martes, 21 de junio de 2011

¡Por fin, beato!


Juan de Palafox y Mendoza

El Burgo de Osma es una ciudad levítica. Siempre lo he sospechado, pero ahora lo sé, por Google. Busco cruzando “El Burgo de Osma” con “ciudad levítica”, y me da  Benito Pérez Galdós.  A mayor abundamiento, “ciudad levítica y episcopal”, llama un pregón festivo local al escenario de la ‘Matanza’. (La del cerdo, obviamente.)
Desde tiempos de su obispo refundador don Pedro (s. XI), el Burgo fue mero pretexto para una catedral poblada de canónigos. Un cabildo catedralicio muy conservador y muy en su papel –todavía en este siglo nuestro secularizado–, como guarda celoso de un tesoro artístico y documentario de primer orden. (‘Cámaras no’, es la consigna, desde que se pone el pie en el atrio del templo.)
Por tal razón, aprovecho la visita para relacionarme con tres clérigos locales, los tres bienaventurados del gremio santoral:
Uno es el citado don Pedro de Bourges, más conocido como san Pedro de Osma (m. 1109). Otro, Domingo de Osma, más conocido luego como santo Domingo de Guzmán (1170-1221), fundador de los frailes predicadores o dominicos, y que primero fue canónigo aquí, en esta misma “ciudad levítica y episcopal”, como vuelve a repetir una biografía suya [1].
En fin, un tercer contacto en la ciudad ha sido el navarro Juan de Palafox y Mendoza (1600-1659), que siendo obispo de aquí murió con fama de santo. Hoy me fijaré en este último, porque el pasado día 5 de este mes le hicieron, por fin, beato, consagrando una de las subidas más rocambolescas a los altares.

Como en los cuentos, pero de verdad
En el cuento popular se repite el motivo de la criatura rechazada, salvada de la muerte por un adoptante compasivo, para ser devuelta luego al rango social que le corresponde. En este caso, el lance en versión histórica es toda una revelación sobre el sistema de valores morales en la alta sociedad española del XVII.
Pues señor, que el día de San Juan Bautista del año 1600 la noble viuda doña Ana de Casanate, tras hacerse preñada vergonzante en una aventura con el marqués de Ariza don Jaime de Palafox, dio a luz a escondidas en Baños de Fitero (Navarra) a un bebé no deseado, que entregó a una criada con encargo de deshacerse de él por vía rápida y discreta.
El infanticidio era común en todas las clases sociales –no por otra cosa se fundaban tantos hospicios o inclusas, donde al menos las criaturas se libraban del limbo–, aunque sólo en el estado llano se juzgaba con severidad, disculpándose entre personas principales, como más obligadas para con su honra. Esta aberración casuística la achacaban algunos a la nueva moral enseñada por los jesuitas.
La criada sale de noche con el bulto para tirarlo a una acequia del río Alhama, cuando un modesto empleado, Pedro Navarro, la descubre y compadecido le pide el niño para criarlo como a otro más de sus hijos. “Está bautizado y se llama Juan”, qué más necesitaba saber el buen hombre.
Pero doña Ana no encuentra confesor que la calme, y dos años después, en otro arranque ético-místico muy de aquel siglo, se mete monja carmelita descalza, perseverando en Tarazona y Zaragoza hasta su muerte en 1638.
A todo esto, el niño Juan crecía en edad y gracia en casa de sus padres adoptivos, que empezaron a recibir misteriosas ayudas de costa. Hasta que en 1609 el padre biológico, viéndole despejado, le reconoce y prepara para darle apellido. Juanito Navarro pudo ya llamarse don Juan de Palafox. En cuanto al segundo apellido que usó, Mendoza, las explicaciones no son claras.
Y con el apellido, la carrera. Carrera que no se trunca a la muerte del marqués (1625); muy al contrario, el gran valido real Olivares le descubre y protege, lo mismo que el rey Felipe IV.
Juan de Palafox es un joven brillante y mundano, que en 1628 se convierte a una vida ascética. Pero aunque más tarde se confesará gran pecador en aquella etapa juvenil, no fue ningún tarambana, como se ve por esta redondilla suya al marqués de Torres:

Marqués mío, no te asombre
ría y llore, cuando veo
tantos hombres sin empleo,
tantos empleos sin hombre.

