S. Carlomagno Emperador (S. XV) |
A la Cesárea persona de mi amigo Albatros,
en el recuerdo de gratísimas conversaciones.
¡San Carlomagno! ¿En serio? Absolutamente. Y conviene añadir: santo canonizado. Que no es pleonasmo, porque la canonización como requisito oficial para el reconocimiento de los santos y su derecho a culto público fue un trámite muy posterior. El culto de los santos data más o menos del siglo II, mientras que los primeros pasos hacia lo que más tarde será canonización se dan precisamente en tiempos de Carlos, con el papa Adrián I. [1]
¡Pero Carlomagno, con todo su golpe de campeón cristiano –sobre todo en su leyenda–, no fue modelo de costumbres! Con toda su admiración y gratitud a él, algunos monjes nunca olvidaron sus flaquezas humanas. En una de las primeras descripciones del Purgatorio, allí estaba el hombre, ¡y en qué estado!
El año 824, o sea diez después de muerto el emperador, un monje llamado Wetino, en la isla de Reichenau (Lago de Constanza), estando enfermo tomó un jarabe «que a todos les sentaba bien», pero a él le resultó fatal: vómitos, anorexia, decaimiento y por último una agonía lenta con alucinaciones, algunas horribles de gente torturada. A su cabecera el monje Haitón las iba anotando, y así nació un relato famoso, La Visión de Wetino, en forma de viaje onírico al más allá, incluido cierto lugar de tormentos. Otro monje joven y poeta, Walafrido Estrabón, que luego fue también abad del monasterio, mejoró la Visión en versos latinos. Aquella región infernal todavía sin nombre, luego se llamó el Purgatorio [2].
Pues bien, entre los desgraciados que el viajero Wetino, guiado por un ángel, encontró allí figuraba «cierto príncipe» –que el poeta, también sin nombrarle, resuelve admirablemente en acróstico CAROLVS IMPERATOR–, y le vio en situación harto comprometida [3]:
«Dijo que estaba de pie, y que cierto animal le destrozaba a mordiscos sus partes verendas, dejando el resto del cuerpo ileso. Estupefacto y atónito se preguntaba [Wetino] cómo tan gran varón, único en nuestro siglo en la defensa de la fe católica y el gobierno de la Iglesia, podía verse afligido con castigo tan feo. El ángel guía le respondió que sí, que hizo muchas cosas admirables y gratas a Dios, cuyo premio no ha de faltarle; pero vencido por las tentaciones del estupro (sic), al final de su larga vida se dio al pecado carnal, como si el peso de tanto bien pudiese vencer y cubrir aquel poco de desvergüenza y libertad concedida a la debilidad humana. “Con todo, dijo el ángel, está predestinado a la vida en la suerte de los elegidos”.»
«Sigue en esos tormentos,
Porque sus obras buenas afeó con torpe lascivia,
Como si tanto bien pudiese esconder el engaño,
Y así quiso acabar su vida en costumbre viciosa»
De la misma época circuló la Visión de una pobrecilla mujer, que volvió de un rapto extático contando lo nunca visto [4]:
«Un guía espontáneo vestido de monje la paseó por los lugares donde reposan los santos y penan los inicuos… Allí vio a cierto príncipe de Italia (sic) en tormentos, y a otros muchos conocidos, unos en pena, otros en gloria. Preguntó a su guía si aquél –por Carlomagno– volvería a la vida eterna del más allá. “Sí que debe. Si el emperador Luis, su hijo, sirve por él siete comidas completas, ha cumplido”.»
La pobre visionaria de puro famélica sería una de las personas beneficiarias de aquellos ágapes, y eso le parecía suficiente para sacar a Carlos de allí. Pero también el hijo, Luis el Piadoso, vaya con cuidado; porque según ella vio (y aunque analfabeta, alcanzó a leer), en el Libro de la Vida o lista de admitidos al cielo, el nombre de Luis estaba borroso, por una aventura que tuvo muy parecida a la del rey David con la señora de Urías, por la cual liquidó al marido, según la Historia Sagrada (2 Samuel, 11).
Fuera de los conventos, esos lunares en la conducta de los grandes no se miraban tanto como en los tiempos modernos, más puritanos. Los monasterios siempre fueron agradecidos a sus bienhechores, y el rezo por ellos no rara vez derivó en rezo a ellos. Así –y vaya una visión por otra– en la Visión del monje Rotcario (siglo IX), Carlomagno está en el Paraíso [5].
