La Vanguardia, 6-11-2021 |
Y tanto:
«Encuentran en Italia uno de los primeros libros impresos con palabras en euskera»
El vascuence, desde que es ‘lengua propia’, nunca deja de sorprendernos, y el notición lo confirma. Hace poco salía en La Vanguardia (6 de noviembre), a nombre de un Ander Goyoaga, con lujo de detalles a cuál más grotesco:
Los términos han aparecido [sic] en la principal obra del historiador y humanista siciliano Lucio Marineo Sículo, de finales del XV y principios del XVI. Al margen [sic] de las inscripciones en estelas y los manuscritos medievales, sería el testimonio escrito [sic, por impreso] más antiguo de la lengua vasca.
Y para demostración... esa foto.
Mamma mia, pero si esta cara la conozco!... Efectivamente, desde hace ni recuerdo cuantos años esa misma página es de libre acceso, junto con la 0bra entera en facsímil y otras más del mismo humanista, omnipresente en bibliotecas de la Red.
Al contrastar la noticia que me impactó en La Vanguardia, luego vi que ya había aparecido la víspera en la prensa vasca. Lo veremos al final, y vamos por orden. ¿Quién fue Marineo Sículo?
Un siciliano, obviamente, aunque sin oxímoron se puede llamarle español. Y eso por dos razones. La primera, porque como él mismo afirmó de forma contundente, España ya existía en su tiempo y eso lo sabía toda Europa: la España de los Reyes Católicos y de Carlos V, aunque historiadores de hoy como José Álvarez Junco empeñen su palabra en contrario, según podemos leerle y oírle aquí mismo (‘La redondeza del mundo’, 30-08-2020). La segunda razón para reconocerle la españolidad al Sículo es que él mismo se la toma cuando entre las cosas de España habla de «nuestra lengua», y el adjetivo nuestro se declina en sus varias formas latinas, una y otra vez, de pluma y boca de este extranjero naturalizado español, como tantos otros, pero él con el derecho de haber nacido súbdito de la corona aragonesa.
Lucio Marineo Sículo (h. 1444-1536) – o Lucas de Marinis, su nombre verdadero– nació en Bizino (Vizzini), lugarón en el ángulo SE de Sicilia, a jornada y media de Catania y otro tanto de Siracusa. Según él, en un ambiente donde aprender a leer era algo así como hoy tomar la vacuna anti-covid: había negacionistas, y uno de ellos fue su padre.
Juzgar eso con criterio de hoy sería anacrónico. Todavía mediado el siglo XV mucha gente estaba de acuerdo, sin saberlo, con el mito socrático-egipcio de Teut y el rey Tamus (en el Fedro), acerca del sobrevalorado invento de la escritura en una cultura oral. Y sin desandar tantos siglos, yo mismo de muy niño alcancé a ver en el caserío vasco de Ayala donde me crié, y en otros del entorno, cómo leer y escribir entre adultos era más cosa de mujeres, que habían frecuentado la escuela mientras los chicos faltaban demasiado por ayudar en casa. Y así mi aña Antonia era letrada, mientras que su marido Juan, con apellido vasco de cinco o seis sílabas, según se mida, sólo firmaba en garabato las tres primeras. ¿Un analfabeto? Total, pero en modo alguno un hombre sin cultura.
Con todo, me cuesta creer a Lucas/Lucio cuando afirma que hasta los 25 años se conservó virgen analfabeto, y que sólo a esa edad, hacia 1469, aprendió a leer con la ayuda de Pieruccio, un sobrinito de cinco años, hijo de su hermana mayor Catalina. El que quiere alfabetizarse puede hacerlo como autodidacta, sin ser un Gauss, niño prodigio a los efectos. Para colmo –añade el sículo–, lo del chiquillo enseñándole las letras al grandullón fue la rechifla de la familia, pues el maestrillo muy en su papel ni siquiera omitía arrearle al discípulo algún palmetazo. La fábula, más allá de la anécdota, apunta más a un cambio de modelo educativo y un avance enorme de la lectura en Europa en sólo una generación, gracias a la imprenta (1450).
