miércoles, 22 de agosto de 2018

Por Trinacria, al galope (1)

     
O cómo no ver Sicilia, por el mismo precio


No somos de viajar por agencia al uso, en cuerda de presos con desconocidos. Sólo por la gana de saltarnos nuestra propia regla, a fines de junio hemos hecho la experiencia por Sicilia, y vaya, pudo haber sido peor. No cargaré en cuenta (a la ida) la cuchufleta de Vueling. En la escala de Barcelona nos toreó a placer, en lo que tenía toda la pinta de un hipercatalogismo, que es como dicen en griego castizo el overbuquin. Y con tal de no echarnos el alpiste, nuestros anfitriones nos pasearon de un avión a otro, y vuelta al primero, porque así el tiempo aeronáutico para ellos  no corre. A los viajeros, en cambio, el reloj fisiológico sí que corría que se mataba. Padecimos hambre, con gana de comer, y aquí Vueling en el aire tuvo la sartén por el mango de sus precios, a tanto la caloría. Que le den al Vueling. Casi todo lo demás de la excursión aceptable, según lo acordado (¿?). Y con el premio de haber conocido a gente interesante.
Casi todo es no todo. La pasta, por ejemplo… Pero por favor, hablemos de lo que importa, no de la ingesta de pastasciutta de antevíspera y demás sobras de convento. Salvo un par de alivios culinarios de recordar, sólo por contraste, el resto fue el festín de la caridad. ¿Y el autobús? Hemos rodeado la isla y le hemos cruzado por mitad, siempre en el mismo vehículo obsoleto, impresentable a una ITV de favor, no climatizable, que por no tener, ni cintos de seguridad. Tras un primer contacto de nuestros culos con sus asientos obtuvimos palabra de que nos lo cambiaban, pero sin duda se referían a un viaje futuro. El autista (en italiano, chofer o chófer) Angelo, siempre tan amable y servicial.
El circuito siciliano ha durado cinco días y media mañana. Diseñado para un turista ideal medio, tipo «si hoy es jueves por la mañana, este teleférico nos está subiendo al Etna». Algunos sitios los vimos con suficiencia: Noto, Érice, la Villa Romana de los Bikinis, el propio Etna fuera de servicio… Incluso un rincón tan pintoresco como Cefalú, lo doy por bien visto. O los templos griegos de Agrigento y Selinunte, tal y como los imaginaba. Una bodega en Marsala con degustación, que no cata ni cosa parecida, totalmente prescindible. Pero Catania, Siracusa,  Palermo, merecen bastante más. Palermo sobre todo, mucho más. La próxima vez, si la hay, Palermo será prioritario.
Las entradas no programadas iban por cuenta del viajero. Nada que objetar, sino que llevados siempre contra reloj, tales entradas se reducen a pagar en taquilla y salir de inmediato por donde se entró, con una instantánea sin revelar en la retina y alguna foto para el recuerdo, si te dejan. Que la Iglesia, en lo que de ella depende, no suele dejar. La próxima, insisto, por libre.
De nuestra guía, la palermitana Mariella, sólo puedo decir bien. Profesional competente y un punto distante, como debe ser; risa fácil algo sarcástica; siempre atenta y de humor igual, incluso cuando amonestaba puntualidad y normas. Entrándole en el lote turistas italianos y españoles, procuraba repartir sus comentarios en ambas lenguas, aunque sin querer se prodigó bastante más en la suya, que a mí me encanta. Desde el principio nos repartió los cachivaches de oírle a distancia. Esta facilidad se tornó a veces en sobresalto para este despistado, cuando creyendo tener cerca a la Mariella, de pronto perdía cobertura, sin ver al grupo por ninguna parte.
A todo esto, casi me quedo sin desvelar el nombre de la agencia y del viaje. No es ningún secreto: Imperatours, y su propuesta Circuitos Sicilia Mágica, bebida incluida en las comidas. Y no es paradoja si reconozco puntos positivos a la empresa y al programa que nos han vendido. Como decían los romanos, caveat emptor (mirar lo que se compra).
