han venido ahora, los tenemos encima, los inventores de identidad. Y cada loco con su tema, a unos les da por los símbolos, a otros por la fabulación histórica, o por los nombres verdaderos de las cosas. De todo tiene Euskaltzaindia, con la música esta de los topónimos, y ya vemos en qué manos pone el pandero.

       Toponimia sagrada
       La toponimia –la ciencia de los nombres de lugares– tiene su razón de ser, y hasta su estética, con otros alicientes; pero también defectos. Un mismo nombre para distintos lugares. Un mismo lugar con diferentes nombres. Y sobre todo, sobre todo, ningún nombre de lugar dice lo que más importa: dónde está.
       Este fallo ya lo notaron los geógrafos antiguos, como el gran Tolomeo, que hizo lo que pudo por situar las ciudades por distancias y por grados. Pero algo tienen los topónimos, algún embrujo o maldición que los hace evasivos, mutantes y, lo que es más paradójico, viajeros, como las islas encantadas que engañaban a los marinos.
       Hartos de perder batallas por culpa de la toponimia, los militares con muy buen acuerdo volvieron a Tolomeo, y hace mucho que fijan las posiciones por coordenadas, dejándose de topónimos, que en sus mapas sólo tienen función decorativa, mnemotécnica o literaria (para los partes de guerra).
       Además, ¿cómo se llaman realmente los lugares? Preguntemos al pastor de turno por el nombre de ese arroyo, o de aquel cerro. La respuesta más probable será un cauto, “lo llaman”, o “le dicen así, aunque también asá”. El rústico sensato sabe que los lugares no tienen un ‘verdadero nombre’. Un euscal-dumb-berri, en cambio, jamás duda: el verdadero nombre de Bilbao es Bilbo, como Vitoria no es Vitoria, es Gasteiz.
       Esta condición dogmática afecta incluso a gente con estudios, sin detenerse en los umbrales de Euskaltzaindia. Resulta que la Academia vasca ya publicó hace 32 años su primer nomenclátor toponímico. De entonces acá no ha dejado de pronunciarse en la materia, en lo que parece fijación obsesiva por ‘normalizar’ hasta el último rincón del territorio. Y bien sea porque se ha adelantado mucho en ello, o porque ha venido gente nueva más radical, el hecho es que en junio pasado aparecía en público un nuevo Euskal Herriko Udalen Izendegia (Nomenclátor de los Municipios del País Vasco / Nomenclature des Communes du Pays Basque). Entre los presentadores figuraba el Secretario de la Comisión Onomástica. El mismo caballero que tan bien se acuerda y nos invita a recordar cierta ‘limpieza étnica’.
       Entendámonos. Nadie critica que una Academia limpie, fije y dé esplendor a la lengua de su competencia. El problema surge cuando la entidad vasca –que ya en su nombre incluye el lexema zain, expresivo de guardiana o custodia– confía el trabajo a quien, como Mikel Gorrotxategi, lo ve y lo entiende como contra-limpieza, expurgo y hasta revancha de algo que jamás debió haber ocurrido.
       Porque, por otro lado, tampoco estamos ante una afición anticuaria, como se estiló en el Renacimiento y el Barroco. Anticuarios: eruditos y diletantes de antigüedades o ‘antiguallas’; palabra esta “sin el matiz peyorativo que ahora tiene”, según la autora de una bonita antología andaluza del género [2]. Tengo delante este libro, y por las muestras se ve cuán próximo a la mitología está el empeño de nuestra Academia, y a la vez cuán perversa es la intención de resucitar en clave nacionalista de hoy preocupaciones inocuas de antaño. Política era lo de entonces, por supuesto; como lo de ahora. Pero al menos aquella gente hacía cultura, literatura y divertimiento, algo muy fuera no sólo de la intención, sino del alcance de los polizontes de lo vasco.
       Anticuarios, también aquí los ha habido –Jon Juaristi los diseca en Vestigios de Babel y otros ensayos–. Epígonos románticos mucho menos cultos y más pelmazos que aquellos clásicos. Pero al menos se les debe la buena intención de instruir y deleitar, cosa totalmente ajena a los autores del enemático Izandegia.
       Y sin embargo, estos últimos tan modernos en ínfulas de filólogos, en cuanto a superstición y adanismo dan sopas con honda a aquellos eruditos. Adanismo viene de Adán, cuando desentumecido el muñeco de barro por el aliento divino, el Creador le presenta los animales del Edén para que los vaya nombrando; “y el nombre que Adán les puso, ese es su nombre”, dice el Génesis.
       Dios santo, lo que se ha especulado con esta frase, y sobre la lengua del primer humano. Vascuence tal vez, por qué no. A aquel primer nomenclátor faunístico siguieron otros, siempre con el mismo misterio primordial, etimológico, de los nombres ‘verdaderos’.
       Y en ello siguen los nuevos adanes, no sabiendo uno qué admirar más, si el empeño de los normalizadores o el papanatismo dócil de los normalizados. Tiene que ser heroico, dominando una lengua a la perfección, en vez de enriquecerla con joyas literarias, convertirla en papilla académica de nombres normativizados (¡?) y normalizados. Heroico, sí; aunque también es posible que esa restauración adamita de la Santa Euskal Herria colme la ambición intelectual de ciertas personas, máxime si es dando caña al maldito castellano.
       Porque algo de eso hay, sin entrar en los criterios más o menos científicos que sirvan de coartada en la euscaldunización.
       El otro día me fijé en la dirección de Euskaltzaindia, en el artículo de Gorrotxategi: Plaza Barria, 15, Bilbo. ‘Plaza Barria’ es la traducción correcta de Plaza Nueva. Sin embargo, como advertía sarcásticamente la citada ‘Elefante de Guerra’:

“Señor Belosticalle: me parece que es ‘Barria Emparantza’, téngalo en cuenta, no vaya a ser que diciendo ‘Plaza’ bendiga usted alguna limpieza étnica de esas para recordar.”

        Enparantza (o emparantza, icluso emparanza), otra palabreja con miga. “Se documenta en autores meridionales desde finales del s. XIX; su éxito se debe sin duda a que se vio en él un buen sustituto de plaza.” Eso es lo que dice el Gran Diccionario de Euskaltzaindia, el Orotariko Euskal Hiztegia (6: 795).
       Así que, para evitar el erderismo ‘plaza’, enparantza. ¿Sinónimos, por tanto? Pues va a ser que no. No es lo mismo plaza pública (plaza) que plaza fuerte (o enparantza); y por lo demás, tan castellano es lo uno como lo otro.
       Es como ‘combinación’. Hay combinaciones, por ejemplo, para viajar de un punto a otro; y las hay también en el atuendo femenino. Traducir éstas por gonazpikoak (enaguas, literalmente ‘sofaldas’) puede pasar, bien entendido que gona (por saya) es préstamo romance. Disparate en cambio es esconder bajo las mismas faldas las combinaciones de trenes, como en la estación de Alsasua, donde se anunciaba a viajeras y viajeros la lista de gonazpikoak o enaguas, digo, combinaciones disponibles [3]
       Pero a lo que importa; y lo que importa es que lo que se diga no recuerde al castellano, o no se note tanto el parecido. Así de simple.
       Con la misma ingenuidad o frescura traza Gorrotxategi en su artículo algunas de sus directrices ‘normativizadoras’; como ésta, y acabo:

       “Cuando la desaparición [¡?] ha sido por causas externas [sic, eufemismo por ‘limpieza étnica’] y no parece estar relacionada con la traducción… no parece una aberración traducir al euskera los nombres de nuevo cuño como La Arboleda / Zugaztieta, aunque no parece adecuado llevar este procedimiento a sus últimas consecuencias.
       En este punto conviene recordar que este es el sistema que de un modo más o menos soterrado se ha seguido en otros lugares, donde la cercanía lingüística permite que este proceder sea más discreto, puesto que no es lo mismo poner vila en lugar de villa que hiri, y es más discreto poner El Poble Espanyol que Espainiar herria.” (pág. 146).

       Con que, ya lo saben, discreción y palo al erdera. Y a disfrutar con el Nomenclátor que, a decir del Presidente de la Academia vasca, don Andrés Urrutia, es “de gran ayuda para todos aquellos profesionales que trabajan diariamente con la lengua”.
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[1] Mikel Gorrotxategi. ‘Problemas de normativización y normalización de topónimos en áreas romanizadas del occidente de Euskal Herria’. Ohienart, 21 (2006): 141-147.
[2] Asunción Rallo Gruss, Libros de antigüedades de Andalucía. Sevilla, Fundación J. M. Lara, 2009.

[3] Lo contó ‘Lindo Gatito’ en El Blog de Santiago González, 2007, 14 marzo (2: 27 pm); cfr. ibíd. 2010, 23 marzo (12: 16 pm).