Hay un libro en la Biblia
por el que siento especial debilidad. No será el mejor, y tampoco su lectura
levanta el ánimo. Desconcertante, irritante por sus inconsecuencias, cuesta
leerlo de corrido, aunque es breve. Pero siempre vuelvo a él. Y cuando más me
gusta, me doy cuenta de que es porque me lo estoy tomando en clave de humor.
Como lo que no es. O lo que dicen que no es.
Es evidente que hablo de
Cohelet, el Eclesiastés.
Este librito figura
entre los ‘sapienciales’ o filosóficos del Testamento Viejo. Yo diría (si no es mucha irreverencia) que ese
etiqueta de ‘sapiencial’ no es como para abrir el apetito. La ‘sabiduría’
bíblica es una filosofía poco comprometida con la lógica, el método, o
simplemente con el orden. Si Filosofía es ante todo rigor, o como dijo el otro,
un «discurso del método», entonces un libro bíblico tan sapiencial como
los Proverbios es –como cualquier refranero– una cita con el psiquiatra.
Y mira que me chiflan los refranes; pero como lo que son, no la quintaesencia
del pensamiento.
Cohelet es otra cosa. Su
apariencia es la de un manualito filosófico, de filosofía vital. ¿Un
soliloquio? Podría ser, pero en voz alta, porque –el nombre lo dice– se
pronuncia ante un cahal, un
sínodo o
asamblea. El sabio Salomón, nada menos, presenta su case history, como
muestra y como prueba de que es inútil brujulear en metafísicas, para buscarle
un sentido especial a la existencia humana. Lo que pomposamente se dice, ‘el
destino del hombre’. Gran empeño. Pero a poco que arañas –sobre todo, si arañas
poco– te suena a monserga y filosofía barata.
Claro que, viniendo de
Salomón, tampoco cabe esperar finuras. Su colección de Proverbios, antes
citada, es bastante pedestre. ¿Y su ejecutoria como sabio? Aquel juicio ‘salomónico’
de rajar a un bebé es decepcionante. Señor juez, las mujeres –las madres
incluso– pueden ser algo cortitas, pero no hasta ese extremo. Bueno, tampoco el
Salomón refranero, o aquí el pensador, se hace grandes ilusiones con las
féminas. Que, por otra parte, le traían loco, pero en la cama. Sus ‘tetonas’,
es como las llama (luego lo vemos).
¿Dónde y cuándo apareció
Cohelet?
El libro es tan ‘salomónico’
como aquellas cuatro columnas helicoidales que Constantino trajo de no se sabe dónde,
para adornar el presbiterio de San
Pedro del Vaticano. En la Edad Media se dijo que procedían del Templo de
Salomón. Rodeadas de misterio, en el nuevo San Pedro no hubo más remedido que
imitarlas, lo que hizo Bernini en su colosal baldaquín en bronce, sobre el altar del Papa.
Excluida toda relación
con Salomón, este es uno de los libros más modernos de la Biblia hebrea. Su
postura es opuesta a todo entusiasmo religioso o nacionalista judío, y por la
ideología y lenguaje no puede ser muy anterior al siglo II [1].
Cohelet repudia el
particularismo judío exaltado en movimientos de autocomplacencia o de esperanza
mesiánica; lo que finalmente será el judaísmo farisaico y rabínico. En ningún
momento se enfrenta a la religión oficial, pero deja bien clara su convicción
de que la sociedad real en que vive no tiene nada que ver con la ‘restauración’
autista en la línea de Esdras o de los Macabeos: legalismo, ritualismo,
racismo.
Libro sagrado
La verdad es que, con
este libro, la Iglesia cristiana, como
antes la Sinagoga judía, tuvo dolores de cabeza para tomarlo como ‘palabra de
Dios’. Porque, en efecto, varios de sus capítulos lo mismo podría haberlos
escrito un descreído o un cínico [2].
