lunes, 12 de septiembre de 2011

Dos siglos de revolución vasca (1)



Para el nacionalismo vasco la Guerra de Independencia Española nunca ocurrió. Es verdad que de ella hablan todas las historias generales y todas las particulares de la Península Ibérica, más infinidad de historiadores que se han ocupado de Napoleón; incluidos los vascos nacionalistas, cómo no. Da igual. El nacionalismo en su imaginario político pasa de esa guerra, un simple mito hispano ajeno a lo vasco. Y de mitos esa gente debe de entender un rato.
Ese recurso pueril de conjurar fobias tapándose los ojos no ha ido con la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, cuya Delegación en Corte dedicó su XVII Semana, Vascos en 1808-1813. Años de guerra y Constitución (Madrid, octubre-noviembre 2008) a dilucidar el papel de los vascos de España y América en aquella etapa histórica, que no sólo fue real, sino decisiva también para los vascos de ahora, a dos siglos de distancia.
Esas conferencias han fructificado en un librito del mismo título (Madrid, Biblioteca Nueva, 2010; 266 págs.). Y de igual modo que hace meses meditábamos sobre ‘Lo vasco que nunca existió’, con otro volumen del mismo origen, ahora disfrutamos de unas lecciones magistrales sobre una guerra y revolución vasca que sí existió. Un capítulo doblemente ignorado: por historiadores que no han entrado en eso, y por nacionalistas que de eso no quieren saber nada.

Guerra y Revolución
Al estrenarse el siglo XIX, la Revolución con mayúscula era la francesa. Con toda su grandeza y su miseria, con su Terror y sus Derechos humanos. La tragedia revolucionaria en sí era ya historia;  pero la Revolución, aunque muy cambiada, seguía viva, porque un solo hombre la había hecho suya: Bonaparte.
En la educación escolar, la historia española de aquellos años 1808-1813 prefirió decantar la epopeya bélica, más asequible a los niños, como Guerra de Independencia. Muy en segundo plano quedaba el aspecto revolucionario de aquella etapa, que fue la transición del Antiguo Régimen a nuestra Historia Constitucional, con las Cortes de Cádiz como comadronas de un parto que era su propia criatura (aunque no del todo): la Constitución de 1812. Con razón el Conde de Toreno tituló su gran obra divulgativa, Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (París, 1832).
La Junta Central era consciente de su cariz revolucionario, aunque diverso de lo visto en la Revolución Francesa (Manifiesto de 26-10-1808). La originalidad española era el monarquismo de aquella Junta, legitimista en origen, depositaria excepcional de la soberanía en nombre de Fernando VII. Pero su revolución empieza ya con la convocatoria de las Cortes de Cádiz, y se afirma en todo el trienio de soberanía nacional constituyente  (septiembre 1810-septiembre 1813), hasta culminar en la promulgación de un texto que transformaba radicalmente la propia Monarquía.
¿Fue ‘La Pepa’ la primera constitución española? Sí y no. Allende el Pirineo, ya Napoleón se había anticipado, convocando en Bayona una junta de notables españoles para la lectura y aprobación de una Carta otorgada, que articularía la monarquía también impuesta de José I.
Lo de tomar o no la Carta de Bayona como ‘constitución’ es algo bizantino. El decreto de convocatoria, desde luego, se refería expresamente a «fijar las bases de la nueva constitución que debe gobernar la monarquía»; y la proclama introductoria del nuevo rey al texto que se promulga en la Gaceta de Madrid (25 de mayo 1808) lo presenta como «una constitución que concilie la santa y saludable autoridad del soberano con las libertades y privilegios del pueblo».
En todo caso, también este documento era revolucionario para el país; y para mayor parecido con lo de Cádiz, el mismo Napoleón apela al legitimismo español: «Habiéndonos cedido el Rey y los príncipes de la casa de España sus derechos a la corona», que él no pensaba calarse en persona, sino «en las sienes de un otro Yo». Vamos, que el Corso tenía sus papeles en regla. El cinismo y el modo de designar a su hermano José Napoleón no quita nada al paralelismo, teniendo en cuenta que la accesión del Príncipe de Asturias , aprovechando un motín para quitarle el reino a su propio padre, tampoco había sido transparente.
Ahora bien, constitución, estatuto o como se prefiera, aquí nos importa que el documento aprobado en Bayona se promulgó con solas dos firmas: la del intruso rey José,  y la de su ministro Secretario de Estado, Mariano Luis de Urquijo. Un bilbaíno ilustrado y afrancesado, que ya lo había sido de Carlos IV (1798-1800).

