El miércoles 26 de abril por la tarde presentaba Aitor Lizarazu Pérez su nuevo libro, Mola en Bilbao (1937-1978). La escultura de la discordia. Este subtítulo venía a fijar el objeto de estudio. No era el general Emilio Mola en persona, que ni sé si estuvo alguna vez en la Villa del Nervión, sino sus simulacros plantados sucesivamente en el Paseo del Arenal: el improvisado y efímero, a raíz de la toma de Bilbao, y el definitivo (aunque no tanto), retirado en el retorno a la democracia.
El librito, más que un monumento al monumento del general faccioso, lo es a la tenacidad del autor en su rastreo de referencias e imágenes, prácticamente exhaustivo. En el prólogo, del historiador y profesor Santiago de Pablo Contreras, se destaca el mérito y valor de ‘microhistorias’ como ésta, de un pequeño monumento, para la comprensión global de la Historia con mayúscula. Al mismo tiempo, este especialista del Nacionalismo Vasco valora el que
«frente a ciertas visiones parciales e incluso combativas de la Guerra Civil, que últimamente parecen haber vuelto a ponerse de moda, tanto desde la perspectiva de un bando como del otro, el autor procura analizar los hechos con la mayor objetividad posible, aun a sabiendas de que la imparcialidad absoluta es imposible…»
Objetividad que no es sinónimo de equidistancia impostada para mal encubrir un parti pris sin apelación, como está ocurriendo al amparo de la llamada ‘memoria histórica’. Revanchismo vergonzante, y de paso una forma ridícula de disfrazarse de miles gloriosus ante la nueva generación cualquier perdedor de la incivil Guerra. A la mayoría de los cada vez menos testigos de ella en uso de razón que vamos quedando, con la venia del Alzheimer, nos cuesta entender esta extraña ‘memoria’, que en nombre de una convivencia cívica –que ya se logró en su día–, practica la damnatio memoriae selectiva, removiendo huesos y piedras de su sitio, sin otro objetivo que hacer olvidar la media verdad que fue, falseando sin remedio la otra media, pues no hacen sentido la una sin la otra.
Hoy es el 2 de mayo, cuando escribo esta reseña. Esta fecha en Madrid significa una cosa, en Bilbao otra muy distinta. Nuestro 2 de mayo no es aquel de 1808 que dio principio oficial a la Guerra de Independencia, sino el de 1874, en la III Guerra Carlista, cuando el sexagenario general Concha Irigoyen levantó el largo sitio de una Bilbao liberal defendida también por una milicia nacional de auxiliares civiles.
Lo curioso de Bilbao es que esta villa, presuntamente liberal, al estallar la I Carlistada era carlista. “Bilbao, capital del carlismo”, titula su primer capítulo José R. Urquijo Goitia, Los Sitios de Bilbao, pág. 11. Pero Bilbao se perdió para el carlismo, y el I Sitio (junio-julio 1835) por Zumalacárregui, a regañadientes, fue el primer intento de recuperarla, fallido por la mala fortuna del general, que recibió la bala que le costó la vida.
D. Carlos Mª Isidro de Borbón (Carlos V) El primero que bombardeó a Bilbao |
En aquel cerco, el casco de la población fue bombardeado por vez primera en su historia, incluso los hospitales, las tahonas de pan… Pero no por órden de Zumalacárregui, sino personal del infante y pretendiente D. Carlos Mª Isidro de Borbón, despechado. Hoy nadie parece sentir la necesidad de acordarse de este bárbaro como genocida y persona non grata para la Villa.
Nuevo asedio, en octubre-diciembre 1836, levantado en la Navidad por el general Baldomero Espartero. Y finalmente el de 1874. Así pues, en 1936, diríase que ‘a la tercera’ (o a la cuarta) va la vencida: por fin el carlismo recupera a su Bilbao.
Nunca me importó mucho la figura de Emilio Mola. De su existencia me enteré en su día por la noticia de su accidente mortal, con un comentario despectivo que se me grabó, por lo ocurrente: «Mola, que se amuele». Días después nos embarcábamos en el vapor republicano Habana –de monárquico, Alfonso XIII– para Francia: Port-Louis, en Mobihan; de allí, a Biarriz, con los parientes franceses. Así que me perdí la caída de Bilbao. Cuando volvimos, sólo mes y medio más tarde, era una población fantasmal, como sonada. Tengo el recuerdo de los puentes volados y los pontones de gabarras para cruzar en fila india la ría; pero ni el menor vestigio de aquel primer simulacro de Mola en el Arenal, que recuerda e ilustra Lizarazu. Por lo visto, los requetés lo tenían ya preparado, como entrada simbólica de un conquistador póstumo de la que fue ‘Invicta Villa’, y ahora dejaba de serlo.