Baruc Spinoza fue buen
lector del Eclesiastés, pensamiento muy conforme con su panteísmo: aquello
suyo de «Dios, o bien la Naturaleza» (Deus, sive Natura). Al Dios de Cohelet no se le conoce como ser, sino
como obrar, y su obra eterna y cíclica es ese ser vivo natural, el Mundo.
El Elohim de Cohelet se
parece demasiado a una tríada femenina de lo más pagana: Fortuna/Necesidad/Némesis.
Estos eran los verdaderos nombres divinos en la época helenística tardía,
cuando se compone esta obra, en una sociedad corta de valores, sin orden ni concierto.
Un punto álgido es, por
ejemplo, la condición animal del hombre (3: 18-22; cfr. 6:12, 7:14, 9:3):
«Hombre y bestia, allá se andan. Uno y otra
respiran igual, y como muere el hombre muere la bestia. Su destino es el mismo:
del polvo salen, al polvo vuelven.
¿Quién sabe de cierto que el espíritu de los
humanos sube a lo alto, y el de los brutos baja a tierra? Nada mejor cabe al
hombre que disfrutar en lo que hace. Es toda su paga.»
Lo que está diciendo Cohelet
es que la dicha o la desgracia en la vida no tienen nada que ver con la conducta
moral. En este punto la llamada Providencia («la mano de Dios») no trata
a nuestra especie de forma distinta a las demás, sujetas al encuentro fortuito
y ley del más fuerte, del más astuto o del más afortunado.
Contra la gente como Cohelet
tronó otro predicador bíblico, el misterioso Malaquías, último de los profetas (3: 14):
«Y aun decís, ‘¿Qué hemos dicho o hecho contra
Ti?’ Habéis dicho: ‘Servir a Dios es inútil. ¿Qué se saca con cumplir sus mandamientos,
o si no, arrepentirse?»
Pero esto no es nada. Todo
un libro entero se escribió para refutar a Cohelet, sin nombrarle,
aunque muy elocuentemente titulando Sabiduría de Salomón, haciendo de
este rey un verdadero sabio, en los antípodas del despreciable charlatán.
Sin embargo, los judíos
no recibieron a este Salomón piadoso en su Biblia, y sí en cambio al «impío
necrófilo», que es como llama el de la Sabiduría a su rival. ¿Cómo así?
Por lo visto, el panfleto de escándalo cayó en manos de algún
judío ortodoxo, y en vez de refutarlo con otro escrito, como suele hacerse, él fue más original:
lo arregló sin misericordia, hasta volverlo como un calcetín. Lo copió entero,
y de trecho en trecho, cuando algo le parecía mucha barbaridad, metía un
correctivo a modo de antídoto. Acabada su chapuza, el buen hombre la remata
estampando un Epílogo de su cosecha, donde incluso se permite recomendar las
obras completas de Cohelet –es decir, de Salomón–, una vez que le ha hecho
decir unas cosas y sus contrarias. Como explicaron algunos rabinos: «‘Vanidad
de vanidades’, sí, pero ‘bajo el sol’. Del Sol para arriba, las cosas son muy
diferentes.»
La teoría de los dos
autores es ingeniosa: Cohelet el escéptico, y el Dr. Pío sobre la
marcha enmendándole la plana. Pío es la traducción más que aproximada
del hebreo hasid, individuo de la secta de los hasideos o
‘piadosos’, los precursores de los fariseos.
Es como si el Santo
Oficio, en vez de meter el Cándido de Voltaire en los libros prohibidos,
lo hubiese canonizado e indulgenciado interpolando sentencias del abate Bergier:
Cándido (espantado, desconcertado, perdido): «–Si este
es el mejor de los mundos posibles, ¿cómo son los otros?»
Bergier: «–¿Qué nos importa que exista Dios, si
nosotros no le importamos a Él? ¿De qué sirve un Dios que no cuide de todas sus
criaturas?»
