martes, 30 de mayo de 2017

La‘ONCE’ de Maite y nuestra, en sus Bodas de Oro


Los días 22-25 de mayo, en Toledo, hemos cumplido el Cincuentenario de ‘La ONCE’.
Nuestra ‘ONCE’, con todo respeto, nada tiene que ver con la carencia de vista o expender cupones de la suerte, aunque tampoco presumimos de ver crecer la hierba, y menos, todavía, de gozar de aquella visión que llamaron beatífica los que nunca disfrutaron de ella. La ‘ONCE’ es nuestro santo y seña como miembros de una sociedad informal y semi secreta, integrada por los elementos de la XI Promoción de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense (Madrid, 1962-1967).
–¡Pero cómo!: ¿todavía queda aquello de las promociones universitarias?
De otras no sé. La ‘ONCE’ sí, para contarlo al cabo de medio siglo. Aquella promoción nuestra no se nos quedó en un «adiós, muy buenas, hasta la vista», porque entre nosotros había una alma mater con nombre y apellidos: Maite Alberdi Alonso. Maite tuvo la idea de juntar a los nostálgicos de una carrera bastante feliz, y atraparnos en una red de encuentros regulares que se hicieron anuales, en diferentes puntos de España y alguno en el extranjero.
Maite Alberdi  de chica había sido la hermana mayor de una familia numerosa, donde le tocó el papel de vice-madre y porta-batuta del orfeon fraterno. Y algo se le pegó para siempre de aquel oficio doméstico, cuando nos adoptó como a su nueva chiquillería. Por ella volvimos a la conciencia de ser la promoción que fuimos: la única ‘ONCE’.
Tan suya fue la idea, que Maite bien pudo registrarla a su nombre. Pero desinteresada y generosa  como ella es, no lo hizo. Y hete ahí un buen día que aparece en cartel una película titulada ‘La Once’ (2014), dirigida, ¡qué casualidad!, por otra Maite Alberdi, cineasta chilena muy premiada por sus documentales.



Maite Alberdi la nuestra, en esta página mía es la baranda del grupo. Fuera de esta página, es una profesora de investigación del CSIC, con asiento en el Museo de Ciencias Naturales de Madrid –«uno de los más antiguos del mundo en su género», oiga usted–, especialista reconocida en Paleobiología de mamíferos.
Pues bien, cada año nuestra Maite maitea aparca por unos días sus preciadas osamentas fósiles, icnolitos, gastrolitos, coprolitos y demás -litos o parafernalia pétrea de su oficio, para volcarse en la ONCE y su reunión anual. Ella gestiona los viajes, alojamiento, restaurantes... La intendencia, en suma, para que todos encontremos las cosas a punto, y nada se interfiera con las expansiones del reencuentro. Ella nos cuenta y recuenta en el autobús o en el tren, a las partidas y regresos, con la misma precisión que si fuésemos las vértebras o las piezas dentarias de uno de sus especímenes. En fin, Maite obtiene las entradas colectivas, siempre previo recuento; y en restaurantes, propiedades de la Iglesia y demás sitios de pago inmisericorde sin bonificación a la senectud, recauda las cuotas, poniendo en todo lo nuestro el mismo amor que si estuviese ajustando uno de sus relevantes artículos sobre sus últimos hallazgos en tafocenosis.



¿Quiénes somos la ONCE? Gente ya algo mayor, pero que nos recordamos como jóvenes estudiantes en Madrid, oriundos de casi toda España. En 1967, siguiendo la costumbre, nos hicimos visibles en una ‘orla’ académica. Veinticinco años después, en 1992, dábamos fe de vida en nueva orla informal, siempre bajo la cúpula íncuba de nuestros profes que aquí se muestra. Y hay que reconocer que esta segunda orla representa cierto alivio para nuestros encuentros anuales. Porque no es lo mismo verse en el espejo de los 40-50, que en aquella primavera ya lejana, donde (salvo excepciones) el conjunto parecía lo que era: una florida juventud. Y aunque el tiempo castiga –a los unos más que a las otras, por sistema y como debe ser–, todavía nos reconocemos las otras a los unos y viceversa sin dificultad.
Fue la nuestra una promoción peculiar. Todas lo son para sus miembros, ya lo sé. Sin quitarle importancia al hecho de que en nuestro curso la proporción de guapas llamaba la atención –también a los cátedros (‘ellos’ todos, o tempora!)–, lo peculiar de la ONCE que quiero señalar se refiere más a éstos profesores. Casi todos gente madura, buenos y hasta buenísimos en su oficio; pero bastantes de ellos en trance de jubilación, mientras la Biología como ciencia sufría una revolución acelerada. El problema crítico era transmitir y recibir conocimiento puesto al día a día. ¡Y qué días! Justo cuando la Biología, como carrera, se abría camino en el laberinto profesional, donde el biólogo hasta entonces sencillamente no existía, fuera del campo de la enseñanza de Ciencias Naturales. Era la reconversión de naturalistas a la antigua a biólogos propiamente dichos –incluidos los biólogos naturalistas, por supuesto–.

