miércoles, 20 de mayo de 2020

Lecturas en Cuarentena (4): La Tecla de Tecla


 «Aguardad, hijos míos, – dijo la anciana Tecla a sus agresores– vais a ver el poder de Dios”. Elevó una plegaria, y una voz del cielo la llamó. En la pared de roca se había abierto un hueco justo para acomodar su cuerpecillo. Una vez dentro, la peña se cerró sin rastro de juntura.»  
Santa Tecla entrando en la roca
Hemos recorrido las peripecias de Tecla y Pablo como pareja de novela erótica griega en versión cristiana. Un final insípido se quiso remediar con una coda mal pegada, pero la intriga se cerró en falso, por el truco escénico facilón del ‘deus ex machina’. Aquí el deus cristiano no se deja ver, sólo su máquina y tramoya: la roca viva de cartón piedra que se abre y se cierra para esconder a la santa en sus entrañas. Un motivo muy de cuento de hadas.
Hoy seguiremos a Tecla en otra fase de su carrera: su leyenda como santa popular, milagrera y algo excéntrica. Los santos y santas, héritiers des héros, los herederos de los héroes y dioses de la gentilidad [1].

Ser mujer mártir sin morir en el intento
El culto de los santos siempre irradia de sus santuarios propios más antiguos, pero sobre todo del que aloja su sepultura. Tecla nació y vivió en Iconio; pero recordemos: la última vez que se le vió fue en su cueva de Seleucia, donde literalmente la montaña se la tragó viva. Si esta mujer ya en el circo había sido mártir dos veces sin morir en el empeño, también tuvo sepulcro sin haber sido enterrada, y ahora la vemos santa sin certificado de defunción. 
Donde no parece que Tecla de Iconio tuvo mucho éxito fue en su Iconio natal; como tampoco Saulo lo tuvo en Tarso, ni siquiera como san Pablo de Tarso. En nuestro circuito ‘Tras las huellas de Pablo’ (con la Prof. Carmen Bernabé) visitamos las dos ciudades, y lo observado confirmó esa idea.
Tarso-Basílica de San Pablo
Pozo de San Pablo
          oto Serkan Duzler
En Tarso vimos el Pozo de San Pablo entonces no lo protegía el tinglado horroroso–, en lo que pudo ser una villa de época, y para el turista o peregrino cristiano es  la Casa del Apóstol, y punto. No lejos en la ciudad está la basílica medieval de San Pablo. Había también, creo recordar, un pequeño convento o residencia de unas pocas monjas, y en la capilla un cuadro grande sin mérito, ‘Santa Tecla con la leona’. Por lo demás, en Tarso apenas había cristianos, y san Pablo no llevaba distintivo de ciudadano ilustre. 
Iconio-Mezquita y Tamba de Mevlana Rumí 


En Konya, nombre turco de Iconio, la nativa Tecla era desconocida. El santo patrón de la ciudad es Rumí Mevlana (‘Nuestro Señor’, o Nostramo), en su mezquita, monasterio y mausoleo reconocible a distancia por su geometría siempre verde. No coincidimos con la ceremonia-espectáculo de los derviches giróvagos, pero sí vimos por dentro la turbe del santón y lo demás visitable, con gran afluencia de gente devota. Siempre recuerdo, en la antesala-museo, la vitrina central con un estuche que guardaba un mechón de la barba del profeta Mahoma, aromático según el  letrero que invitaba a comprobarlo acercando la nariz a una ranura. Dos amiguitos turcos, que ya serán abuelos si viven, venga a oler y oler, mirándose el uno al otro dubitativos. Sería que sus almas púberes no estaban en estado de gracia. O que el perfume no se renovaba con la frecuencia debida.  
Sala-museo en Mevlana Rumí. Izquierda: Vitrina de la Barba del Profeta
Salí del santuario islámico preguntándome si el mevlana, el místico sufí persa-afgano Yelal ad-Din Rumí (siglo XIII), incardinado y muerto aquí, no fue ocupante de este lugar antes dedicado a la mística pareja, Pablo de Tarso y su compañera Tecla de Iconio. Rumí fue musulmán, pero no fue ningún campeón de la ortodoxia islámica. Esas cosas se quedan para la feligresía y los teólogos. Los místicos como Pablo de Tarso, como Juan de la Cruz, como Mehmet Rumí, vuelan alto, planetas giróvagos de las órbitas y esferas del cosmos interior, no en busca del Dios-Otro, sino de lo Uno, identificados en el amor con la Esencia Divina. 
