lunes, 16 de mayo de 2016

«Matadlos a todos»: el embrujo de la guerra santa


Meditaciones en Poblet (2)
Caballería cruzada (*)

El monasterio de Poblet ha tenido la fortuna de regalarse un historiador digno de tal monumento. La Història de Poblet, del padre Agustí Altisent (1923-2004), es un archivo de información y juicio ponderado, una de mis guías de confianza en estas meditaciones [1].
Según este religioso, Poblet en el siglo XII de su arranque no tuvo brillo ninguno ni personalidad de relieve. «Sólo podemos citar, en este sentido, al abad Esteban I (1160-1166), que dejó el abadiato para ceñir la mitra de Huesca…, y a su sucesor el abad Hugo  (1166-1181), el que gobernó más años y encaminó el futuro territorial de Poblet en sus inicios...» [2].
Nadie sospecharía, según eso, que de allí a pocos años este rincón del mundo, a finales del mismo siglo (1196-1198) tuvo como abad a uno de los nombres más oídos de la Historia de la Iglesia, como autor de una de las frases citables más citada. Me estoy refiriendo al inquisidor Arnaldo o Arnaute Amalrico (Arnaud Amaury), abad del Císter y arzobispo de Narbona, del que poca gente conoce su paso por Poblet. Pues sí. De aquí salió el abad Arnaute promovido al abadiato de Granselva, en Francia, sólo como trampolín para ser nada menos que abad de Citeaux, la Casa madre de la orden, y por ende Abad general del Císter (1202-1212).
La Història de Poblet sólo le cita de pasada; pero por las fuentes históricas se ve que a este hombre debió de quedarle poco tiempo para lo contemplativo. Lo suyo fue la acción, incluida la acción bélica, que tanto había ocupado también al fundador y maestro Bernardo de Claraval.
Ya en vida de san Bernardo (1090-1153), pululaban por varios puntos de Europa, y de modo especial en Occitania oriental  o Lenguadoc y en Provenza, diversas sectas, más o menos herederas del dualismo maniqueo, junto con otras ajenas a esa doctrina, pero todas con un denominador común frente a la Iglesia: despreciaban su autoridad, jerarquía y sacerdocio. La más organizada e insidiosa fue la de los cátaros, llamados albigenses por referencia a la ciudad de Albi, en Lenguadoc.
Inocencio III, Siervo de los siervos de Dios
Contra estos herejes se montan campañas de inquisición. Dirigidas en principio por los obispos locales,  con asistencia de  abades cistercienses, eran un híbrido entre misiones y cacerías, tan aparatosas como sin provecho. El colmo fue el asesinato del legado papal para la campaña, el inquisidor cisterciense Pedro de Castelnau (enero de 1208). A partir de ahí, Inocencio III declara la guerra santa a modo de ‘cruzada’ contra aquellas tierras. Esta fue la primera Cruzada albigense (1209-1212). El director en jefe de la misma fue el Abad del Císter, o sea nuestro ex abad de Poblet, Arnaute Amalrico.
El carácter de ‘cruzada’ contra unas tierras de cristianos, gobernadas por señores feudales que se declaraban católicos, era cosa nueva y bien extraña. La guerra ya no era sólo contra los eventuales herejes, sino contra los grandes señores que supuestamente les protegían y encubrían. El principal era el conde Raimundo VI de Tolosa, sospechoso del asesinato, seguido de su sobrino Ramón Roger Trencavel, vizconde de Carcasona, Béziers y Albi. El caso interesaba también al rey de Aragón Pedro II el ‘Católico’, por sus posesiones en la zona y por su relación feudal y familiar con el Conde de Tolosa.
Los ‘cruzados’, por su parte, no sólo ganaban la indulgencia plenaria por sus pecados, sino que se daban por  invitados a repartirse las tierras de los vencidos, como vasallos de la Iglesia. El efecto ‘llamada’ fue inmediato. El rey de Francia Felipe Augusto no quiso saber nada, pero era una ocasión calva para señores, infanzones y aventureros de su reino, codiciosos de las regiones y ciudades prósperas del Mediodía. Entre todos se señaló el normando Simón IV de Montfort, el ‘Fuerte’ (h. 1168-1218), ultra-católico insaciable y feroz en aquella guerra confusa, donde los sureños luchaban por su vida, nobles junto a burgueses, y plebeyos, curas y demás clero bajo junto a laicos, sin distinción de credo religioso. Montfort lucía además el prestigio de haber vuelto de Tierra Santa.
Raimundo de Tolosa trató de hacer causa común con su pariente de Carcasona, pero al no haber acuerdo negoció con el abad Arnaute cantar la palinodia, en un acto penitencial de lo más bochornoso. Error fatal del conde, pues sólo ganaba tiempo, mientras el astuto abad daba cuenta del Trencavel. También éste hace protesta de catolicismo y quiere negociar la paz, pero ya es tarde, la guerra es la guerra. Así el primer objetivo de la cruzada será Béziers. La ciudad estaba bien guarnecida y abastecida, pero dejada a su suerte, porque su señor, con lo mejor de su milicia, prefiere enrocarse en Carcasona.
Béziers, la antiquísima Beterra, con el Puente Viejo sobre el Orb y catedral de S. Nazario