Nuestro circuito se llamaba ‘Tour Sicilia con partida desde Catania’. En el mapa de arriba se pueden ver las carreras de fondo (menos el itinerario rojo y el naranja), por aquellas autovías levantadas sobre pilotes, no por nivelar pendientes, sino por la cantidad de barrancos y terrenos inundables en cualquier estación. Pilotes en bastante mal estado, en largos tramos de la vía,  deplorable a veces, con ostensibles apeos de urgencia envejecidos y ellos mismos apeados y cinchados. Tras la catástrofe de Génova, el tráfico rodado debería suponerse paralizado en buena parte de Sicilia.
Jornadas:
1ª. Vuelo Madrid - Barcelona - Catania (recepción y libre)
2ª. Catania - Siracusa - Noto - Catania.
3ª. Catania - Cefalú - Palermo.
4ª. Palermo - Monreale - Palermo (tarde de playa en Mondello).
5ª. Palermo - Érice - Marsala - Selinunte - Agrigento.
6ª. Agrigento - Plaza Armerina - Villa Romana del Casale - Catania.
7ª. Catania - Etna - Taormina - Catania
8ª. Catania (mañana libre) - Aeropuerto.
Recorrido total en bus: unos 1200 km (estimación).
Sicilia, Región Autónoma Especial de Italia
Sicilia, la mayor isla del Mediterráneo, es todo un mundo maravilloso cerrado, tan repleto de culturas, mitos e historias, que no es fácil al viajero de hoy interpretar lo que tiene delante.
Dicho así suena bonito y en positivo. Otro modo de mirar lo mismo sería  recordando que la bella Sicilia, a lo largo de dos milenios, ha pasado de mano en mano de colonizadores, conquistadores y amos. Está pues, avezada a que la manden, lo que nunca le impidió enamorar a sus dominadores, dominarlos y vivir ella a su aire. Repetidas veces gritó libertad, incluso independencia, y hasta se alzó en armas por la una o la otra, pero esto último sólo en un par de ocasiones, procurando hacerlo sin plan y con poca gana.
No es por dar ideas, pero una pregunta que asalta a cada paso al viajero es, cómo se las ha arreglado la insular Sicilia en toda su larga y densa historia para no ser hoy un estado da se. Pregunta que yo me guardé de hacer a nuestra guía, nada proclive a hablarnos de política. Todo lo suyo que recuerdo sobre la relación Sicilia/Estado Italiano es un comentario fugaz de Mariella a solas con su micrófono y su risa fácil: «En Sicilia tenemos el único petróleo, pero también la gasolina más cara de Italia».
También me llamó la atención, en los billetes de entrada a sitios arqueológicos, la coletilla del membrete: “Asesorato de los Bienes Culturales y de la Identidad Siciliana”. ¡Vayapordiós!, aquí también hay organismo oficial para la cosa identitaria. Entiéndase el mosqueo. Vienes toreado y castigado por el fetiche doméstico, y sólo oler ‘identidad’, aunque sea ajena, sarpulle. Luego piensas: menos mal, aquí el Ente público sólo asesora; no decide, ni menos impone o ‘normaliza’ la identidad; no expide credenciales de buen siciliano o de su alternativo, es decir, ‘enemigo de Sicilia’.
Volviendo a la pregunta, «¿cómo es que…?». Pues sí, Sicilia tocó con los dedos su independencia cuando se sumó a las Revoluciones de 1848. De hecho, en su partícular revolución del 48 (12 de enero) contra Fernando, rey de las Dos Sicilias, logró mantenerse en equilibrio inestable de cuasi independencia, con una Constitución avanzada para la época, pero que sólo aguantó 16 meses, porque Gran Bretaña así lo decidió, usando la fuerza desde su base naval de Mesina, ocupando toda la isla en nombre del Borbón. A los ingleses, como realmente les habría gustado Sicilia era como colonia de su comongüel. Pero quita, quita, menudo paquete. Un enclave como Mesina o Siracusa, vaya; pero para qué, teniendo Malta...; y con el piratazo de Gibraltar todavía caliente…

