lunes, 25 de abril de 2011

Teatro de sombras en Alaiza (1)

 (La letra y la imagen)

       Visitar la iglesia románica de Alaiza (Álava) puede ser una experiencia para el resto de la vida. Para mí lo fue, en 1986. Desde entonces, de forma intermitente pero algo obsesiva, me acosa el enigma de aquella pinturas y la inscripción que las acompaña. Estos días me ha vuelto a dar la fiebre.
       Alaiza, aldea alavesa en la vertiente norte de los montes de Iturrieta, cerca de Salvatierra, fue noticia en 1982 por el hallazgo de una decoración pictórica bajo medieval muy interesante, todo un mural de argumento bélico que cubre el ábside del templo y se prolonga a ambos lados por la bóveda de la nave.
       Si la temática es notable, no lo es menos la ejecución de adornos y figuras, todo monocromo y siluetado, como en un teatro de sombras chinescas sobre algún drama de guerra y paz, violencia y sexo, devoción y muerte, realismo crudo y simbolismo depurado.
       A primera vista, la impresión es algo caótica, aunque muy pronto se capta cierto orden. Orden explícito en la bóveda, por el clásico sistema narrativo de las bandas horizontales. Pero aunque el ábside acoge el conjunto principal en un mismo espacio indiviso, pronto el observador capta campos de acción que permiten una primera lectura algo coherente.
       Este panorama central viene subrayado en toda su longitud por un inscripción gótica pintada en negro y parcialmente perdida. Obviamente uno busca en ella una clave explicativa. Y aquí empezó el envite obsesivo. A una lectura inmediata de la primera mitad y de la último palabra, siguió un atasco insuperable para descifrar el resto. Nada que dé luz a un mural a merced de su propia vis explicativa. Para más enredo, la iglesia se titula de la Asunción, misterio mariano sin relación con el programa iconográfico.
       Con todo, lo más sorprendente desde el primer momento fue la inscripción en sí misma, y explico por qué.
       Enterados (por la prensa, creo) del hallazgo de las pinturas y el misterio que las envolvía, preparamos la visita consultando la publicación monográfica más reciente: Gaceo y Alaiza. Pinturas murales góticas, un folleto editado por la Diputación Foral de Álava (1986). La parte dedicada a Alaiza comprende una veintena de páginas con texto de José Eguía López de Sabando y abundantes fotos de Jon Llanos, todo un atlas donde se aprecia la calidad de Fournier, el taller mundialmente famoso por sus naipes.
       La iglesia es románica tardía (siglo XIII), construcción sencilla de un nave cubierta con bóveda de cañón apuntada, reforzada con arcos fajones y rematada en ábside semicircular con media cúpula de horno. Fue de lo más corriente en núcleos rurales. Sin ir más lejos, como lo que queda de la misma época aquí, en la parroquial de Santa María del pueblo donde escribo, en Valdivielso (Burgos).
       Las pinturas son del XIV, y desde su hallazgo se relacionaron con la invasión de la tropa de Eduardo Príncipe de Gales –el ‘Príncipe Negro’–, cuando vino en ayuda del rey don Pedro de Castilla el Cruel contra su hermano bastardo Enrique de Trastámara (1367), al que vencieron en la batalla II de Nájera.
       Con la inscripción no ocurrió lo mismo. De hecho, el citado López de Sabando comentaba: “No se ha descifrado aún su contenido hasta el momento. Este trabajo se presenta difícil. Quizá no sea el latín, como sería más normal, la lengua empleada en ella.” (pág. 38)
       Que en cuatro años no estuviese resuelto ni siquiera el idioma de una inscripción gótica era sorprendente. Y si no era latín, ¿qué otra cosa podía ser? ¿Inglés antiguo? ¿o mejor francés, la lengua cortesana de Eduardo? No, no. Yo siempre he maliciado que la frase apuntaba a otra lengua, la misma en que está el lector pensando. Siempre el mismo deseo de hallar algún texto auténtico en vascuence anterior al siglo XV. El mismo pío que finalmente ha llevado a la aberración de inventarlos en el fraude de Iruña/Veleya.
       Un deseo muy natural por lo demás, aunque muy fuera de lugar como pie de figura de fotos clarísimas, donde sin dificultad se leía en perfecto latín:

       ...tum salutiferum gustandum dedit… Mortis… tempore.
       Erue … miseranter (?)… ut urat undique gehennA.

       (…o salutífero dio a gustar… en tiempo... de muerte.
       Líbra… compasivamente… que abrase por todas partes el infierno ).