La jornada de Béziers fue espantosa (21 de julio 2009). Allí se había refugiado una multitud de hasta 100.000 almas o más. El obispo de la ciudad, don Reginaldo, que se hallaba fuera con los cruzados, desea naturalmente salvarla y consigue de Arnaute garantía plena, si los sitiados entregan a los herejes. El propio abad tenía formada una lista de los principales. Con ella en la mano, entra el obispo y en su catedral de San Nazario ofrece las condiciones. Oigamos al historiador H. Ch. Lea [3]:  
«Nada más moderado, desde el punto de vista cruzado; pero cuando el obispo entró en la ciudad a proponer la condición, el rechazo fue unánime. Los lazos de ciudadanía entre católicos y cátaros eran a prueba de traición mutua. Antes se defenderían, aunque tuviesen que comerse a sus hijos. Tal respuesta inesperada sacó de quicio al legado, que juró arrasar la ciudad a hierro y fuego, sin perdonar a edad ni a sexo, hasta no dejar piedra sobre piedra.»
No se figuraba nuestro ex abad de Poblet que su amenaza iba a ser profecía inmediata, y de forma tan sorprendente que él mismo se la contaba al papa Inocencio como cosa de milagro [4]:
«Mientras se trataba con los barones sobre cómo liberar a los que en la ciudad se tenían por católicos, los ribaldos y otra gente vil y desarmada, sin esperar a la orden de los capitanes, dieron el asalto, y ante la sorpresa de los nuestros, a gritos de ¡alarma, alarma!, en espacio de dos o tres horas cruzan el foso, escalan la muralla y toman Béziers. Entonces los nuestros, sin perdonar a estado, sexo ni edad, a filo de espada mataron a unas 20.000 personas. A la grandísima carnicería de enemigos siguió el saqueo y la quema de la ciudad entera, cebándose en ella de forma admirable la venganza divina (ultione divina in eam mirabiliter saeviente).»  
Notemos cómo el legado invierte la situación: «liberar a los católicos» implicaba que eran rehenes de los herejes en mayoría y dueños de la ciudad. En cuyo caso, mal podían entregar a éstos, y toda la historia del obispo mediador se viene abajo.
Pero no sería esa la única distorsión en la versión de Arnaute, también calla algo muy notable que ocurrió aquel día, si hacemos caso a su cofrade cisterciense y contemporáneo Cesario de Heisterbach [5]. Según éste, una vez tomada la ciudad,
«entendiendo los asaltantes, por las confesiones de los sitiados, que allí andaban mezclados católicos con herejes, preguntan al Abad:
–Señor, ¿qué hacemos? Imposible distinguir entre buenos y malos.
Sospechando, tanto el Abad como los demás, que algunos se fingían católicos por miedo de morir, dispuestos a tornar a la perfidia en cuanto ellos se retirasen, se dice que dijo:
Matadlos, que el Señor ya sabe quiénes son suyos.
Así fue incontable la matanza en aquella ciudad.»
Alguno dirá: «Vaya, vaya, otro que repite la fábula de Béziers. ¿No sabe Belosticalle que la frase de marras es apócrifa? Ni uno sólo de los cronistas contemporáneos de aquella guerra la menciona. Y Cesario habla de oídas (ut fertur).»
Sí, señores. Yo también soy escéptico de las frases célebres, más ingeniosas que auténticas por lo general, aunque puedan ser interesantes también como posibles pistas de interpretación histórica. De esta frase en concreto, sé que muchos católicos (como el ex protestante Hurter) expresaron el pío deseo de que el abad nunca dijo tal cosa; otros pasan de puntillas sin mentar la anécdota, o mencionándola, consideran de mal gusto citar la respuesta; y alguno (como Victor Canet, que tampoco la cita) atribuye su invención «a un escritor alemán del siglo XVI» [6]. Lo que ya no sé es si alguien ha propuesto otra interpretación no menos ingeniosa: que en efecto, hubo pregunta, y que el abad respondió, pero con la distancia y el barullo se le entendió mal, y así pasó lo que pasó, sin culpa de nadie.
