Hoy vamos de cineclub. Los cineclubs que alcancé a conocer me hacían recordar la catequesis de mi infancia: primero cate y luego peli. También en aquellos cineclubs, para cuando te daban la pelí ya un experto te había empapuzado de su saber preambular. Y aunque no sea el caso, porque no soy experto, respetaré el formato explicando por delante a qué viene la elección del filme ruso Óstrov (‘La Isla’, 2006): la historia de un loco de Dios.
Hace poco, de palique por la Cartuja de Pavía, salió a colación por contraste el gran silencio cartujano como observancia monástica, pues en mi mocedad se daba por cierto que, fuera del rezo, los cartujos sólo hablaban para saludarse en el claustro:
–Morir habemos.
–Ya lo sabemos.
Eso, y que el cartujo vivía siempre con una calavera, y no conocía otra distracción que irse cavando su propia tumba en el césped del mismo claustro-cementerio conventual , era casi todo lo que se creía saber sobre gente tan rara.
Pero justo un año antes de aparecer ‘La Isla’, ese gran silencio cartujano también se había hecho película, en el documental o reportaje Le Grand Silence - Die Grosse Stille (‘El Gran Silencio’, 2005). Lo evocaba aquí Gulliver como «impresionante testimonio de vida espiritual»; a lo que sin oponerme expuse mi limitación al «no percibir aliento cristiano en toda la obra». Nunca menos polémica rindió más presto fruto, porque el amigo Grumete terció con esta cita oportuna de Robert Browning (Easter-Day, VII):
… as is your sort of mind
so is your sort of search. You'll find
what you desire. And that is to be
a Christian...
so is your sort of search. You'll find
what you desire. And that is to be
a Christian...
(Tal como piensas, buscas. Y así encuentras
lo que deseas. Y eso es ser cristiano…)
Con eso no pretendo acomodarme en un relativismo metafísico. Lo que este cineclub improvisado quiere ser es una invitación a explorar otro genéro de vida tan religiosa como la de los cartujos y a la vez tan diferente. De paso vemos cómo la religión es otro lugar de encuentro para creyentes y no creyentes o descreídos, incluidos los místicos de cada campo.
Si ‘El Gran Silencio’ no es cine fácil, ‘La Isla’ parece que tampoco, a juzgar por comentarios que luego mostraré. Todo lo nuevo, lo desconocido, requiere algunas claves para su comprensión y eventual disfrute. Es el tema de esta elucubración sobre monjes a la antigua. Bien entendido que a quienes no interese, no tengan tiempo o no la necesiten, harán bien saltando directamente a la película, si es de su gusto.
El hombre religioso
En la biblioteca de mi colegio hacíamos cola para devorar a Eduard Spranger en dos de sus libros: ‘Psicología de la edad juvenil’ y ‘Formas de vida’. Éste me gustaba entonces, en su apariencia sencilla y sólida, con la esperanza de clasificar a mis compañeros, y de paso ver también dónde encajaba uno mismo.
Uno de los arquetipos de Spranger era el Homo religiosus. Una denominación que en latín clásico podía perfectamente aplicarse a la persona supersticiosa, más que religiosa. Teofrasto en ‘Los caracteres’ también trata de superstición (deisidaimonía), pero es porque sus tipos de conducta son todos negativos, defectos de la personalidad. A propósito, el viejo Teofrasto me sigue pareciendo más divertido que Spranger.
Aquel Homo religiosus sprangueriano me impresionó, porque su punto de mira, aunque formalmente se enuncia como unión con lo divino, en realidad no sería exactamente lo que solemos entender por ‘religión’: relación con Dios, mediante un sistema de creencias y prácticas compartidas socialmente. El hombre religioso de Spranger es más bien un perfeccionista universal que un creyente. Por lo mismo, en su roce con la realidad y consigo mismo, ese hombre religioso –con Dios o sin él– puede convertirse en un neurótico acomplejado por la culpa, o bien en un cínico.
