Anteayer
he visto, de casualidad, esta película de Sergei Dvortsevoy (Tulpan, 2008).
En principio la tomé por un documental improvisado. Luego he visto que, en
efecto, el director se formó como documentalista, y el oficio se le nota a cada
paso. Llegué al final sin saber si el magro reparto incluía algún actor
profesional. Ninguno aparece en los iconostasios de Internet.
Profesionales
desde luego no son los numerosos comparsas, algunos con intervenciones casi de
actor secundario. Me refiero a los animales. Porque Tulpan es un idilio
(a la manera de Teócrito y Mosco), una égloga o bucólica virgiliana, donde los humanos
no son ni significan nada fuera del entorno natural, el paisaje y los animales
que les dan sentido.
Humorismo
La
buena creación pastoril casi siempre incluye un ingrediente de humor intrínseco.
Esta comedia sentimental rezuma humor. Empezando por la paradoja del
protagonista, Asa, un joven marino de trinquete, recién licenciado de la flota,
que todavía con su uniforme y maleta del buque Сахалин vuelve a su tierra,
decidido a navegar en la mar de arena por el resto de su vida.
Las
películas documentales sobre la vida humana en lugares inhóspitos muchas veces
dejan el regusto de lo trágico. Ésta no. Aunque nos sitúa en Bekpat Dala,
la ‘Estepa del Hambre’, al sur de Kazajstán, ni por un momento es sombría. Humor
y optimismo. Un optimismo algo conformista y hasta convencional, es la verdad.
Tal vez sea la sabiduría acumulada de siglos sobreviviendo en la estepa. Un
espacio donde sentido común y supervivencia van de la mano, si es que no son la
misma cosa.
El
argumento, por así llamarlo, es de lo más simple, un pretexto para contar la
verdadera historia: la paradoja de otro género de existencia eterna que se
extingue sin pena ni gloria, diluida en la globalización. Diluida y, lo que es
peor, previamente humillada y banalizada. Esto también forma parte del mensaje
humorístico, donde los únicos restos de la cultura material ancestral se reducen
a la yurta y al gorro mongol, que los varones se calan para la faena. Todas las
demás prendas de vestir proceden del baratillo internacional. ¿Y el azor? ¿Dónde
está el ave que, siempre nos han dicho y nos lo han mostrado en auténticos
documentales, siempre llevó consigo el caballero de las estepas centrales, patria
de la nobilísima cetrería? Aquí, de aves domésticas, ni gallinas; y de presa,
sólo los buitres en el cielo, oteando reses muertas.
Ruidos
y sonidos
La
banda sonora es excelente, porque es esencial. Estereoscópica envolvente, para buenos
auriculares. Es una mezcla de ruidos y sonidos, voces animales y humanas,
música y canciones. Los personajes hablan en kazako o en ruso, indistintamente,
porque son bilingües, con el ruso como lengua ‘culta’. Así por ejemplo, cuando discuten lo hacen en ruso. No sé cómo lo verán nuestros
euskaldunizadores.
Los
cantares tradicionales son auténticas cantigas, de tonalidad y cadencia
extrañamente familiar. Los balidos, rebuznos, relinchos, son parte de una
conversación inacabable, impresión de emociones animales primarias, hambre y
sed, dolor de parto, apetito de cópula. Cópulas utilitarias, peaje de una vida
con pretensiones de perpetuidad. Hasta el galápago que sirve de juguete al niño
pequeño, con toda su mudez de quelonio, todavía emplea su caparazón al caer al
suelo, para dejar huella sonora.
Otro toque sonoro cargado de intención son los tres pitidos que
preceden a los noticiarios. El chico mayorcito, Beke, es un adicto de la radio,
a la que dedica todo su tiempo libre. Al final de cada sesión guarda el aparato
en un armario verde con una inscripción cursiva pintada a mano con pintura
blanca:
Геологоразведечная
экспедиция Л/4
Un
recuerdo de las campañas de prospección geológica, que el muchacho conoce al
dedillo –me da que él será geólogo, si un día puede dejar de ser pastor–, en
busca sobre todo de uranio y recursos hídricos.
En
el cuerpo inmenso de la Madre Estepa, la radio es el cordón umbilical que une y
mantiene vivo al pequeño mundo exterior de la cultura, la noticia y la
propaganda. Luego el chaval regurgita la lección aprendida, recitándola a la
hora de comer o tomar el te en familia. La radio también da música, y por un
instante el final de la habanera de ‘Carmen’ sale de una yurta perdida
en el Asia profunda. Y a fe que no desentona de las melodías autóctonas del
repertorio de la niña Maha. (A quien no se oye en cambio es a Borodin, ni se le
espera.)
¿Argumento?