En la librería de Mevlana, como luego en el bazar, había cantidad de libros de y sobre Rumí, sus odas en persa con traducciones al árabe, al turco y otras lenguas, comentarios y divulgación a todos los niveles. Este contemporáneo de santo Tomás de Aquino (murieron con un año de diferencia, aunque Tomás era unos 20 años más joven) sigue vivo en su poesía y en una minoría de almas ajenas a las fronteras religiosas. También en esto recuerda a san Pablo.
Hasta el mechón del cofre, atribuido a Mahoma, aunque no más olido que visto por mí, se me antojó paulino: reliquia bizantina tal vez, adaptada por los musulmanes a su profeta. 
¿En qué me fundo? Seis o siete leguas al sur de Iconio estuvo Listra, la ciudad donde Pablo y Bernabé predicaron la nueva fe con apoyo en milagros. Los lugareños, gente simple,  no pillaron mucho de la prédica, pero las curaciones y demás ayudas hicieron impresión, y los favores piden correspondencia. He aquí, pues, a los dos forasteros misioneros instalados en lugar preferente. Tal vez un poquitín demasiado en alto sobre la circunstancia, todo sea dicho. Sería para ver mejor los preparativos de lo que parecía un banquete ... 
Pablo y Bernabé en Listra 
        Nicolás P. Berchem (1650)
¿Un banquete? ¡Ya, ya! Juzguemos el horror de los santos apóstoles cuando los sacerdotes de Listra precedidos de auledos y agitadoras de sonajeros se disponen al degüello de una res,  para ofrecerla en sacrificio a ellos dos, los huéspedes. ¡Les habían tomado por dioses! Pablo, por su prestancia y mayor edad, debía de ser Zeus/Júpiter, en cuyo caso Bernabé tenía que ser Hermes/Mercurio. Tema muy repetido en la pintura barroca.
Intervenir los dioses en persona en la cotidianidad humana era lo más natural, según las historias y el teatro. Aprovechar la ocasión para sustraerles un pañuelo, atusarles la barba para arrancarles algo de pelo: así empezó el culto de las reliquias [2].
A donde no fuimos en aquel circuito fue a Seleucia de Isauria, la sede de la gloriosa Tecla. Seleucia sobrevive en turco-griego como Silifke. Otras Seleucias no han conservado la fonética griega. De Tarso dista sólo tres jornadas por la vía costera. Esto que hoy se puede comprobar y medir en Google Earth da la razón a la famosa Egeria, la ‘dama monja’ gallega turista y peregrina, que allá por los años 80 del siglo IV apuntaba en sus notas de viaje, ya de vuelta de Jerusalén a su casa:
Egeria por Oriente (J. E. López Pereira)
«Sólo a tres noches de Tarso, en Isauria, está el sepulcro de la mártir santa Tecla. Así que, cayendo tan cerca, tuvimos el gusto de desviarnos allá.» 

Los que no tuvimos esa oportunidad nos conformamos con este viaje virtual, tomando por guía a la misma Egeria, como también a Basilio de Seleucia, o quien sea el autor  que hacia el año 450 (unos 70 años más tarde) compuso la Vida y Milagros de Santa Tecla. Aquí se dice cómo la santa, llevada hasta Seleucia en una nube luminosa, eligió «la cima de un monte próximo a mediodía, como Elías el Carmelo y Juan el desierto», para vivir retirada. Y aquí es donde la viajera Egeria, dejándose de nubes y de ‘trágame, tierra’, nos deja pasmados con su descripción exacta del lugar, que ella visitó en mayo de 384 [3]:

«Ya en Seleucia, fui a visitar al obispo, un santo varón que antes fue monje… Y como de allí son unos 1.500 pasos tal vez hasta Santa Tecla, situada en un collado, pero llano –mejor que Basilio: “una cima elevada”–, preferí tener allí mi posada. 

En Santa Tecla, junto a la iglesia todo son monasterios con población numerosísima de varones y mujeres. Allí me encontré con mi gran amiga y muy recomendada Martana, la santa diaconisa ya conocida mía de Jerusalén, y que aquí era la superiora de todas las monjas. No sabría yo describir su alegría y la mía por el encuentro. Pero volviendo a mi hilo, hay muchos monasterios dispersos por todo el collado, y en medio un muro enorme  que rodea la iglesia donde está el martyrium, bastante hermoso. Por eso se ha levantado el muro, para defender la iglesia, porque los isauros son bastante mala gente, muy dados al ladroneo…
Allí junto al martyrium recé y leí los ‘Hechos de santa Tecla’, dando gracias infinitas a Dios por concederme cumplir todos mis deseos, aunque no lo merezco. Dos días me quedé, visitando los conventos tanto de hombres como de mujeres, y tras una comunión de despedida volví a Tarso, a seguir mi camino, lo que me supuso otros tres días de demora.» 
