martes, 8 de noviembre de 2011

Inocencio



       Creo que voy a zamparme entera (si el cuerpo aguanta) toda la nueva serie ‘Borgia’.  Sin mucha convicción. Entra bien, pero se ve poco fuelle, una historia que se agota en sus propios planos.
Pero salga como saliere, es un espectáculo que, a la vez que entretiene, invita a repasar la vieja chismografía de época: los Infessura, Burchard, Platina/Panvinio, Pontano, Baronio/Rainaldi, Egidio de Viterbo…, cada loco con su tema. Meditar (¿para qué?) sobre el eterno problema: la Historia imposible. [1]
Por lo demás, estos Borgia son ya un tópico en la pantalla, como fueron en la novela. Ayer el folletín, hoy el serial, artículos de entretenimiento que piden complicidad, entrar en el juego, y sobre todo no dar por malgastado el tiempo. A cambio, claro, de no creerte todo lo que ves, o te hacen que ves. Lo que vale es la recreación ambiental y animación visual de lo leído. Lo verosímil ante todo, dejando la veracidad en cuarentena.
Los autores de esta serie ofrecen, por lo que he visto, alguna justificación en esta misma línea, sacando a relucir, cómo no, el aforismo clásico de Ranke sobre la esencia de la Historia: «como propiamente fue». 
Als es eigentlich gewessen war. Clarísimo. ¿Y ahora, qué? ¿Qué hacemos con esa perogrullada? Los primeros en saltarse la regla fueron los testigos contemporáneos, que nunca hablaron porque sí,  arrebatados platónicamente por la ‘Verdad verdadera’ rankiana. Cada cual servía a un patrón o tenía una causa. ¿Cómo tomar sus testimonios?
La saga de los Borja o Borgia es clásica en este sentido. Es casi imposible construirla de forma que no asome el folletín, porque los testimonios directos ya  son folletinescos, o tomaron la pluma para desmentir folletines.
Si ninguna historia se resuelve como un teorema matemático, la de los papas del Renacimiento tiene más de conjetura que de teorema. Empezando por la pregunta: ¿en qué creía de veras aquella gente?
Con este preámbulo teorizante, entremos en el serial y centrémonos en el personaje que desaloja el Vaticano y este mundo, para que Rodrigo Borja los gane en buena lid, según las reglas-trampas de aquel juego. Nada de hacer historia, hablamos sólo de una película.

Las fiestas del Cibo              
El 25 de julio de 1492 muere Juanbautista Cibo. La confirmación científica de su fallecimiento corre a cargo del protomédico apostólico. Pero la declaración oficial la pronuncia el que a mí me parece el personaje mejor caracterizado de lo visto hasta ahora: ese ceremoniere impecable, como salido de alguna tabla de Piero della Francesca.
Nombro a este  pintor, entre otros –Mantegna, Ghirlandaio, Pinturicchio etc.–,  porque también él moría precisamente aquel año, el 12 de octubre, cuando Colón zarpaba a descubrir América… ¡para mayor gloria del difunto Inocencio VIII! Esto último es lo que insinúa, traído por los pelos, la inscripción que en 1621 pegaron a la tumba del papa. La única, o de las pocas, del viejo San Pedro que se repuso en el nuevo. Una obra maestra de Pollaiolo, profanada por ese letrero. El otro, el original, es más simple: «Yo en mi Inocencia he caminado…»
Inocencio, Inocencia, inocente… Era el mismo lema que Cibo había hecho grabar en su anillo. El mismo anillo que el maestro de ceremonias rompe con unas pinzas y un martillo ante el Colegio de cardenales, en señal de que no hay papa, ellos son el poder en la Iglesia.
«En mi inocencia he caminado». Un lema como de encargo para la sátira. Sannazaro, por ejemplo, jugando con Inocencio/Inocuo, le saludaba como semental de Roma [2]:

Innocuo priscos aequum est debere Quirites:
     Progenie exhaustam restituit patriam.
(Los antiguos quirites en justicia lo deben al Inocuo:
Él restauró la patria exhausta de descendencia.) 

