Creo que voy a zamparme entera (si el cuerpo aguanta) toda la nueva serie ‘Borgia’. Sin mucha convicción. Entra bien, pero se ve poco fuelle, una historia que se agota en sus propios planos.
Pero salga como saliere,
es un espectáculo que, a la vez que entretiene, invita a repasar la vieja
chismografía de época: los Infessura, Burchard, Platina/Panvinio, Pontano, Baronio/Rainaldi,
Egidio de Viterbo…, cada loco con su tema. Meditar (¿para qué?) sobre el eterno
problema: la Historia imposible. [1]
Por lo demás, estos
Borgia son ya un tópico en la pantalla, como fueron en la novela. Ayer el
folletín, hoy el serial, artículos de entretenimiento que piden complicidad, entrar en el juego, y sobre todo no dar por malgastado el tiempo.
A cambio, claro, de no creerte todo lo que ves, o te hacen que ves. Lo que vale es
la recreación ambiental y animación visual de lo leído. Lo verosímil ante todo,
dejando la veracidad en cuarentena.
Los autores de esta
serie ofrecen, por lo que he visto, alguna justificación en esta misma línea, sacando
a relucir, cómo no, el aforismo clásico de Ranke sobre la esencia de la
Historia: «como propiamente fue».
Als es
eigentlich gewessen war. Clarísimo. ¿Y ahora, qué? ¿Qué hacemos con esa perogrullada? Los
primeros en saltarse la regla fueron los testigos contemporáneos, que nunca
hablaron porque sí, arrebatados
platónicamente por la ‘Verdad verdadera’ rankiana. Cada cual servía a un patrón
o tenía una causa. ¿Cómo tomar sus testimonios?
La saga de los Borja
o Borgia es clásica en este sentido. Es casi imposible construirla de forma que
no asome el folletín, porque los testimonios directos ya son folletinescos, o tomaron la pluma para
desmentir folletines.
Si ninguna historia
se resuelve como un teorema matemático, la de los papas del Renacimiento tiene
más de conjetura que de teorema. Empezando por la pregunta: ¿en qué creía de
veras aquella gente?
Con este preámbulo
teorizante, entremos en el serial y centrémonos en el personaje que desaloja el
Vaticano y este mundo, para que Rodrigo Borja los gane en buena lid, según las
reglas-trampas de aquel juego. Nada de hacer historia, hablamos sólo de una
película.
El 25 de julio de
1492 muere Juanbautista Cibo. La confirmación científica de su fallecimiento corre
a cargo del protomédico apostólico. Pero la declaración oficial la pronuncia el
que a mí me parece el personaje mejor caracterizado de lo visto hasta ahora:
ese ceremoniere impecable, como salido de alguna tabla de Piero della
Francesca.
Nombro a este pintor, entre otros –Mantegna, Ghirlandaio,
Pinturicchio etc.–, porque también él
moría precisamente aquel año, el 12 de octubre, cuando Colón zarpaba a
descubrir América… ¡para mayor gloria del difunto Inocencio VIII! Esto último
es lo que insinúa, traído por los pelos, la inscripción que en 1621 pegaron a
la tumba del papa. La única, o de las pocas, del viejo San Pedro que se repuso
en el nuevo. Una obra maestra de Pollaiolo, profanada por ese letrero. El otro,
el original, es más simple: «Yo en mi Inocencia
he caminado…»
Inocencio,
Inocencia, inocente… Era el mismo lema que Cibo había hecho grabar en su anillo.
El mismo anillo que el maestro de ceremonias rompe con unas pinzas y un
martillo ante el Colegio de cardenales, en señal de que no hay papa, ellos son
el poder en la Iglesia.
«En mi inocencia he
caminado». Un lema como de encargo para la sátira. Sannazaro, por ejemplo,
jugando con Inocencio/Inocuo, le saludaba como semental de Roma [2]:
Innocuo priscos
aequum est debere Quirites:
Progenie
exhaustam restituit patriam.
(Los antiguos quirites en justicia lo deben al Inocuo:
Él restauró la patria exhausta de descendencia.)