       La vista directa de la inscripción no dio nada nuevo. La misma lectura, las mismas dudas y vacíos. Por supuesto, la primera palabra leída fue la última: GehennA, la Gehena o Infierno, escrita aquí con A mayúscula al cierre: la única capital de un texto en minúsculas, ya que la inicial (si también lo fue) ha desaparecido.
       En cuanto a este principio incompleto del texto, la presencia en el mural de una mujer empuñando una copa nos sugirió completar la primera palabra como (po)tum, bebida. Dando por supuesta una relación directa entre la leyenda y las imágenes, pensamos en un cuadro ex voto de varios heridos de guerra que, curados con algún remedio, peregrinan a un santuario y presentan sus ofrendas, agradecidos por haberse librado de peor destino, que alcanzó a algún otro compañero
       Esta fue nuestra conclusión y lectura, la que más o menos uno de nosotros se encargó de publicar en El Correo (8/9/1986, pág. 40).
       A mí me sonaba de algo la expresión salutiferum gustandum dedit, sin recordar de qué. Por aquel entonces los latines litúrgicos iban de capa caída. Tampoco había aquí Internet; no existía el motor Google. Cuando lo hubo y pude buscar la cadena de letras, la respuesta fue inmediata: Fructum salutiferum gustandum dedit Dominus mortis su(a)e tempore, reza una antífona del Oficio del Corpus Christi: “Fruto salutífero dio a gustar el Señor al tiempo de su muerte”. Fructum (fruto), no potum (bebida). Así pues, una alusión a la eucaristía o viático que libra del fuego eterno. Eso en el supuesto de que la inscripción tenga que ver con el contenido de las escenas, cuando ni siquiera es seguro que sea de la misma época.
       Como digo, de vez en cuando he solido volver sobre el tema, por si alguien tenía más suerte con el texto de Alaiza. Y en efecto, está el trabajo paleográfico de S. A. Mollà (2007) [1]. Su lectura del primer hemistiquio coincide en que se trata de la misma antífona de Corpus. El segundo hemistiquio se le queda en tentativas sin sentido coherente. Para la A capital de GehennA aventura resolverla como anagrama de María y posiblemente Jesús (JHS). Alguna propuesta no la veo posible; por ejemplo, …sianter, como adverbio latino, no conozco ninguno plausible con ese elemento.
       Este meritorio trabajo de un especialista no menciona el viejo artículo de El Correo, aunque sí el comentario de Sabando antes citado, y con la misma extrañeza que la nuestra. Mollà confiesa haberse ocupado de la inscripción de Alaiza por invitación de doña Micaela Portilla Vitoria (q. e. p. d.), gran estudiosa del Medioevo alavés, la cual sin duda debió tener noticia de la propuesta anterior, aunque no pudo compulsarla con los nuevos resultados, por haber fallecido en 2005.
       Para cualquier aficionado como yo es de algún alivio leer en este artículo, acerca de la inscripción, frases como éstas:

Descubierta en 1982, junto con las pinturas, tradicionalmente (sic) se consideraba imposible su transcripción…
Tras unos primeros resultados desesperanzadores y exhaustivas consultas, finalmente aparece el texto, al menos en su primera parte, y se interpretan a continuación palabras sueltas… (pág. 218)

       Un alivio, digo, no tanto como halago de mi vanidad, como porque en adelante podré volver sobre este empeño con menos impaciencia y sensación de fracaso.

       El mundo de Alaiza
       El que podemos llamar ‘mural bárbaro’ de Alaiza bien podría titularse ‘Guerra y Paz’, o ‘Paz en la Guerra’. Episodio central (y centrado) es la defensa de un castillete roquero, asaltado por un ejército sobre todo de peones, con algunos caballeros. Uno de éstos, de porte principesco y portador de estandarte, se mantiene a la expectativa, como quien preside la operación. Dos parejas de jinetes se enfrentan en singular combate.
       La soldadesca avanza desde la izquierda para acometer por ambos lados. Se reconoce el equipamiento moderno a la inglesa: cotas, capacetes y viseras picudos (en su caso), escudos redondos erizados de púas, espadas, hachas, lanzas, mazas de bola y, como innovación indicativa cronológica, ballestas primitivas, de las llamadas ‘de pie de cabra’. Incluso figura en la hueste, como singular mascota, un centauro sagitario que podría ser ballestero.

       El fruto más amargo de la guerra es la muerte. Un sucinto entierro de un difunto en andas a hombros de dos porteadores y seguido de dos plañideras se dirige a una iglesia donde el sacristán hace doblar las campanas.
       Los desastres de la guerra se apuntan en forma de robo y arreo de bestias, con una mujer que huye remangándose el halda y un caballo aparejado y desbocado sin jinete. Un soldado violador se abalanza sobre una mujer abierta de piernas, mientras otro más corpulento se dispone a degollarle, sea por defender a la cuitada, o para disputársela.
       ¡Ah! y en un extremo, la habitual pareja medieval, hombre y mujer, en cuclillas haciendo sus necesidades (él sobre un orinal).
       El tema del ex voto o promesa parece afectar a cinco personas o mejor matrimonios:
1.       Ellas, las esposas, ataviadas con batas de cola, portando ofrendas en forma de copa, platillo o ramo, se dirigen a una capilla con dos santas en sus nichos. Un ave de buen augurio está posada en el tejado. Otra ave más pequeña se ha posado también sobre el ramo de una de las damas.
2.      Ellos por otro lado avanzan en hábito de peregrinos (tres completos, los otros dos casi borrados), con ropa corta de camino, con sus alforjas o bien capuchas abatidas y bordones crucíferos. Les precede un guarda armado anunciándoles a son de cuerno. De todas formas, la explicación es parcial, pues buena parte de elementos ha desaparecido.
3.      Llegados a su meta, la iglesia, los cinco hombres encamisa presentan sus ofrendas, mientras un sacristán lo anuncia a toque de campanas.

