Mi 'Ajuria Eneida' crece muy despacio. El poema heroico burlesco que dedico a ese gran palacio fortaleza, Ajuria-Enea –su modernidad milenaria, su pujanza, su caída súbita en poder del enemigo y la profecía de su reconquista, purificación y restauración– se mueve con vertiginosa lentitud, y a duras penas corono el canto quinto (de los diez proyectados); lo que quiere decir que mi musa se ve desbordada por la vorágine del tiempo varado.
¿Por qué esa sequedad, esa acedia? No me lo pregunten, porque yo mismo lo hago, y no me respondo. No se me ocurre otra cosa que echarle la culpa... ¿a quién ha de ser?: al PP. Casi ni me atrevo a decirlo, tanto suena a tópico, y lo es. Pero no en el caso presente.
Recapacitemos: un Partido Popular vasco, que de la noche a la mañana, al ir a sonarse las narices, toca en el bolsillo, con el pañuelo, un objeto duro. ¿Pero qué es esto? Diosss… ¡El talismán de Ajuria Enea! La ciudadela ha caído. Paso franco al centro neurálgico del poder vasco, hasta la sala salísima de la chimenea con el chipendale de oír música… «¡Tenemos las llaves de Ajuria-Enea!», proclamaba como para autosugestionarse un todavía incrédulo Basagoiti…
«Bien, ¿y qué?», rezonga mi Musa; «¡Habrán quemado Troya, qué menos!» Pues no. Con crueldad tan mezquina como inútil, estos peperos de la llave en mano han entregado la casa a Patxi López. Se habrán reservado alguna habitación, si no en la planta noble, al menos downstairs. Pues ni eso. Ni siquiera en la portería, como San Pedro, a guardar la entrada del paraíso. Raro ejemplo de altruismo en la jungla política. ¿Generosidad, ingenuidad, miedo escénico? De todo un poco.
El hecho es que se han conformado con esa profanación. Inútil, repito; porque no se habrán figurado que el dueño legítimo y natural del palacio, vuelto del exilio, sea quien le pegue fuego, evocando aquello del Tenorio: «Mas, con lo que habéis osado, / imposible la heis dejado / para vos y para mí». Ni hablar. Los del PNV son gente práctica, y un rito lustral será suficiente. El chipendale, ese sí, habrá que mandarlo al tapicero.
Dejado yo, como digo, de la épica Calíope, recurro a su hermana gemela Clío, que escribe las mismas historietas, sólo que en prosa. Busco para mi poema un episodio que rasgue la niebla ominosa que nos envuelve. Y aquí el reencuentro con los latines de la infancia, las perícopas de Tito Livio y el Breviario de Eutropio, el relato del primer 'Saco de Roma' por los galos de Breno.
El episodio, tan doloroso que dejó huella imborrable en la memoria romana, se inserta en la ejecutoria del cónsul y dictador Furio Camilo, a fines del siglo IV a. de JC. Este personaje, en el filo de la navaja, por haber excedido sus atribuciones tuvo un revés de la Justicia, y en la siguiente campaña sus enemigos, que eran los enemigos de Euskadi, digo, de Roma (disculpas por el lapsus), vieron el momento de acabar con él y, lo que realmente les importaba, acabar con Euskadi, vuelvo a decir, con la Urbe.
Una horda de galos secuanos acaudillados por el régulo Breno, ayudados por otra tribu de galos cisalpinos, marchan contra Roma. El patriciado –el PNV de entonces, para entendernos–, ha blindado sus intereses en puestos seguros para sí y su clientela. En Roma queda el Senado, que ante el empuje españolista, digo, galo, llama a somatén (tumultus) del frente patriótico. Todo en vano. Los bárbaros, mejor situados, tienen su primer éxito cerca de Roma.
A los patriotas el despecho no les dejaba ver la realidad. «Adeo non fortuna modo sed ratio etiam cum barbaris stabat», que decía mi Livio ('con que no sólo la buena suerte, también la razón estaba con los bárbaros'). Los galos irrumpieron en la Curia, donde encontró a la mayor parte de un Senado antes campante, ahora medroso, al que arrebataron la mayoría absoluta. (Bueno, en realidad aquellos bárbaros les quitaron algo más. La Historia, afortunadamente, nunca se repite al pie de la letra.)
Dueños de aquella Cámara, Breno y su gente van a lo suyo, el saqueo y la destrucción de todo lo conseguido hasta entonces. (Galos, al fin; sucursalistas de los enemigos seculares de Roma allende la muga, a los que someterá un día Julio César.)
