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jueves, 30 de abril de 2020

Lecturas en Cuarentena (3): Una hoja de calendario



A últimos del año 2015 recibí de mi mujer, como regalo de cumple, un taco calendario del Corazón de Jesús para 2016 (Ediciones Mensajero, Bilbao), que me inspiró una página en el blog: ‘Tacos’. 
Hablé entonces de esos tacos tradicionales que siempre conocí en casa, de los de arrancar la hoja diaria. El anverso, con su información propia de almanaque: fecha en números grandes, santoral, datos astronómicos y pensamiento filosófico. Era la cara visible de cada día, hasta el siguiente. Pero, arrancada la hoja, ésta no perdía su utilidad. En el reverso venía un texto que siempre se miraba, casi siempre se leía, y a veces hasta se guardaba. Era el mensaje cotidiano del taco, su sorpresa, su dosis de cultura, pensamiento, utilidad, poesìa, anécdota, humor…, sin olvidar los pronósticos. 
Miscelánea de larga tradición, ésta de los almanaques, desde la invención de la imprenta. Hace poco hablábamos de ellos aquí (Donde dice Turco), y alguna otra vez me he referido a su descendencia moderna. El Egutegi Bizkaitarra, por ejemplo, de Sabino Arana fue instrumento nada desdeñable de su propaganda política a través del santoral y la onomástica. 
Lo que no pude adivinar o pronosticar –ni siquiera tratando de almanaques–, aquel 30 de diciembre de 2015 en que describí los viejos tacos calendarios bilbainos de mis recuerdos, evocados por el regalo de uno de ellos, era que precisamente ayer tarde y hoy por la mañana, al poner al día su taco-calendario del Corazón de Jesús, a vuelta de hoja los usuarios han encontrado aquellas mismas líneas que yo escribí, y no pocos han seguido el enlace en ‘Belosticalle’.
Intrigado por el número de visitas a ‘Tacos’, veo este nuevo comentario:




Buenos días:
Pues al arrancar la hoja de ayer del Taco del Corazón de Jesús, veo en su reverso una reseña a este artículo con extractos del mismo.
Enhorabuena, pues aunque cada taco tiene 365 páginas (o una más como en este año), no todos pueden presumir de haber sido recogidos en tan histórica publicación.
Un saludo.

Puesto en contacto con Ediciones El Mensajero, debo a la amabilidad de D. Antonio Pedrero el patrón de la hoja de ayer/hoy del taco. Mi agradecimiento a los dos: a D. Pascual FTW por el aviso, y a D. Antonio por el envío.
Es de destacar el título del mensaje: SIGUE VIVO. Se ve que al redactor le cayó bien mi sorpresa por la longevidad de este taco venerable. Viva otros tantos tacos y más, si el mundo dura.
Un recuerdo también para los Santos del Día, que algo habrán tenido que ver con la intriga. Por orden de Antigüedad:
Tíquico, discípulo y colaborador de San Pablo apóstol (siglo I). 
Torpete o Torpes de Pisa, mártir legendario en tiempos de Nerón (siglo I). Tal vez el mismo Torpes que dio nombre a Saint-Tropez (Francia).
Hugo de Cluny (1024-1109), san Hugo ‘el Grande’, abad de Cluny, reformador y hombre político en el conflicto entre el Papado y el Imperio.
Severo de Nápoles (vivió alrededor del 400). Obispo de Nápoles, que le debe el baptisterio de la catedral, posiblemente el más antiguo conservado de occidente.
Pedro de Verona (1205-1252) o Pedro Mártir. Dominico y primer Inquisidor, muerto en emboscada por los herejes a los que corregía, y que disgustados le abrieron la cabeza. Santo Patrono del Santo Oficio, que adoptó su emblema: la espada y la palma.
Catalina de Siena (1347-1380), virgen y doctora de la Iglesia, religiosa terciaria dominica, iluminada mística y mujer influyente su tiempo.
Antonio Kim (1795-1841), mártir coreano, catequista de misión, canonizado en 1984.