La edad de 25 años sería cuando Lucas, por fin (¿muerto el padre?), pudo entregarse al estudio de las letras latinas. Pero corra el auto mito de su sobrinito-dómine, una forma artera de vender cómo él mismo en brevísimo tiempo pasó del abecé a la erudición. Por testimonio de un discípulo algo lapa –el español Alfonso Segura– sabemos que en la misma Bizino natal su maestro contó con la complicidad del vicario don Federico (Federigo Manuello), que a hurtadillas del padre le inició en los misterios del latín y algo de griego, los dos pies para la andadura humanística que emprendió, primero en Catania (1475), luego en Palermo (1476-1478).
De allí hizo breve estancia en Roma (78-79), a escuchar al oráculo del momento, el paganizante Pomponio Leto. Conocer gente y darse a conocer. De Roma, como espaldarazo de humanista, regresó rebautizado Lucius Marineus. Siculus, obviamente. Lucius Marineus Siculus, como otro podía llamarse Forrest, Forrest Gump.
De vuelta en Palermo (1480-1484), se le ofrece la oportunidad de emigrar a España, arrimado al séquito de don Fadrique Enríquez de Velasco (h. 1450-1537), hijo del Almirante de Castilla. Su protección prometía, porque el hermano menor, Fernando Enríquez, tenía vara alta en la Universidad de Salamanca, y por otra parte los Enríquez eran parientes cercanos del rey Fernando el Católico.
Desde Medina de Rioseco, feudo del Almirante y de su hijo, camino de Salamanca, en Benavente el siciliano se detuvo a saludar al Conde del lugar, Rodrigo de Pimentel, otro grande de España y del clan de los Enríquez. Invitado a comer, pagó el convite improvisando en latín unos versos al palacio del magnate, y no hizo falta más para interesarle en un proyecto literario de Laudes Hispaniae. Un género ya gastado, pero que el erudito sabría actualizar para munición de propaganda genealógica y política. Total, que su hospedaje en casa del Conde se alargó hasta el verano de 1485, cuando con vistas al próximo curso decidió proseguir viaje a Salamanca, a presentar su carta de recomendación a don Fernando Enríquez.
Por de pronto, el disponible Lucio Marineo se vio encargado no de una cátedra sino de dos, Poética y Oratoria. Una cualquiera de ellas, doblado el pago y sin la otra, le habría hecho más feliz, y más holgado su proyecto de Laudes con menos maitines.
Pero en fin, ya era profesor, ¡y en Salamanca! Para el bueno de Segura, por fin despuntaba el alba de la cultura para España («tota Hispania iam tandem incipit splendescere»). Disparate, pensaban otros. Antonio de Nebrija por ejemplo, coetáneo riguroso de Marineo, y ahora colega salmantino a la fuerza, también con dos cátedras a cuestas, Gramática y Poética. Nebrija no veía necesidad alguna de importar italianos juntaletras de relumbrón, con más labia que sustancia, vendedores de prosa y verso a precio de oro en latín pasable a los aristócratas papanatas. Desde el principio se llevaron fatal, con piques a menudo pueriles, achaque común entre humanistas. El siciliano era partidario de «menos reglas y más letras», en crítica velada a Nebrija y sus vendidísimas Gramáticas. Era tocarle al andaluz en las niñas de los ojos y la peor ofensa, sobre todo si estaba algo bebido.
Pero tanto Marineo como el propio Nebrija y demás colegas de toda tendencia coincidían en apreciar el poder de la retórica en la gran operación política de entonces: la propaganda de estado.
Tras un magisterio salmantino de 12 años, el sículo fue llamado a la corte de los Reyes Católicos. Isabel se sirvió de él como educador de sus cortesanos (ellos y ellas) y también le hizo capellán de corte. Porque, para gozar de beneficios eclesiásticos, hacia 1500 el humanista empieza a pensar en hacerse clérigo y recibir órdenes, aunque sin prisa por llegar al sacerdocio. Al rey Fernando le interesaba en especial su don para la propaganda inteligente, que él demostró como cronista regio, sobre todo de Aragón.
En este campo de la cronística y la historiografía política, Marineo tenía competidores capaces y bien pagados; de modo que, aprovechando su buena senectud, antes de que fuese demasiado tarde se propuso poner a punto su obra definitiva. Y lo hizo terminando por donde empezó: un manual sobre España, que hiciera olvidar para siempre sus Loas de España.
