miércoles, 20 de enero de 2016

Simeón y su larga escuela


(Conclusión de ‘San Simeón Estilita’)
Los dos Simeones, el Viejo y el Joven

A todo esto, poco dije del propio Simeón. Y habiendo prometido hablar de él, bueno será tenerlo de cara porque,  persona bonísima, fue de esos santos irascibles, no por vicio capital sino por temperamento colérico, según sus hagiógrafos.
Su historia contada por Teodoreto se encaja en todo un retablo de santones sirios, más algunas ascetas femeninas de menor relieve.
«Figuras casi todas de baja extracción, cuya vocación monástica pudo ser también rechazo de un mundo socialmente ingrato. A menudo son personas desaseadas e incultas, y los hubo que, consagrados desde muy niños, jamás conocieron otra forma de vida. El maestro de Simeón, Heliodoro el Admirable, encerrado en el convento ¡desde los tres años!, se jactaba de no haber visto en su vida un gallo o un puerco…» [1]
Simeón no fue de los que se hacían monjes huyendo de la miseria, pues desde niño tuvo a su cargo el rebaño familiar y a la muerte de sus padres hereda fortuna. No se sabe si entendía el griego y bien pudo ser analfabeto. Su formación religiosa no pasó de rudimentaria. Su idea del ascetismo fue torturarse sin límite, imitando y superando en lo posible a los modelos de la devoción popular. Lo más parecido a lo suyo era el atletismo, y no porque yo lo diga, que jamás me atrevería. Teodoreto mismo, que designa el monasterio como palestra,  llama a su héroe ‘sufridor pentatleta’. Pentatlón a lo divino, pero sobre la misma base de sufrimiento físico que el deporte olímpico. Simeón fue un  campeón sufridor toda la primera mitad del siglo V, hasta su muerte en 459.
‘Atletas’ fue la palabra griega aceptada incluso en arameo y siríaco para designar a los mártires. Ahora que no hay mártires, ni más persecuciones que las de cristianos entre sí o contra un paganismo vestigial, los monjes hacen propaganda de sí mismos y su vida sacrificada, como ‘el nuevo martirio’ y atletismo. Y así como hubo mártires decapitados, desmembrados, crucificados, asaeteados, asados y torturados de cien modos, también el nuevo martirio atlético se especializa. Continencia y abstinencia son cosa elemental, ejercicios de calentamiento. La auténtica carrera atlética puede elegir entre la privación de alimento (ayuno) o de sueño (agripnia) [2]. Tuvo su moda también el emparedamiento (inmuratio), la  estación vertical (estasis), de pie sin apoyo, etc. Los propios monjes, pagados de su esfuerzo –o a lo menos del de sus colegas campeones, como ocurre entre seguidores deportivos–, se jactan de su martirio como más duro que el de los antiguos mártires, que despachaban pronto, mientras que ellos agonizan toda la vida.
Este orgullo, junto con su inconformismo social, les lleva a erigirse en grupos de presión y choque si alguien les sabe manejar, arremetiendo contra lo que no les gusta: ermitas paganas o sinagogas judías,  supersticiones, juegos y espectáculos; o contra monjes rivales (véase el alegato de Libanio al respecto). También tomando partido en disputas religiosas, que ni entienden, y en debates de concilios para intimidar a la minoría disidente.
Por supuesto, hubo núcleos monásticos cultos, y exponente de ello es el propio Teodoreto. El citado jesuita Delehaye, no sin cierta malicia, propone una pista orientativa: los nombres sirios y semíticos en general serían más bien de palurdos, y los griegos de gente educada. (Aquí funciona: Simeón es nombre semita, Teodoreto es griego.)
Junto a las historias tremendas de reclusos y reclusas, voluntarios sepultados en vida, hay otras de exhibicionismo en vivo y en directo. Algunas parecen inspiradas en los tormentos del infierno mitológico. Así, en la historia 28ª de Teodoreto topamos con Teleleo, un hombrachón que se inventa una jaula en forma de tambor entre dos ruedas de carro, colgada de un patíbulo, y allí se mantiene quieto diez años, las rodillas clavadas en el mentón, en posición fetal. Un hueso a repartir entre la hagiografía y la psiquiatría.
A este género aparatoso pertenecen las historias de estilitas, empezando por el primero en la serie oficial, Simeón el Viejo, o el Grande (h. 388- 459), famoso por haber vivido sus últimos casi 40 años encaramado en lo alto de una columna o pilar. He aquí su presentación por Teodoreto:
«Al célebre Simeón, la gran maravilla del mundo, le conocen todos los súbditos del Imperio Romano [= Bizantino], pero también los persas, medos y etíopes, y hasta los nómadas escitas ha corrido su fama... Y aunque tengo como testigo como quien dice a la humanidad entera, todavía me preocupa que mi relato pueda parecer a los hombres del mañana una novela. Aquí están pasando cosas que superan a la naturaleza humana…»
La reserva no era ociosa. Simeón andaba en boca de todos, pero no todo el mundo le tomaba en serio. Teodoreto se expresa como un entusiasta para entusiastas, y lo mismo cuando describe la marea humana:
«A su fama acude gente de todas partes, semejando los caminos ríos confluentes en aquel mar humano. Y no sólo de nuestro estado, también ismaelitas, persas, armenios súbditos de Persia, iberos (de Georgia), homeritas y de más lejos. También muchos del lejano oeste: hispanos, bretones y galos, por no citar a italianos. Dicen que en Roma la Grande es tan famoso este hombre, que en todos los pórticos de los foros tiene pequeñas imágenes, como amuletos protectores»
Simeón en su atalaya
A todo esto, Simeón no debutó como estilita, sino a ras de suelo. Expulsado de su monasterio (por celos profesionales de unos colegas ‘atletas’ peor dotados), en 412 es recibido en otro convento, unas 15 leguas al E. de Antioquía, al pie de Telenisa. «¡Regalo del cielo!», se frotaba las manos el abad. Y cuando el recién llegado solicita vivir aparte en lo alto de la colina, en un recinto murado, el buen superior accede al capricho de un asceta tan prometedor y tan maloliente.
Una vez instalado allí, como en un corral cercado por un muro o barda –la mandra–  , el santo se ancló a una gran piedra por el tobillo derecho con una cadena de hierro, consistiendo su ejercicio en procurar mantenerse de pie y despierto el mayor tiempo posible durante cuaresmas enteras de ayuno. La gente, obviamente, acude al espectáculo. Alguien le persuade para no dar que decir con aquel amarre. Un herrero rompe la argolla, y se le retira un manguito protector de cuero entre el hierro y la piel. Pues bien,
«al desgarrar el cuero cosido… aparecieron más de veinte chinches gordas escondidos debajo. Menciono el detalle –explica el biógrafo– como nueva muestra de la resistencia de este hombre, que pudiendo pellizcar el cuero con la mano y aplastar las chinches sin dificultad, prefirió aguantar sus picaduras molestas, amigo de entrenarse en lo pequeño para mayores combates.»

