miércoles, 30 de diciembre de 2020

La Gran Conjunción

        In diebus illis …  

Foto cortesía de Marian Martínez de la Torre

En los días aquellos, nuestra vieja casona de pueblo tenía una ventana en condiciones para montar en ella un pequeño observatorio astronómico. 

En aquellos días, las aldeas del Valle en el Alto Ebro vivían a  merced de la luna y el cielo estrellado sus noches seculares, donde raras bombillas famélicas, mamando del fluido segregado por centralitas  hidráulicas adosadas a los molinos en uso, competían en desventaja con las luciérnagas. 

Bajo atmósfera serena, el circuito de montes era como tubo de telescopio, y el efecto-valle ofrecía en invierno una transparencia que invitaba a la contemplación de la bóveda celeste. Al principio me bastaba con unos prismáticos, luego fui pensando en algo de más empeño… ¿Qué tal un telescopio?

Corría la década de los 80, ¡y cómo corría! Fue por entonces cuando el desarrollo alcanzó también a aquellos pueblos del olvido, y las excavadoras abrían en canal las callejas sin asfalto para la doble mejora de saneamientos y fuerza eléctrica. Aunque ésta siguió más su ruta aérea de siempre, a base de postes y de poner perdidas las fachadas con el cableado y registros. 

Aquello no pintaba bien para una carrera de astrónomo aficionado. De momento Iberduero se cebaba en las casas y los chalets. Y aunque su obra apuntaba al alumbrado público, tal vez podría tardar años. 

A todo esto, empezaban a divulgarse las calculadoras programables, y con ellas los programitas para cómputos celestes. Adiós a las tablas de logaritmos y demás zarandajas, así daba gusto.  

Bien aconsejado, empecé por un telescopio de lo más sencillo y económico. Si la cosa funcionaba, ya tenía echado el ojo a un equipo prometedor, motorizado e informatizado pero portátil, que para las ocasiones se dejara llevar en media hora desde el  valle a los altos, bajo una bóveda celeste completa y limpia. 

A esta mejora y dispendio no hubo lugar. Apenas dos semanas desempaquetado y puesto a punto mi primer anteojo, a mi valle le dio por estrenar iluminación nocturna a todo fasto y pasto... «Y la luz fue».  Sublime.

¿Y qué es lo sublime?


Digresión sobre lo sublime

Longino, en su tratado De lo sublime, incluye esta expresión bíblica del Génesis entre las sublimidades literarias: Y la luz fue. El pasaje ha levantado sospechas, y no es para menos. En pleno comentario homérico sobre Neptuno y las naves aqueas, y luego sobre Áyax cuando blasfema por el contratiempo de la niebla («padre Zeus, mátanos, pero que sea con luz y taquígrafos»; Ilíada, 17: 645-647), va y mecha este parrafúnculo (9, 9):

«Así también el legislador de los judíos, no un cualquiera, tras haberse hecho una idea digna del poder de Dios, la expresó escribiendo luego En el Principio de las Leyes: “Dijo Dios..., ¿qué dijo?: ‘¡Haya luz’, y la hubo; ‘Haya tierra’, y la hubo”. 

¿Interpolación judía? Pues señor, respóndase usted mismo. Presentar a Moisés ante un público griego selecto como escritor «no del montón» (οὐχ ὁ τυχὼν ἀνήρ),  sin atreverse a nombrarlo; decir de su obra, el Génesis, «En el Principio de las Leyes» (εἰσβολῇ τῶν νόμων) –clavadito el título hebreo, Bereshit  de la Torah–, tiene toda la pinta de ‘judiada’, en el buen sentido. Sea quien quiera el tal Longino o Dionisio interpolado, en esto no estoy de acuerdo y se lo digo francamente al interpolador, por mi experiencia. Hacerse la luz así, de pronto, en una aldea del Alto Ebro cuando estrenas telescopio, puede resultar más deslumbrante y más frustrante que lo que se dice sublime.

Estaba este astrónomo en cierne en su spècola, asestando el canuto a no recuerdo qué objeto astral recomendado en el almanaque, cuando de pronto y sin aviso un destello potentísimo me cegó. No era una sola, ¡qué va!: dos potentes farolas habían venido para quedarse montando guardia nocturna donde menos falta me hacían. 

Así que et factum est ita. Dicho en ‘vehicular’ (antes vernáculo): «y así fue». No de la noche a la mañana, como en la Biblia, sino según la ‘economía de los tiempos’, que ésa la marcaba la Compañía. No la de Jesús, sino la compañía eléctrica. O sea, la misma compañía por otros medios, como maliciaba entonces la gente mayor. Los Jesuitas eran los dueños de España: ferrocarriles, eléctricas, navieras, telefónicas, todo era suyo.

Mi pequeño telescopio allí sigue, en su trípode cubierto por un lienzo. Alguna vez me da por montarlo, más que de noche en pleno día con el prisma de Amici, y siempre con la coartada erasmiana:

Quod supra nos, quid ad nos? 

Lo que nos supera, ¿qué nos va?


Este recuerdo me viene a propósito de la Gran Conjunción Júpiter-Saturno que culminó el 21 de diciembre, no vista donde más quisiera, por caer fuera de mi perímetro pandémico. Buen pretexto para meditar sobre lo que los astros y su ciencia han ofrecido a la curiosidad humana.

De la Gran Conjunción en sí no me queda mucho por decir. La contemplé la misma tarde, 21 de diciembre de 2020 en Bilbao, entre las 19 y las 20 horas con buen cielo y unos prismáticos, siguiendo a la feliz pareja hasta su ocaso por las Encartaciones.