Cincuentenario en Toledo
Nuestros encuentros anuales se cierran con un banquete frugal, donde a veces suena el badajo por algún desaparecido, y nunca faltan mensajes de ausentes. A los postres, se votan las propuestas de destino para el año siguiente. Este año tocaba Toledo. Toledo es una de las ciudades misteriosas de España, donde cada vez que uno vuelve descubre algo nuevo. Para esta visita hemos contado con un guía de lujo, el historiador Don Ventura Leblic García, conocedor del terreno en profundidad –dicho sea también al pie de la letra, para el autor de Toledo, la ciudad de los muertos (Covarrubias Edic., 2013)–.
Al oír su primer apellido, se me escapó en voz alta relacionarlo con Domingo Badía Leblich (1767-1818?). «Antepasado mío directo», dijo. Mira por dónde, conozco a un tataranieto del archifamoso ‘Alí Bey el-Abbasí’, catalán viajero aventurero y espía por cuenta de Godoy, que en 1803-1807, en aparato de magnate, sabio y devoto peregrino musulmán, supuesto oriundo de Alepo, recorre el Norte de África y Levante, con visita en Arabia a la ciudad prohibida de la Meca,  resultando ser el primer europeo que  cumplió los ritos, besó la Kaaba santísima y regresó para contarlo. Visitó también la prohibida mezquita de los Patriarcas en Hebrón y otros santos lugares.
Desatendido por el gobierno español se pasó a los Bonaparte, y al servicio de Francia publicó sus Viajes en francés, en tres tomitos, bajo su personalidad fingida. Ediciones posteriores se adornaron con excelentes grabados, planos, figuras y mapas sobre trazas suyas. Geógrafo y astrónomo, naturalista, experto en náutica y arte militar, pero sobre todo un hombre intrépido y gran psicólogo, Alí Bey / Domingo Badía fue un explorador del mundo islámico a la altura de los mejores y más célebres, como el suizo Juan Luis Burckhardt (1784-1817), que visitó la Meca siete años después que Badía y murió antes que él.
Empresa peligrosa, preparada a conciencia, sin ahorrarse el mal trago de la circuncisión en edad adulta. Empresa también cara, pues aunque gozó de mucha hospitalidad, nadie se engañe, todo oriental esperaba (y espera) verse correspondido con creces, a la altura del huésped. Un viajero de la condición del Bey Abbasi tenía que abrirse paso a golpe de esplendidez.
Sobre la peligrosidad real de un viaje como el de Alí Bey, leamos lo que cuenta del pozo sagrado Zemzem, en la Meca, y de su custodio:
«Antes de pasar adelante, quiero presentar a este interesante personaje, convertido ya en amigo mío. Era un joven de 22 a 24 años, muy bien parecido, ojos hermosos, bien trajeado, extremadamente fino, dotado de cuantas cualidades exteriores hacen amable a una persona. Depositario de toda la confianza del jerife, desempeñaba el cargo más importante: es el envenenador titular
Hombre tan peligroso ya me era conocido. Desde la primera vez que fui al Zemzem se deshacía en atenciones conmigo… Todos los días me enviaba dos jarritas del agua del pozo milagroso. Espiaba los momentos en que yo iba al templo, y acudía con la dulzura y gracia más delicada a ofrecerme una taza llena del agua milagrosa, que yo bebía hasta la última gota sin recelo.
La misma conducta observa este malvado con todos los pachás y los personajes de cuenta que van a la Meca. Por la más ligera sospecha y al menor capricho, a una orden del jerife, el desgraciado extranjero pronto ha dejad0 de existir. Dado que sería impiedad rehusar el agua sagrada de manos del jefe del pozo, este hombre es así el amo de la vida de todos los peregrinos. Ya cuenta una partida de víctimas sacrificadas.
