(Continuación)
3. Aproximación al fetiche.
¿Qué es fetiche? ¿qué es fetichismo?
Como todo el mundo sabe, fetiche, voz de origen portugués (feitiço, del latín factitius), es polivalente, aplicándose sobre todo a figuritas mágicas, amuletos y sortilegios, como también a ídolos. Como adjetivo, denota peyorativamente lo ersatz, lo sucedáneo, ficticio o falso. Pero me gustaría precisar algo más, y he aquí que en mi ayuda viene un viejo amigo, De Brosses.
Charles de Brosses (1709-1777) fue un ilustrado caballero francés, del que tengo entre mis libros de cabecera sus 'Cartas de Italia', deliciosas y divertidas. Pero también autor de ensayos de gran originalidad, de esos que la crítica anglosajona califica de 'seminales'. Uno de éstos trata precisamente Du culte des dieux fétiches (1760, 282 págs. En 12º), donde introduce la palabra fetichismo para designar la forma más rudimentaria y pueril de religión.
Para Brosses, un dios-fetiche, o fetiche a secas, es todo objeto natural dotado de virtud numinosa que le es propia y por la que es objeto de culto. Fetichismo es la religión observada para con esos seres –animales o árboles, ríos, piedras etc., también genios o duendes–, por el bien o el mal que pueden inferirnos. El fetichismo sería más primitivo que la idolatría, donde el ídolo, sin dejar de ser objeto, ya es una abstracción representativa y simbólica de algo que lo trasciende.
Junto a eso, otra acepción de fetichismo se impuso para designar la sexualidad y erotismo proyectado hacia objetos vicarios del objeto primordial, natural o 'normal'. O también el commodity fetishism (fetichismo de la mercancía), como forma de subordinación basada en la excelencia mercantil del otro. En ambos casos hay transferencia del valor primario a otra cosa vicaria, lo que nos acerca a la idolatría, más que al fetichismo Brossesiano. De todo hemos de ver en relación con el culto primitivista al fetiche en que se ha convertido el euskera.
4. Un panteón de fetiches: el identitario.
El euskera, como toda lengua, tiene valor instrumental y utilitario, para la expresión y comunicación entre humanos. (Bueno, también de los humanos con Dios y viceversa.) Tiene también el valor de marca identitaria, impresa en la primera infancia y, al parecer, indeleble para cada individuo como 'mi lengua materna'. Dejando aparte si es posible tener dos o más lenguas rigurosamente maternas, nos quedamos con que la inmensa mayoría de la gente sólo reconocemos una. Y eso, aunque muchos desde niños puedan poseer otras adquiridas en edad muy temprana, cuando el aprendizaje de ciertas habilidades diríase ilimitado.
Las señas de identidad compartidas jugaron papel muy importante en la humanidad primitiva, para establecer grupos y subgrupos. Basadas casi siempre en la realidad, luego el imaginario grupal se encargaba de atribuirles valor añadido, encareciendo lo propio. Tampoco era esto lo primordial, fuera de ciertas celebraciones y de ciertas marcas. La lengua solía ser una de ellas, como demostrativa de la superioridad humanoide del propio grupo. Así, sólo la lengua propia era 'la' lengua, las demás eran mugidos o ladridos. Con todo, en la vida ordinaria prevalecía el valor instrumental, y si por una parte los hablantes de una lengua se complacían en distinguir dialectos, modismos y acentos subgrupales y hasta familiares, también era muy frecuente el plurilingüismo adquiridos en la infancia, en una babel lingüística de la que hoy no nos hacemos idea.
La señas de identidad grupal eran eso: señas. La propia 'identidad' como tal resultaba demasiado metafísica para la mentalidad primitiva, que la sentía e intuía, pero no la enunciaba o describía. Sólo la moderna evocación romántico del grupalismo (en versión nacionalista) ha recogido y catalogado, como también inventado, mal observando y malinterpretado señas y más señas, hasta configurar un identitario.
Uso esta palabra, identitario, como sustantivo –calcada en ideario–, con carga semántica. Un nacionalismo puede tener o no tener auténtico ideario –reducido casi siempre a lemas o consignas voluntaristas (tipo, «la patria de los vascos es Euskadi»)–. Lo que jamás le falta es el identitario, su verdadera y única razón de ser. Un ideario digno de ese nombre está sujeto a discusión racional, es revisable. El identitario no, por definición de lo irracional.