Versos que serán buenos o malos, pero que hoy en día son de rigurosa actualidad.

Trifulca jesuítica
Hombre culto y virtuoso, hábil organizador y con experiencia en el espionaje diplomático, Palafox es nombrado obispo de Puebla (1639-1654) y pasa a Nueva España junto con el nuevo virrey López Pacheco (1640-1642).
Por entonces (1641-42) se producen movimientos separatistas en Andalucía, Portugal, Cataluña; y sospechando Madrid de la lealtad del virrey, el obispo recibe el encargo de fiscalizarle, lo que ejecuta de forma fulminante, destituyendo al Pacheco, poniéndole preso, confiscándole los bienes y asumiendo él mismo el cargo de virrey interino. Una operación así no era como para granjearse amigos.
Pero la fama de Palafox se debió sobre todo a su enfrentamiento con buena parte del clero regular español, con los dominicos, pero sobre todo con los jesuitas.
Poseído de su carácter y dignidad episcopal, don Juan no tuvo presente el dicho atribuido a Felipe II: “Envié a Trento obispos y me los devolvieron párrocos.” ¿Qué era ya un simple obispo, frente a cualquier jesuita de pro?
El Concilio, por otra parte, tampoco extirpó la lacra de las exenciones y privilegios de los regulares, que si en el caso de la Compañía de Jesús eran de escándalo, lo eran más aún por la libertad que los jesuitas se tomaban al usarlos. Alguno llegó a desafiar al obispo de Puebla, predicando en la propia iglesia catedral con descaro, ignorando prohibiciones y penas canónicas.
Como era costumbre, el clero y pueblo tomo partido, con excomuniones recíprocas y cruce de agresiones, cencerradas, soflamas y panfletos. De entre esta literatura, deleznable casi toda, hay que destacar las Cartas al papa Inocencio X, de Palafox, donde la defensa propia es ataque al enemigo, con argumentos que se anticipan y recuerdan los de Pascal en sus Provinciales contra los jesuitas [2].
Inocencio conocía al obispo de Puebla y le apreciaba, de cuando aquél fue nuncio en Madrid. Por ello los amigos de Palafox aseguran que Roma le dio la razón. Eso era sencillamente imposible. El no salir trasquilado frente a la Compañía ya valía por una gran victoria.
No bajaremos nosotros al palenque. Palafox tendría o no razón, en esto o en aquello; en todo caso, subestimó el poderío, los recursos y la audacia de los hijos de Loyola. Un santo, san Ignacio, que como buen vasco y guipuzcoano, prefería el ventajismo (fueros, privilegios), mejor que el juego limpio en pie de igualdad.
La cosa acabó como era inevitable, con un final salomónico. De igual modo que el ex virrey de Méjico, de vuelta a España, fue rehabilitado en parte y compensado con el virreinato de Navarra (1649-1653), el rey ordenó también el regreso del obispo de Puebla, compensándole con la mitra de Osma (1653-1659).

Misticismo paranormal
Juan de Palafox fue contemporáneo y medio paisano de la monja mística franciscana sor María de Jesús de Ágreda (1602-1665). Como escritora, ésta lo fue de mucho más éxito: su enciclopedia mariológica titulada Mística Ciudad de Dios (1670) tuvo ediciones a porrillo, dicen que hasta 200 y más, en distintas lenguas y arreglos. Los escritos espirituales de Palafox se hacen más sosos, aunque alguna vez le da por lo extravagante y nos asombra o regocija.
Tengo una primera edición de una obra suya póstuma, Luz a los vivos y escarmiento en los muertos ( Madrid, 1661, 346 págs. en folio). En ella el autor recoge y anota hasta 229 apariciones de almas del Purgatorio a una monja carmelita descalza, que para el caso se comporta como una médium en sesiones de espiritismo, con no poco chismorreo sobre cómo se ven las cosas de acá y de allá en aquel ámbito purgante. Por esto mismo el señor obispo, al copiar de un cuaderno de la religiosa sus historias, calla nombres y detalles que permitían identificar a los difuntos y sus pecadillos. Aun sin esta sal y pimienta, es obra que con algo de humor se deja leer, al menos por un rato.