Egeria dice bien. También hoy desde Silifke, la vía de Ayatecla (Santa Tecla) en cosa de 2 km nos sube directa al lugar arqueológico de este nombre [4]. Está en una terraza elevada al sur de la ciudad.
El paisaje es desolado y árido, pero el agua es fácil a favor de numerosas cisternas. De hecho, el libro de los Milagros describe un parque botánico de lo más variado, lleno también de animales mansos y de aves incluso raras que los devotos traían y dedicaban a la virgen Tecla, sucesora en esto de la diosa virgen Artemisa/Diana (Milagro VIII).
Un lienzo de pared con otros restos de una enorme basílica de 80 m de longitud se yerguen sobre otro gran  santuario hipogeo.  En tiempo de Egeria aquello era una república doble, de monjas y monjes, posiblemente todos bajo el mando general de la abadesa, la diaconisa Martana, me atrevo a sugerir, porque eso fue muy corriente desde aquel siglo hasta el XI-XII, también en España. En cuanto al supuesto Basilio, ya habla de ‘ciudad’: un complejo sacro urbanizado. Algo así como en Siria Qalat Simán (Alcalá de Simeón el Estilita). Sí, pero también como los grandes conjuntos de los oráculos y sanatorios paganos del mundo helenístico.
Aquí fue donde, según la leyenda, Tecla desapareció, no ‘se durmió’ (o murió). Fue su última morada, donde seguía viva. Y aún sigue: cada año, los días 13-14 de septiembre, un grupo de devotos sube por la antigua calzada romana a velar bajo tierra la noche de Santa Tecla.
En el país, como en toda la zona de Asia Menor, como en Siria etc., abundan las viviendas subterráneas, incluso ‘ciudades’ en pisos. La ‘cueva’ de Tecla era uno de estos hipogeos, parte de un complejo donde tuvo su sede «el demonio Sarpedón». Lo que la noticia nos quiere decir es que allí tuvo su sede el oráculo de este héroe divinizado, pues es sabido que los autores cristianos adoptaron mayormente  la teoría ‘evemerista’ sobre el origen humano de los héroes, dioses y santuarios paganos [5]
Sarpedón, hijo de Zeus y Europa, educado en Creta con sus hermanos Minos y Radamanto, afincado aquí en Licia hizo fortuna. Su reaparición en la Guerra de Troya dio pie al bulo de su privilegio de haber vivido tres vidas seguidas. Esta circunstancia le hizo dispensador de longevidad en su sepulcro, con consulta abierta en forma de oráculo y especialista en peste y demás cuestiones de vida o muerte. Era como un avatar de Apolo.
Tecla, victoriosa de Sarpedón, le sucede en su hipogeo de Seleucia
¡Con que Sarpedón vivió tres vidas! Bueno es saberlo. En la Vida y Milagros de Tecla se la alaba por haber derrotado al enemigo en su propio terreno, tapándole la boca y «dejándole sin lengua». Vamos, que le birló el santuario, la consulta y la clientela. Pues bien, recordemos que Tecla también vivió dos vidas como mártir, y ahora seguía por la tercera. Como Sarpedón, pero en más.
Y no sólo a Sarpedón, también venció a la diosa Palas, encaramada «como buitre en su torre» de la acrópolis que domina la ciudad y el valle. Palas en Seleucia era patrona de «los tejedores y demás ralea de poco fuste», que allá subían embobados a escuchar el estrépito que hacía la diosa golpeando con furia su escudo, «la égida horrífica y fimbriada» con la máscara y la cabellera de sierpes de Medusa. Tecla dio también al traste con aquella superstición (Libro I, epílogo).

Los extraños Milagros de Santa Tecla
Hasta hace relativamente poco se admitía que la Vida y Milagros de santa Tecla era obra de Basilio de Seleucia, que a mediados del siglo V era arzobispo de esta ciudad, y debió de morir unos años después. Hoy la obra se atribuye a un desconocido clérigo local y, por más señas, un envidioso del obispo. Tal para cual, en un contexto de victoria cristiana sobre un paganismo residual, aunque resistente, mientras las élites cristianas practican el doble deporte del bizantinismo teológico y la ambición de poder.
Sea de quien sea la Vida y Milagros de la Diva Tecla, es obra de propaganda y promoción de una santa, sí, pero en en razón de un santuario y de un obispado que defiende su primacía arzobispal. Y según el autor, la propia santa entró en el juego hasta llevar ella la batuta.