Pero si la semiótica primitiva, funcional, procuraba ser objetiva (aun no siéndolo siempre, por errores de interpretación), la semiótica identitaria es deliberadamente falaz hasta la contradicción. Pongo el caso del nacionalismo vasco sabiniano. La panoplia identitaria se sustenta en tres ejes materiales: raza, lengua, tierra. No importa lo chapuceramente que se defina la raza, ni lo desprestigiado que esté ese concepto, ahí está impertérrita la etnia vasca, que dotada de lengua propia ocupa desde siempre un territorio patrio.
Y aquí viene la primera contradicción. El nacionalismo vasco, que se autocreó sobre un identitario excluyente, desde la transición de España a la democracia, instalado en el poder sobre la Comunidad Autónoma Vasca, se marca una prioridad insólita: asimilar el conjunto de la población, como si todos los ciudadanos de dicha comunidad fuesen 'pueblo vasco', obligado moralmente a tomar conciencia de su identitario y asumirlo miméticamente, obrando en consecuencia.
Claro está que una asimilación racial no se contempla –al revés, muchísimos vascos son proclives a la endogamia vasca de apellidos–, pero siempre queda ese otro pivote identitario que es la lengua. Y en ello estamos, en proceso de euskaldunización. Proceso acrítico y radical, como cosa del identitario. Todo lo más, para el 'ideárium', este otra lema enteco, autodefiniente, tautológico: «La lengua de los vascos es el vascuence o euskera».
Treinta años de poder nacionalista, con impagable ayuda de 'maketos' obsequiosos, han venido dando por sentado que la ciudadanía de Euskadi desea unánimemente euskaldunizarse o ser euskaldunizada.
Será todo lo improbable que ustedes quieran, todo lo inverosímil; pero es 'como si'. En nada estaremos de acuerdo, como es lógico en una sociedad tan compleja. Absolutamente en nada, menos en esto. Todos hemos acordado, de una vez y para siempre, que queremos ser euskaldunes, amén. Descienda el euskera sobre nosotros y sobre nuestros hijos y permaneza por siempre jamás. No haya trabajo ni pan para quien no posea su lengua propia. Cualquier esfuerzo es poco para conservar la lengua de nuestro mayores. Todos juntos por el euskera, para la construcción de Euskal Herría, nuestra patria, la patria de todos y solos los vascos…
5. «Nuestros antepasados los vascones…»
La primavera de 2009, con su aritmética caprichosa y singular, ha forzado un acuerdo PSEE-PP, al margen del identitario nacionalista. Un punto clave de ese acuerdo es la revisión de la política lingüística, empezando por abolir los excesos euskéricos impuestos por Tontxu Campos, cuya representatividad se ha revelado vestigial.
La reacción nacionalista ha sido inmediata. Todo su frente patriótico ha protestado lo que ya llaman "retroceso" y "destrucción de lo construido en todos estos años", en "violación flagrante del consenso y voluntad de toda la sociedad vasca".
Según eso, es de esperar una resistencia ciudadana, tal vez una revuelta, una sublevación contra los que osan arruinar o al menos frenar la euskaldunización tan deseada por todos. ¿A que sí?
Pues no. Y no por este vuelco de fortuna que ha traído al gobierno a "los enemigos de lo vasco". ¡Qué va! Ya antes, cuando esto ni siquiera se adivinaba, el propio nacionalismo pragmático venía palpando una realidad heladora: la ciudadanía vasca pasa del euskera. Peor aún, venía mostrando síntomas de incomodidad y rebeldía frente a la más impolítica de las políticas, como es la imposición linguïstica a base de palo y zanahoria.
El motín, de haberlo, no iba a ser favorable al vascuence, sino justo lo contrario. Porque esto no ha sido el recorte de capa ni la prohibición del chambergo. Mucho peor, ha sido el recorte de la libertad lingüística, la supresión escolar de una lengua oficial, la materna de la mayoría, a favor de otra lengua llamada 'propia' por sarcasmo, porque es extraña para la mayoría de los padres de familia en esta comunidad. Así que esto no es todavía el motín de Esquilache. Pero ha empezado a notarse la movida. ¡Cómo! Pero entonces, todo ese avance oficial espectacular del euskera, ¿no ha sido fruto del entusiasmo popular, del afecto a nuestro patrimonio cultural, o de la devoción a la lengua de nuestros mayores?...