Una aparición al azar, la Nº 49, a modo de ejemplo:

Apareciósele otra vez N., marido de N., la mesonera. Díjole: “Hermana, no temas. Iesús sea contigo. N. soy, que estoy en Purgatorio por haber alquilado las bestias en más de lo que era menester; y por haber tomado en los pesebres del mesón la cebada, y la daba a las mías. Di a N. mi mujer me haga decir misas” [3].

En efecto, se empieza ahogando bebés en el río o tirándolos a la basura; se continúa hurtando cebada del pesebre, y se acaba olvidando una misa por una ánima del purgatorio, como bien dirá Quincey.
Época aquella, como la nuestra, aficionada a los fenómenos paranormales: psicofonías y resplandores, apariciones, levitaciones y penetración de paredes, traslaciones y bilocaciones, cuerpos incorruptos. La monja de Ágreda, sin dejar su clausura, había sido vista en Nuevo Méjico a primeros años 20. También en Méjico hubo quien creyó cruzarse con Palafox, se saludaron y cambiaron impresiones, sin otro particular que encontrarse al mismo tiempo el venerable residiendo en Osma. 

Carpetazo al Venerable
Los adversarios de Palafox vieron en él a un tartufo, que hipócritamente tergiversó la realidad para darse aureola de santo, secundado por bobalicones admiradores, como el biógrafo Rosende, que en 1666 le desentierra  (literariamente hablando) incorrupto, flexible y con saludable color. ¿Milagro?
El largo brazo del ‘papa negro’ –así llamaban al General de la Compañía– pronto tuvo paralizado el proceso canónico, acusando a Palafox de jansenista y regalista entre otros errores, aunque en realidad por las verdades cantadas en la primera Carta a Inocencio X.
El ex jesuita Miguel Mir en su Historia interna documentada de la Compañía de Jesús (Madrid, 1913, 2 tomos), aunque cita en bibliografía esa obra, por lo demás ignora la trifulca palafoxino-jesuítica, echándose de menos en el libro un capítulo sobre ella.
Es sabido que la orden entró en crisis, rodeándose de enemigos que finalmente arrancaron al papa franciscano Clemente XIV su supresión (1773). Entre los anti jesuitas más cerrados estuvo el rey Carlos III, que remedando la expulsión de los judíos bajo los Reyes Católicos echó a los jesuitas de España y sus dominios (1767). Animaba en todo esto al rey su confesor, el franciscano Eleta, premiado luego con la mitra de su patria chica, el Burgo de Osma (1786-1788).
Sin entrar en el meollo del caso, la verdad es que el rey para cargarse de razón se inspiró no poco en la vida e ideario del Venerable, tomando de sus escritos lo que le convino, haciendo antes revisarlos y aprobarlos por la censura eclesiástica [4].
Don Carlos, que tenía su venada santurrona, se declaró devoto del santo varón, movió el proceso dormido, y encargó a Sabatini la Real Capilla Palafox: gran rotonda en cabecera del eje de la catedral, proyecto modificado luego y por Juan de Villanueva (1770-1774) y ultimado por el mismo Sabatini [5].

Por desgracia para la causa palafoxina y para la capilla en construcción, a Clemente XIV le sucede Pío VI (1775-1799), nada conforme con lo hecho por su predecesor. Y como ‘allá van leyes do quieren reyes’, la Congregación se pliega a su deseo, desestima las pruebas de santidad de Palafox y da carpetazo.