Estando él trabajando en el libro de los Milagros, no sin desmayo por falta de materia (¡lo reconoce!), alguna vez Tecla se coló de rondón en el estudio, a ver cómo iba la obra. Siempre sin decir palabra, tomaba del pupitre el último cuaderno escrito y pasaba los ojos por la tinta fresca, a veces meneando la cabeza o dibujando una sonrisa aprobatoria… El escritor la miraba de reojo, haciendo como que no la veía... Y venga otra historia. ¿Qué más necesitamos los lectores para estar seguros de que el libro es de toda confianza? [6]
De todas formas, y para ahorrarnos algún susto con estos milagros, y con santa Tecla como autora de los mismo, conviene saber que nuestra palabra milagro no se corresponde bien con el thaúma griego, salvo en la etimología, que en todo caso se refiere a la respuesta admirativa del oyente o leyente. Y aquí en algunas de estas historietas lo único admirable es que pasaran por milagrosas.
Valga de ejemplo el Milagro IV. Es una historia con nombres y señas de personas que el narrador da por vivas, en invasión flagrante de su intimidad, según baremos de hoy, pero que para el autor era la prueba de su veracidad, y la pista para averiguarla en todos sus detalles, preguntando a la gente. 
El relato, como para leído o contado en público, tiene cuatro elementos: 1. Introducción y planteo. 2. Moraleja (en cursiva). 3. Relato maravilloso. 4. Final estupendo.
Milagro IV
1. «Hay un milagro gustoso de recordar, aunque a la Santa Mártir le va a dar algo de sonrojo, no por ella misma, sino de vergüenza ajena por la mujer que se lo pidió. Una de las bien acomodadas y orgullosas, tanto por su fortuna como por su matrimonio con el poderoso  general Bitiano (o Vitiano), el héroe glorioso que derrotó a los persas [7].  
2. El género femenil siempre peca de egoísta y celoso en demasía,  y es temible cómo vigila al marido si tiene devaneos con otra o con amigas. 
3. Pues bien, ella a la sazón acudía a la mártir quejándose de su marido, como que faltaba a la fidelidad conyugal, y todo esto  con grandes extremos de abatimiento, llorando, maldiciendo, echando imprecaciones. Pero no contra su cónyuge –que por lo demás era de lo más atento con ella y marido cumplidor, cosa notoria– , sino contra las criadas que le tenían a Bitiano sorbido el seso e incapaz de atenderle a ella. 
¿Qué hizo la santa mártir? Pues bien, no se enfadó con la suplicante, ni aborreció a la quejosa importuna; al contrario, compadecida de la afrente al matrimonio que suponía aquel adulterio, le hizo al marido el favor de cambiarle la índole, de modo que aquel apetito indecente a las otras se lo enderezó hacia su legítima. 
Aquí no hubo caso de intervenir en miembro alguno mudándolo a peor o a mejor. El milagro consistió en mudar la mente del varón abriéndola a lo honesto y santo, haciéndole odiar el meretricio disforme frente a lo hermoso y justo del matrimonio.
4. ¿Pues qué me decís de lo que sigue? La excelentísima señora, tras criar un montón de hijos, tantos y tan guapos, ya entrada en años, incapaz de vivir su viudedad de Bitiano en compañía de los hijos que tuvo con él, nos cambió al general y domador de los persas por el tal Gregorio, un forastero, culo de mal asiento, médico  ambulante de caballos y mulos, con el que al presente vive. El porqué, ni a mí me está bien decirlo, ni a vosotros escucharlo.» 
El Milagro XXV cuenta el caso de dos intelectuales paganos, Isocasio y Aretarco, curados por santa Tecla sin mediar su conversión a la fe cristiana. Lo de Aretarco en particular es de lo más insólito dentro del género, pues venía recomendado nada menos que por quien vamos a ver.
Isocasio y Aretarco, sofistas y paganos los dos, viven todavía ajenos a la fe cristiana, a pesar de que la Mártir les hizo sendos milagros. 
Isocasio, que de gramático había ascendido a sofista, con la pérdida de aquel título no hizo sino confirmar este otro por vías de hecho. Quebrantada su salud, permaneció algún tiempo en en Eges de Cilicia, hasta que deseoso de la mayor soledad, como suelen los enfermos, se hizo llevar junto al templo de la Mártir, a corta distancia de la ciudad, como si allí hubiesen de cumplirse sus deseos. Allí encontró la soledad que buscaba, y quedándose traspuesto, con el descanso recobró la salud. La santa mártir le dio instrucciones de lo que debía hacer, y una vez todo cumplido, aliviado de su mal,  al reprenderle ella su infidelidad no dejó de reconocerle la ayuda. Así nos lo contaba el propio Eudocio, varón ilustre, la verdad por delante, el mismo que hoy es adorno de la hermosísima ciudad de Tarso done habita.