¿Estaba ya allí la columna esperando al héroe? No, según Teodoreto, pero vaya usted a saber. Según él, los devotos se agolpaban para tocar el nuevo santo y arrancarle jirones de la pelliza. La barda no basta para proteger a Simón que,
«molesto por ello, discurre subirse a lo alto de una columna. Primeramente mandó labrarla de 6 codos, luego de 12, más adelante de 22 codos, y en la actualidad mide 36. Porque aspira a volar al cielo y alejarse de esta vida terrenal.»
Tal explicación es poco convincente y no se ve confirmada en otros documentos . El propio Teodoreto da pie a la duda cuando añade, a la defensiva:
«Yo supongo que esta situación no se ha producido sin plan divino. Y así a los que critican les recomiendo refrenar la lengua y no hablar por hablar… La novedad del espectáculo garantiza la enseñanza, y el que viene por curiosidad se va instruido en las cosas de Dios… Tal es el beneficio de esta columna denostada por lo burlones…»
En vidas de santos se repite mucho la misma historia del acoso de los devotos, y siempre lo lógico es la retirada a un escondite. A ninguno se le ocurre plantar una columna. De hecho, la Vida de San Simeón en siríaco no da esa razón, y más que la columna en sí, al biógrafo le interesa dar la lista de milagros que iban asentando la fama del estilita.
La devoción popular funciona así. Lo que se buscaba en los santones no eran sus extravagancias, sino la solución de problemas. Sin curaciones, sin embarazos, sin lluvia, buenaventura, profecías cumplidas, el espectáculo cansa pronto. Taumaturgos a ras de tierra los había por todas partes. El salto a la fama –que tampoco sería mundial de la noche a la mañana– se explica mejor suponiendo que la columna era el reclamo, la seña de identidad. Escuchada la cuita, el santo pasaba a hacer su verdadero trabajo: sembrar el bien en las almas.
En toda Siria, lo que sobraban eran columnas, como en todas partes del mundo grecorromano. ¿Por qué tenía que faltar una en un altozano conocido como Telaniso, la ‘Colina de las Mujeres’? [3]  Nombre sugerente para un santuario pagano de culto femenino, orgiástico, en torno a un pilar fálico. Lugar que Simeón ocupa y cristianiza.
Esto explicaría también la conveniencia de retocar aquel sustentáculo, que en principio medía unos 2,7 m. de altura solamente. Lo suficiente para dejarse ver por encima de la cerca, sin que el público invadiese el recinto de la mandra [4].
La reforma afectaría sobre todo al extremo superior, no sólo por obsceno (si era un falo) sino por impracticable. La tradición hablará del ‘moyo’ (modio), representado en lo iconos como una oquedad en el lugar del capitel, donde se instala el estilita. Su vista nos recuerda el ‘nido’ del estilóbata de la diosa Atargatis, según Luciano.
Aparcando, pues, de momento a Teodoreto, la Vida siríaca (escrita en 473, fresca todavía la memoria) dice que Simeón, con permiso del abad, se instaló en un sombrajo sobre un pilar de poca altura. Allí viene a visitarle la celebridad, y es entonces cuando el santón tiene la humorada de ir elevando su columna, bien para estar cada vez más cerca de Dios, o simplemente, al aumentar el gentío, para ser visto más de lejos.
La misma Vida dice que el último deseo de Simeón fue tener un pilar de 30 codos (unos 13,3 metros), todo  de una pieza, pero no se pudo hacer. Perplejo el santo, se conformará con otro de 40 codos (cerca de 18 m), con el fuste partido en tres tambores iguales, en honor de la Santa Trinidad. De éste sería la base conservada, muy maltratada. El resto, dicen, se fue en reliquias o recuerdos de viaje.