 Ya en marzo pasado, al principio de la Covid-19 entre nosotros, inicié una serie de Lecturas en Cuarentena con el título Donde dice ‘Turco’..., sobre almanaques y pronósticos astrológicos de altos vuelos. Allí puse un apartado final sobre los Triángulos y grandes Conjunciones de los planetas mayores, Júpiter y Saturno, según los últimos maestros de la Astrología judiciaria. No sería prudente de mi parte abundar en un tema donde sólo me queda tocar fondo y poner en dique seco mi ignorancia. 

Tengo en cambio un pretexto para hojear los tomos del  viejo Thorndike. Su Historia de la Magia y de la Ciencia Experimental nos devuelve a una etapa cultural superada hace siglos. Pero al repasarla vemos cómo aquella vivencia mágica del mundo todavía alienta entre nosotros, y alentará mientras quede vestigio de raza humana. Una historia muy bien contada de las peripecias de la razón para separar Ciencia de pseudociencia, emparejadas bajo diferentes nombres: Astronomía/Astrología, Química/Alquimia, y en general Física/Magia Natural. 

Lo más sorprendente, lo paradójico, es cómo nos hemos agarrado a trastos viejos, sólo porque la abuela los usaba o les tenía cariño. Incluso a hombres de ciencia les ha costado soltar lastre de viejos prejuicios. Lo malo conocido, frente a lo bueno por conocer. Además, hasta época muy reciente el descubrimiento científico ha ido muy por delante del desarrollo técnico para explotarlo. Eran visiones de futuro, y eso no es para todos. Y menos para políticos.

Yo no sé si Michael Faraday tuvo visión de futuro, o lo suyo fue sentido del humor, pero ahí va la anécdota, contrastadamente apócrifa aunque rigurosamente probable y recuperable, eso creo. 

Cierto día se presentó en el laboratorio de Faraday Sir William Gladstone, a curiosear los chismes de aquel hombre modesto convertido en celebridad, y se hizo dar unas demostraciones sencillas: cómo la corriente eléctrica engañaba a la brújula, y esas cosas.

El político vio y escuchó atentamente sin decir palabra, un tanto perplejo ante aquellas niñerías. Sólo cuando el científico le dirigió la mirada como aguardando alguna pregunta despegó los labios:

– Con que electro… oh yes, electro-magnetismo. Y bien, Mr. Faraday, ¿todo esto puede algún día servir para algo?

Gladstone era Canciller del Exchequer --equivalente a ministro de Hacienda y Finanzas–, y en ese sentido la respuesta del sabio fue genial:

– Señor, podéis estar seguro, más pronto que tarde el  electromagnetismo rendirá impuestos al Tesoro de S. G. Majestad

Una utilidad nada científica, a decir verdad. Y es que, en efecto, la parte aplicada de cada nueva ciencia siempre consistíó mayormente en utilidades paracientíficas o mágicas, como lo es engrosar el fisco. De la más antigua de las ciencias físicas exactas, la Astronomía, brotó como rama aplicada la Astrología, útil para dar de comer a los astrólogos.


El Tetrabiblo, o Los Pronósticos de Tolomeo

Gracias, Alamy, por apropiarte lo que es de todos


En toda la Edad Media, la ciencia astral Astronomía/Astrología estuvo representada por dos obras de un mismo autor,
Claudio Tolomeo. El último de los grandes astrónomos de la Antigüedad floreció en Egipto a mediados del siglo II de nuestra era. Eso, y que tuvo un hermano llamado Siro, es todo lo que se sabe del sabio más importante en la cosmología medieval. 

Tan importante es Tolomeo, que el paso de la Edad Media a la Modernidad vino marcado por la derrota de su modelo astronómico por otro nuevo. Sí, también lo de «el papel, la brújula y la imprenta», la caída de Constantinopla y el descubrimiento de América, etc. etc., que me enseñaron en la escuela. Todo eso trajo una Edad Moderna. Pero muy por encima de todo ello, y más que la caída de Constantinopla ante el invasor Turco, la caída de Claudio Tolomeo ante el revolucionario Nicolás Copérnico (1473-1543), eso trajo la modernidad. O en términos deportivos, el paso de la antorcha olímpica de la mano del egipcio a la del polaco. El sistema moderno heliocéntrico, centrado en el sol para nuestro sistema planetario como región infinitesimal del Universo, se impuso contra viento y marea teólogo-bíblica, como lo real se impone a la fantasía.

De las dos grandes obras de Tolomeo, la ‘teórica’ o astronómica pura es la Sintaxis matemática, que podría traducirse como Modelo matemático del mundo. Obra máxima, , μέγιστον en griego, que a los  los árabes les sonó a magesto. Con que el Almagesto

La otra obra, digamos, ‘aplicada’ tuvo diferentes nombres: Tetrabiblo, porque eran ‘Cuatro libros’, y Pronósticos, porque esa fue la aplicación y empleo de la obra: pronosticar lo futuro. Ahora bien, en época grecorromana tardía los pronosticadores o adivinos se decían matemáticos. Así otro nombre de la obra, Tratado matemático, tal vez no quiso decir lo que hoy se entiende.

Del Almagesto, lo más importante son la tablas astronómicas con las posiciones de los astros calculadas con  exactitud sorprendente de hasta cuatro o cinco cifras decimales exactas, tomando como unidad el grado de círculo. Una hazaña, aunque Tolomeo también aprovechó trabajo ajeno. 

Tanta precisión matemática, comprobada y contrastada por expertos durante 1.500 años, fundó la fama científica de la obra y de su autor. El cual en el mismo lote metió errores de bulto, empezando por la idea de una Tierra fija como centro del universo, envuelta en ciclos concéntricos para uso del sol, la luna y los planetas, todo ello dentro de la gran esfera de las estrellas fijas. 