Afrancesados
Los vascos más significados en aquel proceso entraban casi todos en la categoría de los ‘afrancesados’. La palabra tiene enjundia. Nace en el siglo XVIII para describir ciertos dejes de pronunciación y estilo gálico, ciertos gustos a la moda francesa. Se aplica luego a los admiradores de la Ilustración. Y termina como sinónimo de antipatriota y secuaz de José I, el intruso. La deriva semántica va de la estética a la política, pasando por la censura inquisitorial y el Índice de libros prohibidos.
Urquijo fue afrancesado en las tres acepciones, aunque en ninguna de ellas furibundo, cosa muy ajena a su temple. Y desde luego, nada ingenuo, como lo prueba el siguiente rasgo. Cuando Napoleón citó ante sí al ya rey Fernando, como hizo con su padre don Carlos, Urquijo fue el más decidido en desaconsejar el viaje, que era como ir al cautiverio. Este fue, más o menos, el diálogo entre el político vasco y un confiado Duque del Infantado, que le objetó:

– ¿Es posible que un héroe como el Emperador, yendo el Rey a ponerse en sus manos tan de buena fe, se las manche con esa acción?
–Si hubiese leído a Plutarco, habría visto que los héroes, especialmente los fundadores de dinastías, subieron los peldaños de su triunfo pisando a sus víctimas. Además, ¿cuáles son las razones del viaje?
–Sólo se trata de contentar al Emperador con ciertas concesiones territoriales y de comercio.
–Siendo así, ya le pueden dar la España [1].

Tal fue el hombre clarividente que luego fue ministro de José I, con el también bilbaíno José de Mazarredo (1745-1812) como ministro de Marina.
Algunos afrancesados fueron guerreros, otros sólo políticos, pero prácticamente todos fueron revolucionarios, no menos que los patriotas de Cádiz.

Vascos en la Guerra
De los aspectos bélicos en el País da una buena síntesis José Pardo de Santayana en ‘La Guerra de la Independencia en el País Vasco. 1808-1813.’ [2]
La situación del País Vasco en aquel período fue singular, soportando la máxima presión del invasor francés en comparación con el resto de España. Lo cual es lógico: la primera invasión militar de octubre-noviembre 1807 se hizo por la frontera occidental, ya que el objetivo-pretexto pactado era la ocupación y reparto de  Portugal con Godoy.  
Aquella penetración ‘pacífica’ o ‘amistosa’, bastante bien recibida en los centros urbanos de las Vascongadas, pronto se quitó la máscara. «Hasta 250.000 soldados, muchos de ellos veteranos…, se fueron acantonando en aquel pequeño rincón del norte español» [3].
Pero rotas las hostilidades, la resistencia cívica se notó menos aquí,  aunque también el colaboracionismo contra las guerrillas mal avenidas fue de lo más tibio, no tanto por convicciones como por las represalias, que en cierto modo anticiparon la saña de las futuras guerras carlistas. Más agresivamente anti francés fue el medio rural, feudo de los jaunchus y del clero más conservador, y tradicionalmente enfrentado a las villas y su patriciado urbano, aunque unidos todos en el apego a la religión y los fueros.
Una etapa de especial interés es la que se abre en 1810. Napoleón, ante el fracaso de su hermano, vuelve a intervenir en persona, y mueve la frontera de los Pirineos al Ebro, anexionando más directamente a Francia toda el área intermedia: Cataluña, Aragón, Navarra y Vascongadas (más Cantabria). A estos cuatro ‘gobiernos militares’, que ya no dependían del rey de España, se añadió el quinto Burgos en 1811. El sistema quebró en 1812, al partir Napoleón para Rusia, despejando el campo a Wellington. El brazo derecho del generalísimo inglés era ahora otro vasco afrancesado, el general Miguel Ricardo de Álava, que de colaboracionista y firmante de lo de Bayona, se había pasado a la Junta.
Vasco también fue el pundonoroso general vergarés Gabriel de Mendizábal (1765-1838), organizador del VII Ejército español que absorbió a no pocos guerrilleros como militares regulares, algunos con alto grado (Espoz y Mina, mariscal, lo mismo que Mariano Renovales; Francisco de Longa, coronel, etc.). «Cuatro de aquellos ‘Siete Magníficos’ que ostentaban los mandos principales en el ejército guerrillero del norte eran vascos» [4]
No me tienta lo más mínimo hacer épica de estas cosas ni, por el contrario,  reventar el ‘mito’ de la guerrilla patriótica. Lo importante es acercarse a la realidad en cuanto sea posible, y creo que la síntesis de Pardo Santayana  algo ayuda a entender en qué medida los aciertos de Wellington tuvieron éxito, gracias al trabajo preparatorio y complementario  de estrategas autóctonos y fuerzas semiautónomas o independientes, con destacado papel de gente vasca.