Muy distinto el caso de Aretarco, el sofista convecino nuestro, del que no sabría yo decir si es más zote o más descreído, pues en ambas cosas es sobresaliente. Como digo, se puso muy malo de los riñones, con dolores fortísimos que le hicieron desear la muerte. Sin embargo, con ayuda de la santa Mártir alcanzó la salud, cuando ella le prometió con toda certeza que se curaría usando como medicina el aceite de la lámpara del santuario. Al efecto, pidió buen cantidad, y aplicándolo como ungüento simultáneamente se limpió de la enfermedad y obtuvo la salud. De lo que no se libro fue de su impiedad, pues con su mente obtusa y espesa desvió la autoría del beneficio:
– Sarpedón fue quien me ordenó pedirle a ella [a santa Tecla] el remedio y tomarlo.
Pero entonces, ¡oh tú el más sabio y más agudo de los sofistas, tú Gorgias en persona que nos inspiras!: aquél que te remitió a la otra, ¿no te diera él mismo lo que pedías, de haber podido? Pues si tú eras su suplicante, su devoto, su amigo, ¿por qué tuvo que enviarte a otra, y precisamente a su enemiga? Eso es reconocer lo flojo de tu argumento y proclamar el poder de la Mártir… En fin, sea como fuere, ojalá al menos la Santa te cure el alma, y así lo reconozcas, y lo demás se lo cuelgas a tu Sarpedón, a tu Apolo o a cualquiera de los demonios tus amigos, como gustes. Aquello será para nosotros milagro de la Santa, y esto otro lo cargamos a la cuenta de tu sandez.
Segundas residencias
La Señora santa Tecla tenía su palacio principal en Seleucia, pero también su residencia de veraneo en Dalisando. Dalisando era, por lo demás, uno de tantos lugares de montaña venidos a menos, y éste nadie lo conocería sino por un thauma o prodigio pagano heredado por la santa. De hecho, los arqueólogos no han logrado poner este Dalisando en el mapa. Por lo que aquí se dice, debió de ser lugar ameno, donde la Virgen Tecla pudo ser sucesora de Artemisa/Diana, por citar un nombre de diosa.
El milagro de Dalisando era más bien una romería de noche a cuenta de un supuesto meteoro. Cada año en la misma fecha mucha gente subía santuario arriba hasta la cima del monte, y allí velaban todos vueltos a poniente, a ver venir a la Señora Tecla en su carroza de fuego, tirada por doble biga que ella misma gobernaba, cruzando el cielo nocturno desde Seleucia a esta su segunda morada preferida. ¿Se veía algo realmente? Tampoco importaba mucho, si la noche ardía en luminarias, como debe ser en tales festejos.
«La Mártir venía –precisa el narrador– sin por eso abandonar su morada principal». Y añade: «El mismo milagro cuentan de Tarso, a donde San Pablo viene cada año desde Roma en el mismo aparato, para dar lustre a su ciudad natal» [8]
No me planteo localizar Dalisando, y menos viajar allá; como tampoco a Seleucia. Lo que sí conozco, mejor dicho, conocí de paso, fue la que hoy es ‘última morada’ más famosa de Santa Tecla. Me refiero a Maclula o Maalula en Siria. Lugar visitable por lo pintoresco, y muy visitado también por otro motivo de curiosidad.
Maalula era un recuerdo grato de la vida, hasta los  sucesos funestos de Septiembre 2013-diciembre 2014. Hoy me cuesta escribir estas líneas, por el cruce de imágenes tan contrarias, lo vivido y evocado, frente a las noticias de destrucción bárbara y fanática, pero nada ciega. Aquí fue ISIS, el Estado Islámico de Irac y Siria; pero el nombre de la rama o brazo ejecutor poco importa, si la raíz es la misma.
Visitamos Maalula en primavera, 30 años hará el que viene. Desde Damasco por la carretera (hoy demasiado famosa autovía M5) a Homs y Alepo, pronto nos metimos por la vieja y desnuda montaña Calamona (arabizado Qâlamûn), plinto oriental del Antilíbano, y por un ramal a mano izquierda, como quien de una zancada sube un gran peldaño, avistamos Maalula. Panorama espectacular, como belén abigarrado trepando por un acantilado cárstico rojizo, en el pliegue o cadena superior del sistema. Una hora habíamos tardado en cubrir unos 60 km, y desde los 680 m. de altitud en Damasco estábamos a 1.600.

