sábado, 28 de diciembre de 2019

La plica polaca


En 1584 se publicó en Basilea una colección de Observaciones médicas sobre la cabeza humana, obra de un galeno notable que ejercía en Friburgo de Brisgovia. Juan Schenck (1530-1598), para emerger de tanta plebe homónima en Alemania, se adornó en la firma con un de Grafenberg
El título del libro cubre una miscelánea de casos y cosas tocantes a dicho apéndice cefálico o excrecencia superior del cuerpo humano por arriba del pescuezo. Casos en parte tomados de la literatura médica y pseudo médica, junto con aportaciones de colegas y propias. 
De estas últimas, las más interesantes hoy son las que relacionan patologías y traumatismos encefálicos con trastornos cognitivos y motores, en especial del lenguaje y la memoria. Sólo por eso, las Observaciones médicas  de Schenck inmortalizan al autor, pionero de la neurolingüística; y de paso se alza el precio de los raros ejemplares que salen al mercado anticuario, dentro de lo que se lleva para una obra muy bien impresa, pero sin figuras.
En el otro platillo de la balanza hay que poner –como para cualquier libro de su género en aquel siglo– que muchas de las ‘observaciones’ se reducen a citas anecdóticas improbables, o francamente grotescas. Sólo una muestra. El autor, siempre honesto con sus fuentes, la reconoce prestada del italiano Gerolamo Cardano (1501-1576), uno de los campeones de la ‘magia natural’:
                 Observación 8ª. Cabellera humana centelleante:
A cierto monje de la orden carmelita le sucedió, por espacio de 13 años seguidos, que cada vez que se echaba atrás la capucha al cogote le brotaban chispas de los cabellos. Cardano, De rerum varietate, 8, 43.
Tiene su gracia que el cerquillo de un fraile, al roce con el paño de la capucha, se electrice hasta soltar chispas visibles (como en los gatos), y hasta es posible que el perillán forzase el fenómeno por hacerse el santo. De todos modos, la falta de criterio en Schenck al elegir sus casos dañó su reputación, y así lo reconocía un amigo suyo en un epigrama dedicado, con este consejo: 
«Si la turba envidiosa te abate por los suelos, deber de varón fuerte y magnánimo es llevarles la contraria, ya que la envidia es compañera de la virtud»
Y así lo hizo Schenck, que desde la cabeza fue bajando por todo el cuerpo humano, en sus funciones, disfunciones y rarezas, juntando materiales, pergeñando artículos, siempre con el mismo método de veras y de burlas… hasta que la Muerte le llamó a capítulo, con la empanada a medio cocer.
Su hijo Juan Jorge Schenck, médico como el padre, acudió desde Alsacia donde ejercía, y en Friburgo cumplidos los deberes de piedad filial se encontró heredero de aquella montaña de fichas y papeles.
Cualquier otro los habría vendido al peso al primer trapero judío. Juan Jorge, buen hijo de tal padre, valoró el diamante en bruto. No menos de once años le llevó pulirlo y darle forma de mamotreto de mil y pico páginas, publicado finalmente con título griego y todo: ΠΑΡΑΤΗΡΗΣΕΩΝ sive Observationum medicarum, etc.: Observaciones médicas, raras, nuevas, admirables y monstruosas, en un volumen dividido en VII libros, que cubre el Hombre entero. Francfort del Meno, 1609.
Esta primera edición de la gran enciclopedia schenkiana lleva dedicatoria de Schenck Jr. a la familia numerosa de los Fúcares o Fugger («a todos y a cada uno»): los ricos banqueros imperiales, que también eran clientes y mecenas suyos. El libro I, dedicado a la cabeza humana, reproduce con bastante fidelidad y alguna libertad el libro ya publicado por el Dr. Schenck padre. 
Se me dirá que a dónde quiero ir a parar con todo esto. Verán: el nombre de Juan  Schenck anda por ahí unido a la primera descripción de una una enfermedad del cabello nueva entonces para la ciencia médica –también para la historia de la cultura y el folclore–. Archiconocida en los siglo XVII-XIX, con su deje de misterio, en el mundo culto neolatino fue la plica polaca.
