martes, 14 de abril de 2020

Lecturas en cuarentena (2): La Tecla de Pablo


Al muy querido y cesáreo amigo Albatros,
tan enamorado de Tecla como Tecla de Pablo.
Escena del 'Decamerón' - Waterhouse (boceto)

‘Matar el tiempo’ es un oxímoron ingenuo para no nombrar lo que no se debe: el aburrimiento que nos agota, el tedio que nos mata. Matar el tiempo es lícito siempre en legítima defensa, y es encomiable civismo cuando del mismo golpe se mata también el mal tiempo de muchos. Así presenta Juan Boccaccio la situación que dio origen a su Decamerón –‘Diez Jornadas’ de a diez novelas–, dándole valor de filantropía: «Umana cosa è aver compassione degli afflitti (Humana cosa es compadecerse de los afligidos)». ¿Y quién más afligido que el aburrido?
En enero de 1348 [1] la Peste toma tierra en Pisa, y en Abril llamaba a las puertas de Florencia:
 «Digo, pues, que era llegado el año de 1348 de la Encarnación de Cristo, cuando a la egregia ciudad de Florencia, bellísima cual ninguna otra italiana, llegó la mortífera pestilencia. La cual, por operación de los cuerpos superiores, o por nuestras obras inicuas enviada por la justa ira de Dios a los mortales para nuestra enmienda, iniciada algunos años antes en las partes orientales, de lugar en lugar sin detenerse se extendió por desgracia hacia Occidente, dejando un rastro innumerable de muertes… 
Casi al principio de la primavera de aquel año comenzó de forma horrible y prodigiosa el estrago. No era como en Oriente, donde sangrar por la nariz era señal de muerte inevitable. Aquí al principio a hombre y mujeres por igual les nacían en la ingle o bajo el sobaco unos bultos que crecían, unos como manzana, otros como un huevo, más o menos, que la gente llamaba gavoccioli…»
Así va dibujando Boccaccio su famoso relato de la Peste que fue ocasión o pretexto para sus cien novelas.
La ‘plaga’ o azote era una recurrencia histórica con amplio registro literario, ya desde la Biblia y los clásicos. Ninguna novedad. Lo nuevo de la Gran Peste fue su virulencia, su pandemia en Europa, la cuarentena rigurosa, el quebranto social y la sospecha de que el mal venía de China. 
Un detalle que todas las relaciones de época resaltan era la impotencia de la Medicina. También lo hace Boccaccio; pero en esto damos la palabra a otro contemporáneo, que era facultativo. Guido de Chauliac, médico del entonces papa de Aviñón Clemente VI, en su Cirugía (1363) incluyó una ‘Digresión sobre la mortandad’ [2]:
«Aquella peste ingente e inaudita se nos plantó en Aviñón el año 1348… No parezca mal si, por lo que tuvo de extraordinario, paso a referir cómo fue, también en previsión por si otra vez ocurre.
«Empezó dicha mortandad o peste entre nosotros en enero, y duró siete meses. Tuvo dos formas. La primera los dos primeros meses, con fiebre continua y esputo de sangre; y éstos se morían dentro de los tres días. La segunda el resto del tiempo, con fiebre también continua y apostemas externos, sobre todo en axilas e ingles; y se morían dentro de los cinco días...
Para los médicos la peste fue un fracaso y una vergüenza. Ni se atrevían a visitar a los enfermos por temor del contagio, y cuando los visitaban poco podían hacer y nada ganaban, pues todos se les morían, salvo unos pocos al final, que al madurar sus bubones se libraron… Yo, por el qué dirán, no me atreví a ausentarme, siempre con miedo, preservándome con algunos remedios cuanto pude. Aun así, al final de la pestilencia me dio la fiebre continua con un apostema inguinal y estuve enfermo casi seis semanas.»

Tornando a Boccaccio, dice que de aquellas realidades «nacieron diversos miedos e imaginaciones», conducentes a un ‘sálvese quien pueda’, con dos extremos de filosofía práctica: el aislamiento epicúreo, o el desenfreno desesperado. Todo el cuadro social es de una hondura humana que todavía impresiona, por lo que vemos hoy y lo que mañana nos aguarda.
Vuelve el autor sobre sí mismo, y como se lo contaron lo cuenta. La situación es bien conocida. Un martes por la mañana,  casi vacía Florencia, en la casi vacía iglesia de Santa María Novella [3] coinciden siete mujeres jóvenes, todas nobles, bonitas y educadas, que por respeto a su intimidad llevarán nombres supuestos. Comentando la situación, la llamada Pampinea propone salir del círculo infernal de la peste urbana y refugiarse juntas en cualquiera de las casas de campo que todas poseen.
