lunes, 30 de noviembre de 2009

El Ocaso de los Dioses (1)



De Constantino a San Constantino el Grande

Anque el día a día invita a hablar de política, yo imaginé esta bitácora en principio como lugar de evasión. Al bosquejar secciones temáticas, a la primera y preferida mía la llamé La Biblioteca de Focio, sobre mis lecturas. A fecha de hoy, con tantas entradas publicadas, veo con bochorno que mi querida Biblioteca es la sección más pobre. 

No puede ser. Tengo que escribir más sobre lo que me da más que pensar. ¿Que voy a interesar a menos gente? Sólo pensarlo, me parece desconsiderado, falto de respeto, incluso fatuo. ¿Acaso floto yo en el Olimpo, para mirar de arriba abajo a unos mortales entretenidos en boberías?

El caso es que últimamente releo un libro que tiene más de siglo y medio, y que ya era un clásico cuando al fin se puso en castellano, hace más de 60 años. La época de Constantino el Grande, de Jacobo Burckhardt (1818-1897), traducida por Eugenio Imaz (1900-1951) en su exilio de Méjico, por alguna razón salió llamándose Del paganismo al cristianismo, quedando como subtítulo el título verdadero. Buen trabajo el del malogrado donostiarra, sin quitarle mérito por decir que el original se lee 'como una novela'.


Original disponible, por cierto, en el 'Proyecto Gutenberg', que descargado y puesto en formato PDF es tener el texto completo indexado. Una gozada. Y por si fuera poco, muchas de las obras citadas, de consulta difícil hasta hace bien poco por su antigüedad, son también ya de dominio público, con Google. Así, mientras doña Milagros del Corral, la directora de la Biblioteca Nacional, deshoja la margarita digital dando calabazas a Google y declarándose por Telefónica, la espera de nuestros fondos nacionales podemos llenarla gracias a los norteamericanos digitalizados y digitalizables. 

A ver lo que dura tanta ventura. Yo estoy que canto el Nunc dimittis.

Hablar de lectura 'como una novela' no es frase hecha. La época de Diocleciano y Constantino (284-337) es tan apasionante como enigmática. En ella se produce una de las mayores revoluciones de la Historia: la legalización y oficialización del cristianismo: Edicto de Milán (313). Al uso de entonces, la leyenda rodeó de prodigios unos acontecimientos mucho más prosaicos y coherentes, mientras esa misma propaganda política cristiana nos dejó sin claves lógicas esenciales, escamoteadas con el trampantojo del numine divino, como suele ocurrir siempre que una religión desplaza a otra.

No fue lo menos intrigante el que la gran promoción del cristianismo estuvo precedida por un pogromo sistemático, la Gran Persecución, impulsada por Diocleciano. Persecución de exterminio, por la que uno de los mejores emperadores de Roma quedó como un monstruo. 

Para explicar el fenómeno, Lactancio y otros cristianos propalan bulos pueriles, o combinan silencios con noticias de despiste. Ni Diocleciano ignoraba estar rodeado de cristianos en su propia corte y familia, ni éstos con la señal de la cruz se dedicaban a reventar ceremonias paganas. Los hechos ciertos, aunque su conexión no conste siempre, incluyen:

Una conspiración de militares cristianos para el golpe de estado, 
  • Unas comunidades cristianas en auge, aunque de conducta social poco edificante, con muchos de sus dirigentes mundanizados en exceso, y hasta descreídos.
  • Levantamientos y motines de ciudades de mayoría cristiana, abortados por la policía y reprimidos para escarmiento.
  • Un incendio provocado y repetido en el palacio imperial de Nicomedia, precisamente en la residencia privada de Diocleciano.
  • Last, but non least, los complots e incendios coincidieron con la presencia en Nicomedia del joven y ambicioso Constantino, el futuro emperador.
Burckhardt no es ningún Gibbon. Cuidadoso de no escandalizar, sembrando este capítulo aquí y allá de reservas y medias palabras, con gran habilidad hace que el lector 'descubra' por sí mismo la intriga y se construya una versión razonable del rompecabezas. Una versión donde, desde el principio, Constantino emerge como el gran conspirador contra Diocleciano, utilizando con astucia la máquina de la tetrarquía ideada por el viejo como solución sucesoria, para destruir esa misma institución, eliminar a sus rivales uno por uno, y erigirse en amo absoluto, incluída la esfera religiosa. Para ello entra en connivencia con el cristianismo en auge, ya metido en ambiciones de intriga y poder.

Pero tampoco se ensaña el autor con los escritores cristianos del momento, dejando también en esto al lector la tarea de ir poniendo los adjetivos que le parezcan más eficaces para retratarlos, en especial a un impresentable Eusebio de Cesarea: «el primer historiador absolutamente insincero de la Antigüedad» (Burckhardt).

En aquellos años gloriosos de sangre y de victoria, el cristianismo se nos aparece como un lobby generalmente discreto –mejor que secreto–, aunque eventualmente se comporte aquí o allá como sociedad secreta, sin perjuicio de arrojar la máscara llegada la ocasión. Su diferencia con el lobby judío radica sobre todo en su proselitismo y su vocación de integración social. El ajuste de cuentas entre estos dos grupos hermanos, y a la vez enemigos irreconciliables, quedará para más adelante en la Historia.

Constantino era hijo del césar de Occidente, Constancio Cloro, con Elena, una concubina o esposa sin rango y repudiada por razón de otro matrimonio de estado. Ya mayor de edad, entra en contacto con militares cristianos que, de acuerdo con su clero, conspiran para administrar la púrpura. Abortada la intentona en una marea de sangre cristiana, iniciada por una purga en el ejército, Constantino ve y deja hacer, aguardando su ocasión.

La abdicación de los dos augustos emperadores, Diocleciano y Maximiano (305) fue seguida de cerca por la muerte del nuevo augusto, el césar Constancio (York, 306), y la aclamación ilegal de su hijo Constantino por la tropa. 

Fue la señal. Comienza una curiosa guerra civil, desarrollada a modo de torneo o liga eliminatoria entre los tetrarcas sucesivos del Imperio, a ver quién se apodera de la monarquía. 

En el envite, los cristianos no se quedan al margen. Ahora más que nunca su favorito es Constantino, por su parte cada vez más convencido de llevar dentro el toque numinoso, infalible, del ganador. Nace el mito del caudillo visionario y converso cristiano, liberador providencial de la Iglesia.

Pero Constantino fue además el gran arqueólogo que, como un zahorí, entre recuerdos desvaídos, revelaciones y milagrería, va redescubriendo los loca sacra del cristianismo, jalonando los hallazgos con monumentos que hagan respetable esta religión, en competencia ventajosa con los decrépitos templos y los tartamudos oráculos paganos.

En esta labor le asistió mucho su amada madre santa Elena, la antigua tabernera y mujer del partido, la amante arrinconada de Constancio, convertida ahora en augusta a título personal y con derecho a meter mano en el tesoro. Ventaja que ella aprovechó en empresas benéficas, constructivas y otras de igual interés eclesiástico. Sin poner en tela de juicio la devoción y virtudes de esta señora ya viuda, lo cierto es que por los servicios prestados, ella con su hijo, se convirtieron en la gran pareja icónica: San Constantino y Santa Elena.

Santa pareja. A pesar de un doble asesinato atroz: el de Crispo, el hijo del emperador y nieto de Elena, y el de su madrastra Fausta, la emperatriz, ahogada en el baño por orden del marido bajo instigación de la vieja suegra. Una historia sórdida y tenebrosa, justificada luego por aplicación del mito de Fedra con Hipólito. 

Por lo demás, la nueva corte asume la etiqueta oriental implantada por Diocleciano. La majestad imperial es una emanación divina que aplasta todo lo que se le pone por delante:

«Acaso la única relación sana en torno a este gran Constantino, "quien persiguió a sus más allegados, empezando por el asesinato de su propio hijo y de un sobrino, luego la esposa, y después toda una serie de deudos y amigos", es la que mantiene con su madre Elena» (B., citando a Eutropio).

Nada impide creer que Constantino, el político expeditivo, el parricida, el cristiano oportunista y siempre devoto del Sol Invicto, se hizo finalmente bautizar in articulo mortis, aunque fuese de mano de un obispo heterodoxo arriano. Y eso que había sido él, Constantino, quien en su papel de autonombrado «obispo externo» de la Iglesia, organizó el Concilio de Nicea (325), victoria formal de la ortodoxia sobre el arrianismo.