Por cierto, Amigo Aitor, la imagen que nos regalas en la página 69 me da un cierto parecido con el papa Pío XII. El ángulo de toma, tal vez.
En la presentación, donde también intervino muy brevemente el ex senador del PNV Iñaki Anasagasti, el general Mola recibió el calificativo de ‘criminal’. Cosa que no discuto –pues eso faltaba–, aunque me pregunto a quién o quiénes del reducido auditorio iba dirigida información tan novedosa. Y no lo discuto, aunque los textos que más se citan en apoyo no son concluyentes. Decir en unas octavillas arrojadas desde el aire que si la población no se rinde será arrasada parece un recurso retórico muy socorrido. Más fuerza haría depurar críticamente los textos e instrucciones secretas que se atribuyen al ‘Director’ (como se hacía llamar Mola) sobre la purga de cabecillas de izquierdas, con las consignas sobre la eficacia represiva del terror.
Por lo demás, nadie duda de que a Mola no le temblaba el pulso ni la voz para una orden de fusilamiento. No más que a tantos actores de aquella guerra, en su mismo bando y en el de enfrente. Las luchas civiles es lo que tienen. Por ejemplo:
«No hay que andar con contemplaciones. Si no se puede tomar a Bilbao es preciso quemarlo, ... es una cuestión de vida o muerte. Si no se toma Bilbao, la causa está perdida»
Esto no es de Mola. Se había escrito justo un siglo antes de su Campaña del Norte: en diciembre de 1836, durante la I Guerra Carlista, y con destino a un oficial de la secretaría de Estado de D. Carlos.
¿Quien puede negar el terror en nuestro ajuste de cuentas fratricida? Recuerdo bien aquellas fechas febriles, desde el principio de la Guerra y en la primera mitad del 37. La oleada despavorida de refugiados guipuzcoanos a Vizcaya. Entre ellos casi toda nuestra familia de Hernani, que metimos en casa como se pudo, contaban y no acababan.
Pues bien, todavía aquella Navidad la celebramos con un cordero degollado a domicilio y una ‘colineta’ o anguila descomunal, toda una joya de chocolates finos elaborada y decorada por el tío Luis el confitero, con obrador en Dos de Mayo (mira tú), esquina a San Francisco, todo un maestro y un artista. Meses después, el pobre hombre ya no estaba para golosinas. Y no lo digo por la falta de azúcar y materia prima (que también), sino porque dos de sus tres niños como de mi edad morían sepultados en el bombardeo del ‘refugio’ de Cotorruelo, entre las calles de Prim e Iturribide, entre más de un centenar de víctimas.
Recuerdo los primeros ensayos generales de defensa pasiva antiaérea, con tres toques distintos de sirena (‘alarma’ – ‘peligro’ – ‘vuelta a la normalidad’). Pronto vendrían los bombardeos en serio, las horas en el refugio. Al principio, mirándonos unos a otros. Hasta que todo esto para los críos se revelaba en su parte lúdica, abajo jugando al escondite, o arriba, mirando por las ventanas los aviones, oyendo el tableteo de las ametralladoras, y con algo de suerte hasta algún aviador bajando en paracaídas, pobre desgraciado.
Terror. Pero no de Mola, sino de la guerra en sí. El bombardeo era terror. El linchamiento del aviador derribado, también. O el asalto a las prisiones. Estos días se ha conmemorado el bombardeo de Guernica. ¿Cuál fue exactamente el papel de Mola en aquella salvajada? Porque los relatos son dispares, incluso contradictorios ¿Lo celebró, o como dicen otros, se enfadó? Porque no es lo mismo. Por versiones no queda. Las hay incluso de los propios protagonistas: más de primera mano, imposible. Me permito recomendar la lectura (una muestra entre cientos) de Vicente Cacho Viu sobre Los escritos de José María Iribarren, secretario personal que fue de Mola en los primeros meses del alzamiento militar. El Mola que allí aparece no es ningún germanófilo, al contrario, «poco amigo de los alemanes, de los que desconfiaba por principio …» (pág. 249).