Las Laudes Hispaniae (Burgos, 1496) –una declamatio de humanista pedantesco para epatar con retórica halagüeña a los bárbaros españoles–, en una generación había envejecido mal, y hoy no tiene más mérito que su vitola de incunable. Muy bien impreso, por cierto. El plan no era malo; el desarrollo en cambio, muy mejorable. Su autor era entonces un maestro de latines que conocía España sólo por los clásicos que hablaron de ella en prosa o en verso. Tras la dedicatoria adulona a su protector D. Rodrigo de Pimentel, Conde de Benavente, el libro I sobre la situación de España se abre con un ‘homenaje’ al famoso comienzo de la Corografía de Pomponio Mela («Orbis situm dicere aggredior, impeditum opus» , etc.), sustituyendo el Orbe por España en atrevida sinécdoque. Y así lo demás. Por ejemplo, el apartado sobre Los peces de España, donde reconoce que el gasto se lo hace Estrabón, de pronto con un «leemos además», mete lo del pulpo gigante de Carteya (Cádiz), según Plinio. Y pasando de lo gigante a lo enano habla del pequeño pez rémora que detiene las naves, y aquí entra Lucano con una tirada de la Farsalia puesta en prosa, para finalmente explayarse el autor con los delfines, sus aptitudes musicales y su pederastia, en digresión desmesurada que él mismo reconoce.
Las Cosas memorables de España no es una ‘segunda edición corregida y aumentada’ de las Loas. Es otra obra distinta; o si se quiere, la misma obra, pero bien hecha y bien titulada. El autor sigue siendo Marineo, Lucio Marineo Sículo; pero otro Lucio que ya conoce en directo España porque se la ha pateado. Propaganda siempre, pero más sustanciosa, informativa y en lo posible amena; o sea, más inteligente. En el título, la referencia clásica a los memorabilia (lo de recordar) viene a decir, que quien lea y asimile lo leído puede estar seguro de que tiene idea de lo que es España, y puede hablar y discutir de España, de lo español y de los españoles con cualquiera, con conocimiento de causa. Al mismísimo emperador Carlos y a su señora, esta lectura no les vendrá mal – se atreve a decirles. Si el autor no puede excusar lo tópico, so pena de pasar por inculto, lo adorna con hallazgos suyos personales, notas y recuerdos de sus viajes, como capellán de una corte castellana nómada, y como curioso que aprovecha la itinerancia para visitar por su cuenta lo que le gusta.
El índice alfabético de la edición latina contiene una llamada notable: Hispania caput Orbis (ibidem, fo. i). La misma se repite al margen, en el artículo sobre la Situación y Forma de España, donde dice:
«Muchos geógrafos quisieron que España es la cabeza del Orbe. Así Plinio al describir Europa dice que España es en ella el primer país; y en otro lugar divide el Orbe universo en tres partes, Europa, Asia y África, empezando por el poniente y el golfo de Cádiz. Aunque, en verdad, que España sea el principium, o el finis terrae, nada importa. Conque, dejando estar esa cuestión», etc.
Llama la atención que en la edición en castellano –¡que ya en aquel siglo se distinguía de su hermana mayor latina por omitir el índice alfabético!– falta la llamada marginal junto al texto:
«Muchos de los que han escrito quieren que España sea la cabeza y principio del mundo. El Plinio, describiendo a Europa, dice de esta manera: En ella está España, que es la primera de las tierras; y el mismo dice en otra parte: Toda la redondez de la Tierra se divide en tres partes, Europa, Asia y África; y comienza del poniente y del mar de Cáliz (sic). Más a la verdad, poco le va a España que sea el pricipio o el cabo de la tierra», etc.
Este toque de moderación tuvo sobrados motivos de prudencia política, de cara a la Europa recelosa de 1530, año de la coronación de Carlos por el papa Clemente VII como Emperador del Sacro Imperio (Bolonia, 24 de febrero), convertido así oficialmente en el hombre más poderoso de la cristiandad. En todo caso, el párrafo de Marineo evoca (y se echa de menos en el libro) uno de aquellos mapas antropomorfos que empezaban a plasmarse y que se ponen en circulación cuando convino a la propaganda Habsburgo. Recordemos la plancha de Johann Putsch, ‘Europa Prima Pars Terrae’ (1537), todavía en tiempo de Carlos emperador y de su hermano Fernando I rey de Romanos y rey de Bohemia y Hungría, donde Hispania es la ‘Cabeza de Europa’, y por ende Cabeza del Mundo.