Con su muerte (mayo de 337), la leyende no había hecho más que empezar. Su bautismo tardío se adelantó en más de veinte años, a las fechas de la supuesta conversión, adornándolo con una fantástica Donación de Constantino al papa san Silvestre, origen de los estados de la Iglesia y del poder temporal de los papas. Y es que a los tradicionales bautismo de agua, de sangre y de deseo, habría que añadir un cuarto bautismo putativo, por el que la literatura cristiana cristianizó a paganos simpáticos, como el otro corregente Licinio, y a semipaganos simpatizantes, como Constantino.

Más que interesante, apasionante el relato de Burckhardt. Releyendo sus viejas páginas, cuánto material y argumento para una construcción fílmica moderna. Un filón de mucha más sustancia y consistencia que 'Ágora'.

¿Hipótesis? En todo caso, no infundios como los de la propaganda cristiana de entonces. En su búsqueda de la lógica histórica, el erudito suizo no omite pieza aprovechable para su mosaico. Tal por ejemplo, en el enfrentamiento entre Constantino y su cuñado Licinio, el testimonio del historiador godo Jordanes, que deja al primero lisamente como traidor: 

«Ocurre a menudo, ser los godos invitados [por los emperadores romanos], y también entonces, a solicitud de Constantino, irrumpen y arremeten contra el cuñado...».

Una lectura de las que hacen pensar, para seguir leyendo, pensando, penetrando en ese misterio que fue y es la implantación del cristianismo en el Imperio.

jueves, 26 de noviembre de 2009

Trilingües para la convivencia (y 2)


El sobresalto de la pesadilla nos devuelve a la realidad, y con ella a un sobresalto mayor y más inquietante, precisamente porque estamos despiertos. Porque son individuos de carne y hueso los que plantean una política lingüística impositiva. Impositiva hasta el totalitarismo, unos. Mas suave en apariencia, otros. Pero todos con un objetivo perverso de 'normalización', y comulgando en el disparate de que nuestra convivencia depende del bilingüismo, o sea de la euskaldunización total de la población en Euskal Herria.

Markel Olano, por ejemplo. Si el PNV tienen dos almas –como les halaga que se diga de ellos–, al Diputado General de Guipúzcoa le anima la dionisíaca, no la apolínea. Olano fue un hombre de Lizarra y no oculta su simpatía por un frentismo abertzale como estrategia para neutralizar a los estatalistas o españolistas vascos, 'minoritarios' porque sí. Es su problema. Pero empieza a serlo también para los demás, desde que Markel pontifica para todos.

Por ejemplo, sobre el vascuence. Olano es de los que tienen una idea patrimonial nacionalista del euskera: 
«Las fuerzas políticas estatalistas han empezado a jugar con que el euskera es también de 'los demás', cuando han visto que ganaba fuerza en la sociedad»
Pero vamos a ver, ¿no dicen ustedes que el euskera es patrimonio de todos? Pues no. Sólo los nacionalistas se lo toman en serio. Los otros 'juegan' a que también es de ellos, pero por oportunismo y sin efecto:


«Aunque han demostrado una aparente tolerancia con respecto al euskera, no han tomado ningún compromiso firme y tampoco lo han interiorizado. Pese a que en teoría están a favor del bilingüismo, en la práctica impulsan una política de laissez faire».


No falta aquí un truco retórico burdo, aunque muy frecuente. Los contrarios quedan reducidos a «las fuerzas políticas estatalistas». No pidamos la gollería de referirse a ellos como «los vascos estatalistas». «Fuerzas políticas». Por lo visto, detrás de esas «fuerzas políticas estatalistas» sólo está la pared –que diría Egibar–, no hay una ciudadanía que les ha llevado al poder. En cambio, el 'nosotros' patriótico es el natural  pueblo vasco con sus líderes naturales, los jelkides burukides. Así no es extraño que el estatalismo en este país sea minoritario por convenio, qué digo, por puraputa definición.

Tan nacionalista es el vascuence, que los no nacionalistas lo asumen con frialdad, sólo por su tirón electoral, sin comprometerse con él, al no reconocerlo como la «piedra angular de nuestra identidad». Bueno, Markel no ha dicho esta vez piedra, sino pieza angular, un lapsus sin mayor importancia para un guipuzcoano fabril y febril. Lo que cuenta es que, con ese maximalismo nacionalista, todo, incluido el euskera, se convierte en un problema para la ciudadanía en pleno. 

«Sin euskara no hay Euskal Herria». ¿Opinión particular? ¿idea partidaria? Sería respetable. Pero no es eso, va por todos nosotros, desde que Olano se encara con los estatalistas para leerles la cartilla política lingüística. Una política que no puede ser neutral, cuyos mandamientes se encierran en dos: euskera para todos, y eusquera en todas partes, a todas horas. Eso es euskaldunización, lo demás es jugar sin comprometerse.

Estas salidas y pretensiones de Markel Olano, o de cualquier otro discípulo aventajado de Xabier Arzalluz, por inquietantes que sean, ya no son nada raras. Ellos sí que se han enrolado por oportunismo en los excesos de la llamada 'izquierda' patriótica vasca, con lo que de izquierdismo se quiera pintar un totalitarismo descarado. Preocupante, pero se entiende.

Más chocante me pareció el otro día, 17 de noviembre, un artículo en El Correo, Política lingüística en tiempo de cambio, de José Ignacio Pérez Iglesias. Ya desde el título, pero luego incluso en algun detalle argumental, el ex rector de la UPV coincide con el Diputado General en su preocupación por la suerte del vascuence en manos del Gobierno López. 

Pérez Iglesias es un asimilado o transculturado vasco oriundo castellano, tengo entendido. Desconozco su militancia política, si la tiene, y doy por supuesto que se interesa en el tema a título personal, aunque apela con elogio al «informe 'Euskara XXI', impulsado por el anterior Departamento de Cultura» y en definitiva su artículo es un apremio al actual Gobierno para que «continúe con la labor»... ¿de quién, pues, sino del anterior gabinete? 

Alguna vez el autor llega a expresarse en términos maximalistas propios del ex consejero Campos, al decir que la lengua vasca «no se adquiere hoy en la medida que establece la ley en todo nuestro sistema educativo». Pero lo que más se nota es la misma cuadratura del círculo, la contradicción entre modernidad y arcaísmo, entre libertad ciudadana e imposición totalitaria, que rezuma por todo el artículo. 

«Una sociedad vasca más integrada...», dice. De veras que no lo entiendo; o lo entiendo demasiado. ¿Qué es eso de integrar nuestra sociedad vasca? Una sociedad que ya somos como otra cualquiera de nuestro entorno, con instituciones funcionando normalmente, con una ciudadanía que pagando sus impuestos goza de prestaciones al nivel de nuestros vecinos, incluso con ventaja en algunos aspectos..., ¿integrarla más? ¿integrarla en qué, o como qué?

¡Vamos, suéltelo de una vez: integrada en Pueblo Vasco!

¿A que sí? Sigamos leyendo. ¿A que salen a relucir nuestras señas de identidad? ¿A que se trata de normalizarnos a macha martillo?

¡Rediez, pues es verdad! Empezando por lo primero, el vascuence. Esa sociedad más integrada «requiere que... trabajemos para que la lengua vasca, como patrimonio de todos, sea utilizada con normalidad».

Siempre el mismo lenguaje perverso. Normalidad. En cuanto hablemos todos euskera con normalidad esta sociedad estará más integrada. Patrimonio de todos, ergo vascuence para todos. 

–Pero, oiga, ¿y si esa sociedad no está por la labor?

–Prejuicios. La gente no sabe lo que le conviene, lo bueno que es poder decir las mismas cosas en más de una lengua; en vascuence, en inglés, en turco..., incluso en francés o castellano:


«Para ello es imprescindible que el Gobierno continúe con la labor destinada a superar los prejuicios que rodean al vascuence, que explique la riqueza que encierran el bilingüismo y el plurilingüismo».


Plurilingüismo. Aún no asamos, y ya pringamos. Estamos hablando de la euskaldunización obligatoria de los escolares, y de pronto se cruza un tema que nada tiene que ver: el dominio de lenguas extranjeras. ¿A qué viene eso ahora?