Los primeros testimonios escritos y gráficos se refieren a una columna o pilar macizo, con el santo a la intemperie sin bajar nunca de allí, accesible mediante una escalera de mano de quita y pon. Otros en cambio figuran una columna hueca, a modo de torre con aspilleras correspondientes a un husillo o escalera de caracol. Allí se ofreció Simeón el Grande en espectáculo, con horario de visitas (masculinas) y tiempo dedicado a devociones. La más aparatosa, una especie de reverencia o metánia repetida indefinidamente, muy de estilo oriental, pero que en su caso excede lo creíble. Volvamos con Teodoreto:
«Para mí, lo más admirable es su aguante. Noche y día se tiene en pie a vista de todos... , espectáculo nuevo y sorprendente, una veces quieto largo tiempo, otras encorvándose con agilidad en adoración a Dios. En cada inclinación, su frente se acerca a las puntas de sus pies. Esa facilidad del espinazo para encorvarse se explica porque el estómago sólo recibe alimento, y ese escaso, una vez por semana. Muchos del público incluso van contando a coro sus inclinaciones. Uno de mis acompañantes contó hasta 1.244 seguidas, cuando distraído perdió la cuenta.»
Claro que, humano al fin, pagó tributo a la flaqueza del cuerpo, contrayendo un edema espantoso de pies y piernas, hasta reventarle una úlcera supurante crónica, pero que no le hizo desistir de «su filosofía».
A cierto visitante le sucedió como a nosotros, que expresó dudas sobre la naturaleza humana o incorpórea de semejante visión. El santo hizo arrimar la escalera e invitó al curioso impertinente a subir a la columna y comprobar por sí mismo a ojo y al tacto el estado deplorable de aquel cuerpo maltratado, pero también le hizo demostración de que comía. En fin:
«En las fiestas principales ejecuta otro alarde de resistencia física. De sol a sol, toda la vigilia nocturna la pasa a pie firme y con los brazos levantados al cielo, ni tentado de sueño ni vencido de fatiga.»
Esto en cuanto al ‘pentatlón’. Pero todo este aparato y su propaganda era sólo el reclamo para lo más importante. Desde su columna, el estilita pasa de lo privado a lo público, metiéndose en política religiosa y civil como un profeta. Dicta cartas que envía a grandes de la tierra en Oriente y Occidente. Entre sus corresponsales se recuerda a Santa Genoveva, la amable protectora de París. Teleniso es un oráculo mundial.
De hecho, Simeón se convierte en personaje cuando la Corte imperial toma cartas en el fenómeno y decide instrumentalizar al santón excéntrico y la institución que se ve venir, pues un discípulo, un tal Daniel, ya se entrena y se postula para sucederle.
Es la época de la controversia agria sobre la naturaleza única o doble de Cristo. Lo más alambicado de la teología bizantina coincide con el personalismo y la bandería. No se dice, «creo en esto, creo en lo otro» , sino, «creo con Cirilo; creo contra Nestorio».  La bandera de la ortodoxia la tiene el Concilio de Calcedonia (451), convocado por el emperador Marciano ante la desazón de León, el papa de Roma, que ve venir nueva herejía. Los disidentes de Calcedonia forman el bloque de iglesias monofisitas. Ambos bandos se disputan a Simeón y ponen en circulación cartas a su nombre. Se decía, por ejemplo, que Teodoreto con su visita y zalemas al santo traía la misión de atraerle al partido imperial, o de Calcedonia.
Qalat Samân - Basílica cuádruple y Martyrion central 
La muerte del primer estilita oficial fue una apoteosis. De inmediato, la Iglesia y la Corte del emperador Zenón toman medidas para la erección de un monumento colosal, el mayor templo de la cristiandad, cuyas ruinas todavía nos dejan pasmados. Cuatro basílicas en cruz griega convergen en un octógono llamado el ‘martirio’, porque en su centro se levanta lo poco que queda de la famosa columna. Todo ello en un complejo monástico sobre una terraza con vista espléndida al río Orontes y al Líbano septentrional.