En tiempos del propio Carlomagno ya se veneraba como santos a reyes de conducta poco recomendable. Recordemos sólo a dos:
San Segismundo, rey de Burgundia o Borgoña (516-523), era hombre religioso, aficionado a iglesias y conventos. Convertido del arrianismo, fue intolerante con los arrianos. Buen candidato a la fama y a la santidad. Pero hacia el fin de su vida tuvo un pronto: por mera sospecha de traición, hizo traer a su presencia a uno de sus hijos y estrangularlo (522). Gesto tan alocado echó a perder toda su carrera, menos la de los altares. Su suegro, el poderoso rey de los ostrogodos, Teodorico el Grande, se enemistó con él, dejándole a merced del rey franco Clodomiro, que invadió su reino. De poco sirvió al burgundio esconderse en un convento bajo hábito de monje, porque su enemigo le capturó, junto con su mujer e hijos, y en Orleans les hizo ejecutar y arrojar a un pozo. Por esta desgracia, computada como expiación por su crimen, san Gregorio de Tours hizo al rey parricida no sólo santo, sino mártir, haciéndole el honor de ponerle en su libro, ‘La Gloria de los mártires’: «un ejemplo de cómo el Señor rompe la arrogancia de la mente contumaz con el palo del castigo» [6].
San Gontrán haciendo caridades |
Con estos botones de muestra queda claro cómo antiguamente fue posible hacer un San Carlomagno, cuando hoy sería complicado canonizarle. Aunque, todo sea dicho, los filtros legales de los hombres no impiden al espíritu soplar donde quiere, y así vemos hoy en los altares a santos modernos que pueden causar admiración.
San Carlomagno: cuándo, por quién y por qué
Con lo dicho, la canonización de Carlomagno no parece tan extraordinaria. Vuelve sin embargo la zozobra cuando, al preguntar qué papa le canonizó, la respuesta es que ningún papa, sino un antipapa. Porque eso era Pascual III (1164-1168), hechura del emperador Federico I Barbarroja (1155-1190), en lucha contra el papa legítimo Alejandro III (1159-1181).
¿Fué válido aquel acto? Atendamos a los tiempos y circunstancias para replantear la pregunta: ¿Impugnó la autoridad competente aquel acto de usurpación de autoridad? No. Ni Alejandro ni ninguno de sus sucesores, que conste, movió un dedo contra el nuevo santo. Además había un precedente: veinte años atrás, en 1146, Enrique II emperador del Sacro Imperio (1014-1024) había sido canonizado por el papa Eugenio III [8]. En fin, hechas las paces, más o menos, entre Imperio y Papado, lejos de revisarse el caso, lo que hubo fue una expansión de San Carlomagno a distintas iglesias y países. Nunca fue santo universal en el Calendario eclesiástico, pero tuvo fiesta, misa y oficio litúrgico permitido o tolerado en muchos lugares.
Federico I Barbarroja |
Un producto sorpresa de la nueva categoría santoral, promocionada por el mismo Federico para honrarse así mismo en sus antepasados, fue el hallazgo de la tumba con los cuerpos «que se decían» de los Tres Reyes Magos en una iglesia de Milán (1164), y su inmediata «exportación» o traslado a Colonia, donde siguen. Fue otra operación de imagen política, cuando aquellos santos personajes ni remotamente tenían nada que ver con su papel moderno en el folclore infantil.
Ahora que, por fin, podía hablarse de santos canonizados, repasemos una lista (ni completa ni del todo exacta) de aquel primer siglo de canonizaciones papales:
1110
1134
1146
1161
1164
1165
1165
1170
1173
1174
1189
1192
1192
1193
1199
1200
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Pedro de Anagni, obispo (m. 1105)
Hugo de Grenoble, obispo (m. 1132)
Enrique II, emperador (m. 1024)
Eduardo el Confesor, rey (m. 1066)
Elena de Skövde, reina viuda (m. 1160)
Canuto IV, rey (m. 1086)
Carlomagno, emperador (m. 814)
Canuto Lavard, rey (m. 1131)
Tomas Becket, obispo (m. 1170)
Bernardo de Claraval, abad (m. 1153)
Otón de Bamberga, obispo (m. 1139)
Ubaldo de Gubio, obispo (m. 1160)
Bernardo de Hildesheim, obispo (m.1022)
Juan Gualberto, abad (m. 1073)
Homobono de Cremona, particular (m. 1197)
Cunegunda, emperatriz viuda (m. 1040)
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De 16 nombres, 14 masculinos, 8 son eclesiásticos (6 obispos, 2 abades) y 6 legos. Aunque predomina el clero, el laicado le pisa los talones en este siglo. De los varones legos, 5 son reyes y sólo uno es un particular. La proporción de testas coronados es altísima, si atendemos a la estadística general de población, donde los reyes son una clase muy elitista y minoritaria. De las dos mujeres, ambas entraban en ese gremio. Siete individuos de la realeza representan el 43,7 % de los santos canonizados al nuevo estilo, bajo control papal, en el siglo XII. Aun restando a las consortes, queda una proporción alta de reyes santos, que sólo se explica por la incursión de un ideal o tipo nuevo de santidad, de claro matiz político en la estimación y el interés del papado. Recordemos: aquel siglo fue de áspera lucha entre los papas de Roma y los emperadores del Sacro Imperio. Guerra o querella ‘de las investiduras’, la llaman; en realidad, guerra por el poder y la supremacía universal.