Será prejuicio mío, pero siempre me suena a música celestial ese empeño en vender a los no euskaldunes el vascuence desde arriba –vamos, imponerlo– con el gancho del trilingüismo o la panglosia. «¡Hala! Si sois buenos y os zampáis todo el euskera sin dejar nada en los bordes del plato, de postre tendréis inglés».
–¿Y por qué no invertir el orden? Primero inglés, luego euskera.–Eso sí que no. La sociedad ya se ha pronunciado por una política activa de euskaldunización, y al Gobierno toca llevarla a efecto. Pero sobre todo, el euskera es lengua cooficial aquí, y el Gobierno tiene el deber de hacer que la ley se cumpla, por las buenas o por narices.–¡Acabáramos! La gente, a pesar de tanto consenso, no acaba de ver la utilidad del euskera, y lo que realmente pide (con o sin castellano) es inglés. Es así como se le toma el pelo con la zanahoria inglesa mientras se le sacude con la maquila vasca. Tomadura de pelo, porque atiborradas de vascuence, las criaturas llegan al postre sin apetito.
–El cerebro del niño es de una plasticidad maravillosa. Es como una esponja aprendiendo, sobre todo idiomas. En la escuela se cumple el dicho: el saber no ocupa lugar.–¡Ya, ya! Buenos son los chavales para dejar que les cuelen de matute deberes 'recreativos'. No hay como forzarles, y lo que se cumple es otra cosa: la letra con sangre entra. Pues qué, ¿tanto inglés escolar se domina en las áreas euskaldunes, donde el vascuence se mama?
El ex rector en su artículo alaba y recomienda al Ejecutivo cierto informe 'Euskara XXI'. Si se trata de este producto, lo siento. Estamos siempre en la misma cuadratura de círculo, apelando a no sé que «consenso unánime», del que ya se denunció en su día la ausencia de más de media sociedad vasca –el 70% que son los no euskaldunes (J. Mª Ruiz Soroa, 'Curioso consenso').

El ser científico no siempre vacuna contra el sofisma. Tocando el punto de la demanda de modelos lingüísticos, el ex rector ironiza:


«Hay quien sostiene que la progresión del modelo D obedece a la presión ejercida por el nacionalismo desde las instituciones que gobierna o ha gobernado y que, una vez desalojado del Gobierno vasco, las cosas cambiarán.»


Si se quiere evitar toda apariencia de cinismo, una comprobación científica de la verdadera demanda de modelos D y A requeriría, no tanto haber cambiado el Gobierno, como suprimir la exigencia absurda del vascuence para ocupar puestos donde no hace ninguna falta.

Los caballeros están en su derecho de amonestar a la consejera Celaá sobre lo que debe hacer, según ellos, en política lingüística. Con la misma parresia yo le pido a doña Isabel que no les haga caso. Aun creyendo que lo mejor para todos sería dejar la lengua en paz, admito la política lingüística como un mal necesario, pero lo de 'mal' no se lo quita nadie.

Esto de la lengua propia se ha vuelto una calamidad que no compensa la supuesta riqueza del bilingüismo. El vascuence puede ser, o no, seña de identidad, allá cada uno. Lo que no debe ser –y lo está siendo en gran medida– es un estorbo para la convivencia, que por definición debe basarse en acuerdos de mínimos.


domingo, 22 de noviembre de 2009

Trilingües para la convivencia (1)


A veces me gusta vaguear dando suelta a la fantasía, sobre cómo serán las cosas por aquí dentro de diez, de veinte, de cincuenta años. Y aunque lo que entonces sea o deje de ser, a mí ya poco puede importarme, este soñador se distrae con un ejercicio inocente.

Los cuadros que se me pintan solos son de lo más diverso. En ocasiones, la gente de mis ensueños habla, pero duro de oído que es uno, apenas distingo en qué idioma lo hacen. En inglés, posiblemente. Es broma.

1. Una situación que se me ocurre bastante es que, en ese intervalo, la nueva generación ha perdido todo interés por nuestra mitología de hoy, y mientras la clase política emergente se rehace su propio iconostasio, el país se ha vuelto alérgico a toda esa tensión frentista que antaño se azuzó entre el aberzalismo y el estatalismo. Mentar esos temas, ni siquiera en campaña electoral, ya se considera de mal gusto y es políticamente incorrecto.

2. Otras veces me da por darle cancha al soberanismo, aunque en distintos 'escenarios' –voz esta que pido prestada (sin interés) a los estilistas de nuestra actual izquierda patriótica vasca–. Es muy raro que se me represente el mapa de Euskal Herría cabal. Y lo más inqietante, en alguna ocasión ni siquiera se trata de Euskadi, sino de Territorios Históricos que van cada uno por su lado.

¿Estado de autonomías? Sólo cuando la imaginación no da para más y reproduce el cuadro de siempre, con geometría fractal. Goyerri autónomo, Cuencas del Deva y del Urola a partir un piñón, Duranguesado a su fuero, villas y ciudades libres, incluida Bilbao (sin la República de Begoña, quede claro), noble valle de Ayala aforado y con derecho a decidir su futuro... Orgía de libertad. El Gobierno, siempre en Ajuria Enea y en sus covachuelas de Lacua, malviviendo a base de puches y un puñado de competencias no transferidas.

3. Pero a veces mi genio oniropompo se suelta el pelo, y la nueva Euzkadi del futuro se me parece pero que mucho a una dictadura monolítica de izquierda aberzale, rigurosamente tercer mundista e insular, con los disidentes mudos o diasporizados por el entorno limítrofe, Cantabria, Burgos, La Rioja...

4. Sólo por excepción imagino haberse llegado a cualquiera de esos escenarios ideales pasando por algún entremés de lucha o guerra civil. Más por falta de quórum que de ganas, la verdad sea dicha, y siempre por aquello de que sean otros los que saquen del fuego las castañas. Excepcional es también que se me represente la ciudadanía toda oronda y satisfecha.

Ya digo, no siempre sueño con la violencia física superada, pues mi país imaginario sigue a veces atenazado por el terror, con pistoleros no todos ni siempre del mismo bando ni de la misma banda. Si de pronto suena algún disparo me estremezco, y entonces me doy una palmada en la mejilla y me digo: «Despierta, es sólo un mal sueño».

¿Y la lengua? Para entonces prácticamente todo el mundo es bilingüe, y por tanto la famosa cuestión lingüística debería estar superada. De hecho, en mis sueños se insiste menos en lo de la 'lengua débil'. Sin embargo, algo no acaba de funcionar (siempre en mis fabulaciones, repito), pues todavía en ese futuro indefinido se sigue hablando de 'normalización lingüística', y el Kontseilua de turno arbitra medidas para imponer a todo el mundo su dichoso «vivir en euskera a 100 %», como ellos dicen. Peor aún, despues de tantos años de independencia, sigue a caño libre el dinero destinado a mimar y privilegiar la más privilegiada y mimada de las lenguas del orbe.

4. Con todo, el cuadro que con más frecuencia me sobresalta como una pesadilla es, al cabo de todos esos lustros condensados por mi maquinita del tiempo, encontrarme en la misma situación actual de impasse, en el mismo conflicto de dos comunidades divididas de forma artificial por la clase política con su monserga identitaria. Imagínese lo que tiene que ser, en la celebración de un improbable cumpleaños centenario, mientras asmático perdido tratas de soplar el bosque de velitas, escuchar por el telebé felicitaciones como éstas:

«Una sociedad vasca más integrada requiere que superemos el desequilibrio entre nuestros idiomas oficiales y trabajemos para que la lengua vasca, como patrimonio de todos, sea utilizada con normalidad». (JIPI)

«El euskera no es el único elemento de nuestra identidad, pero sí la pieza angular», de modo que «el bilingüismo es esencial para la convivencia». (MOLA)

–No puede ser. ¿Hemos oído bien?

–¡Y tan bien! Dicho de otro modo:

«El conocimiento del euskera es im-pres-cin-di-ble para la convivencia plena». (KOTE)

Esta última campanada suele marcar el final de mi siesta de la razón y la disipación automática de mis fantasmas oníricos. «¡Pero si hace lo menos quince años que me morí, y todavía estamos en esas!...»

Porque «en esas estamos». Dentro de x años, no sé; pero hoy, vaya que sí. Esas mantras absurdas que me parecía oír dormido son exactamente las mismas que escucho y leo bien despierto. Y lo que es más, quienes las firman no parecen darse cuenta de su contradicción.