Vascos en la Revolución
Más interesante que contar la película bélica es hoy reconstruir el proceso revolucionario, y calando en las mentalidades de aquel magma heterogéneo, perfilar las visiones políticas. Algo por ahí van, en el mismo libro, José Mª Ortiz de Orruño, ‘Entre la colaboración y la resistencia. El País Vasco durante la ocupación napoleónica’ (págs. 71-129), y José Ramón Urquijo Goitia, ‘Vascos y navarros ante la Constitución: Bayona y Cádiz’ (131-186). Otro día pasamos revista a esos artículos. Sin olvidar el último de la serie, donde Begoña Cava Mesa observa ‘La Guerra de Independencia desde la otra orilla’ (págs. 187-237), estudiando un capítulo de la Independencia de la América Española, donde los vascos tampoco estuvieron quietos.  
Un Compendio bibliográfico –así presentado con modestia por su compiladora Mª Victoria de la Quadra-Salcedo– reúne un conjunto selecto de títulos para ampliar y profundizar en los múltiples aspectos de un tema poco conocido y muy complejo.
__________________________________
       [1] Cfr. O. cit., págs. 40-41.
       [2] O. cit., páginas 35-69. Pardo es también autor de la primera biografía seria de un guerrillero vasco mas nombrado que conocido: Francisco de Longa: de guerrillero a general (Madrid, 2007; 517 págs., ilustr.).
       [3] Pardo de S., o. cit., pág. 43.
       [4] Ibíd., pág. 57.

(Continúa)


10 comentarios:

  1. Buenas tardes: El tema de su artículo es muy interesante. Sin embargo los nacionalistas no olvidan. Recuerdo haber leido en una hemeroteca el Diario Euzkadi y recordaban la frase de Juan José Yandiola en "las Cortes" o asamblea de notables de Bayona: "Los españoles son nuestros mayores enemigos". No sé si la frase es cierta pero la citaba el diario creo que en 1931 con ocasión de la República, preparando el Estatuto. La fuente es cierta.
    ¿Podría confirmar si se produjo tal comentario?
    A mí no me cuadra, pero a ellos parece que sí.

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  2. Estimado Anónimo: Ante todo, y por razón práctica, es preferible usar algún identificador, pues sin él todos parecemos el mismo.

    Su pregunta toca a un punto que todavía no he desarrollado. Asi que sólo le adelanto la respuesta a su pregunta sobre la frase de Yandiola.
    Pasa por auténtica, y completa dice así: «los españoles son nuestros mayores, o quizá los únicos enemigos».
    Pero Yandiola no la pronunció en la Junta de Bayona, sino que figura en su correspondencia con la Diputación del Señorío de Vizcaya, como comisionado de las Juntas Generales para lo de Bayona.

    Dice usted que «los nacionalistas no olvidan». Esa frase no, desde luego; y es su problema, porque al aplicarla suelen cometer un anacronismo grosero.
    Como bien dice usted, «a mí no me cuadra». Ni a nadie con espíritu crítico, como si un ilustrado afrancesado de 1808 pudiese pensar igual que un bloguero abertzale de hoy.

    La frase de Yandiola se refiere a lo concreto, o sea, si colarían en la nueva Constitución los fueros vasco-navarros (que tampoco eran una foralidad, sino cuatro independientes), o por lo menos el fuero de Vizcaya. Don Juan José María, que es gran maniobrero, y va con el encargo de sacar adelante lo que se pueda de foralidad en la nueva Constitución, a la vez que se lamenta de lo negro que ve el asunto, insinúa cierta esperanza gracias a su propia habilidad, como que la parte francesa estaba dispuesta a ceder, mientras la española en bloque era contraria a privilegios (salvo los comisionados forales, claro).
    En este sentido pudo escribir Yandiola, «los españoles son nuestros enemigos».
    Y así sí que cuadra.

    Vaya viendo, si le parece, el trabajo de Goyo Monreal, Los Fueros Vascos en la Junta de Bayona de 1808, en Rev. Intern. Estud. Vascos, 4 (2009), 255-276.