¿Sabemos siquiera a medias la verdad de la relación entre Franco y Mola, a nivel personal y profesional? Para Iribarren, el parecido entre los dos generales era el de dos individuos, uno siempre subiendo por una escalera y el otro bajando siempre por la misma.
En otro aspecto comparativo, tenemos al cardenal Isidro Gomá, en su Informe general político a la Santa Sede (8 de abril 1937), donde sostenía que Mola era el menos católico de los generales que habían encabezado el Alzamiento; añadiendo:
«persona de gran energía, conocedor como pocos de las insidiosas artes de la vieja política… y de extraordinaria entereza. Personalmente y en el aspecto religioso no ofrece las garantías del Generalísimo» (Mª Luisa Rodríguez Aisa, El cardenal Gomá y la Guerra de España. 1981, p. 153).
En efecto, era notorio el agnosticismo, al menos práctico, de Mola. Agnosticismo compatible –porque «la guerra es la guerra»– con la anécdota de un Mola encaramado a la Virgen del Pilar pidiéndole en voz alta: «Tú que todo lo puedes, ayúdanos». Bueno, también por entonces en Portugal el general Carmona, Presidente de la República, invocaba a su Virgen de Fátima.
Las guerras, como las tormentas en la mar, improvisan devotos. Contaba el ABC de Sevilla (18 de febrero 1937) que durante la ocupación de Málaga un soldado encontró en la maleta de un coronel republicano apellidado Villalba un relicario de plata con la momia de la mano izquierda de Santa Teresa de Jesús, con anillos. Es sabido que al generalísimo Francisco Franco le entró una devoción irrefrenable a la reliquia, que tuvo siempre consigo como talismán, aunque es exagerado y falso lo de que la empleó para firmar con ella sentencias de muerte.
En fin, volviendo a D. Emilio, no voy a ponerme aquí hagiográfico con él, y menos ahora que ¡por fin! los de Bildu y compañía han librado a Pamplona y a Navarra de la presencia de sus restos mortales. Pero tal vez alguno se sorprenda al leer que
«a Mola le preocupaba la inexistencia de un programa mínimo que garantizase, por parte de las derechas, el mantenimiento de la legislación republicana, en lo que atañía a las clases menos favorecidas: más o menos en serio, se definía en privado como ‘socialista’.»
En una presentación como la del librito de Lizarazu, al turno de preguntas, no es cosa de ir provocando con temas candentes, como la memoria histórica o la presencia franquista o pseudofranquista en signos y emblemas, callejeros y demás.
Uno de los monumentos más difíciles de eliminar en Bilbao (por sus dimensiones, por el lugar que ocupa y el espacio que dejaría) es lo que queda del Escudo de España que preside la Delegación de Hacienda, en la Plaza Elíptica. Periódicamente sale algún morlaco embistiendo contra lo que casi nadie ve, porque hasta lo colosal con la rutina se vuelve invisible. Creo que ya conté (‘A la Historia por la desmemoria’) por qué es para mí un objeto de recuerdo, porque lo vi diseñar mientras jugábamos en el estudio de su Arquitecto D. Antonino Zobaran.
Sinceramente creo que ese escudo a nadie le hace daño; mero testimonio de una retórica y una estética que algún día se estudiará sin encono. Como creo también que, a quienes molesta el escudo, no es tanto por franquista como por español. Igualito que los huesos de Mola y de Sanjurjo en su cripta de Pamplona.
«¡¿Cumplir la Ley de Memoria Histórica?!»: A otro perro con ese hueso
Gracias, maestro. Esta claro que memoria se ha convertido en sinónimo de revancha para muchos. Así nos luce el poco pelo.
ResponderEliminarAsí es, amigo Javier. Pero no una revancha deportiva, como entre campeones de boxeo, qué va: lanzazo a moro muerto, y muerto en su cama. Qué pena.
EliminarComo autor de la obra, no puedo dejar de agradecer, no sólo la presencia, si no la reseña sobre una obra en la que he tratado de ejercer con la mayor honestidad y con la minuciosidad de un cirujano. Muchas gracias
ResponderEliminarAitor Lizarazu Pérez
He disfrutado leyendo el libro, tanto como he admirado el trabajo que revela, y el dispendio que supone. Ha sido para mí un estímulo evocador, vertido en la reseña.