¿Que si es posible que alguien diga cosas así? Son voces de instancia y apremio a la consejera de Educación, Isabel Celaá, recordándole cómo debe gestionar esa cosa, la más sagrada entre nosotros: el euskera. Pero se hace tarde. La próxima vez lo comentamos.

lunes, 16 de noviembre de 2009

De moros y cristianos



Ayer mi buen amigo Santiago González en su blog hacía pie en un comentario de Manuel Rivas, ironizando sobre el Los herejes y su sambenito, como seña de identidad católica española. La entrada de don Santiago, el 'Patrón', en su bitácora abría un debate nutrido, partiendo del velo islámico, en torno a la libertad de expresión indumentaria, de motivación religiosa. Pongo los enlaces recomendando una lectura que no defraudará, chispeante, sugerente y entretenida.
Por otra parte, las muelas de González y de Rivas son la bastante cordales como para hacer caso del refrán, y no entremeter mis pulgares a palpar qué se mascan esos dos caballeros entre ellos. Así que voy derecho al argumento.
El 29 de octubre en la Audiencia Nacional se celebraba una vista por terrorismo. En el estrado se encontraba una letrada de origen marroquí, nacionalidad española y religión musulmana, tocada con el velo islámico. Ante esto último, el juez le ordenó abandonar la sala, y apelando ella al reglamento sobre indumentaria, la respuesta del magistrado fue, que aquélla era su sala y aquél su criterio. El 11 de noviembre la letrada presentaba una queja al organismo correspondiente contra el juez, por «abuso de autoridad y discriminación».Mientras aguardo con curiosidad el desenlace, me pregunto en qué proporciones estamos hablando de religión, de cultura o de etiqueta. Una cosa es obvia: que doña Zoubida Barik Edidi –la letrada expulsada por el juez don Javier Gómez Bermúdez– lleva velo por su condición de mujer, pero no exactamente por la misma razón que usará ciertas prendas interiores, algo más relacionado con la anatomía y fisiología. El Islam sigue siendo correoso para la Alianza de Civilizaciones.

En 2004 Shirin Ebadi, iraní musulmana, galardonada con el premio Nobel de la paz, se presentaba a recibirlo sin el velo, por lo que recibió amenazas. Nada nuevo. Esta señora en 1969 era la primera mujer juez en su país, pero 10 años después la Revolución Islámica la destituyó del cargo, sin permitirle siquiera ejercer la abogacía hasta 1992. Y no me sé decir si en Irán las abogadas se personan en el estrado para defender a sus clientes de uno y otro sexo. Donde no pueden hacerlo es en Arabia Saudita, ni siquiera en causas de mujeres. Últimamente se habla de cierta apertura a las letradas del país para permitirles llevar y defender por sí casos, sólo de mujeres y en determinadas salas.
En cuanto a la judicatura civil, en árabe cadí (قاض) como nombre de oficio carece de femenino. La única 'Jueza' arábiga (qâdiyah, قاضيه), es la Parca. Sí, la Muerte. Estamos hablando del lenguaje, no de las personas, sean musulmanes, judíos o cristianos.
Tampoco hace tantos siglos que aquí doña Concepción Arenal (1820-1893) se hacía la intrusa en la Facultad de Derecho, disfrazada de varón a favor de su aspecto físico un tanto hombruno. Y lo que tuvo que oír la damisela.

«Hay que remontarse al siglo X para encontrar una Iglesia Católica comparable al Islam de hoy», escribe Santiago González. Y más se podría conceder, sin ir tan lejos. Cada religión tiene su idiosincrasia, que no deja apurar las comparaciones, así se trate del velo de las monjas, o de las cruzadas, o del papado, que algún autor musulmán (¿Aben Jaldún quizá? no recuerdo ahora) comparaba con el califato.
Además, cada religión se realiza históricamente en una secta o iglesia, con sus compromisos culturales. Del Islam se conoce bastante su origen y desarrollo, como para darle mucha beligerancia. Su clero se ha encallecido en la postura acrítica, y el problema para nosotros es hasta qué punto su cuña de intolerancia, al amparo de nuestra tolerancia, se mete en nuestras vidas. Un principio de reciprocidad sería elemental, pero no parece que los musulmanes estén por ello.

 
«Nadie obliga a una monja a ponerse el hábito. Nadie la reprime por no hacerlo.» Muy bien dicho, en presente de indicativo. Pero aquí podríamos decir lo que Cristo del divorcio: ab initio non fuit sic. He pasado muchas horas en el archivo de un ilustre monasterio femenino, estudiando ingresos de monjas desde primera mitad del siglo XIV, y no le demos vueltas, hasta tiempos muy modernos, el convento de clausura ha sido uno de los destinos impuestos a la mujer, un aliviadero donde aparcar entre rejas a hijas no casaderas, y sólo en último término un camino de perfección emprendido por vocación religiosa.
Con eso no estoy sugiriendo que el matrimonio de antes fuese una opción más libre que el claustro para la mujer. Ni siquiera para el varón. Eran acuerdos entre familias. Era la sociedad, y punto. ¡Ah!, y que nadie piense que mi investigación es hostil al estado religioso. De hecho, el libro ya a punto va dedicado a dos madres abadesas, y el manuscrito ha sido leído en su totalidad y comentado por una de ellas.

 
«Los obispos pueden excomulgar, apartar de la Iglesia a aquellos de sus fieles que no siguen sus reglas, pero no pueden encarcelarlos», sigue diciendo SG. «hacerlos encarcelar», sería más exacto, pues para esas cosas la Iglesia solía valerse del brazo seglar. Y de eso no hace tanto. En España en los años 50 un clérigo podía secularizarse. Era muy difícil, complicado, humillante. Pero sobre todo, el resultado final era un sarcasmo. Tengo ante mí una fórmula de aquella época, donde figura literalmente esta advertencia: «Sepa el interesado que la reducción al estado laical nunca se concede sino con la cláusula añadida: 'quedando firme la ley de sagrado celibato y sin esperanza de retorno al estado clerical'». Frente a esa inhumanidad gratuita, en países laicos cabía el matrimonio civil. En el régimen nacional-católico, imposible. Es más, todavía a fines de los 60, se imponía al ex clérigo el secreto de su situación jurídica, allí donde fuese conocido, y cuando empezó a autorizarse aquí el matrimonio (religioso, ¿qué otro?), había de ser en privado, sin testigos ni pompa, inscribiendo el acto en un registro especial secreto del ministerio de Justicia.
Como todo el mundo sabe, «la Verdad y el error no pueden gozar de los mismo derechos». Esta máxima cristiana desde los Padres de la Iglesia hasta el Syllabus (Pío IX, 1864) –y que podrían suscribir los ulemas en bloque– ha sido pilar y puntal de una ciencia algo trasnochada, la Apologética. ¡Apologética: la Religión a la defensiva! Con semejante principio, todo se justificaba: persecuciones, conversiones forzadas, cruzadas, inquisición… Curiosamente, como hoy en el Islam, el clero dictaba la norma, pero el pueblo secundaba, a lo que parece, con entusiasmo. ¿O se nos ha olvidado el juicio famoso de Llorente en su Memoria histórica sobre el Santo Oficio, y lo que de ese Gran Coco pensaron los españoles?: «La nación española amó, tanto como temió la Inquisición contra los herejes».
Si la Iglesia católica ya no coacciona ni persigue a nadie, alegrémonos, por ella y por nos, aunque tal vez el mayor mérito suyo en ese cambio haya sido hacer de la necesidad virtud.
Esto es lo que me cumple puntualizar, con irenismo militante, si vale la paradoja. Después de todo, este blog debe su origen a la Argos de Santiago y sus remeros, así que no me siento del todo impertinente trayendo cosas de allí que me interesan.

Bastante escéptico, por lo demás, y hasta pesimista, sobre las perspectivas de entente con un Islam tan agresivo y una sociedad nuestra tan palurda.

viernes, 13 de noviembre de 2009

De la fragua al aquelarre





Una de las aportaciones genuinamente vascas a la cultura universal es el aquelarre. La Real Academia Española en su Diccionario lo define así:

«(Del vasco aquelarre, prado del macho cabrío). 1. m. Junta o reunión nocturna de brujos y brujas, con la supuesta intervención del demonio ordinariamente en figura de macho cabrío, para la práctica de las artes de esta superstición.»

No sé si todo el mundo estará de acuerdo con eso. Por de pronto, los euscalzales o académicos vascongados con toda razón reprenderán a sus colegas de lengua española la falta de ortografía, debiendo escribir en la etimología vasca akelarre, como manda Jaungoikoa, o al menos Euskaltzaindia.

Algún quisquilloso podría también meterse con lo de «macho cabrío», pues el supuesto o real presidente de aquellas juntas no era un macho cualquiera de la especie –un cabrito, ni siquiera cabro–, sino lo que se dice de cabrón para arriba, un cabronazo.

Excuso detalles, pero no sin protestar que esos melindres son impropios de la grave ciencia lexicográfica. Con hipocresías y medias palabras, los académicos seguirían hoy en la pueril inocencia de sus antepasados, que por lo visto no supieron lo que era masturbación hasta que la Bazán, Clarín y toda su generación, buscando en el diccionario a escondidas, la echaron en falta, subsanada en 1884 de forma chapucera. Y encima, los muy ruines académicos les negaron el laurel, tanto a la Condesa –so pretexto de «no disponer de sillón a medida de sus posaderas», como a don Leopoldo por su mala letra. Pero en fin...