Desde tiempo inmemorial tienen los sultanes jerifes de la Meca un envenenador en su corte, y es bien notable que no se recatan de ello, pues es cosa sabida en el Cairo y en Constantinopla… Por esa razón mis amigos magrebíes se afanaron en prevenirme, desde que llegué a la ciudad. Mis criados daba al diablo al traicionero. Por mi parte, yo le trataba con las mayores muestras de confianza y afrontaba su agua y sus comidas con serenidad y sangre fría. Mi única precaución era llevar siempre conmigo tres dosis de cinc vitriolado [sulfato de cinc], vomitivo mucho más activo que el tártaro emético y de efecto instantáneo, por si sintiera el más ligero indicio de traición.» [1]
Esto era, como digo, en enero-febrero de 1807 en la Meca, donde Alí Bey fue testigo de la conquista de la ciudad santa para el wahabismo saudita, infelizmente reinante hoy en día. Diez años después Badía desaparece en Damasco de forma misteriosa, que hizo sospechar envenenamiento. Pero no por algún colega del aguador sonriente a la etrusca del pozo Zemzem, sino tal vez por intriga inglesa; que de perfidias, Albión sabe un rato, y hasta un consumado.
Hace muchos años que disfruté con buenas lecturas de Alí Bey, y ha sido una sorpresa conocer ahora a un descendiente suyo. En homenaje a don Ventura, traigo este párrafito  impactante de los Viajes de su abuelo. En Larache (Marruecos):
«hay una capilla o ermita de una santa, patrona de la ciudad, llamada Lela Minana. Allí se venera su sepulcro. Jamás he podido desenredar el revoltijo de ideas que ha suscitado en mi mente el hecho de canonizar a una mujer, habida cuenta de la exclusión del Paraíso, tácitamente anunciada por la Ley al sexo femenino. Pero Dios sabe más que los humanos.» [2].
Al apuntar el nombre de Ventura Leblic me di cuenta de la falta de la hache final. «Se la quitó mi abuelo», me explica. Seguramente harto de oírse llamar Leblich, con che –como ocurre con Aymerich–; salva la diferencia de que Leblich no es catalán, sino belga.
D. Ventura Leblic es académico de la Real de Bellas Artes y Ciencias de Toledo, así como fundador y presidente de la Asociación Cultural ‘Montes de Toledo’, que hace un mes cumplía su LX Aniversario. Con orgullo justificado nos mostró la sede, en la Puerta del Cambrón, con soberbia vista sobre el Tajo y su vega desde una logia renacentista, ideal para pensar, no menos que para poner la mente en blanco.
Le comunico mi afición a Esteban de Garibay, un personaje vasco que él conoce bien.  (“Garibay en Toledo”: algún día tengo que poner algo debajo de ese título.  Ya no tengo excusa, contando con esa enciclopedia toledana viviente que es mi nuevo amigo Ventura.)
Por ser esta la primera vez, nuestro guía omnisciente no nos ha bajado a la auténtica Cueva del Ocultismo, rival de la famosa Cueva de Salamanca, ni a otros antros curiosos o truculentos. Todo se andará. De su mano hemos callejeado arriba y abajo, como es andar por Toledo, desgranando información precisa con la sencillez del  maestro que lleva dentro.
Con Ventura nos acompañó su mujer, Mari Carmen, la simpatía en persona. Presume de sangre judía, y algo de ello habrá que la entusiasma para estudiar el hebreo. En la sinagoga del Tránsito, en el patio, hay una exposición de lápidas tumbales antiguas, colocadas a modo de cementerio judío, anejo al Museo Sefardí. Por allí anduvimos Mari Carmen y yo descifrando epitafios hebreos, como el de Doña Fadueña (de Béjar),
«gloriosa hija de rey, que en la gloria descanse, a la parte de dentro».
Bien dicho. De ir al cielo, que sea «a la parte de dentro», y cuanto más adentro, mejores vistas. Allí nos veamos todos, bienaventurados colegas de la ONCE.