Ahora bien, la idea de un sistema planetario centrado en la Tierra era peccata minuta,  al lado de las ideas compartidas por Tolomeo con muchos filósofos, sobre la naturaleza inmutable y cuasi divina de los planetas y demás astros, con influencia directa sobre el mundo sublunar que habitamos. Tanta matemática se puso así al servicio del interés, tan humano, por los efectos del influjo astral en nuestro mundo de aquí abajo, y de modo especial el pronóstico de lo por venir. Este es el tema del Tetrabiblo.

En el prólogo de esta obra, el autor se dirige a su hermano Siro y empieza explicando cómo hay dos ciencias de los astros, diferentes según la calidad de sus ‘pronósticos’: La Astronomía, como ciencia exacta pura que predice con certidumbre matemática las posiciones de los cuerpos celestes y los fenómenos derivados de ellas: conjunciones, oposiciones, triángulos, eclipses y demás. Esa ciencia da lugar a otra, la Astrología, ciencia aplicada y útil, aunque sus pronósticos son conjeturales, como basados en los influjos de los astros en este mundo sublunar, tan mudable y mal sujeto a ley matemática. 

A este respecto, el buen Tolomeo con honradez se plantea si tal ciencia astrológica existe, si ese conocimiento es aceptable, y hasta dónde alcanza. Y aquí el sabio entra con pie ambiguo: 

«Para todos es evidente y breve de demostrar cierta fuerza que desde la naturaleza etérea y eterna se transmite y difunde a todo el contorno terrestre, sujeto en todo a mudanza...»  

Mal empezamos. La opinión común como autoridad inapelable, ni siquiera con ínfulas de evidencia es de recibo. Y si por otra parte tan fácil es la demostración, este era el lugar para ofrecerla. 

Ahora bien, el Almagesto, la obra 'científica' del mismo Tolomeo, ¿no tiene un comienzo parecido?: 

«En términos generales habría que asumir esto: que el Cielo es un esferoide, y como tal se mueve; y que la Tierra en su figura es también sensiblemente esferoide, tomada en conjunto. Por su posición, está fija en medio de todo el cielo, a modo de centro: un centro puntual, dada la relación de su tamaño y distancia de la esfera de las estrellas fijas, y que no se desplaza.»  

Un parecido sí que hay: los dos exordios parten de enunciados o premisas falsas. Sin embargo, salta a la vista una diferencia sutil en el modo de proponer esto y aquello. Cierto que lo de «la Tierra fija como centro de giro de un Cielo esférico» era (y sigue siendo) una ‘evidencia’ común. Cierto también que si comparamos esa ‘evidencia’ enunciada en el Almagesto, con la de «la influencia de los planetas y estrellas sobre los elementos y objetos de aquí abajo», como afirma el Tetrabiblo, lleva ventaja la primera. Y sin embargo, el Almagesto no apela a testigos, sino que propone postulados para un modelo geométrico del Mundo. Un modelo que ‘funcionó’ para la humanidad quince siglos, se dice pronto, hasta que otro modelo mejor lo desbancó.

La justificación ‘científica’ de Tolomeo para la Astrología es inevitablemente floja, por no decir tramposa. En ciencia, se sabe o no se sabe, e incluso el saber conjetural se mide en probabilidad sobre bases científicamente probadas. Es curiosa la insistencia de Tolomeo en contraponer una Astronomía teórica pura a una Astrología aplicada y utilitaria. Como si la primera no tuviese aplicaciones legítimas –las geográficas–, y su mayor mérito fuese servir a la segunda, o mejor dicho, explotar los deseos y temores de la gente, potencial clientela. 

 Esto era como decirle Tolomeo a Siro: «Ya que los oráculos van de capa caída, mientras la demanda de pronósticos astrales va en auge, hermanito, pronostiquemos;  pero hagámoslo bien, científicamente, no al buen tuntún como otros.» Consejo implícito que seguirán los astrónomos-astrólogos hasta la Edad Moderna: Regiomontano, Copérnico, Brahe, Kepler, Galileo, Leibnitz, ¿Newton?… 

Así este ‘apéndice’ astrológico vino a ser la utilidad principal de la teórica astronomía, cuyas tablas ya no se limitaban a explicarnos cómo marcha el reloj del Universo, sino qué horas y tiempos va marcando para nosotros y qué noticias nos trae, buenas o malas, el Destino. 

Tocada de ala por la Revolución Científica, la Astrología seguirá dando de comer a mucha gente, y un buen pasar a los vendedores de almanaques. Como El Gran Piscator de Salamanca, que hizo medio rico al socarrón don Diego Torres de Villarroel (1693-1770), a despecho de sus colegas catedráticos de aquella Universidad. Cuya facultad de Medicina, por cierto, mantuvo cátedra de Astrología, porque tanto médicos como enfermos seguían creyendo en influjos astrales para la recolección de yerbas, preparación de electuarios y tiempos de aplicar medicina o cirugía. Que hoy se mantengan cátedras de Homeopatía y no se repongan las de Astrología no tiene sentido.


A todo esto, ¿qué pinta o traza tenía Tolomeo?

El Almagesto fue traducido del árabe al latín en la llamada Escuela de Traductores de  Toledo (ETT). Una academia virtual toledana anterior a la conquista de la ciudad por Alfonso VI (1085). Academia virtualmente mantenida por este rey y sucesores, reavivada y dirigida por Alfonso X el Sabio (rey: 1252-1284). La traducción se atribuye al italiano Gerardo de Cremona, virtual académico de la ETT en el siglo XII. 

«Tolomeo fue el sabio más distinguido de su tiempo. Sutil sobre todo en dos artes: Geometría y Astrología... Nació y se formó en Alejandría la Mayor, en Egipto, aunque de origen semita, de la provincia llamada Feuludia.» 