No
hay miedo de reventar la película. No es de las de contar, es de ver. Cine en
estado puro. Bien, pues si me he enterado, la historia es como sigue:
El
joven Asa, licenciado de la Marina Rusa, vuelve a su tierra y de momento es
huésped en casa de su hermana mayor, Samal, casada con Ondas, un pastor
asalariado de un terrateniente, y madre de dos niños y una niña, Beke, Nuka y
Maha. La historia ocurre durante el nomadismo anual de primavera-verano, en la
zona asignada por el «camarada patrón», un área inmensa pero de poco provecho.
La
idea del ex marino es bien sencilla: ser feliz dueño de hacienda propia para mantener
familia. Pero como en las tragedias, y como en los cuentos infantiles, una
condición inexorable se interpone: casarse es lo primero, porque sin mujer no
hay empleo. Y el cuñado está de acuerdo: el recién venido, que de ganado no
entiende ni papa, es un huésped que ya apesta.
Porque
además resulta que las cosas no van bien. Demasiados malpartos entre las
ovejas. Impresiona el verismo documental del pastor partero, en relación
amorosa con la pobre primeriza exhausta, arrancándole del vientre la cría para resucitarla
con un boca a boca… No es agradable, desde luego, aunque sí menos visto y menos
cruel que la cadena trófica que nos
recitan cada día las cámaras de National Geographic. Saben a qué me
refiero; aquello de la vieja dama que se tragó primero una mosca, luego una
araña, un gorrión, un gato, un perro… ¿Y todo para qué?:
She swallowed the dog to catch
the cat,
She swallowed the cat to catch
the bird,
She swallowed the bird to
catch the spider,
She swallowed the spider to
catch the fly.
Odio de corazón los recordatorios morosos del menú de la Madre Naturaleza devorando a sus hijos, para que ellos en sus entrañas se coman unos a otros.
A todo esto, aparece una moto con un veterinario ambulante. Muy cómico el hombre cuando, con el mismo aire experto que ostentaron sus abuelos, los chamanes de la horda, despacha la consulta: «es hambre». Habría que cambiar de pastos, lo que ordene el patrón.
A todo esto, aparece una moto con un veterinario ambulante. Muy cómico el hombre cuando, con el mismo aire experto que ostentaron sus abuelos, los chamanes de la horda, despacha la consulta: «es hambre». Habría que cambiar de pastos, lo que ordene el patrón.
Misteriosa Tulipán
Con
todo, el problema de base sigue en pie, casarse. La única moza a tiro (un tiro
nada corto, de unos 500 km a la redonda) es Tulipán, hija de un
matrimonio tal vez peldaño y medio por encima de Ondas y familia, en la escala social. Por
ejemplo, gastan tapices y, sobre todo, espacios de intimidad a base de
cortinas.
Es
una diferencia finita para un joven voluntarioso como el marinero, y de su experiencia
mundana. Sólo que hay una pega: la presunta novia no tiene
vocación de pastora y piensa en estudiar.
Graciosísimas
las dos visitas a la yurta de esta familia sin nombre propio, la chica
acechando tras su cortina. Asa se ha puesto sus galas de marinero, con la pasamanería
que le acerque lo más posible a la estampa de un almirante. La embajada la
dirige el cuñado; pero el candidato,
para darse valor, lleva también como casamentero a su amigo Boni, un vivalavirgen
optimista, que a falta de alfombra mágica hace los repartos por todo el
desierto con un viejo tractor no menos mágico. En la cabina lleva él sus
ideales en forma de revistas urbanas y recortes de pin-ups, cuyas medidas
conoce al dedillo. Él mismo es un urbanita vocacional, devoto de los vicios que
sólo la gran ciudad ofrece, aunque los suyos propios no parecen muchos ni
graves. Aparte de fumar de vez en cuando un puro algo sospechoso, mirar
estampas eróticas y echar un trago, su golosina le ha costado cambiar su
dentadura natural por otra de oro macizo, buen pretexto para reír lo que se
pueda.
Un
golpe de lo más chistoso, en la primera entrevista, cuando Odas en nombre del
pretendiente, y como captatio benevolentiae, presenta a los padres de
Tulipán una lámpara eléctrica preciosa para vista de día. Sin otra utilidad. Porque,
excusado decirlo, en la yurta no hay corriente.
Ahora
bien, como el espectador ya adivina desde el principio, la embajada fracasa. Lo
que no habríamos adivinado jamás es el pretexto que pone la niña: Asa le
disgusta por sus orejas, demasiado grandes y mal plantadas, como soplillos.
Aquí
el amigo al quite, saca una revista con la foto del príncipe Carlos y lady Di a
toda página, para demostrar por el método geométrico de la yuxtaposición de
figuras que Carlos tiene los pabellones auriculares iguales que Asa, orejones prince-size. ¡Y es un príncipe! Como si
nada. Lo malo es que el marinero sale con una preocupación que no tenía: sus
orejas. Tratará de paliar el defecto aplastándolas contra el cráneo con una
cinta.