A Inocencio-Inocente
ya en vida le llamaban ‘Nocens’, el Nocivo; y como era Octavo de su
nombre, pues eso:
Octo Nocens pueros genuit totidemque
puellas:
Hunc merito potuit dicere Roma ‘patrem’.
(El Nocivo engendró ocho chicos y otras tantas chicas:
Roma con toda razón ‘padre’ le pudo llamar) [3]
(El Nocivo engendró ocho chicos y otras tantas chicas:
Roma con toda razón ‘padre’ le pudo llamar) [3]
Siempre se exagera,
y más en estas hazañas. Infessura, por las fechas del papado de Cibo, casi le disculpa
bajo ese concepto, «teniendo en cuenta que es hombre joven, y genovés, con
siete hijos entre varones y hembras, habidos de distintas mujeres». Más
grave era, según él, «la calidad de su elección, mucho peor que la de Sixto
V, lo que hace prever secuelas muchísimo más negativas».
En fin, los más
prudentes se quedaron con la mitad de la mitad. Como el sabio agustino fray Onofre
Panvinio, que sólo nombra a una hija y un hijo (Teodorina y Franceschetto), más
una nieta, pasando los demás por ‘nepotes’. Pero eso sí, todos coinciden en que
si no fue el primer papa con hijos, ni tampoco el inventor del nepotismo, Cibo
fue el primer ‘Papa-papá’, que reconoció en público a sus vástagos y convirtió
el Vaticano en hotel para sus banquetes de bodas.
El Inocencio de la
serie ‘Borgia’ queda desdibujado con acierto, porque debuta ya viejo y enfermo
y no debe quitar relieve al protagonista Alejandro. Pero es que también el Inocencio
histórico es borroso, como si en vez de un solo retrato viésemos superpuestas transparencias
varias. Panvinio le trata bien, pero lo hace en tono panfletario
contrarreformista, a la defensiva. Y aunque cuando él quiere no se muerde la
lengua, tampoco la suelta lo que quisiéramos nosotros:
«Liberal, humano, diligente… en él no había soberbia,
sólo humanidad infinita y compasión hacia los pobres… enemigo de guerras, gran
observante de la justicia… fue también de agudísimo ingenio y penetración.»
Suena a hueco ese
tono hagiográfico, empalagoso, cuando por otra parte vemos que fray Onofre en
sus vidas de papas no hace ascos a tanta canonjía y abadía, tanta mitra y
capelos otorgados a voleo, incluso a jovenzuelos viciosos; como tampoco habla
mal del derroche en lujo, bambolla y francachela.
Al bueno de
Inocencio le gustaba complacer. Dinamarca, Noruega, tenían un problema: allí
arriba no había vino de consagrar, o si lo había se helaba en la misa. «Pues
digan ustedes misa seca», les dijo el papa en una bula muy comentada
[4].
¡Que si le gustaba
complacer! Esteban Infessura en su Diario cuenta que el obispo vicario
de Roma prohibió a clérigos y laicos, so pena de excomunión, tener concubinas,
porque el escándalo minaba la fe del pueblo [5]
«Enterado por las quejas el Santo Padre, le llamó al
orden con aspereza, ordenándole retirar de inmediato el edicto, pues no había
prohibición formal. El resultado fue que apenas hubo nadie sin concubina, o en
su defecto alguna prostituta, para alabanza de Dios y de la fe Cristiana.»
La noticia es
rigurosamente cierta, y el edicto está en el Archivo Vaticano, con fecha de 14
de agosto 1489. Pero hubo más, según el diarista:
«Debió de ser con tal ocasión cuando se censaron las
meretrices públicas de Roma, hasta 6.800, sin contar las que viven en
concubinato y las que ejercen en privado, en grupos de cinco o seis mujeres,
cada una con uno o varios chulos. Así es cómo se vive en Roma, la ciudad Santa
y capital de la fe.»
Bajo aquel papa tan celoso
de la justicia la corrupción era rampante. La falsificación de bulas y diplomas
era tan corriente, que en la propia Dataría Apostólica se montó una oficina
paralela de lo falso, de modo que el que se agenciaba un beneficio podía tener
la sorpresa de no ser el único comprador. Y más dice Infessura: los que planeaban
algún delito, antes de acometerlo hacían componenda con el juez, que era como pagar
la licencia.