Plica, en latín medieval, es ‘pliegue’ o ‘doblez’. Es su acepción más corriente en Anatomía. De ahí pasó a significar reja o malla, y en general toda labor entrelazada, también ‘trenza’, como sinónimo de trica. De hecho, plica polonica decía en culto lo mismo que ‘trenza polaca’ en vulgar.
De la plica polaca habla, por supuesto, la Wikipedia. Muy completo y a la última he visto también un artículo de autores polacos:
Eglė Sakalauskaitė‑Juodeikienė & al., “Plica polonica: from national plague to death of the disease in the nineteenth‑century Vilnius.” En Indian Journal of Dermatology, Venereology and Leprology, julio  2018
Es aquí donde leo lo dicho sobre la prioridad de Schenck: «Juan Schenck de Grafenberg fue probablemente el primero que mencionó el fenómeno de la plica polonica en sus ‘Observaciones médicas sobre la cabeza humana’ (Basilea, 1584)». 
Sin discutirlo, lo que yo hallo es algo diferente [1]. No es en esa obra, sino en la póstuma (Francfort, 1609), en el libro I, donde aparece el artículo primicial; no de Shenck padre, sino firmado expresa y únicamente por su hijo Juan Jorge Schenck (sin el Grafenberg); ni tampoco  sobre plica polaca o polónica, sino dándole otro nombre más vulgar y folclórico: De tricis incuborum, o ‘trenzas de pesadillas’. 
Así que, ya metidos en primicias, qué tal si nos regalamos aquí la primera traducción española de un texto latino tan notable. En él se verá el porqué de nombre tan extraño, entre otros que recibía la supuesta, peligrosísima y paradójicamente nunca curada enfermedad. Pero nótese sobre todo que el desprejuiciado autor alemán la considera lacra  alemana, la llama con nombres alemanes y la da como casi endémica en el entorno alsaciano-renano que él conoce profesionalmente; no así en el resto de Alemania, y sin noticia de su existencia en otras áreas de Europa. La denominación alusiva a Polonia y los polacos, Schenck ni siquiera la conoce todavía cuando publica esta primera edición, aunque la conocerá más tarde.
Plica polaca - Etapa de cirros (Alibert)
He aquí el artículo, con el texto latino indicado en nota [2]:

Las trenzas de pesadillas 
Nuevo género, no abordado por los antiguos, de cabellera hirsuta y enmarañada, tanto de la cabeza como de la barba, argumento de ciertas enfermedades cefálicas difíciles.
Se puede observar cierto modo de cabellera erizada, compacta y por extremo enredada, de la cabeza y la barba, no raro entre nosotros, aunque por lo demás desconocido de los médicos antiguos de cualquier época. 
Los afectados lucen trenzas y tirabuzones más bien largos, entrelazados de maravilla, a menudo del grosor de un dedo, pendientes del resto de la cabellera de cabeza y barba hasta los hombros, el pecho y alguna vez hasta el ombligo, de aspecto francamente monstruoso, como cabeza de Gorgona. 
Los tales se hacen escrúpulo de mantener incultas esas formaciones, sin consentir en su corte o peinado, convencidos de que se nutren de materia que de suyo favorecería las peores enfermedades de cabeza, como la apoplejía, parálisis, locura, pero sobre todo cefalalgia pertinaz y similares. 
Guiados por tal superstición, o común observación (como se prefiera), admiten cualquier cosa antes que el arreglo o el corte de tales excrecencias, que sería cuestión  de vida o muerte. Y firmes en la experiencia propia o en habladurías, a ello se aferran. Los que se las dan de elegantes prefieren esconder tales trenzas dentro del sombrero, y las de la barba envueltas bajo la pechera, que no se vean. Pero otros, incluso en público y en reuniones, ni aunque quisieran pueden ocultarlas, ni aunque pudieran quieren. De hecho, tanto los que las lucen como los que las ven están convencidos de que, oprobio y vergüenza aparte, se trata de algo vital de primera necesidad, y que no hay por qué esconder. 