       El tema de la paz se explaya sobre todo en la parte superior derecha del ábside, entendiendo así un árbol poblado de pájaros y un jinete practicando la caza del venado, corzo, ciervo y pluma.

       Todo este conjunto, enmarcado en orlas vegetales a modo de volutas junto con otros elementos decorativos y un fondo general imitando sillería pétrea, está pintado en rojo inglés sobre un fondo verdoso que pudo ser azul pero ha torcido a cardenillo desteñido.
       No hay motivo para desechar la relación entre estas pinturas y la guerra civil que acabó con el asesinato de Pedro I a manos de Enrique en el escenario de Montiel, con el bretón Du Guesclin diciendo aquellos de “ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor”.
       Cuando Mollà dice que “todo lo anterior contraría la datación de la inscripción en los años centrales del siglo XV”, lo hace sólo atendiendo a criterios paleográfico y refiriéndose a la inscripción, que en efecto podría ser anterior (según él), y ajena al tema iconográfico. A decir verdad, tampoco parece muy concluyente, pues un estilo caligráfico –la ‘minúscula güelfa’–, consagrado a principios del cuatrocientos, bien pudo seguir utilizándose medio siglo después.
       Tampoco podían callar aquí los que por todas partes ven caballeros templarios, descubriendo sus madrigueras incluso con ayuda del pentáculo. Con fray Guillermo (el de Ockam, por supuesto, pero lo mismo valdría el de Baskerville), nosotros no hacemos caso a los templaristas y optamos por las hipótesis más económicas, como en este caso lo es la jornada de Nájera, episodio peninsular en el contexto de la gran guerra de los Cien Años.
       De ahí otro motivo de interés hacia estas pinturas, en relación con las crónicas de entonces, especialmente la admirable escrita por el canciller vitoriano Pedro López de Ayala (1332-1407). De cuando Vizcaya estuvo en un tris de ser inglesa. ¿De veras? ¡De verísimas, como lo oyen! Otro día hablamos de ello.


Ver también en este blog: ‘Alaiza: paredes que hablan (2012/11/20). 
En el XXX Aniversario del descubrimiento de las pinturas.
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[1] Salvador A. Mollà i Alcañiz, ‘Aportaciones a la interpretación de la inscripción del ábside de la iglesia románica de Alaiza.’ Sancho el Sabio, 27 (2007): 217-224.


lunes, 18 de abril de 2011

El rayado de la cebra



De la sentencia del Tribunal Supremo sobre Sortu es difícil decir nada original. La novedad de siete magistrados discrepantes en la misma Sala crea una situación incómoda. Será mejor o será peor así, los siete a una, en vez de cada cual por su lado en votos particulares (quot capita, tot sententiae). En todo caso, no deslumbra por lo prudente ceder la baza a sospechosos de burlar la ley.
Tampoco brilla por la templanza la arremetida de los discordes contra sus colegas, achacándoles el yerro que ellos mismos cometen: «sustituir la valoración de la prueba por la construcción de un relato». Porque para ‘relato-relato’ el suyo, de los siete: decir que Batasuna y ETA discrepan hoy lo bastante como para hablar de ruptura; para añadir a vuelta de hoja que tampoco Sortu es Batasuna.
Cierto que la sentencia del Supremo es una, la que es, formalmente contraria a Sortu. Pero a efectos prácticos y en la percepción del público queda como en entredicho. Para la democracia, desde luego es victoria pírrica, gracias al ‘escrúpulo’ de casi media Sala, nada menos. Tanto mirar las rayas, es como si hablaran de cebras distintas. Y eso que, según expertos, «el rayado no hace a la cebra».
¿Garantismo? En España esta palabra tiene ya cariz peyorativo: abuso de garantías, a favor de quien no las merece y a expensas del bien común superior, la salus populi.
Parece como si el único objetivo de los pretendientes fuese cobrar del erario público. Eso sería lo de menos. Lo grave es que en los ayuntamientos y parlamentos se gobierna. Todo servicio público requiere solvencia; pero cuando ese servicio es algo tan serie como la gestión de la res publica, hay que poner la cota bien alta por ese lado.
Nueve contra siete. Ambas tesis no pueden ser ciertas a la vez, y hasta podrían ser las dos falsas, porque ni siquiera hablan de lo mismo. La sentencia de los Nueve se centra en garantizar la naturaleza democrática del proyecto Sortu, mientras el voto particular de los Siete (contra Tebas) pone el foco en la identidad de las personas y en la protección de sus derechos desde la presunción de inocencia. «No son los tramposos de antaño –vienen a decir–; es gente nueva, y por tanto libres de sospecha. Sin antecedentes. Su palabra, sus estatutos, punto.»
A estas alturas del ‘proceso’, este argumento es más propio de la defensa de Batasuna que de jueces imparciales. Si Sortu no es Batasuna, ¿a qué viene traer a cuento (y nunca mejor dicho) una supuesta democratización batasunera? Aguante cada palo su vela; a menos, claro, que se trate de explicar lo evidente: cómo todo este montaje ha sido presentado en sociedad por líderes de Batasuna-ETA.
De hecho, en el fondo es el mismo argumento de ETA en su ‘Zutabe’, cuando a propósito de su alto el fuego habla de gente que «de modo perverso, lo une al afán de la izquierda abertzale de estar en las elecciones». ¡Que no, hombres, que no son unas simples pruebas de aptitud, un test psicotécnico formulario! Aquí lo primero es garantizar a la ciudadanía que no se les cuela de rondón nadie en connivencia con el terrorismo presente, pretérito ni futuro.
Este no es el cuento del pastorcillo bromista («¡el lobo, el lobo!») Al contrario, ha sido el timo de ‘la abuela de Caperucita’, repetido hasta el aburrimiento:
–Abuelita, qué anti violencia tan grande tienes.
–Es para engañarte mejor.
–Abuelita, qué aspecto tan democrático tienes.
–Es para zamparte mejor.