No busquemos a Feuludia en el mapa. El autor de la semblanza había leído u oído mal Claudio Tolomeo, y tomó el nombre Claudius > Feludius como gentilicio. Lo curioso es que lo copia la  portada:

Sigamos a nuestro Bertillón-Ollendorff:

«Este Tolomeo no fue ninguno de los reyes de Egipto así llamados, como creen algunos. Él se llamaba Tolomeo, como quien se llama Cosroes, o César. Fue de mediana estatura tirando a bajo, la tez blanca; de pasos largos con sus pies menudos. En la mejilla derecha tenía una marca roja. Barba cerrada y prieta. Los dientes de delante salidos y separados. La boca pequeña, de buen y dulce hablar. Muy irritable, le costaba serenarse. Muy de pasear y andar a caballo. Comía poco, ayunaba mucho y [aun así] le olía el aliento, pero vestía limpio. Se murió con 77 años cumplidos.» 

Se hace raro eso de comer poco, y sólo de vez en cuando, y tener halitosis. Esto da idea de lo que fue la transmisión de información por el cortypega sin previa lectura, mucho antes de la famosa tesis doctoral de Pedro Sánchez Castejón. Veamos, ¿de dónde salió la chuleta biográfica?

La propia chuleta lo indica, al principio:

«Cierto príncipe llamado Abulguafe, en su libro que tituló ‘Lo Selecto de las Ciencias y lo Hermoso en las Palabras’ dijo que este Tolomeo…», etc. 

Abulguafe o Albuguafe en castellanoide era Abu al-Wafa’. Pero no se trata aquí del gran matemático persa Abu-l- W. Buzyani (2ª mitad s. X), sino de Abu-l-W. al-Mubashir (s. XI), autor sirio de una colección de máximas a nombre de una lista de sabios, entre ellos nuestro Tolomeo. De todos ellos pone al principio un ‘retrato’, seguido de sus máximas a modo de ideario. Más que retratos, caricaturas, con no pocos trabalenguas que indican una historia azarosa de copiantes atolondrados.

Si algún lector con la pandemia anda sobrado de tiempo, le recomiendo me siga por este vericueto detectivesco, y se hará idea de las cuitas de los eruditos que manejan códices y libros antiguos.

Curiosamente, la citada ETT virtual tradujo el libro de Mubashir al castellano con el título ‘Bocados de Oro’, muy popular en la Baja Edad Media. Cuando salió impreso, el retrato verbal de Tolomeo decía así (ed. de Toledo, 1510) (fol. 35 v.):

Capítulo XVI de los dichos e castigamientos de Ptholomeo el sabio.

Ptholomeo fue un hombre muy entendido en las ciencias cuadriviales, y mayormente en la ciencia de la Astrología; e fizo muchos otros libros nobles, e el uno dellos es libro grande e complido, que es dicho Almaged. Y nasció en Alexandría La Mayor, que es en tierra de Egypto. E allí fizo sus reyes de abrojos [¿!],  e consideró en Rodes. E Tholomeo [no] fuera rey, como algunos cuidan, mas pusiéronle nombre Ptholomeo, como pusieron a otro César. E fue Ptholomeo de buen talle y de blanco color, e en la su mexilla havía una señal bermeja; e havía los dientes ralos e pequeña boca, e de buena palabra y mucha. E comía poco, e había buen color [sic, ¿por olor?], e finó de lxxviij años. 

¿Qué diantre quiere decir que Tolomeo, «allí hizo sus reyes de abrojos»? Muy sencillo: nada. Oscitancia pura.

–¿Osci qué?

Digresión sobre la oscitancia

En castellano tenemos una palabra de lo más gráfico que hay en todo el diccionario, pero malograda en su definición:

«Oscitancia. Inadvertencia que proviene de descuido.» 

Así, desde la 1ª edición (1737) hasta hoy. Muy mal. Los diccionarios de otras lenguas que también conocen la palabra más bien rara –oscitanza (ital.), oscitance (fran.), oscitance/oscitancy (ingl.)–, todos la definen por el latino oscitantia,  «aburrimiento que se traduce en bostezos». También nuestro Diccionario lo remite al latín oscitare, bostezar. ¿Por qué, entonces, no empieza la definición por ahí, por el aburrimiento oscitante o bostezante, que es el origen del descuido y la inadvertencia, y no al revés? 

Oscitancia se usa poco, y hoy casi siempre con ironía. En neolatino en cambio corría mucho la oscitantia clericorum sive copistarum, que te hacia imaginar unos scriptoria monásticos muy distintos del de El Nombre de la Rosa. Aquí, cada amanuense a lo suyo con recogimiento, pues el escritorio era como el coro, y de hecho la actividad amanuense se equiparaba a la coral y la cubría en parte:

« Severino nos explicó que los monjes que trabajaban en el scriptorium estaban dispensados de los oficios de tercia, sexta y nona, para no interrumpir su trabajo en las horas de luz, hasta la puesta de sol, cuando dejaban su tarea para asistir a las vísperas» 

El propio Umberto Eco, buen conocedor del oficio en las copisterías universitarias y conventuales, seguro que sonrió al ver ‘su’ película, pensando en un escenario iconoclasta a lo Monty Python: rasgueo de plumas sobre la carta o la vitela, entre toses en contrapunto de sonoros bostezos, todo el mundo mirando de reojo al reloj de candela, pendientes del toque de campana al refectorio. Lo mismo que en el coro.

Los ‘reyes de abrojos’ de Bocados de oro son producto de la oscitancia, con el tipógrafo siempre a la defensiva entre el copista y el corrector, a quién oscitaba más: el copista sin leer lo que escribía, el corrector sin hacer inteligible lo que leía. Y cuidado, que menos mal era eso, que se notaba, y no las temibles correcciones de listillo hechas de memoria. El tipógrafo por su parte copiaba lo que decía su manuscrito, y el caso era que todos los códices disponibles en Castilla oscitaban con el mismo disparate.  