ORATE PRO NOBIS !





miércoles, 3 de agosto de 2016

Rioseco: muerte y resurrección


Roberto Rivera, 'Amanecer en Rioseco'. Premio Concurso Fotográfico 'Vive Burgos' (1 julio 2016)


Hubo tiempo —de esto hace ya muchos años— en que cada temporada hacíamos una o dos escapadas a las ruinas de Rioseco. Y cada vez que teníamos visitas en casa, ésa era una de las excursiones preferidas, junto con la iglesia rupestre de San Pedro de Argés y otras curiosidades. Todo en el valle de Manzanedo, en Castilla-Vieja. Rioseco, sin embargo, nos atraía sobre todo lo demás por sentirlo un poco nuestro, como de la familia en sentido amplio. Adquirido por un Arquiaga (1855), a cabo de un siglo se les planteó a los herederos la posibilidad de ‘restituirlo’ a la Iglesia.
¿Restituirlo? ... ¿a la Iglesia?
Los Arquiaga de Villarcayo, en los siglos XIX-XX, fueron una saga de ilustrados y hombres de carrera, que conjugaban desarrollo técnico y política, sin descuidar los negocios. Su triste sino fue hallarse en el mal momento en el bando malo. Si D. Pedro Arquiaga, el liberal boticario de la villa, cayó defendiéndola  frente a los carlistas (1834), su descendiente del mismo nombre, Pedro Arquiaga Díaz, como socialista republicano perderá la vida un siglo después allí mismo, en su largo y tórrido veraneo en su tierra de origen, víctima del Alzamiento Nacional (1936). Fue ingeniero industrial, como su padre Rodrigo Arquiaga, pioneros ambos de la electricidad en la zona, con Hidroeléctrica Arquiaga, S. L., en el Congosto sobre el Ebro, cerca de Incinillas.
Entre el uno y el otro Arquiaga le tocó vivir al hijo del primero y abuelo del segundo, Francisco Arquiaga Rodríguez (1812-1882), ‘Don Paco’, farmacéutico en Villarcayo, como su padre, más radical en política y con sus ribetes de conspirador.
«En la desamortización de Mendizábal (1836), siendo este joven Arquiaga alcalde de Villarcayo y Merindad de Castilla-Vieja, Burgos fue de las provincias donde más bienes desamortizados salieron a venta, pero también donde hubo menos compradores. El mismo Don Paco, funcionario y diputado, en la nueva operación desamortizadora de Madoz (1855), más sistemática, fue comisario provincial de la subasta y remate de bienes ‘nacionales’. El eufemismo incluía bienes de la Iglesia, lo que situaba al agente Arquiaga en el limbo de la excomunión. Y más cuando, a falta de licitantes, él mismo cargó con aquella belleza inútil y desolada: el monasterio de Rioseco».
Francisco Arquiaga
El nuevo propietario desde luego cedió a la diócesis el templo de Rioseco perfectamente en orden para el culto, y permitió a los campesinos y ocupantes de la granja que fue monacal continuar en el sitio. A este Arquiaga, medio santo laico y notorio suscriptor de prensa libre —era accionista de la Institución Libre de Enseñanza (1876)—, sus ideas avanzadas no le llevaron a la tragedia, pero sí a un estigma casi peor, para la época. Los compradores de aquel ‘expolio’ anticlerical eran sacrílegos, señalados con una oscura aureola de réprobos para condenación eterna. (Sobre los Arquiaga, recomiendo los artículos de 'Lebato de Mena' en su documentado blog, 7 MERINDADES.)
A esta visión, inculcada al pueblo desde los púlpitos y catequesis por un clero integrista, es a lo que me he referido con el término ‘restitución’.
