lunes, 30 de abril de 2012

Provincias Exentas (y 5)



En el ejercicio físico-matemático del Real Seminario de Nobles hemos visto al cortesano y académico don Tiburcio de Aguirre moviendo con habilidad los hilos ante Carlos III para el negocio de Peñaflorida y de Guipúzcoa. Al efecto, asoció como ‘arguyentes’ a otros dos personajes de cuenta, y como de encargo: don Alejandro Pico de la Mirandola, y el IV Marqués de Montehermoso.
Ambos eran fuertes en Matemáticas, como Aguirre y Peñaflorida lo eran en la ciencia de moda, la Física experimental, con sus polipastos y caídas de graves, sus bombas neumáticas y sus botellas eléctricas. Pero el reverendo Pico, clérigo como don Tiburcio, amén de desempeñar el arcedianato de Córdoba, prestaba su dominio de los números en servicio del Rey, como consejero de Hacienda. Y el de Montehermoso, sobrino de don Tiburcio y vitoriano como él, además de cortesano gentilhombre de Cámara y recién nombrado Guardia de Corps, era una gran promesa en el proyecto de la Bascongada. Por desgracia, Francisco Javier de Aguirre y Ortés de Velasco no vería la Sociedad, pues falleció en 1763 a la edad de 31 años.

Los caballeritos de Azcoitia
Javier María de Munibe e Idiaquez (1729-1785), VIII Conde de Peñaflorida, se había formado como interno de los jesuitas en Toulouse, donde se aficionó a los números, la música y la ciencia experimental.
De vuelta a su Azcoitia (1746), con otros jóvenes de su clase organizaban tertulias más bien alegres y de francachela, donde entre naipes, baile, humo de tabaco y sorbos de vino o de chocolate, también se trataban asuntos serios.
Si yo fuese un hagiógrafo escribiendo una vida de santo, aquí tocaría hablar de una ‘conversión’, evocando la de Íñigo de Loyola, muy cerca de allí. Munibe no quiso ser un señorito ocioso, y con los más sensatos del grupo transformó la timba en academia.
Así surgió el ‘triunvirato’ con Manuel Ignacio de Altuna y Portu (1722-1762), José María de Eguía, III Marqués de Narros (1733-1803): los «caballeritos de Azcoitia», según el jesuita Isla, que tuvo con ellos un rifirrafe, a cuenta de las n0vedades (no sólo técnico-científicas) de importación ultrapirenaica.
Aquellos jóvenes tal vez ni conocían a su inédito contemporáneo escocés, el psicólogo y economista Adam Smith (1723-1790); pero en cierto modo anticiparon su pensamiento, en cuanto a cohonestar utilitarismo con altruismo, y sus ventajas particulares con el bien general del país [1].
Los jóvenes caballeros intuían que la recuperación económica del terruño pasaba por el saneamiento de sus fortunas personales, con intereses raíces y familiares extendidos por las tres Provincias Bascongadas, y aun muy fuera de ellas. Provincias, por otra parte, bien llamadas ‘Exentas’: auténtico paraíso de delicias fiscales –entre otras muchas reales, más alguna que otra imaginaria–; ventajosas ‘libertades’ que a toda costa convenía conservar, restaurar, fomentar y, sobre todo, unir en esfuerzo común. Y esta era la misión que se habían atribuido aquellos optimates con vocación de clase dirigente, unidos por la Amistad, en Sociedad patriótica; ellos y el País, bajo el lema Yrurac Bat.
He hablado de ‘conversión’, y me reitero, aunque sea en laico. Porque mucha ascesis se necesitaba para cumplir el programa espartano que se impusieron los Amigos para sus reuniones:

Lunes:                    Matemáticas
Martes:                  Física
Miércoles:             Historia y Literatura
Jueves:                   Música
Viernes:                  Geografía
Sábados:                Actualidades
Domingos:             Concierto

Pero es que además el plan no se limitaba a las juntas. Era una vocación y entrega total. Se era Amigo del País a tiempo completo, dedicando no sólo talento y esfuerzo, también hacienda:

«Así los Socios de el Numero, como los Supernumerarios se obligaràn à dejar en sus testamentos una manda, sea en dinero, ò sea en libros, para la Sociedad, sin expresar la cantidad, y ciñendose cada uno à su posibilidad.» [2]

«[La ‘Bascongada’]… no como otras Academias de Artes: el que entra en ella, entra a trabajar y a gastar». [3]

El objetivo económico no debía esfumar el patriotismo, entendido como ejemplaridad ética. Hagiográfico fue también el elogio fúnebre que Narros hizo de su amigo Peñaflorida, y significativo el lema que elige, al modo de los predicadores, aunque tomado de un filósofo y moralista gentil, Cicerón [4]:

Ego autem nobilium vita victuque mutato, mores mutari civitatum puto.

(No perdamos el contexto: Platón decía que las canciones de moda dan el tono a la sociedad. Cicerón prefiere atribuir el mismo efecto moral al ejemplo, bueno o malo, de los nobles en su tenor de vida. Un prejuicio este muy extendido en el despotismo ilustrado.)

¿Masonería ‘blanca’?
Entre idas y venidas, para Xavier Munibe los años de su delegación en Corte (1758-62) fueron de maduración vertiginosa. La idea de una pequeña academia localista provinciana quedó superada, a favor de otro modelo de mucho mayor calado político. Hoy por hoy, no es posible desglosar en esos cambios lo debido a influencias ajenas, en particular las de don Tiburcio de Aguirre.
Lo cierto es que este señor resultó providencial para ganar el favor del nuevo rey Carlos III, que de pequeño tuvo como aya a su abuela, y como compañeros de juegos a pequeños Aguirre, residentes en palacio. [5]
El modelo de Sociedad que finalmente se perfiló fueron las tres Reales Academias borbónicas, en especial la de Bellas Artes de San Fernando (1752), cuyo viceprotector en nombre del Rey era el reverendo don Tiburcio. La Bascongada, juntando los ideales ilustrados del trío académico, cubriría ella en solitario el hueco de las Ciencias aplicadas (o ‘útiles’, como se decía), más la incipiente Economía. [6]
De las Reales Academias, a un provinciano ‘exento’ como Munibe le interesaba especialmente la inmunidad:

«Ningún juez ni tribunal se mezclará de oficio en el gobierno de la Academia: la que estará sujeta inmediatamente al Rey N. Señor, del mismo modo que están las Reales Academias Española, de Historia y de San Fernando».

Así decía el Plan de una Sociedad Económica o Academia (1763), presentado a la aprobación del Rey. Otra exención apetecible era poder publicar por vía expeditiva, sin las trabas de la censura común. Ambas cosas significaban mucho en una época cuando no había libertades de asociación e imprenta.
En el nuevo estatus y panorama, aquella vinculación primera de la Bascongada a las Juntas Generales de Guipúzcoa y los otros organismo provinciales dejaba de ser interesante y pasó al olvido.
Una traba no grata a la mentalidad de Munibe y sus amigos era el elitismo nobiliario de las Reales Academias, que las convertía en clubs de diletantismo, relumbrón e inoperancia [7].
Entiéndase:  nuestros aristócratas para nada deseaban dentro ni fuera de la Sociedad una democracia tal como hoy se entiende. Ellos mismo disfrutaban o aspiraban a títulos nobiliarios. Lo peculiar era que el vasco, con el mito asumido de su hidalguía universal igualitaria, miraba esos títulos como aditivo foráneo, y cedió menos que otros españoles al prejuicio del horror al trabajo [8]

«¿Qué provincia podrá jactarse, como las nuestras, de haber tenido una nobleza que se ocupase únicamente en promover la felicidad de sus pueblos, hasta hacer profesión declarada del estudio por conseguirla?» [9].

