domingo, 18 de octubre de 2009

El Nobel de la vejez



El 5 de este mes era noticia: Nobel de Fisiología y Medicina 2009 para E. H. Blackburn, C. W. Greider y J. W. Szostak, por haber descubierto «cómo los cromosomas están protegidos por telómeros y la enzima telomerasa».
 


Noticia de obligada inserción en la prensa mundial, por tratarse del premio más prestigioso y conocido. Pero (salva la circunstancia de ser dos de las premiadas mujeres, y una de ellas la descubridora principal), un titular poco indicado para interesar a casi nadie. «¿Telo- qué?», habrá farfullado la mayoría; y a otra cosa.

Tal vez por eso, y algo también por inercia, el comunicado de la Real Academia Sueca que adjudica el premio cerraba la noticia con este estrambote: «un descubrimiento que abre perspectivas frente al cáncer o el envejecimiento humano», entre otros problemas.

Lo de mentar el cáncer es ya un latiguillo, en noticias de investigación biológica. Se supone que a la gente le gusta ver que su dinero se gasta en cosas prácticas de interés general, y un cáncer le puede tocar a cualquiera. Mucha gente piensa incluso que, en el reparto de fondos, la investigación del cáncer se lleva la parte del león, cuando es más cierto que otras áreas menos urgentes están mejor tratadas; por ejemplo, ese solapado mundo de la cosmética.

Esta vez, al consabido reclamo del cáncer se junta otra calamidad de la que nadie se libra, si vive lo bastante: la decrepitud. Hoy vivimos más, en parte porque vivimos mejor, y también porque se sabe más. Pero hoy como ayer y siempre, la vida humana individual pasa por un clímax, inicio del declive irreversible, inexorable. No hace falta dramatizar para entenderlo. No al menos por lo que toca a los directamente implicados, la 'gente mayor' que todavía esté en condiciones de darse cuenta. Porque muchos, ni eso.

Y bien, ¿qué promesas concretas trae el nuevo Nobel respecto al cáncer, que interesa a muchos, y a la vejez, que interesa a todos? Promesas, ninguna. Los heraldos suecos ejercen de suecos y no hablan de promesas, sólo de perspectivas.

Si esto fuese un blog como Dios manda, aquí vendría bien resumir en dos palabras qué son los telómeros y cómo funcionan. Lo primero, la palabra lo dice: telo-mero = segmento terminal. El descubrimiento de la señora Blackburn fue que los cromosomas –esas microscópicas salchichitas donde cada célula lleva empaquetada su dote o herencia biológica en forma de ADN– no se acaban de cualquier modo, sino que en cada extremo llevan una pequeña pieza especial, o telómero. No de adorno, precisamente.

1. Las células se reproducen por división, generación tras generación, y eso debe hacerse de forma correcta, equitativa.

2. Pero, por otra parte, en los organismos complejos, formados por muchísimas células, no todas (afortunadamente) son iguales y se dividen a su aire, sino que la inmensa mayoría se especializan, y en general pierden capacidad de dividirse. Sólo dos clases de células se mantienen 'inmortales' (linajudamente hablando, bien entendido): la células germinales sanas, y las células cancerosas. Les siguen en vitalidad las células embrionarias y juveniles. Las demás células del organismo forman linajes con 'fecha de caducidad', y las hay que como las neuronas del sistema nervioso, una vez maduras ya no se multiplican.

Pues bien, los telómeros son decisivos para lo uno y lo otro. Aseguran el que la división celular sea correcta en cuanto al reparto genético, y a la vez fijan el número de divisiones para cada linaje celular.

Los científicos no desdeñan explicarnos las cosas a los profanos mediante símiles fáciles de entender. Así Miss Blackburn comparó gráficamente sus telómeros a los manguitos protectores que protegen los cordones de zapato para que no se deshilachen con el uso. No estaba mal para explicar la primera de las dos funciones, la conservadora; pero nada más.

Esa campechanía a la hora de comparar me anima a mí también a ayudarme en mis cortas luces con otra parábola, para ilustrar el otro papel de los telómeros, como reguladores de la viabilidad celular.

Imaginemos un gran comedor de beneficencia, donde a cada reparto de comida accedemos la pobre gente presentando una tira de bonos personales intransferibles, de la que nos cortan uno por menú. Una tira larga, larga, significa una mayor esperanza de seguir comiendo, mientras que una tira corta de tres o cuatro bonos no augura gran porvenir.

¿Y los 'inmortales', esos privilegiados del bufé libre? Su telómero, digo, su tira debe de ser larga de verdad… Pues no. Su privilegio consiste en que llevan en el bolsillo un sellito de imprimir bonos, y así cualquiera. Ese 'sellito' con su tampón y tinta es la telomerasa, la enzima de hacer telómero. Sólo las células germinales y las cancerosas gozan de esa ventaja, que en parte también alcanza a las células embrionarias y células troncales de los tejidos en formación.

No hay símil perfecto. Mi comedor y sus bonos de comida resuelven a su modo la supervivencia individual, no la social. Aplicado a la realidad, no se trata de 'mesa' sino de 'cama': no es la comida, sino la reproducción celular. Cada individuo somos una gran república de células repartidas en clases y linajes sociales, donde la desigualdad social es la base y la clave del todo.

Obviamente, este plan orgánico no lo ha diseñado ningún 'progre' igualitario, enemigo del clasismo. Afortunadamente. Porque en Biología Celular, ese carácter y comportamiento 'progre', igualitarista –«¡vida eterna para todos!»– tiene nombre poco simpático: cáncer.