Margarita Merino, la viuda del infortunado Arquiaga Díaz, aunque también sufrió vejaciones graves  por su condición de esposa y madre de Arquiagas, fue mujer creyente y razonablemente religiosa, amén de la propietaria de Rioseco. Esto hizo de ella una presa ideal para el acoso de conciencia por parte de cierto canónigo de Villalaín, quien, para meritar ante su arzobispo, a cada encuentro con la señora la echaba en cara paternalmente la posesión de aquel bien no bien adquirido, instándola a ‘restituirlo’ a la Iglesia, como buena obra en descargo de la mala conciencia atávica de los Arquiaga.
«Que sí, que buena gente, doña Margarita —se limpiaba el clérigo los labios de chocolate con la vainica de la servilleta, en aquel despacho que fue de don Pedro, mantenido intacto en su morada de Incinillas—. Buena gente, ya lo creo. Pero, usted me entiende —mirando de reojo a la librería del despacho—, todos de la cáscara amarga. Recuerde usted lo que tanto se comentó, cuando hicieron la presa de la fábrica de luz; cómo metían allí santos de piedra de Rioseco. Y encima bromeaba don Pedro (q. e. p. d.): “Ése de las barbas y las llaves, que se llama como yo, ¡¡a lo más hondo y cabeza abajo!!”».
Así un día y otro, el canónigo con la viuda. Después de todo, ¿qué más daba, si aquello era imposible de mantener? Así que fue un tío de mi mujer y también ingeniero, Luis Rallo, quien como yerno de doña Margarita, por imperativo legal entonces, tuvo que poner su firma junto a la de su esposa, cuñados y suegra, en los papeles de cesión de Rioseco al Arzobispado de Burgos (1953).
La idea era, a lo que parecía, habilitar allí una residencia de verano para los seminaristas, tan numerosos en los años 40-50 del apogeo nacional-católico. Y en verdad, habría sido fantástico, y hoy tendríamos un Rioseco menos perdido. Lástima que el sueño tuvo mal despertar, porque «bastó la cesión de doña Margarita, con la tinta sin secar, para despeñarse todo en un proceso de expolio, saqueo y degradación, hasta un estado terminal».
Sólo el templo se mantuvo en uso hasta los años 60 del siglo pasado. Cerrado luego y desmantelado de mala manera, parte del mobiliario —retablos, sillería coral, órgano, cuadros, ajuar…— se trasladó, vendió o ‘regaló’, quedando el resto a merced de depredadores.
Fachada y Puerta del Monasterio,
tal como fue... (Arch. Diputación Burgos)
Así lo conocimos nosotros, y cada retorno daba más grima. Creo que fue un invierno recio cuando, al subir  al recinto, apenas pudimos entrar salvando una montaña de escombros. Toda la fachada principal, ya tocada por haberse arrancado tiempo atrás su ornamento arquitectónico —una portada clasicista jónica, que Dios sabe a dónde fue a parar—, se había venido abajo de golpe, arrastrando buena parte de la torre del ángulo SE, la que llamábamos por instinto ‘Torre del Abad'. .
Ante aquel desastre me juré no poner más los pies allí, no tanto por el peligro como por el disgusto. Por supuesto, falté al juramento, sólo para seguir viendo más ruina, las vidrieras emplomadas hechas trizas, las laudas sepulcrales partidas y removidas, elementos ornamentales desaparecidos, y no lo digo por la maleza, que también hacía lo suyo moviendo sillares y reventando muros...
Todavía quedaba en pie junto al coro, debajo de la tribuna donde estuvo el órgano, una buena pila bautismal románica, un monolito intacto con un relieve de obispo o de abad con su báculo. Traída de no sé donde y plantada allí en función de la  parroquia. El colmo fue verla un día desvencijada. La habían apalancado, lista para llevársela quien le viniera en gana. Notificado el caso a la familia, nadie sabía ya qué pensar ni qué hacer, donde ningún responsable daba cara ni título. ¿Poner la pieza a buen recaudo? ¿Dejarla desaparecer? Tengo entendido que la pila finalmente se salvó de chiripa. Enhorabuena al dueño de la joya por tanto desvelo.