El hallazgo de la tumba de Carlomagno
Carlomagno murió en Aquisgrán el 28 de enero del año 814, y fue sepultado en la Capilla Palatina de Santa María. Su hijo Luis el Piadoso adornó su tumba, que con el tiempo cayó en el olvido. ¿Qué fue de su memoria en los 350 años hasta que le hacen santo?
El año 987 el duque Hugo Capeto sucede al último carolingio como rey de los francos y funda nueva dinastía, que luego se llamó Capeta [9]. En Francia, los primeros capetos no se pagaron de Carlomagno, porque en el siglo X carolingios y robertianos (luego capetos) eran linajes rivales, y la ascensión de Hugo se vio como «acabóse el reino de Carlomagno, y punto» [10]. Los herederos políticos de Carlos, de su capital Aquisgrán y de su imperio fueron Otón I el Grande (962-973) y su casa. Otón I se hizo coronar en Santa María de Aquisgrán, como poniendo al difunto Carlos, allí presente, por testigo del traspaso y legitimador de la nueva dinastía.
Su nieto Otón III (983-1002), hijo de Otón II y de la princesa bizantina Teófana, fue coronado emperador en San Pedro de Roma (mayo de 996) por un flamante Gregorio V (996-999), que él mismo eligió en la persona de su capellán y primo Bruno. Alemán, 24 años. Fue el primer papa de esa nación, y el primero que se cambió el nombre, tal vez para caerles mejor a los italianos. Hombre guapo, jovencísimo para papa, incluso en aquel tiempo. Pero a pesar de su juventud duró poco (hasta febrero de 999), y así el ‘papa del año 1000’, también hechura de Otón, será su antiguo preceptor, el super sabio Gerberto de Aurillac, Silvestre II (999-1003).
Otón III, en su idea romántica de restaurar el imperio de Carlomagno, no perdonaba detalles incluso extravagantes, como dice el cronista y obispo áulico Ditmaro de Merseburgo [11]:
«El emperador, deseoso de renovar en su tiempo la antigua etiqueta de los romanos, ya obsoleta en su mayor parte, hacía muchas cosas que dieron lugar a diversidad de opiniones. A la mesa en forma de herradura se sentaba él solo en un puesto más alto que los demás.»
Y aquí es donde inserta la noticia, estupenda para aquel tiempo, y que no gustó a todo el mundo: Otón quiso conocer a su antecesor Carlomagno en persona.
Como ‘emperador del año 1000’ de la Era Cristiana, el joven Otón en sus fantasías estaba convencido de que su encuentro con Carlos haría época. El problema era localizar la tumba en la Capilla Palatina, después de tanto tiempo. Estas situaciones solían resolverse mediante alguna aparición o revelación en sueños, y el recurso funcionó para el caso, según las Historias de Ademaro [12]:
«Por entonces el emperador Otón tuvo un aviso en sueño para que hiciese el levantamiento del cuerpo del emperador Carlomagno…, y cumplido un triduo de ayuno, apareció allí donde él lo había soñado…»
Unas catas secretas en el subsuelo de la iglesia llevaron a la convicción de haber encontrado la cripta abovedada de Carlomagno. Otón elige el 19 de mayo, fiesta de Pentecostés aquel año, para bajar con algunos íntimos.
Tiempo después de morir Otón III se escriben los Anales de Hildesheim (h. 1040), donde aquella exploración sepulcral se ve bajo luz sombría [13]:
«En aquel año 1000 del cómputo establecido, año extraordinario y singular, del que se lee, ‘El Milésimo todo lo supera y trasciende’, el emperador Otón III… celebró la fiesta de Pentecostés en Aquisgrán con la devoción debida. Fue entonces cuando ordenó, por curiosidad (admirationis causa) y contra las ordenanzas eclesiásticas de la religión divina, exhumar los huesos del gran emperador Carlomagno. Con tal ocasión encontró en lo recóndito de la sepultura variedad de cosas maravillosas. Pero como luego se vio claro, por ello incurrió en castigo del Vengador eterno, porque tras aquella aventura, el propio emperador se le apareció y le predijo [su próxima muerte].»
Este juicio severo fue sin duda el más general, sobre todo en los medios conservadores, donde la tradición romana prohibía turbar el reposo de los sepulcros, incluso los de los cuerpos santos. Como decía el Código Teodosiano (t. 17, l. 7):
«El cuerpo enterrado nadie lo traslade a otro lugar. Nadie se lleve a un mártir; nadie lo merque.»
Desde que el Imperio de Oriente puso de moda el tráfico de reliquias, los occidentales se hicieron fuertes en su argumento: ‘Descanse en paz’ significa no tocar, no menear, porque además de sacrilegio que molesta a los santos, se presta a fraudes.