Puestos en seguro muchos patricios con toda su hacienda, los pobres plebeyos con el hatillo buscan en vano refugio en el Janículo, donde caen como ratas. En cambio, lo más granado de las fuerzas patrias se ha enrocado en el Capitolio con sus familias, armas y vitualla, junto con sus símbolos identitarios, pero sobre todo, con el tesoro de Roma en oro puro. Allí se disponen a la resistencia. «Seguiremos gobernando en la oposición, desde las instituciones», repiten a quien les quiera escuchar, es decir, a su propia gente.
El asedio se alarga, el hambre aprieta. Entre los enseres emblemáticos guardados en el castillo figura una diosa de reciente importación. Se llama Junón o Juno, y pasa por avispada. Apenas tiene devotos, por ahora, siendo popular sobre todo por un corral que posee de gansos sagrados. Aves orondas y despectivas, ahora corren peligro bajo las miradas sacrílegas de los sitiados famélicos. «Malesuada fames», la llama el poeta, «mala consejera». El racionamiento, que ya se ha impuesto hasta a los perros guardianes, se hace extensivo también a los gansos de Juno, que ahora tienen el sueño más ligero.
A unos bárbaros galos qué les importa Roma, lo que ambicionan es su oro. Así pues, tras varios intentos por la vía fácil y bien defendida, una noche se dispone al asalto del Capitolio por lo más escarpado. Y aquí leyendo a don Tito veo yo la primera descripción literaria de una colla de xiquets haciendo el castell.
Discúlpese, pues, mi extravagancia de traducir el pasaje de Livio, pero es que en su día me valió un notable, y demás de ser curioso, algún catalán de Valls o de Tarragona me lo puede agradecer. Dice así:
«Alterni innixi subleuantesque inuicem et trahentes alii alios, prout postularet locus, tanto silentio in summum euasere…
Turnándose se apoyan y se van encaramando unos sobre otros, ayudándose entre sí según lo pidiera el lugar, hasta alcanzar la cumbre en el mayor silencio, burlando a los centinelas, más aún, sin despertar siquiera a los perros, animal atento a ruidos nocturnos. Mas no burlaron a los gansos, que por su condición sagrada, a pesar de la gran carestía se libraron del puchero. Lo cual supuso la salvación, pues su voz trompetera y el batir de sus alas despertaron a Marco Manlio, cónsul que fuera el trienio anterior y guerrero distinguido, que a todos da la alarma tomando él las suyas, y mientras los otros tiemblan, va él y de un umbonazo hace tambalear al galo», que sobre la cassola / haciendo el enxaneta / asomaba la jeta / sin musitar ni '¡hola!'...
Hasta aquí Tito Livio el Patavino (menos el final, de tufo apócrifo).
¿Milagro? Aunque la diosa se mostraría locuaz, eso fue más adelante. Aquella vez Juno, como dicen los filósofos escolásticos, «se valió de causas segundas», o sea los gansos, ánsares u ocas. Sea como fuere, aquella divinidad de importación, saludada desde entonces como Moneta (Juno Moneda, la Avisadora), ganó puntos ante los romanos, que le confiaron la custodia del erario público. Y al pasar Roma al sistema capitalista, el templo de Juno convertido en ceca fue la primera Casa de la Moneda. Gracias a esa circunstancia, Juno es la divinidad que más devotos ha tenido y tiene (sin saberlo ellos ni ella misma) en un mundo monetizado.
El Capitolio resistió, mientras Roma se rendía. Conocemos el desenlace. Se compra la retirada de los intrusos por 1.000 libras de oro. Breno pesa en libras galas, más pesadas que las romanas. Roma protesta, y el bárbaro les replica cargando con su espada en uno de los platos mientras dice aquello tan sonado: Vae victis!
¿Qué fue de los grandes protagonistas de esta leyenda tan titoliviesca? Pues verán, según mis noticias:
Tanto el galo como Manlio acabaron mal. El primero en un ataque de despecho, bien mamado en vino puro, se tiró al río y se ahogó. Manlio, también beodo, pero de triunfo, se erigió en tribuno popular, tanto así que le denunciaron de querer restablecer la monarquía (en su persona, obviamente), por lo que fue ejecutado.
También fueron ejecutados los perros por no cumplir su obligación, y lo que es peor, el sacrificio canino se hizo consuetudinario. Las ocas en cambio, de maravilla. Todos los años, el 3 de agosto, las sacaban en procesión, llevándolas a ver crucificar perros, para escarmiento; tras lo cual, recibían ración extra de grano.