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  3. Estimado Belosticalle:
    Voy a traerle a otro afrancesado vasco, el alavés Pablo de Mendíbil, de quien acabo de encontrar un testimonio en cierto librito (55 pp., bilingüe, a dos columnas incluso la bibliografía) de divulgación y propalación, sobre la lengua vasca en Álava (Henrike Knörr, 1998: Lo que hay que saber sobre la lengua vasca en Álava. Arabako euskarari buruz jakin behar dena, Vitoria: Fundacion Caja Vital). En el capítulo 6 ("Lengua viva pero en difícil situación"), y para atestiguar el hecho de que "La persecución del vascuence en Álava incluía castigos y violencias" (p. 13), se cita el testimonio de Pablo de Mendíbil (Alegría, 1788-Londres, 1832) sobre el llamado "anillo escolar", objeto que iba circulando entre los niños que hablaban vascuence en la escuela, con el resultado de que se propinaba una paliza al último que lo llevara al final de la semana. La cita de Mendíbil dice así:
    "Que mi lengua es la vascongada, y para obligarme a que la olvide como si fuera incompatible con aprender y saber la castellana, me condenan a recibir el maldito anillo si se me escapa una sola palabra de las que mamé con la leche, […]." (ob. cit., p. 14).
    Y sigue una descripción, teñida de cándido dramatismo, de este episodio de la historia de la pedagogía a golpes ("la letra...", etc.), que, personalmente, no me conmueve más por el hecho de que la finalidad del castigo fuera la inmersión lingüística en español ("la persecución del vascuence"). A estas alturas.
    Pero lo que me ha parecido bonito de verdad es que el profesor Knörr presentaba a Mendíbil como "escritor y director de varias revistas literarias", simplemente. Lo que, entre otras cosas, Knörr no dice es que la interesante figura de este afrancesado español tiene un lugar en la historia de la enseñanza de la lengua y la literatura españolas, como profesor que fue de español y francés, y primer español que ocupó la cátedra de español en King's College (¿van muchos "español"?, es para resarcirme del ninguno que había en el texto de Knörr).
    (Matilde Gallardo Barbarroja dedica a Pablo de Mendíbil un apartado del capítulo "La cátedra y los estudios de español en King's College de Londres", en su estudio "Introducción y desarrollo del español en el sistema universitario inglés durante el siglo XIX". Rediris, 20, 2003, cap. 3.3; en línea).
    Admirado Belosticalle, el tema de los vascos en la historia de España y América me parece no solo interesante sino muy importante (¿suena a ombligolatría?, lo siento, lo da la tierra), y leído de su pluma, un enorme placer.

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  4. Doña Elephas bellica, un día tenemos que hablar en serio del famoso ‘anillo’. De momento le diré que de muchacho me pusieron varios años en una preceptoría donde se aplicaba el mismo sistema –de tradición antiquísima en la pedagogía europea–, salvo que en vez de anillo nos pasábamos una ‘perragorda’, la moneda de 10 cts de cobre. Eso era los jueves, para la práctica del latín. Pero, como digo, otra vez lo cuento con pelos y señales, porque era divertido.

    El Sr. Knörr (que en gloria esté), como buen nacionalista, siempre manejó la erudición ‘ad probandum’ y circulando con las luces cortas. Así cualquier testimonio sacado de quicio se generaliza con la perspectiva interesada de hoy. Como lo de Yandiola, que comentaba ayer. ¡Pero si la mayoría de aquellos ilustrados era de la Bascongada, qué nos vienen a contar!... Pues, nada, que por lo visto aquella Real Sociedad de Amigos del País era un bachoqui.

    No puedo expresarle cuánto agradezco sus aportaciones. Un abrazo.

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  5. Perdone ud. D. Belosticalle porque no me aclaro con Internet lo suficiente para ponerme nombre. Soy el primer anónimo. Me es muy grato aprender de ud. que posee una amplia erudición en aquellos temas que me gustaría a mí profundizar. Solo quería asegurarle que en algunas páginas de Internet obviamente escrita por abertzales se enmarca la toma de San Sebastián por las tropas hispano inglesas en un auténtico genocidio planificado nada menos que por el general Castaños... esto es la interpretación nacionalista no es que pase de la guerra de la independencia, la sitúa en las antípodas de lo que hasta ahora teníamos por cierto (y que seguiremos teniendo).
    Por lo que respecta al anillo, moneda... ha sido como bien dic muy frecuente. Mi suegra que estudió antes de la guerra en un colegio de monjas francesas en Durango, recordaba que se pasaban una medalla con el mismo fin, no hablar español Pero ¿qué decir de fechas más recientes en los campamentos de verano de euskaldunización en los que se sancionaba a los niños que hablaban erdera?
    Muchas gracias por sus textos que leo con unción.