Se tiene registro de algunos que han ido dejando crecer así durante toda la vida, con la esperanza de librarse de la amenaza de enfermedades intratables. Los hay que, en caso de recrecimientos sucesivos, aseguran haberlo mantenido intacto sin meter la tijera. La gente, por su parte, si se tropieza con uno de ellos, al punto sospecha que padecen alguna enfermedad oculta de la cabeza. 
Plica - Pieza de museo anatómico - Universidad Jagellona
En esta materia, yo no entro por ahora a juzgar si la superstición puede más que la experiencia, o si sucede al revés. Mas si he de ser franco, me inclino por la opinión del vulgo: con tal proceder, el supuesto semillero de enfermedades más que manifestarse se alimenta, y pienso que su desarrollo mejor se puede prevenir enseñando la doctrina común de los médicos sobre la formación de los pelos, sus incidencias y curaciones, sin dejar de lado los saberes probados y tradicionales del vulgo. 
Aún no tengo averiguado si los demás europeos conocen también este defecto, como tampoco las más partes de Alemania. En Brisgovia, Alsacia, Bélgica y algunos tramos del Rin es casi endémico, y harto sabido de nuestro pueblo bajo. Yo aquí he conocido a más de treinta ciudadanos, algunos vivos todavía, distinguidos por esa pelambrera. 
El vulgo habla de Marenflecht y Schrötlinszepff, como quien dice  ‘trenzas o tirabuzones de duende’, creyendo que se forman por succión nocturna de las pesadillas y duendes íncubos. Otros dicen Maren- o Morenlöck,  ‘guedeja de cerda’, por su parecido con las que ven colgando del cuello de las marranas.
Firmado: Juan Jorge Schenck, hijo de J. Schenck, Médico de Hagenau.

Para entonces ya habían aparecido unos pocos trabajos, y pronto seguirían muchos más,   con tendencia a fijar el nombre de plica polónica o ‘coleta polaca’. Nombre aceptado por los propios polacos, unos con orgullo nacional, otros en cambio con una coletilla significativa: plica polonica judaica, las cosas claras. También entre alemanes hizo fortuna Judenzopf (coleta de judíos), como sustituto del atrasado Hexenzopf (coleta de brujas), siempre insinuando el origen del mal. 
De aquella primera bibliografía, hay una pieza anterior a 1600, que sería el informe más antiguo conocido de la enfermedad, y que se ha salvado por una feliz coincidencia. Se trata de una Carta del Dr. Lorenzo Starniegel, Rector de la Universidad de Zamoscia (Polonia), a los Profesores Médicos de la Universidad de Padua (1599).
Se sabía de su existencia por el naturalista germano-polaco Cristian Enrique Erndel, en su monografía sobre Varsovia (1730), donde dedicó un capítulo a enfermedades comunes de la ciudad y su entorno. Por otra parte, en la Biblioteca Ambrosiana de Milán existía una carta latina sobre el mismo tema, sólo que sin fecha ni nombre de autor. Justo un siglo después, en 1830, el erudito Sebastián Ciampi, que preparaba un estudio sobre médicos y artistas italianos en Polonia y polacos en Italia, relacionó ambas noticias, y gracias a él conocemos el texto latino de la carta, que ni se molestó en traducir: «Hela aquí, cual la copié de mi mano en la biblioteca Ambrosiana» [3].
En la carta de la Biblioteca Ambrosiana se echa de menos un dato curioso recogido por  Erndel: la primera observación del fenómeno (no ‘enfermedad’ todavía) se remontaba exactamente a 1287. Para situarnos: el año en que Alfonso III de Aragón conquistó a Menorca, y el año en que otorgó a la Nobleza del Reino la Carta-Privilegio de la Unión, tal día como hoy, 28 de diciembre.