Las cosas memorables no es una obra equilibrada. El objetivo de propaganda impone tiradas descomunales, sobre todo en Historia de la Corona de Aragón, refrito de lo que Marineo tenía compilado y publicado a mayor gloria de Fernando el Católico. Tiradas que contrastan con el laconismo sobre cosas de actualidad tan importantes como la gesta americana, poco más que un apéndice de la conquista de Canarias:
«Habiendo los Príncipes Católicos sojuzgado a Canaria…, enviaron a Pedro Colón con treinta y cinco naos (sic) que dicen caravelas y con gran número de gente a otras islas mucho mayores que tienen minas de oro, no tanto por causa del oro (lo cual en ellas se saca mucho y muy bueno) cuanto por la salvación y remedio de las ánimas que en aquellas partes estaban. El cual como navegase casi 60 días vinieron finalmente a tierras muy apartadas de la nuestra. en las cuales, todos los que de allí vienen afirman que hay Antípodas… debajo de nuestro hemisferio, y que hay regiones de tanta grandeza, que más parecen tierra firma que islas. Y porque de estas islas muchos han escrito muchas cosas…, no hay necesidad de que yo escriba.
Sólo una cosa memorable diré, que según creo todos los demás han omitido: en una región que vulgarmente se llama Tierra Firme, de donde era obispo fray Juan de Quevedo, de la orden de San Francisco, «unos que excavaban en las minas a sacar oro» hallaron « una moneda sellada con el nombre e imagen de César Augusto».
Moraleja: «A los navegantes que en nuestro tiempo se jactan de haber descubierto las Indias y ser los primeros que navegaron allá, este hallazgo les quitó esa gloria y fama, pues por aquella moneda consta que ya los romanos mucho antes llegaron a las Indias.»
Este desdichado capítulo, «De otras islas apartadas de nuestro hemisferio, llamadas las Indias», es de lo más desconcertado. El descubrimiento y primera conquista de América se despacha en 15/20 líneas, incluida la trufa grotesca de la monedita. Conceder a la empresa de Indias casi tanto espacio como el dedicado a la lengua vascongada, pone en evidencia a un hombre de criterio voluble.
Unas cosas con otras, el resultado es un libro todavía hoy aceptablemente sabroso. Un libro que ya entonces se anunció como artículo de regalo. De hecho, el propio autor así lo presenta, reproduciendo un cruce suyo de cartas con Baltasar Castiglione.
En octubre de 1525, estando Carlos V en Toledo, llegó el humanista y diplomático a presentarle sus credenciales de orador o legado papal para España, y deseoso de conocer el país se dirige a Lucio Marineo con un cuestionario de dudas. Éste le responde enviándole como anticipo copia manuscrita de la obra nueva que tenía entre manos. Castiglione le da las gracias por el regalo tan estupendo, con las respuestas a todas sus preguntas y muchísimo más, una verdadera enciclopedia y guía de España.
Micer Baldassarre no tuvo su ejemplar del nuevo libro porque en febrero de 1529 pasó a mejor vida, precisamente en Toledo, con gran disgusto de Carlos que le acababa de dar la mitra de Ávila, y no menor disgusto propio de no llegar a poseerla y gozarla. Porque, como Lucio Marineo, también el autor de El Cortesano, al enviudar en 1520 corto de sueldos tiró por el clericato, un valor seguro.
La obra salió por primera vez en 1530 del taller de Miguel de Guía, o de Eguía, impresor navarro establecido en Alcalá de Henares. Para mayor difusión, se tiró en edición doble, latina y romance, las dos con el escudo imperial de Carlos V en portada, y con una particularidad tipográfica: la edición latina lleva el texto en letra redonda, al gusto humanista, y la romance castellana en gótica tradicional, que a nuestro gusto le sabe arcaica, pero que en Alemania se mantendrá desde Gutenberg hasta el siglo XX.
Bien, ¿y lo del vascuence?
Pues lo del vascuence en la obra de Marineo, sin rebajarlo a obiter dictum, porque el autor lo encaja en una teoría sobre si fue la lengua primitiva de toda España, tampoco es mucho más que otros adornos que el humanista introdujo para hacerse novedoso y ameno. Siempre será importante, para cualquier lengua, cuándo se puso en letras del molde. En este sentido no cabe duda, Bernat Dechepare hizo bien en titular su libro Linguae Vasconum primitiae (Burdeos, 1545), y no lo habría cambiado de haber sabido que quince años antes alguien había impreso y publicado una muestra de voces vascas con sus equivalentes en latín y romance. Esto no tiene nada que ver con «sacar el vascuence a la calle y al mundo», como dice y hace el mosén, haciéndole hablar en público a través de la letra impresa.