Me he permitido ironizar sobre el escrúpulo, porque ante la sustancia del hecho bélico en sí, la eventual salida de tono de un señor abad enfadado es lo de menos. Cognovit Dominus qui sunt eius, es una cita bíblica [7], muy para boca de un mariscal de campo eclesiástico, razonando que no hay cuartel. Una guinda de adorno retórico para una tragedia «sin paralelo en la historia europea» (sic, H. Ch. Lea):
«Desde los niños en brazos a los viejos caducos, nadie se libró. Sólo en la iglesia de la Magdalena fueron degollados 7.000, y el número total de muertos los legados lo rebajarán a unos 20.000, cifra más probable que los 60 o 100 mil que exageran algunos cronistas.»
Para los ‘cruzados’ aquello fue un milagro del cielo. Pero no el único. Aunque en su furia insensata los asaltantes había inutilizado los molinos, el pan lejos de faltar abundó baratísimo. Y otra cosa más: los agoreros observadores de signos notaron que en toda aquella jornada no se vió en el cielo ni un buitre ni un cuervo al banquete. Aquellos cadáveres heréticos eran incomibles.
Estos ‘milagros’ los cuentan los cronistas de época. Los mismos que callan la frase famosa. Si el argumento a silentio la convierte en apócrifa, ¿fueron auténticos los milagros? ¿será más creíble la multiplicación maravillosa del pan, en una ciudad tan bien abastecida y preparada para un asedio?
En fin, contemporáneo riguroso de sí mismo fue el propio abad Arnaute, que como legado en jefe en la cruzada da cuenta al papa de la masacre de Béziers con sus 20.000 habitantes y refugiados muertos. En su relato, él tampoco menciona haber dicho lo de «matadlos a todos», ni siquiera la cita de San Pablo; pero no tiene empacho en atribuir la más que probable traición, matanza y ruina de la ciudad, a «venganza divina que se ensañó contra ella de forma admirable».  Digamos que Dios ordenó la degollina, y Dios mismo se encargó de reconocer a los suyos.
Arnaute Amalrico (?)
Notemos el énfasis que pone nuestro Arnaute en convencer al papa de que aquello fue cosa de Dios. El asalto a una ciudad, por otra parte inexpugnable como Béziers, no lo realizó la milicia regular de los cruzados. El instrumento de la venganza divina fueron los ribaldos, como él dice, o como los llama Cesario, los satélites. Eran la «gentuza inerme», infantería de apoyo que seguía a los ejércitos, por el pillaje más que nada. Noticia tan asombrosa de cómo Bèziers cayó de modo nada honorable para el estamento militar, por iniciativa de ribaldos «ante el estupor de los nuestros», hace pensar en una traición.
A Béziers le sigue en su caída Carcasona, donde el vizconde cae prisionero y muere poco después. El abad Arnaute convoca a los jefes para el reparto de feudos y la elección del gran señor de todo el territorio conquistado. Aquí hay que decir en honor a la verdad que algunos cruzados rehusaron diciendo que ellos habían venido a combatir la herejía, no a apoderarse de lo que no era suyo. Finalmente la elección recae sobre Simón de Montfort, que aceptó con mucho gusto, inaugurando un gobierno que hoy diríamos integrista en lo religioso. Así se ganó el favor de la Iglesia, pero no el de muchos compañeros de armas, que cubierto su compromiso de 40 días de cruzada se despidieron dejándole prácticamente solo. Con apoyo del abad Arnaute, ahora ya tenía las manos libres para despojar al Conde de Tolosa. Predicada nueva cruzada, pronto acuden refuerzos de Francia, Alemania, Lombardía y hasta Eslovenia.

