«Pocos días después de haber vuelto
Fabiola de su quinta, creyóse Sebastián en el deber de visitarla y poner en su
conocimiento lo hablado entre Corvino y la esclava negra [Afra], hasta donde
fuera posible sin producirle desazón innecesaria.
Hemos ya hecho observar que, de entre los
muchos jóvenes nobles que Fabiola había conocido en casa de su padre Fabio,
ninguno había excitado su admiración y respeto, fuera de Sebastián. Tan franco,
tan generoso, tan valiente, y con todo tan poco pretencioso, tan gentil, tan
bueno en obras y palabras …
Así pues, cuando se anunció a la dama que
el oficial Sebastián deseaba hablarla a solas, en una de las salas del piso bajo, su corazón
latió a ritmos insólitos y evocó de repente mil fantasías raras sobre el tema
de aquella entrevista. Agitación que no remitió cuando él, tras pedir disculpas
por lo que parecía entrometimiento, hizo notar con una sonrisa… »
La cita es de Fabiola, o la
Iglesia de las Catacumbas (1854), la popular novela histórica del cardenal sevillano Nicolás Wiseman
(1802-1865). Ayer, el día de San Sebastián me ha invitado a recordar y hojear
ese libro tan pesado y tan pasado [1]. De la infiel versión peplum de
Blasetti (1949) casi ni me acuerdo. Su Fabiola, Michèle Morgan; su Sebastián lo
hizo Massimo Girotti [2].
Aunque el autor
advierte en el prólogo que no se trata de un libro histórico ni de una relación
anticuaria de la Iglesia primitiva, el público en general prefirió leerlo como
una construcción realista y fidedigna de un mundo que, por otra parte, veía
emerger de las Catacumbas Romanas, con todas las garantías de la ciencia
arqueológica. O eso se creía [3].
Para su montaje
narrativo, situado en la gran persecución de Diocleciano, Weisman se remitía en primer lugar a las ‘Actas de los Mártires’. Pero en ese
batiburrillo literario lo más raro de hallar son precisamente actas, ignoradas o perdidas en el montón de fábula y novela. Esto vale sobre todo para aquellos últimos mártires, en vísperas de la revolución de Constantino.
Actas comme il s’en faut: San Marcelo de Tánger (o
de León)
Además, las actas más
auténticas (o menos sospechosas) son demasiado lacónicas para venir en ayuda de
un novelista. Estoy pensando –por ceñirme a otro santo militar de entonces–, en
la Pasión del centurión San Marcelo de Tánger, tan manipulado por falsarios
españoles, pero con base en un documento fidedigno.
El incidente –porque otra cosa no fue– ocurrió poco antes de lo novelado en Fabiola.
El año
298, en una guarnición de Tingitania (actual Marruecos), con ocasión del
aniversario del emperador Maximiano, 21 de julio, el centurión ordinario
Marcelo termina deponiendo armas e insignias, de lo que se levanta acta como
indisciplina grave. Una semana después, el 28, Marcelo comparece ante el praeses
Fortunato, que visto el caso lo remite a Tánger, a su superior jerárquico
Agricolano, 30 de julio.
El doble interrogatorio que llevará a la sentencia
capital y su ejecución (30 de octubre) apenas cubre medio centenar de líneas. Escueto
y formalista a más no poder, porque lo que se ventila no es la fe religiosa del
reo –su nomen christianum–, sino el sacramentum militiae, la sagrada disciplina
militar.
El mismo Fortunato así lo da a entender al interrogado: nada personal, simplemente «no me es posible disimular tu
atrevimiento, y por lo mismo debo transmitir esta acta a oídos de nuestros señores
los Césares Augustos». El rito era rito «por imperativo legal» –aquél sí–, sin
circunloquios ni rodeos.
Ante el teniente de pretor Aurelio Agricolano, un alguacil abre el segundo acto, respecto al insubordinado:
–A disposición de
tu Excelencia hay un escrito que le concierne, y si me lo ordenas lo leo en voz
alta.