¿Qué queda entonces
del otro Inocencio? «Su bondad fue tanto más alabada, por contraste con las
cualidades de su sucesor» [6], dice fray Onofre con cierta
incongruencia, pues nadie en vida de un papa sabe qué tal va a ser el siguiente.
Y el siguiente fue nuestro Borgia, al que el mismo biógrafo hará muchísimo peor
por contraste, al decir mucho de él y poco bueno. Después de todo, era español
y marrano.
Leche
de mujer, sangre de niño
En la serie ‘Borgia’,
Rodrigo Borja para ganar tiempo y votos procura alargar la vida del papa.
Entran aquí dos escenas muy bien hechas: la ingesta de leche de mujer y de
sangre infantil. Ambas son verosímiles, aunque no ciertas.
Empezando por la
segunda, es verdad que el diarista romano Infessura habla de ello:
«Cierto médico judío, que había prometido devolver la
salud al papa, al efecto extrajo sangre de las venas de tres chicos de diez
años, a los que pagó sendos ducados tras la flebotomía. Ellos murieron in
continenti y el judío se dio a la fuga, pero el papa no sanó. » [7]
Esta anécdota de «la
primera transfusión (sic!) de sangre en la historia de la medicina» por
mano de un judío hay que tomarla con reserva. De vez en cuando resucitaba el
rumor –propalado, supongo, por médicos cristianos para espantar a la
competencia hebrea– de que la medicina judía no hacía ascos al infanticidio para
obtener sangre. Tales hablilla se basaban, entre otras cosas, en un pasaje de
la famosa Donación de Constantino; un documento que se había puesto de
actualidad desde que el humanista Lorenzo Valla demostró que era falso. Falso o
no, era lo de menos. La sangre juvenil venía recomendada muy en serio para la
gente mayor por otro humanista médico y sacerdote cristiano de alta reputación:
Marsilio Ficino (1433-1499).
Con el texto de
Marsilio Ficino matamos de un tiro dos pájaros. Mejor dicho, tres. Vamos a
verlo [8]:
Lib. II Longevidad. Cap. 11: Uso de leche y sangre humanas para revitalizar
a los ancianos
«A menudo recién cumplido el décimo septenario, y a veces
ya tras el noveno, el árbol humano se va secando poco a poco. Lo primero que ha
de hacerse entonces es regar ese árbol con líquido juvenil para que reverdezca.
Escogerás por tanto una muchacha sana, hermosa, alegre y templada, y famélico
chuparás su leche en luna creciente, tomando luego un poco de hinojo en polvo
bien azucarado. El azúcar no deja que la leche se corte o se pudra en el
vientre, mientras que el hinojo, sutil como es y amigo de la leche la expandirá
hacia las extremidades.
A los devorados por consunción senil, los médicos
diligentes procuran rehacer con líquido de sangre humana destilada en caliente
hasta sublimación. ¿Qué hay de malo, entonces, en que a los ya casi agotados
por la vejez les reconstituyamos a veces también con esta bebida?
Hay una creencia común y antigua, según la cual, ciertas
vejezuelas brujas, o ‘lechuzas’, como las dicen vulgarmente, chupan sangre a los niños con el fin de rejuvenecerse en parte. ¿Por qué nuestros
ancianos desahuciados no van a sorber sangre de adolescente? Adolescente
voluntario, se entiende, sano, alegre, templado, con sangre de primera calidad,
aunque tal vez excesiva. Así pues, succionarán como sanguijuelas de la vena del
brazo izquierdo recién abierta, una onza o dos, tomando a continuación otro
tanto de azúcar y vino; y esto lo harán estando hambrientos y sedientos, en
luna creciente. Si la sangre cruda se digiere mal, cocerla primero junta con el
azúcar; o bien, mezclada con el azúcar, destilarla con moderación al agua
caliente y luego beberla.»