El Tiempo sobre Rioseco
Santa María de Rioseco fue monasterio del Císter, si no de los importantes, sí uno de los más antiguos  de la orden en Castilla. En rigor hasta tuvo derecho al preciado título de ‘Real Monasterio’. Su cartulario se estrena con una serie de donaciones y prolijas confirmaciones (1135-1152) por Alfonso VII el ‘Emperador de España’ y de Alfonso VIII, más un magnífico privilegio confirmatorio del mismo (Soria, 28 de enero 1286). Por cierto, este es uno de los documentos más antiguos donde aparece como tal el nombre de Villarcayo (Villarcaio), junto con Horna. Claro está, suponiendo que las menciones sean auténticas.
Lo más curioso es que, morando los monjes o ermitaños primeramente arriba en el páramo, en Quintanajuar junto a Masa, la munificiencia real se extendía sobre todo por esta zona de las Merindades. Una invitación, sin duda, al traslado, con su cuenta y razón, que los historiadores algo suspicaces interpretan como deseo de la Corona de Castilla de meter en el valle de Manzanedo esta cuña monástica cisterciense, frente a los intereses del Señorío de Vizcaya y del reino de Navarra.
En contraste con la sencillez del edificio, su documentación revela gran actividad en adquisiciones, compraventas, permutas y demás tratos. En otras palabras, una avidez de patrimonio y señorío temporal a contrapelo del ideario del Císter en sus principios. No es que otras casas y otras órdenes monásticas en general hayan seguido el modelo evangélico de las aves y los lirios campestres a la hora de echar sus cimientos económicos, pero es significativo que esta fundación pronto se hizo amonestar por la superioridad en razón de sus operaciones crematísticas, y hasta algún abad parece haber sido depuesto por ello.
Estudiando la lista de abades perpetuos (desde el siglo XII hasta mediado el XVI, en que el abadiato pasa a ser trienal), Inocencio Cadiñanos, editor del Cartulario de Rioseco,  observaba que pocos monjes de la casa ascienden al cargo, lo que quiere decir que los abades vendrían impuestos por el Capítulo general de la Orden o por la Congregación de Castilla, mejor que imaginar que la propia comunidad se los buscaba fuera. Esta anomalía no dice mucho en favor del nivel comunitario. Y es que, lo dicho, cuando el cartulario se anima y jalea el nombre de algún abad o prior, es casi siempre «debido a su muchas actividad en compras, trueques y ventas» —explica este buen amigo mío. Le suscribo por mi parte con un ejemplo.
El año 1212 se celebró, como es bien sabido, la gran victoria de las Navas de Tolosa. La vanguardia central la dirigió el Señor de Vizcaya Diego López II de Haro. Fue aquí, junto a don Diego, donde se situó el contingente auxiliar francés con su caballería del Císter, señalándose nuestro ya conocido Arnaldo Amalrico, antes abad e inquisidor y ahora arzobispo de Narbona. Lo dicen las historias, e incluso la Wikipedia, aunque da más sabor leerlo en el castellano florido de tiempos del artífice de la batalla, héroe y cronista de la misma, el arzobispo Don Rodrigo de Toledo, quien compone el suceso conforme a modelos clásicos (Crónica, cap. 206):