El cristianismo produjo escuelas de hombres religiosos que hicieron de ello una ascesis o camino de perfección. Tales fueron los monjes. Su idea del perfeccionismo quedó plasmada en la obra clásica del santo abad del Sinaí Juan Clímaco (‘el de la Escalera’), llamado así por su Escala del Paraíso (siglo VII), tan pintada en las paredes de los monasterios ortodoxos.
De cara al paganismo culto, los apologistas cristianos hicieron presentables a un san Antonio Abad, san Hilarión y toda la turba monástica como ‘filósofos cristianos’.
En cuanto a la asignación de escuela o corriente filosófica, no se aclararon bien. Una interpretación, a primera vista absurda pero con mucha miga, comparaba a los monjes con los filósofos cínicos, cuyo prototipo fue Diógenes. ¿A quíen, si no, podían compararse unos anacoretas a menudo huraños, desaseados, iletrados, despreciadores de todo valor convencional? Aquel desharrapado, cuya privacidad no era mayor que la del perro callejero –de ahí su nombre de guerra, ‘el Cínico’– y que se guarecía en una tinaja, era un hombre libre y un valiente. Cuando Alejandro Magno se dignó arrimarse a él a preguntarle si deseaba algún favor, la respuesta fue: «Sí, que te apartes un poco, que me haces sombra». Para una pagano no estaba nada mal, era lo que daba de sí la filosofía sin Cristo; pero al fin aquella vida de renuncia era ya un camino de perfección individual. Es decir, la médula del ‘hombre religioso’.
Los locos de Dios
Esas especulaciones tuvieron su realidad en ‘santos’ o santones históricos que, desde el siglo V-VI, perfilaron en el oriente cristiano la figura del ‘loco de Dios’. Aquí se entretejen hilos cristianos y otros variopintos de la antropología y el folclore, para dar un tapiz del loco en sociedad, y cómo ésta ve y trata al loco, entre el desprecio al transgresor y el respeto al poseído de un espíritu malo o bueno. El Espíritu Santo, tal vez.
Esto último venía autorizado por san Pablo, que hablando de la ‘locura de la Cruz’ se presentaba así, ironizando ante los ‘cuerdos’ cristianos de Corinto (1 Corintios, 4: 9-10):
«Yo diría que Dios nos ha sacado a escena a nosotros, los apóstoles de última hornada, como unos condenados a muerte, porque somos espectáculo para el mundo, así el angélico como el humano. Nosotros, locos por Cristo; vosotros en cambio, sensatos en Cristo. Nosotros débiles, vosotros fuertes» etc.
Hacerse el loco ha sido un recurso para evitar la estima y vencer el orgullo y librarse de respetos humanos, sin excluir los casos de desequilibrio mental propiamente dicho, o la picaresca. Como aquel santón bereber que le contaron a Julio Caro Baroja: «tan santo, tan santo, que el aguardiente al pasar por su gañote se volvía leche».
De hecho, la autoridad eclesiástica no miró bien a los locos de Dios, y algún concilio prohibió canonizarles (año 592). Oriente sin embargo siguió respetándoles, especialmente Rusia, donde todavía se considera válida la espiritualidad del yuródiv.
San Simeón el Loco entre dos ángeles |
Un privilegio social de estos santones era su libertad e inmunidad. En la ópera ‘Borís Godunov’ de Mussorgsky es impactante la escena de Nikolka el Inocente (o el Idiota, en el drama de Pushkin). El pobre ha encontrado una moneda, da gracias a Dios por el pan de hoy. Pero vuelve la chiquillería, le acosa, le quitan su moneda y huyen, el pobre llora...
Pueblo.
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¡El Zar! ¡Llega el Zar! (Entra el Zar con los boyardos.)
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Inocente.
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¡Borís, Borís! Los chicos pegan a Nikolka.
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Zar Borís.
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Dadle una limosna. ¿Por qué llora?
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Inocente.
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Los chicos me pegan… Mándalos degollar, como degollaste al pequeño zarévich.
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Boyardos.
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¡Fuera, loco! ¡Prended al loco!
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Zar Borís.