Pero mal o bien hecho, el analista reconoce que Otón en su bajada al espacio de los muertos vio maravillas. Era de esperar. ¿Pero cuáles? Eso depende de como se lean los testimonios. Por ejemplo, una lectura romántica del texto de Ditmaro dice que el césar Carlos apareció sentado en solio regio, con una cruz de oro colgada al cuello, que Otón tomó junto con la parte de vestidos todavía intactos, dejando lo demás con suma reverencia [14].
El editor crítico anota que la palabra solio (solium) aquí no significa silla o trono, sino sarcófago, sugiriendo una osamenta yacente. Yo estaría más con la lectura romántica, por lo de la cruz «pendiente de su cuello», más otras descripciones del mismo suceso, como la de Ademaro, que especifica:
«… sentado en cátedra de oro…, coronado de oro y gemas, sosteniendo un cetro y una espada de oro purísimo, y el cuerpo tal cual incorrupto.»
Más detallista y locuaz fue otro testigo ocular, el conde Otón de Lomello, que lo cuenta en primera persona de plural, refiriéndose a sí mismo y dos obispos, por toda compañía de Otón [15]:
«Entramos, pues, a donde Carlos. No estaba yacente, como suelen los cuerpos de los demás difuntos, sino sedente en una especie de cátedra, y como vivo. Estaba coronado con corona de oro, y sujetaba un cetro en las manos enguantadas, cuyas uñas crecidas habían perforado los guantes. Tenía sobre sí una caseta en mal estado (tugurium), aunque muy bien construida de cal y mármoles. Llegados al lugar, en seguida rompimos un orificio de acceso, y nada más entrar, percibimos un olor intensísimo. Al punto le adoramos hincados de rodillas, y acto seguido el emperador Otón le vistió de blanco, le recortó las uñas e hizo con él todos los arreglos necesarios. No le faltaba miembro alguno por efecto de putrefacción, tan solo un poco de la punta de la nariz, que hizo restaurar con oro. Y tras arrancarle un diente de la boca, una vez reparada la caseta se fue.»
¡Conque otra patraña medieval! Esa sería la solución más cómoda. Sin embargo, yo diría que el monje que escribe la escena tiene delante –o a lo menos en la memoria visual– el Evangeliario de Otón, abierto por las mismas páginas que nosotros (ff. 23v-24r):
Por aquel Año 1000, el escritorio de la abadía de Reichenau, en el lago de Constanza, produjo este códice iluminado, joya de la miniatura otoniana. A la izquierda, cuatro damas oferentes, coronadas y descalzas –las cuatro provincias del Imperio de Occidente: Roma, Galia, Germania y Esclavinia–, a modo de friso bizantino, rinden homenaje a su emperador.
Miremos ahora la página derecha, y veamos cómo se corresponde, punto por punto, con la relación que acabamos de leer. Aquí, ‘Carlomagno’ es el propio Otón III en majestad, entronizado bajo su ‘caseta’ o baldaquino, y asistido por dos obispos y dos laicos. El laico de la barba blanca con espada envainada en la mano es el conde Otón de Lomello, el testigo de la bajada a la cripta, que en diciembre del año anterior 999 había estrenado título de Primer Espadero (protospatarius) y Conde Palatino (curopalata): dos dignidades tomadas del protocolo bizantino. El obispo canoso es Ditmaro de Merseburgo, cronista del hallazgo de Carlomagno. Es decir, los mismos actores, con el joven Otón en el papel del viejo Carlos. Lo que en la cripta carolina se halló en decrepitud, aquí en la miniatura aparece restaurado y como nuevo. Las dos escenas se complementan y se funden en un mensaje de propaganda imperial. ‘Patraña’, en todo caso no gratuita [16].
¿Carlomagno, santo del Año Mil?
Aunque en aquel entonces la palabra ‘canonización’ no estaba en uso, nos preguntamos si la operación de propaganda otoniana promovió el culto de San Carlomagno. Los autores no ven clara la respuesta. Poco antes, en octubre de 997, Otón III había presentado ofrendas preciosos a la Capilla Palatina de Aquisgrán, expresando que lo hacía «para remedio de su alma, como también del alma de Carlomagno, de veneranda memoria y por su salvación»: un sufragio, no un exvoto. Ademaro dice que cuando él escribía (siglo XI) no se celebraba fiesta de Carlos, sólo un aniversario como por cualquier difunto.
Es verdad que, según datos antiguos, ya en vida de Carlomagno se observaron prodigios [17], pero no se habían registrado milagros en torno a su tumba hasta el hallazgo de Otón. Y sin fiesta o con ella, la descripción del mismo Ademaro está calcada de las ‘invenciones’ (o hallazgos) de cuerpos santos: dudas sobre el lugar, revelación en sueños, hallazgo del depósito, olor de santidad, cuerpo incorrupto y como vivo, tal vez de pie o sentado, tal vez de estatura inusual [18]; alzamiento y traslación a sepulcro o relicario digno, exposición del nuevo santo al pueblo, y por supuesto, milagros a pie de obra. Termina:
«El cuerpo de Carlos embalsamado se colocó en la parte derecha de su basílica, detrás del altar de San Juan Bautista. Sobre él se construyó una cripta dorada maravillosa, y él empezó a brillar con muchas señales y milagros, aunque no tiene fiesta solemne, sólo el aniversario corriente de difuntos.»