En el Proemio del libro, Boccaccio ya ha reconocido la represión de la mujer burguesa en su mundo afectivo. Pero buen lector de San Pablo sobre el rol de los sexos, aprovecha ahora para ponerse socarrón, hasta el punto de poner en boca de la llamada Filomena un juicio nada optimista sobre aquella república de mujeres solas, que la amiga Pimpinea insinuaba. A lo que una tercera, Elisa, acude con las mismas palabras de la Epístola a los Efesios que oyó leer al cura cuando se casó y todas recuerdan. Bueno, el autor no le dice así tan explícito como yo lo pongo, porque en aquel entonces todo el mundo lo entendía:
– En verdad, los hombres son de las mujeres cabeza, y sin su gobierno rara vez alguna obra nuestra llega a buen fin. Mas ¿cómo procurarnos tales hombres? Los nuestros por la mayor parte han muerto, y los que sigan vivos por ahí andarán, no sabemos dónde, huyendo de lo mismo que nosotras. Pero tampoco es cosa de liarnos con desconocidos.
El Dios de Boccaccio, buenísima persona y siempre del lado de los buenos, dispuso que al punto entraban en la iglesia tres caballeros jóvenes, los tres buscando a sus damas que allí estaban entre las siete señoras. Completa la decena, no fue difícil aventar ciertos escrupulillos sobre lo inconveniente de encerrarse por diez días en amena villa siete hermosas discretas con un trío servicial de galanes, que era el último trámite para ir ensartando, a diez novelas por día, el Decamerón de las ciento novelas.
La primera novela erótica cristiana
Hechos de Pablo y Tecla es un libro clasificado entre los ‘apócrifos del Nuevo Testamento’, que relata la relación entre ambos personajes, el apóstol Pablo y la doncella Tecla, su discípula. Obra conocida desde el siglo II, pero que pudo aparecer ya en el siglo I, antes incluso de redactarse las andanzas de Pablo como parte del libro canónico Hechos de los Apóstoles
Calificar los Hechos de Pablo y Tecla de ‘novela’ pide una aclaración. La novela de aquella época, la que se conoce como ‘novela’ griega y romana, es un género de literatura que ni se llamaba entonces novela, ni se ajusta a los géneros novelísticos más modernos: las ‘novelle’ del Renacimiento italiano, las ‘novelas ejemplares’ de Cervantes o la ‘picaresca’, y en particular con la novela de los siglos XIX-XX. 
Hoy en día las novelas son ante todo entretenimiento, incluso ‘evasión’. La novela griega y su imitación romana fue un género marginal o secundario, pero con pretensión intelectual muy diversa, impregnada de simbolismo filosófico o religioso, difusión del ideario de determinados círculos y propaganda sutil de los mismos. 
Los géneros literarios se distinguen objetivamente por pautas formales y de contenido, pero también por factores subjetivos de autor, lector o ambos: actitudes, guiños y complicidades, que no se pueden trasponer sin más a la lectura y comprensión de géneros pasados de moda, ni de unas épocas a otras.   
Así entendido, el género puede revivir, adaptarse. Cervantes con su Trabajos de Persiles y Segismunda (1617) produjo un trasunto barroco-cristiano de la novela griega clásica, pero sólo en lo estético y sin éxito. Con Las Aventuras de Telémaco hijo de Ulises (1699), Fenelón imitó la novela griega pedagógica con éxito desmesurado, gracias al factor subjetivo en el público: leerla como sátira del absolutismo de Luis XIV por un obispo cortesano. Tras sus pasos, la ‘novela filosófica’ del XVIII es en parte un redescubrimiento y reciclaje de lo antiguo. El Cándido de Voltaire, por ejemplo, otro exitazo: sátira demoledora de la Teodicea de Leibnitz, en el espíritu de la Ilustración.   
Imitación de arcosolio para la 'Fabiola'
En ese sentido, una novela como Fabiola, del cardenal sevillano Nicolás Wiseman (1854), supuestamente ‘histórica’ porque utiliza material arqueológico, al manipularlo para reconstruir o re-crear la que el autor llama como subtítulo de la obra, ‘La Iglesia de las Catacumbas’ –en el contexto de un movimiento catacumbista apologético romántico–, se aproxima a la novela antigua grecorromana, tanto como se aleja del folletín decimonónico, pura distracción.