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Dejadle en paz… Ruega por mí, Nikolka. (El Zar sale)
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Inocente.
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(Ensimismado) ¡No, Borís!... No se puede rezar por el zar Herodes. La Madre de Dios lo tiene prohibido.
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Una loca fingida
La extravagancia ascética ya la he tocado, por ejemplo sobre los ‘Santos Estilitas’. Pero eso no agota el tema del ‘loco por Cristo’, sólo o en comunidad, en monasterios masculinos y femeninos. Para terminar escojo precisamente un ejemplo femenino de loca fingida, que viene a pelo para nuestra película porque muestra cómo la loca de la casa era un incordio, objeto de rechazo poco caritativo. Como en la película ‘La Isla’.
Cuenta Paladio en su Historia a Lauso (h. 420), caps. 33 y 34, cómo los monjes de San Pacomio en la Tebaida (en Egipto)
«tienen también un monasterio de mujeres, como unas 400, al otro lado del Nilo, frente al de los varones, sujetas al mismo régimen de vida. Cuando una monja muere, las demás la embalsaman y depositan el cuerpo en la ribera. Los hermanos, portando palmas y ramos de olivo, pasan en barca, y entonando salmos lo llevan a la otra orilla y lo entierran en el cementerio femenino. Fuera de eso, nadie sino el presbítero y su diácono cruza al monasterio de mujeres, y eso sólo en domingo…
En el mismo monasterio hubo otra monja que simulaba locura y posesión diabólica. Por ello la detestaban, hasta negarse a comer con ella, que era justo su propósito. Andaba por la cocina, hacía toda clase de trabajos y era, como se dice, la fregona del convento. En ella se cumplía lo que está escrito: “Si alguno entre vosotros se cree sabio a la moda, hágase el loco para llegar a sabio” (1 Corintios, 3: 18). Todas las monjas llevan el cráneo afeitado y cubierto con capuz. Ella en cambio se liaba un trapo enrollado a la cabeza y así hacía el trabajo.
Ninguna de las cuatrocientas la vio nunca comer a la mesa, ni siquiera sentarse a ella y tomar un pedazo de pan, sino que rebañando las migas de las mesas y escurriendo los platos y pucheros, con eso se conformaba. Jamás se enfadó con nadie ni murmuró, ni hablaba mucho ni poco, aunque le diesen sopapos o recibiese insulto y desaires.
San Pitirum era un santo anacoreta residente en Porfirita, a orilla del mar Rojo. A este varón probadísima en santidad se le apareció un ángel:
–¿De qué te engríes y te las das de virtuoso? ¿Quieres ver a una mujer más virtuosa que tú? Pues ve al monasterio de los pacomianos de Tabenesi, y fíjate en una que lleva como una corona de trapo, porque esa es mejor que tú…
Aunque Pitirum nunca salía, no pudo menos que ir al monasterio femenino. Las mujeres, aunque extrañadas, le dejaron entrar por su fama de santo y viéndole además tan envejecido. Ya dentro, la extrañeza aumentó cuando pidió verlas a todas. Se presentaron, pero él no vio a la que buscaba.
–Aquí falta alguna. Traedme a todas, he dicho.
–Padre, tenemos a una ‘agitada’ en la cocina– (una sale, así es como llaman a las locas).
–Pues id por ella, que yo la vea.
Van a llamarla, pero ella no quería, presintiendo de qué se trataba o porque le fue revelado que no fuese. Hubo que llevarla a rastras.
Nada más ver el trapo enrollado a su frente, Pitirum se echó a sus pies pidiendo:
–Dame tu bendición.
–Dámela tú a mí, señor –replicó ella haciendo lo mismo.
–Cuidado, padre, con la loca, no dejes que se propase –advirtieron todas a coro.
–Las locas sois vosotras. Ella es mi mamá y vuestra mamá, y rezo para ser digno de ella el día del Juicio.
(Amma, ‘mamá’, es como llaman a las religiosas más espirituales.)