El libro IV de la obra de Marineo se cierra con el capítulo «de la lengua de los antiguos españoles», los anteriores al latín de Romanos y Cartagineses. Cuestión especulativa, en que algunos se decantan por «la lengua que ahora usan los vascos y cántabros». En el siglo XVI, los ‘vascos’ por antonomasia eran los vascohablantes al norte del Pirineo, la ‘tierra de vascos’, pero la denominación se extendía por igual a los vasco-navarros, mientras que los de las Provincias Vascongadas se tenían por ‘cántabros’, confinantes con la parte oriental de las Asturias. Dicha conjetura se apoyaba en un supuesto indiscutible e indiscutido, por más que contrariaba la evidencia:
«Vascos y cántabros, en tantos siglo y mudanzas de tiempos, jamás mudaron su lengua, costumbres y aseo corporal»; y eso porque «mientras en las demás partes de España, con la inmigración de gentes se mudó y corrompió el habla, entre los vascos y cántabros se mantuvo el idioma sin mudanza alguna, como lo indica el cuasi aislamiento de aquellas regiones y su ningún trato o comercio con extranjeros: las dos cosas que, como hemos dicho, más suelen mudar la lengua junto con las costumbres. De hecho en España las únicas especies de hombres (sic) indígenas puros, sin participación de gente extraña, son cuatro: gallegos, cántabros, vascos y montañese asturianos. Con ellos, ni griegos, ni judíos, cartagineses o romanos ni otras gentes extranjeras tuvieron comercio. ¿Cómo así? Cabe suponer, si no me equivoco, que porque los habitantes de esas regiones siempre fueron muy guerreros, y los generales que cantaron victoria sobre estas regiones (si es que los hubo), no aguantaron quedarse mucho en ellas, por la aspereza de los lugares o de las costumbres de aquella gente indómita.»
Aquí al autor le invade la sospecha fundada de que el lector no le está siguiendo en su exploración imaginaria a los orígenes. De origine Hispani sermonis, a la letra significa ‘el origen del habla española’; pero al espíritu, debe traducirse ‘la lengua original de los españoles’, el vascuence: «Si nuestra opinión al respecto a algunos lectores les parece oscura y no tan probable, con un caso real de lo más parecido se vuelve la pura verdad.»
Y va y pone el ejemplo de los moros de Granada:
«En el reino de Granada vemos cómo los pueblos de aquella gente bárbara sometidos bajo los Reyes Católicos, por la costumbre y trato con cristianos ya todos han aprendido nuestra lengua que en vulgar llamamos castellana, y han olvidado o casi la suya propia, vernácula y nativa. En cambio, los que habitan los montes ásperos e inaccesibles que dicen las Alpujarras, esos siguen con sus costumbres y lengua.
Dicho esto, ya nadie debería extrañarse de que lo mismo aconteció con los cántabros y vascos que en las batallas y tumultos de España se retiraron a regiones no bien conocidas por su aspereza. A propósito, de una cosa estoy sinceramente convencido: aquel idioma antiguo de los españoles, que ha permanecido entero e incorrupto casi hasta nuestra época, últimamente también entre los cántabros se ha deformado mucho por el trato ya generalizado con naciones extranjeras.»
Por favor, que nadie se me sonría si en última frase yo entiendo la confidencia de micer Lucio como sugiriendo al rey Carlos I la necesidad de crear, pero ya, una Real Academia de la Lengua Vasca, para la limpia-fija y preservación de la reliquia más auténtica de la esencia de España. ¡Y que un hombre así no tenga estatuas, plazas y calles, parques, centros culturales a su nombre en todas las capitales vascas (proh dolor), ciega ingratitud!
De la edición castellana de Las cosas memorables de España
Marineo, buen pedagogo, cierra su artículo y teoría con un toque experimental:
« Para terminar, sólo nos falta una ligerísima degustación, siquiera a borde de labios (como dicen), de aquella lengua española.»
Y este es su catering:
1. Formación del plural. «En la mayoría de las palabras de dicha lengua el número singular termina en -a, y el plural en -ac: como lurra, ‘tierra’ en singular, y lurrac, ‘tierras’ en plural.»
2. Origen de la lengua. «Hay quienes opinan que este género de habla no se importó de otra parte, sino que es propio de los indígenas; dicho de otro modo, los españoles no lo aprendieron de gentes advenedizas, sino de la naturaleza.»