Mi parecer es que Otón III quiso, a su manera, hacer santo a Carlomagno y de paso ‘canonizarse’ él mismo, como vamos a ver. La operación se frustró por su muerte inesperada, a los 21 años. Y también el procedimiento, en los medios pro romanos provocó rechazo.
Podría argüirse que Otón, como hijo de una princesa bizantina, pudo ser aficionado a reliquias. Sin entrar en ello, para un aficionado no fue mucho llevarse un diente del muerto. Y aunque fuese cierta la noticia de que Otón y su séquito se arrodillaron y «adoraron» el cadáver, era un gesto de etiqueta imperial, más que de culto. Así que no metamos a la reina Teófana en esto [19].
Donde sí cabe influencia de la señora en el hijo, que dominaba el griego como lengua literalmente materna, es en su imaginario de restauración imperial, incluida la pompa de la ‘apoteosis’, heredada por Bizancio del Bajo Imperio romano.
En este sentido, mayor carga ideológica reviste otra miniatura de la misma escuela y fecha, en otro manuscrito otoniano, el Evangeliario de Aquisgrán. Aquí también dos páginas iluminadas enfrentadas. A la izquierda, el monje calígrafo Liutario presentando el códice de los Evangelios, con esta inscripción en verso en cuatro bandas rojas:
HOC, AUGUSTE, LIBRO / TIBI COR DEUS INDUAT, OTTO
QUEM DE LIUTHARIO TE / SUSCEPISSE MEMENTO
(Otón Augusto, Dios te vista el corazón con este libro
que, recuérdalo, tú recibiste de Liutario)
En la otra página, Otón entronizado, sí, pero de qué modo. El emperador sedente en majestad, incluido en una mandorla (‘almendra’), como si fuese Cristo en persona, en un trono sostenido por un Atlante /Tierra. Viste de blanco, con clámide roja imperial. Los brazos abiertos en cruz, con la diestra sostiene el orbe. Sobre su cabeza, la gran mano de Dios, o de Cristo, le encasqueta la corona. A ambos lados, las cuatro figuras aladas del Tetramorfo (los Cuatro Evangelistas) sostienen en el aire un largo lienzo blanco, de parte a parte, por delante de su pecho. A uno y otro lado también, pero a nivel más bajo, dos personajes coronados y abanderados, vestidos como Otón, se dirigen el uno al otro comentando la escena.
Se ha especulado mucho y en balde sobre la banda de lienzo, cuando el mismo Liutario la explica en el primer verso de la dedicatoria: es el libro de los Evangelios, con que Dios reviste y envuelve a Otón, como el Santo Sudario envolvió a Cristo. A todos los mortales el evangelio de Jesús nos inmortaliza, pero en el emperador el efecto es incomparable. Por la unción y coronación divina, Otón emperador es alter Christus, la máxima potestad sobre la tierra.
También sobre las dos figuras de los ‘régulos’ se ha derramado tinta, siendo así que, según Ademaro, el imperio de Otón III sólo tuvo par en Carlomagno y en Constantino el Grande.
En ambos códices ilustrados se percibe la influencia de la bizantina Teófana, en lo estético y en lo político. El friso de las ‘oferentes de Munich’ –por cierto, alternativamente claras y morenas, con Roma y Germania claras– deja claro que el Sacro Imperio Romano de los Otones no atentaba contra el Imperio Bizantino. Otón III pensaba en Roma como su capital imperial de Occidente. Aquisgrán y Carlomagno eran reliquias, pero no sagradas, sino pasadas. Pobre joven Otón, un sueño el suyo demasiado parecido a la muerte.
En este contexto, la cancillería de Federico I puso en marcha la operación de hacer santo a Carlomagno, para prestigiar el Sacro Imperio y eclipsar a Francia. La idea sería de Rainaldo de Dassel, pero Federico la hizo suya y asoció en ella a Enrique de Inglaterra. Así lo hizo constar en una bula de oro (Aquisgrán, 1166), donde decía contar con el visto bueno de Pascual III (adsensu et auctoritate domini papae Paschalis). O sea, que el antipapa intervino sólo por correo, y a tenor de la bula, el canonizador más bien resulta el propio Federico [20].
Por fin, San Carlomagno, ‘apóstol, confesor y mártir’
Desde Otón pasaron 165 años hasta que Federico I Barbarroja vuelve a ocuparse de la osamenta de Carlomagno. Al lector curado de espantos no le sorprenderá leer que para entonces ya se había vuelto a perder el rastro de su tumba, y con eso le basta para adivinar cómo se redescubrió. Dejemos eso.