Al oír esto, todas se arrojaron a sus pies, confesando sus diferentes ofensas: la una que le salpicó con la tabla de lavar, la otra que le daba collejas, la tercera que le soplaba mostaza a la nariz, y así sucesivamente, cada una de las cuatrocientas monjas.
El santo las bendijo a todas y se fue. A los pocos días la loca, incapaz de soportar el respeto y estima de las hermanas, aburrida de sus disculpas, dejó el monasterio. A dónde fue, dónde se escondió, cómo acabó su historia, nadie lo supo.»
En las vidas de los santos es frecuente el tópico del asceta que al cabo de los años se cree un campeón, y –deportista al fin, nada más legítimo– le pica la curiosidad de saber si hay alguien con mejor palmarés, y quién es la estrella. La sorpresa suele ser mayúscula cuando la voz celeste le remite a un payaso de circo (como san Ginés), un tabernero, una mujer del partido o, como en este caso, una monja loca por Cristo en un convento bien surtido de chifladas.
Con este bagaje ligero ya estamos listos para pasar la película, que trata de la vida y milagros del padre Anatoly, un yuródivo ruso de una quinta algo anterior a la mía.
Enlazo una versión original subtitulada en español, aunque esta otra subtitulada en inglés parece más cuidada. No me gusta el doblaje al español hispano, que incluso cambia el título por ‘El Exorcismo’, sin duda por oportunismo y gancho comercial.
Valoraciones de la cinta
De esta película he leído críticas para todos los gustos. Para recomendación de la misma, empezaré por dos de las más negativas que he podido encontrar.
La peor película religiosa que he visto (6 de febrero de 2011). Con muchas expectativas empecé a ver esta cinta. Muchas críticas estupendas, la mejor película, y al final, lo más aburrido del mundo. No quito que tiene un guión original, pero muy lento; no quito que tiene buenos actores, pero la historia es aburrida; no quito que tiene buena dirección, pero no engancha, por eso la puse pasable. Pero si estás desvelado y no tienes sueño, te la recomiendo para echar una buena siesta.
‘El Santo’ (sic) (21/07/12). He visto este film ruso debido a las buenas críticas que había leído, y lo único grande que he contemplado ha sido mi aburrimiento, menudo tostón sin ritmo, un letárgico producto que tendrá su legión de seguidores, no diré yo de gafapastas, bueno ya lo he dicho.
Es la historia ficticia de un monje ruso, Anatoly (Piotr Mamonov, ex-estrella de rock rusa)... Pretende ser la historia de un Santo y lo que resulta es un relato en el que la hierba se ve crecer; intenta reflexionar sobre los mecanismos de la fe, y lo que depara es un letárgico metraje; ansía radiografiar los sentimientos de culpa y la expiación, lo que transmite es el simplismo.
Se nota que el realizador Pavel Lungin ha bebido del también ruso Tarkovsky, tipo que dota a sus trabajos de gran visualidad, así como de una languidez y lentitud repelente, y aquí lo que me produce es indiferencia. La pesada historia la envuelve en hermosos paisajes para hacerla digerible; pero es que ver durante minutos cómo Anatoly acarrea carbón, luego ora y vuelta al carbón, produce hastío. Lungin me transmite la impresión de ser un onanista que disfruta con lo que hace y no percibe la puerilidad de su argumento; la potencial complejidad de la narración no aguanta el menor análisis, su mística me queda muy arrugada. En resumen, una pretenciosa película, que me aporta somnolencia y tiempo perdido. Fuerza y honor!!! T. R.
En el otro polo:
HE AQUÍ LA MÁS EXTRAORDINARIA PELÍCULA RELIGIOSA EN LO QUE LLEVAMOS DE SIGLO XXI (4 de agosto de 2010). ¡Atención!: Está usted ante una película que le dejará asombrado y trascendido, que le provocará gratitud. “Ostrov” (isla) es de esas sorprendentes creaciones que a veces tienen lugar en el cine, que nos dejan cavilando, aprehendidos, espiritualizados, imantados hasta tal punto que sentimos la irremediable necesidad de verla numerosas veces más y hablar de ella a otras personas, y dar a conocer o extender su hermosura, su fascinación, su sutileza prodigiosa. No tardará en convertirse en un filme de culto y referencia, en la línea del impresionante y natural sentido teológico de lo humano, que ya vimos en “Ordet”, “Nazarín” o “El hombre que no quería ser santo”.
