La última visita al Burgo de Osma me hace recordar al santo que dejó su canonjía en esta catedral, para fundar una de las órdenes religiosas más estupendas. ¿Quién fue realmente este burgalés, y qué tuvo que ver con su obra?
“Tal vez de ningún otro santo del s. XIII poseemos fuentes tan ricas y auténticas como para Domingo… Cerca de 170 documentos, afortunadamente completados por el opúsculo de Jordán de Sajonia, ‘Los principios de la Orden de Predicadores’ (1233)”
Eso dice un biógrafo moderno dominico; añadiendo que “Jordán escribe no como hagiógrafo sino como historiador, lo que le protege contra los peligros de la literatura hagiográfica” [1]. Es posible. Pero si esa protección funcionó con él, otros colegas compensaron con creces, desfigurando al personaje con toda suerte de artilugios píos propios del género. Eso sin contar literatura apócrifa, a nombre de supuestos dominicos antiguos, como fray Juan del Monte o Tomas del Tiemblo [2].
Domingo nació en Caleruega (Burgos), hacia 1170/75, pero no se sabe si el padre fue un Guzmán, ni la madre una Aza, apellidos nobles. La manía de grandeza cundió pronto entre frailes, como para disimular las cunas plebeyas de la mayoría.
Recordemos la ‘anunciación’ que soñó la madre. Para una embarazada debió de ser tremendo, oír de su vientre ladridos, y en vez de niño ver un mastín blanco de capa negra. Visión parlante en juegos de palabras: dominicanos, Domini canes, los perros del Señor. En la boca del can una tea encendida, de doble sentido: luz del mundo y lumbre de hoguera inquisitorial para el hereje.
Vale; y aparte de la fábula, ¿se sabe algo en serio? No mucho. Con ayuda de un tío clérigo, el joven Domingo se gradúa por Palencia, para sentar plaza en el cabildo de Burgo de Osma. Aquí empieza su aventura.
Una novia para un príncipe
No tengo tiempo de repasar el Motif-Index de Thomson, pero no hace falta para decir que ‘una novia para un príncipe’ es motivo literario folclórico [3]. Pues bien, la primera empresa conocida de santo Domingo fue acompañar a su obispo don Diego de Aceves en misión diplomática (1203-1205): agenciar una princesa nórdica al hijo de Alfonso VIII, el príncipe Fernando. “A las Marcas”, ¿Qué dónde cae eso? Allá por el norte de Europa, entre Brandeburgo y Dinamarca, pregunten, no tiene pérdida. (¡Señor, qué antojo de cabalgar valkirias de rubias trenzas y glauca mirada! ¿Es que no hay buen género aquí? Después de todo, ni aquellas son todas tan sanas ni tan parideras.)
En efecto, el pesado viaje para lo principal no sirvió de nada. La hembra selecta se murió novia. Lo cual le ahorró ser una viuda joven, porque el príncipe Fernando tampoco duró mucho. Por un año, no llegó a conocer las Navas de Tolosa (1212).
Sin embargo, en los designios divinos aquella embajada era sólo el pretexto para una magna empresa. En Tolosa los viajeros comprueban que toda la región está infestada de herejes. Unos reviven el viejo dualismo maniqueo, otros desprecian al clero, leen el Evangelio en román paladino y lo predican con llaneza, sin licencia de los obispos.
El papa Inocencio III ha declarado la guerra de cruzada contra estos herejes y sus protectores, en especial el conde de Tolosa. Dirigen la empresa unos cuantos abades guerreros del Císter –la misma orden de donde procedía el virtuoso obispo de Osma–, señorones mitrados sobre su cota de malla, que no tratan con el pueblo ni entienden lo que se cuece. Su brazo armado son aventureros ávidos de botín. Una cruzada muy peculiar, sí señor, católicos contra cristianos, incluso contra católicos.
–“Señor, ¿y cómo distinguirlos de los herejes?”