Ahora queda justificada la perplejidad de mi musa, en la coyuntura histórica presente. También aquí la Historia se ha repetido, pero por tres, pues recordemos que nuestra Roma una es también trina en Diputaciones blindadas, ocupadas por tropa de choque, los verdaderos amos del tesoro. También aquí los gansos sagrados han clamado a voz en grito. Y ahora que Roma está en poder de los bárbaros, nuestros Manlios Capitolinos halagando el patrioterismo más cerril reniegan del Estatuto y apelan a no sé qué Ley de Territaifas Históricos para proclamarse reyezuelos y decidir lo que se hace o deja de hacer en cada taifa autónoma. Con eso, y con retener la Cuarta Taifa, alias EITB, todo se va cumpliendo según el programa.
Por eso llama la atención la flema del PP, que pudiendo exigir su taifa no lo hace con más convencimiento. Y yo, entre tanto, esperando el retorno de mi musa con oráculos frescos, a ver cómo acaba mi Ajuria Eneida.
¿Por qué esa sequedad, esa acedia? No me lo pregunten, porque yo mismo lo hago, y no me respondo. No se me ocurre otra cosa que echarle la culpa... ¿a quién ha de ser?: al PP. Casi ni me atrevo a decirlo, tanto suena a tópico, y lo es. Pero no en el caso presente.
Recapacitemos: un Partido Popular vasco, que de la noche a la mañana, al ir a sonarse las narices, toca en el bolsillo, con el pañuelo, un objeto duro. ¿Pero qué es esto? Diosss… ¡El talismán de Ajuria Enea! La ciudadela ha caído. Paso franco al centro neurálgico del poder vasco, hasta la sala salísima de la chimenea con el chipendale de oír música… «¡Tenemos las llaves de Ajuria-Enea!», proclamaba como para autosugestionarse un todavía incrédulo Basagoiti…
«Bien, ¿y qué?», rezonga mi Musa; «¡Habrán quemado Troya, qué menos!» Pues no. Con crueldad tan mezquina como inútil, estos peperos de la llave en mano han entregado la casa a Patxi López. Se habrán reservado alguna habitación, si no en la planta noble, al menos downstairs. Pues ni eso. Ni siquiera en la portería, como San Pedro, a guardar la entrada del paraíso. Raro ejemplo de altruismo en la jungla política. ¿Generosidad, ingenuidad, miedo escénico? De todo un poco.
El hecho es que se han conformado con esa profanación. Inútil, repito; porque no se habrán figurado que el dueño legítimo y natural del palacio, vuelto del exilio, sea quien le pegue fuego, evocando aquello del Tenorio: «Mas, con lo que habéis osado, / imposible la heis dejado / para vos y para mí». Ni hablar. Los del PNV son gente práctica, y un rito lustral será suficiente. El chipendale, ese sí, habrá que mandarlo al tapicero.
Dejado yo, como digo, de la épica Calíope, recurro a su hermana gemela Clío, que escribe las mismas historietas, sólo que en prosa. Busco para mi poema un episodio que rasgue la niebla ominosa que nos envuelve. Y aquí el reencuentro con los latines de la infancia, las perícopas de Tito Livio y el Breviario de Eutropio, el relato del primer 'Saco de Roma' por los galos de Breno.
El episodio, tan doloroso que dejó huella imborrable en la memoria romana, se inserta en la ejecutoria del cónsul y dictador Furio Camilo, a fines del siglo IV a. de JC. Este personaje, en el filo de la navaja, por haber excedido sus atribuciones tuvo un revés de la Justicia, y en la siguiente campaña sus enemigos, que eran los enemigos de Euskadi, digo, de Roma (disculpas por el lapsus), vieron el momento de acabar con él y, lo que realmente les importaba, acabar con Euskadi, vuelvo a decir, con la Urbe.
Una horda de galos secuanos acaudillados por el régulo Breno, ayudados por otra tribu de galos cisalpinos, marchan contra Roma. El patriciado –el PNV de entonces, para entendernos–, ha blindado sus intereses en puestos seguros para sí y su clientela. En Roma queda el Senado, que ante el empuje españolista, digo, galo, llama a somatén (tumultus) del frente patriótico. Todo en vano. Los bárbaros, mejor situados, tienen su primer éxito cerca de Roma.
A los patriotas el despecho no les dejaba ver la realidad. «Adeo non fortuna modo sed ratio etiam cum barbaris stabat», que decía mi Livio ('con que no sólo la buena suerte, también la razón estaba con los bárbaros'). Los galos irrumpieron en la Curia, donde encontró a la mayor parte de un Senado antes campante, ahora medroso, al que arrebataron la mayoría absoluta. (Bueno, en realidad aquellos bárbaros les quitaron algo más. La Historia, afortunadamente, nunca se repite al pie de la letra.)