¡Pero qué cosas estoy diciendo, Gibraltar caliente! Mucho más caliente estuvo otro peñón en mar siciliano, y aun así, soplando, soplando, los ingleses casi se lo comen.
En efecto, en julio de 1831, un volcán submarino a 26 millas de Sciacca (Agrigento), a medio camino de la isla italiana Pantelaria, vomitó un islote. El fenómeno fue avistado desde varias embarcaciones, pero nadie tuvo prisa en abordar aquel peñón en brasas. Nadie, salvo un marino que, en cuanto el borde del islote dejó de humear, puso pie en él. Y no el pie sólo, también su pabellón. Británico, naturalmente. Para entonces el Almirantazgo ya tenía nombre para su nueva roca : isla Graham, en honor del escocés James R. G. Graham, que había cartografiado por la zona.
De haber sido en la Edad Media, no había cuestión: todas las islas de la mar –y por extensión, las penínsulas–, las viejas y las nuevas, descubiertas o por descubrir, eran propiedad de la Santa Sede, que las enfeudaba a quien quería. Pero estamos en el siglo del vapor y la electricidad, y una isla nueva es para el primer ocupante.
Una cuestión previa era fijar la situación exacta del fenómeno, no vaya a ser que no discutamos por lo mismo. En este sentido Su Graciosa Majestad llevaba ventaja, aunque Francia tenía experiencia, sobre todo en tierra firme.
A todo esto, también marinos franceses desembarcaron para tomar medidas y  posesión de la que llamaron isla Julia, en honor del mes que la vio nacer. Tras ellos vendrían los italianos, los últimos, a reclamar su isla Ferdinandea, en nombre de Fernado II rey de Dos Sicilias. El incidente diplomático estaba servido.
Hubo versiones dispares sobre aquella isla gulliveresca, ya pastizal de juristas y leguleyos, mientras los vulcanólogos  hacían cábalas sobre su futuro. Por fortuna no hubo casus belli. Una vez puesta en evidencia la codicia y rapacidad de Albión, la nueva ínsula, que por lo visto no tenía otra razón de ser, para mediados de diciembre se sumergía tranquilamente bajo las aguas, con las banderas y todo, burlando las expectativas de unos y de otros [1].  
Sicilia: ¿Territorio Histórico Vasco?  
En el siglo VIII a. C. llegan a Sicilia los primeros colonos griegos y encuentran la isla repartida por mitad entre dos etnias: sicanos a poniente, sículos a levante. Los sicanos llegaron primero y ocuparon toda la isla. Pero luego, asustados y molestos por los malos humos del Etna, se retiraron dejando campo libre a los sículos. Eran estos sureños de la península Itálica, los futuros napolitanos, acostumbrados a su Vesubio, su Vulcano, su Estrómboli, y ahora felices como chiquillos de poseer un volcán mucho más grande. Aquellas dos etnias inmiscibles e incomprobables darán lugar a la mito-historia tardía, tendenciosa y desinformada de las Dos Sicilias.
¿Y quiénes eran los sicanos? Autóctonos, según los menos. Una opinión antigua y muy seguida los hacía invasores iberos; y apurando más, es curiosa la idea de que fueron vasco-ligures, con base endeble en algunos vestigios lingüísticos. Desde luego, a los estudiosos vascos no les hizo gracia lo de vasco-ligur, a ver en qué quedamos. Para el eclesiástico vizcaíno Juan Antonio Moguel (1745-1804) no había duda: los sicanos fueron vascos, los españoles genuinos, los mismos que en el siglo XIII a. de C. fundaron Roma. Los ligures eran otra cosa que vino luego, como distinguió muy bien Silio Itálico en su poemón épico Las Púnicas:
Tras el terrible cetro de Antífates y el Ciclópeo reino,
los sicanos con el arado estrenan rotura de campos:
gente venida del Pirineo, que a la tierra vacante
ponen su nombre, tomado de un río patrio.
Más tarde, un brote de lígures guiados por Sículo
cambia el nombre a los reinos ganados en guerra.