–“Matadlos a todos. Dios reconocerá a los suyos”
El espectáculo del gran fiasco sugirió a nuestro don Diego desechar el método drástico de sus cofrades, y combatir la herejía con sus sus mismas armas. Si la gente del país veneraba a sus predicadores ambulantes y austeros, hacerse como ellos. Combinar la guerra del Papa con una guerrilla de infiltrados predicadores.
Los principios fueron duros. También poligrosos. La penuria de clérigos voluntarios se suplía con ventaja reclutando a herejes conversos, conocedores del terreno. Era el embrión de la Orden de Predicadores, que al morir el obispo Aceves (diciembre 1207) quedó en manos de Dios y de Domingo.
La cuarta pata
El Concilio de Letrán IV (1215), considerando que ya había bastante variedad de religiosos, prohibió fundar órdenes nuevas. No hizo falta más para multiplicarlas prodigiosamente, empezando por la más vistosa: Francisco de Asís y sus ‘frailes menores’.
Frailes, no monjes. Los nuevos religiosos se parecían poco a los de antes:
“Había ya tres órdenes religiosas: ermitaños, monjes y canónigos. A dichas tres, para dar estabilidad al tinglado, en estos días el Señor ha añadido una cuarta. Se trata de la orden de los verdaderos pobres de Cristo crucificado, orden de predicadores, a los que llamamos frailes menores.”
El obispo contemporáneo Jacobo de Vitry (h. 1220/21) se refería así al nuevo fenómeno social de los mendicantes. La cuarta pata del banco: no queda fino, pero claro como el agua.
A Francisco no le fue nada fácil salir con su plan. Sólo contaba con una aprobación verbal de Inocencio III (1209). Domingo estaba en situación parecida, entablándose algo así como una carrera de obstáculos, de modo que dominicos y franciscanos, entre sus muchas querellas, se disputaron la prioridad [4]
Formalmente los dominicos irían por delante (1216). Lo cual no decide que fueron los primeros frailes mendicantes, pues por ejemplo, el muy enterado Vitry les ignora como tales. El texto que acabamos de ver –y que el especialista André Vauchez aplica a los mendicantes– sólo se refiere a los franciscanos, aunque les llame ‘predicadores’ (porque lo eran) [4].
La cuarta pata se estira
Si los mendicantes tuvieron tanto éxito, se dice, es porque respondían a una necesidad social. Es posible, aunque si algo no se echaba de menos en la sociedad eran los pobres de pedir. Cuando Francisco de Asís elige ser pobre entre los pobres sólo contaba con un puñado de discípulos, una gota en el mar de la miseria. De haberle revelado el Señor, como a Abraham, la cifra astronómica de su prole de mendigos encogullados, compitiendo por la limosna con los pobres auténticos de toda la vida, tal vez lo habría pensado de otro modo.
Como a los nuevos frailes se los veía por todas partes, muchos pensaban que eran demasiados. ¿Lo eran? Cortos, desde luego, no se quedaron tampoco los dominicos, a juzgar por esta muestra castellana de frailes por convento, en esa orden y en la segunda mitad del siglo XIII [5]:
Año
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Burgos
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Salamanca
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Segovia
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Palencia
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Zamora
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1250
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60
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30
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210
|
30
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––
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1275
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150
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60
|
120
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240
|
210
|
1281
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120
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60
|
30
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––
|
––
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1299
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120
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90
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30
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––
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––
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En 1277 la orden contaba 404 conventos masculinos; en 1303 cerca de 600.
Nº de frailes (más difícil de saber): 1256, unos 5.000 sacerdotes y unos 2000 legos. En 1337, unos 12.000 frailes.
Para la orden en conjunto, unos calculan entre 50 y 220 frailes por casa, otros prefieren sólo 25. El promedio estimado para Castilla en el período es de 90 frailes por convento. Fuera de Castilla, el de Calatayud por ejemplo, en 1299 albergaba a 120 frailes; los mismo que tuvo el convento de Barcelona en el último cuarto de aquel siglo. Pocos frailes ciertamente no parecen, para una época de carestía crónica y hambrunas periódicas.