Por fortuna, en la Biblioteca de la Escuela Médica de Salerno había una traducción latina con un texto más fiel al original, que permite arreglar el embrollo. Nada de ‘hacer reyes de abrojos’ en su patria, ni en ninguna parte. Sencillamente, algún copista oscitante se comió una línea del texto que decía:

«Allí hizo [Tolomeo] sus Consideraciones en tiempo del rey Adriano, e hizo sus Razones sobre las Consideraciones de Abraquis, las que éste había hecho en Rodas.» 

Ahora sí. Nada de ‘reyes de abrojos’, sino ‘rey Adriano’ y ‘Abraquis de Rodas’, que en en otro capítulo del libro es presentado como sabio discípulo de Aristóteles. Y puestos a corregir oscitancias, otro sinsentido es que «Tolomeo fuera rey», donde debe decir lo contrario, que no se le meta en lista de los faraones Tolomeos. 

Una pregunta para cerrar el tema: ¿de dónde salían esos retratos, más bien caricaturas, de los famosos? En los Bocados de oro tenemos varias. También en las Actas de Pablo y Tecla vimos una descripción del Apóstol, no muy favorecido. Por supuesto, no responden a ningún recuerdo de la imagen física, sino a una imagen ideal inspirada en los libros de  fisiognomía (de ahí fisonomía), la ciencia de la personalidad a través de los rasgos físicos, sobre todo del rostro. De ello se valieron también los retratistas, y no digamos los pintores de iconos para expresar los distintos tipos de santidad. También en lo literario era cómodo rellenar una líneas caracterológicas en clave, que con el tiempo serán mina de erratas graciosas, a cuenta de la oscitancia.


 Aprendiendo el arte de los Pronósticos

La conjetura astral, como la conjetura médica, era una investigación sobre un lenguaje que hablado correctamente se busca a sí mismo. En este sentido, su sintaxis era una combinatoria inteligente de elementos, en su caso los cuatro naturales temperamentos, a los que no escapaban los divinos astros: calor/frío, húmedo/seco

Son también los parámetros que definen el tiempo atmosférico, por ejemplo, cuya dependencia del Sol (calor) y de la Luna (humedad) es manifiesta, la primera sobre todo. Menos claro está el papel de los planetas y las estrellas. Con todo, según Tolomeo, «sus tránsitos dan muchas indicaciones sobre el ambiente térmico, ventoso y nivoso de la temporada». Testigo, los pronósticos atmosféricos populares, tipo ‘cabañuelas’.

Subamos ahora de la Luna a los planetas. El temperamento de los seres planetarios es caprichoso, por decir algo: 

«Saturno es frío y en parte seco, lo contrario de Júpiter calórico y humidificante. Marte es seco por extremo. Venus es cálida como Júpiter, pero sobre todo húmeda. Mercurio es ambiguo, aunque más afín a la sequedad que a la humedad. Según eso, Júpiter y Venus junto con la Luna son para el ser humano ‘favorables’; Saturno y Marte son ‘contrarios’, mientras que el Sol y Mercurio hacen a todo, para bien o para mal.»

¿Y el sexo? Importantísimo. La Naturaleza lo tiene claro. Tan claro, que no necesita intérpretes ni Ministerios de Igualdad, o ‘Igual da’, sobre la materia.

«La Luna y Venus son astros femeninos y nocturnos, cual corresponde a su materia húmeda. Por el contrario, el Sol y Júpiter son masculinos y diurnos; Mercurio de nuevo epiceno. Masculinos son también los ‘contrarios’ Saturno y Marte: Saturno el frío, aunque participa del día (cálido), y Marte el seco, partícipe de la noche (húmeda). Todo ello influye en el sexo de los individuos, aunque también depende de la posición del planeta con respecto al Sol y al horizonte.» 

Lo que no se les ocurrió a los astrólogos antiguos (¡ni siquiera a los griegos!) fue nada parecido a las fantasías de la tan feliz ministra como morbosa mujer Irene Montero, con su cabalgata salvaje de féminas profesionales del sexo. Entiéndase bien, sin tocar para nada a las honradas señoras putas, que suelen tener las ideas claras sobre la materia, empezando por su sexo propio. Aquéllas no, especuladoras de sexo ajeno por cuenta del erario público. Pues bien, en el firmamento, con la excepción sólo relativa y bien delimitada de Mercurio, nada de libre opción sexual, que es como llaman al frívolo reniego de lo que la naturaleza decidió por nosotros.

En cuanto a las estrellas fijas, sus influjos en relación con los planetas se deducen de las tablas astronómicas, como las del Almagesto. Propiedades y fuerzas propias que, por lo demás y en palabras de Tolomeo, «constan por las observaciones de los astrólogos más antiguos». (Pudo añadir, «que me registren».)

Las tablas astrales se prestan a dos usos:

1. Dado un evento sublunar, ‘alzar’ o construir la carta astral correspondiente,  para leer en ella el pronóstico del devenir o consecuencia del mismo.  Para todo humano, el evento de partida era su nacimiento (o bien su concepción), cuya carta astral interpretable constituía el horóscopo del individuo.

2. Decidida una empresa sublunar, deducir de las tablas y posiciones astrales los momentos más favorables para emprenderla y realizarla.

El influjo astral daba lugar a otras lecturas más generales, por ejemplo las deducidas del signo zodiacal en que nació la persona, referidas a su carácter, aptitudes y sucesos prósperos o adversos. La palabra signo en castellano se sincopó o recortó en sino, como sinónimo de hado o destino. Sin la precisión matemática del pretendido horóscopo natalicio, muchísima gente busca su horóscopo cotidiano para su gobierno, y en sus relaciones sociales se dejan guiar por las simpatías, antipatías o indiferencias entre signos zodiacales diversos.