«Los Amigos del País tienen por principio el estudio, son los personas más distinguidas. Por esa cualidad, han de emplearse necesariamente en el gobierno de sus repúblicas y provincias. ¡Qué ventaja para ellas, tener sujetos cultivados para el manejo de sus negocios y para ocupar con acierto su representación

Este sorprendente párrafo de un texto anónimo, atribuible a Miguel José de Olaso Zumalave, primer Secretario que tuvo la Bascongada, expresa con absoluto candor una vocación política de gran empeño, por encima de cualquier camarilla o ‘parcialidad’ (partidos políticos no había entonces). Lo que se pretende es una penetración de todo el País por quienes, sintiéndose más capacitados, se disponen a ocupar puestos de decisión en el organigrama administrativo.
El núcleo de la Bascongada eran sus 24 Amigos de Número –8 por cada provincia–, bajo la dirección vitalicia de Peñaflorida. El cuerpo material lo componían los amigos supernumerarios, en número indefinido. Una tercera categoría: los amigos de mérito y agregados, expertos en saberes útiles a la Sociedad, incluso extranjeros.
En Azcoitia, el 24 de diciembre de 1764, reunidos la mayor parte de los 16 caballeros fundadores, adoptan el nombre de Amigos del País. Y el 16 de febrero del 65 en Vergara tienen la primera Junta General, donde se acuerda crear una clase de amigos alumnos para los caballeros jóvenes, hasta cumplir los 18 años. Estos serían el semillero o seminario de socios, asegurando el relevo generacional: «útiles individuos del estado, celosos republicanos y miembros ilustres de la Sociedad».
Para la formación sobre todo de estos «caballeritos» –los alumnos– se funda el Real Seminario Patriótico Bascongado en Vergara (1767). Sin embargo, no creo que la categoría de Amigos Alumnos se deba restringir a los matriculados.  El Seminario era un centro educacional elitista, inspirado en el Real Colegio de Nobles. Más tarde hubo también proyecto de otro Colegio para chicas, que el rey aprobó para alumnas de todo el reino, y no pasó de ahí (1784).
Las gestiones de don Tiburcio dieron resultado en abril, con la aprobación de los primeros Estatutos, con orden a las autoridades provinciales de dar todo su apoyo y libertad de movimientos a la Bascongada. En agosto el Rey aprobaba el Reglamento de Alumnos.
Todavía se ingenieron otras categorías de socios. Un grupo restringido y muy selecto de amigos honorarios («de quienes se pueda prometer sacar ventajas hacia èste establecimiento»), exentos de deberes comunes, tenían por cometido cultivar las cortesías y atenciones a los poderosos, en nombre de la Sociedad... El sistema fue en algún momento más complicado.
En fin, algo hay que decir del socio benemérito: cualquier persona de buena nota, celosa patriota, dispuesta a pagar una anualidad de 100 reales  por adquirir una patente de ‘amigo de la Bascongada’. Y es que una empresa tan vasta requería muchísimo dinero, que en principio se pensó recaudar con una lotería privada. Desechada ésta, se ideó un mecanismo de doble efecto: especie de ‘simonía laica’ –vender prestigio social por dinero–, que a la vez que daba ingresos reclutaba posibles agentes de reclamo e infiltración. De hecho el número de estos amigos creció prodigiosamente, sobre todo por América. Pero fue a costa de un tercer efecto indeseable, y aun un cuarto: inflar listas de amigos benméritos inoperantes, que obtenida la patente se olvidaban de pagar la cuota, convirtiendo en gasto la burocracia recaudatoria [10].
Todo esto, más la insistencia en la Amistad-Amistad-Amistad, más una serie de normas minuciosas, prolijas y algo raras,  sobre el trato de los amigos entre ellos, más el emblema (de sobriedad icónica y laconismo raro para la época), etc. etc., muchas veces ha hecho pensar en influencias masónicas.
Desde luego, no se puede sostener que la Bascongada fue sucursal de la Masonería, o que las llamadas ‘juntas’ fuesen tenutas disfrazadas. Otra cosas es que bastantes socios fueron también masones a título individual. Ni siquiera un historiador tan suspicaz como Vicente de La Fuente se atreve a afirmarlo, sólo lo da como conjetura. En su Historia de las Sociedades Secretas (Madrid, 1870, t. 1, págs. 101 y sigs.) trata de la Francmasonería española en tiempo de Carlos III en Madrid, pasando luego a hablar de ‘Los machines vascongados: Sociedad Vascongada de Amigos del País’ (págs. 121-125).
Este encabezamiento desorienta más que informa. La machinada o revuelta popular de 1776, aunque coincidente en el tiempo con el motín contra Esquilache, fue un protesta local motivada por la carestía de subsistencias, tras un invierno muy duro, «y lo prueba bien el haberse helado el mar en las costas de Vizcaya», según el propio Carlos III en carta de Tanucci (4 de febrero 1766) [11].
Por supuesto, en la coyuntura económica no faltaron manejos especulativos de los jaunchos, la casta de Peñaflorida. Los mismos que acudieron a la represión armada sin contemplaciones.
Pero todo eso nada tiene que ver con masonería ni con la Bascongada, como sugiere La Fuente, apoyándose en que los Amigos leían la Enciclopedia (con permiso del rey), fueron vistos con recelo por el clero (por una parte de él, también tuvo amigos clérigos) y, faltaba más, «la misma divisa de las tres manos unidas… un signo masónico de los más conocidos».
Muy distinto es, como hipótesis de trabajo, estudiar la Bascongada bajo la metáfora de una masonería ‘blanca’, como se ha hecho a veces con la compañía de Jesús o el Opus Dei. De paso, recordemos que tambien los fundadores de la Bascongada la presentaron al Rey, con modestia, como «la Obra».