«Los iberos españoles fueron los primeros pobladores y fundadores de Roma, los que introdujeron allí el idioma español o vascuence, dieron la legislación, y Rómulo o algún otro fue sólo amplificador… La lengua sicana (o de los íberos sicanos) fue una de las más antiguas que se hablaron en Italia...»
Estas cosas escribía en 1802 el autor del Peru Abarca, a la atención del erudito gaditano Vargas Ponce –miembro, como él, de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País–, que por entonces investigaba en los archivos del País Vasco (con muy mala idea contra el País, eso dijeron los vascos). Respuesta del sufrido don José, tras una año de paliza epistolar moguelesca [2]:
«La lectura y el trato me han convencido, harto a mi pesar, que no hay medio humano de desarraigar a ustedes una tan siquiera de aquellas gigantescas pretensiones que han prohijado para aumentar los privilegios de su país. Me es conocido el candor de usted, así por múltiples informes, como por lo que he podido experimentar en un año de correspondencia; pero el mismo cándido y despabilado Moguel en vano lee… demostraciones casi matemáticas de la sujeción completa de su país, y de que no fue el teatro de ciertos gloriosos horrores, o alguna otra especie que eche por tierra la menor de sus envejecidas quimeras, pues tapa los oídos, aprieta los ojos, vuelve las espaldas a la luz, y le niega la entrada a su despejado entendimiento»  
«El candor de usted». En aquella época la palabra candor era un elogio sin mezcla de reproche. Candidez ya sería otra cosa, después de Voltaire y su ‘Candido’. Lo que Vargas Ponce echa en cara a su corresponsal es que siendo despabilado y candoroso, es decir, inteligente y sincero, sea a la vez tan terco  como sus paisanos en general –y aquí apunta la sorna gaditana–, siempre el ascua a la sardina de sus fueros y privilegios, a costa de los demás españoles.
¿Sicania? ¿Sicilia? El gran compilador de historias Diódoro Sículo, sin entrar en la prioridad,  recuerda el nombre aséptico: Trinacria, ‘La (isla) de las Tres Puntas’ o vértices: Punta del Faro (Mesina), cabo Passero (Portopalo), cabo Lilibeo (Marsala).
Por pura asociación de ideas, Trinacria se relacionará con el triscelio (‘tres-piernas’, en griego), y con el milenario triángulo de espiras, de tradición celta. Las tres piernas dobladas sicilianas son de mujer, dextrorsas o levorsas, radiando de un careto femenino alado, que puede ser una gorgona con sierpes, o una Ceres coronada de espigas. La risueña cefalópoda está por todas partes y en todos los tamaños, en las tiendas de suvenirs, en edificio públicos, en la bandera regional, que es diagonal rojigualda, por los colores históricos de Aragón. Raro será el turista que se escapa de la isla sin su triscelio, más grande o más chico, decorado así o asá, pues hasta los hay de llevar al cuello como amuleto, estampados en ceniza de Etna.
Tanta insistencia en el emblema de marras da mala espina. Lo primero de todo porque ni siquiera interesa a la arqueología local. Desconozco el dictamen del Asesorato para la Identidad Siciliana al respecto. Lo que tengo entendido es que anticuarios sículos están hasta la coronilla de un invento romántico que nada tendría que ver con la Trinacria. Frecuente en monedas antiguas, sí, pero no de aquí, sino de Anatolia. Obviamente se ha usado en heráldica parlante (‘Tres Pies’), como para el apellido alemán Dreifuss, o para ilustrar el topónimo vasco Iruña, sucedáneo de Pamplona. Estos triscelios de monedas etc., incluido el vasco, son todo pies, sin cabeza.
Una memoria histórica sin acritud
Durante casi 3.000 años Sicilia ha sido objeto de deseo y campo de batallas ajenas. A fenicios y griegos (s. VIII a. C.) suceden cartagineses y romanos (s. III a. C.), bárbaros y bizantinos (s. VI d. C.), luego los sarracenos (827).
En 1066 el normando Guillermo I desde su Normandía pasaba el canal de la Mancha a la conquista famosa de Inglaterra. Cinco años antes y con menos ruido otros dos normandos emigrantes, los hermanos  Roberto y Rogelio, habían pasado ellos también otro canal, el de Sicilia, con un puñado de caballeros a la conquista de la isla. Tan increíble como la de Guillermo, o más, fue la aventura ítalo-sícula de esta gente que tanta marca ha dejado en la identidad siciliana.
Les suceden por herencia dinástica los Hohenstaufen germánicos, en plena lucha con los papas a cuenta de las investiduras y otro intereses. El papado, con la ayuda interesada de Francia, liquida a los alemanes y traspasa sus territorios ítalo-sículos a Carlos de Anjou, pero por poco tiempo.
Es la hora de Aragón, y de ahí el interés tan especial para españoles. En la conjura de las Visperas Sicilianas (Palermo, 31 de marzo 1282) una masacre de franceses los paraliza, mientras Sicilia proclama rey a Pedro III de Aragón y se separa de Nápoles. A la Sicilia Aragonesa (1282-1513) le sucede la Sicilia Española (1513-1713), hasta el Tratado de Utrecht, que atribuyó la isla a la Casa de Saboya, aunque luego la recuperan los borbones. Finalmente el piamontés aventurero José Garibaldi conquista Sicilia, y burlando a los separatistas mediante plebiscito la entrega a la nueva Italia (1860). Notable caso el de los políticos que toman como meta unificar su país, y dividir y separar los ajenos, como hizo Garibaldi en América.
En suma –para bien y para mal–, el dominio hispano ha sido con mucho el más largo y de más impronta en Sicilia. Y esto se nota a cada paso.
Un español en Italia, un francés o un alemán, naturalmente se preguntan qué idea guarda la gente de allí de los que fueron sus dominadores. «Seguro que, por memoria histórica, nos detestan». Eso parece lo lógico, si fuese verdad que el yugo ajeno es siempre y  por definición pesado, como aseguran los románticos y los nacionalistas. Tengamos además en cuenta que los ingleses del XIX siempre repetían por el mundo lo leído en The Gentleman’s Magazine y prensa similar (que a menudo ella misma se repetía). Sobre Nápoles-Sicilia concretamente [3]:
«Desde principios del siglo XVI fue una provincia de España (sic). Durante más de dos siglos languideció bajo el desgobierno español; y cuando al fin obtuvo un soberano propio, éste fue otro Borbón más, cuya ignorancia, prejuicios y abandono egoísta la dejó bajo el yugo y látigo de subordinados opresores.»
Lo que ocurre es que en esto de los yugos y los látigos todo es cuestión de hábito, y de eso saben mucho los italianos. Tampoco seamos ingenuos de creer que los aurigas de la Historia no son los príncipes y los señores, sino los pueblos, y en especial las clases populares o ‘masas’, encarnación de las esencias identitarias y políticas; siendo así que la buena gente bastante hizo con sobrevivir al día, como para llevar también las riendas de su destino. En fin, no por casualidad el Gatopardo fue siciliano, creación de un siciliano. Sicilia toda es gatopardesca, curada de espantos.
La verdad comprobable es que se puede andar mucha Italia, y toda Sicilia, bajo la impresión de que el recuerdo de España y de Aragón allí a nadie le escuece ni le mueve a deseo de reescribir la Historia a base de destruir sus recordatorios –que eso significa ‘monumentos’. Eso se queda para el cainismo español guerracivilista. Lo veremos con ejemplos en Palermo.