Federico I (1152-1190) era de otra familia, los Hohenstaufen, que se encontró con una paradoja de la Historia: mientras el Sacro Imperio ocupaba su máxima extensión, el poder imperial efectivo estaba en mínimos. Esto se entiende de golpe mirando el mapa de entonces (Wikipedia): lo más parecido a la quimera de un nacionalista en euforia. Quitados los reinos periféricos, la Europa central con Alemania y media Italia era un mosaico de miniestados, por donde todo un emperador no podía moverse de uno a otro de sus castillos, sin ser huésped forzoso de señores autónomos, no necesariamente afectos ni amigos.
A diferencia de Otón, Federico no pensó en reinar desde Roma. Esto facilitó al principio las cosas con el papa Adriano IV (1154-1159) –el único inglés sucesor de Pedro–, reñido con la República romana precisamente por el señorío de la ciudad. El Barbarroja hizo su primera expediciòn a Italia, y Adriano le coronó emperador. Hasta ahí llegó el buen rollo, porque sus ideas de la relación Imperio-Iglesia eran opuestas por el vértice.
En 1159 la sucesión de Adriano IV fue reñida y terminó en cisma. El antipapa Víctor IV se apoyó en el emperador alemán. El papa Alejandro III, gran jurista en Derecho Canónico, continuó la política de Adriano. Sus seguidores más firmes eran los reyes Enrique II de Inglaterra y Luis VII de Francia. Pero hábilmente supo aguantar y volver el juego en su favor. Mientras la idea de Federico I era deponer o hacer renunciar a los dos papas para hacer uno de su gusto, el rey francés convocó un concilio en Tours (1163). «Allí 17 cardenales, 124 obispos, 414 abades y un número infinito de clérigos y laicos declararon nulos y sin valor todos los actos del papa Víctor, los pasados, presentes y futuros. El año siguiente moría el antipapa.»
Fue una oportunidad para entenderse el emperador con el pontífice. Pero su canciller Rainaldo de Dassel, arzobispo de Colonia, se adelantó e hizo elegir nuevo antipapa, que se llamó Pascual III (1164-1168).
Con muy poca clientela en perspectiva, la suerte de Pascual mejoró de pronto, cuando Tomás Becket, primado de Inglaterra y antiguo canciller del reino, se enfrenta al que fue su gran amigo Enrique II por defender libertades eclesiásticas. En vano pidió el rey al papa Alejandro la destitución del arzobispo. Rainaldo, obsequioso, le prometió que con Pascual III era cosa hecha. Enrique se pasó a la obediencia de Pascual y se entendió con Federico, pues ambos compartían la misma idea sobre la relación entre Iglesia y Estado. Una idea y modelo que ellos proyectaban en Carlomagno. ¿Y por qué no San Carlomagno?
Pascual III fue un inútil, que en cuatro años de hacer el papa no tuvo ni una iniciativa propia. Frente a él, un Alejandro crecido llegó a ver la posibilidad de desbancar a Federico y hasta aniquilar el Sacro Imperio.
La idea se la dio el emperador bizantino Manuel I Comneno el Grande (1143-1180). Manuel había conocido y estimado al emperador Conrado III, el tío de Federico Barbarroja, en la II Cruzada, y entendió el poco sentido que tenía una cristiandad dividida en dos Iglesias y dos Imperios, frente a la amenaza del Islam (1164-65).
Buen militar y diplomático, Manuel Comneno tejió una red de intereses con Francia, Hungría, Venecia y la liga lombarda de Verona, incluso el Patriarcado de Aquilea, que por entonces había dejado al antipapa. Manuel llegó a ofrecer a Alejandro III el fin del Cisma de Oriente y el reconocimiento como papa universal, a cambio de ser él reconocido único emperador. Esto implicaba destituir formalmente a Federico, que ya estaba excomulgado, y todos sus súbditos dispensados por el papa de su juramento de lealtad.
San Carlos Emperador, entre S. León III Papa y S. Turpín obispo. Arca de Carlomagno, Aquisgrán (2 x 1 x 0,6 m) |
Pero, al santo rogando y con el mazo dando, las ciudades lombardas por instigación del papa han firmado una liga en Verona, y Federico vuelve a Italia, esta vez directamente a Roma, a la caza de Alejandro. En julio de 1167 entra en la ciudad, y a duras penas se apodera del Vaticano y se hace coronar de nuevo por su antipapa. El papa disfrazado ha huido a Campania, a merced de los normandos.
Victoria pírrica la de Federico, porque el mismo verano gran pestilencia diezma las fuerzas alemanas –pérdida sensible fue Rainaldo de Dassel–, y una revuelta ‘senatorial’ romana hace el resto para forzar su retirada a Alemania. Con ello, la liga lombarda se amplía, ahora bajo protección del papa triunfante. A su nombre se fundó entonces la ciudad de Alejandría, en Piamonte, en 1168. El mismo año Pascual III le hace el favor de morirse, pero le sucede un cardenal de Victor IV, que se llamó Calixto III (1168-1178).