–Léase… Bien. Marcelo, ¿dijiste lo leído en el acta del
presidente?
–Lo dije.
–¿Estabas de
servicio como centurión de primer grado?
–Sí estaba.
–¿Qué trastorno
mental transitorio te llevó a violar el compromiso, diciendo cosas tales?
–Ningún trastorno.
El que teme a Dios no es ningún perturbado.
–¿Dijiste pues todas
y cada una de las expresiones contenidas en las actas?
–Las dije.
–¿Arrojaste las
armas?
–Las arrojé. [No
está bien a un cristiano prestar servicio en milicias seglares, si teme al
Señor Cristo].
–Es todo lo
tocante a Marcelo. Queda sujeto a sanción disciplinar. En consecuencia: «Dado que Marcelo, al rechazar en público su compromiso, ha manchado el
centurionado en acto de servicio, añadiendo expresiones plenas de locura, según
consta en acta, deberá ser pasado por la espada» [4].
Laconismo militar,
¿verdad que sí? Pues todavía se puede suprimir tranquilamente la línea entre paréntesis cuadrados, porque tiene toda la pinta de añadido apócrifo [5].
Sebastián, dos veces mártir
Ese lenguaje sobrio
de las Actas ‘auténticas’ contrasta con la verborrea de las novelescas,
como las de San Sebastián. Porque más todavía que Fabiola, son una novela,
aunque eso sí, igualmente cargada de ideología. La tesis principal versa sobre la
«milicia cristiana», un tema equívoco en la Historia de la Iglesia, en su
relación con la guerra. Las de religión y las otras.
El héroe es sólo uno de los personajes principales de Wiseman: el tribuno
Sebastián, cuyo nombre en Fabiola se repite casi un centenar de veces. La acción se sitúa
en la más famosa de las persecuciones, bajo los emperadores Diocleciano y
Maximiano, tras el edicto del 303. Diez años después el Cristianismo «sale de
las catacumbas» para elevarse a religión de Estado.
Un rasgo típico de
los mártires fabulosos es su raro apego a la vida. Por más que hacían por
perderla provocando a sus verdugos, éstos a menudo lo tenían difícil. Los más sofisticados ingenios de tortura fallaban. El último
recurso solía ser el más elemental, el hierro afilado en forma de espada o de hacha.
No fue el caso de Sebastián, murió a golpes de fusta. Pero lo que quedó fijado
como típico de este santo fue un primer martirio frustrado, bajo una lluvia de
flechas.
«Irritado Diocleciano mandó llevarlo a campo abierto, y
atado como blanco de saetas mandó coserlo a flechazos. Así lo hicieron los
soldados, y de aquí y de allí tantas saetas le clavaron que parecía un erizo (hinc inde ita repleverunt eum sagittis, ut quasi hiricius ita esset insutus). Dándole por muerto,
se fueron.
A la noche una tal Irene vino a llevarlo y enterrarlo. Pero al
hallarle vivo, le llevó a su casa, en un apartamento alto donde vivía, junto a
Palacio. Allí en cosa de pocos días recobró por completo la salud en todos sus
miembros.» [6]
¡A las puertas del Palacio imperial! Desde luego, en vez de huir como le aconsejaron, el tribuno se quedó donde estaba, y no tuvo que esperar mucho a Diocleciano para provocarle de nuevo. Repuesto de la sorpresa, el tirano esta vez manda que se le conduzca al hipódromo de palacio (sic), y
allí desnudo se le azote a muerte.
A la noche retiraron el cuerpo y lo
arrojaron a la Cloaca Máxima, «para que los cristianos no le hagan un mártir de
los suyos» Pero san Sebastián se apareció en sueños a Lucina, santa y
devotísima matrona y le dijo: «En el tramo de la cloaca junto al Circo está
mi cuerpo enganchado. Tómalo y llévalo a las Catacumbas, a la entrada de la
Cripta, junto a las reliquias de los Apóstoles… »
Ocurrió en esto lo
mismo que en otros compromisos de la religión con el arte: con la pintura y la
escultura, también la música.