A Inocencio-Inocente ya en vida le llamaban ‘Nocens’, el Nocivo; y como era Octavo de su nombre, pues eso:

Octo Nocens pueros genuit totidemque puellas:
  Hunc merito potuit dicere Roma ‘patrem’.

(El Nocivo engendró ocho chicos y otras tantas chicas: 
    Roma con toda razón ‘padre’ le pudo llamar) [3]

Siempre se exagera, y más en estas hazañas. Infessura, por las fechas del papado de Cibo, casi le disculpa bajo ese concepto, «teniendo en cuenta que es hombre joven, y genovés, con siete hijos entre varones y hembras, habidos de distintas mujeres». Más grave era, según él, «la calidad de su elección, mucho peor que la de Sixto V, lo que hace prever secuelas muchísimo más negativas».
En fin, los más prudentes se quedaron con la mitad de la mitad. Como el sabio agustino fray Onofre Panvinio, que sólo nombra a una hija y un hijo (Teodorina y Franceschetto), más una nieta, pasando los demás por ‘nepotes’. Pero eso sí, todos coinciden en que si no fue el primer papa con hijos, ni tampoco el inventor del nepotismo, Cibo fue el primer ‘Papa-papá’, que reconoció en público a sus vástagos y convirtió el Vaticano en hotel para sus banquetes de bodas.
El Inocencio de la serie ‘Borgia’ queda desdibujado con acierto, porque debuta ya viejo y enfermo y no debe quitar relieve al protagonista Alejandro. Pero es que también el Inocencio histórico es borroso, como si en vez de un solo retrato viésemos superpuestas transparencias varias. Panvinio le trata bien, pero lo hace en tono panfletario contrarreformista, a la defensiva. Y aunque cuando él quiere no se muerde la lengua, tampoco la suelta lo que quisiéramos nosotros:


«Liberal, humano, diligente… en él no había soberbia, sólo humanidad infinita y compasión hacia los pobres… enemigo de guerras, gran observante de la justicia… fue también de agudísimo ingenio y penetración.» 

Suena a hueco ese tono hagiográfico, empalagoso, cuando por otra parte vemos que fray Onofre en sus vidas de papas no hace ascos a tanta canonjía y abadía, tanta mitra y capelos otorgados a voleo, incluso a jovenzuelos viciosos; como tampoco habla mal del derroche en lujo, bambolla y francachela.  
Al bueno de Inocencio le gustaba complacer. Dinamarca, Noruega, tenían un problema: allí arriba no había vino de consagrar, o si lo había se helaba en la misa. «Pues digan ustedes misa seca», les dijo el papa en una bula muy comentada [4].
¡Que si le gustaba complacer! Esteban Infessura en su Diario cuenta que el obispo vicario de Roma prohibió a clérigos y laicos, so pena de excomunión, tener concubinas, porque el escándalo minaba la fe del pueblo [5]

«Enterado por las quejas el Santo Padre, le llamó al orden con aspereza, ordenándole retirar de inmediato el edicto, pues no había prohibición formal. El resultado fue que apenas hubo nadie sin concubina, o en su defecto alguna prostituta, para alabanza de Dios y de la fe Cristiana.» 

La noticia es rigurosamente cierta, y el edicto está en el Archivo Vaticano, con fecha de 14 de agosto 1489. Pero hubo más, según el diarista:


«Debió de ser con tal ocasión cuando se censaron las meretrices públicas de Roma, hasta 6.800, sin contar las que viven en concubinato y las que ejercen en privado, en grupos de cinco o seis mujeres, cada una con uno o varios chulos. Así es cómo se vive en Roma, la ciudad Santa y capital de la fe.»

Bajo aquel papa tan celoso de la justicia la corrupción era rampante. La falsificación de bulas y diplomas era tan corriente, que en la propia Dataría Apostólica se montó una oficina paralela de lo falso, de modo que el que se agenciaba un beneficio podía tener la sorpresa de no ser el único comprador. Y más dice Infessura: los que planeaban algún delito, antes de acometerlo hacían componenda con el juez, que era como pagar la licencia.

