Para cerrar el tema de ayer –‘La O de María’–, hoy nos asomamos a una consecuencia sorprendente:
las vírgenes abrideras, o ‘expectaciones’. Va por todas las que se
llaman Esperanza (doña Expectación, hoy se lleva menos).
Expectación
El año 656, bajo Recesvinto y el metropolitano de Toledo, san Eugenio II,
se celebró el Concilio Toledano X, cuyo canon 1 dispuso no celebrar la
Anunciación el 25 de marzo –que suele caer en cuaresma y cerca de la pascua–, y
la trasladó al 18 de diciembre. Con una particularidad: sería fiesta toda la
semana, hasta Navidad. Restaurada en España la Anunciación el 25 de marzo, se
mantuvo el 18 de diciembre con el nombre de Expectación de Santa María.
Aquel viejo canon sirvió de ejemplo para ajustar las fechas de la O. De paso, aquella fiesta española en los siglos XIV-XV se extendió
a otros países y se hizo general, con diferentes nombres: Expectación del
Parto, La (Buena) Esperanza y por
supuesto, Virgen de la O [1].
Y bendito canon y bendita fiesta, que también darán origen a una
plástica harto expresiva de vírgenes grávidas, pero sobre todo a un género
escultural extraordinario: las vírgenes abrideras.
Los Apócrifos de la Infancia de Jesús son muy realistas sobre el parto
de María, haciendo intervenir a una comadrona, o incluso dos –Zelomi y Salomé–,
que llegan tarde al buen suceso, sin otra misión que verificar al tacto la integridad virginal de la recién parida [2]. En esos relatos nada hace suponer que Jesús nació como un rayo de luz que
atraviesa un cristal, o bien por el costado de María (un tópico que también
repite la leyenda del Buda y otros personajes).
A lo largo de la Edad Media el papel teológico de María no cesa de
subir y subir, con entusiastas como san Bernardo. «De
María nunquam satis» (de María nunca se dice lo bastante): semejante axioma fue como un bulldozer abriendo ancho camino hacia una
especie de adoración mariana teórica, mística e iconográfica.
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Según Gómez Moreno (1927) |
La preñez de María se representa ya desde el siglo XIII de manera
realista. A veces, en el acto mismo de la Anunciación, la doncella que escucha
el anuncio del Ángel y pronuncia el “sí quiero” al Espíritu Santo, ya luce un
vientre abultado. Como en la pareja escultural de Santa María del Azogue
(Benavente, Zamora) [3].
En este sentido, el arte sacro oriental idealiza la preñez, dibujando al
niño mayorcito en el pecho de la madre orante, como si María hubiese llevado al
hijo «en el corazón». Es el tipo de iconos llamados de ‘la Señal’, en alusión a la
señal de Isaías («una virgen concebirá»).
El mismo pudor inspira en Occidente
algunos modelos, con la figura del niño a nivel de la cintura o más arriba. O
bien se recurre al criptograma, como en esta virgen que lee las antífonas de la
O mostrando en su túnica, a la altura del vientre, un sol radiante.
Un paso más, y el artista nos revela las entrañas de María, con una
oquedad donde se aloja el infante. En principio, estas imágenes eran una
variante de los clásicos relicarios.
Pero donde la audacia devota alcanza uno de sus cenits es en las vírgenes abrideras. Un paraíso perdido en su mayor
parte, porque desde los siglos XIV-XV se levantaron críticos puristas, luego la Reforma protestante, hasta que el Concilio de Trento las mandó retirar.
Aun así, algunas resistieron, sobre todo en iglesias apartadas.
Totalmente desprestigiadas en la Ilustración del XVIII, el Romanticismo
las rescata en el siglo XIX, produciendo incluso imitaciones o pastiches, y por supuesto falsificaciones.
Para entrar en ese paraíso contamos con una guía de excepción, la prof.
Irene González Hernando, con este buen artículo introductorio: Las Vírgenes abrideras (2009) [4].