La quinta y última expedición italiana de Federico I fue un fracaso, desde su intento vano de arrasar Alejandría, hasta la derrota de su caballería pesada por la infantería ligera de la liga lombarda en Legnano (mayo, 1176).
Con esto, Barbarroja entró en razón y en tratos con el papa Alejandro III. El papa traicionó a la liga lombarda, a cambio de ver al emperador germánico humillado ante él en público, como celebrando el centenario de lo ocurrido en Canossa, entre Gregorio VII y el emperador Enrique IV (1077). En efecto, en 1177, en Venecia, Federico se sometió a la obediencia de Alejandro, abjurando del cisma y de los tres antipapas.
Se dice que cuando el emperador se postró ante el papa sentado para la ‘adoración’, Alejandro cargó la suerte pisándole el pescuezo, mientras recitaba este versículo de los salmos [21]:
«Caminarás sobre el áspid y el basilisco, / y pisarás al león y al dragón» .
La anécdota apócrifa se adorna con un cruce de agudezas imposibles, que no hacen al caso. Retengamos sólo la cita bíblica, porque luego nos dará una pequeña sorpresa.
Reconciliado con la Iglesia, y en parte como penitencia, el emperador junto con su hijo Federico y los reyes Felipe II de Francia y Ricardo I de Inglaterra emprenderá la III Cruzada en 1189. Victorioso en dos batallas, su sueño caballeresco era medirse con el gran Saladino, el caudillo musulmán. No lo logró. Tras la conquista de Iconio (Anatolia), al darse una zambullida en el Salef en día caluroso, las frías aguas del río se lo tragaron, el 10 de junio de 1190.
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[1] Entiéndase la ‘canonización’ como declaración de santidad y culto, sin confundirla con el ‘proceso canónico’, o sea los trámites previos, con pruebas testificales de vida y milagros. Todo eso se centralizó en la autoridad papal y se complicó el procedimiento, de modo que es imposible decir cuál fue el primer santo canonizado por un papa. Adriano I (772-795) formalizó la lectura oficial de pasiones y vidas de santos en la liturgia eclesiástica. Pero la propia Iglesia romana prefirió el método procesal, que fue el que prevaleció como ‘proceso canónico. Y de igual modo que la aclamación popular del santo cede ante la declaración episcopal, ésta también cesará a mediados del siglo XII, en favor de la canonización papal. El primer caso de ésta sería el de un san Suitberto, primer obispo de Verden (Baja Sajonia) nombrado por Carlomagno (786), y declarado santo a petición suya por León III (804). El problema es que se trata de un santo imaginario, y aquella diócesis se fundó más tarde. Otro candidato al récord fue san Udalrico (o Ulrico) obispo de Augsburgo (m. 973), canonizado por Juan XV en Letrán (993). Cfr. J. Moya, Las máscaras del Santo. Subir a los altares antes de Trento. Madrid, Espasa, 2000, págs. 37-38.
[2] Cfr. Jacques Le Goff, El nacimiento del Purgatorio. Taurus, 1981, págs. 137-139. Para aquellos tiempos bárbaros de justicia vindicativa y ahí te pudras, la invención del Purgatorio fue un atisbo de reinserción social.
[2] Cfr. Jacques Le Goff, El nacimiento del Purgatorio. Taurus, 1981, págs. 137-139. Para aquellos tiempos bárbaros de justicia vindicativa y ahí te pudras, la invención del Purgatorio fue un atisbo de reinserción social.
[3] Visio Wettini, 16; en MGH, Poetae Lat. Aevi Carol. 2: 271 y 318-319; J. Martínez, Rubén Florio (coord.), Antología del latín cristiano y medieval: Introducción y textos. EdiUNS, 2006, págs. 60-61.
[4] Texto en W. Wattenbach, Deutschlands Geschichtsquellen im Mittelalter. 5ª ed., Berlin, 1885, 1: 260-261.
[5] Alguna vez he contado mi sorpresa, de joven, en una iglesia griega ortodoxa, al ver pintado junto con sus grandes santos doctores Cirilo, los Gregorios, Basilio y el Crisóstomo, al ‘Santo Patriarca Focio’. ¡Focio, el gran responsable oriental del Gran Cisma! Un pope venerable que allí cerca rezaba me lo explicó: «Santidad = servicios prestados a la Iglesia».
[6] J. Moya, o. cit., págs. 487-490.
[7] J. Moya, o. cit., págs. 505-507.
[8] Fue la primera canonización papal de una figura regia. La esposa y viuda de Enrique, la emperatriz santa Cunegunda de Luxemburgo (m. 1040), tuvo que esperar algo más, hasta 1200.
[9] El último carolingio fue Luis V el Tartamudo, m. en mayo 987, a la edad de 20 años, tras un reinado efectivo de meses. Sin duda por eso pasó a las crónicas con la nota Nihil fecit (Nada hizo), mal entendida luego como sobrenombre, el Holgazán, calco de los últimos merovingios, los ‘reyes holgazanes’.