Tras un alto para la foto, sin entrar en el pueblo lo bordeamos por el sur, y a la salida de la garganta que corta la cadena, por un camino a la derecha subimos al monasterio de San Sergio, a pico sobre Maalula. San Sergio – más exactamente, los Santos Sergio y Baco– es un antiquísimo convento de monjes melquitas, que en 1724 dejaron la obediencia ortodoxa griega por el catolicismo romano, guardando más o menos su rito y disciplina eclesiástica tradicional. 
Desde aquel mirador se descubre que las rocas peladas del Calamona están recorridas por venas de agua, origen de pequeños oasis puntuales y una agricultura. También se entiende el poblado como asentamiento inmemorial de trogloditas. De hecho, las casas pegadas a la peña, unas encima de otras, son en buena parte obra exterior añadida a una cueva artificial, que fue la vivienda primitiva.
Enfrente, mirando al este hacia abajo, se destaca un complejo igualmente monástico y en parte troglodítico, con su campanario y su media naranja, que más parece cúpula de observatorio astronómico que de iglesia. Está justo debajo de una hoz muy estrecha que baja del monte y se abre al monasterio y al poblado. Es la hoz (fach), cueva y monasterio de Santa Tecla. Hoy convento de monjas ortodoxas, hasta hace siglo y medio tuvo su archimandrita o abad de una comunidad de varones.
Hablar la lengua de Jesucristo
Maalula tiene sus peculiaridades, además de su imagen pintoresca. La población ha sido siempre cristiana casi toda, y ha conservado como lengua hablada el arameo, junto con otras dos poblaciones del entorno, musulmanas. El arameo de allí es un dialecto occidental de esa lengua semítica que durante siglos cubrió una área extensa en Siria y Mesopotamia, y jugó su papel internacional como lengua diplomática y franca en todo Oriente Próximo. 
Tal supervivencia e islote lingüsítico en la mar del árabe  llamó la atención de los filólogos occidentales ya desde el siglo XVIII y sobre todo desde el XIX, así como la del público al divulgarse la noticia de que «en Maalula se seguía hablando la lengua de Jesucristo». Una atracción turística, incluso para persas chiítas o para chinos y japoneses,  consiste precisamente en escuchar «el Padre nuestro original en las mismas palabras y entonación en que lo pronunció nuestro Señor»
A todo esto, todavía a principios del siglo XX los nativos no tenían conciencia de tal cosa. Su dialecto familiar y materno era ágrafo, con la variabilidad que eso implica, y una contaminación creciente con el árabe, cada vez más conocido y empleado.  Hasta casi finales del XVIII la lengua litúrgica fue el siríaco, poco o nada inteligible para el pueblo. Cuando las autoridades eclesiásticas deciden el paso al árabe (como los maronitas del Líbano), el pueblo de Maalula olvidó las oraciones del cristiano en siríaco y aprendió a rezarlas en árabe, pero nunca en su lengua propia materna.
Con el interés filológico romántico y foráneo no podía faltar la fórmula ‘auténtica’ de la oración cristiana por excelencia. Hoy como ayer a los turistas se les deja en la creencia, tan piadosa como falsa, de que en Maalula se rezó siempre ese mismo Padre nuestro  que se les recita, y que también se les ofrece en grabación como recuerdo. 
Nosotros no tuvimos suerte. Nada más poner pie en San Sergio, a escuchar los ipsissima verba del Señor Jesús, supimos que el padre Michel, el recitador ordinario, se había cruzado con nosotros por el camino de Damasco. En su defecto, podíamos comprar su voz grabada en casete. En la fonoteca conservo la mía.
Nadie nos dijo que aquella ‘tradición’ del Padre nuestro en arameo de Maalula tenía entonces apenas un año de antigüedad, a contar desde 1990, cuando el padre rector de San Sergio, Michel Zaaroura –el mismo cuya ausencia sentíamos– tuvo la feliz idea de sorprender así a los peregrinos. Recuerdo que entre nosotros comentamos, cómo era que ningún otro religioso de la casa se prestaba a sustituir al padre Michel en tarea tan sencilla y tan devota. Una razón plausible era (y sigue siendo) que nadie más, fuera de él, se sabía de memoria el Abuna di bismo.
Y es que en realidad esta fórmula ‘original’ o ‘auténtica’ del Padre nuestro es sólo una entre varias con sus autores conocidos por nombre, apellido y año de creación. La recitación tuvo su première 130 antes de nuestra visita, una primavera como la nuestra, y no de boca de ningún maalulita, sino de un francés que vino a buscar aquello que él mismo inventaba. Jules Ferrette, un extravagante misionero dominico, en vano se esforzó por arrancar de labios autóctonos lo que nadie sabía porque no existía, de modo que él mismo fue traduciendo al dialecto local la oración a partir de su forma literaria más parecida, el texto de la ‘vulgata’ siríaca. Es decir, otro texto igualmente desconocido de aquella gente, desde que la liturgia bizantina local dejó el sirio por el árabe.