Final feliz en la ciudad levítica
Pelillos a la mar, los jesuitas de hoy no guardan resentimiento. Tampoco el público se acuerda mucho de como las gastaron los buenos padres jesuitas de ayer, contento con visiones idílicas y edulcoradas de sus aventuras americanas. La superproducción The Mission (La Misión, de R. Joffé, 1986) es un ejemplo bastante maniqueo de lo que fueron las reducciones de Paraguay, aniquiladas bajo el despotismo ilustrado hispano-portugués.

Beate Iohannes, ora pro nobis!
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[1] Villacorta Baños, El castellano domingo de Guzmán (1170-1221). Salamanca, 1998, pág. 59.
[2] Palafox, Obras, tomo 11: Cartas al Sumo Pont. Inocencio X, con otros tratados pertenecientes a las controversias eclesiásticas y seculares del Venerable Prelado. Madrid, 1762.
[3] O. cit., pág. 91.
[4] Las Obras completas se publicaron por segunda vez en 1772, en 15 tomos, bajo supervisión de los carmelitas descalzos.
[5] I. Jiménez Caballero y C. Montes Serrano, ‘La Real Capilla Palafox en la catedral del Burgo de Osma’. En Francisco Sabatini, 1721-1797. La arquitectura como metáfora del poder. Madrid 1993, pp. 309-318.

 

7 comentarios:

  1. Estupenda cabecera, querido Belosti. Y me ha hecho recordar un viaje a esa ciudad, hace unos añitos, en el que visitamos esta catedral de Osma, viendo el sepulcro de Pedro de Osma, preciosamente policromado y muy bien conservado.También en aquel viaje visitamos el convento franciscano en el que se conserva la momia de la santa Maria Jesús de Ágreda, en el mismo pueblo de Ágreda, momia que se expone a la vista de los visitantes, bastante impresionante, por las historias de bilocación y otras incidencias inquietantes.
    Gracias, amigo, por su esfuerzo en hacernos llegar estos completísimos cuadernos de viajes.

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  2. Las gracias a usted, querida amiga y protectora de este blog que tanto le debe.

    Otro día hablamos de ese san Pedro de Osma y su sepulcro maravilloso, como también de santo Domingo y sus frailes, con otras cosas de este entorno soriano. De Berlanga de Duero, de San Baudel...
    Todo ello visto a través de mis anteojos que, no lo olvide, son algo deformantes.

    Por cierto, muchas felicidades en su día, doña Pussy Cat.

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  3. Y muy cerquita de San Baudelio, la preciosa iglesia de Caltojar. Supongo que la conocerá

    Los "Reverendos Padres", como les llama un sacerdote amigo mío, han tenido siempre mucha sustancia, en todos los sentidos.

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  4. Y muchas felicidades a Dª Pussy Cat

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  5. Muy interesante, como siempre. Ya que lo menciona, me encantaría oír más cosas sobre San Baudelio y sus magníficas pinturas, o sobre Berlanga de Duero (en cuya Colegiata solía haber un caimán disecado, un tanto apolillado a estas alturas) Veraneaba de niño en Almazán, así que he pasado buenos ratos en esos lugares. Un abrazo.

    Navarth (no sé por qué, pero no me deja acceder a mi perfil en google)

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  6. Navarth y Gulliver, celebro su interés por San Baudelio, porque en efecto tengo de allí alguna cosilla en el telar, que hasta puede que les sorprenda.

    También algo de Berlanga. Sólo le anticipo, Navarth, que el ‘Lagarto de Fray Tomás’, o sea el caimán de marras, ya no tiene polilla porque lo han restaurado.

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  7. Hace ya décadas que visité por primera vez la catedral de Burgo de Osma. Me produjo una impresión imborrable y difícil de explicar. Quizás por esa impronta, he leído con pasión su entrada. Hay un hilo conductor entre su protagonista y la catedral, tan relevante en su momento y tan desconocida, incluso ignorada, en la actualidad, salvo para un grupo escogido de eruditos.

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