[10] Historia Francorum Senonensis (siglo XI; en MGH SS, 9: 386): «Hic deficit regnum Karoli Magni». Los capetos más bien pretendieron un Imperium Francorum, donde los carolingios decaen pero los francos siguen. De hecho, los bizantinos seguían hablando de los francos –nombre que por todo Levante vino a significar ‘europeo’ hasta el siglo XX. Tampoco se habló de carolingios hasta el siglo XI.
[11] Ditmaro, Chronicon. 4, 47.
[12] Ademaro, Historiae Francorum, 3, 31.
[13] Anales de Hildesheim, Parte III, año 1000.
[14] Ditmaro, o. cit., ibid.; cfr. Ademaro, l. c.
[15] Cronicon Novalicense, 3, 32. Testimonio puesto en boca del conde por los muy fabuladores monjes de Novalesa, afueras de Turín (entre 1027-1050). Al final del libro III; en MGH, SS Rer German in Usum Schol. Ed. G. H. Pertz, Hannover, 1846.
Otón II |
[16] Es patente el parecido entre las representaciones del Evangeliario de Otón III y el Otón II en majestad del Registrum Gregorii (Museo Condé, Chantilly), donde las provincias-reinas oferentes, dos a dos, asisten al trono. Ver fig. adjunta.
[17] Eso sin contar los prodigios o presagios que Eginardo incluye al final de la Vida de Carlos, a imitación de Los XII Césares de Suetonio.
[18] Sobre cadáveres sentados, cfr. Diana Gergova, “The eternity of the Burial Rite. The throne and the sitting Deceased.” Sobre corpulencia y estatura, según Ademaro, la corona del difunto Carlomagno era demasiado grande, incluso para la cabeza de un canónigo de Aquisgrán que se la probó. Y el mismo individuo midió su pierna con la del cadáver, que resultó más larga. Con el inconveniente de que se le partió la suya y el resto de su vida anduvo renqueando.
[19] Se puede escribir Teófana o Teofanía, en femenino, aunque el nombre griego de esta señora era Teofanó Sklirena.
[20] Ch. G. F. Walch, Historia canonisationis Caroli Magni. Ienae, 1750, pp. 95-98.
[21] Super aspidem et basiliscum ambulabis, et conculcabis leonem et draconem (Salmo 90: 13). La anécdota tiene todos los visos de apócrifa, por incongruente y no documentada, aunque la escena está pintada en la ‘Sala de Reyes’ del Vaticano, al fresco de Giuseppe Porta, con inscripción explicativa.
(Concluirá: San Carlomagno en España)
En la lista de santos me llaman la atención, D. Belosti, que haya dos Canutos, hoy estaría mal visto como nombre de santo; también que sea santa Cunegunda, con ese nombre ya se ganó la santidad. El que no tiene mérito es Homobono de Cremona, desde el bautismo estaba predestinado a la santidad (en el concepto paulino de predestinación).
ResponderEliminarAmigo Magister, me hace usted recordar la vieja canción de Brassens:
EliminarIl avait nom corne d'Auroch, au gué, au gué
Tout le monde n'peut pas s'appeler Durand, au gué, au gué
Todos los santos no se pueden llamar Pedro, Pablo, Martín o José. Ni todas las santas María, Águeda o Bárbola.
Canuto o Knut, Knutur etc. En efecto, podría decirse Nudo. Reminiscencia tal vez de los ‘nudos mágicos’ del folclore escandinavo y wikingo, con que se ataban los deseos (o sus contrarios); en especial los vientos, para navegar.
Ponerle Nudo a un hijo, me lo figuro en vascuence, Corapillo (escrito Korapilo). También es bonito para un gato, que se hace un ovillo.
Cunegunda. Una leyenda curiosa del santoral. Una ordalía. La mujer marchando ilesa sobre rejas de arado al rojo vivo, para demostrar su fidelidad al marido, el emperador San Enrique II. Superada con éxito la prueba, Cunegunda lo borda quitándose el guante a lo Rita Hayworth (Put the blame on mame), y lo cuelga... de un rayo de luz.
En cuanto a Homobono, amigo Magister, fuera bromas, es uno de los santos más respetables del santoral. Otro día, si me lo propone, hablamos de él.
Desde luego, D. Belosti, más de una y de muchas veces, a uno le entran ganas de clamar para usted lo de ¡Santo súbito! sin esperar ni mucho menos, su tránsito para el que uno desea que ocurra dentro de mucho, mucho tiempo para seguir gozando de sus enormes saberes y de la amenidad con que nos los transmite.
ResponderEliminarVaya para usted todo mi admirado afecto.
mirlopica
Qué gozada pasear por la historia de la mano de don Belosti. Un placer imprescindible.
ResponderEliminarUn abrazo, Maestro.
Belosticalle Augustus, amicus bonus, amicus veritatis sed amiciore libertatis.
ResponderEliminar(...)