A la versión de Ferrette siguieron otras en diferentes grafías y aproximaciones fonéticas, siempre a cargo del investigador visitante de turno, ante el asombro de los nativos y el ceño fruncido de los jerarcas eclesiásticos, en especial los ortodoxos, a los que aquellos experimentos de protestantes y católicos no les hacían mucha gracia.
Cómo estas iniciativas foráneas fueron calando poco a poco hasta erigirse el arameo en seña de identidad patriótica, no sólo de Maalula (lo que sería peligroso) sino de Siria como nación, al amparo del régimen baathista de Hafez al-Assad y de su hijo Bashar, es un capítulo interesante para la génesis de los nacionalismos. Otro capítulo que invita a la comparación ya lo pergeñamos aquí en este blog, a propósito de la invención del Padre nuestro en vascuence por el fundador del nacionalismo vasco (‘Un padre nuestro por Sabino Arana’).

La Santa Tecla de Maalula 
A diferencia de San Sergio, cuya iglesia medieval sustituyó a otra paleocristiana y conserva elementos muy antiguos, Santa Tecla se levanta desde el siglo XVII por el patriarcado ortodoxo de Antioquía. Y si San Sergio carece de lugar misterioso, Santa Tecla en cambio será un santuario de primera importancia gracias a su telón de fondo constituido por la gruta, la tumba y el aljibe de Santa Tecla, que por el año 45 de nuestra Era vino a vivir y morir en Maalula. ¿Y por qué precisamente aquí? A saber. Hay quienes ponen aquí una ciudad helenística llamada Seleucia Damascena, poco convincente. 
Otra diferencia es de señalar. Siendo así que los cristianos ortodoxos eran la tercera parte de la población, frente a dos tercios de católicos, el monasterio católico de San Sergio ha ido viniendo a menos, y el de las monjas de Santa Tecla a más. Cuando Maalula cayó en poder de los yihadistas (septiembre 2013), en San Sergio sólo quedaba un monje residente, mientras que de Santa Tecla, por la Navidad, una docena de las 15 monjas que llevaban un orfanato fueron secuestradas como rehenes, finalmente rescatadas o permutadas por las milicia chiíta de Hizbullah.
Estas monjas velan por la tumba y culto a Santa Tecla. Al principio de su instalación aquí, estuvieron sujetas a la autoridad del padre capellán, hasta mediados del siglo pasado, en que a raíz de cierto abuso el Patriarcado erigió a la superiora en abadesa o ‘madre’ con plena autonomía. Muy razonable, máxime si los conventos orientales católicos u ortodoxos  –también éste con toda su actividad– no dependen en lo económico ni reciben ayuda de la jerarquía. Es al revés: los patriarcas como propietarios legales exprimen a los monasterios, sostenidos por su economía y por donativos de sus devotos. 
Nosotros no llegamos a tratar con ninguna religiosa, que yo recuerde; pero luego he sabido que la superiora de entonces imponía la tesis de que fue aquí donde vivió y murió Tecla, y no en Seleucia, hasta el punto de prohibir a sus monjas discutirlo, y por supuesto repetir la tesis contraria, que es la del Santoral oficial ortodoxo. Quien manda, manda.
La Hoz de Mar Tecla (A. Poujeau, 2004)
La versión local de la leyenda de Tecla apenas se ocupa de su relación con San Pablo. El relato se sitúa in medias res, cuando la joven cristiana, hija de un gobernador pagano, rehúsa el matrimonio decidido por el padre, y éste pone en movimiento a un piquete de soldados que la detengan. En su huida, Tecla llega a la altura donde se levantó el convento de San Sergio y Baco, y acorralada allí, el suelo se abrió en lo que es la hoz cuesta abajo. Los esbirros no se atrevieron a meterse por aquella angostura, y Tecla pudo vivir y morir en paz. Esta es la versión ortodoxa sobre la Santa Tecla de Maalula. 
Hay sin embargo otra versión más desenfadada, que parte del motivo de la doncella travestida de hombre. En tal guisa, Tecla se presentó en esta montaña, a vivir de incógnito entre los monjes. Uno de los novicios, Sergio, intuido el secreto arde por ella en amor místico, que luego va perdiendo lo platónico, y el infeliz pasa a mayores. Ella le huye, y la montaña se le abre para escapar del fogoso perdido. Chasqueado el joven vuelve en sí, hace penitencia, y en olor de santidad será un día San Sergio, el titular del monasterio. 