«Se deja leer como una novela». Esta expresión se aplica, obviamente, a escritos no novelescos. Ahora bien, si uno dice que algunos libros de la Biblia se leen como novela, tal vez confunde, o se confunde, ya que en efecto, la Biblia contiene lecturas novelescas, sin perjuicio de su consideración como texto religioso.
En los orígenes del cristianismo, después del mismo Cristo o Jesús de Nazaret, el personaje más importante es Pablo, por el sello personal suyo que imprimió a la nueva religión. En el Testamento Nuevo, las aventuras de Pablo ocupan la mayor parte de los Hechos de los Apóstoles; y si todo el libro se lee como una novela, la expresión cuadra sobre todo a esas andanzas paulinas, que si no son novela, están compuestas según las reglas del género novelístico de entonces.
El Testamento Nuevo es todo él literatura  ‘canónica’, es decir, reglada y normativa, pero a la vez exclusiva y excluyente. Fuera quedaron todos los demás libros no canónicos, en especial los mal llamados y peor entendidos ‘apócrifos’ o ‘secretos’: literatura paralela (evangelios, actas o hechos, epístolas, revelaciones), que se guardaba aparte como no oficial para el servicio religioso en determinadas iglesias.
Algunos apócrifos fueron repudiados como heterodoxos y su descrédito contaminó a los demás hasta convertirse en género maldito. Y eso a pesar de lo mucho que influyeron en la construcción del santoral, en el arte cristiano, en la literatura y el teatro, incluso en la liturgia. Todavía en mi generación los evangelios apócrifos eran objeto de ridículo, eligiendo adrede el de la Infancia según Tomás con sus  puerilidades: como el niño Jesús fabricando pajaritos vivos a lo Harry Potter para asombro de sus amiguitos, vengándose de éstos cruelmente si le incomodan, o comportándose como escolar sabidillo insoportable. 
Esa visión negativa ha cambiado, a veces en exceso pendular. Por exceso entiendo, no que se preste a esos libros más crédito y valor que a los canónicos, sino que se busque y vea en ellos el reflejo anacrónico de preocupaciones actuales.  Ejemplo, este mismo libro que nos ocupa, cuya primera noticia dio Tertuliano (h. 190 de JC) [4]:
«Si los escritos malamente a nombre de Pablo vindican el ejemplo de Tecla para dar a las mujeres licencia de enseñar y bautizar, sepan que en Asia el presbítero que compuso dicha escritura, cargando a Pablo con lo de cosecha propia, convicto y confeso [en Iconio] de haberlo hecho por amor de Pablo, fue depuesto.» 
Pues bien, aquellas pretensiones resucitan ahora [5]
«La historia de Tecla la utilizan algunas mujeres católicas romanas como argumento en pro de la ordenación femenina… Hay quienes piensan ahora en los Hechos de Tecla como texto rehabilitado…, que en ciertos círculos ya no se tendría por apócrifo. Tal rehabilitación puede ayudar en una agenda feminista.»  
Revda.  Theresa Angert-Quiler
Estoy citando a Teresa Angert-Quilter y su tesis doctoral, Comentario al texto de los ‘Hechos de Tecla’ y sus paralelos en el Nuevo Testamento (Universidad Católica de Australia, 2014). Mientras la trabajaba, Teresa decidió dejar el catolicismo por la alternativa anglicana, abierta a la clericatura femenina, y es hoy cura párroca en Nueva Gales del Sur, Australia. Casada y  madre feliz con hijos y nietos, tanto biológicos como espirituales. La ‘Madre Teresa’ –como la llaman sus feligreses– mantiene sus ideales de monja franciscana, y ella con su marido el Prof. Quilter son franciscanos terciarios dentro del anglicanismo. Su tesis, muy correcta y de juicio sereno, en la línea de un feminismo objetivo historicista, está disponible en la Red. 
Esto de buscar apoyo para algo en los apócrifos no es nuevo, si la mayoría de ellos se escribieron en apoyo de algo. Y sea o no ese algo original el mismo de ahora, el empeño puede ser razonable, siempre que no se incurra en anacronismo de situaciones y mentalidades, que ése sí es pecado capital en exégesis y en lógica (ignoratio elenchi). Sólo desde una objetividad distanciada se puede acceder a los textos sin la distorsión que impone, no ya la ortodoxia oficial, cualquier ortodoxia, cualquier ideología. 
¿Pablo y Tecla, o Tecla y Pablo?