De Zapatero a Doctor
Frente a lo que cuenta Heródoto de los egipcios (2, ‘Euterpe’, 84), con una medicina seria y muy especializada, en Roma la profesión médica no se cuidaba mucho. Lo asegura Plinio con asombro tocado de escándalo:

«De todas las artes, vive Dios, sólo en ésta se da que, en presentándose un quídam como médico, al punto es creído bajo palabra, siendo así que no hay fraude más peligroso.» (Historia Natural, 2, 17).

El pueblo que enseñó al mundo la ciencia del Derecho tuvo en la de la salud anchas tragaderas. Y no es que los galenos en general fuesen malos; lo malo era el descontrol de la profesión médica y el charlatanismo rampante.
En la antigua Babilonia no estaba mejor la cosa, de creer al mismo Heródoto, que por lo demás lo alaba, pues según él ni siquiera había allí médicos profesionales (1, ‘Clío’, 197):

«Otra norma tienen igualmente sabia, y es que sacan a los enfermos a la plaza, donde los transeúntes se le acercan y discuten su mal, si acaso alguno lo padeció, o sabe de alguien que lo haya padecido. Luego de discutir, recomiendan el remedio que les curó a ellos mismos o a otros pacientes de la misma enfermedad. Lo que no es de recibo es pasar de largo sin preguntar al enfermo por su dolencia.»

Vamos, que para el babilonio la enfermedad y la salud era asunto rigurosamente privado. Y más cerca de nosotros –al menos en el espacio–, otro tanto sucedía en Galicia, según Estrabón (3, 3, 8).
El mismo descontrol padecemos aquí con los profesionales de la política, y caro que nos cuesta. Porque si el intrusismo médico es temible, el político no lo es menos. Y sin embargo las listas de los partidos rebosan de personajillos sin currículo conocido en el mejor de los casos, porque cuando se conoce es para echarse a temblar: semianalfabetos, oportunistas, fanáticos… Todos, eso sí, hombres y mujeres de partido –que no del partido–, con insaciable afán de servicio público.
La situación que Plinio denunciaba de los médicos en Roma aparece también satirizada por Fedro en su fábula ‘De zapatero a médico’ (Ex sutore medicus), moraleja incluida [1]:

Érase un mal zapatero que huyendo de la miseria se establece en otro lugar, pero ahora como médico. Sólo usa de un remedio, un curalotodo, que él en su ignorancia llamaba el ‘antídoto’. Con esto y mucho cuento, pues de palabrería no andaba el hombre mal, cobró fama.
A una de estas el rey se puso malo. Llamado a su cabecera el supuesto galeno, receta su medicina. El augusto enfermo, por ponerle a prueba, se hace traer la regia copa, y diluyendo en agua una dosis del ‘antídoto’ añade otra de veneno, ordenándole hacer la salva:
–Aquí están tus honorarios, pero bebe tú primero.
Aterrorizado el remendón se confiesa ante el rey:
–Señor, yo de médico sólo tengo la estupidez del vulgo.
El rey llama a su consejo y promulga este edicto:

A mis súbditos amados:
En verdad locos estáis,
pues a quien no le encargáis
para vuestros pies calzados,
la vida le confiáis.

Presunción de inocencia o según se mire
Una figura del deporte popular vasco se revela de pronto como militante integrado en ETA y depositario de explosivos en su propio caserío. Pues bien, los comentarios a la noticia son todo un recordatorio de la presunción de inocencia, y las habituales denuncias de malos tratos por la Guardia Civil al detenido merecen toda credibilidad («tal y como se temía en Euskal Herria», en expresión del periódico Gara, 17/04).
En cuanto a la cantidad ingente de explosivo (hasta un par de toneladas), más detonantes, polvo de aluminio y otros ingredientes pirotécnicos, llama la atención el gran número de ‘enterados’, gente que se da por conocedora de nuestra vida rural, para quienes el nitrato amónico es sólo un abono presente en cualquier baserri, y que desde luego nada tiene que ver con el terrorismo.
A todo esto, sale de la cárcel el preso más antiguo de ETA, y en su pueblo le ofrecen un homenaje y brindis con cava. O bien el etarra preso ‘Txapote’, en otra de sus comparecencias en juicio, vuelve a exhibir malos modales, amenazando con el «jo ta ke» (‘dale que te pego’) –modismo usurpado por la banda para expresar su manera de hacer y su estilo–, y el hombre tiene público que le aplauda.