La Iglesia oficial
moderna y barroca veía a sus artistas plásticos como en la Edad Media había
visto a sus comediantes y juglares. Inmorales en su vida privada, demoníacos, pero capaces de captar y transmitir lo más sublime de los misterios. También el mundo de la música sacra, con sus falsetti, sus sopranisti
y luego sus castrati, se volvió ambiguo.
Cuesta comprender
hoy la mentalidad que llevó a la producción masiva de niños castrados para
explotar su voz. Una idea al parecer original de medios eclesiásticos o
cortesanos en el siglo XV –hay quienes apuntan a la España de los Trastámara–,
aunque desde la segunda mitad del XVI en Nápoles se consagra como especialidad
casi exclusiva italiana. Y se consagra también religiosamente por el papa
Clemente VIII (1599), «ad honorem Dei».
La misma Divinidad,
sin hacerse invocar como en aquella barbaridad de los mocitos capones, cargó
con el honor de los nuevos San Sebastianes –iconografía riquísima–, en una carrera místico profana
hacia un icono de masculinidad ambigua.
___________________________________________________
[1]
Traducción española del diplomático don Ángel Calderón de la Barca, a la sazon
embajador en los Estados Unidos. Publicada primero sin su nombre, por S.
Sánchez Rubio (Madrid, 1856); con él, por Tejado (Madrid, 1857).
[2] Antes hubo por lo menos otra adaptación de Fabiola al cine (E. Guazzoni, 1916), Fabiola, o los mártires
de la fe. La de Blasetti fue todo un anticipo, por su espectacularidad y attrezzo.
[3]
«Si el lector visita el Palacio de cristal [de Sydenham, cerca de Londres],
hallará en el patio romano un hermoso modelo del Foro. Sobre el
terraplén elevado del ponte Palatino, entre los arcos de Tito y Constantino,
verá una capilla aislada de bellas propociones. Esta es a la que hacemos
alusión. Últimamente ha sido reparada por la familia Barberini.» Por
lo visto, la pedagogía arquelogizante no era del todo extraña al Cardenal.
[4] Acta SS. Oct. XIII (Paris, 1883), pp. 281-282. Cfr. E. Pucciarelli, I
cristiani e il servizio militare. Nardini, Firenze, pp. 300-307.
San Marcelo es patrono de León. El Legendario Hispánico le hizo gallego, y casándolo
con santa Nonia le atribuyó hasta una docena de hijos dispersos por la geografía patria:
Claudio, Lupercio, Vitórico, Facundo y Primitivo, Emeterio y Celedonio,
Servando, Germán, Fausto, Jenaro y Marcial. Todos varones, una saga de santos
militares.
[5]
Es de extraño sonido esa frase en boca de un oficial del ejército, y tal vez se ha tomado
de otro incidente también militar algo anterior (12 de marzo 295); cuando en Tebessa, cerca de
Cartago, un objetor de conciencia llamado Maximiliano se negó al servicio, alegando su condición de cristiano. Pero san Maximiliano era sólo un
recluta, no un oficial, y la protesta que le llevó al martirio fue con motivo
de la conscripción o leva forzosa.
[6] Pasión
de S. Sebastián y Compañeros mártires, nn. 101-102. En A. Fábrega, Pasionario
Hispánico, CSIC, Madrid/Barcelona, 1955, t. 2, p. 175.
De iconografía
sebastianea
Giovanni Baglione, Bronzino, Perugino...