¿Qué queda entonces del otro Inocencio? «Su bondad fue tanto más alabada, por contraste con las cualidades de su sucesor» [6], dice fray Onofre con cierta incongruencia, pues nadie en vida de un papa sabe qué tal va a ser el siguiente. Y el siguiente fue nuestro Borgia, al que el mismo biógrafo hará muchísimo peor por contraste, al decir mucho de él y poco bueno. Después de todo, era español y marrano.

Leche de mujer, sangre de niño
En la serie ‘Borgia’, Rodrigo Borja para ganar tiempo y votos procura alargar la vida del papa. Entran aquí dos escenas muy bien hechas: la ingesta de leche de mujer y de sangre infantil. Ambas son verosímiles, aunque no ciertas.
Empezando por la segunda, es verdad que el diarista romano Infessura habla de ello: 

«Cierto médico judío, que había prometido devolver la salud al papa, al efecto extrajo sangre de las venas de tres chicos de diez años, a los que pagó sendos ducados tras la flebotomía. Ellos murieron in continenti y el judío se dio a la fuga, pero el papa no sanó. » [7]
  
Esta anécdota de «la primera transfusión (sic!) de sangre en la historia de la medicina» por mano de un judío hay que tomarla con reserva. De vez en cuando resucitaba el rumor –propalado, supongo, por médicos cristianos para espantar a la competencia hebrea– de que la medicina judía no hacía ascos al infanticidio para obtener sangre. Tales hablilla se basaban, entre otras cosas, en un pasaje de la famosa Donación de Constantino; un documento que se había puesto de actualidad desde que el humanista Lorenzo Valla demostró que era falso. Falso o no, era lo de menos. La sangre juvenil venía recomendada muy en serio para la gente mayor por otro humanista médico y sacerdote cristiano de alta reputación: Marsilio Ficino (1433-1499).
Con el texto de Marsilio Ficino matamos de un tiro dos pájaros. Mejor dicho, tres. Vamos a verlo [8]:
Lib. II Longevidad. Cap. 11:  Uso de leche y sangre humanas para revitalizar a los ancianos

«A menudo recién cumplido el décimo septenario, y a veces ya tras el noveno, el árbol humano se va secando poco a poco. Lo primero que ha de hacerse entonces es regar ese árbol con líquido juvenil para que reverdezca. Escogerás por tanto una muchacha sana, hermosa, alegre y templada, y famélico chuparás su leche en luna creciente, tomando luego un poco de hinojo en polvo bien azucarado. El azúcar no deja que la leche se corte o se pudra en el vientre, mientras que el hinojo, sutil como es y amigo de la leche la expandirá hacia las extremidades.
A los devorados por consunción senil, los médicos diligentes procuran rehacer con líquido de sangre humana destilada en caliente hasta sublimación. ¿Qué hay de malo, entonces, en que a los ya casi agotados por la vejez les reconstituyamos a veces también con esta bebida?
Hay una creencia común y antigua, según la cual, ciertas vejezuelas brujas, o ‘lechuzas’, como las dicen vulgarmente, chupan sangre a los niños con el fin de rejuvenecerse en parte. ¿Por qué nuestros ancianos desahuciados no van a sorber sangre de adolescente? Adolescente voluntario, se entiende, sano, alegre, templado, con sangre de primera calidad, aunque tal vez excesiva. Así pues, succionarán como sanguijuelas de la vena del brazo izquierdo recién abierta, una onza o dos, tomando a continuación otro tanto de azúcar y vino; y esto lo harán estando hambrientos y sedientos, en luna creciente. Si la sangre cruda se digiere mal, cocerla primero junta con el azúcar; o bien, mezclada con el azúcar, destilarla con moderación al agua caliente y luego beberla.»