Así anda el dichoso ‘proceso’. Ellos a lo suyo, de recambio siempre, pero la misma jugada. Las mismas cebras con las mismas rayas, apenas retocadas o vistas desde distinto ángulo. ¿Qué se hizo de las ‘neskas’? Flores de ayer, hoy son lástima vana. ¿Qué fue de los desconocidos de ANV? Lo mismo que será de la ‘gente nueva’ de Sortu o Bildu. Cambian de profesión, si es que la tenían. Borran de su rótulo el zapato y pintan un clister. Si pueden, nos dan con él. Si no, sin estrenarse ni despedirse retornan a su nada.
¿Cómo se entiende que alguien se fíe de gente así, incluso jueces del Supremo? Nuevamente es Plinio el que ofrece una explicación. Él va de médicos, pero vale igual para concejales, parlamentarios, políticos en general:

«No reparamos en el riesgo, embriagado como está cada cual en su esperanza. Por otra parte, tampoco hay ley que castigue la impericia mortífera, ni ejemplo alguno de sanción. Se entrenan a costa nuestra y con nuestras vidas ensayan. No hay homicida más impune que el médico.»

O que el político, si lo prefieren. Y peor que homicida, genocida, pues el mal gobierno lo es para todos y acaba con muchos.

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[1] Fábulas, 1, 14. El texto latino con una versión bastante mediocre en verso apareció acogido a la hospitalidad del blog de Monsieur de Sans-Foy, ‘Zapaterías rimadas’ (12/02/2008).



lunes, 11 de abril de 2011

Cuaresmas de muerte



Las Cuevas de los Moros (Quecedo de Valdivielso, Burgos)

Volver a las Cuevas de los Moros, o a las Cuevas de los Portugueses, es revivir siempre la misma experiencia frustrante: “¿es esto lo que parece?” La imaginación se dispara; la ‘loca de la casa’ –imaginaria definición teresiana–, cuyos excesos son de lo más parecido a la evidencia.
Las cuevas son dos conjuntos arqueológicos burgaleses en la margen izquierda del Alto Ebro muy próximos entre sí, que se pueden visitar en una misma escapada turística, y aun sobra tiempo para ver más curiosidades y maravillas.

Las ‘Cuevas de los Portugueses’
Las que llaman Cuevas de los Portugueses son un complejo de habitáculos rupestres en el desfiladero de la Horadada, donde arranca la carretera a Tartalés de Cilla. En un barranco, a uno y otro lado del torrente que baja de Tartalés a despeñarse en el Ebro, se suceden las covachuelas, muy alteradas por la ocupación portuguesa de obreros que trabajaron en obras hidráulicas a principios del siglo XX.
Escondidas por la maleza, se conservaron tal cual muchos años. Despejadas ahora, acondicionadas y señalizadas sin custodia, están a merced de visitantes no siempre respetuosos y a veces grafómanos. Algo más arriba, ya en el pueblo, se sitúa la Cueva de San Pedro, iglesita rupestre reducida casi a un ábside en herradura, visigótico o mejor mozárabe.
El conjunto se inscribe en el arco de edificios rupestres del Alto Ebro, y éste en particular se ha venido incluyendo entre los ‘eremitorios’ alto medievales de la zona. Sin embargo, en la línea secularizante actual, el cartel explicativo recoge como hipótesis alternativa una estación de trashumantes o seminómadas.
Cuevas de los Portugueses (Tartalés de Cilla, Burgos)
A mí me sigue gustando más la visión monacal. Borremos mentalmente la inmediata carretera y algún otro testigo del progreso técnico, y sin más nos vemos en un escenario de los Padres del Yermo, la Historia Lausíaca de Paladio, o la Historia Filotea de Teodoreto.
Aunque, mejor pensado, ¿qué más da? La presencia física de mujeres y niños tal vez no fuese tan turbadora como se la figuraban los monjes en sus trances oníricos. Y en cuanto a vida espartana, allá se andarían religiosos y seglares. La misma plegaria en boca de unos y otros: “Padre, el pan de hoy”.
Con todo, hay aquí algún detalle inquietante: alguna de las ‘viviendas’ no tiene más abertura que un ventanuco ovalado; y es muy posible que otras que hoy son portezuelas irregulares y bajas hayan sido ventanas recortadas o erosionadas. ¿Y qué tiene eso de inquietante? En seguida lo vemos.