Obviamente esta versión tan jocosa como disparatada no sería anterior al siglo XVIII, cuando la comunidad de San Sergio se hace católica, y los colegas ‘cismáticos’ de Santa Tecla se lo afean con esa burla. En suma, una estampa monástica con su moraleja, tan repetida: Entre santa y santo, pared de cal y canto.
La destrucción ha sido más irreparable para San Sergio que para Santa Tecla. Pero aun para lo irreparable, la restauración obra maravillas, si el olvido reparador también pone de su parte.
Santa Tecla: la devastación



Para 2018, el 23 de septiembre, Santa Tecla de Maalula ya tenía recuperada su fiesta, también en su vertiente profana, de cultura alcohólica tradicional a base de caraq o raquí,  el popular aguardiente anisado [11].
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[1] La saints succésseurs des dieux (1907) es la obra principal de P. Sainyves, seudónimo de Émile Nourry (1870-1935), folclorista y librero-editor francés, estudioso del origen y desarrollo de las leyendas santorales desde posición crítica racionalista, pero en correspondencia con su contemporáneo Hippolyte Delehaye (1859-1941), jesuita bolandista empeñado en el mismo tema en años harto difíciles de pánico antimodernista. Cfr. Stephen J. Davis, The Cult of Saint Thecla: A Tradition of Women in Late Antiquity. Oxford U. P., 2000.
[2] Esta hipótesis mía no la extiendo a las reliquias del Profeta, incluido otro pelo de su barba, que se muestran en el palacio-museo Topkapi de Estambul. De este relicario se conoce mejor el origen, traídas  sus piezas entre los siglos XVI y XX, mayormente en el XIX para librarlas de la furia puritana del wahabismo que se cebó en tumbas y reliquias; cfr. Peter Collins, Reading Religion in Text and Context: Reflections of Faith and Practice in Religious Materials. Routledge, 2017.
[3] Itinerario de la Virgen Egeria (381-383). Edic. y trad. anotada etc. de Agustín Arce. BAC, 1980; págs. 251-255.
[4] También llamado en turco Meriamlik, ‘Lugar de María’. Teniendo en cuenta que san Gregorio de Nacianzo, que vivió retirado aquí tres años en el siglo IX, llamaba a este lugar sagrado el Partenón, o de la Virgen, era fácil a los turcos pensar en Nuestra Señora, cuando en realidad la ‘Virgen’ aquí era santa Tecla.
[5] Los mitos se interpretaron como símbolos o metáforas de lo real  (alegorismo), pero también como desarrollo fabuloso de la historia de personajes reales (evemerismo). Para Basilio, el Milagro I de santa Tecla es precisamente desenmascarar al supuesto dios Sarpedón, «un forastero errante en busca de su hermana, que por már arribó a este país, y por desconocimiento del lugar y de su rey, que era precisamente su tío paterno Cílix, se llevó mal con los nativos, que le mataron y enterraron en el promontorio junto al mar. El cual se ganó fama de demonio y oráculo, hasta ser divinizado» (PG, 87: 567_568).
[6]  El autor lo cuenta como Milagro XVI; PG, 87:391-394.
[7] La campaña tuvo lugar el año 431, en el imperio de Teodosio II. Bitiano completó la victoria ya alcanzada por otros colegas, aplastando al contingente sarraceno aliado de los persas  (Sócrates, Hist. Ecles., 7, 18).
[8] Aunque la ubicación de este Dalisando no se conoce, se supone que estaba en las montañas al N-NO de Seleucia. Ahora bien, si los espectadores aguardaban la carroza de santa Tecla mirando a poniente, quiere decir que ella no venía de Seleucia, sino tal vez de Iconio; y quién sabe, el destino podría no ser el observatorio de Dalisando, sino otro lugar en Siria, como veremos. Leyenda rival y posiblemente anterior a la ocupación  del oráculo Sarpedonio por Tecla. 
[9] Fréderic Pichon, Maaloula (XIXe-XXIe siècles). Du vieux avec du neuf: Histoire et identité d’un village chrétien de Syrie. Beirut, Ipfo, 2010. Disponible en Red.
[10] Cfr. Anna Pujeau,  Églises, Monachisme et Sainteté. Construction de la communauté chrétienne en Syrie. Paris, Univ. de Nanterre, 2008. Interesante reportaje, en su mayor parte dedicada a Santa Tecla de Maalula, págs. 98 y sigs. 
[11] Pichon, o. cit., págs. 72-73.