Todo esto es apasionante y nadie dirá que el premio Nobel no ha estado justificado. Un hallazgo modesto en principio abre un gran capítulo de la Biología Celular. ¿El cáncer? La telomerasa es un marcador de células tumorales, y por tanto un blanco para inhibirlas o destruirlas de forma más selectiva y segura. Por ahí, las perspectivas podrían traducirse en promesas a medio plazo. Lo mismo la obtención masiva de células troncales y células cuasi-embrionarias, sorteando el problema ético de utilizar embriones humanos.

 

Otra cosa es la cuestión del envejecimiento humano, la posibilidad de retrasar la decrepitud, o prolongar la vida a base de telomerasa. El organismo es una máquina compleja donde no todos los sistemas y piezas envejecen a ritmo igual. Pasa como en los coches: neumáticos, carrocería, motor, frenos, cada cosa tiene su desgaste y recambio.

Las mismas palabras 'viejo', 'envejecer', significan cosas muy variadas y complicadas. No todo es cuestión de telómeros y divisiones celulares. Las neuronas, por ejemplo, son células que, una vez diferenciadas, no se dividen de forma apreciable, son para toda la vida y sin recambio. Con la edad se alteran también las relaciones entre células del mismo organismo, apareciendo autoagresiones y enfermedades autoinmunes.
Cuentan de un predicador que  desde el púlpito decía: «Hermanos, como dice el apóstol san Pablo, todos hemos de morir una vez.» Más allá del chiste de citar la Biblia o cualquier autoridad en apoyo de una verdad trivial, quedan los interrogantes: ¿por qué? ¿tiene que ser así, o se puede hacer algo?
Todo indica que la morbilidad, el envejecimiento y la mortalidad vienen escritas en nuestro programa biológico. Hasta se dice que las familias longevas, vistas al microscopio, andan mejor surtidas de telómeros que la gente caduca. Veremos lo que hay de verdad en ello, y hasta que punto se puede manipular. Eso sí, una buena herencia biológica personal es una ventaja de partida, y en eso no todos somos iguales, con un premio general relativo a favor del sexo femenino.

Expresiones como «mujer enferma, mujer eterna», o «tener una mala salud de hierro», marcan la distinción entre longevidad y vida sana. Por otra parte, entre personas de la misma edad y forma física se aprecian diferencias muy grandes en las facultades mentales, que no sólo interesan a la lucidez, sino también a la memoria y la afectividad.

Y para terminar. Ante un incremento de la población provecta, con una buena proporción de individuos in bona senectute, todavía hay que tener en cuenta el rol social que se reserve a esas personas. La edad de jubilación administrativa no se corresponde con la edad fisiológica del jubilado. Además, el sistema de jubilación, a la vez que ofrece bienestar, promueve la marginación del mayor, independientemente de la edad fisiológica. Un mismo club de 'tercera edad' reúne a personas activos y a carcamales pasmarotes. Esto se traduce en pérdida de autoestima, depresión y en definitiva un desapego vital ya conocido entre los antiguos. Y eso que antes por lo general la influencia social de los ancianos lúcidos era mayor que hoy.

Una vida interior rica y a la vez abierta al mundo y al prójimo es el mejor complemento que se puede dar a la dote genética que a uno le haya tocado en suerte. Súmese a ello un régimen saludable, más cierto grado de seguridad económica, un razonable bienestar, integración familiar y social; en fin, todas esas cosillas que hacen la vida agradable y dichosa –que tampoco es tanto pedir–, y olvidémonos de contar telómeros.

2 comentarios:

  1. BELOSTICALLE, disculpe que no le haya contestado antes. Ya he recibido el primer volumen de la Historia Antigua de la Iglesia de Duchesne. Bellamente encuadernado, de segunda mano, con anotaciones en los márgenes pero éstas, afortunadamente, en muy hermosa letra. Está en inglés, porque en castellano no lo encontré y en francés me habría sido de escasa utilidad.

    También he tenido acceso a la crítica, dura pero sin duda justa, que del libro realiza el Padre Bottagisio, que descubre “la serpiente que se oculta en la hierba” y nos explica por qué “se ha juzgado sumamente peligrosa, y aún fatal, la lectura de esta historia”. Y en este punto tal vez debamos maravillarnos ante lo fácilmente que puede adquirirse la perdición del alma en amazon.com (circunstancia que, desde luego, no exime a Ud, de las responsabilidades derivadas de la recomendación efectuada). Afortunadamente, también añade Bottagisio que este libro es “apto para producir no sólo en los ignorantes, sino aun en los sabios (y creo que más tal vez en los últimos) gravísimos perjuicios” expresión ésta que me tranquiliza, pues parece indicar que los máximos daños a los que yo quedo expuestos son leves. Un saludo cordial.

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  2. Siempre es una delicia leerle, señor mío. Sesudas reflexiones, sí, pero obvia Vd. lo feo: que el deterioro tiene una parte terrible, horrorosa casi diría yo, cuando la cabeza "ya no va". La existencia, la convivencia se hace, además de dolorosa, destructiva para todos, para el que ya está que se deshace por la edad y para los demás, a los que "no les toca todavía" pero que también van minando los ánimos, los recuerdos y hasta las ganas de seguir viviendo. El deterioro de algunas personas devasta al más pintado, deberían enseñarnos a afrontar estas etapas últimas. Para cuando uno aprende, la herida ya es enorme.

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