Las ‘Cuevas de los Moros’
A diferencia de los ‘portugueses’, estos ‘moros’ son referente genérico popular. Referente por lo demás absurdo, en un valle como Valdivielso, con un imaginario ‘histórico’ de resistencia invicta a todo invasor, con especial ojeriza a la Medialuna. Sólo el godo fue bienvenido, como importador de nobleza, porque en definitiva aquí se presumió de godo, hasta que una nueva ola nobiliaria arribó de las Islas Casitéridas, en especial de Escocia. Hidalguía universal, en todo caso, marcando pauta a vascos foramontanos y otras gentes propincuas. Dígalo el viazcaíno Licenciado Poza, ¿no estuvo por aquí la mítica Iberia, gran urbe de catorce puertas, que si no viene descrita en la Biblia por Ezequiel fue porque lo dejó para otros visionarios, como nuestro don Andrés?
¡Pero qué digo, si estuvo Iberia por aquí! Debajo de los pies la tengo, aunque sólo el solar, porque del resto, el conquistador Julio Cesar no dejó ni las piedras. Sólo esta reliquia arqueológica, las mal llamadas cuevas, y peor de los moros ni moras. Una hilera de 14 oquedades rectangulares apaisadas excavadas a media altura de un estrato duro desnudo muy buzante, casi vertical, del sinclinal de la Tesla, entre los pueblos de Quecedo y Arroyo.
El paisaje es aquí todo lo contrario que en el eremitorio de la Horadada. Aquello, un barranco; esto, un paredón dominante y abierto al sur, al ancho valle. Allí, una aldea, una laura de vida; aquí, una comunidad de muerte.
Desde abajo se ven los huecos seguidos, como si alguno de los varios Hércules que desfilaron por aquí hubiese emprendido el trabajo de cortar el peñasco para llevárselo a otra parte.
Como de costumbre, traigo el altímetro sin calibrar, así que a ojo pongamos 700-750 m de altitud. Como de costumbre, la cámara casi sin batería, lo justo para unas tomas con luz de tarde.
Subir no es nada difícil, sabiendo la senda. Una vez arriba, la vista es soberbia, desde aquel farallón, que de pronto se ensancha un poco, en cortesía para con el pintor o el fotógrafo.
Bueno; pero en definitiva, ¿qué es todo esto? ¿Necrópolis, o algo más imaginativo? Quitando un par de huecos en el extremo oeste, erosionados o inacabados, que podrían ser sepulturas, el resto no encaja en la idea corriente de los enterramientos medievales. Como de costumbre, pude haber olvidado el metro, pero esta vez no ha sido así, lo que permite comprobar, más o menos, lo que figura en los libros; alrededor de 1,80 a 2 m x 0,70 x 0,60. La cueva primera (por el este) está más alta y mide más del doble que las demás. La siguen dos en pareja, una sobre otra. El resto, en hilera.
Para tumbas de la Edad Media, algo grandes parecen, y si fueron de moros, serían del Muzaraque y familia. Claro que pueden ser tumbas; pero desde que las vi –hace ya muchos años—, siempre me han sugerido un tipo muy especial: enterramiento en vida.

–¡Emparedamiento! Quite usted allá, buen hombre. Imposible.
–¿Se puede saber por qué?
–Verá: de entrada, el emparedamiento fue un fenómeno exclusivamente urbano…

Esta objeción sin vuelta de hoja, repetida y recopiada, tampoco falta en uno de los últimos libros publicados sobre el Valle de Valdivielso. Un caso más de confusión sobre el término emparedamiento.

Emparedados y emparedadas
‘Emparedar’ en lenguaje corriente es meter entre paredes, en recinto cerrado, como el convento o la cárcel. En latín, la immuratio, en la jerga inquisitorial, no era otra cosa que la pena de cárcel, que eso sí, podía ser perpetua. Una sosada para el magín romántico pre caldeado por los misterios conventuales, de modo que uno de los sustos que podía sufrir el visitante de una antigua abadía, en la novela gótica de terror, era el desprendimiento de un lienzo de pared, dejando a la intemperie la momia o esqueleto de un religioso o una monja emparedada a muerte por haber faltado a su voto.
Pero filfas aparte, lo del ‘fenómeno urbano’ es otra media verdad. En la Edad Media hubo conventos femeninos, como también parroquias, que tuvieron locales reservados a ‘encerradas’ o anacoretas, beatas que hacían vida ermitaña, solas o en compañía de otra religiosa o fámula. Hasta en monasterios masculinos hubo casos de emparedamiento femenino [1].
Este género de vida no era para cualquiera, y tratándose de mujeres los obispos aplicaron vigilancia especial, llegando a prohibírselo fuera del casco urbano, como fue el caso en Burgos, en el siglo XIV si mal no recuerdo. Las emparedadas finalmente serán simples beatas, mujeres que viven retiradas como monjas, pero sin convento [2.