Es un filme sobre el arrepentimiento y la culpa de un hombre que obró de forma cobarde y criminal; sobre su vivir expiatorio, distanciado y casi en soledad; sobre el trabajo y la oración constante a los que dedica su existencia; sobre su relación con sus compañeros monjes y con los seglares que vienen a visitarlo.
Pero también “Ostrov” nos recuerda y hace presente, al religioso excéntrico, que siempre se ha dado en el cristianismo desde antiguo y sobre todo en el cristianismo ortodoxo; un tipo de místico loco, de santo que hace gansadas, de ermitaño o anacoreta que da gritos, salta, canta o hace el payaso cuando menos te lo esperas, de profeta inculto o poco especulativo que practica una vida de extrema pobreza, de monje raro y mugriento que anda desaliñado, sin apenas lavarse, al margen de las normas sociales e incluso al margen de las normas de la Iglesia; pero que sin embargo posee dones como la capacidad de ver en el interior humano, de aconsejar con sabiduría, de pedir y ser atendido por lo Inefable, de exorcizar, de sanar, etc., que otros más correctos, ordenados, doctos, bien vestidos profesionales de la religión, no tienen.
Anatoly, vive en una comunidad de monjes ortodoxos, aunque apartado de sus compañeros, en una isla de las que abundan por la costa del Mar Blanco, —mar que en realidad es un golfo del Mar de Barents (en el océano Glacial Ártico), localizado en Rusia, entre la península de Kanín al Noreste, la comarca de Karelia al Oeste y la península de Kola al Norte—. La fama de santidad de Anatoly se ha extendido y la gente de las poblaciones cercanas en el continente peregrinan en barcas a pedir sus bendiciones, sus oraciones, sus sanaciones, sus consejos, etc., algo que incluso causa envidia en algún compañero y docto monje a quien la gente no acude para nada.
Anatoly lleva décadas como un pobrísimo y miserable monje, ora y trabaja desde el alba hasta la noche acarreando carbón, tratando de purgar un antiguo y grave pecado que cometió en su juventud. De hecho cuando vienen seglares buscando su bendición o dones espirituales, él evita ese halo de santidad que le adjudica la gente y suele hacerse pasar por otro monje, evitando darse importancia a sí mismo o caer en la vanidad de quien se nota admirado.
ESTO ES HACER CINE DECENTE (9 de mayo de 2009). La película me ha sorprendido por los cuatro costados. La música, perfectamente emparejada con toda la ambientación y los sucesos que ocurren. Los planos, algunos algo largos, pero se ve que están totalmente pensados, ya que dejan reflexionar al espectador sobre todo lo que va aconteciendo en la película. La interpretación... no hay palabras... con detalles realmente buenos. Uno de los fuertes de la película. La ambientación, perfecta, te sumerges plenamente en el ambiente inhóspito y frío del lugar.
Argumento... siendo un tema tan difícil a tratar en el cine como la fe, está llevado a la pantalla de forma maestra, viendo claramente la calidad del director y el gran conocimiento y experiencia que tiene sobre el tema a tratar, la batalla de la fe con el pecado del hombre.
Lo dicho, recomendadísima. Es un regalo para todo el que pueda verla, ya que no es fácil, por su desconocimiento en España sobre su existencia, además de que hay que ser valiente para ponerse a ver una película que no se sabe nada de ella… El que se atreva quedará sorprendido. F. D.