A estas alturas es posible que algún lector se pregunte qué clase de científico era el Tolomeo que autorizó con su nombre esas bobadas. Cuidado. Su Astronomía es un monumento, su Geografía hizo época y su Cartografía fue la mejor. Instrumentista habilísimo, sujetó sus especulaciones a los datos reales, y eso es Ciencia.

 «Entre las varias hipótesis posibles y suficientes para centrar un problema, es preferible la más sencilla o económica». Más breve: «De las explicaciones, la más simple». Esta ‘verdad’, que suele atribuirse a fray Guillermo, el gran investigador franciscano inglés del siglo XIV  –Guillermo de Ockham (m. 1347), mejor que su trasunto de Baskerville en El nombre de la rosa–, fue enunciada y aplicada mucho antes por Tolomeo.

Su pequeña biografía nos lo advirtió, no confundirle con sus tocayos faraones. No fue un rey de Egipto, fue mucho más: el rey de la Astronomía y la Geografía en toda la Edad Media. Eso sí, con fecha de caducidad: 

«El astrónomo busque siempre las hipótesis más simples que concuerden con el movimiento de los astros». 

Genial. Lo malo es que antes de Tolomeo ya hubo otra hipótesis más sencilla y prometedora. Aristarco de Samos (s. III a. de JC), muchos siglos antes que Copérnico, propuso un modelo de universo, o de la parte del mismo que nos toca, con el Sol como centro de un sistema planetario en el cosmos. ¿Por qué se rechazó¿ ¿Por qué no lo tuvo en cuenta Tolomeo? Problema de perspectiva: tal modelo choca con la ‘evidencia’ del observador terrestre, que inmóvil ve el Cielo moverse. De hecho, no es seguro que el propio Aristarco lo diera como modelo real. Y así también el sistema heliocéntrco de Copérnico fue tolerado por la Iglesia sólo como hipótesis de trabajo, no como realidad.


Locos por al Astrología

La historia de la Astrología es un capítulo penoso de la frescura humana. Nacida del culto astral, creció como magia y maduró arropada por la ciencia, que le dio prestigio. La Astrología ‘científica’ que transmite Tolomeo fue un producto híbrido de la adivinación caldea por los astros, acogida y desarrollada por filósofos y científicos griegos.

Su empleo en la adivinación explica su éxito, pero sólo cuando se democratizó. Porque en principio las técnicas para predecir el futuro fueron monopolio del Estado, como de nuevo ocurre ahora con el CIS. El cese progresivo de los oráculos –que tampoco estaban al alcance de cualquier bolsillo–, en torno a la Era Cristiana dejó libre el mercado a una marea creciente de ‘caldeos’ o babilonios, nombre común de los astrólogos sin titulación y sin compromiso. Con ellos competían los egipcios. Del cultismo ‘egipciaco’ nos vino el vulgarismo aciago: ‘días aciagos’ (aegyptiaci dies).

En el mundo de la adivinación, el caso de la Astrología fue especial.  De hecho hubo astrónomos griegos anti-astrólogos, bien porque les pareció poco serio, o porque no vieron que su ciencia tuviese que ver con esa utilidad. No fue el caso de Hiparco, astrónomo de primera, «nunca bastante alabado, como el que más que ninguno defendió el parentesco de  los astros con el hombre, y que nuestras almas son parte del cielo», según ficha de Plinio

Asociar hombres y estrellas, lo vemos también en la Biblia. En el Génesis, Dios  habla a su amigo preferido, un viejo Abraham sin hijos, y le promete descendencia. El hombre no se lo cree, y disculpa tiene, a sus 99 años: «¿Qué descendencia?...» Dios, para darle idea de que va en serio, una noche serena le saca de su tienda de jeque beduino a mirar el cielo y le invita a contar las estrellas… «si puedes»

A decir verdad, no era mucha cuenta. En la mejor noche estrellada del Neguev, con unos ojos  tan cansados, Abraham apenas vería 2 o 3.000 estrellas en toda la bóveda celeste. Dios era fino. Si en vez de estrellas hubiese sido contar ovejas y cabras en un vallejo del desierto, esa cifra y aun el doble a ojo de buen patriarca no estaba mal, aunque nada del otro jueves. Con estrellas parecía otra cosa, el infinito. Al viejo Abraham le pareció un buen negocio, y visto lo visto «creyó en Yahweh». Por eso la Edad Media judía hizo del patriarca hebreo un astrónomo y astrólogo de primera magnitud.

La Astrología griega triunfó en la cultura general y popular. La actitud de las escuelas filosóficas no fue uniforme, dependiendo de las ideas respectivas sobre el destino o fatalidad y sobre el mérito de la propia astrología. Los epicúreos por principio no ponían el saber como base de la felicidad, como tampoco recomendaban preocuparse por el futuro. Lo mismo les ocurría a los escépticos, que dudando de todo no iban a creer en agüeros. Por el contrario, los pitagóricos como buenos matemáticos, pero sobre todo los estoicos fueron muy astrólogos.

Incluso cuando, un siglo antes de nuestra Era, se enfría en los filósofos el interés por lo esotérico, la gran excepción a favor de la Astrología fue la secta de los estoicos, que eran como los socialistas de entonces, siempre en alarde de superioridad moral sobre los demás, dispuestos siempre a cabalgar contradicciones. Caso especial fue el de Posidonio, sabio polifacético, que como astrónomo trató de razonar científicamente la Astrología. Y aunque sus obras se han perdido, qué casualidad, podría ser que la sustancia se conservó en las de Tolomeo. Es verdad que el nombre de Posidonio no aparece citado en el Tetrabiblo, pero también lo es que hay silencios que hablan.

