lunes, 23 de abril de 2012

San Jorge Megalomártir




Algo tarde llego, pero todavía con tiempo de sobra para felicitar a los Jorges. Téngase en cuenta que los visigodos lo celebraban mañana, 24 de abril.
También entró con retraso este santo oriental en España –en Galia era conocido ya en el siglo VI–, y el Pasionario Hispánico ni le menciona.
¿Pero existió san Jorge?
Según lo que se entienda por existir. Si a uno cualquiera de los yelmos auténticos de este santo militar le alzamos la visera, lo más probable es que no haya nada dentro. O no debería haber, porque el cráneo auténtico, encontrado en Roma en tiempos del papa Zacarías a mitad del siglo VIII, se depositó en la iglesia de San Jorge in Velabro, muy cerca de donde la loba crió a Rómulo y Remo. Otro cráneo de san Jorge, que estaba en Grecia, en 1462 fue llevado en triunfo a la isla de San Jorge en Venecia.
Ahora bien, yo recuerdo que entrando en la ciudadela de Alepo, en un rincón había un sepulcro de un santo, que según entendí era San Jorge el Verde (Al-Khidr), y nadie sabía nada de que le faltase la cabeza. Por lo demás, desde el siglo VI es de dominio público que el auténtico san Jorge está enterrado en Lydda (Lod), en el actual Israel. Con su correspondiente testa, pues no faltaba más.

San Jorge en la leyenda
En el santoral antiguo es frecuente que los héroes, con generosidad cristiana, se presten vidas y hazañas los unos a los otros, hasta hacer pensar que un mismo santo tuvo no una, sino múltiples existencias. Incluso unos pocos, como este megalomártir Jorge, han tenido el privilegio de perder por la fe varias vidas, en martirios sucesivos de nunca acabar.
¿Cuándo vivió san Jorge?
La leyenda tardía le sitúa bajo «Daciano, emperador de los Persas»:

En aquel tiempo, el Diablo arrebató al Rey de los Persas, rey sobre los Cuatro Cedros del Mundo, o como antes se decía, Rey de Reyes. El cual emitió un edicto, convocando asamblea de todos los reyes del mundo, 72 en total.

El motivo de aquella junta era buscar una solución final a la cuestión cristiana. En aquella persecución, supuestamente definitiva, el mártir estrella fue Jorge, un tribuno capadocio, protagonista de una pasión truculenta que duró siete años. Pesadilla de sus verdugos, tres veces muerto y otras tantas resucitado. Los episodios fueron tan salvajes como cortarle en dos con una sierra circular inventada al efecto: una rueda armada de clavos y hojas de espada.
Entre tanto, sus prodigios parecían cosa de magia. De hecho mantuvo un desafío frente al mago Atanasio, al que venció y convenció. Más estupendo aún, llevado a un panteón con 17 cadáveres muertos hacía 460 años (anteriores, por tanto, a la Era Cristiana), le emplazan a que los resucite. Sin la menor dificultad, él les devuelve la vida y acto seguido les bautiza y los hace desaparecer.
Con estos atletas de Cristo, tan correosos, por lo general no había otro desenlace sino cortarles la cabeza. Es lo que se hizo con san Jorge. El cual, antes de morir definitivamente, pide y alcanza de Dios una última gracia: el emperador Daciano y sus 72 reyes son reducidos a cenizas.
A partir de ahí Jorge, cual ave fénix, renace de las suyas como uno de los héroes más fotogénicos del santoral. Los bizantinos hicieron de él uno de sus santos militares, defensores del Imperio.
Pero fue en tiempo de las Cruzadas cuando la leyenda de San Jorge toma sus rasgos, si no del todo originales, sí los más definitivos. Nuevo Hércules y nuevo Perseo, a su paso por Libia libra a los habitantes de Silena, ciudad pagana, de un dragón con mucho apetito y mucha halitosis, que desde un lago allí cerca cuando estaba en ayunas envenenaba el aire. 

La buena gente procuraba tenerle ahíto con dos reses diarias. Escaseando el ganado, reducen la ración a la mitad, más una criatura humana, a suertes. Mientras hubo hijos de plebeyos, la probabilidad respetó a los nobles. Lo peor fue cuando las suertes se igualaron. Y la tragedia, cuando le tocó a la princesa, hija única del rey de Silena.

–Tomad el oro y la plata, más la mitad de mi reino, pero dejadme a mi hija.
–Tú firmaste el edicto, ¡oh rey! Nuestros hijos han muerto, ¿y tú pretendes ahora librar a la princesa? O cumples tus propias órdenes, o quemamos el palacio contigo dentro.
–Por favor os pido, ocho días de plazo para despedirme de ella.

El buen pueblo, siempre sensible a las desdichas de sus soberanos, se muestra conforme. Pero al cabo de los días las puertas de palacio amanecen cerradas. Es la hora del sacrificio, la real Casa no da señales de vida, el populacho se impacienta:

–¡Qué! ¿piensas acabar con nosotros por amor a tu hija? El aliento del dragón nos mata.