Poblet: Sala capitular con tumbas abaciales
 
En Poblet, ante las tumbas de abades en el atrio y sala capitular, me acordé mucho del que aquí fue el  abad Arnaute I. ¿Qué fue del inquisidor y cruzado contra los albigenses? Aunque en esta misión fracasó como los demás abades de la nueva orden, su protector el papa Inocencio III le premió con la mitra arzobispal de Narbona, en 1212. Curiosamente, la vacante se produjo al morir Berenguer de Barcelona (1191-1212), hijo del Conde Ramón Berenguer IV, el fundador de Poblet. Y lo que es el mundo: a partir de ahí se rompe la amistad de conveniencia entre nuestro Arnaute y su gran capitán Simón de Montfort, porque éste en su inmensa ambición no reconoció el señorío temporal de aquella mitra.
Dispensado de sus votos monásticos, el buen Arnaute ya puede empuñar las armas y capitanear su propia hueste. Su vocación guerrera no irá solo contra Simón. Aquel mismo año, en el verano, el flamante arzobispo se presenta de punta en blanco con su tropa en las Navas de Tolosa (16 de julio), donde toma a los almohades un estandarte que envía como obsequio y gratitud al Papa, para que lo coloque en San Pedro. En esta batalla se lució también lo suyo el rey de Aragón Pedro II el ‘Católico’.
De vuelta a su país, el arzobispo ni se quita la armadura, pues por deseo de la Iglesia y de nuevo como legado papal ha de combatir junto a Simón de Montfort, para acabar con el solapado Raimundo de Tolosa. Aquí volverá a ver al rey de Aragón, pero esta vez muerto. Pedro el Católico, que acudía en socorro del conde su cuñado, cae de la manera más tonta en la batalla de Muret (12 de septiembre 2013). El rey tenía dispuesto ser enterrado en Poblet, pero su cadáver fue llevado a Sigena (Huesca), a las monjas sanjuanistas, monasterio fundado por su madre doña Sancha. En esta mudanza, según Altasent, no parece que tuvo que ver nada el ex inquisidor y ex abad de Poblet Arnaute, pues D. Pedro siempre protegió este monasterio, y tampoco hubo entre ellos motivos personales.
Simón de Montfort
en una vidriera de Chartres