En el ámbito popular helenístico, la astrología griega era libre y al alcance de cualquier estudioso, como otra disciplina cualquiera. Roma en cambio lo veía de otro modo. Las técnicas adivinatorias eran monopolio del estado y a su servicio. El adivino, o era un funcionario, o un impostor fuera de la ley, cuando no un agitador político. Dentro de las técnicas adivinatorias en concurrencia, la Astrología en Roma gana adeptos bajo Augusto, a partir del evento del año 44 a. de JC.

A la muerte de Julio César (44 a. JC) apareció una estrella que dio que hablar sobre el destino de Roma. Agusto no tuvo duda: era el alma de su difunto padre adoptivo –César era tío abuelo suyo biológico–, camino de la Vía Láctea, el Bulevar de los Divinos. De paso, él mismo se legitimaba aquí abajo frente a sus competidores por el poder.  

El contratiempo fue que la ‘estrella’ era un cometa y duró poco; pero eso tuvo arreglo por vía de hechos políticos. Auspiciado por aquel Julium sidus, el astro de la familia Julia, Augusto se declaró César Augusto, emperador vitalicio aquí abajo, como trámite y a la espera de su apoteosis allá arriba.  Astro que, en otra lectura, también anunciaba un orden nuevo, un ciclo de restauración universal. Todo bueno para la causa de un Augusto converso a la fe astral, que en alarde de transparencia política «hizo público su horóscopo genetliaco y acuñó moneda de plata con su signo de capricornio», según Suetonio

El mismo Suetonio trae una anécdota ilustrativa sobre el pique entre los viejos augures etruscos y los nuevos astrólogos. Al final de la vida de Augusto un rayo alcanzó una de sus estatuas y arrancó la primera letra de su nombre, CAESAR. La interpretación de los astrólogos no consta, sin duda porque no vieron lo que había que ver. Los augures en cambio tuvieron su revancha:

«La C faltante de CAESAR significa los 100 días que le quedan para convertirse en AESAR, que en etrusco significa ‘dios’.» 

Y así fue. Partido de Roma para la Campania, una noche Augusto se embarcó contra su costumbre y pilló la diarrea que le llevó al otro mundo, con tiempo justo  para preparar su apoteosis.

El cometa del 44 tuvo el efecto de poner a punto la reforma del calendario proyectada por Julio César. Dos años después, el 46 a. de JC, Augusto promulgaba el nuevo Calendario Juliano, donde las viejas fiestas romanas volvían a encajar en las fechas astronómicas que les eran propias. 

El nuevo orden mundial marcado por la estrella Julia y celebrado por los poetas de Augusto terminó inventariado y registrado en el patrimonio cristiano, donde el cometa de Julio César fue el de Jesucristo, principio de la nueva Era.

En agosto de 1563 tuvo lugar la Gran Conjunción de Júpiter y Saturno. Un joven danés de 17 años tuvo ocasión de observarla en Leipzig, y aquella experiencia de aficionado la interpretó más tarde como vocación profesional de astrónomo/astrólogo.

Ticón de Brahe (1546-1601) fue la auto encarnación del astrónomo ideal en el Barroco. Su época coincide con el apogeo de la astrología en Europa, en lo privado y en lo público. El cielo de Felipe II (1527-1598), el cielo de Garibay (1533-1600)..., el de Martín del Río (1551-1608).

Tema abierto.




7 comentarios:

  1. El grumete no se ha ido.

    No, maestro. Esta aquí, a pie de calle, con su pancarta encresponada: no se le olvida estar presente en su cumpleaños. No me atrevo a felicitárselo: mejor nos olvidamos de este año. Pero termine como termine este año impío, no hay que perder las costumbres y mantener el pequeño apoyo mutuo que supone el decir “me acuerdo”. Aunque seguro que hemos tenido cumpleaños más felices.

    No profundizo en las lamentaciones. Ya vivimos con ellas. Escucharemos lo bien que nos va todo, lo buenos que son nuestros gobernantes, leeremos como su desvelo y buen hacer nos protegerá de todo mal, cómo se hacen cargo graciosamente de guiar a nuestros hijos, de asegurar nuestro futuro, etc., etc. Nombraremos con frialdad externa a aquellos que nos van dejando, pero no olvidaremos. Esperemos que algún día podamos….no, ya no me gusta este verbo…. que algún día alcancemos a ver su desbandada como huyendo ……no, no, me detengo aquí. Ya sabe…”la luz del entendimiento me hace ser muy comedido….”. Algún día le completare la frase tal y como me salía.
    Guardaremos nuestra lamparita y la brújula (el GPS es más frio, más de este año) para no olvidar donde esta nuestro norte, y mantener el timón.

    No he tenido ganas en los últimos meses de asomarme por escrito al Blog, aunque he disfrutado de sus 11 exquisitas entradas, como siempre inmejorables. Gracias, Maestro.

    Estoy muy Jeremías. Me viene a la memoria T.S. Elliot, y de memoria cito:

    In this last of meeting places
    We grope together
    And avoid Speech
    Gathered on this beach of this tumid river

    Y, como hizo Nevil Shute en “On the beach”, desesperanzadora obra de Ciencia Ficción, salto unos versos para terminar

    This is the way the world ends
    This is the way the world ends
    This is the way the world ends
    Not with a bang, but with a whimper.

    Nada más, maestro. Un abrazo.

    P.D. Obviamente son, con esta que me acabo de encontrar, 12 entradas. Una por mes. Me pondré a leerla en cuanto pulse el "publicar". Ah, y perdón por mis lamentaciones. La próxima vez procuraré, al menos, sonreir a la marinería.

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  2. La contaminación lumínica es realmente insoportable para quienes sabemos, ¡lo hemos visto! que existe una fantástico cielo estrellado hasta el infinito y mas allá, perdido en las brumas de nuestros sueños infantiles. Hasta la Via Lactea ha pasado a ser cuentos de viejas.
    La pobreza absoluta del cielo actual, apenas la estación espacial y Venus son visibles junto a nuestra luna cascabelera, contrasta de tal manera con el de nuestra infancia y, para los que vivían en pueblecitos, juventud, que invade la tristeza al recordarlo, y aun sabiendo que aun está ahí, escondido tras la farfolla farolera actual, lo tenemos tan perdido como nuestra ilusión infantil.
    ¡Tanta luz para acabar no viendo nada!