«Nos ancêtres les Gaulois…»«Nuestros antepasados los galos…»: así empezaba una lección de Historia de Francia Antigua, en libros de texto franceses de los años 50. Lo cual daba qué reir a no pocos ciudadanos de la vecina República, tan cosmopolita ella y acogedora, para quienes los galos eran poco más que la pesadilla y gloria de Julio César.
Pero esa risa no era nada, al lado de la que desternillaba a toda una enorme 'provincia' de Francia, llamada Argelia. Mejor dicho, una Argelia llamada 'provincia francesa'. Por supuesto, la mayoría de alumnos argelinos aprendía el francés con provecho. Era su lengua vehicular de cultura moderna, también la llave para incardinarse en la metrópoli. La gente sabe lo que le conviene. Ahora su lengua franca y vehicular es cada vez más el inglés. Por supuesto, nada de «nuestros pasados anglo-sajones, pictos, escotos…» –expresiones demasiado enfáticas para el inglés–.
Pues bien, algo similar siento yo, natural de esta tierra y este país, cada vez que se me intima cualquier cosa que tenga que ver con sentimientos de pertenencia ancestral al pueblo vasco. Sorpresa, desde luego. Indignación también, por lo que tiene de insulto a mi sentido del humor, por rudo que éste sea. Pero sobre todo, hilaridad.
Aquí se incluye la lengua vasca. El vascuence será hermoso o feo, fácil o difícil, útil o superfluo, todo ellos a discutir y allá cada cual con sus conclusiones. Lo que me hace reír es que se me presente como un fetiche al que le deba culto, o lo que es peor, al que le deba también dinero, porque hay que conservarlo y promoverlo, como seña de mi identitario vasco. ¡Y un cuerno!
(Aquí me autocensuro y tacho lo de 'un cuerno', porque he decidido mantener en toda la disertación un tono ecuánime. Pero nada ni nadie me puede impedir que me ría a mandíbula batiente, a la vez que me siento indignado.)
Con lo dicho, queda introducida una distinción, a mi juicio importante, entre lo que nos es propio y lo que no; entre lo que es apropiado o apropiable, y lo que no lo es, porque así lo decide el sujeto en uso de su libertad. De nuevo, mi libertad, frente al identitario ajeno. Cien veces habrá que repetir esa palabra, libertad. ¡Pero si no estamos hablando de otra cosa!
(Continúa)
Con alguna dificultad,(se enlazaba a la cabecera anterior), he colocado finalmente su blog en el de Santi.¡Que le puedo decir!... de acuerdo punto por punto. He vivido toda mi vida con este fetiche obligatorio, así que estas luces que me aportan sus reflexiónes son formidables para mí.Gracias de nuevo.
ResponderEliminarD. Belosticalle, se explica de maravilla. Yo soy descendiente de vettones, y residente en Madrid, así que el tema del euskera no me afecta para nada.
ResponderEliminarDicho esto, le quiero comentar que tiene toda la razón, cuando habla de la libertad como fundamento de su argumentación.
Leyendo un periódico de Galicia, me encontré con el argumento de una nacionalista que decía que, según una encuesta, muchos gallegos pasaban de hablar en ese idioma, y por ello había que fomentar la imposición lingüística, o sea "normalizarles", les gustase o no, para que no "desapareciese el idioma".
Un abrazo.
Muy bueno, interesante, y diviertido. Espero con gran ilusión la continuación. Pero verás lo que pasa cuando te da por saltar del identitario a su consecuencia: El identitismo -->
ResponderEliminarQuerido Belosti, antes de leer su entrada le envío unas señales de humo (aunque aquí venía de perlas un toque de chalaparta): tiene usted correo sin abrir.
ResponderEliminarExtraordinaria la entrada.
ResponderEliminarDescienda el euskera sobre nosotros y sobre nuestros hijos y permaneza por siempre jamás. No haya trabajo ni pan para quien no posea su lengua propia.
Impresionantes esas frases. No puede haber mayor castigo. ¿Venceremos esta vez la somnolencia que nos impide decir a la inmensa mayoría, al menos en nuestro interior, ¡un cuerno!?