Cumplido ese trámite, entramos en el aquelarre propiamente dicho. Y aquí es facilísimo demostrar que los académicos, o el becario que les haya trabajado la ficha en cuestión, hablan de lo que no han visto. Sólo de oído se puede llamar al aquelarre superstición y práctica de artes demoníacas. Esto último podría pasar, pero lo otro no.

En propiedad, Aquelarre es topónimo: un lugar junto a un arroyo y una cueva en término de Zugarramurdi (Navarra), que tuvo mala fama por un proceso de brujería y auto de fe (Logroño, 1610). La primera vez que caímos por allí mi mujer y yo, hace cuarenta años, apenas nos atrevíamos a preguntar en el pueblo, por si nos corrían a pedradas. Nos pasó como con nuestro primer campo de concentración nazi, Mauthausen (Austria), que daba apuro preguntar, y luego resultó que estaba señalado y hasta con taquilla. Zugarramurdi no tenía entonces señalizado el Aquelarre. Hoy en cambio es toda una atracción turística, con su festejo evocador ya tradicional, por no decir inmemorial y milenario.

Alguno habrá que salga con que esa fiesta del chivo, tan nuestra de siempre, no se celebraba entonces por la represión franquista. Hay gente para todo. Y como hay gente para todo, mientras unos se quedan con el aquelarre festivo, otros lo viven de manera trágica, y no como superstición, sino como religión y culto nacional y patriótico.

El hecho es que, desde la transición democrática, esta forma de neo-aquelarre se propagó por el País. Primero, de forma solapada y (como en los tiempos antiguos) con nocturnidad y secreto. Luego con descaro a la luz del día.

Los resultados a la vista están. El más reciente, la encuesta de la Diputación de Guipúzcoa, revelando que en esa provincia un 16 % de jóvenes entre 15 y 19 años no acepta que ETA sea «una banda terrorista que provoca víctimas y deba ser destruida». De esa misma juventud, el 10 % legitima la violencia en ciertas circunstancias (las que se darían aquí precisamente), y al pedírseles un juicio de valor sobre la misma, la equiparan de hecho a lo que perversamente se llama «violencia estructural» (la que practica el Estado, y todo eso). Esos chicos ya no son escolares, pero algo habrá tenido que ver la escuela, más exactamente la ikastola, siendo la encuesta en Guipúzcoa. El otro día tocó hablar de la ikastola-fragua. Hoy toca lamentar la ikastola-aquelarre.

Pero no generalicemos. Es sólo un 10-16 %. Ni siquiera uno de cada cinco zagales. No vayamos a hacer como en el siglo de Zugarramurdi y la caza de brujas, cuando todos sospechaban de todos. Cuando hasta en el hogar, al bendecir la mesa, unos a otros se miraban con desconfianza. O cuando marido y mujer en la cama, si al tocarse sentían frío, temían tener al lado un íncubo o una súcuba.

Pero haberlos, hay los. Otro indicio de ello es la sentencia reciente de Estrasburgo, y la reacción airada del nacionalismo no violento. ¿A ustedes qué les va en esto, señores? Cabría entenderlo en un grupo como Aralar, que hasta hace demasiado poco no se desmarcó de la violencia terrorista.

Y hablando de Aralar. Lo propio de unos neófitos de la democracia no violenta (valga la redundancia) sería permanecer callados –como los antiguos penitentes en el último rincón del templo–, y no levantar la voz a cada paso, siempre como abogados de sus antiguos colegas en el error, y ahora despotricando contra el alto Tribunal argentoratense. Así estos beneficiarios comiciales, o herederos del electorado batasuno, descubren sin querer que algo de verdad habrá sobre los famosos aquelarres.

Una vez más, no generalicemos. Pero ni lo uno, ni tampoco lo otro. Ni hacernos los bobos ignorando una realidad ingrata, ni desesperar del remedio. Como muchos, yo también me niego a admitir que siempre hayamos sido así, comprensivos con el terror, siempre a cuestas con pancartas de gudaris y de mártires armados. Me niego, y con pruebas. La experiencia, la primera. Pero como ésta es subjetiva y puede ser ilusoria, ahí está toda una literatura de testimonios ajenos. Uno solo, y concluyo.

Últimamente he tenido que consultar la hemeroteca antañona buscando ciertos datos de aquella época tan conflictiva como fue la que trajo la guerra civil. Pues bien, por casualidad y al margen de mi búsqueda, hallo esta perla en un periódico catalán. Hablando de un inminente partido de fútbol del Barcelona frente al Athletic observaba que «el equipo bilbaíno practica un fútbol clásico y emotivo (aquí subrayo), verdadera escuela vasca, exento de violencia» (La Vanguardia, 10 de enero de 1935).

El aquelarre no era todavía fiesta nacional. Pero la ikastola, ésa sí que empezaba a ser fragua de adoctrinamiento patriótico. En la última entrada hice mención de aquellas Escuelas Vascas, como en la penúltima me referí al adoctrinamiento tendencioso en algunos textos escolares de hoy.

¿Alguna diferencia, de entonces acá? Pues sí y no. Por una parte, parece que la distorsión ya se advertía, antaño como hogaño. En otro número del mismo periódico (10 de noviembre 1934) figura esta gacetilla fechada la víspera:

«Bilbao, 9. El Gobernador Civil… Dijo también que se le había pedido la apertura de las escuelas vascas, pero que había examinado algunos textos de Historia y Geografía de los utilizados en aquellas, y como quiera que en ellos, y por una tergiversación intencionada, se aconseja la desintegración de la patria, ha dado cuenta de ello al ministro de Instrucción pública, y que por su parte él no está dispuesto a la reapertura de dichas escuelas.»

Bien. ¿Y cuál es, entonces, la diferencia? Recordemos que el I Estatuto de Euzkadi todavía no era realidad y no había base legal para el soberanismo o separatismo. Sin embargo, al velar por el orden constitucional maltratado en aquellos textos y aquellas escuelas, el celoso gobernador no halló que justificasen la vía violenta. Ojalá, de todos los textos actuales pudiese decirse lo mismo, tan comprensivos algunos con el terrorismo como respuesta a un conflicto de violencia institucional.

Lo dejamos, pues, así: medio siglo, desde la fragua al aquelarre. Sin generalizar, por supuesto.



martes, 10 de noviembre de 2009

La Fragua de Vulcano



A intervalos regulares, una consigna se nos repite, machacona: «No politizar el euskera». Uno mira a su alrededor y se dice: «¡Cómo! ¿Más todavía?» Porque lo urgente es lo contrario, despolitizarlo. No andar por ahí diciendo, por ejemplo, que «el conocimiento del euskera por todos los ciudadanos es imprescindible para la convivencia.» Lo que nos faltaba.

Conque «despolitizar el euskera.» El euskera, y tantas cosas más, que formando parte de un patrimonio supuestamente común, figuran también en el identitario nacionalista. Empezando por la escuela.

La cuestión es si esto último es posible.

El adanismo nacionalista abrió su camino inventando nombres, unas veces para cosas que no existían, otras rebautizando las existentes. ¿Actividad anodina? Ni tampoco inocua. Dar nombre a las cosas ha sido una forma de apropiárselas. Se las vacía de contenido viejo, y el día menos pensado ya están llenas de sustancia propia. Un ejemplo.

Una escuela siempre ha sido una escuela. Incluso una escola, en el vascuence escrito del siglo XVI, y muy probablemente en el hablado medieval y hasta romano. Escola: ni del español ni del francés; del latín (grecolatino clásico schola, también escrito scola sin hache).

¿Lo quieren ustedes más vasco? Un vasco fino del XVIII, Larramendi, crea icastegui, algo así como 'estudiadero', que no está nada mal, claro y expresivo. En la misma lógica creó lantegui, para decir obrador. También para esto había, en castellano y vascuence, la palabra latina fabrica, que para entonces ya tenía el sentido moderno de «el parage destinado para hacer siempre alguna cosa; como la fábrica del tabaco, de los paños» (Academia, Autoridades, t. 3, 1732). Antes, sin embargo, 'fábrica' era sinónimo de edificio, en especial si era grandioso o suntuoso (recordar, 'La fábrica del cuerpo humano', obra maestra de Vesalio, 1543). La misma idea arquitectónica hizo llamar 'fábrica de navíos' al astillero (sitio de apilar astillas o maderos), afrancesado como a(s)telier, y de ahí > taller.