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  3. Muchas felicidades Querido Profesor Belosticalle
    ¡ Que siga cumpliendo y disfrutando muchos años en tan buena forma y que nos siga haciendo disfrutar a todos con sus textos !

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  4. Sólo decir que este hilo suyo de hoy me ha divertido muchísimo, porque, en una vida anterior, hace muuchísimos años me dedicaba a hacer cartas astrales, y sabía todo sobre conjunciones, quincuncios, y así. Hace años que lo dejé, porque me di cuenta de que podían influir sobre quienes me pedían que se la hiciera, pero sigo teniendo libros y libros, y me divierten muchísimo todavía.

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  5. Apreciado profesor, como siempre un gran placer leerle que me parece escucharle, aunque no tengo el gusto de conocerle y por lo tanto no se como suena su voz, pero seguro que será como la de algunos de "mis profesores" de la Facultad de Geografía e Historia, especialidad de Historia Medieval, en a Universidad Complutense de Madrid en aquellos años de mi formación entre 1970 y 1982.
    Le agradezco mucho sus trabajos tan didácticos que, como decía antes, para mí constituyen un "seguir aprendiendo" para no caer en la "oscitancia", preciosa palabra con un sin par significado, tan bien aplicado en su didáctica exposición, que le viene al pelo al "ejemplar" del ejemplo.
    De nuevo gracias y le deseo mucha felicidad para deleite de muchas personas.

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  6. Asoma de nuevo el Grumete:

    Maestro, he disfrutado de esta su mas reciente entrada en el blog. Es un amasijo (en el buen sentido) de temas con los que en un momento u otro he enredado.

    Dentro del ámbito general en el que se relacionan magia, medicina, astronomía, astrología, religiones, ciencias, opiniones y profecías, hay mucho que roer. Son temas que en nuestros siglos XIV al XVIII han dado mucha, mucha guerra, en nuestro país, y sobre los que se ha escrito y se sigue escribiendo, se ha padecido y se sigue padeciendo, y entre escritos y padecimientos hemos llegado hasta aquí. Hay una diferencia clara entre esa época y nuestro aquí y ahora: me atrevería a decir que nunca, nunca en nuestra historia, ha llegado tanto ignorante electo no ya a gobernarnos, sino a meterse a saco en nuestros valores, nuestras creencias, y a definir todo nuestro ámbito vital incluido el familiar. Y la educación, no olvidemos la base. En un esquema lógico-científico en el cual uno es lo que es y no lo que quiere o le gustaría ser, han olvidado la sabiduría popular: “aunque la mona se vista de seda, mona se queda” y “no hay que pedir peras al olmo”. Pienso específicamente en su observación sobre Montero. Y no sé porque nos enfadamos: el “pueblo” la ha puesto ahí y hace lo único que sabe hacer. Incluso, me parece, lo que algunos esperaban que hiciese. Y tiene sus votantes. Llegarán las próximas elecciones y …… ¡a saber!. ¿Tiramos de la astrología?

    En cuanto a la astrología específicamente, en el entorno del judaísmo, es un tema curioso. Siempre han nadado entre dos aguas. No hago citas específicas pero su posición, siempre sujeta, como no, a discusiones y opiniones entre rabinos, parece seguir la línea de “ahí están los astros, todas las tradiciones populares dicen que influyen en la naturaleza y en la vida de los hombres, nosotros pensamos que también es así, pero discutimos entre nosotros en que grado y sobre qué temas, y, eso sí, no debemos usar la astrología como método de ver el porvenir de las personas, pues eso pertenece a Dios, aunque podamos utilizarla en cierto grado, como para ver fechas propicias para ciertas actividades o tratamientos. Para lo demás Dios nos ha dado su ley y su palabra y guiados por ella y su interpretación por nuestros rabinos encontraremos lo más correcto en cada caso”.

    Me ha encantado su definición de la astrología como rama de la astronomía que permite hacer dinero con ella.
    Para terminar: a todo el que haya disfrutado con esta entrada le recomiendo husmear en la web www.ehumanista.ucsb.edu , en la Universidad de California/Santa Bárbara, y dentro de ella en la publicación periódica eHumanista, Journal of Iberian Studies (en español e inglés), online desde 2001, que nos proporcionara información y entretenimiento durante mucho tiempo.

    Las obras de Lynn Thorndike (varón, Lynn es también nombre de mujer), están disponibles en archive.org desde hace tres años, y mas específicamente podemos encontrar en https://archive.org/stream/placeofmagicinin00thoriala#page/6/mode/2up un librito “The place of magic in the intelectual history of Europe”, 1905, muy legible, que creo fue su tesis, y posiblemente dio origen a la magna obra señalada por el maestro, publicada veinte años más tarde.

    Gracias, Maestro, y animo: ¡¡¡a por la entrada de enero!!!

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  7. Corrección del Grumete:
    Comprobando, de la obra de Thorndike solo esta libre en la web lo publicado antes de 1926. Por ello solo podemos encontrar los tomos 1, 2, 4, y 5. El resto de sus libros es afectado por el cambio de la ley en Estados unidos en el sentido de que los derechos de autor no desaparecen hasta 95 años pasada la muerte del autor, si los libros han sido publicados entre 1926 y 1963, y si son publicados posteriormente, hasta 75 años de la muerte del autor. Por ello el resto de los libros de Thorndike, que murio en 1965, no se liberará, hasta 2060......¡Que largo me lo fiais!

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