Antonio Basagoiti lo ha dicho: «El PP es el que pone y quita al próximo Lehendakari.» No es sabio, ni siquiera sensato, pero queda blanco y migado.
Sólo que ese poder es efímero, si se agota en la investidura. A partir de ahí, todo dependerá de los pactos y de la lealtad en cumplirlos. Pero el mero hecho de tener en jaque la candidatura de Ibarretxe y la eventualidad de apearle de su Olimpo, es cosa seria.
Esa virtud que un puñado de votos tiene para derribar de un solo mandoble al hombre más poderoso de Euskadi –también su político más popular, según encuestas–, y transmutar en lendacari a un Francisco Javier López, figura grisácea sin icono social, debe de tener un precio y ventaja más duradera y enjundiosa que la autosatisfacción del deber cumplido.
En estas fechas, los analistas políticos hacen cábalas sobre la calidad y cantidad de la contrapartida. No hay razón para que un indocumentado como yo eche su cuerto a espadas con especulaciones que a nadie importan, y a mí menos. Pero hay algo que no necesita muchas luces para entenderse, y tiene su quid. Qué va a pasar con la política lingüística.
El Partido Popular ha dicho que una de sus exigencias de cambio se refiere a la política sobre el euskera. Concretemos. En campaña electoral se puede decir, por ejemplo, No a la imposición del vascuence, o Sí a la libertad laboral por encima de la barrera lingüística. Eslóganes, máximas, reclamo publicitario. Bien está para orientar, como los postes en los caminos, pero con eso solo no se llega a ninguna parte.
Las proclamas de los 'populares' hasta ahora sólo han dado a entender que la política lingüística del Tripartito ha sido mala y debe cesar. Lo que me gustaría saber –yo al menos lo ignoro– es si ese partido tiene ya diseñada una política diferente sobre el vascuence, o si no tienen política al respecto, porque no la estiman necesaria.
Esta segunda hipótesis –supresión de toda política sobre el euskera–haría que más de uno se rasgue las vestiduras o enarque las cejas: «¡Cómo, que…! ¡Alguna política habrá que hacer!»
1. Unos dirán: «Si no queremos que el euskera desaparezca, hay que ayudarle. Evítese, eso sí, la imposición, el trágala, el atropello de derechos ciudadanos tan elementales como el acceso a la bolsa de trabajo. Nada de 'talibanismo', acoso o apremio, que hasta los del buen Kontseilu desaconsejan, por ser contraproducente…»
2. Otros lo verán así: «Hasta ahora se ha aplicado una política euskaldunizante in crescendo y con moto, diseñada en y para el proyecto de construcción nacional. Esta es la madre del cordero: el particularismo nacionalista, que explota el tema lingüístico para sus interesas. Una nueva política lingüística debe sanear el aspecto cultural de la lengua, purgándolo de ganga abertzale. Sobre todo en la escuela, donde la euskaldunización va impregnada de adoctrinamiento.»
Sería demasiado simplista por mi parte identificar la postura (1) con el PSE y la (2) con el PP, aunque algo de eso hay. De hecho, el Consejero de Educación Tontxu Campos ha defendido su política como continuación mejorada de la que implantó su antecesor socialista Recalde. Tampoco se observa en el PSE nada que indique voluntad de ir más allá de cierta desaceleración del proceso euskaldunizador, nada parecido a un frenazo o retroceso. No me extrañaría oírles decir que también ellos continúan y mejoran a Campos.
Por el contrario, el PP concentra en sí lo que los nacionalistas estigmatizan como 'odio al euskera'. Un odio que, reducido a escala semántica aceptable, se queda en mero antagonismo político, nada que ver con la lengua, ni con lo vasco. Cosa normal en democracia, aunque aquí, a un hombre tan mesurado y enemigo del insulto como se proclama Ibarretxe, le ha inspirado referirse al Partido Popular como «lo peor de este País» y «el mayor problema de Euskadi».
Obviamente, quienes están por la euskaldunización, siquiera moderada, esos necesitan concretar una política lingüística acorde con sus objetivos y tempo. Y ese creo que es el caso del socialismo vasco en general, que parece tener asumido que la Comunidad Autónoma Vasca, mediante un proceso de euskaldunización cultural, debe avanzar en el bilingüismo. Ello pide alguna política al respecto.
Política cultural que también puede interesar a gentes contrarias a la construcción nacional y a la euskaldunización política abertzale. Gentes que pueden hallarse a gusto en la esfera 'popular'.
¿O sea que política lingüística tiene que haberla? *
No necesariamente. Tal como está la cosa, lo mejor para vivir todos en paz serían una buenas, y mejor largas, vacaciones politolingüísticas.
La cuestión del vascuence como 'lengua propia' se ha desmadrado:
1. El sofisma de la 'normalización lingüística' –en la trama de una 'normalización' a gusto y diseño del nacionalismo en exclusiva– ha generado tensión, malestar y rechazo.