A
todo esto, la madre de Tulipa no abre la boca, sin duda para que no le entre
ninguna de las moscas que planean sobre su mantel, y que ella espanta sin cesar.
Asa
intentará un par de veces la negociación directa con la bella invisible, a la
puerta cerrada de la cuadra, pasándole requiebros por las rendijas, mostrándole
una costumbre marinera. Por lo visto, cada recluta dibuja en el cuello vuelto
de la casaca de su uniforme aquello que más desea. Asa trajo del barco su sueño de ser pastor, un
dibujo infantil idealizado de la estepa. Dibujo en el que luego incluye un
enorme tulipán.
Tanta
pesadez colma la paciencia de la madre, que pala en ristre acomete al moscón.
Asa derriba la puerta de la cuadra, sólo para descubrir que su retórica ha sido vana, pues la amada no
estaba allí. En su lugar sólo está la cabra, bellísima por cierto, y mucho más
sensible que la dueña, dónde va a parar. «¿Debo casarme con una oveja?»,
había llegado a decir en su despecho el marinero. «Con una oveja no, desde
luego», parece decirle la cabra, que compadecida del galán se le acerca
amorosamente y le cubre de besos.
En
fin, lo inevitable no se puede evitar, ni siquiera en la Estepa del Hambre. Asa se
va. Pero de pronto un balido quejumbroso despierta al pastor que lleva dentro.
La misma intervención mayéutica y neumática, en una secuencia de ocho
interminables minutos, será el examen práctico, la habilitación y licenciatura para ejercer la
carrera del pastoreo. Ocho minutos largos, una toma, se dice pronto. Semejante hazaña inspiró
el apodo del filme en los festivales donde ha sido premiada (Toronto, Cannes): «La
película ‘El parto de la oveja’». Ríanse, pero pónganse en el caso: ¿es que
todo el mundo ha visto cómo vienen al mundo los corderitos que nos comemos
asados al horno?
Cine
sin rebeldía
El
mongol que pinta el etnógrafo Dvortsevoy es un ser como fuera del tiempo, para
quien el Zar, Stalin o el actual Presidente son sólo nombres. No es un converso
ni un liberado del comunismo, porque seguramente nunca ha sentido qué es eso.
Familia real o ideal, tampoco importa demasiado. Creíble, y
basta. Una familia conservadora muy unida, con una unión que se materializa en pequeños
ritos. Un ejemplo. A lo que parece, no
hay piojos (¿la censura, tal vez?), pero en su defecto sirven las espinillas.
Tendido el padrazo en el suelo, su hijo Beke a caballo sobre su grupa le hace
la espalda:
–«¡Mira,
la que ha salido!».
Un
Demodex de tamaño muy superior al normal es paseado en el extremo del dedo
índice ante los ojos, primero de un Odas halagado en su propia potencia
sebácea, luego del resto de la familia.
Aunque
uno no haya estado nunca en una yurta real, vista la película se hace idea
viva. Lo que haya de invención no lo sé, porque como digo no se nota. Leo, por
ejemplo, que el rodaje de la película se complicó mucho por la peste de arácnidos
y ofidios venenosos que invaden la estepa en primavera. En algo se iría un
presupuesto estimado en más de 2 millones de euros, que la verdad, no lucen por
ninguna parte.
Aun
así, lamenta el autor-director que su obra no ha gustado al gobierno de su
país. Los forasteros y la sinécdoque, ya se sabe, pueden imaginar que todo Kazajstán
es así de atrasado. ¿Atrasado? Quede tranquilo Nazarbayev y el gobierno que
preside. Es de dominio público que en invierno la media de su país es de -13º, que las familias aprovechan para recogerse confortablemente en los poblados, a reparar las yurtas y mandar a los niños a la escuela. Aunque soy extranjero, bien se me alcanza que todo un gran país formado
por gentes como las de Tulpan a tiempo completo , ni con el argumento ontológico de San
Anselmo es posible.
Me
quedo pues, con una alegoría hermosa y un espectáculo entretenido, sin
complicaciones. Abajo tiene quien esto lea un espacio todo suyo, para hacerme
la caridad de avisarme si sólo soy un tonto simple de buen conformar.
No sé si llegaré a ver la peli*, pero ha sido un enorme placer leer esta historia, y tiene razón, la banda sonora es imprescindible, todo suena, suena la desnudez parlante de las cosas esenciales. Las canciones de la cría y el hombre me han emocionado mucho (ni caso, que a mí me emociona hasta un aurresku al oboe); qué ganas de echar a correr detrás de los borriquillos, toda la vida que puja y la extinción que se presiente, qué maravillosamente lo cuenta usted, querido Belosticalle.