Allá por la segunda mitad del siglo III un tal Leucio, hereje gnóstico y probable maniqueo, reunió un ciclo de escritos bajo el título  Andanzas de los Apóstoles, que comprendía los Hechos de Pedro, de Juan, Andrés, Tomás y Pablo. Este tipo de documentos ‘apostólicos’ circulaban desde mediados del siglo II, y sin duda recogían tradiciones orales más antiguas, según la mentalidad de cada escritorio y biblioteca. 
Aquella colección no gustó a todos. El llamado Decreto de Gelasio (h. 500), especie de índice de lecturas buenas y malas, condenó «todas las obras de Leucio, discípulo del Diablo». El códice que poseía la biblioteca de Focio de Constantinopla (siglo IX) debía de estar bastante expurgado, pero aun así el patriarca lo censuró como obra personal de Leucio Charino, mal escrita y llena de disparates. Fuera de eso, el denominador común de dichas piezas del ciclo apostólico fue la perplejidad de los estudiosos en cuanto a su género literario, que hoy se relaciona con la novelística grecorromana. Aquí entran los Hechos de Pablo, y dentro de ellos los Hechos de Pablo y Tecla, nuestra lectura para hoy [6].
¿Hechos de Pablo y Tecla? En la literatura antigua, tener título propio era privilegio de obras consagradas. La mayoría de escritos circulaban sin título fijo, reconocibles si acaso por una marca de íncipit o comienzo, una invención de la Edad Media. Muchos supuestos títulos de obras no son tales ni de tales obras, sino indicaciones improvisadas por alguien que hizo alusión a un tema – hemos visto un ejemplo en Tertuliano. 
El relato que nos ha llegado con ese título en realidad tiene como protagonista y heroína  a Tecla. Pablo es el pretexto para introducir las aventuras de la doncella, su discípula y enamorada, que de improviso y por su enseñanza se ha descubierto a sí misma en Cristo/Pablo. Por lo demás, el apóstol la mantiene a distancia, se desentiende de ella en los momentos más críticos, dejándola defenderse por sí sola, y en fin, la última visita que ella le hace sólo para despedirse es para él un sobresalto y un alivio. Considerando, pues, que el nombre de Pablo se antepuso sólo por respeto a su dignidad, hoy sería más propio titular Hechos de Tecla y Pablo, o mejor aún, Hechos de Tecla, la discípula de Pablo. 
Los anónimos Hechos de Tecla existen en dos formas, una breve, sobria y creíble, y otra más extensa, con detalles más novelescos, incluso inverosímiles. ¿Cuál es más genuina? Muchos han pensado que la forma breve resultó de censurar y podar la larga. Nosotros, naturalmente, nos quedamos con las dos, sobre todo teniendo en cuenta que santa Tecla –un personaje posible, si no real–, entró en el culto y el arte sacro como leyenda,  con toda su parafernalia novelesca [7].

Todo empezó por un viaje
1. Viaje y aventuras son palabras que casan bien. Esta historia empieza con el viajero Pablo, al que se da por conocido de otras historias, siempre viajando. ¿Qué biblia no tiene, junto al plano de Jerusalén y un mapa de Palestina, otro con las trazas de los Viajes de San Pablo? Esta vez se le pegan dos compañeros de viaje, Demas y Hermógenes el broncista, pareja de intrigantes. Pablo ha tenido que salir por pies de Antioquía. Aunque no se diga por qué, se adivina cualquiera de sus rifirrafes con colegas y colaboradores, pues el apóstol siempre fue muy suyo. Suspicaz por naturaleza, Pablo se conoce y procura dominarse mirando, a través de sus prójimos, a Jesucristo. 
Supondremos que el punto de partida es Antioquía de Siria. La gran ciudad donde por vez primera se oyó hablar de ‘cristianos’, nombre impuesto posiblemente por otros, y no con la mejor intención, pero que los conversos de Pedro y Pablo tomaron con orgullo. 
El destino del viaje no se dice, pero pronto sabremos que era Iconio, la patria de Tecla. De Antioquía a Iconio había un camino costero practicable, que atravesando Tarso de Cilicia, la patria de Pablo, se metía en Isauria, y dejando el mar subía a Iconio. Este segundo tramo era el más temido, por ser los isaurios gente rapaz y bastante bruta.

El espacio de Tecla (óvalo rojo) en el espacio de los Viajes de Pablo
2-6. Aquellos caminos de entonces eran parlantes, y por los viajeros más rápidos, o los arrde la víspera, se sabía quiénes venían o estaban al llegar. 