«E veno ay [ahí] el arçobispo de Narbona Don Arnalte, que fuera otro tiempo abad de Çistel… Traxo consigo muchos criados de la Francia de los godos, que traían muchas armas e muchas sobre-señales, e venían bien guisados… E vinieron otrosí muchos cavalleros bien guisados, e muchas gentes de pie, mançebos bien guisados e ligeros, e mucho atrevidos de tierra de Portugal.»
Como arzobispo que era, el navarro don Rodrigo Jiménez de Rada pondera el aflujo de colegas,  nombrando a tantos, que más que víspera de batalla dijérase de concilio toledano . Educado por los cistercienses de Huerta, cuyo abad era tío suyo, enumera también a  las órdenes militares, tan ligadas al Císter, «e muchos otros religiosos de muchas e departidas órdenes, que eran todos en Toledo».
Por descontado, también hubo caballeros seglares. El principal de todos, alguien muy relacionado con Rioseco: el 'bien guisado' y muy poderoso Señor de Vizcaya (cap. 208, fol. clix):
«De los fijos dalgo de Castilla fueron estos Ricos omes: don Diego López de Faro;  el conde de Lara don Ferrando, el conde don Álvaro, el conde don Gonzalo su hijo, estos tres eran de Lara; Lope Díaz de Faro, Ruy Díaz de los Cameros… e otros muchos nobles e grandes del Reino de Castilla… E yvan los qu’eran allende los montes Perineos por sy, e dioles el Rei Don Alonso por cavdillo a don Diego Lopez de Faro».
Luego dirá (cap. 212, ff. clxj v y clxij);
«Entre los castellanos ovo la delantera don diego López de Faro con sus parientes e vasallos… E los primeros que dieron las primeras feridas en las hazes de los moros, fue Lope Días fijo de Diego López de Faro e sus sobrinos Sancho Fernández e Martín Muños, que eran en la primera haz de el dicho don Diego López de Faro.»
¡Ah, don Diego, don Diego! Llamado desde entonces ‘el Bueno’, aunque para otros siguió siendo ‘el Malo’, por su felonía de Alarcos (1195). Obviamente, no el fundador de Bilbao, sino su bisabuelo homónimo. Con él y su mesnada se halló y se distinguió su hijo Lope Díaz II, en aquella familia de los Haro, donde se alternaban los Diegos López y los Lopes Díaz en la guirnalda sucesoria.
Pues bien, si a algún abad cisterciense de Castilla se le pudo poner falta en el pelotón de don Diego, en aquella jornada del 16 de julio, ése fue don Miguel de Rioseco. Y eso que él y el de Haro hacían buenas migas. Pero nuestro abad debió de excusarse para no ir a matar moros, porque como cuenta el Cartulario, todo aquel mes y el anterior anduvo ocupado en tratos de tomaydaca, arrendamientos y, lo que suena más extraño, reducción de personas a la condición de vasallos tributarios del monasterio.
Esto, como digo, no impidió el buen rollo entre nuestros cenobitas de Manzanedo y el héroe de las Navas, que a más de señor de Vizcaya lo era también de Castilla-Vieja, con mando en medio Burgos. El año siguiente  en septiembre, sin ir más lejos, comparecen juntos del bracete don Diego y don Vicente, prior de Rioseco, en contrato frente a una señora propietaria:
«Yo don Diego López de Haro, de común acuerdo y voluntad con don Vicente, prior de Santa María de Rioseco, y todo el convento de la misma iglesia, hago permuta con vos doña Elvira Oriol de toda la heredad que ellos tienen en Castil de Lences, bienes raíces y muebles. Y yo doña Elvira Oriol, de toda mi buena voluntad, hago permuta con vos don Diego López de Haro y con vos don Vicente, prior de Rioseco y con todo el convento, de toda mi heredad propia y todo el mueble que tengo en Rioseco…»
A las formalidades del trueque se añade una cláusula de penalización —que aquí traduzco por su curiosidad—, para el caso de que alguien trate de burlas lo acordado:
«De primeras, tenga la ira de Dios, y pague a la caja del señor de la tierra 10.000 maravedís, y devuélvanse las dichas heredades dobladas o mejoradas en lugar semejante».
‘La ira de Dios’. No era broma, para los hombres de la Edad Media, aunque se usaban también amenazas más explícitas. Ya que estamos en ello, venga otro ejemplo. Uno de aquellos cambalaches del abad Miguel en el mes de las Navas —un simple trueque de un solar por otro entre el monasterio y una familia Ibáñez— se cerraba con esta amenaza:
«Si hombre alguno rompiere esta carta, de primeras tenga la ira de Dios y sea descomulgado y maldito, con Datán y Abirón, y como Judas condenado en el infierno».
Los rebeldes Datán y Abirón, en visión catastrofista postromántica (Biblia Holman, 1890)