El complejo de Qalat Semán (Alcalá de Simeón), cuya ruina actual debe ser comparada con su descripción en los Edificios de Procopio,  guarda misterios. En especial, todavía se discute si el martirio octogonal del crucero tuvo o no bóveda u otro tipo de cubierta, o si ex profeso se dejó a la intemperie, tal como estuvo la mandra con la columna del Santo.

Los epígonos estilitas
Hemos citado al primero de ellos, san Daniel (409-493), asceta duro pero moderado. Establecido en Constantinopla, fue en cierto modo el primer estilita cortesano, aunque con buen acuerdo evitó mezclarse en la política bizantina.
Simeón el Joven con el culebro (Plata- Louvre)
Recordemos también a san Simeón Estilita el Joven (521-592). Su vocación fue asumida por su madre, santa Marta, que decidió convertirle no sólo en tocayo sino en sosias de su epónimo el Viejo, haciéndole iniciar su carrera siendo un niño de cinco años, en el Monte Admirable, cerca de Seleucia Pieria, puerto marítimo no lejos de Antioquía. Fue igualmente sanador y milagrero. Cuando se les pinta juntos a los dos Simeones, el joven se identifica por un extraño atributo: una culebra al pie da la columna o abrazada a ella. Era un ofidio macho, que en representación de su hembra recurrió al santo para exponerle problemas de fecundidad. El extraño caso revela la mentalidad subyacente a estas leyendas.
Ya con Daniel, pero ahora más con el nuevo Simeón, el estilitismo se institucionaliza y, por ejemplo, en la iglesia los monjes cubren los oficios divinos subidos en pedestales, como otros ocupan sitiales.
La lista se alarga en los siglos, en Oriente, hasta los siglos XVIII-XIX en la Iglesia eslava, según Delehaye. En Occidente en cambio este género de ascetismo fue raro, aunque no desconocido. En España, ya hable de un monumento castellano que en mi opinión es el más completo del mundo en relación con el estilitismo. Se trata de la ermita mozárabe de San Baudel, en Casillas de Berlanga (Soria).
No tengo a mano la monografía de Delehaye. Sólo diré que este autor, sin haber conocido en absoluto el monumento soriano, da una descripción exacta de sus elementos esenciales, como si estuviese interpretando su uso por algún desconocido estilita del siglo X-XI. El texto en cuestión trata de uno de los estilitas más célebres, san Lázaro el Galesiota, o de Monte Galesio (al N de Éfeso), el cual floreció precisamente a principios del siglo XI –contemporáneo, por tanto, de nuestro supuesto soriano. La coincidencia tampoco sería extraña, considerando el flujo de influencia oriental en la religiosidad hispana.
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[1] Cfr. Las máscaras del santo. J. Moya, Madrid, Espasa, 2000, pág. 300.
[2] En Constantinopla existió una orden de ‘acemetas’ (los que no se acuestan), que combinaba ambas cosas, sólo que por turnos: mientras una parte de la comunidad reza en pie en la iglesia, los demás descansan o trabajan.
[3] Tel Nesín, en siríaco: una lectura e interpretación muy probable.
[4] Mándra en griego significa aprisco o redil de ganado, y la cerca que lo rodea. Por extensión se aplicó a la clausura monástica y al monasterio en general. De ahí archimandrita, el jefe de la mandra. La mandra de Simeón era su clausura y espacio de respeto, donde sólo accedían sus sirvientes y las visitas admitidas, exclusivamente del sexo masculino.