EliminarNo me sorprendió nada que Anasagasti le propusiera a usted realizar la biografía de José Félix de Lequerica. No porque tenga mucho que ver con los bustos de Mola, sino porque no es labor para vagos. Debió añadir una oferta de ayuda para una subvención, qué menos; o incluso una beca a los países donde el ex alcalde de Bilbao desarrolló su actividad diplomática. Especialmente los Estados Unidos, donde salvó al régimen de Franco ganando amigos, no menos que con su talento, con su excelente gastronomía y bodega.
Ya me gustaría algún día reseñar también ese otro libro, firmado por el mismo Aitor Lizarazu; porque Lequerica militó al principio en el mismo frente político que mi abuelo, de donde derivó externamente a la España Azul; aunque por dentro siempre profesó un lequeriquismo sano, ortodoxo y de estricta observancia.
Último intento , que el blog me ha expulsado ya dos veces : Me ha gustado mucho la entrada, muchas gracias, y voy a comprarme el libro, ya.
EliminarY en cuanto a Lequerica , y a esto : Especialmente los Estados Unidos, donde salvó al régimen de Franco ganando amigos, no menos que con su talento, con su excelente gastronomía Me ha divertido mucho porque Flora, la cocinera de Lequerica, empezó de jovencita en casa de mi abuela, y luego en la de mi madre, hasta que ambas se pelearon y Flora se fue a hacer las Américas con Lequerica. Y en casa ya nunca se comió igual de bien...
Y que Muchas Gracias
Queridísima Viejecita, no sabe cuánto le agradezco esa información culinaria, y la aventura americana de Flora. He vacilado mucho, si poner o no la faceta gastroamericana de Leque, no vayan a pensar por ahí, «qué nos cuenta este cantamañanas». Su comentario me da cierta autoridad.
EliminarLo que digo lo oí de un viejo amigo, profesor en Washington, y por lo que entendí, siendo corto el subsidio del gobierno español a la embajada, el embajador ponía de su bolsillo. Así aquellos diplomáticos no sólo se dejaban el hígado y parte de los pulmones en el empeño, también la fortuna. Espíritu de servicio.
Un gran saludo.
Viejecita... me interesa esa historia, tal vez recoja el guante de Iñaki para intentar recopilar información sobre Lequerica... aunque no parece una tarea sencilla.
EliminarEn cuanto a la forma de adquirir el libro, se puede adquirir en la librería Elkar de Bilbao y en otros municipios.
Aitor Lizarazu
Muchas gracias a ambos ,Profesor Belosticalle y Don Aitor
EliminarEstuve dudando si hablar de Flora o no hacerlo, porque una y otra vez, el blog borraba mi post, y temía que me estuviese castigando porque no viniese a cuento.
Y sí, a mi madre le daba mucha rabia la fama que tenía la comida de la Embajada Española en USA en tiempos de Lequerica, que se consideraba "traicionada" por ello. Que pensaba que ella era la que había dado a Flora el toque final de refinamiento. A mi abuela en cambio, que era en su casa donde Flora había empezado de pincha y se había hecho como cocinera, le hacía mucha gracia.
En Amazon no tienen el libro, pero tengo una serie de librerías amigas, ( Troa / Neblí entre ellas ), donde me suelen conseguir libros de esos editados por casas de edición locales o minoritarias y hasta ahora no me han fallado y se lo voy a encargar .
Muchas gracias, pues.
Dª Viejecita, yo que Aitor, me apresuraría a regalarle un ejemplar dedicado del libro. De puro egoísmo, con vistas a su información para otro eventual sobre Lequerica.
EliminarYa está encargado, y no puedo quedar mal con mis amigas de la librería, precisamente porque son amigas.
EliminarPero se agradece lo mismo.
No asistí a la presentación del libro por no querer compartir espacio con el exdiputado del PNV. Conozco la persistencia tras la presa por parte de Aitor y en este trabajo lo demuestra. Un buen libro que podría verse afectado por la "desmemoria histérica" que nos acosa.
ResponderEliminarhttp://sietemerindades.blogspot.com.es/2017/04/mola-en-bilbao-la-escultura-de-la.html
Sísifo.
En cambio sabes que yo te eche en falta. La pluralidad ideológica es siempre bien recibida si la forma de expresarla es la adecuada. (eso no quiere decir que ambos puedan tener razón pero suele ser interesante conocer los puntos de vista de todos los interlocutores), de hecho esa es mi forma de trabajar y de vivir... dejar la puerta abierta a quien quiera hablarme y gracias a ello he podido ver puntos de vista que de otra forma jamás hubiera conocido.