De su mano aprendemos a distinguir entre vírgenes abiertas
(relicarios vaciados en la espalda) y vírgenes abrideras, esculpidas por
delante y provistas de valvas con bisagras, que se abren para mostrar el
contenido.
¿Y qué contenido puede descubrirse en un vientre preñado, salvo una criatura? Vuelve aquí la frase
atribuida a san Bernardo: «de María, nunca basta». Ese vientre puede ser una caja de sorpresas. Lo que nos
revelen sus puertas permite una nueva distinción entre vírgenes:
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Virgen abridera 'pasionaria'
Nueva York, MMA, s. XIV |
1. abrideras simples (con
Jesús niño de pie o sentado);
2. abrideras pasionarias (con
Jesús adulto crucificado y emblemas de la Pasión);
3. abrideras trinitarias (con
la Santísima Trinidad en pleno, Padre, Hijo y Espíritu Santo);
4. abrideras historiadas (trípticos
con historias diversas de la vida de María y Jesús, etc.)
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Santa Ana (siglo XIX) |
El gusto popular extendió la
solución abridera también a santa Ana, que alguna vez se representa preñada de
la Virgen y a ésta del Niño: abuela, madre y nieto. Lo normal, sin embargo, es que la
santa lleve sus rodillas a María, y ésta en las suyas a Jesús. L. Réau dice que la mayoría de Anas abrideras son embelecos; como esta historiada del siglo XIX.
Las vírgenes abrideras auténticas trajeron en el ocaso de la Edad Media algunas aportaciones de mérito no sólo artístico, sino ideológico-místico. Un buen ejemplo son aquéllas en que la Virgen se abre como un gran manto o dosel como Mater misericordiae, cobijando a todos los órdenes de la cristiandad. También la presencia de Jesús sentado en un trono convierte a María en Sedes Sapientiae (Trono de la Sabiduría). Cualquier piropo de la letanía tiene sitio en esta imaginería mariana.
Las abrideras más comprometidas,
desde el punto de vista dogmático, son las Trinitarias, porque, como apuntaba en el siglo XV Juan Gerson, canciller de la Universidad de París y uno de los campeones más prestigiosos de la reforma en la Iglesia, esas estatuas pueden sugerir al devoto simple que toda la Trinidad en Tres Personas se encarnó para redimir al mundo; lo cuál es herético.
Pues
bien, según nuestra maestra doña Irene González, las trinitarias son las abrideras más características del área ibérica. De 78
imágenes que estudia en su tesis doctoral, 47 llevan la Trinidad en el útero, mientras que 31 muestran un interior historiado. Sin embargo, 11 de éstas últimas son modernas, pues al volver la moda de las abrideras se impuso el modelo tríptico con escenas. De los interiores trinitarios, dos tercios han sido manipulados, suprimiendo el trono, el crucifijo etc.
En tales condiciones, pocas son las vírgenes abrideras trinitarias que se han librado del hacha o de la cirugía radical. Hablamos de la auténticas, no de las muchas falsificaciones o hechuras desde el siglo XIX.
La Andra Mari de Buriñondo
Una de éstas abrideras trinitarias, magnífica por cierto, es la Virgen de San
Blas de Buriñondo, cerca de la villa de Vergara (Guipúzcoa). Arriba la hemos visto abierta, mostrando la Trinidad. Aquí cerrada, y con un Niño sedente de quita y pon, que podría ser añadido, según la experta, para ajustar la imagen a las exigencias del Concilio.
De la 1ª mitad del siglo XV, grande de casi 1 m. de altura, tallada en madera policromada y dorada, en su hierática frontalidad y expresión de mujer satisfecha, es la mejor conservada de su género, y realmente única en su tipología, sea cual sea el alcance de sus reformas. Como trinitaria, es una amplificación del tema de la abridera pasionaria, ya que el Hijo aparece crucificado, sostenido por Dios Padre.