Sicilia: poesía y verdad
Uno que miró a Sicilia por el lado bueno fue Góngora. Pero sólo de lejos, con sus ojillos de poeta cargados de reminiscencias literarias; no los ojos del viajero, pues jamás estuvo aquí. A diferencia de Quevedo, que puso su primer pie en la isla en 1613, el año en que Góngora publicó su Polifemo y Galatea. Y año de gran terremoto, así que mejor para don Luis. La Sicilia real no le habría inspirado el escenario imaginado único para su nueva estética (a mucha honra) ‘gongorina’:
Sicilia, en cuanto oculta, en cuanto ofrece,
copa es de Baco, huerto de Pomona:
tanto de frutas ésta la enriquece,
cuanto aquél de racimos la corona.
En carro que estival trillo parece,
a sus campañas Ceres no perdona,
de cuyas siempre fértiles espigas
las provincias de Europa son hormigas.

A Pales su viciosa cumbre debe
lo que a Ceres, y aún más, su vega llana:
pues si en la una granos de oro llueve,
copos nieva en la otra mil de lana.
De cuantos siegan oro, esquilan nieve,
o en pipas guardan la exprimida grana,
bien sea religión, bien amor sea,
deidad, aunque sin templo, es Galatea.
Bravo, maestro. Aunque muchos nos quedamos más a gusto con la misma fábula
contada en música por Haendel, en Acis y Galatea:
Si Góngora cayese hoy por Sicilia, quitaría de su Polifemo la mitad, y el resto lo rasgaría en silencio bajo la capa. Sólo la descripción de la basura urbana, que él habría visto lo mismo que nosotros, a él le daba para media docena de octavas reales, y me quedo corto. A veces el panorama de desperdicios acumulados o diseminados en calles y plazas, pero también a lo largo de las carreteras, hace pensar en una huelga crónica del servicio. De seguir así, camino lleva de ser otra seña de la identidad siciliana.

En resumen, viajar a Sicilia y volver sin haber visitado la Capilla Palatina de Palermo no tiene perdón. Y con todo, ha merecido la pena.
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[1] Lyell en sus Principio de Geología dedicó a la nueva isla volcánica unas páginas con dibujos esquemáticos (11ª ed., London, 1872, vol. 2, págs. 58-63. Cfr. Albert Granado. A Volcanic Incident: Isola Ferdinandea or Graham Island? (The Malta Historical Society, 2010. M. Grifasi, Ferdinandea - L'isola che non c'è più; en Almanacco Siciliano, 23/10/98. Una primicia de reportaje que cita Granado no he podido hallarla en la Red: G. Pericciuoli Borzesi, Narrative of the Volcanic Eruption or Graham Island. Malta, 1834, 32 págs.
[2] Juan Antonio Moguel, Disertación histórico-geográfica sobre los iberos y sicanos que entraron en Italia, en el Lacio y en el territorio de Roma, introduciendo el idioma vascuence. En Memorial Histórico Español, tomo 7: Cartas y disertaciones de don Juan Antonio Moguel sobre la lengua vascongada. Madrid, 1854. (en Memorial Histórico Español, 7: 694). Allí mismo (pág. 665) está la respuesta de Vargas Ponce. Lo cita L. Villasante, Historia de la Literatura Vasca, 2ª ed (1979), pág. 211.
[3] “The Law of Nations”, en The Edinburgh Review, 77 (1843): 161-197; pág. 188.




(Continuará)