En el mismo Siglo Ilustrado, al lado de icastegi, probaba suerte icasteche, casa de estudio. O sea que no faltaba en vascuence cómo decir 'escuela', desde la elemental y de primeras letras, hasta los estudios superiores,

Pero viene Adán-Sabino al Paraíso Terrestre –o mejor, como en la Apocalipsis, «ecce nova facio omnia»–, y venga neologismos en cadena. De igual modo que una cosa es bandera (cualquier bandera), y otra exclusiva nuestra la ikurriña, así también hay que distinguir de la escuela común, o escola, la nuestra propia, que será otra cosa diferente si le ponemos otro nombre: ikastola.

En este nombre que parece compuesto, fijémonos en el segundo elemento, ola. En rigor significa ferrería o fragua, y por extensión, a comienzos del siglo XX se aplicó a talleres y fábricas. Que, por cierto, todo el mundo llamaba ya así, fabricac (fabrikak).

Nadie discute la propiedad y belleza de la metáfora fabril aplicada a la escuela: no mero dispensario frío de nociones y saberes, sino forja de hombres y ciudadanos. Y ojalá esa hubiese sido la inspiración que guió al patriota que creaba ese término (1897), más vivaz que otro neologismo suyo de entonces, el insípido ikastetxe (1899).

Aunque crear, Arana por esta vez no creó de la nada. Incluso dicen que estropeó con esa letra t lo que ya existía, ikasola, otro de los inventos del ingenioso Larramendi. Por otra parte, desconozco si el lexicógrafo jesuita pensaba en la misma metáfora, o si en vez de la ferrería vascongada, su -ola era simplemente la terminación de esc-ola.

Sea como fuere, lo que se impuso fue la ikastola sabiniana. Bien entendido que en sus primordios no era todavía 'escuela vasca'. Sólo un sucedáneo de eskola. Se llegó a decir por ejemplo erdal ikastola, un lexema casi contradictorio hoy en día.

Bien. Pues con la bonanza económica que nos vino de la Gran Guerra, hacia 1916 la filantropía nacionalista se vuelca en las ikastolas ya como pequeños talleres de recuperación del vascuence. Y años después (1922), abnegadas señoritas se transmutan en andereños o maestras de las nuevas escuelas vascas.

El sueño de Arana llenará su palabra, ikastola, plenamente bajo la II República. Una vez me llevaron mis padres a ver las nuevas ikastolas estrenadas en unos barracones, junto al Parque de Bilbao creo recordar. Me parecieron bonitas, pero no las cambiaba por mi escuela municipal de Concha. Ni hablar.

(¡Ah, 'la Concha'! Con aquellas duchas públicas debajo del patio de recreo. 'Mi' escuela. Nuestra maestra doña Elvira... Aquella mañana, a la entrada de clase, la maestra estaba terminando de escribir con la tiza en la pizarra: «Hoy es el primero de mayo de 1935». Letra inglesa, elegante. Como la propia doña Elvira... Asistí a su homenaje muchos años después. Ella dijo que me recordaba; pero vaciló, creo que no era cierto...

Antes, en las Escuelas de Ibaizábal, había tenido otra maestra excelente, doña Antonia. Represaliada luego por nacionalista. Si lo era, en la escuela se lo reservó. El día que se izaba bandera –la española republicana, obviamente– la buena señora estuvo junto a nosotros poniendo silencio, ejemplo mudo de civismo… Doña Antonia era corpulenta en la foto que nos sacaron a todos endomingados… ¡Ay Señor, pero si estoy divagando!)

La República de Euzkadi no tuvo oportunidad de implantar su ideario, aunque lo aireó a su gusto con todos los medios de la propaganda de entonces. Después, en la escolaridad del franquismo, la verdad es que no eché en falta una educación positiva hacia lo vasco. Todos los niños estábamos orgullosos de ser de Bilbao, de Vizcaya, vascos, y nadie nos lo afeó o nos indujo a no estarlo. Fuera de aquí, como aquí o incluso mejor. Los vascos estábamos bien vistos entonces, cuando el nacionalismo no tenía el poder.

El giro autonómico ha mostrado a toda una generación la cara oculta de un nacionalismo poderoso. El área de Educación ha sido aquí el Jardín de las Delicias para el nuevo frente patriótico. Jardín o huerto experimental de extremistas sedicentes 'de izquierda', con impulso desde la propia Consejería. Y con dinero. Antes el que creía y quería era nacionalista, gratis y por amor. Ahora es cobrando, o sea que a lo mejor ni se cree.

Ni extraña ni espanta que el nacionalismo haya usado ese poder para sus fines, que haya sacado provecho. Lo que deja atónito es la frescura de repetirnos que todo, absolutamente todo cuanto han hecho –hasta los experimentos más aventurados, o el currículo vasco del último consejero– ha sido por consenso de la ciudadanía, y poco menos que a remolque de «esta sociedad».

¿Que en estas tres décadas de euforia se haya podido colar de matute algún episodio de adoctrinamiento, en alguna que otra ikastola, y en otra, y en doce docenas?... Tampoco generalicemos. Nos referimos tan sólo a los que toman la metáfora fabril de la ikastola demasiado al pie de la letra. Como aquel abogado de LAB que repite, y vuelve a repetir: «Las ikastolas deben tomar parte en el debate por la construcción nacional».

De ahí el enfado de nuestros pintorescos sindicalistas patriotas, al percibir que se les enfría un poco la fragua. Nuestro reportero gráfico de hoy recoge la escena. El dios laureado, el alcahuete del Olimpo, hace saber al buen Herrero que su señora doña Consejería, le ha cornificado:

–¿Con el PNV?
–¡ Con el PP!
Madarikatua! ¿Zer deabrua, qué hago yo ahora con esta armadura a la medida, que concertamos? Ahí la ves, lista para probar.
–Pues lo siento, amigo Vulcano, pero es lo que hay.
Arraioa! ¡Te va a ver esa sorra, cuando yo le eche el guante!

En efecto, a la primera convocatoria de consenso, Vulcano y sus Cíclopes sindicales aberzales, como un solo herrero, darán plante a la Consejera infiel.

–Ah, y otra cosa (Apolo haciendo mutis): que con la crisis, este curso se llevarán armaduras ultraligeras, sin yelmo ni coraza, coselete, coquillera y demás panoplia. Tampoco hay pasta para armas ofensivas ni defensivas.
–¿Y la fragua?
–Educando, que para eso se paga.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Están que [adoc]trinan




No sé si es ya correcto seguir diciendo 'Gobierno Vasco', desde que el de Patxi López tira a dar en la mismísima diana de la vasquidad. La Consejera de Educación Isabel Celaá ha declarado su intención de acabar con el «adoctrinamiento nacionalista».

Ayer veíamos cómo el nacionalismo vasco en bloque rechazaba la imputación y se la devolvía airadamente: No, señora, eso una provocación y una excusa para imponer su «adoctrinamiento español». Hoy leemos que «el PNV convertirá el euskera y la educación en dos de los ejes de su labor opositora». Más destemplados, «Los sindicatos nacionalistas plantan a Celaá por su gestión "autoritaria"».

No entremos a esos trapos, que es pérdida de tiempo y humor. Por mi parte, aprovecho la ocasión para mi deporte favorito, el significado y sustancia de las palabras.

¿Qué es adoctrinar? Según la Real Academia Española, «instruir a alguien en el conocimiento o enseñanzas de una doctrina, inculcarle determinadas ideas o creencias.»

Ese verbo fue reconocido por la Academia desde 1780. Antes se decía doctrinar, que hoy se usa menos: «enseñar o disciplinar a alguno que se pretende instruir». Tampoco es muy usado el moderno indoctrinar, seguramente prestado del inglés indoctrinate. Todo viene a ser lo mismo, y se refiere a doctrina.

El sustantivo doctrina (del latín doctrina) tiene varias acepciones, las más corrientes estas tres:

1. f. Enseñanza que se da para instrucción de alguien.
2. Ciencia o sabiduría.
3. Conjunto de ideas u opiniones religiosas, filosóficas, políticas, etc., sustentadas por una persona o grupo. Doctrina cristiana, tomista, socialista.

En la disputa que nos ocupa, nos quedamos con la tercera, enriqueciendo los ejemplos del Diccionario con los dos de palpitante actualidad: doctrina nacionalista(vasca, española) y doctrina españolista.

Cualquiera ve que esas definiciones no tienen carga peyorativa. Adoctrinar, como enseñar, no es en sí bueno ni malo, verdadero ni falso. Decir que se adoctrina a los escolares no es ningún reproche, es sólo pura tautología. La edad escolar es, por definición, la etapa de la vida más adecuada para la instrucción y adoctrinamiento. ¿Puede eso ser malo? Depende del contenido o doctrina, así como de las circunstancias de personas, tiempos y modos de adoctrinar.