(Wikipedia)
«Desde entonces Simón de Montfort se tituló: “Por la gracia de Dios, Conde de Tolosa, Vizconde de Béziers y de Carcasona, y Duque de Narbona, menospreciando así los derechos del que fuera su amigo, Arnaute del Císter, que pretendía este último título.» [8]
La primavera siguiente, el papa convoca el IV Concilio de Letrán, a celebrarse en noviembre de 2015. Un prelado como Arnaute no se permitió faltar a aquel evento tan cargado de sustancia doctrinal, pero también política, incluida nueva cruzada y guerra santa. También estuvieron el conde Raimundo de Tolosa y su hijo, a reclamar sus derechos contra el depredador Simón de Montfort. El que no acudió al concilio fue el propio Simón, que se hizo representar por un hermano suyo en compañía de otros delegados. Muchos cardenales y obispos se pusieron de parte del conde de Tolosa. Sin derroche de agudeza mental, adivinamos que entre ellos estuvo el señor arzobispo de Narbona. En efecto, Arnaute se volcó, primero contra el obispo de Tolosa don Fulco, enemigo declarado del «conde-hereje», para luego afear la ambición del de Montfort, si lo sabría él, despojado del ducado en su propia archidiócesis. [9]
Pero toda su elocuencia no convenció a los obispos del Mediodía, entusiasmados con el programa ultra católico de Simón. Tuvo, pues, Arnaute la amargura de ver cómo, por mayoría, todo un Concilio ecuménico de la Santa Iglesia concedía a su enemigo todo el territorio conquistado por los cruzados anti-albigenses, incluida Tolosa y Montauban. Otras posesiones de Raimundo en Provenza quedaban secuestradas por la Iglesia bajo administración, hasta la mayoría de edad de su hijo único, para serle restituidas en parte o en todo, si se mostraba digno. «Un decreto que superaba en audacia posiblemente todo lo que un Gregorio VII pudo jamás imaginar. Un expolio general en toda regla…, a beneficio de hipócritas más interesados en sus dominios que en sus creencias». Lo suscribe el historiador benedictino dom Henri Leclercq, citando a sus correligionarios autores de la Historia General de Languedoc [10].
Es tema para meditar, la deformación moral que revelan ciertos personajes. Arnaute Amalrico quedará por siempre ligado a la frase que tal vez no pronunció, pero da lo mismo, si dejó su interpretación escrita y firmada por él de los hechos. Unos hechos que inspiraron a un trovador –Bernart Sicart de Marjevols– el serventesio que comienza así: Ab greu cossire / fau serventes cozen (Con grave pesar /hago un serventesio amargo)[11].
No era una evocación tardía y retórica, sino explosión de rabia impotente ante cenizas humeantes de un incendio donde tanta culpa tuvo la hipocresía de las órdenes religiosas de todo pelaje. La invocación final al Rey de Aragón, fija la fecha del poema en 1212/1213, antes de la muerte de Pedro II en Muret.


Ai! Tolosa e Proensa,
e la terra d’Agensa,
Bezers e Carcassey:
Quo vos vi e quo us vey!
   Cavallairia,
Hospitals ni maizos,
Ordes que sia
no m’es plazens ni bos:
ab grans bauzia
los truep et orgulhos,
ab simonia,
ab grans possessios:

Ja non era apellatz
qui non a grans rictatz
o bonas heretatz;
aquelhs an l’aondansa
e la gran benanansa;
enjans e traicios
es lor confessios.
Rey d’Aragon, si us platz,
per vos serai honratz.
¡Ay! Tolosa y Provenza
Y la tierra de Agén,
Béziers y Carcasona:
¡quién os vió y quién os ve!

   Caballería,
Hospital ni conventos,
   órdenes cualesquiera,
no me plaz ni son buenas,
    con su trapacería,
trampas y altanería,
    con simonía,
con grandes posesiones:

Ya ni se mienta
al que no tiene cuenta
o buenas heredades;
ellos han abundancia
y grande bienandanza;
engaños y traición
es su religión.