Desde luego, hablar de estas cosas en un lugar como las Cuevas de los Moros no tiene ningún sentido. Aquí el ‘emparedamiento’ pudo ser otra cosa: una forma de ascetismo extremo, que prendió en el Oriente Próximo, en los inicios del monacato, y se imitó después en la Europa medieval. Consistía en hacerse emparedar temporalmente (una cuaresma, por ejemplo), dejando una ventanilla para comunicarse e introducir alimento y bebida. Ni más ni menos lo que acabamos de ver en el supuesto eremitorio de la Horadada, donde alguna celda carece de puerta. En todo caso, una celda deja espacio para estirar las piernas y hacer ejercicio. Un desahogo vedado a mis presuntos emparedados de Valdivielso. 
Uno de los pioneros del encierro total fue san Simeón Estilita el Viejo (o el Grande, m. en 459), que debutó sepultándose en una cisterna, antes de alcanzar su apogeo exhibiéndose 40 años sobre el capitel de un columna de 20 metros, cuya base todavía se conserva y sirve para hacerse fotos los turistas. Una vida tan dura no impidió al santo sobrevivir a su propio biógrafo Teodoreto, que 15 años antes había publicado su vida hasta la fecha, anunciando un final que otra mano tuvo que escribir.
De Simeón hablamos otro día, porque tuvo secuaces en España –aunque no en la Tesla, que yo sepa–, mientras mucha gente piensa que el estilitismo fue una ocurrencia irreverente de Buñuel con su Simón del Desierto. Irreverente, puede, pero ocurrencia de ningún modo.
No sé qué es más difícil, si tenerse en pie sobre una columna a cielo raso, o tumbado y emparedado en una de estas cuevas. El ascetismo mozárabe, tal como lo entendía un san Eulogio de Córdoba, daba para mucho.
La mística se nutre de metáforas. Morir con Cristo, enterrar al hombre viejo, fueron cosas que a veces se tomaron a la letra, generando observancias extravagantes y, todo hay que decirlo, de dudosa raigambre cristiana.

¿Imaginaciones? Hombre, algún privilegio ha de tener el simple contemplador curioso sobre el arqueólogo profesional. Si el fenómeno se dio en otras partes, en condiciones similares, ¿por qué no aquí? En cuyo caso, los ascetas de Valdivielso llevarían ventaja a los de la Horadada en cuanto a sacrificio, pero sobre todo en ingenio, al conjuntar en este paredón altísimo el escondite del emparedado y el escaparate del estilita.
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[1] De ello trata Eileen Edna Power en su obra clásica, Medieval English Nunneries c. 1275 to 1535. Cambridge Univ. Press, 1922; cap. IX (‘El pez fuera del agua’).
[2] En Inglaterra y en relación con el movimiento lolardo se produjo (en inglés de principios del siglo XV) el tratadito dialogado Dives et Pauper (ed. de Priscilla H. Barnum, Oxford Univ. Press, 2005). Suya es esta observación que tomo de Power, o. cit., pág. 366, nota 4, y es de lo más curioso por su feminismo, frente al modo de ver oficial católico:
“Vemos que cuando son varones los que adoptan el anacoretismos y la reclusión, en unos pocos años por lo común o bien caen en errores o herejías, o se salen por amor de mujeres, o por hastío de la vida, o fallan de otro modo. Pero de mujeres anacoretas así reclusas rara vez se oye ninguna de esas faltas, antes bien santamente empiezan y santamente acaban.”
(Dives and Pauper, mandamiento 6, cap. B.)

lunes, 4 de abril de 2011

La prueba de la cebolla




En la historia bíblica de Jefté hay un episodio típico de rivalidad tribal que, como de costumbre, se ventila por la brava. El encumbramiento de Jefté, oscuro proscrito del clan de Galaad –sub tribu separatista del complejo Efraín-Manasés–, despierta recelo en los de Efraín y estalla una guerra a muerte, donde éstos llevan la peor parte (Jueces, 12):

Galaad cortó a Efraín los vados del Jordán, y cuando los fugitivos efraimitas pedían paso, los de Galaad preguntaban: «¿Eres de Efraín?» Si negaba insistían: «¿Con que no? Pues di shibolet.» Y si el otro, incapaz de pronunciarlo, decía sibolet, sin más era detenido y ejecutado sobre los mismos vados.

La anécdota, en lo que tiene de observación filológica, fue comentada por los humanistas hebraístas españoles, como Nebrija. Por lo demás, reconocer por el acento es trivial, como en el Evangelio una criada se fija en el apóstol Pedro: «Tu habla te delata, eres galileo» (Mateo, 26: 73). Y como estratagema bélica, ha debido de ser universal.
En hebreo, shibolet es la corriente de agua, aunque también significa ‘espiga’. La palabra es lo de menos. Era una letra, un modo de pronunciarla, lo que marcaba la diferencia. Y en todo caso, la historieta era y es archisabida.
No tan conocido en cambio es su remake o remedo a la española, en la rebelión de los moriscos de las Alpujarras (1569). Allí había gente de todo pelo, musulmanes de lengua arábiga, aljamiados y también cristianos muy castellanizados. En la represión feroz e indiscriminada no valían trajes ni avales, para reconocer al enemigo.