Y aquí es donde se empieza a percibir un tufo abusivo, y hasta un pestazo, cuando el adoctrinador importuno invade la intimidad, explota la buena fe, recurre a la extorsión etc., sobre todo si lo hace desde posiciones de ventaja o adoctrina a menores. Creo que por ahí van los tiros en esta querella del adoctrinamiento.

Llevo en este mundo –sin mérito por mi parte– bastantes más años que la gran mayoría de disputantes en activo. Quiere decir que, también sin merecerlo (tampoco buscarlo) he sido adoctrinado en ideas y opiniones de lo más variopinto, desde mi primera escolaridad republicana laica y catequesis católica, pasando por la República de Euzkadi y las etapas de una dictadura larga y cambiante. La nueva democracia me alcanzó en edad bien madura, pero en edad de escuchar y seguir siendo adoctrinado, ahora sobre todo por los políticos, todos ellos adoctrinadores profesionales. Y aunque todavía me queda mucho por aprender, tengo bien claro lo que es un adoctrinador, es más lo huelo a doscientas leguas.

Deseoso de ver hasta qué punto ha podido excederse la Consejera en su expresión, no puedo evitar entrar en el otro objeto de reproche a su proyecto de reforma educativa: el euskera. Porque el adoctrinamiento real o supuesto, en la etapa escolar, se ha hecho mayormente en lengua vasca.

Cualquier progenitor o abuelo que haya ojeado los textos escolares de hoy ha podido notar cómo adelantan las ciencias, pero sobre todo qué disfraces extraños adoptan entre nosotros para el público infantil. Hojeando una vez un libro de mi nieto, me quedé perplejo ante un río llamado allí Ebro, aunque más parecía Guadiana, según se comportaba a su paso por las autonomías, aflorando en Euskadi, Navarra, Cataluña, pero sin nacimiento ni tramos intermedios. Más que cosa de indocumentados, parecía de beodos o sonados. Luego vi de qué se trataba: adoctrinamiento.

Y así en otras materias. En un libro de lengua castellana casi todas las lecturas o textos para análisis eran traducciones. Traducciones del inglés, y hasta del catalán. Por lo visto, carecemos de clásicos. Todo era tan absurdo, que hasta pensé si sería una pedagogía nueva, en la línea mayéutica socrática, como en el juego de descubrir errores. ¡Qué va! Adoctrinadores en el peor sentido, y encima sonados.

Apreciación o aprensión mía, ahí lo dejo para remitirme a fuentes más enteradas. Por ejemplo, este Informe sobre Libros de Texto de Educación Primaria en el País Vasco. 'El adoctrinamiento nacionalista entre los 8 y los 12 años' (septiembre 2006).

– ¡Alto ahí! Ese documento emana de la Secretaría de Educación del PP…

– Bien, ¿y qué? Del Partido Popular del País Vasco. Gente de aquí, no un «enemigo secular del Pueblo Vasco», que diría Tasio Erkizia. En todo caso, lo que nos importa son los datos, sin los comentarios o juicios de valor. Además, se comparan textos escolares de distintas editoriales, aprobados todos por la Consejería.

Recomiendo el documento porque lo veo objetivo. He aquí algunos hechos:

«El mapa de Euskal Herria es convertido en mapa político, en mapa del paleolítico y en mapa del tiempo atmosférico…»

«Mapas de la península ibérica (no de España) –físico, de ríos, de climas, densidad poblacional...– en los que únicamente se establecen las fronteras de Portugal, Francia y Euskal Herria (sin decir siquiera qué diferencia a Euskal Herria de Portugal)…»

«Mapas políticos de la península ibérica en los que aparecen las comunidades autónomas españolas y Portugal pero en ellos se evita escribir la palabra España que continúa proscrita…»

«Finalmente, aparecen dos mapas políticos de Europa en los que, por vez primera, se cita España. Esto ha de tener un efecto extraño en alumnos que llevan cuatro años estudiando Euskal Herria en exclusiva. Por ello el editor se permite corregir el mapa de la Europa Política con la presentación de un mapa étnico en el que Europa y España quedan divididas en distintas etnias.»

El área de Historia no sale mejor parada. Sí; esa Historia que la Consejera quiere convertir en Historia de España. Resumiendo, para no cansar: «Se trata de plasmar la existencia –ininterrumpida- de Euskal Herria a lo largo de la Historia. En unas ocasiones solo existían –en Francia y la península– francos, euskaldunes y visigodos. En otras, al parecer, tan sólo árabes, euskaldunes y francos.»

Las aberraciones históricas y geográficas se complementan con otras lingüísticas, siempre en la misma corriente de exclusivismo identitario:

«Señales de tráfico exclusivamente en euskera, sin traducción al castellano, como exigiría una voluntad real de implantar el bilingüismo.»

«La balconada de un ayuntamiento presidida por la ikurriña, en ausencia de la bandera nacional, y por lo tanto incumpliendo la Constitución y las leyes en materia de símbolos nacionales».

En suma, hay textos con visto bueno oficial que, unos más, otros menos, según la clientela, adoctrinan a los escolares en clave nacionalista vasca. Algunos lo hacen con descaro sectario, concretamente los de las editoriales Erein y Elkarlanean. También, aunque «en menor grado», Edelvives. ¡Edelvives! Me lo profetizan hace 50 años, o unos pocos más, cuando la editorial de los Maristas se llamaba F.T.D., y no me lo creo.

Una guinda para la tarta:


«Cartel de bienvenida al pueblo de Usurbil, instalado por el propio ayuntamiento, con intenciones y resultado amenazante: "Cuidado, aquí somos euskaldunes". Resulta tan sorprendente la presencia de semejante cartel en un libro escolar, que lo hemos llevado a la portada de este informe.»

Yo también lo traigo aquí. Es impropio para libros escolares autorizados por un Gobierno. Pero es que, además, el informe del PP Vasco se queda corto con el cartelito. Olvida la doble admiración del Kontuz!!, y suaviza una expresión algo fuerte, por no decir desagradable. No dice simplemente hemen euskaldunak gara (aquí somos euskaldunes), sino euskaldunak gaituk, interpelando de tú (masculino), algo así como «Aquí nos tienes tú, tío, vascohablantes». Lo que con un hemen no bien definido y, sobre todo, con ese kontuz!! armado con dos estacas surte efecto inquietante. Forastero, ya sabes cuál es la lengua que aquí se gasta. ¿Dónde? ¿en Usurbil, en el País Vasco...? Aquí.

La que se gasta, o la que se debe gastar. Ayer un lector nos dejaba aquí mismo un comentario muy interesante sobre ciertos usos de policía interna en centros de enseñanza guipuzcoanos, donde los hábitos lingüísticos individuales son objeto de seguimiento especial. Un seguimiento digno de comisariado político, y no menos digno de juzgado de guardia. Algo similar se da en ayuntamientos, pero quédese para otra ocasión. Baste por hoy haber argumentado que lo del adoctrinamiento nacionalista escolar no son figuraciones.


miércoles, 4 de noviembre de 2009

Con iglesia hemos dado, Consejera.





No sé si doña Isabel Celaá estará contrariada; lo que supongo no estará es sorprendida por el chaparrón de intolerancia nacionalista. Anuncia un plan, y todo son reproches, ni una palabra buena, ni un aplauso. ¿Qué esperaba? La prensa acierta al hablar de 'reforma' y 'contrarreforma' educativa. Porque ya no se trata de mera política, sino de religión. Me explico.

La palabra 'reforma', en sí y por sí sola, es aséptica. En especial, es religiosamente aséptica. Todo lo contrario del término 'contrarreforma'. Éste se creó ex profeso (en el siglo XVIII, creo recordar) para significar un movimiento religioso católico frentista anti protestante. La Contrarreforma, con mayúscula. Gracias a ella, todo el maremágnum de movimientos y grupos reformadores, dispares e incompatibles entre sí, se funden como por milagro en un ente de razón: la Reforma, también con mayúscula.

De ese modo, la pareja de términos 'reforma-contrarreforma' nos mete en un coto religioso, donde el identitario se sacraliza. Reparto de papeles aquí: Contrarreforma Vasca, frente a Reforma Españolista. El Bien (nosotros), contra el Mal (los otros).

El aberzalismo –el patriotismo vasco– no es una opción política como las demás, es una fe en una iglesia. La cual, además, es la Iglesia 'Verdadera', con sus notas o señas de identidad: una, santa, católica y apostólica. Traducido a romance vulgar: única, sagrada, totalitaria y la de siempre. Frente a ella, «las puertas del Infierno-España no prevalecerán».