Datán y Abirón fueron los atrevidos que, por desafiar la autoridad de Moisés y Aarón, fueron tragados vivos por la tierra (Números, 16-17). Lo irónico es que, dos párrafos más abajo, la amenaza de muerte y pena eterna, ya bastante terrible de por sí, se agrava con otra temporal de multa y compensación, tal vez por aquello de «largo me lo fiáis», o porque siempre puede haber gentes de poca fe en el más allá:
«Y si a alguno de nos o de vos (se le ocurre) romper esta carta, pague a la caja 100 libras de oro y (devuelva) la dicha heredad doblada.»  
Para más ilustración de las fórmulas antiguas de comminatio en los contratos véase aquí mismo, ‘Maldiciones bíblicas’.
Rioseco en claroscuro
Sinceramente, no quisiera yo dejar mal a los monjes de Rioseco. Diré, pues, que en 1217 reina en Castilla Fernando III, todavía bajo la protección de su madre Dª Berenguela, ex mujer de Alfonso IX de León. El papa Inocencio III se empeñó en anular el matrimonio, por impedimento de parentesco entre tío y sobrina. ¡Con lo sencillo que habría sido dispensarlo (aunque fuese cobrando), sin poner en brete la estabilidad política y social de todo un estado cristiano! Sin duda, era un modo de decir entonces quién mandaba en nombre de Dios sobre los reyes de la tierra.
Hecho y jurado rey don Fernando, su chancillería se vuelca en proteger a Rioseco, sin duda por amistad entre el rey y el abad don Rodrigo, convertido en prelado áulico. Esta posición de ventaja no durará mucho, pues ya en la segunda mitad del siglo XIII vemos en el cartulario a vasallos seglares de Rioseco que se le suben a las barbas al nuevo abad, poniendo su autoridad en solfa por minucias. Si algún abad fue destituido, como ya se dijo —aunque tampoco era una medida insólita—, en revancha, otro abad riosecano será promovido por tres veces al generalato de la congregación (1575, 1584 y 1596, al final de su vida): don fray Atanasio Morante Espinosa (1526-1596), palentino de Aguilar de Campoo y profeso en Nogales (León), de cuyos dos trienios de abadiato aquí (1563-66, 1593-96) fueron «de los más diligentes en los aspectos económicos y artísticos» (Cadiñanos). En el intermedio desempeñó otros abadiatos (Nogales, Osera, Palazuelos, Sobrado), con la misma disposición a invertir en arte cuanto pudo.
A este binomio ‘economía-arte’, como dos pies de banco, más un tercero de virtudes religiosas (que a todo buen abad se le supone, como el valor al soldado), bien quisiera yo añadir a modo de pie cuarto alguna actividad intelectual plasmada en elocuencia sagrada o producción escrita. Por desgracia, la búsqueda en esa dirección ha sido vana, y no porque se hayan perdido los tesoros literarios de Rioseco, sino porque diríase que el Señor no llamó por ahí a estos hermanos. Es verdad que en el siglo XV el bajo nivel cultural del Císter castellano era alarmante, hasta que en Santa María de Huerta el Capítulo decide promover los estudios en algunos centros (1498), obviamente no tan apartados como este.
Una excepción confirmará, en cierto modo, la regla. Fray Roberto Muñiz Rodríguez, en el siglo Antonio Dionisio (1709-1803), escribió lo suficiente para figurar en la Literatura Española. Eso sí, tienen que ser manuales más bien extensos y detallados, como el de Julio Cejador, que cita las dos obras principales de este autor, al que apellida Muñiz Álvarez Baragaña, él sabría por qué.
La excepción literaria del padre Muñiz tiene más mérito, porque además de escritor fue abad. Pero por eso mismo fue excepción sólo relativa, porque como queda dicho, los abades de Rioseco fueron aves de paso. Por lo demás, Muñiz no es lo que se dice una celebridad. No le veo en la Espasa, y aunque pongo su enlace biográfico a la Wikipedia, en la entrada Avilés a la fecha no figura entre los ‘Avilesinos destacados’. Yo creo que le merecería, como natural de Sabugo y amigo de la Ilustración asturiana (Jovellanos, Campomanes...).