La producción literaria sobre la plica polaca se hizo exponencial. El artículo citado (2018) estima en unos 900 los artículos sobre la enfermedad publicados desde aquel de Schenk y éste de Starnigel a finales del siglo XVI, hasta el siglo XIX. Muchos andan por la Red, y excusado es decir que hay mucha repetición y mucho plagio. La misma obra de los Schenck tuvo nuevas ediciones, y en ellas se ve cómo Juan Jorge se apresuró a citar novedades sobre el particular, dando preferencia a un estudio que todavía se deja leer con amplia sonrisa: la Consulta médica sobre la plica polaca, de Fonseca (Venecia, 1618). 
Rodrigo de Fonseca (Lisboa, h. 1550-1622) fue un médico portugués judío converso, como tantos, que por esa razón emigró a Italia donde estudió y fue profesor en Pisa, luego en Padua desde 1616 hasta su muerte. Aquí escribió aquella ‘Consulta’ , que luego incluyó como Primera de sus famosas Consultationes medicinales (Venecia, 1619, páginas 1-15) [4]. 
La obra entera la dedicó «a Segismundo III, rey de Polonia y Suecia potentísimo y felicísimo». Un canto de alabanza a Polonia y su monarca. Los franceses ya tenían, a mucha honra, su mal francés, los ingleses el ‘sudor inglés’ (o también británico), los húngaros su fiebre húngara, los napolitanos el baile de San Vito o tarantela, etc. Nada más lógico, pues, que abrir Fonseca su consultorio médico para atender primero a «un  varón de 30 años y en buena salud en Polonia, que de pronto se siente mal», etc., para concluir: «Esto es lo que, resumidamente, se me ocurre sobre la plica Polónica, en gracia de esa  nobilísima y fortísima nación.» O sea que para entonces ya se había nacionalizado polaca la misma enfermedad que, sólo 10 años antes, para Schenck era típica del oeste de Alemania. El propio Fonseca procurará no excederse en el homenaje:
«La nueva enfermedad se llama de Polonia, porque allí nunca se había visto hasta ahora hace unos 40 añ0s, aunque antes ya pululaba en otras regiones vecinas» 
Las primeras cinco páginas son para presentar la enfermedad y sus primeros síntomas y desarrollo, hasta que se manifiesta la ‘complicación’ de los pelos. Com-plica-ción, literalmente dicha, en el sentido de enredarse, pegarse y finalmente compactarse hasta formar una especie de casco de fieltro coriáceo, pues a Fonseca le preocupa más la plica como placa y almacén de basura y detritus orgánicos, que como trenza más o menos vistosa. De la página 6 a la 11 discute el tratamiento del paciente polaco plicoso hasta su eventual cura. Por último, las páginas 11-15  aconsejan cómo prevenir la enfermedad. 
Buscando las causas del mal, interviene alguna alteración mórbida del aire, eso sin duda; pero también los propios polacos algo ponen de su parte:
«Se trata del régimen, en cuanto a comida y bebida. Porque los polacos consumen demasiado alimento graso, beben sin tino vinos generosos, aguardiente, cerveza fuerte, siempre metidos en las estufas, donde se da la mayor evaporación de humedad hacia la cabeza, y en tres comidas diarias se acumula mucha materia indigesta. También se produce exceso de sangre cruda, corrupta y envenenada, que sin duda es la causa antecedente de esta enfermedad. Como que la sangre misma adquiere naturaleza pilosa..., pues en efecto, si se pinchan los pelos de la plica, sangran.
 Así se van enredando los pelos, formando cirros y pelotones por la viscosidad y densidad de la materia que, al rellenar los pelos, le produce retortijones, haciendo que se retuerzan y ensortijen… Tanto es así, que a veces ocurre que los mismos pelos, si caen al agua en regiones cálidas, se convierten en anguilas. Me contó un varón fidedigno, haber visto en las Indias de la Nueva España cómo, mientras bebían los caballos, las crines que caían al agua poco a poco se convertían en anguilas o culebras. Pues con más razón los pelos infectados de plica se convertirán, de tanta podredumbre.