Ya tenemos los tres ‘pájaros’ juntos: la virtud reparadora de la leche joven, la de la sangre joven y el vampirismo de las brujas.
La obra dietética de Ficino iba dedicada a Lorenzo de Médicas, el Magnífico. No era, pues, ningún libro clandestino. Lorenzo era el padre de ese cardenal Juanito de Médicas, el gordito simplón y medio bobo que (ya fuera de la serie TV) será papa León X.
Antes Marsilio ha mencionado también el oro potable: otro reconstituyente precioso que la charlatanería médica preconizó, con los efectos nulos o más bien desastrosos que cabe suponer. A esa ingestión áurea alude César Borgia en un episodio, a propósito de su madre enferma.
En ‘Borgia’ la sangre no se chupa, se bebe, probablemente sublimada al modo que dice Ficino, esto es, aguada y hervida al baño de María, por la debilidad estomacal del enfermo. De hecho, el historiador Pastor da por supuesto que el padre santo la devolvió [9]. 
Más realista y muy conseguida en la artístico es la escena de la augusta mamada pontificia, en presencia del Sacro Colegio, con la oronda nodriza muy en su papel, dejando y tomando a su crío en brazos del estupefacto maestro de ceremonias y cobrando su salario con toda dignidad y distanciamiento. Un aplauso cinéfilo a una escena más hilarante que probable. Me explico.
En efecto, a diferencia de la sangre, sobre la leche no he visto nada a propósito de Inocencio, sí sobre algún otro papa más moderno, no recuerdo cuál. Debió ser bastante corriente. En el Archivo de Simancas hay una carta del Cardenal de Granvela (Madrid, 10-12-1582), sobre el ‘Alimento que tomaba el Duque de Alba en sus últimos días’ [10]:

«El Duque de Alba estaba indispuesto en Lisboa, y muy flaco por haberle sobrevenido cámaras y calentura lenta, pero como mamaba a una mujer se hallaba algo mejor. Dios le dé salud» etc. 

 Como vemos, se toca con discreción un acto obviamente discreto, nada de tetadas en público ni en pleno consistorio. Los clérigos y gente letrada de entonces se sabían al dedillo la anécdota bíblica del rey David, acurrucado en su lecho en brazos  de la doncellita Abisag, cuya misión por tanto no era la lactancia, sino caldear la fría decrepitud del viejo (1 Reyes 1: 2 y sigs.) Cualquiera sabe cómo resolverían en el Renacimiento una situación semejante.

Inocencio, el de las brujas
La serie ‘Borgia’ aprovecha la última enfermedad del papa para hacerle decir que se siente embrujado, y recomendar a los cardenales presentes que acaben con semejante peste. Algo que el cura César Borgia ejecuta con sus propias manos, estrangulando a una de ellas. Pero aunque el guión lo pide aquí, el caso de las brujas no era nuevo.
 Uno de los borrones mas negros en la memoria de Inocencio VIII en particular fue haber desatado en Europa la gran cacería de brujas que se hace oficial con su bula Summis desiderantes (1484). Una cacería que se hizo sistemática y tuvo sus manuales teórico-prácticos de justificación y procedimiento, empezando por el Martillo de Brujas.
Como de esto ya me he ocupado, a lo escrito me remito. Sólo añadiré que el papa Inocencio no dio aquel paso por crueldad, sino cediendo a la superstición de su tiempo, y tal vez sin darse cuenta en toda su magnitud del desastre que desataba.  Una vez más, quiso complacer: esta vez, a una pareja de locos inquisidores dominicos, fray Erique Institoris (h. 1430-1505) y fray Jacobo Sprenger (h. 1435-1495), los autores del Martillo.
Ciertamente el peligro de la brujería era serio… a condición de no olvidar que también existen otros delitos no menos graves [11]:

«Fulminó terribles decretales contra las mujeres maléficas, adivinadores y hechiceros… y contra los que defraudaban a la Dataría

Con lo dicho, no sé si tenemos idea clara de quién fue realmente el papa Inocencio. Para los puritanos del sexo, un tipo normal, después de todo.
¿O no? Por supuesto que no. No estaríamos hablando de aquel siglo, si no hubo nadie que habló de nadie sin acusarle de pervertido sexual. Pero como esto se alarga, quede para otro día la vista de otro testigo harto maldiciente y menos conocido: el judío converso siciliano Guillermo Raimundo de Moncada [12]. Bien merece capítulo propio.
 _________________________________