En suma, el problema con la cuatropea fue que la nueva pata se estiró sin medida, quedando el mueble más cojo que estaba. Y no fue esa la única disfunción, vamos a verlo.
Los dominicos, menos numerosos que los franciscanos, preferían conventos más grandes, suponiendo que eso favorecía el control. Pero si es arduo calcular cuántos ángeles caben en la punta de una aguja, no lo es menos decidir cuántos conventos (numerosos o no) estuvieron poblados por ángeles en carne humana.
Ellos y ellas: Fray Munio de Zamora y sus alegres desahogos
A santo Domingo le pintan con un lirio en la mano, emblema de pureza. Un cinturón de castidad impusieron los ángeles a santo Tomás de Aquino. En fin, san Pedro de Verona, pionero inquisidor dominico caído en acto de servicio, junto al título de mártir ostentó el más extraño de ‘virgen’ [6]. En la orden (y no en ella sola) hubo sus habladurías y cábalas sobre la condición ‘virginal’ de algunos frailes varones, sea cual fuere el alcance del término y el criterio de valoración. El propio fundador, a modo de testamento, habría hecho una confesión personal un tanto rara, para en boca de un moribundo: “Sepan los hermanos que muero virgen.”
Las órdenes mendicantes también desarrollaron rama femenina. La orden dominicana incluso nace como un esbozo de aquellos conventos dobles que todavía quedaban, reliquias de la alta Edad Media. En Prulla (1206), Diego y Domingo regentan una casa de mujeres ex cátaras conversas, especie de beatas que andando el tiempo se harán monjas. Todavía funciona.
Más tarde (1218-20), Domingo autorizó otra comunidad femenina en Madrid, primera entre muchas por Europa. La más importante por su ubicación, la de San Sixto en Roma (1220).
Sin embargo, los dominicos no se dieron prisa en hacerse cargo de lo que veían como una complicación y un peligro. Finalmente ceden, y el maestro General fray Humberto de Romanis redacta una regla para las hermanas (1259). Como el hombre es algo desconfiado, incluye ordenanzas meticulosas, incluso chocantes: las candidatas deben someterse a examen de embarazo, a sangrías obligatorias en las cuatro témporas –igual que los frailes, para templar ardores corporales–, disciplinas o azotes a espalda desnuda, registro de camas en busca de posibles objetos de uso particular, despioje y aseo de cabellera todo en común, y clausura perpetua sin privacidad de rejas adentro.
En enero del mismo año, 1259, dos ricas hembras hermanas Rodríguez, doña Jimena y doña Elvira, fundan en Zamora el convento de Santa María la Real de las Dueñas, bajo la flamante regla de fray Humberto, aunque sujetas al obispo don Suero Pérez.
En 1267 Clemente IV, mediante la bula Affectu sincero (‘Con afecto sincero’) concede a las domincas el privilegio de cuidar y servir a los frailes. Las dueñas zamoranas hacen su lectura particular y pretenden desligarse de don Suero para confiarse a los colegas masculinos.
Esta familiaridad habría dado pie en 1279 a un escándalo conocido por un dossier de 1281, empezando por una carta donde la monja doña Sol Martínez pone en conocimiento del señor obispo las escenas de las que se da por testigo, sin ahorrar detalle [7]. Otros documentos sobre el caso incluyen otra carta de la priora doña María Martínez al cardenal Ordoño Álvarez (julio del mismo año). Los documentos revelan una comunidad reñida, en un contexto político también dividido por la rebeldía del principe Sancho contra su padre Alfonso X el sabio.
“Doña Ximena, doña Estefanía, doña Perona” –se dicen pecados y también pecadores y pecadoras, con sus nombres propios–… “fray Juan Ibáñez, fray Nicolás, fray Pero Gutiérrez, fray Juan de Aviancos”.