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  6. Cuando se produjo la invasión Napoleónica, alguna mente preclara percibió la necesidad de salvaguardar algunas industrias de importancia estratégica clave.

    Estaban peligrosamente cercanas a la frontera francesa las fábricas de armas. Era preciso trasladarlas a zonas más seguras y se decidió el traslado a Asturias de la de Eibar.

    Su primer emplazamiento provisional (antes de afincarse en la Vega de Santullano), si no me falla la memoria (cosa que ocurre siempre, para mi desgracia), fue un edificio sito en lo que actualmente es el edificio del mercado del Fontán, sede del colegio de los Jesuitas ya expulsados.

    En Oviedo hay una abundante y notable representación de apellidos vascos: Ojanguren, Ibarguren, Ibargüen, etc, descendientes de los técnicos de la fábrica de Eibar que se trasladaron aquí para poner en marcha la fábrica de armas de nueva planta.

    En el patio de la Reina Isabel II de la Universidad vieja de Oviedo, hay una lápida en la que figuran los nombres de los alumnos que cayeron en la Guerra de la Independencia defendiendo a España de los franceses. Hay una calle: la del 9 de Mayo, que conmemora el alzamiento. Fermín Canella (rector de la Universidad en los últimos años del XIX y albores del XX) escribió un libro: 'Memorias del Año VIII' en el que recoge los sucesos de la Guerra de la Independencia en Asturias y en Oviedo, en especial.

    Cuando viví en el País Vasco, me sorprendió mucho no encontrar ningún vestigio notable de la conmemoración de la lucha del pueblo vasco en esta etapa. Su entrada aclara el misterio.

    Magnífico, como siempre.

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  7. Querida Carmen, ante todo, feliz ‘año nuevo’; Ud. me entiende.

    Muy oportuna su aportación sobre traslado industrial a Asturias.

    También celebro su observación personal sobre el vacío a la Guerra de Independencia en esta tierra.
    Aunque mi primera frase lleva su hipérbole retórica, creo que dice verdad.
    A los nacionalistas les gusta soñar que siempre hubo nacionalistas y que, además, los nacionalistas antiguos siempre pensaron y se pronunciaron como los modernos.
    Con esa llave maestra, la Historia no tiene secretos para ellos. Y una de sus revelaciones es que en tierra vasca jamás tuvo sentido hablar de conciencia castellana o española, ni por tanto de una guerra de Independencia española.

    Habiendo usted vivido en el País Vasco, tal vez tuvo ocasión de saber que en Bilbao tenemos Calle Dos de Mayo. ¿Entonces…? Pues entonces, que celebramos no el de 1808 en Madrid, sino el de 1874, cuando tropas gubernamentales levantaron el sitio de Bilbao por los carlistas, en la III Guerra (la ‘Carlistada’).
    Y aun así, bien a pesar de los nacionalistas, que tampoco han podido cambiar la Calle del General Concha, el libertador de la villa (como han cambiado la de otro libertador, Espartero).

    Seguiré con la reseña del libro, retrasada por falta de tiempo.

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    1. Lamento comentar tan tarde.

      El traslado de la fábrica de Armas de Trubia (cerca de Oviedo) fue un poquitín antes, de justo después de la Paz de Basilea. Recuerdo haber leído en La Nueva España que se trajeron muchos obreros con sus familias, y que hasta se habían traído el cura y el maestro, pues gran parte de la población era sólo vascoparlante. Esto recuerdo haberlo leído con motivo de la publicación de un libro sobre las fábricas (que gestionó el gran General Elorza) o bien en el suplemento local de La Nueva España o en Oviedo Diario, pero no logro encontrarlo en Internet.

      Hay una conexión vascoasturiana muy potente ya desde entonces a nivel industrial, que se materialzó en el XIX con el Ferrocarril Vasco-Asturiano (lo que luego sería FEVE) y en la siderurgia.

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    2. Muy interesante su aportación, señor mío, muchas gracias.

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  8. Continúo, atónito, bebiendome su erudición a grandes tragos.
    Gracias.

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