EliminarVéase: http://edicionesibericas.es/nuestro-origen/
ResponderEliminarUna entrada a un blog realmente interesante. Emilio Mola Vidal a lo largo de su vida tuvo que rodearse de gente de toda ideología y es probable que por algunos de los "rojos" tuviese cierto apego.
EliminarD./Dª Amayo, mil gracias por la semblanza (con aire de necrológica) de mi admirado Juan Bautista Bergua, con la noticia de que fue salvado por el general Mola. Durante muchos años, Bergua fue para muchos un tipo misterioso, y por mi parte, ni siquiera supe que había vivido tanto.
EliminarSu referencia, que aquí enlazo para mayor comodidad, honra a este blog. No se pierdan:
Juan Bautista Bergua
"Ediciones Ibéricas", como sabrá, fue la editorial de Bergua. Hoy seguramente pertenece a sus descendientes. Sin duda la semblanza fue escrita por ellos, o al menos con su aprobación.
EliminarHasta hace relativamente poco (quizás diez años) acudían siempre a la feria del libro de Madrid con una caseta propia. En relación contenido/precio debían de ser los libros más baratos de todos. Quizás los igualase alguna publicación ministerial. Luego pasaron a media caseta, y ya hará unos cinco años que desaparecieron.
Sobre las ediciones de Bergua en sí no puedo decir nada seguro. Debería callarme, pero parece haber escepticismo en cuanto a sus conocimientos de idiomas (en "Los orígenes de la novela" de C. García Gual se indica que sus traducciones de novelas griegas y romanas vienen del francés, no de los idiomas originales). También sospecho que metía "morcillas" de su cosecha. Sin embargo, es difícil no sentir simpatía por la figura y por la obra de difusión.
Así es. Admiración no es aprobación incondicional, sólo admiración. También simpatía, como usted dice. Pensemos en la buena idea de difundir cultura. Y en las condiciones de trabajo, cuando no había Internet.
EliminarQue Bergua no traducía todo directamente, que no usaba ediciones críticas, que sus introducciones eran refritos y sus notas prestadas, que forzaba la máquina para hacer dinero… Todo eso se sabía y en parte se le perdonaba, si ofrecía cosas interesantes a buen precio, aunque hoy en día pasaría por plagiario.
Por lo demás, desconocía la conexión del personaje con ‘Ibéricas’.
De nuevo, gracias.
No tiene mucho que ver con las interesantes observaciones que aquí he leído sobre Mola, pero me da la impresión de que este general no era como el trepa Franco, sino alguien con mayor valía personal, más allá de la mera astucia de su excelencia. Hace algún tiempo, vi en internet la reproducción de una carta dirigida por Mola a quién sería héroe republicano de primera hora, Fermín Galán, en términos de amistosa camaradería. Aún así, en lo que sí se parecerían Franco y Mola es en captar el pantanoso terreno que se pisa cuando se proyecta un golpe de Estado en condiciones tan enconadas como la primavera de 1936.
ResponderEliminarGalan no llegó a ver la República, porque su intento de sublevación desde Jaca fue rápidamente sofocado, aunque es cierto que al llegar la República se le tomó como uno de sus heroes. Curiosamente su hermano tuvo un puesto relevante entre la oficialidad del Ejercito en el Frente Norte. Creo haber leído esas cartas y mi reflexión es que más allá de los intereses individuales, existía, lógicamente una relación personal con cada uno de ellos, de forma que muchos de los oficiales se conocían y podían sentir ciertas simpatías entre ellos. Por ejemplo se dice que Queipó de Llano intentó en vano salvar la vida de Domingo Batet, general destinado en la capitanía de Burgos y superior jerarquico de Mola y por contra el propio Queipo no debía tener una gran afinidad con Franco...
EliminarAitor Lizarazu
Don Belosti, a mí todo esto de las mentiras históricas me revuelve bastantes cosas y me lleva al humor escatológico como válvula de escape de iras y malos humores. Esto a cuento de si alguien se sirvió de la mano de Sta. teresa para firmar sentencias de muerte. Si los amemoriados tuvieran imaginación ya sé lo que debieron propalar: el instrumento eréctil, un suponer, que usaba Millán Astray para esos casos. Y tan anchos, y largos.
ResponderEliminarPerdone si le encuentra mal gusto pero ya avisé.