Preside todo el cenotafio judío una endecha en hebreo, del granadino  Rabí Moisés ben Ezra (m. 1135). Traduzco:
Viejas tumbas de antaño,
donde la gente duerme el sueño eterno
sin odio y sin envidia en su interior,
sin amor ni rencor juntos reposan.
A su vista, mi mente es incapaz
de distinguir a siervos de señores.
Los muertos ni sienten ni padecen. Somos los vivos los que les achacamos nuestras emociones, tal vez para pedir justicia en su nombre. La endecha de Ben Ezra  se la recomiendo a Jonan Fernández, nuestro agente y factótum en Vasconia de eso que dicen ‘Paz y Convivencia’ –bonito nombre para cubrir las vergüenzas de una desmemoria selectiva–, que para algunos es ya su modus vivendi, con muy poquito o nada de philosophandi.



En la comida de despedida salió aprobada para el año que viene, en duro pique con Bilbao, la candidatura de Valladolid. Gracias en nombre de todos a D. Ventura y Señora. También a nuestra guía oficial de la Imperial Ciudad, Irina, mujer amable y servicial, elegante y rubia de cerúleos ojos. A lo que añado: buena conocedora y enamorada de Toledo, y que domina perfectamente el castellano. No está de más decirlo, dada la circunstancia de que es polaca.
La visita cincuentenaria a Toledo se completó en lo cultural con una excursión a la Villa Romana de Carranque, junto al Guadarrama, y tras el almuerzo, visita al complejo monástico visigótico de Melque. Pero eso quede para otro día.
________________________________
Notas:
[1] Voyages d’Ali Bey el Abbassi en Afrique et en Asie. Paris, 1814, t. 2,   págs. 312-314.
[2] Voyages d’Ali Bey, t. 1, pág. 357 (1804, 17 de agosto).





5 comentarios:

  1. Aysss D. Belosti, esos son los recuerdos de juventud que merecen la pena recordarse. Un clan (= "planta", ramita que reverdece) de amigos, unidos por la persecución de un saber que no se olvida never ever. Yo nunca tuve de eso, ni siquiera "orla" (quizá en Cantabria hay algo mío, pero es de ayer mismo), aunque sí recuerdo a un clan de amigos unidos, y errados también, en otro tiempo mucho más allá de la lozana juventud. Un clan de doblaiglesias en guipuzcoanas y alavesas tierras... "¿dónde andarán?" se preguntaba el rockero. El que vd. sí sepa donde andan, sepa que es más bendición que todas las casualidades.
    Buen sitio de celebración ese Toledo, cuyas tardes son demasiado místicas para no dejar la mente en blanco. Aysss, aysss y re-aysss.

    ResponderEliminar
  2. Me alegro mucho de que la celebración del cincuentenario de su promoción fuera tan grata como se desprende del relato y de las fotos que lo acompañan.

    Un abrazo, D. Belosti

    ResponderEliminar
  3. Ay, don Belosti, cómo se rejuvenece uno en las evocaciones de los años de carrera.

    Qué de sonrisas: los íncubos profes en la orla, misioneros sin conciencia; esa Albión, que en el Ius Canonicum, dio por ratos y consumados no ya matrimonios sino tajos homicidas; y esas chicas del curso que seguirán jóvenes por muchos decenios y para siempre.

    Visitando la sinagoga del Tránsito descubrí en humilde rincón una pequeña lápida donde constaba uno de mis apellidos que también confirmaba una lejana ascendencia hebrea...

    Mis saludos, mi felicitación y el deseo de que esa ONCE con el mínimo de badajos funerales siga celebrando muchos, muchos aniversarios.

    Mirlopica.

    ResponderEliminar
  4. Gracias por sus comentarios tan afectuosos, Dª. Carmen, maese Lemuel, D. Mirlopica...

    D. Pedro, su salutación me ha emocionado. Y en cuanto a lo del apellido hebreo, supongo se refiere a Pinto, que en efecto ostentaron sefarditas muy notables, tanto judíos como conversos.

    A todos un abrazo.

    ResponderEliminar