1. Iglesia única. El baile de siglas partidarias no debe confundir. Son estrategias para la toma del poder. También la Iglesia católica ha tenido sus huestes frailunas, a la greña entre sí, pero todas a una contra el enemigo. La Contrarreforma tuvo como abanderados a los jesuitas, orden religiosa fundada por un vasco. Análogo papel asumió en la iglesia nacionalista el partido jeltzale, los 'nacionalistas' por antonomasia, hasta que otros grupos han venido a disputarles la primacía, lo mismo que le ha pasado a la Compañía de Jesús. Hasta los sindicatos son aquí cuasi religiosos. Más que la promoción social y laboral del trabajador les preocupa su nivel de euscaldunización o su compromiso con la patria vasca. Son como cofradías, y su celo recuerda mucho el de los familiares del Santo Oficio.

En suma, el Pueblo Vasco, Euscalerría, es el 'cuerpo místico' formado por todos y solos los elegidos aberzales. Fuera de ese Pueblo no hay salvación. Iglesia una y trina al mismo tiempo. La iglesia militante intercede por la iglesia purgante (presoak etxera, presoak kalera) y honra a la triunfante de los mártires gudaris en sus imágenes y onomásticos.

2. Iglesia santa. Las esencias sagradas no se tocan. La estrategia aconseja a veces hablar de 'sociedad vasca'. Nadie se llame a engaño, no hay tal sociedad, sólo el Pueblo. Una sociedad digna de ese nombre expresa su voluntad libremente en las urnas, en el marco de una Constitución. Aquí no se reconoce más constitución que nuestra gana soberana. Lo que demuestra que el lexema 'sociedad vasca', en boca de aberzales, es un oximorón y una contradicción en los términos. El verdadero Pueblo Vasco no puede elegir su propio destino, porque esa Constitución española, que él nunca asumió, se lo prohíbe.

Todo lo relativo al identitario vasco se aureola de sacralidad, por muy de laico que lo vista la estrategia. Se puede execrar y hasta ridiculizar al 'otro' en sus símbolos y expresiones identitarias reales o supuestas. Lo 'nuestro' es otra cosa. Es lo que tiene ser Iglesia y estar en la Verdad.

3. Iglesia católica. 'Totalitarismo', 'integrismo'… son palabras que suenan mal, y sólo por eso se evitan, aunque su contenido es moneda corriente. Aquí no se toca nada. «Ni una jota, ni una tilde»: he ahí la clave del integrismo sacro.

¡Pobre Isabel! ¿Con que vascuence y castellano, igual de importantes? ¿Con que 'Historia de España', 'Constitución Española', en la escuela? ¿'Violencia terrorista', sin explicar su porqué, sin contrapesarla con la otra 'violencia institucional'? Y para colmo, Euskal Herria en entredicho, fuera del mapa, sin mugas, y hasta sin mapa del tiempo. «Ha blasfemado. Todos vosotros habéis oído la blasfemia»…; y aquí corto la cita bíblica por lo sano, para 'no dar ideas', como suele decirse.

4. Iglesia apostólica. Desde muy pronto la Iglesia cristiana (si se permite el galicismo) se reclamó de una tradición ininterrumpida hasta las raíces. No importa si los hechos confirman o desmienten esa continuidad, porque se trata de un postulado, una 'nota'. Algo semejante se da en la iglesia aberzale.

En tiempos de Sabino Arana, 'apostólico' era sinónimo de tradicionalista, con esa nube de incienso y vaguedad que envuelve el contenido y sustancia de la famosa 'Tradición'. El fundador de la iglesia aberzale pudo ser un disidente de otra iglesia anterior, el Carlismo tradicionalista y foralista, pero los mitos esenciales se guardaron. Pasó aquí como con el cristianismo, que debutó como secta judía para acabar adoptando toda la Biblia antigua. También Arana recibe una herencia mítica, que él reinterpreta y completa con un 'nuevo testamento'. La santa Tradición, esa savia vital ajena a la memoria, inmune al tiempo, sigue nutriendo los tejidos del árbol milenario que el fundador acaba de plantar.

Con esa iglesia ha topado usted, doña Isabel. Con que no se extrañe, todos a una contra usted y su reforma. Desde los portavoces de los partidos nacionalistas, hasta la turba de patriotas que cuelgan sus comentarios al pie de la noticia. Éstos últimos interesan por el valor testimonial que puedan ofrecer, con sus exabruptos y sus dislates ingenuos y sinceros.

De las voces oficiales partidistas, señora Consejera, no espere cosa buena. Con todo, las más hipócritas son las que repudian su reforma educativa so pretexto de que, al presentarla en público, usted ha pronunciado una expresión muy fea. Sí, señora. Usted ha hablado de «adoctrinamiento nacionalista». Y eso aquí no se dice ni con los niños acostados. Adoctrinamiento sólo hay uno, el españolista, o sea el de ustedes los socialistas y sobre todo el de los populares.

Es cierto que su antecesor Tontxu Campos se comportó como talibán y sectario, hasta para el baremo del nacionalismo 'moderado'.  Por otra parte, ya se ha visto en las urnas a cuánta 'sociedad vasca' representaban él y su colega de partido en el gobierno, Joseba Azkarraga: cuatro gatos. Sí, pero felinos con pedigrí, miembros todos de la verdadera iglesia, en la comunión de los santos (currículo vasco), el perdón de los pecados (de la violencia aberzale) y la vida perdurable, amén.

¡Adoctrinamiento nacionalista, habrase visto! Por eso la prensa desempolva para usted las fotos de un ya amarillento 11 de mayo. Haga memoria, doña Isabel. En el traspaso de poderes, usted dejó caer no sé qué expresiones de cortesía, reconociendo la labor de Campos. O su buena intención, da lo mismo. Eso no se hace. El mismo error de bisoñez ha repetido el caballero lendacari López, admitiendo que Ibarretxe no lo hizo todo  mal. ¿En qué nube flotan ustedes? Aquí las cortesías pasan factura, y hasta de la última palabra dicha por cumplido se les pedirá cuenta.

He dejado para postre, señora mía, la más grave de sus transgresiones. ¿Necesito decirla? No se nos haga la ingenua, que todos sabemos el futuro que le espera al vascuence, con su reformita de marras. «En menos que canta un gallo se puede ir al traste todo lo logrado hasta ahora.»

¡Imposible! ¿O sea que en las contadas fechan que nos quedan de sufrir gobierno socialista, toda la generación joven va a olvidar de repente la lengua propia? ¿Un buen día nos despertaremos para ver que todos los carteles bilingües del País se habrán vuelto castellanos puros, borrándose por ensalmo el vascuence? ¿Volverá la ortografía española a las aulas, hinundando de paso los documentos oficiales? ¿Dejará de oírse en nuestras calles y plazas, o en la intimidad hogareña, la jerigonza aljamiada vasco-castellana?

Cuesta imaginar escenario más lúgubre. En el taller, en la oficina, los trabajadores comunicándose en lengua española. En tiendas y mercados se compra y se vende, se anuncia y regatea, pero ya no en el batúa escandido. Hemos gastado una fortuna, pero por lo visto en alfileres y en hilo de hilvanar. Hemos hecho un esfuerzo titánico para levantar un castillo de naipes. Lo teníamos todo medio normalizado, y aparece usted, doña Isabel, con su proyecto desnormalizador.

Consejera, usted sabe que su decreto no va por ahí. Más aún, hay quienes piensan que es un decreto tímido, inocuo. «Concesión al PP, para que les mantengan a ustedes en Ajuria Enea» (Belén Greaves, PNV). El decreto que realmente daría miedo a los patriotas es otro que, con ustedes socialistas, a Dios gracias no se producirá. Un decreto que iguale no sólo lenguas, sino personas. Donde nadie pueda ser discriminado por razón de su idioma materno, cualquiera de los dos oficiales. Mercado de trabajo abierto a todos, eso sí que sería un salto a la modernidad.

Y eso no sería todo. Sin la barrera laboral que se ha hecho del vascuence, se vería la demanda real de modelos lingüísticos escolares. Y sin imposición lingüística, yo no digo que se acabaría el adoctrinamiento españolista –esa gente ya sabemos cómo es–; pero sospecho que el otro…, vamos, eso que no es adoctrinamiento, sino catequesis para la construcción nacional, o como se diga, jugaría con menos ventaja. A lo mejor entonces el porcentaje de escolares vascos con ideas claras sobre terrorismo iba a más, mientras el fruto del nogal pierde puntos y deja de cotizar en bolsa.
Desde la insignificancia de esta página, mis mejores deseos para la señora Consejera.