Yo tengo un vecino ya mayor que siempre me parece un caballero. Cada vez me quedan pocos. Como cuando limpio mi alma con Delibes. Éstos me zambullen directamente en la fosa séptica.
¿Y qué ve de malo en ello, D. Bruno? El desahogo es de Derecho natural, sin que nos lo repartan los progres en su cesta de navidad laica.
EliminarYo modestamente me considero un poquito historiador; un aficionado, por supuesto. Y ayer mismo leía (a propósito de un libro que me acabo de comprar) lo que, de puro evidente, nunca advertí: que entre los estudiosos de la condición humana, los historiadores son (¿somos?) los más cínicos. Ahora caigo.
No hay mentiras históricas. O lo uno, o lo otro. En la Historia sólo caben verdades, eso sí, desnudas y cínicas, para quien las pueda asumir. Las llamadas ‘mentiras históricas’, o son propaganda, o ignorancia, o mejor ambas cosas. (Mirar siempre la fecha de caducidad.)
Me ha gustado su expresión: «un vecino ya mayor, que siempre parece un caballero». Con la gente mayor pasa a menudo.
Un virtual apretón de mano.
Lo de "mentiras históricas" lo puse con múltiples malas intenciones. Lo del caballero es cierto. ME parece un caballero. Como los que trataba hace tiempo en el campo. Personas que no estaban infiltradas por la doblez. En cincuenta años esas virtudes se han perdido. Tengo un chaval ya madurito y siempre me asalta la duda: ¿No le dejaré indefenso si le enseño a ser honrado y amante de la verdad? Indefenso en la pradera...
ResponderEliminarOtro asunto: El barbero canta otra cosa.
ResponderEliminarHombre, esto último ya lo sé. La interjección italiana dice justo lo contrario que la castellana. Lo que se dice ‘falsos amigos’, a la hora de traducir.
EliminarHasta ahí llego. Y porque llego, me permito jugar con la palabra. Como hizo D. Chigorin con avalar/avaler ...
Pero este reproche mejor me lo habría hecho usted en su sitio, en el Blog de SG, digo yo.
No era, de ninguna manera, un reproche. No entendí la broma porque no he conseguido emparentar al barbero con el bellísimo, aunque la comparación entre personajes tiene su miga. Pensé que era un despiste. Lo siento mucho. Lo puse aquí porque pensé que en el blog crearía confusión. Si lo considera oportuno borra los dos comentarios.
EliminarQuerido amigo, en un par de horas, o cuando me confirme que está de acuerdo, borramos el malentendido.
Eliminar(Pues lo que le faltaba al Belosti, perderse a un lector)
Pues claro. Que no pierde un lector. Que me tiene admirado. Que Ud. es de los últimos caballeros que me quedan. Un saludo.
EliminarO sea, que no hay nada que borrar. Un abrazo.
EliminarMe ha encantado la entrada.
ResponderEliminarLe tengo que agradecer el artículo del profesor Viu. Guardo un gran recuerdo de este insigne catedrático dado que fui alumno suyo en la facultad de Geografía e Historia de Madrid, en la asignatura de Europa en el Siglo XIX. ¡Mi periodo preferido!
Aprobado para todos. Los exámenes una farsa. Sus clases una caricatura, en las que hablaba de absolutismo, liberalismo y socialismo, en lo cual se podía resumir todo el siglo XIX.
En definitiva, un jeta integral.
Sobre Mola, Dar Akkoba es uno de los libros sobre la Guerra de Marruecos, mejores por su sinceridad.
Respecto a las instrucciones del Director, la base de toda la acusación de genocidio de la "Memoria", no deja de ser curioso que se conocen fundamentalmente por el libro venganza contra Franco de su secretario Maíz.
Estimado Andrónico, un comentario como el suyo es bienvenido, consciente como soy de mis limitaciones en un tema más vivencial que conocido para mí, y que he tocado sólo por amistad al autor del libro.
EliminarTriste cosa, que a cabo de tantos años, cuando se dan todas las condiciones para ofrecer al público síntesis históricas fiables y serenas de lo que fue la II República y sus consecuencias, se está haciendo todo lo contrario: reconstrucciones político-viscerales caricatuescas, en una pedagogía perversa e interesada, aprovechando que vivimos otros tiempos menos temperamentales, aunque el cainismo pervive.
Su boceto del Prof. Cacho Viu es de tomar nota.
Muchas gracias por su amable visita.