La primera obra algo importante de Muñiz fue Medula Histórica Cisterciense, en cuatro tomos que luego resultaron ocho (Valladolid, 1781-1791). Es pura propaganda del Císter, su origen y desarrollo, santos y santas, personajes ilustres.
Teniendo en cuenta que esa orden cultivó desde siempre la milagrería, diablería y cuentos de aparecidos, se entiende que este monje de la Ilustración se disculpe así:
«De buena gana pasaría en silencio todo aquello que la crítica de nuestros tiempos gradúa de inverosímil, o a lo menos de dudoso; pero creyendo que en esto ofendería a la piedad de mis cistercienses, y a las venerables tradiciones, … quise más anteponer la opinión piadosa a otra cualquiera que no sea evidentemente cierta en Historia…»
El resultado serán relatos que a menudo recuerdan la tramoya del popular ‘teatro de santos’. Sólo por la curiosidad de referirse a Rioseco cito esta noticia sobre San Malaquías. Éste fue un santo obispo irlandés del siglo XII, no cisterciense pero sí amigo de San Bernardo, y famoso por su supuesta ‘Profecía de los Papas’ , con los emblemas de los papas futuros hasta el fin de los tiempos (que ya toca, con este Papa Francisco, último de serie). Por alguna razón, san Malaquías tuvo virtud contra el paludismo las fiebres tercianas y cuartanas, y aquí tenemos un testimonio:
  «Por la [intercesión] del Santo Arzobispo de Hibernia Malaquías consiguen los tercianarios pronto remedio en sus enfermedades. Así lo puedo asegurar como testigo de vista, pues con sola el agua pasada por una de sus canillas, que con mucha reverencia se venera en el Relicario de este devoto Monasterio de Rioseco, han conseguido muchos verse libres de molestas enfermedades, y en particular de tercianas, y cuartanas.»
El ‘Relicario’ en cuestión es el bonito Retablo de las Reliquias (1669), que estuvo en la capilla del Cristo y hoy se halla en Nª Srª de las Nieves, en Las Machorras. Valdría la pena comprobar si la canilla milagrosa sigue allí.
Publicado el tomo cuarto de la Medula, se ve que para entonces nuestro autor le había tomado gusto a la pluma, o bien que para ciertas cosas todo es ponerse. De modo que hubo tomo 5 para las Huelgas de Burgos, el convento más importante del Císter femenino en España y uno de los más famosos de la cristiandad, por la jurisdicción señorial y cuasi episcopal que se atribuían sus abadesas. De paso escribe también la historia del Hospital Real, dependiente de las Huelgas.
Tres tomos últimos fueron para las Órdenes Militares hispanas filiales del Císter, pues san Bernardo fue muy de la guerra santa. El tomo 6 (1787) sobre Calatrava, y el 7 (1789) sobre la orden de Alcántara, los dedica a sus paisanos asturianos don Pedro Rodríguez de Campomanes y don Gaspar Melchor de Jovellanos, caballeros de Calatrava y de Alcántara respectivamente. En fin, siendo de nuevo Muñiz confesor de las monjas de Burgos, da a luz el tomo 8 (Valladolid, 1791), sobre la Orden de Montesa.
Aquí suspende su historia de las órdenes militares ibéricas para dedicarse a otra obra tambien de propaganda, y en parte de alta relación social: Biblioteca Cisterciense Española (Burgos, 1793). Abre fichero una mujer, doña Ana Francisca Abarca de Bolea Mur y Castro, abadesa de Casbas (diócesis de Huesca), de la familia del Conde de Aranda. «Consagrada a Dios en dicho Monasterio de edad de tres años», esta monja literata produjo vidas de santos, historias de milagros y otros escritos edificantes. Es un contraste notable el que se da entre el deseo de agradar a una alta sociedad ilustrada, regalista y masónica, cuyas mujeres a menudo seguían predestinadas al convento más tradicional.
La sigue muy de cerca una ficha que me ha llamado la atención, y es la de don Tiburcio de Aguirre Ayanz. Este sacerdote vitoriano fue un ilustrado y científico amateur, coleccionista de ejemplares y aparatos que daba a conocer en tertulias de sociedad. Muy vinculado a la Casa Real, fue ayo principesco y académico, pero sobre todo, para la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País que promovía el Conde de Peñaflorida, don Tiburcio fue el valedor decisivo en su aprobación como Real Sociedad, y lo mismo el Real Seminario Patriótico de Vergara. ¿Y por qué don Tiburcio en la Biblioteca Cisterciense? Porque, entre otros innumerables títulos y cargos, Frey Don Tiburcio era caballero de Alcántara.
Rioseco ha muerto: ¡Viva Rioseco!
Rioseco ya no es la pesadilla que ha sido, gracias (como siempre) al entusiasmo. Un voluntariado entusiasta y joven, muy bien orientado, se afana en la consolidación de esta reliquia insignia de Manzanedo. Estos días celebran su VI Semana del Voluntariado, pro recuperación y difusión de esta belleza tan desconocida.
Nadie piensa en reconstruir, sólo en consolidar y poner en uso y disfrute unas ruinas, digamos, ‘románticas’. Es el adjetivo que más veo repetido; y aun podría decir: yo lo vi primero así, una noche de luna llena iluminando el claustro y la espadaña. Sin caer en lugares comunes, renovemos un término desgastado para un romanticismo joven siglo XXI, ¿por qué no? Rioseco es escenario maravilloso para cualquier encuentro. Como por ejemplo, la gala ‘Fragmentos líricos’, el pasado 22 de julio, con arias de ópera poniendo a prueba con sobresaliente la acústica del templo y la solidez de sus bóvedas, que no se hundieron con los aplausos. Gala a beneficio de las obras en curso. ¡Bravo!





Importante. Otro fruto de la actividad y vida nueva en Rioseco:

Varios Autores, Jornadas del Monasterio de Rioseco. El Monasterio a través del tiempo. Burgos, 2016, 235 págs., ilustrado.