Ya tenemos los tres
‘pájaros’ juntos: la virtud reparadora de la leche joven, la de la sangre joven
y el vampirismo de las brujas.
La obra dietética de
Ficino iba dedicada a Lorenzo de Médicas, el Magnífico. No era, pues, ningún
libro clandestino. Lorenzo era el padre de ese cardenal Juanito de Médicas, el
gordito simplón y medio bobo que (ya fuera de la serie TV) será papa León X.
Antes Marsilio ha
mencionado también el oro potable: otro reconstituyente precioso que la
charlatanería médica preconizó, con los efectos nulos o más bien desastrosos
que cabe suponer. A esa ingestión áurea alude César Borgia en un episodio, a
propósito de su madre enferma.
En ‘Borgia’ la
sangre no se chupa, se bebe, probablemente sublimada al modo que dice
Ficino, esto es, aguada y hervida al baño de María, por la debilidad estomacal
del enfermo. De hecho, el historiador Pastor da por supuesto que el padre santo la devolvió [9].
Más realista y muy
conseguida en la artístico es la escena de la augusta mamada pontificia, en presencia del Sacro
Colegio, con la oronda nodriza muy en su papel, dejando y tomando
a su crío en brazos del estupefacto maestro de ceremonias y cobrando su salario
con toda dignidad y distanciamiento. Un aplauso cinéfilo a una escena más
hilarante que probable. Me explico.
En efecto, a
diferencia de la sangre, sobre la leche no he visto nada a propósito de
Inocencio, sí sobre algún otro papa más moderno, no recuerdo cuál. Debió ser
bastante corriente. En el Archivo de Simancas hay una carta del Cardenal de
Granvela (Madrid, 10-12-1582), sobre el ‘Alimento que tomaba el Duque de Alba
en sus últimos días’ [10]:
«El Duque de Alba estaba indispuesto en Lisboa, y muy
flaco por haberle sobrevenido cámaras y calentura lenta, pero como mamaba a una
mujer se hallaba algo mejor. Dios le dé salud» etc.
Inocencio, el de las brujas
La serie ‘Borgia’
aprovecha la última enfermedad del papa para hacerle decir que se siente
embrujado, y recomendar a los cardenales presentes que acaben con
semejante peste. Algo que el cura César Borgia ejecuta con sus propias manos, estrangulando a una de ellas. Pero aunque el guión lo
pide aquí, el caso de las brujas no era nuevo.
Uno de los borrones mas
negros en la memoria de Inocencio VIII en particular fue
haber desatado en Europa la gran cacería de brujas que se hace oficial con su
bula Summis desiderantes (1484). Una cacería que se hizo sistemática
y tuvo sus manuales teórico-prácticos de justificación y procedimiento,
empezando por el Martillo de Brujas.
Como de esto ya me
he ocupado, a lo escrito me remito. Sólo añadiré que el papa Inocencio no dio
aquel paso por crueldad, sino cediendo a la superstición de su tiempo, y tal
vez sin darse cuenta en toda su magnitud del desastre que desataba. Una vez más, quiso complacer: esta vez, a una
pareja de locos inquisidores dominicos, fray Erique Institoris (h. 1430-1505) y fray
Jacobo Sprenger (h. 1435-1495), los autores del Martillo.
Ciertamente el
peligro de la brujería era serio… a condición de no olvidar que también existen
otros delitos no menos graves [11]:
«Fulminó terribles decretales contra las mujeres
maléficas, adivinadores y hechiceros… y contra los que defraudaban a la
Dataría.»
Con lo dicho, no sé
si tenemos idea clara de quién fue realmente el papa Inocencio. Para los
puritanos del sexo, un tipo normal, después de todo.
¿O no? Por supuesto
que no. No estaríamos hablando de aquel siglo, si no hubo nadie que habló de
nadie sin acusarle de pervertido sexual. Pero como esto se alarga, quede para otro día
la vista de otro testigo harto maldiciente y menos conocido: el judío converso
siciliano Guillermo Raimundo de Moncada [12]. Bien merece capítulo propio.
[1] Stefano Infessura, Diario dellaCittà di Roma. Ed. O. Tommasini. Roma, 1890. (Istituto Storico Italiano.