Dicha materia mórbida, por su semejanza estructural pilosa, es arrastrada hacia los pelos, descargándose así de ella el cuerpo. Y por tratarse de materia grasa y aceitosa se genera caspa, piojos, suciedad, hedor, como corresponde a sustancia pútrida. Ahora bien, antes de formarse la plica propiamente dicha el cuerpo todo pierde fuerzas, se producen temblores, el color se demuda; todo ello por la agitación de materia. Y si los pelos se cortan a destiempo, sobrevienen oftalmías, dolores de huesos, convulsiones, bultos: todo ello porque la materia se retrae de los pelos y retorna a las partes internas. O sea que con el corte de pelo, lo que estaba tranquilo se irrita y altera, desplazándose a los ojos y demás órganos y miembros…»  

Plica polaca en forma de casco
Con mucho tino, el portugués compara la plica con la tiña, la relaciona con el desaseo, y para escándalo de muchos en aquel tiempo recomienda los baños, al menos uno al mes, bien tomados en edificios construidos en los estuarios, con personal preparado a la manera italiana y usando «detergentes tales como harina de habas, de cebada, de lentejas, salitre y jabón». A lo que añade (pág. 13):
«Lávese también incluso la cabeza con agua caliente, y cada mes córtese el cabello, bien de raíz o en corto, pues así el cerebro se purga mejor por los pelos y transpira mejor. Por eso están más expuestos a la plica los que se los dejan crecer en la cabeza o la barba, sin cortarlos nunca en la vida, ni peinarlos ni lavarlos, desde que nacen hasta que mueren, disuadidos por cierta superstición de que así se vuelven inmunes contra muchas enfermedades.» 
No vamos nosotros a leernos la consulta entera. De hecho, aquí dejamos que madure la plica hasta que se vea qué hacer de ella, si cortarla o conservarla de adorno o amuleto.
¿Vuelve la plica polaca?
Me he entretenido en estas noticias sobre una enfermedad supuestamente imaginaria, porque últimamente se vuelven a consultar, con tanta moda de rastas y pelambres, y el piojo invicto como nunca. Por otra parte, las pintas del Puchimontano, sobre todo cuando se presenta en público sin sombrero, recuerdan ciertas variantes de plica polaca. 
La plica polaca fue desahuciada de la Medicina para pasar a ser okupa de la Higiene. Y eso ocurrió en plena Ilustración, siglo de pelucas arquitectónicas fastuosas, que en Polonia a menudo se hacían de plica. Una de éstas debió de ponerse Maciej Szpunak, el polaco Abogado General del Tribunal de Justicia Europeo, cuando se le pidió su preceptivo parecer sobre una pregunta del Tribunal Supremo de España, no muy discreta por cierto. El alto Tribunal ha hecho suya en parte la ocurrencia del polaco, y el resultado es una plica de Sentencia que, en opinión de la profesora doña Araceli Mangas y otras personas sabias, va a traer una cascada de complicaciones colaterales.
Es maravilla que, hasta la consulta prejudicial/perjudicial del TS de la Nación Española, nadie, absolutamente nadie sabía cuál era la respuesta ‘verdadera’; y sólo desde que al señor Szpunar le entró el cosquilleo bajo su plica polaca, Europa entera se rasca liendres de todos los colores. El recorrido de todo esto ya se irá viendo. Por lo que a nos toca, el problema es Sánchez y su apetito de servir a España, le da igual asada que frita o en escabeche, con tal que sea para él en su mesa y plato particular.
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[1] En el Prólogo, el autor hace un repaso a la medicina de su tiempo y a las enfermedades nuevas (morbo gálico, escorbuto, sudor inglés etc.) y nada dice que cuadre a la plica.  En el texto tampoco veo observación alguna.
[2] De Tricis Incuborum.
Horridum quoddam, impexum, adeoque intricatum capitis atque barbae capillitium, apud nostros haud infrequens, caeterum veteribus cuiuscumque aetatis medicis incognitum, observare licet.