Un plan político
Aunque las Vascongadas y Navarra capearon la embestida borbónica contra la foralidad, en el siglo XVIII padecen crisis que tuvo sus intérpretes y profetas en panfletistas, como el jesuita guipuzcoano Larramendi o el militar navarro Perochegui. La personalidad del primero es mucho más notoria.
Juan de Perochegui, capitan de artillería, publica en 1731 en tirada muy corta Origen y antigüedad de la Lengua Bascongada y de la Nobleza de Cantabria. Barcelona, 1731. Obra dedicada a don Juan de Idiaquez, Conde de Salazar. Esta obra sería ‘primera parte’ de lo que siguió en 1737/1738 (Barcelona) como partes segunda y tercera, «probando ser dicha lengua la estirpe y origen de la Augustísima Casa de Borbón», y que «la Casa de Capet y la Ausgustísima de Borbón  son de un mes raza», esto es, arrimando el capitán la sardina borbónica a su ascua.
La edición definitiva y más divulgada fue la de Pamplona, 1760, aprovechando seguramente el cambio de reinado, como antes se aprovecho el declive biológico de Felipe V (1724-46).
Entre la edición primera y la definitiva hubo gran movimiento en el fuerismo, hasta provocar repulsa. Los ‘nacionalistas’ de entonces se quejaban de ‘emulación’, celos, envidia a lo vascongado (lo mismo repite uno de los religiosos censores que aprueban la obra).
Leyendo textos primitivos de la vascongada, no es difícil hallar resonancias de esas tesis, y aunque la prudencia de Peñaflorida les pone sordina, la estridencia se hará sentir conforme se evidencie el fracaso de la Bascongada.
Todavía en 1766 (Junta General en Vitoria), en optimismo desbordante y a ratos pueril, no faltan alusiones a la crisis socioeconómica. Por otra parte, el estudio qe allí se hace de la economía del País, en cuanto a Agricultura, Minería, Industria, Comercio, es de la más interesante porque contempla al País Vasco en perspectiva unitaria, como si todo él fuese un estado autónomo viable por sus propios medios.
La sorprendente ponencia trabaja sobre el supuesto autosuficiente de las tres provincias, con explotación a tope de recursos propios como si fuesen ilimitados, contemplando expropiación forzosa de baldíos (p. 192) y trasiego de gente a una Álava agrícola y despoblada.
La más que aconsejable supresión de aduanas interiores o ‘puertos secos’ ni se contempla, para un estado que comercia por igual con Inglaterra y Francia que con Castilla y resto de España (p. 189), para lo que dispone de flota mercante propia, a saber, la de la Real Compañía de Caracas (la Guipuzcoana), «que ha contribuido siempre gustosa a todo lo que sea ventajoso al país» (pág. 190).
Se pregunta uno, hasta qué punto podía interesar a la Sociedad el traslado de las aduanas al mar, o incluso la franquicia, dada la circunstancia de que los Montehermoso en Vitoria detentaban la escribanía de todo el distrito aduanero de Cantabria.