2. El mito del vascuence como signo identificador de nuestro 'hecho diferencial' ha provocado una intoxicación masiva alucinógena con síntomas paranoides.
3. El dinero invertido en este campo –con desviación de fondos incluso al extrajero– ha creado un tejido más o menos profesional, un modus vivendi para mucha gente, a cuenta del euskera.
4. El pretexto de la 'lengua débil' (más aún, 'lengua oprimida') ha sido otra palanca de promoción, sin fijar algo tan racional como sería un término ad quem, una meta realista más concreta que el 'bilingüismo real', indefinido e indefinible.
Lo de síntomas paranoides no es metáfora:
Aquí están ocurriendo fenómenos nunca vistos en el mundo, porque la sociedad vasca no está sana. No es cuestión de ideales o de intereses. Eso sería poco o nada sin el terror.
Un experimento radical como el que se realiza en la educación, con anuencia aparente de las familias, es una novedad histórica que en el fondo resulta trágica.
Trágico que no excluye lo tragicómico. Aquí, para satisfacer a la minoría de vascohablantes, hay que producirles más vascohablantes y ponérselos a su entera disposición. Interlocutores que puedan escucharles, entenderles y, a ser posible, devolverles la conversación en su lengua propia, el vascuence. Algo así no se ha visto en ninguna parte del mundo.
Pero no acaba ahí el sainete. Los que al principio eran muy pocos, ahora son bastantes más, ya tienen con quién despacharse en la lengua propia. ¿Satisfecha su sed de interlocución? Al contrario. Protestan más, porque habiendo más euskaldunes, todavía sigue sonando mayormente el erdera.
El bilingüismo experimental logrado hasta ahora es impuesto. Oralmente, sólo se practica en las escuelas donde desde el preescolar funciona la consigna: «Behin bateko, euskaraz eta kitto!» El resto es bilingüismo gráfico: anuncios, letreros, formularios…, donde el usuario busca la información en castellano. Penoso; pero es lo que hay. En áreas mayoritarias la gente habla en castellano, y seguira haciéndolo. Sólo las paredes alrededor se expresan en vascuence.
Con ese panorama, basta con distanciarse un poco mentalmente, y Euskadi parece un manicomio.
Por estas y otras razones, veo defendible la propuesta. Desde el respeto y amor desinteresado a la lengua vasca, a la española, a todas las lenguas en general. Pero sobre todo, desde la consideración a la ciudadanía:
Déjennos en paz.
No a una política lingüística en Euskadi.
* Si alguien está pensando que aquí se ventila mantener o cerrar la Real Academia de la Lengua Vasca, por ejemplo, claro está que esa clase de política lingüística no entra en consideración. Me parece que, en el momento actual, por 'política lingüística' todos entendemos otra cosa.
Tiene Vd. más razón que un santo, queridísimo convillano.
ResponderEliminarEl mero término "normalización" expresa una mentalidad paranoide: Lo "normal" es lo que existe, que es la realidad. Lo "anormal" es pretender cambiar esa realidad creando una norma que establezca que la realidad es incorrecta, que los ciudadanos son incorrectos y hay que repararlos, quieran o no.
Pero nadie espere cambios desde el partido socialista. El socialismo vasco acepta la imágen del país nacionalista, acepta sus iconos y sus mitos. ¿Por qué? Porque sus votantes lo han hecho.
La gran cantera de votantes socialistas son vascos no rurales, no vascoparlantes, mayoritariamente descendientes de emigrantes gallegos, riojanos, burgaleses o cántabros que, desde la revolución industrial, reforzaron la población del país.
Son y se sienten vascos. El nacionalismo racista de Arana les discriminó y algunos todavía lo aborrecen, pero, muy mayoritariamente, han acabado por aceptar sus dogmas para no sentirse maketos.
Los hijos de los Fernández, de los Carballo, de los López, ponen "Iker" y "Jaione" a sus niños, y quieren que sepan euskera, que nadie los vea distintos ni los discrimine. Quieren que se parezcan a los que mandan.
Habría que hacerles reflexionar para que se den cuenta de que en realidad ODIAN lo que el nacionalismo ha hecho con ellos, pero eso es muy difícil, porque esta gente HA PERDIDO EL ORGULLO para poder adaptarse al medio, y esa es una reflexión que cuesta mucho hacer.
Treinta años de poder han producido un sindrome de Estocolmo muy potente entre los vascos, incluso entre quienes se dicen no nacionalistas.
Y el PSE se caracteriza, como sus votantes, por CARECER DE IDEOLOGÍA: Se acomodan a lo que hay. Y les va bien.
No esperemos, pues, milagros. La mayor parte de los votantes socialistas SE NIEGAN A VER LA PARANOIA EN LA QUE VIVEN.
Un abrazo, don Belosti