Abajo: Bazzi, llamado 'Sodoma', pocos tiros en el blanco, pero uno de ellos mortal de necesidad. Poco conforme con la historia de una rápida curación, o más milagrosa.,
De la novela Fabiola (trad. española
1857):
«Sebastián, por su parte,
no amaba menos a Pancracio a causa de su sincero y ardiente entusiasmo, de su
inocencia y candor; pero previendo los riesgos a que expondría al mancebo su
impetuosidad, le estimulaba a permanecer siempre a su lado para poderle
dirigir, y si necesario fuera, sujetarle.» (Pág. 60)
«Y a propósito de esto,
trabóse una competencia de amor entre el santo sacerdote Policarpo y Sebastián,
empeñándose cada cual de ellos en permanecer en Roma, a fin de aprovechar la
primera ocasión de sufrir el martirio.» (Pág. 81)
«… sentía Fabiola que la
pena le desgarraba el corazón como un aguda saeta. Parecíale que iba a
perder algo suyo propio, y que la suerte de Sebastián se hallaba ligada
íntimamente a cuanto personalmente le era caro…
Interrumpióla repentinamente la entrada de una
esclava con una vela encendida. Era la negra Afra, que venía a poner la mesa…
–Señora,
¿habéis oído la noticia?
–¿Qué
noticia?
–Que
Sebastián va a ser muerto a flechazos mañana por la mañana… ¡Qué lástima! ¡Un
mozo tan gallardo!...
–Cállate,
Afra, a no ser que tengas algo más que decirme acerca de ese suceso.
–Sí
tengo, mi ama, y mis informes son muy interesantes…» (Pág.
374)
«Sebastián fue conducido al
patio inmediato del palacio, que separaba el cuartel de estos flecheros africanos
de la que hacía sido en él su propia habitación, y que estaba cubierto de
varias calles de árboles consagrados a Adonis.
Caminaba alegre en medio de sus verdugos, y
seguido de todos los demás soldados, a los cuales sólo se les permitió asistir
como espectadores, cual si fuese un ejercicio de extraordinaria destreza.
Llegado al árbol designado, fue el oficial
despojado de sus vestidos y atado a un árbol; y los cinco flecheros elegidos se
colocaron enfrente de él, serenos e impasibles.
Aun más que éstos se mostraba sereno el noble
soldado, gozoso ante el espectáculo de la muerte que se acercaba…
…
El primer moro extendió la cuerda de su arco
hasta hacerla tocar con la oreja, y su flecha crujiendo fue a retemblar en las
carnes de Sebastián. Los cinco fueron disparando a su vez; y a cada tiro
estallaba un estrepitoso aplauso… » (Págs. 381-382)
«¿Expiró acaso, extendido
como un noble guerrero, en la postura en que hoy se le contempla representado
en mármol debajo del altar de la iglesia que lleva su nombre? Como quiera
que sea, es imposible imaginarle más hermoso.
Y no sólo reverenciamos esa Iglesia con especial
predilección, sino también la antigua capilla que se encuentra en medio del
Palatino ruinoso, y que fue edificada sobre el sitio mismo a donde vino a parar
desde el árbol.» (Págs. 383-384; aquí al final, la nota 'arqueológica' [2] copiada arriba.)
El cuerpo de San Sebastián es arrojado a la Cloaca Máxima (Carracci)
«Viendo ya concluida su
obra, mandó el Emperador que Sebastián no fuese arrojado al Tíber ni a las
estercoleras.
–Cargadle, –dijo,
–con bastante peso, y echadle en una cloaca, para que allí se pudra y sea pasto
de animales inmundos. Esta vez no irá a manos de los cristianos.
Ejecutóse así. Pero las Actas del
Santo nos informan que aquella misma noche se pareció a la matrona Lucina, y le
dio las señas del sitio donde se hallarían sus restos sagrados, los cuales,
encontrados efectivamente, fueron enterrados con todo acatamiento en el sitio
donde hoy día se osstenta la basílica de su advocación.» (Fabiola,
pág. 398)
San Sebastián curado de sus heridas (Ribera, Bilbao)
Gracias.Pobre S.Marcelo.
ResponderEliminarLa Historia da conocimiento estricto.
