Parodiando a Magritte, esto no es una pipa, ni tampoco un blog. Dejé de fumar el siglo pasado, y, en cuanto a pipas, no las colecciono. Tampoco tengo esa fe ni ese soplo que da vida a los blogs; esa receta feliz de ingenio, expansividad y perseverancia.
¿Qué pinto yo aquí, entonces?
Ningún misterio. Hace algún tiempo me enganché a un blog interesante. Para los de casa es La Argos, referencia náutica muy expresiva, y que cuadra perfectamente al patrón, marino de carrera. Todo ello es muy poético –como que hasta disponen de vates a bordo–, aunque la empresa como tal tiene nombre prosaico a más no poder: El Blog de Santiago González. Más conocido que la ruda y de no menor provecho.
La gente de La Argos se dicen remeros y remeras, chusma, galeotes y demás sinonimia. Desde que por vez primera subí a bordo, procuré comportarme como un hipereta más. Y sin embargo, debo decirlo, siempre me he visto allí pasajero (a veces polizón), más que tripulante.
–Vaya, dígalo de una vez. Que quiere usted tener barco propio…
Tampoco es eso. Esta náutica me viene ancha, si me fijo en naves bien hechas, marineras, elegantes, activas. Pero algo de ello hay. Muchas veces, escribiendo comentarios sobre los temas que se debaten a bordo de la Argos, me sucede recortar el pensamiento, para no exceder un espacio razonable, ni derivar en otros rumbos que no vienen a cuento.
Lo que yo necesito es un dock en puerto, con un almacén –de momento, vacío– para la mercancía que no quisiera tirar por la borda. Y para eso no conozco otra solución que pintar la apariencia de un blog, avisando debajo que no lo es. Como dijo Magritte…
Eso es, eso podría ser/no ser, Belosticalle.
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