Así visto el libro,
habría que imprimirlo en consecuencia, como en los diálogos y comedias,
señalando quién dice cada cosa. Tal como está en las biblias –incluso en una
tan cuidada tipográficamente como es la ‘Biblia de Jerusalén’– es muy
difícil aclararse. Más difícil todavía, teniendo en cuenta que los traductores
en general siempre han procurado armonizar las discordancias y limar asperezas.
Propuestas de lectura
El gran respeto que
inspiraba la Biblia no permitió hasta el siglo XVII a los estudiosos atreverse a
criticarla. El primer investigador sistemático en este sentido fue Richard Simón (1638-1712) sacerdote católico que vio, de entrada, que el Génesis
comienza contando dos historias del Creación diferentes e incompatibles [3]
Respecto al Eclesiastés,
su incoherencia es palmaria. ¿Estaremos
ante un libro descabalado? Jirones tal vez de un rollo mal recosido o de un
códice con las hojas trastrocadas. Pero los ensayos de montaje no lo arreglan
todo. ¿Y si un texto molesto ha sido manipulado, interpolado? Es lo que aquí
parece.
Uno de los primeros que
pensó en varias manos fue Juan Enrique van der Palm, en una tesina juvenil
defendida tal día como hoy, 31 de enero, a las 10 de la mañana (Leiden, 1784) [4]. Partiendo de la
incoherencia notoria e invencible –hubo autores que incluso lo achacaron a la
idiosincrasia hebrea, incapaz de pensamiento analítico–, pensó como otros, que
el texto estaba trastrocado, pero sobre todo se atrevió a proponer algo nuevo.
Aquí habla más de una boca.
Algunos intérpretes
habían buscado otra solución más simple. No es un discurso, sino varios. Cohelet
es el presidente del Cahal de sabios de distintas tendencias o escuelas,
que hablan por turno –un poco como Job y sus amigos en el libro de Job–,
abriendo aquél la discusión y cerrándola con este broche de oro: «Teme a
Dios y guarda sus mandamientos, porque eso es ser persona cabal». Un final
así lo absuelve todo.
O bien, en versión más
económica, los hablantes se reducen a dos: un tálib o estudioso que va
largando sus dudas, y un maestro que se las quita sin más.
En fin, podría tratarse
de un soliloquio. El pensador recurre al dialogismo retórico, planteándose
propuestas alternativas, que el mismo rechaza, más que refuta.
En todo caso, tratándose
de Biblia, los intérpretes han procurado quitar la mala impresión de pesimismo
y fatalismo que rezuma este libro por la mitad de sus versículos. Algunos lo
han tomado tan a pechos, que creen ver una demostración de la inmortalidad del
alma y la vida futura, por reducción al absurdo. Asombroso.
El ‘Auto del Charlatán’
De todas formas, sin
poner en duda una teoría que convence, creo que la alternativa del autor único
se puede mantener en parte. Eso sí, a condición de entenderle como un
dialéctico humorista que nos embroma poniendo en solfa las disputas teologales.
Mi Cohelet o Predicador
podría titularse también Auto del Charlatán. No es un texto para leído,
sino para representado por un juglar que se presenta en plaza disfrazado de
Sabio Salomón. Un Salomón de feria. Para más efecto, y como quien da una pista,
mi ‘Charlatán’ probablemente luce también algún atributo de loco o de payaso.
Porque una vez formado el corro de oyentes, en vez de contarles un cuento o
recitarles un poema, les va a entretener con una lección de filosofía, sin
dejar títere con cabeza.
Mezclando prosa y verso,
palabras y música, gravedad y gestualidad, mi Charlatán pantomimo va a ser a la
vez el Sabio y el Gracioso, el malo y el bueno, el filósofo y el devoto, o a
ratos el tartufo.