ResponderEliminar* En realidad, yo sospecho que tal filme no existe, a pesar del sutil empeño del narrador Belosticalle en aducir testimonios y pruebas, y a pesar de que su relato, tras señalar al azar como desencadenante, se apresura a esbozar la biografía de cierto Sergei Hamete Benengeli, formado como documentalista y tal. (¡El viejo truco!).
¡Casi me pilla, astuta Elefante!
EliminarSí, la peli existe, aunque no puedo jurar si es la que yo he visto.
Yo he ‘visto’ –y por eso me ha impactado– unas familias que gran parte y la peor del año viven hacinadas en un suburbio de lo más vulgar, y que con la primavera se dispersan por el desierto a la campaña de los pastos.
Son meses de trabajo duro; pero son los meses de la naturaleza y la libertad, en especial para los críos. Con un poco de organización, no me cuesta nada imaginar que pueden ser felices.
Pero tal vez me confundo, y no hay tal cosa. Sé muy poco de aquello. La primera vez que supe que había Estepas de Asia Central fue por la carpeta de un LP con el poema sinfónico de Borodin.
Maestro BELOSTICALLE, no conocía esta faceta suya de crítico cinematográfico, y le ruego que siga con ella, pues es magnífica. La sinopsis me ha recordado un poco a Urga, una película de Nikita Mikhalkov, aunque esta parece notablemente más divertida. Debo decir que en aquella, los personajes estaban tratados con cariño, el cuadro general me pareció bastante desolador.
ResponderEliminarY esto “Cópulas utilitarias, peaje de una vida con pretensiones de perpetuidad” me ha recordado decididamente al poema de Borges que termina:
“…la eternidad está en las cosas
del tiempo, que son formas presurosas”
Un abrazo.
Por haber matado un gato, no me llame ‘matagatos’, amigo Navarth.
EliminarAunque tampoco es mi primero, pues en esto ya pequé otra vez (y usted lo sabe); posiblemente alguna más. Siempre en torno al mismo género de películas exóticas y como improvisadas, que me recuerdan viajes de uno que fue joven.
De mi criterio en todo ello, haga como yo, no se fíe mucho. Nos vemos.
D. Belosticalle:
ResponderEliminarAcabo de leer su entrada en el blog de D. Santiago. La película no es que sea poco taquillera. Es, como decirlo, "ardua". Hermosa. Muy hermosa. Y se entiende perfectamente a pesar de no tener ni idea del idioma. Me recuerda mis años mozos, con mucho más pelo, cuando era habitual de los cines llamados de "arte y ensayo". En los cines comerciales también gustaba de ver películas "difíciles": Aguirre, la cólera de Dios, El nacimiento de una nación y cosas así.
No he comentado nada, hasta ahora, porque iba a ser añadir obviedades a lo escrito por usted. Termino, no obstante, con lo siguiente:
Gracias por darnos la posibilidad de ver esta película. En los cines de mi ciudad es seguro que no la hubiese podido ver.
No debió usted hacer caso de la ocurrencia. A veces me da por hacer el ganso (aunque no en Cuba, por ahorrar malentendidos).
EliminarLe envidio, buen catador de cine tiene que ser, sin letreros ni doblaje.
Yo partí de una emisión en español. Habría preferido una VOS.
En fin, lo importante es haber compartido el disfrute de un hermoso espectáculo. Un saludo.
Maestro D. Belosticalle:
ResponderEliminarCuando chaval, yo era de los que se perdían en los desaparecidos "Multicines Hollywood" gijoneses (sesiones a las 16, 18, 20 y 22 horas, por regla general). Y me tragaba un mínimo de dos "pelis". A veces tres. Allí vi "El último vals", "Aguirre, la cólera de Dios", "Empieza el espectáculo", "La encajera" (preciosa Isabelle Huppert)... ¡Qué tiempo tan feliz!
Basta de batallitas del "Abuelo Cebolleta". Un saludo, D. Belosticalle.
P.D.: Yo tampoco gusto del ganso caribeño.
Reboto el enlace a su entrada, don Belosti. Es magnífica y tengo familiares nacidos en la antigua URSS, que la van a disfrutar mucho. Gracias por este regalo.
ResponderEliminarGrata noticia, querida Carmen.
EliminarConozco a unos cuántos españoles que fueron de niños a la URSS, y sin excepción todos tienen cariño al país y amigos allí. Y mira que fueron años duros. Pero muchos tuvieron acceso a buena formación técnica o académica, había nivel de cultura.
Salude a sus familiares de mi parte, y dígales que si quieren poner aquí un comentario en ruso, yo encantado, porque es una lengua preciosa.