Dueños de aquella Cámara, Breno y su gente van a lo suyo, el saqueo y la destrucción de todo lo conseguido hasta entonces. (Galos, al fin; sucursalistas de los enemigos seculares de Roma allende la muga, a los que someterá un día Julio César.)
Puestos en seguro muchos patricios con toda su hacienda, los pobres plebeyos con el hatillo buscan en vano refugio en el Janículo, donde caen como ratas. En cambio, lo más granado de las fuerzas patrias se ha enrocado en el Capitolio con sus familias, armas y vitualla, junto con sus símbolos identitarios, pero sobre todo, con el tesoro de Roma en oro puro. Allí se disponen a la resistencia. «Seguiremos gobernando en la oposición, desde las instituciones», repiten a quien les quiera escuchar, es decir, a su propia gente.
El asedio se alarga, el hambre aprieta. Entre los enseres emblemáticos guardados en el castillo figura una diosa de reciente importación. Se llama Junón o Juno, y pasa por avispada. Apenas tiene devotos, por ahora, siendo popular sobre todo por un corral que posee de gansos sagrados. Aves orondas y despectivas, ahora corren peligro bajo las miradas sacrílegas de los sitiados famélicos. «Malesuada fames», la llama el poeta, «mala consejera». El racionamiento, que ya se ha impuesto hasta a los perros guardianes, se hace extensivo también a los gansos de Juno, que ahora tienen el sueño más ligero.
A unos bárbaros galos qué les importa Roma, lo que ambicionan es su oro. Así pues, tras varios intentos por la vía fácil y bien defendida, una noche se dispone al asalto del Capitolio por lo más escarpado. Y aquí leyendo a don Tito veo yo la primera descripción literaria de una colla de xiquets haciendo el castell.
Discúlpese, pues, mi extravagancia de traducir el pasaje de Livio, pero es que en su día me valió un notable, y demás de ser curioso, algún catalán de Valls o de Tarragona me lo puede agradecer. Dice así:
«Alterni innixi subleuantesque inuicem et trahentes alii alios, prout postularet locus, tanto silentio in summum euasere…
Turnándose se apoyan y se van encaramando unos sobre otros, ayudándose entre sí según lo pidiera el lugar, hasta alcanzar la cumbre en el mayor silencio, burlando a los centinelas, más aún, sin despertar siquiera a los perros, animal atento a ruidos nocturnos. Mas no burlaron a los gansos, que por su condición sagrada, a pesar de la gran carestía se libraron del puchero. Lo cual supuso la salvación, pues su voz trompetera y el batir de sus alas despertaron a Marco Manlio, cónsul que fuera el trienio anterior y guerrero distinguido, que a todos da la alarma tomando él las suyas, y mientras los otros tiemblan, va él y de un umbonazo hace tambalear al galo», que sobre la cassola / haciendo el enxaneta / asomaba la jeta / sin musitar ni '¡hola!'...
Hasta aquí Tito Livio el Patavino (menos el final, de tufo apócrifo).
¿Milagro? Aunque la diosa se mostraría locuaz, eso fue más adelante. Aquella vez Juno, como dicen los filósofos escolásticos, «se valió de causas segundas», o sea los gansos, ánsares u ocas. Sea como fuere, aquella divinidad de importación, saludada desde entonces como Moneta (Juno Moneda, la Avisadora), ganó puntos ante los romanos, que le confiaron la custodia del erario público. Y al pasar Roma al sistema capitalista, el templo de Juno convertido en ceca fue la primera Casa de la Moneda. Gracias a esa circunstancia, Juno es la divinidad que más devotos ha tenido y tiene (sin saberlo ellos ni ella misma) en un mundo monetizado.
El Capitolio resistió, mientras Roma se rendía. Conocemos el desenlace. Se compra la retirada de los intrusos por 1.000 libras de oro. Breno pesa en libras galas, más pesadas que las romanas. Roma protesta, y el bárbaro les replica cargando con su espada en uno de los platos mientras dice aquello tan sonado: Vae victis!
¿Qué fue de los grandes protagonistas de esta leyenda tan titoliviesca? Pues verán, según mis noticias:
Tanto el galo como Manlio acabaron mal. El primero en un ataque de despecho, bien mamado en vino puro, se tiró al río y se ahogó. Manlio, también beodo, pero de triunfo, se erigió en tribuno popular, tanto así que le denunciaron de querer restablecer la monarquía (en su persona, obviamente), por lo que fue ejecutado.