Rey de Aragón, si os place,
por vos eso honra me hace


Arnaute Amalrico falleció en la abadía cisterciense de Fontfroide (1225) y fue sepultado en el Císter. No consta si el Señor le reconoció como suyo.  ________________________________________
[1] A. Altisent, Història de Poblet, Abadia de Poblet, 1974.
[2] O. cit., pág. 77.
[3] Henry Charles Lea, A history of the Inquisition in the Middle Age, 1: 154.
[4] Arnaute Amalrico al papa Inocencio III; en Emil Reich,  Select Documents Illustrating Mediaeval and Modern History.  págs 179-180, con refs. (La Carta del abad Arnaute, en  Baluze, Inoc. III epist., vol 2, 373 ss. Paris 1682):  …….Documents. :
Dum tractaretur cum baronibus de liberatione illorum qui in civitate ipsa catholici censebantur, ribaldi et alii viles et inermes personae, non expectato mandato principum, in civitatem fecerunt insultum; et mirantibus nostris, cum clamaretur ad arma, ad arma!, quasi sub duarum vel trium horarum spatio transcensis fossatis ac muro capta est civitas Biterrensis, nostrique non paarcentes ordini, sexui vel aetati, fere viginti milia hominum in ore gladii peremerunt; facta hostium strage permaxima, spoliata est tota civitas succensa, ultione divina in eam mirabiliter saeviente.
[5] Cesario de Heisterbach, Diálogo de los milagros, Dist. 5 (De Daemonibus), 21 (De haeresi Albiensium). Ed. J. Strange (Caesarii Heisterbacensis monachi, ord. Cisterc., Dialogus miraculorum, vol. 1 (Coloniae, Bonnae et Bruxellis, 1851) pág. 300-303. También en E. Reich, Documents… págs. 180-181.
Dixerunt Abbati: “Quis facimus, domine? Non possumus discernere inter bonos et malos”. Timens tam Abbas quam reliqui… fertur dixisse: “Caedite eos. Novit enim Dominus qui sunt eius”. Sicque innumerabiles occisi sunt in civitate illa.
Recientemente Pello Salaburu, ex rector de la UPV, evocaba el “Matadlos a todos” en un artículo, ‘¿Por qué nos matamos unos a otros?’
[6] Friedrich von Hurter, Geschichte Papst Innocenz des Dritten und seiner Zeitgenossen, 2 vols. Hamburg., 1833-1835; 3ª ed. en 4 vols., 1841-1844. Aquí, 2: 331 y 709-711. Recapitulando las relaciones de Inocencio III con la guerra albigense, dice que aunque en parte se atropellaron los principios de humanidad y derecho, y lo que empezó como guerra religiosa se convirtió en guerra de conquista, con todo el papa no tuvo culpa, ya que su único objetivo era extirpar la herejía. Victor Canet, Simón de Montfort et la Croisade contre les Albigeois. Desclée, De Brouwer & Cie., s. a., pág. 122.
[7] De san Pablo, 2 Timoteo, 2: 19.
[8] Hefele-Leclercq, Histoire des Conciles, Paris, 1913, t. 5, 2ª parte, págs. 1302-1303.
[9] Hefele-Leclercq, o. cit., págs. 1395-1396.
En estas aventuras se vieron implicados casualmente dos viajeros castellanos, el obispo del Burgo de Osma don Diego de Azevedo y uno de sus canónigos, Domingo de Guzmán. Fue el origen de la orden nueva de los frailes Predicadores, como también de su implicación en la Inquisición nuevamente constituida. V. 'Domingo, santo gris en blanco y negro' (1) y (3). En el Concilio de Letrán presenta en sociedad santo Domingo su proyecto de orden mendicante. Un concilio que, por otra parte, prohibía la fundación de nuevas órdenes religiosas, como fueron los frailes menores de Francisco de Asís y los predicadores o dominicos.
[10] Hefele-Leclercq, o. cit, pág. 1396.
[11] Raynouard, Choix des poésies originales des troubadours. Paris, Didot, 1819, 4: 191-193.
Histoire Littéraire de la France, t. 17. Paris, 1832, págs. 590-593.


Imagen en cabecera: F. Mosley, cubierta para 
‘Los monjes de la guerra - Las órdenes militares’ de D. Seward (Folio, 2000)