Algún enterado sacó entonces a colación la vieja historia sagrada, y su posible aplicación al caso. ¡Cómo! Si hasta tenemos en castellano una palabra casi igual que la hebrea: shibolet – cebolleta. No tiene nada que ver, pero hace el mismo servicio. Nuestro moros y moriscos no pronunciaban la ce o cedilla (ç) a la española. Incluso entre hispanos ya se notaba el ceceo de unos y seseo de otros. Pero frente a todos ellos, el moro andaluz xexeaba, como tampoco pronunciaban la ll, de modo que cebolla en boca morisca sonaba xebolia [1].
No era probable que los moriscos –a diferencia de los judíos– estuviesen muy al corriente de tretas bíblicas. Ésta además era preciosa para distinguir a los jóvenes moreznos. Sólo los que de muy niños se criaron en familias castellanizadas pronunciaban bien.
La noticia nos ha llegado por Bernardo Aldrete en Varias Antigüedades de España, África y otras provincias (Amberes, 1614, pág. 153), obra escrita en plena crisis de la expulsión de los moriscos de España (1603-1614) [2]

La cebolla, en la ensalada vasca
Valga el cuento por la moraleja.
El fallo del Tribunal Supremo contra la legalización de Sortu como nuevo avatar de Batasuna/ETA, con el voto discrepante de varios magistrados, pone en evidencia cuánta falta nos hace aquí alguna ‘prueba de la cebolla’, para distinguir entre terrorismo y política.
Ya se sabe que en esta materia no podemos esperar a un Dedekind que nos haga una ‘cortadura’. Pero sin llegar a la discriminación lógico-matemática, ¿tan imposible es fijar una distinción jurídica clara entre lo que es de ley y su contrario? Y si tal cosa fuese tan difícil o imposible en Derecho, ¿lo es igualmente en Ética? Fijémonos en este aspecto ético, más que en lo jurídico.
Según algunos, la expresión discriminante ya ha sido pronunciada: «Rechazamos la violencia, incluso la de ETA.» ¿Qué más pedir? No sé qué valor tenga una declaración así, más o menos, en unos estatutos de asociación política. Tal como suena es ambigua. Incluso ETA de vez en cuándo desiste de su propia violencia, mientras afirma su deseo de llegar a una paz condicionada. Es como si bastara un flatus vocis, sin entrar en finuras conceptuales. Cebolla, en lugar del Filioque.
La violencia, el terror, se puede rechazar en absoluto y por principio, o solamente por estrategia y táctica. En este sentido, no sólo es ambiguo el rechazo por parte de Sortu, también lo han sido muchas declaraciones de líderes y partidos democráticos: «ETA sobra, ETA es un estorbo». Casi siempre parece implícito algún adverbio: ‘ahora’, ‘ya’.
Lo que se echa de menos, y sería altamente clarificador, es rechazar a ETA ahora y siempre, porque es absolutamente rechazable, porque nunca tuvo razón de ser, ni la tendrá jamás en democracia. Pero, ay, esta cebolla es rara en la ensalada vasca, y prácticamente ausente en el recetario nacionalista.
No es sólo la doctrina del árbol y las nueces. Es eso y más. Cuando en los principios de ETA muchos jóvenes se alistaron a la solución ‘militar’, muchos tuvieron la bendición del padre o el abuelo rematada en un suspiro: «¡Ah, si yo tuviese tu edad!». Y cuando ETA asesinó a Carrero Blanco, mucha gente incluso ajena al nacionalismo lo celebró como un fasto para la democracia española, sin percibir que ésta a la organización le traída sin cuidado. Una ligereza que contribuyó no poco en su momento a ensanchar aquella primera ‘base social’ de la violencia.
A partir de ahí, todavía son muchos los que justifican a ETA con varias razones:
1. La primera, explicándola como reacción frente a una violencia franquista ejercida específicamente contra el pueblo vasco.
2. Reacción que, desaparecido el franquismo, hubo que sostener, porque el Estado español heredó la misma función opresora.
3. Aun admitiendo que la violencia no sea tal vez el medio ideal más deseable para la liberación del pueblo vasco, justo es reconocer que ETA ha contribuido lo suyo hasta el heroísmo, mereciendo respeto, gratitud y premio por los servicios prestados.
4. Si ETA tuvo razón de ser como reacción a una violencia de Estado, es posible que en un futuro pueda volver a tenerla, si el Estado sigue en las mismas, con medidas opresivas como la Ley de Partidos, o su aplicación en casos como el de Sortu.
Todo esto es perfectamente compatible con la suscripción de fórmulas como «ETA kanpora, fuera ETA», como en un divorcio por palabras de presente, sin referencia al pasado ni al porvenir. Sea cual sea a los efectos el ancho de vía del Derecho, siempre habrá una senda ética más estricta, donde sólo circule gente de paz ‘a la cebolla’. La senda de la convivencia. Lo demás es volver siempre a las andadas.
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       [1] La diferencia se refería principalmente a los sonidos de las letras arábigas sin / shin (س /ش), representada la segunda por x en textos castellanos antiguos.

       [2] El clérigo Bernardo de Aldrete (o Alderete, h. 1560/5-1641/5) fue un adelantado de la filología moderna, a veces confundido con un homónimo teólogo jesuita más joven (1594-1657). El texto original que nos interesa es asequible en la Red: Portada y obra completa; el shibolet hebreo (pág. 152) y la cebolla castellana (pág. 153).

Grabado: Moriscos granadinos de camino (h. 1563), según J. Hoefnagel