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[1] Smith publicó The Theory of Moral Sentiments en 1759, y The Wealth of Nations es de 1776. Peñaflorida alcanzó a conocer las dos obras. Los Sentimientos se tradujeron al francés desde 1764 (como Métaphysique de l’Âme como sobretítulo), y Jean-Louis Blavet, que también hizo su versión en 1775, tradujo La richesse en 1781. La riqueza de las naciones se publicó en español en  1794, en versión de José Alonso Ortiz, con algunas notas propias, así como retoques y cortes impuestos por la censura de Godoy.
 [2] Estatutos de la Sociedad Bascongada de los Amigos del País. San Sebastián, 1765, art. xxxij, p. (24).
 [3] Peñaflorida, III Ensayo (privado), 1770. El propio conde dio ejemplo, en este sentido, con gran quebranto de su hacienda.
[4] Cicerón, Legibus, 3, 13, 4. (debe decir 3, 31, XIV). El Elogio de don Javier Munive se publicó tras el Discurso de Apertura de las Juntas Generales de la Bascongada en Vergara, 28 de julio de 1785 (en Extractos del mismo año).
[5] Ferrer del Río transcribe algunas expresiones del afecto íntimo de Carlos a doña María Antonia de Salcedo, viuda de Vicente José de Aguirre. No recuerdo ahora el pasaje, en la Historia del reinado de Carlos III.
[6] Las Ciencias en general venían envueltas con la Medicina, y así nació embarullada una Real Academia de Medicina y CC. Naturales (Felipe V, 1734), por lo que el Marqués de la Ensenada encargó a un super ocupado Jorge Juan separar ambas ramas. En 1752 se redactó el plan de la Real Sociedad de Ciencias de Madrid; pero pronto cae Ensenada y el proyecto se paraliza. Medicina siguió absorbiendo malamente la Historia Natural y Botánica, la Química y Física, en competencia con Farmacia, que tampoco tuvo academia, sólo Real Colegio de Farmacéuticos (Felipe V, 1737), refundación del viejo Colegio de San Lucas y la Purificación.
[7] De las tres Academias, Bellas Artes era la más técnica, y de hecho fue iniciativa de artistas. Fue por ello la que tuvo una metamorfosis más radical, hasta poner la Real institución en manos de nobles, y a los artistas como quien dice ‘en su sitio’. Otra versión del despotismo ilustrado: ‘todo para el artista, pero sin el artista.
[8] Antes habían sido los oficios ‘mecánicos’ o serviles; luego fueron las empresas mercantiles. Los textos pedagógicos de la primera Bascongada inciden en inculcar a los caballeritos jóvenes hábitos de laboriosidad, quitándoles prejuicios contra el ejercicio del comercio.
[9] Junta General de Vitoria, Discurso preliminar, p. 7.
[10] También se había pensado en crear una lotería propia como fuente de ingresos, coincidiendo con la puesta en marcha de la Lotería Nacional (la ‘Primitiva’); pero sin efecto.
[11] Cit. por Ferrer del Río, o. cit., t. 2, p. 11.


1 comentario:

  1. La erudición no está de moda pero sin ella todas las interpretaciones resultan en el mejor de los casos anacrónicas. Gracias por bajar a la mina, gracias por esta magnífica serie.

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