Viendo el rey que no había escape, ensaya un golpe de efecto. Viste a la princesa como una novia, con sus mejores galas, y pone ante los ojos del pueblo el drama tremendo que es para todos hacerla morir sin bodas y sin descendencia. ¡Ah, si pudiese morir él en su lugar! Pero ni el reino podía correr tanto riesgo, ni el dragón admitía el trueco.

Lo que vino después lo conocemos por haberlo visto cien veces en pinturas, como la de Paolo Uccello. Cómo pasando por allí el caballero san Jorge se compadece de la joven y abate al dragón de una lanzada.
Jorge sabía que en estos lances los cinturones de las doncellas castas obran maravillas. La vestal Claudia, por ejemplo, con su cinta puso a flote en el Tíber la nave encallada, que traía el ídolo de Cibeles. Y la virgen santa Margarita con la suya sujetó al dragón que la había devorado. Según eso, para alargar el suspense,

El santo caballero dijo a la princesa:
–Echa tu cinta, sin miedo, al cuello del dragón.
Así lo hizo ella, y la bestia  como un cordero la seguía hasta la puerta de la ciudad.
Allí san Jorge predicó al rey y al pueblo la fe de Jesucristo. Luego, echando pie a tierra, con su estoque dio muerte a la bestia.

Es de notar que el mismo motivo figura en la leyenda de san Teodoro, otro santo militar muy popular en las iglesias de Oriente.
Muchas leyendas proceden de alguna imagen mal entendida. Para el caso se sabe que en Constantinopla hubo una efigie de Constantino con una cruz en la cabeza, matando con dardos un dragón demoníaco a sus pies. También en Egipto se representaba al dios Horus ecuestre (su cabeza de halcón podía recordar un yelmo), armado a la romana y traspasando a un cocodrilo, que puede ser su enemigo Set, o bien figurar la purificación anual del Nilo, tal como parece en un relieve del Louvre en época cristiana (siglo IV) . Por último, Daciano, que fue gobernador de España y no emperador persa, como gran perseguidor de cristianos llevó el apodo de «dragón de los abismos».


Santos y héroes, hagiografía y mitología, todo anduvo muy envuelto. Si a mi querido Piero di Cosimo, en vez del ‘Perseo y Ariadna’, le hubiesen encargado un San Jorge, la idea no habría sido muy distinta. Algo más de ropa sobre la chica, claro, y poco más.
Para los cruzados, san Jorge fue otro matamoros, que se apareció y ayudó en el cerco de Antioquía (1089). Más tarde, en la III Cruzada, el rey Ricardo Corazón de León creyó verlo, como los españoles a Santiago o a San Millán, arrollando a la medialuna y llevando a los cristianos a la victoria.
Para entonces san Jorge era medio inglés, desde que en el siglo XI, guiando a los normandos de Guillermo el Conquistador, él mismo conquistó la devoción de los isleños. Finalmente, en el XIV se proclamó patrón del reino bajo Eduardo III, fundador de la Orden de San Jorge, o de la Jarretera (1384).







3 comentarios:

  1. Estimado profesor Belosti,
    magnífica entrada, muchas gracias.
    En el retablo Paumgartner, el renacentista Durero, dibuja y pinta un san Jorge enarbolando la bandera con la Cruz y sujetando lo que parece un dragón muerto.
    Siempre me ha parecido un dragón muy pequeño y poco feroz, que difícilmente podría "asfixiar" paisanos con su aliento o inferir terror.
    ¿Cree usted que se trata de una burla a las creencias populares? ¿Quizá Durero no creía mucho en estas cosas y optó por minimizar al dragón?
    Muchas gracias.

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    Respuestas
    1. No, no creo que haya ni sombra de ironía.

      En la perspectiva hagiográfica antigua o (como aquí) arcaizante, el tamaño relativo de las figuras valora su importancia. Por ejemplo, en la escena central la familia de los donantes se hace retratar como figuras enanas, pequeños intrusos en la escena principal. Es una expresión de modestia, no de burla.

      En la tapa izquierda, el donante Esteban Paumgartner se retrata como san Jorge. En la misma pauta expresiva, un San Jorge en acción tendría que enfrentarse a un dragón grande, para impresionar. Pero aquí el único grande es el santo, mientras que el dragón es ya sólo un despojo o trofeo, sin otro papel que servirle de atributo identificador.

      Los donantes Esteban y Lucas se identifican con sus santos favoritos. Jamás se permitirían bromear sobre sus leyendas.

      Con un cordial saludo.

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    2. Muchas gracias
      así parece, como usted dice.
      Además en la escena central La Sagrada Familia aparece a una escala diferente de las figuras de las tablas laterales, san Jorge y san Eustaquio. Hecho curioso también.
      Un abrazo

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