La leyenda....fuente inagotable de inspiración .
Como siempre leemos con las gafas del aquí-hoy, creo que resulta tan revelador como inquietante el afán de martirio descrito en la novela, lo morboso de la avidez de heroísmo con que el narrador quiere adornar al santo:
ResponderEliminar«Y a propósito de esto, trabóse una competencia de amor entre el santo sacerdote Policarpo y Sebastián, empeñándose cada cual de ellos en permanecer en Roma, a fin de aprovechar la primera ocasión de sufrir el martirio.» (Pág. 81)
El enlace a las representaciones me ha dejado impresionadísima, pero ni un millón que vea me va a hacer cambiar de gusto: mi San Sebastián favorito es el de Bilbao. (De la misma Ribera, ¿no? Es que una vez oí decir a una profesora que el Arriaga se llamaba así porque en el lugar habría habido un pedregal. Pues está bien traído porque un Juan Crisóstomo no deja de ser un azar. En serio, a mí me encanta nuestro Ribera, un españoleto de Bilbao más. Aprovecho para remitir, como se haga, a su magnífico "El joven Ribera" de junio de 2011, y le mando un abrazo).
El «de la mismísima Ribera», ¿verdad que sí? Y el mío. Desde la vez primera que lo vi, gran flechazo.
ResponderEliminarResulta curioso que en algunas de las representaciones de San Sebastián, como en la del tal Bazzi (¿llamado 'Sodoma' e interesado en San Sebastián? Hmmm), las flechas provienen de ángulos opuestos, lo que habría conllevado el riesgo de que los tiradores se asaetearan entre sí.
ResponderEliminarNavarth, debemos presumir que el interés de los artistas por sus temas, y hasta por sus modelos, es profesional.
ResponderEliminarMi mamá siempre me decía que los artistas miran con los ojos del Arte. Y claro, no todos somos artistas.
Por eso, su paréntesis sobre el ‘Sodoma’ yo se lo pasaría a los mecenas contratantes:
«Maestro Sodoma… hmmm…, píntenos usted un San Sebastián a su estilo de usted, claro está, pero además… y también…».
Aquí venía el pliego de condiciones, dejando bien claro qué sansebastián se quería, exactamente.
La salida de las catacumbas fue a principios del siglo IV, a una y en formación. La del armario está menos clara.
Respecto al problema balístico que plantea, le doy mi opinión:
El arte moderno partía de las muestras medievales, influidas por la letra de la Leyenda Dorada y los sermones, donde se habla de un mártir «erizado», flechado por todas partes. Así lo que hacen es ‘desnudar’ al santo, a veces con ese efecto chocante.
Fabiola... ¡Qué recuerdos! La representación del martirio es espléndida y engañosa. Se supone que alguna flecha debería haber ido al pecho; pero la grandeza del arte es elevar a la perfección lo imposible.
ResponderEliminarMe ha encantado la entrada Maestro.
Mis elogios a la página que hace tiempo que está en mis favoritos.
ResponderEliminarLe dEjo este enlace de una interesante exposición que se hizo en el Kurssal sobre la figura de San Sebastián
http://issuu.com/mjbalda/docs/san_sebastian-lo_sagrado_y_lo_profano
Me chocó entre las figuras esa pose bastante recurrida de (mano arriba mano abajo) la misma que tienen los Derviches, conectando el cielo y la tierra. En algunas ni se disimulaba con las ataduras era la misma pose que la egipcia.
Me extraño ver tallado también al Santo en un mascarón de proa que suponía reservado a la figura femenína. Es posible que el santo tenga mucho de femenino ya que la flecha lo es de masculinidad,(como la proa) es pues imagen de la unión en el arbol de la vida ...o de la muerte.
Después de seis días en Roma (y perder la cuenta de cuántos San Sebastianes he visto), pasé por Bilbao y coincido con Elefante de Guerra... Mi favorito éste de Ribera!
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