[...]
Europaeis aliis innotuisse hoc capillorum vitium nondum comperi: ut nec plerisque Germaniae partibus omnibus: Brisgois, Alsatis, Belgis, nonnullisque Rheni tractibus quasi endemium, & popello nostro notum est satis. Cives hic ipse novi supra triginta, quorum aliqui vel hodie quoque supersunt, hoc capillitio insignes. 
Vulgus Marenflecht, & Schrötlinszepff, quasi dicas Incuborum tricas seu cincinnos vocat, quod putet Incubos & Fannes noctu eosdem sugendo tractare. Alii Marenlöck vel Morenlöck, hoc est, scrofarum tricas, quod his similes a scrofarum collo dependentes observent, vocant. 
Ioan. Georgius Schenckius, Schencki F. Hagenoensis Medicus.
[3] Excelentes y Magníficos Señores, Amigos carísimos y de la mayor consideración.
Me ha movido a escribiros la novedad de una enfermedad, junto con la dificultad suma de curarla. Se trata de lo siguiente: 
Entre Hungría y la provincia de Pocutia, en la región montañosa fluvial que las separa, ocurría que a la mayoría de la gente les crecía uno o dos mechones de pelo tieso, enredado hacia adentro y apretado con el cabello inmediato, sin molestia alguna por entonces. Pero ahora se ha convertido en enfermedad grave y muy dolorosa, generalizada por todo el reino de Polonia. Rompe los huesos, suelta las articulaciones, infesta las vértebras, abulta y retuerce los miembros, hace a los pacientes jorobados, cría piojos que en generaciones sucesivas cubren toda la cabeza, imposibles de extirpar. 
Si los mechones tiesos se rapan, aquel humor y virus se reabsorbe en el cuerpo, para gran sufrimiento de los pacientes, como queda escrito. Afecta a la cabeza, los pies, manos, las articulaciones y coyunturas, el cuerpo todo. Se ha experimentado que los que se rasuraron dichos haces de pelos apretados padecieron de los ojos, o padecieron gravísimos flujos hacia otras partes del cuerpo…
Ataca muy mayormente a las mujeres, pero también a los varones propensos al mal francés. También a los hijos de infectados de dicho mal, y a los atacados de tiña, por efecto secundario de la medicación… Muy raramente algunos, tras varios años de padecer la enfermedad sin rasurarse la cabeza, aguantando estoicamente toda molestia, mal olor y suciedad, así como náusea casi intolerable, finalmente al caérseles aquellos cirros convalecieron, pero la inmensa mayoría se murieron.
Se han buscado y ensayado remedios varios, pero no se ha encontrado ninguno satisfactorio. Se ha investigado también la fuerza y naturaleza de la enfermedad y su causa, sin llegar tampoco a ningún resultado…
Espero vuestra humanísima respuesta, y si en lo dicho me he quedado corto o no he sabido expresar la fuerza del mal, pido a Vuestras Señorías Excmas. y Magníficas disculpen a este cultivador de otra especialidad. Esto es sólo un bosquejo de la enfermedad, cuyas interioridades examinarán y contemplarán mejor Vuestras Señorías con la agudeza de su ingenio. 
Que os vaya bien, es lo que deseo a VV. SS. excelentes y magníficas.
[4] Su sobrino Gabriel de Fonseca (h. 1586-1686) siguió sus pasos, pero pronto dejó Pisa para ejercer en Nápoles y Roma, médico de virreyes españoles, pero también de cardenales y papas, gente toda ella dispuesta a pagar bien por su salud y vida corporal, así se la vendiera un judío. Para todos era ‘el marranito portugués’, pero micer Fonseca tan campante catedrático de la Sapienza, la Universidad Pontificia Romana.

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Al Anónimo de medianoche:

En efecto, ha sonado la hora fatídica...
Manos en alto salgo y me entrego, <b>Grumete</b>.
Gracias, un fuerte abrazo.