Pero como buen juglar,
no dejará que el argumento se le vaya de las manos. A intervalos, cuando la
broma va demasiado lejos, una morcilla ortodoxa restaura el orden. Claro que el
efecto cómico se acentúa, por contraste, pero ni el rabino de paso ni el
alguacil ni el chivato tendrán por dónde atrapar al atrevido. Que, por si
acaso, al final lo dejará todo en regla, con un toque sensato:
«Basta de palique. He dicho. Tú teme a Dios y
guarda sus mandamientos, que eso es ser persona cabal. Y en cuanto a las obras,
Dios lo juzgará todo, también lo escondido, sea bueno, sea malo.»
Como debe ser. Los
charlatanes y cómicos de antes siempre terminaban con una moraleja
conservadora. Había que seguir actuando.
Un hombre feliz
En el capítulo 2 el
supuesto Salomón habla de su desengaño con lo placeres. Y para convencernos,
nada mejor que enumerarlos todos. Nadie gastó tanto como él en darse buena
vida. Y por lo visto, el colmo de los colmos fue procurarse…, procurarse… ¿qué
cosa?
La ‘Biblia de
Jerusalén’, siguiendo aquí a la Vulgata latina y al griego de los LXX, más
que el hebreo, traduce (2: 8-9):
«Me
procuré cantores y cantoras, toda clase de lujos humanos, coperos y reposteros.»
Las palabras traducidas
en negrita son en hebreo una misma, femenina, en singular y en plural: shiddah
ve-shiddoth. Un término que sólo aparece aquí, y en toda la Biblia no se
repite (lo que se llama técnicamente un hápax). Así el rabino provenzal
David Kimhi (m. 1235), por paralelismo con los ‘cantores y cantoras’, conjeturó ‘sinfonía y más sinfonía’. El griego alejandrino había puesto ‘escanciador y
escanciadores’, que la Vulgata latina convirtió en un juego completísimo
de aparador: ‘copas y botellas’. Para otros, aquel placer sumo fue la variedad de ‘baños’ (o el baño con
sus secciones habituales: tepidario,
caldario, frigidario…). Jacques Gousset (1702) tradujo «los placeres
devastadores», pensando tal vez en las enfermedades venéreas de su tiempo.
Para mí, el que acierta
es el gran erudito Juan Cocceius
(1603-1669): shiddah viene de shod, que en Isaías y en Job
significa ‘ubre’ o ‘teta’.
La palabra pervive en el
árabe sitt, ‘dama, señora’. Todo lo cortés y pulida que se quiera, con
el debido respeto, etimológicamente es lo mismo que en latín, mammosa:
‘la de (hermosas) tetas’; o sea, la ‘tetuda’.
No perdamos el contexto:
Salomón está hablando de su ensayo con los placeres. Y aunque insista en que
fue sólo por probar, y no por vicio, nos explica al detalle qué entendía él por vivir «a cuerpo de rey»: palacios, jardines, una
alhambra con su generalife y todo, esclavos y criadas, buena mesa y mejor
bodega…; y el no va más, «las delicias de los hombres»…
¿A alguien se le ocurre que podía olvidarse de su
harén? El polígamo empedernido, que tras la hija del Faraón coleccionó hasta
700 esposas y 300 concubinas; el enamorador de la Reina de Saba, a la que «no
negó nada de cuanto ella le pidió, hasta dejarla sin respiración y hacerla
exclamar, ‘¡olé tus mujeres!’» (1
Reyes, 10), ¿iba a salirnos ahora con que el clímax de su goce lo tuvo… oyendo
músicas? ¿O peor aún, viendo el garbo de sus maîtres escanciando las bebidas? Seamos serios, como nos invita el gran Coccejus.____________________________________________
[1] Se ha pensado en la ciudad egipcia de Alejandría, hacia el 205 a. de C. La pista no es segura. De pronto el autor comenta: «¡Ay del país que tiene por rey a un crío!». Tomándolo como alusión política, se puede pensar en Tolomeo V Epífanes, que efectivamente reinó siendo un niño juguete de sus tutores.