Los religiosos toman el convento femenino como un harén, violando la clausura con visitas casi diarias, emparejándose con sus amigas ( “fray Nicolás con Inés Dominguez” etc.), mañanas y tardes. Y no sólo en horas diurnas; también –lo que entonces se veía mucho más grave– pernoctando a veces hasta 20 frailes a la vez, con orgías de desnudez seguida de travestismo. Así la primera carta citada habla de
“los frailes Predicadores que lo frecuentan haciendo muchos desordenamientos, andando por la clausura apartados con las frayras novicias et seyendo con ellas muy desolutamente, abrazándolas et trebeyándolas et falando palabras que non yera para omes de orden, et desnudándose entre ellas, et ficavan como el dia que nasçian; et vestían ellos las sayas dellas, et ellas las dellos.”
Entre aquellos frailes libertinos se nombra a un tal Munio o Muño, al que importa conocer para entender el alcance del episodio. Aquella alegría provinciana pudo poner en jaque a la nueva orden. Ese escollo se sorteó, en lo tocante a los frailes. Para las monjas en cambio tuvo efecto nefasto, dando un vuelco a la noción y régimen de clausura femenina en el Derecho Canónico.
¿Qué tal si lo dejamos para próxima entrega?
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[1] V. J. Koudelka, en Bibliotheca Sanctorum (Roma, 1964), t. 4, cols. 692 y 725. Utilizo también, entre otras fuentes, Storia dei Santi e della santità cristiana (Grollier Hachette Intern., Milán, 1991), t. 6, págs. 112-123; y obviamente, los bolandistas: Acta Sanctorum Augusti, 1 (Amberes, 1733), págs. 358-658.
[2] Cfr. Nicolás Antonio, Bibliotheca Hispana Vetus, 2: 66 (nº 120).
[3] Stith Thomson: Motif-index of folk-literature: a classification of narrative elements in folktales, ballads, myths, fables, medieval romances, exempla, fabliaux, jest-books, and local legends. Revised and enlarged. edition. Bloomington: Indiana University Press, 1955-1958.
[4] A. Vauchez, Storia dei Santi, o. cit., t. 6, pág. 118. Cfr. Iacobi de Vitriaco, Libri duo, Orientalis et Occidentalis Historiae. Douai, 1597, pág. 349. Un anotador se extraña: “respecto a la Orden de Predicadores, resulta sorprendente que este autor contemporáneo ni los mencione.” (págs. 171-172). O sí; pero como lo que todavía eran entonces: nada de mendicantes, sino los “nuevos Canónigos de Bolonia”, bajo la regla de San Agustín (pág. 333).
[5] Fuente: F. García Serrano, Preachers of the city: the expansion of the Dominican Orrder in Castile (1217-1348). New Orleans, University Press of the South, 1997, pág. 34.
[6] V. El Árbol Dominicano (1501), tabla de un políptico de H. Holbein el Viejo para la iglesia de los dominicos de Francfort, reprod. en Storia dei Santi, l. cit., pág. 119.
[7] Publicada primero por Américo Castro (Bulletin Hispanique, 25: 193-197), ha sido estudiada luego por otros investigadores, como Peter Linehan, ‘Zamora's nuns in the oven - sexual improprieties at a 13th-century Spanish convent’. History Today, 3/1997.
¡Mala persona! ¡Con lo interesante que estaba! Muy buena la entrada, me ha encantado.
ResponderEliminarEl viejo truco de las novelas por entregas, dejándote con las ganas para la siguiente.
ResponderEliminarEl último párrafo que cita es espectacular: "ficavan como el dia que nasçian".
Enhorabuena, maestro Belosticalle. Una entrada preciosa.
Belosticalle, se lo dice un católico de misa orotodoxo-herética (acudo a los lefebrianos de la madrileña calle Catalina Suárez todos los domingos y fiestas de guardar) con el que le separan millas de distancia en cuanto al ideario.
ResponderEliminarEs un gustazo leer de Historia con usted.
Egardo de Gloucester
Que diferencia con la curia de hoy en día, ahora hacen cosas peores, ya que entre adultos al fin y al cabo si fican que fiquen.
ResponderEliminar- If you don't want people to f*ck, well I guess you're out of luck.-
Que es la forma fina de decir la cosa de la j..., no tiene enmienda.
O como diría un nostálgico: Cualquier tiempo pasado fue mejor