3. Vocabulario. «De esta habla nos ha venido en gana poner algunos ejemplos»:
[Pongo sólo los conceptos, sin sus equivalencias y reducidos a mejor orden lógico]
3.1: Nombres: cielo, sol, luna, estrella, nube, tierra, río, fuego, cuerpo
hombre, marido, mujer, hijo, hija, padre, madre, hermano, hermana
pan, vino, carne pescado
casa, población, cama, camisa
3.2: Adjetivos: blanco, negro, rojo, hermoso, viejo
3.3. Verbos:
3.3.1. En infinitivo: comer, amar
3.3.2. En Indicativo: bebo, duermo, veo, corro, leo
3.4. Numerales: dígitos, decenas, centena
Y por último, la noticia
La noticia, refundida de diferentes medios vascos, es que en septiembre pasado el Sr. Aritz Otazua, responsable de la editorial navarra Mintzoa y curioso de rarezas vascas, recibió de París aviso de haber aparecido en el sur de Italia, en poder de un particular, un ejemplar venal de la obra de Marineo Sículo en la versión latina. Otazua adquirió el ejemplar e hizo presentación del mismo, que finalmente pasó a poder de otro particular.
Entre la presentación y las informaciones de agencia, por lo publicado en la prensa se ve que cada corresponsal pilló la cosa por donde pudo, de modo que, como en la parábola de los ciegos y el elefante, el hallazgo quedó definido como un paredón como un columna, todo él en forma de serpiente a modo de gran abanico oscilante, del calibre de una maroma. Y si a esto se juntan los comentarios de lectores peleones sabihondos, un gran montón de excrementos es todo lo que queda del paquidermo.
Editorial Mintzoa |
«La pregunta es... ¿Cómo llegó un cronista siciliano a aprender y plasmar luego en un libro palabras y expresiones en euskera?... ¿Habría alguien que en 1533, una vez conquistada Navarra, supiera euskera y trabajase en las cortes castellanas? Es la pregunta del millón. Será muy complicado saber quién le ha dado esa información, porque se la ha dado alguien que lo hablaba», reflexionaba Otazu. El responsable editorial comentaba que esta edición pone de manifiesto el prestigio del que ha gozado el euskera durante años, ya que es el único idioma que aparece en este ejemplar y, además, lo nombran como el veterum (el más veterano). «Esto lo pone en valor como patrimonio cultural y no como un arma política», apunta. «Una vez conquistado Navarra, el idioma se conocía y era de prestigio. Si no, no aparecería en el libro».
Aquí lo dejo, mientras me preparo una tila doble con ginebra. ¿¡La pregunta del millón: si la conquista de Navarra dejó euscaldún para muestra, laico o clérigo, capaz de prestar servicio en el Estado o en la Iglesia a cualquier nivel!?... Conquistada Navarra, ¡el idioma vasco seguía conociéndose, no me diga...! ¡¡Y encima conservaba su prestigio!! ... Pero entonces, ¿qué clase de conquista fue aquella, que mantuvo el Consejo Real navarro, le puso como presidente a un tipo como Fortún García de Ercilla, euscaldún y padre del poeta de La Araucana, y toleró en la Navarra del vascuence, al que le diera la gana, seguir ‘viviendo en eusquera’ con si tal cosa?... Ya digo, y me perdone Aritz Otazu, que algo de culpa del embrollo recae sobre quien tal dice, o tal se deja entender.
Vuelvo, pues, a mi principio, a la versión de la noticia en La Vanguardia. Que pique la pequeña prensa vasca, entusiastas y a veces txotxolos de lo nuestro, se comprende y en parte se disculpa. Pero, ¿La Vanguardia?... Ahora caigo: Goyoaga lo tenía reservado como broma para el día de los Inocentes, y por distracción suya o ajena se adelantó como bulo al 6 de noviembre, una fecha de rigurosa formalidad. Durante muchos años ese día ha sido la fiesta de un beato vizcaíno que hoy es san Valentín de Berriochoa, obispo y mártir, santo copatrón de Vizcaya, celebrado ahora el 4 de julio. Sea como fuere, ha sido buena ocasión para darle un repaso al humanista Lucca/Lucius, Lucius Marineus Siculus, a su libro nunca perdido y por fin hallado, y a su vieja primicia de la lengua vascongada o española.