[1] Stefano Infessura,  Diario dellaCittà di Roma. Ed. O. Tommasini. Roma, 1890. (Istituto Storico Italiano. Fonti per la Storia d’Italia. Scrittori-Secolo XV.  Johannes Burchardus Argentinensis, Diarium. Florentiae, 1834. (A. Gennari: Gli Scrittori e i Monumenti della Storia Italiana). C. Baronii, Od. Raynaldi, Jac. Laderchi, Annales Ecclesiastici.T. 30 (1481-1512). Bar-Le-Duc/Paris, 1877. Onofrio Panvinio, en Bartolomeo  Platina, Le vite de' Pontefici. Venezia, 1703.
[2] Sannazaro, Epigrammata, 35.

[3] Epigrama atribuido al Humanista Marulli.
[4] Panvinio, o. cit. 249.
[5] Ibíd., pp. 259-260.
[6] Ibíd., 249 v.
[7] Infessura, Diario, págs. 275-6. (bW) 
[8] Marsilii Ficini, De Vita libri tres. 1489 (In Agro Careggio).
[9] L. Pastor, Geschichte der Päpste, 3/1: 281, nota 5.
[10] Documentos inéditos para la Historia de España (DIHE), 35: 354.
[11] Panvinio, o. cit., fol 247 v.
[12] Perani, Mauro y Luciana Pepi, Guglielmo Raimondo Moncada, alias Flavio Mitridate: un ebreo converso siciliano. Officina de Studi Medievali, 2008.



8 comentarios:

  1. Dispongo de poco tiempo para ver la televisión y menos para las series que programa; pero me ha encantado su entrada sobre los Borgia. Quedo a la espera de la siguiente entrega.

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  2. Don Belosti, disculpe, pero el 12 de octubre de 1492 es el día en que Colón llegó a América. El día en que zarpó creo que fue el 5 de agosto.

    Un saludo (sigo leyendo...)

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  3. Así fue: arribada el 12 de octubre. Colón había zarpado el 3 de agosto. De palos una docena, bien merecidos por el error, que así quede sin corregir una semana en la picota.

    Gracias, Api.

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  4. ¿A que le pongo a borrar todos los graffiti de la Historia, don Luigi? Menos los suyos, por supuesto.
    ¿Y el Duque qué? (Por cierto, lo de don Fernando, ¿lo sabe doña Cayetana?)

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  5. Ay, qué tarde llego, pero la dicha es más grande. Qué pedazo de entrada, incalculable Belosticalle. Remisa y entremisa en sus palabras (Belosticalle, "Las brujas de Zugarramurdi", I) sobre el enigmático nombre de la bruja, quiero aplaudirle la conjetura, que en mi modesta opinión es original e impecable desde las dos caras de la palabra. La motivación de la parte semántica coincide además con una página notable de la lexicología románica, resumida por Menéndez Pidal en sus Orígenes del español (Madrid: Espasa Calpe [1950], 1980, pp. 396-405], sobre los nombres de la mustela, la comadreja, señorita y otros halagadores derivados románicos de dom'na y bella, destinados a aplacar la furia del bicho depredador. La única pega que le veo a etimología hebrea es la amplia difusión (los tres iberorromances y el Languedoc) de las variantes de bruja, que es, precisamente, la razón por la que Corominas se enreda en ese galimatías tan poco lucido. ¿Podría explicarse tal irradiación desde una forma hebrea que usted reconoce infrecuente?
    Y, ya puesta a decir cosas, también me pregunto si esta pasión por comernos y/o bebernos los unos a los otros no la resolvía la sublimación de la eucaristía, pero supongo que el entusiasmo antropofágico de la especie es demasiado grande como para ser calmado con un poco de vino y unas obleas.

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  7. Familia, corrupción y poder es una mezcla muy interesante sin duda Borgia es una serie que tiene muchos matices interesante, se que varias cadenas de televisión la han llevado a la pantalla y la próxima es HBO, Seguro será todo un éxito.

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