[2]
Se ha visto influencia estoica, aunque también epicúrea. Extraño
epicureísmo, en verdad, el de uno que dice: «Mejor ir de funeral que de
banquete; porque aquello a todos toca». Lógico: no perdiendo funerales
haces más probable que tengas gente en el tuyo.
[3]
Histoire critique du Vieux Testament, Paris, 1678; 2ª ed., Rotterdam,
1685.
[4] Ecclesiastes philologice et critice illustratus, Leiden, 1784.
[4] Ecclesiastes philologice et critice illustratus, Leiden, 1784.
Pues me lo he leído de cabo a rabo,
ResponderEliminarY sólo me queda decirle un ¡Bravo!
Seguiremos en él profundizando
Mientras tanto reciba un fuerte abrazo.
FugiSaludos en verso rimados.
Me gusta su juglar polifacético.
ResponderEliminarDe su tálib, que va largando dudas, ¿Proviene el talibán actual? Porque este último, parece no tener ninguna...
Un beso.
Es la misma palabra, aunque en el original árabe, tâlibân no es el plural, sino el dual ('dos estudiantes'); ver Taliban: Etimology.
ResponderEliminarCon que, querida Mara, ya ve si han cambiado los talibán de ahora. La raíz significa ‘buscar, preguntar, inquirir”; pero también ‘pedir, reclamar’, y en suma, «llevar el agua a su molino».
¿Verdad que la idea del juglar no es mala? En buenas manos daría juego. Alguien conocedor del mundo escénico me dirá seguramente que ya está trabajada, no lo dudo.
En YouTube no en visto nada que valga la pena, salvo esta parodia del pesimista Schopenhauer, que a mí me hace gracia, a ver qué le parece.
Un beso.
Me ha encantado,D.Belo.
EliminarSoy una apasionada del teatro, y me encantaría ver a SU juglar, con SU finísimo humor,representado...
Un besazo
Don Fugitivo, no me ha quedado claro qué es lo que se ha leído entero, si el Eclesiastés o mi entrada.
ResponderEliminarSi es esto último, aparte de tener mérito tiene su miga. Porque como ha podido ver, los relojes están algo desajustados, y su comentario es anterior a la publicación.
Misterios de Google insondables.
Gracias, con un abrazo.
El "¡Bravo!" era por su entrada;
ResponderEliminarEl "seguiremos profundizando", por el Eclesiastés.
En cuanto a las horas fugitivas, el culpable no es Google, sino Blogger.
FugisaludoS
Querido Belosticalle: A mí también me ha gustado la imagen del filósofo saltimbanqui, y la paradoja genial de llamar charlatán al aforista de la comedida densidad, la polifonía de ambigüedades y el agridulce descreimiento, con su maestría al resolver en humor una sentenciosidad imposible por contradictoria. El humor no parece compatible con el rigor del método (¿tiene Descartes verdadera gracia?), y aunque no sea sapiencia de la que tiramos para construir puentes, ayuda un montón a cruzarlos. Siento que mi nulo conocimiento de la Biblia me haga una lectora tan logse, pero estas entradas me están volviendo Bibliáfila. Suya rendida admiradora, bajo el sol.
ResponderEliminarLa lectura de la Biblia ha sido constante en mi juventud. He disfrutado muchísimo leyendo su entrada. Gracias.
ResponderEliminarComo de costumbre, es un verdadero placer leerlo. Muchas gracias. “Behold, all is vanity and a striving after wind”. No sabía que era del Eclesiastés . La frase es impactante, y recuerda un poco a esa, algo mas moderna, que augura que todo desaparecerá “como lágrimas en la lluvia”.
ResponderEliminarp.d. «¡Ay del país que tiene por rey a un crío!». Tal vez, en realidad,el Eclesiastés sea un libro profético, y aluda a la España de Zapatero.