Fonti per la Storia d’Italia. Scrittori-Secolo XV. Johannes Burchardus Argentinensis, Diarium. Florentiae, 1834. (A. Gennari: Gli Scrittori e i Monumenti della Storia Italiana). C. Baronii, Od. Raynaldi, Jac. Laderchi, Annales Ecclesiastici.T. 30 (1481-1512). Bar-Le-Duc/Paris, 1877. Onofrio Panvinio, en Bartolomeo Platina, Le vite de' Pontefici. Venezia, 1703.
[2] Sannazaro, Epigrammata, 35.
[3] Epigrama atribuido al Humanista Marulli.
[4] Panvinio, o. cit. 249.
[5] Ibíd., pp. 259-260.
[6] Ibíd., 249 v.
[7] Infessura, Diario, págs. 275-6. (bW)
[8] Marsilii Ficini, De Vita libri tres. 1489 (In Agro Careggio).
[9] L. Pastor, Geschichte der Päpste, 3/1: 281, nota 5.
[10] Documentos inéditos para la
Historia de España (DIHE), 35: 354.
[12] Perani, Mauro y Luciana Pepi, Guglielmo Raimondo Moncada, alias
Flavio Mitridate: un ebreo converso siciliano. Officina de Studi Medievali,
2008.
Dispongo de poco tiempo para ver la televisión y menos para las series que programa; pero me ha encantado su entrada sobre los Borgia. Quedo a la espera de la siguiente entrega.
ResponderEliminarDon Belosti, disculpe, pero el 12 de octubre de 1492 es el día en que Colón llegó a América. El día en que zarpó creo que fue el 5 de agosto.
ResponderEliminarUn saludo (sigo leyendo...)
Así fue: arribada el 12 de octubre. Colón había zarpado el 3 de agosto. De palos una docena, bien merecidos por el error, que así quede sin corregir una semana en la picota.
ResponderEliminarGracias, Api.
Los Borgia: El Papa mama
ResponderEliminar¿A que le pongo a borrar todos los graffiti de la Historia, don Luigi? Menos los suyos, por supuesto.
ResponderEliminar¿Y el Duque qué? (Por cierto, lo de don Fernando, ¿lo sabe doña Cayetana?)
Ay, qué tarde llego, pero la dicha es más grande. Qué pedazo de entrada, incalculable Belosticalle. Remisa y entremisa en sus palabras (Belosticalle, "Las brujas de Zugarramurdi", I) sobre el enigmático nombre de la bruja, quiero aplaudirle la conjetura, que en mi modesta opinión es original e impecable desde las dos caras de la palabra. La motivación de la parte semántica coincide además con una página notable de la lexicología románica, resumida por Menéndez Pidal en sus Orígenes del español (Madrid: Espasa Calpe [1950], 1980, pp. 396-405], sobre los nombres de la mustela, la comadreja, señorita y otros halagadores derivados románicos de dom'na y bella, destinados a aplacar la furia del bicho depredador. La única pega que le veo a etimología hebrea es la amplia difusión (los tres iberorromances y el Languedoc) de las variantes de bruja, que es, precisamente, la razón por la que Corominas se enreda en ese galimatías tan poco lucido. ¿Podría explicarse tal irradiación desde una forma hebrea que usted reconoce infrecuente?
ResponderEliminarY, ya puesta a decir cosas, también me pregunto si esta pasión por comernos y/o bebernos los unos a los otros no la resolvía la sublimación de la eucaristía, pero supongo que el entusiasmo antropofágico de la especie es demasiado grande como para ser calmado con un poco de vino y unas obleas.
DIARIO DE LOS BORJA (BORGIA)
ResponderEliminarUna historia de la familia Borja - Borgia de tres siglos en forma de diario con ilustraciones, genealogía y textos.
DIARIO DE LOS BORJA (BORGIA)
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Familia, corrupción y poder es una mezcla muy interesante sin duda Borgia es una serie que tiene muchos matices interesante, se que varias cadenas de televisión la han llevado a la pantalla y la próxima es HBO, Seguro será todo un éxito.
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