Hay algo que echo en falta en todas las críticas que he visto: nadie pondera su humorismo y hasta su comicidad. El padre Anatoly no es sólo un bufón a sus horas, un milagrero a sus horas, un misántro y un santo a sus horas: es un humorista formidable a todas horas. Humorismo en su trato con la gente y su dirección espiritual. Humorismo en su método de meter en vereda a sus hermanos monjes, prendidos en su rutina mediocre, egoísta, y en especial al buen superior, el padre Filaret (Víktor Sujorúkov) que en el fondo es el único que le aprecia, aunque no acaba de entenderle. Humorismo del pobre fogonero Anatoly, que sin ser siquiera monje profeso, al final de su vida le reprocha a Dios: «¿Por qué me ha tocado a mí gobernar este convento?». Humorismo en su despedida al dejar este mundo como un Don Quijote en olor de santidad, dejando a unos compañeros felices de tener por fin un santo doméstico, y más felices aún por haberse librado de él. Muy ruso todo.
Lo paradójico es que… Pero punto en boca, no debo reventar el desenlace. Aunque insisto: ‘La Isla’ es un gran filme de humor, yo así lo veo.
Humor perfectamente encarnado en un drama de ‘crimen y castigo’ a lo Dostoyevski, donde el crimen se tasa no por el daño causado, sino por el motivo: «¿Por qué Caín mató a Abel?». Aquí el Homo religiosus –con Dios o sin Dios, repito–, ante su crimen cainita, se convierte en el fiscal más implacable y el juez más riguroso de sí mismo, para expiarlo restaurando en cuanto puede el orden que destruyó. Para que se entienda: justo lo contrario de lo que vemos en el cainismo vasco, que a sí mismo se concede toda suerte de coartadas y justificantes para autoabsolverse.
No es película para ver con prisas, ni para una sola vez. A quienes se les hace larga, es porque no tienen idea de lo que duran las grandes liturgias orientales. Además, siempre es ventaja del youtube poder elegir piques de aquí y de allá para disfrutarlos unos minutos, de vez en cuando. Es como volver hojas de la añeja hagiografía monástica: las Conferencias de Casiano, el Prado espiritual de Mosco, las Vidas de los Padres del Yermo que coleccionó y editó el jesuita Rosweyde..., pero en imagen viva y a día de hoy. De cine. De cine ruso, del bueno.
Otro hilo que he disfrutado enormemente, Querido Profesor .
ResponderEliminarAhora es ya muy tarde para poder ver la película , que cenamos a las 8, y antes tengo que dejar la cena preparada, pero la he guardado en mis marcadores favoritos, y mañana, si vuelvo temprano del trabajo, o pasado, la veré con calma, en grande, en la televisión . Tiene buena pinta, y a mí ese tipo de películas donde se ve crecer la hierba, me encantan.
Muchísimas gracias
Al pensar sobre la locura de Dios y el cine, me ha venido a la cabeza "Ordet", del gran director danés Carl Theodor Dreyer, que es una profunda reflexión sobre la locura de la fe y la capacidad del amor para redimirnos.
ResponderEliminarJohannes, con el seso sorbido -como el Quijote- por la lectura de libros (en este caso religiosos) se acaba mostrando ante nosotros como un ser con humanidad plena, con una vida que alcanza pleno sentido en su locura.
No conocía la película que nos recomienda, querido Don Belosti. Tomo buena nota de ella y procuraré disfrutarla con los pausados tiempos que sean precisos.
Querido Profesor Acabo de terminar de ver la película. En la televisión grande, gracias al Apple TV, que me deja ver allí los You Tubes que pongo en el mac.
ResponderEliminarY me ha encantado . Voy a ver si la tienen en Amazon, y si la tienen, la compraré, que me apetece "hacerle gasto" a Pavel Lugin, que es mi única forma de corresponder.
Y el final , que no cuento, porque me parece que soy la única a la que le gusta que se los destripen, el final, pues, es cuasi el mismo que el de un libro que me encanta :
"Ligero de Equipaje", de Fabián Rodriguez . Un libro también lleno de sentido del humor, y con un final sorprendente, y que recomiendo encarecidamente a todo el que no lo hubiera leído ya.
El cinefilo no deja de ser una forma de vida contemplativa o de muerte contemplando, una monástica espera en comunidad y desde una butaca solitaria al "TE END" .
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