Con toda su extrañeza, y el sabenito de rozar la heterodoxia, las imágenes trinitarias tuvieron justificación literaria. Por ejemplo, el poeta místico Adán de San Víctor (m. en 1192) saludaba a la Señora como el «Triclinio de toda la Trinidad»:
Salve, Mater pietatis,
et totius Trinitatis
Nobile triclinium.
La verdad es que hace falta imaginación para discurrir ese piropo a la
Virgen. De hecho, esas cosas no se les ocurrían a los poetas, que a menudo se quedaban
cortados con la péñola en el aire, y era la propia María la que les soplaba el
verso y el consonante. Así lo dice la leyenda recogida en las Cantigas
de Alfonso el Sabio, para explicar lo de Adán de San Víctor, o quien fuese el
autor de la secuencia (un arcidiago o arcediano de San Víctor) [5]:
Estand’ el assi en prezes,
veo-lle a coraçon
a rima que lle minguava,
que era de tal raçon
en latin e que mostrava
‘Nobile Triclinium’,
e non avia palabra
que y fizesse mellor.
¿Exagerado ? De Maria, nunquam satis. Con todas las condenas de Gerson, de Trento y del papa Benedicto XIV
(1745), recuerdo cómo siendo yo niño una tía mía monja, que por la Guerra Civil vino de Barcelona a nuestra casa, cuando dirigía el rosario me causaba admiración, con aquella añadidura suya invocando a la Virgen como «Hija de Dios
Padre, Madre de Dios Hijo, Esposa del Espíritu Santo, Templo y Sagrario de la santa Trinidad».
Abridera trinitaria literaria, como quien dice.
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[1] Así lo leo en el liturgista francés Jean Grancolas
(h. 1660-1732), Commentaire historique sur le Bréviaire Romain, París,
t. 2 (1727), págs. 53-54. En cambio
Louis Réau no menciona tal origen, aunque reconovce que «el tema del
embarazo [de María] parece haber sido particularmente popular en España
y Portugal», Iconografía del Arte Cristiano, Barcelona, Serbal
(2ª ed., 2000), 1/2, pág. 97.
[2] Hacia el año 200, el Protoevangelio de Santiago
(19-20) es de lo más crudo: la escéptica Salomé «mete el dedo en la
vagina» y pega un grito, porque siente la mano quemada que se le desprende.
El muy posterior Evangelio del Seudo Mateo, o Libro de la Infancia,
(13) le plagia con más delicadeza. En el Evangelio Armenio de las Infancias
(8-9) la comadrona es nada menos que ¡la primera madre Eva! A san Jerónimo le
sacaban de quicio estas historias de parteras: «Nada de mujerzuelas, María
se arregló ella sola…» Nadie le hizo caso, porque de lo que se trataba era
de ‘demostrar’ el parto viriginal, con tradición hasta la Edad Media (catequesis,
arte, drama sacro…); cfr. Aurelio de Santos Otero, Los Evangelios Apócrifos.
Madrid, BAC, 1956, pp. 177 y 222.
[3] Gómez Moreno, Catálogo monumental de
España., Provincia de Zamora, 1927, Láminas.
[4] Sin contar su gran monografía sobre Vírgenes
abrideras y Vírgenes-tríptico:, El arte bajomedieval y su proyección. Edit.
Académica Española, 2011, 528 págs. v. también: La Virgen de San Blas deBuriñondo en Bergara
(2006). Artículo en
R. García Mahíques y V. Francesc Zuriaga (Eds.): Imagen y cultura. La
interpretación de las imágenes como Historia cultural. Vol. I (Valencia, 2008). Sobre abrideras teutónicas (2010). Dependiente de la misma autora, cfr. Ricardo Garay
Osma (Sans Soleil De Arte).
[5] Adán de San Víctor, Carmen 38, estrofa 11 ;
en G. Dreves & al., Analecta hymnica Medii Aevi, vo. 54
(Leipzig, 1915), pp. 383-384. Sobre la leyenda con el tópico del poeta en su atasco (que el
dominico fray Tomás de Cantimpré refirió expresamente a Adán de San Víctor), v. Cantigas de
Santa Maria, 202.