6 comentarios:



  1. Ahí le ha dado, Querido Profesor , en lo de maloliente...
    Afortunadamente, hoy en día, la santidad no va asociada con la falta de higiene y el mal olor : en los monasterios ( pongo los ejemplos de las Clarisas en Lerma , y de Shönstadt en Pozuelo , que son dos ejemplos que conozco bien) , hay duchas, y lavadoras, y huele estupendamente ).

    Lo malo es que los ecologistas , tipo Greenpeace,WWF, etc han tomado el relevo en esas cuestiones, y pretenden, en nombre de su Diosa Gaïa, que volvamos a abominar del agua y del jabón. Y nos lo quieren imponer por la fuerza a todos... A todos, menos a ellos mismos, claro . Y parece que lo van consiguiendo, que gracias a las normas impuestas por ellos, hay ya, por ejemplo, barrios enteros de Berlín, que apestan.

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    1. Yo había empezado mi post copiando y pegando esto que cuenta usted arriba:

      «¡Regalo del cielo!», se frotaba las manos el abad. Y cuando el recién llegado solicita vivir aparte en lo alto de la colina, en un recinto murado, el buen superior accede al capricho de un asceta tan prometedor y tan maloliente.

      No sé lo que he hecho al revés, y no ha salido, y es que sin ello, lo de Ahí le ha dado, no se entiende.
      Ya siento

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    2. Un enlace a la edición internacional de Der Spiegel. en inglés, donde explican lo de Berlín y sus barrios malolientes

      http://www.spiegel.de/international/business/germany-s-environmental-protection-policies-fail-to-achieve-goals-a-821396.html

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    3. Oler, o no oler: crudo dilema…

      Continuaría el parlamento si no fuese tan tarde, y acabo de publicar nueva entrada. Más frívola que ésta. De todo ha de haber.
      Critíquela con severidad, sin complacencia. Le quedaré agradecido.

      La verdad, no tenía idea del problema berlinés, y de otras ciudades, por lo que usted comenta. Un término medio y una planificación racional sería, si no la solución imposible, un aceptable paliativo.

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  2. «Me pregunto si existe alguna lírica más saturada por la percepción de la soledad, aunque oblicua e imposible de explicar o parafrasear, que este poema de sus [Emily Dickinson] comienzos (ca. 1859):

    Water is taught by thirst.
    Land - by the Oceans passed.
    Transport - by throe -
    Peace - by its battles told -
    Love, by Memorial Mold -
    Birds, by the Snow.


    (El agua se aprende por la sed./La tierra, por los Océanos pasados./ El transporte, por la angustia./ La paz, por el relato de sus batallas./ El amor, por el Molde de la Memoria./ el pájaro, por la nieve.)»

    Esa soledad poblada de presencias avistadas desde lo alto del picuruto...
    Estaba leyendo algunos párrafos de Gramáticas de la creación, de G. Steiner y pensé que lo mismo no conocía este poemilla.

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  3. Pues no, amigo Albatros, no la conocía. Mi desconocimiento pavoroso ya cada vez me preocupa menos, como lo irremediable.

    Por eso doblemente gracias, porque es hermosa y honda poesía escueta.
    Ventaja que nos lleva el inglés, parco en sílabas y en sintaxis, parco en retórica.

    Desde mi columna le saludo y le bendigo.

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