También fueron ejecutados los perros por no cumplir su obligación, y lo que es peor, el sacrificio canino se hizo consuetudinario. Las ocas en cambio, de maravilla. Todos los años, el 3 de agosto, las sacaban en procesión, llevándolas a ver crucificar perros, para escarmiento; tras lo cual, recibían ración extra de grano.
Ahora queda justificada la perplejidad de mi musa, en la coyuntura histórica presente. También aquí la Historia se ha repetido, pero por tres, pues recordemos que nuestra Roma una es también trina en Diputaciones blindadas, ocupadas por tropa de choque, los verdaderos amos del tesoro. También aquí los gansos sagrados han clamado a voz en grito. Y ahora que Roma está en poder de los bárbaros, nuestros Manlios Capitolinos halagando el patrioterismo más cerril reniegan del Estatuto y apelan a no sé qué Ley de Territaifas Históricos para proclamarse reyezuelos y decidir lo que se hace o deja de hacer en cada taifa autónoma. Con eso, y con retener la Cuarta Taifa, alias EITB, todo se va cumpliendo según el programa.
Por eso llama la atención la flema del PP, que pudiendo exigir su taifa no lo hace con más convencimiento. Y yo, entre tanto, esperando el retorno de mi musa con oráculos frescos, a ver cómo acaba mi Ajuria Eneida.
Ay, maestro... ¡Nos pone la miel en los labios!
ResponderEliminarEstoy seguro de que el mismo Virgilio le mandaba a Augusto unos extractos para ir abriendo boca...
Mi señor Don BELOSTI, ¡Que fascinante analogía! Que viene, además y a modo de propina, con una esplendorosa lección de etimología que revive el vigor inmarchitable de las palabras. "Moneta", "aviso"... encontramos el pecuniario vocablo escondido en "admonición", del "ad monitionis".
ResponderEliminar"Escrutemos las palabras, que ellas saben cosas que nosotros ignoramos", le oí decir un día al hombre más sabio que he tenido la inmensa fortuna de conocer y recordar.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarFlop, flop, flop, flop, flop...
ResponderEliminarCher MONSIEUR, por supuesto que el Indigesto de Mantua* le pasaba los borradores al Divino. Porque como usted bien sabe, Augusto no era sólo el patrón, fue coautor de la Eneida; el padre de la idea y censor previo de su realización.
ResponderEliminarEn lo de anticipos, algo habrá que hacer, al paso que va la b…. Pero con mucho tacto, que fuera de lo suyo, al Divino había que pillarle en buen momento. Recuerde las instrucciones de Horacio al respecto (Epístola 1, 14):
«Entregarás a Augusto mis volúmenes sellados, / si validus, si laetus erit, si denique poscet… / No parezca que llevas el paquete de libros debajo del sobaco, como el aldeano un cordero… / Oratus multa prece nitere porro. / Vade, vale, cave…»
• 'Indigesto' (crudus) llama a Virgilio cariñosamente su amigo el Pistojo de Venosa (pistojo o legañoso, lippus), Horacio, Sátira 1, 5, v. 49
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Querido don LINDO, agradezco su comentario.
Yo también tuve suerte con algún sabio que me inició en la crítica de unos textos que, de otro modo, traducíamos como si fuese la Biblia. Tito Livio en particular se me apareció como creador de la novela histórica nacionalista.
Herodoto es cuentista, no novelador, y su curiosidad antropológica es ajena al nacionalismo. Livio reescribe el pasado de Roma con pedagogía en clave del presente.
Así lo utilizó Maquiavelo como pretexto para su visión política. Y me gustaría saber hasta que punto Larramendi, como buen jesuita, fue un moonshiner, redestilando al florentino con hierbas y bayas aromáticas del País Vasco.
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Amigo ALBATROS, sea usted muy bienvenido a este rincón de la Galaxia.
Pero vamos a ver: ¿es que nunca había visto usted ocas o gansos, anátidas de agua dulce?
Un saludo a ustedes, y disculpen el retraso.
Es uno de los riesgos, inevitables, en la Historia... que la escriben los historiadores, sujetos ellos a "las mil calamidades que son la herencia de la carne", entre las cuales se cuenta estar bajo el manto protector de una familia, generalmente rival de otra. O bajo el paraguas de una ideología, una fe o un simple "lo-digo-yo-y-basta". Los historiadores de los Claudios ponían a parir a los Julios y viceversa. Así no hay manera, o es la única manera.
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