«Un notable de Iconio, llamado Onesíforo, oyó que Pablo se acercaba y bajó a esperarle en el camino real que lleva a Listra, con sus hijos Simias y Zenón y su esposa Lectra, pues tenía acordado hospedarle en su casa. No le conocía de vista, pero tenía sus señas: pequeño de estatura, calvo, patiestevado, fornido, cejijunto, algo narigudo, lleno de simpatía. A ratos parecía humano, a ratos tenía rostro de ángel. Atento Onesíforo a la descripción, su mirada se cruzó con la de Pablo sonriente.» 
Pablo: Cueva de Éfeso, s. V/VI
Esta breve descripción física de san Pablo es archifamosa por ser única (aunque con leves variantes), y por su influjo en la imaginería del apóstol. También se la ha relacionado con la Fisiognomía, pretendida ciencia del carácter a través de los rasgos físicos. En este sentido no le hace favor, si cejijunto implicaba ser tristón y obtuso, y al arqueo de piernas correspondía cortedad de ingenio. Tocante a la nariz, habría que saber su forma: prominente, aguileña... Los de poca estatura pasaban por atolondrados, y la calvicie siempre se ha caracterizado como defecto, mejor que sabiduría (‘quedarse calvo’ de estudiar). La sonrisa de Pablo no es indiferente y tiene su miga: es una epifanía, la forma de aparecerse al público los grandes personajes para recibir la aclamación.
La casa de Onesíforo era de acogida, casa grande. Allá concurrió toda la cristiandad de Iconio, y aquello fue un jolgorio familiar y religioso, «entre genuflexiones y partir pan», alternando con los silencios en que Pablo hablaba de continencia y resurrección a vida nueva. Como una letanía, recitaba las Bienaventuranzas,  señas de identidad de los que están preparados para el Reino de Cristo que viene. Pero no todas por igual: él insistía en los limpios de corazón, los puros y castos, los que no siguen la norma mundana, los que tienen mujer como si no la tuvieran y los que temen a Dios. La mejor garantía de vida eterna:
«Dichosos los cuerpos de vírgenes, porque serán gratos a dios. No perderán el salario de su pureza, y hallarán descanso eterno.» 
Pablo enseñanado, entre Tecla a la ventana y su madre Teoclía - Éfeso, s. V/VI - Foto N.  Gail/ÖAl
Tecla, enamorada de Pablo
7-14. Todo esto lo oía una joven virgen desde su mirador en una casa vecina. Día y noche, no se cansaba de escuchar a Pablo discurseando sobre la pureza, sin moverse ella de su ventana. Desde allí veía a muchas mujeres entrar a la casa de Onesíforo, con gana de ir a conocer de vista al Pablo famoso, de quien sólo le llegaba la voz. 
Aquella joven se llamaba Tecla, hija única de la viuda Teoclía y prometida a Támiris, un optimate de la ciudad. Preocupada la madre por tanto arrobamiento de su Teclita, llama al galán para ponerle al corriente. Él se figura el anuncio de la boda, pobre iluso: 
– Tres días con sus noches sin comer, beber ni dormir, suspensa de la voz de un varón no tan maduro, al que no conoce y ni siquiera ha visto su cara..., ¿qué te parece?
– Señora madre, por todas las novelas amatorias que conozco, señales son de doncella enamorada. 
– ¿Enamorada, dices? ¿De quién o de qué? ¿A tí te parece enamoramiento normal estarse mi hija «días y noches a la ventana, la mirada fija, como una araña quieta en mitad de la tela que teje de ese Pablo», siempre con su rollo de la vida pura y casta a mujeres y chicas jóvenes, todas bobas tras él? Eso se llama hechizo amoroso. Ese hombre es un mago que las enamora con sus artes. Ea, habla con ella, dile algo, es tu prometida.
Al comprobar por sí mismo que ni pellizcando a Tecla salía del trance, Támiris se echó a la calle y vio que de la casa de Onesíforo salían dos hombres discutiendo airadamente:
– ¿Quién es el individuo que tenéis ahí dentro? No temáis, no os descubriré, y por dinero no quede: soy persona importante.
Dimas y Hermógenes --pues no eran otros los interpelados– le respondieron:
 – Ni idea, caballero. Sólo sabemos de él que se dedica a malmeter entre jóvenes y doncellas para que no se casen, con la amenaza: “si no vivís en castidad no resucitaréis”.
Támiris les convidó a su casa, y en el curso de un banquete espléndido les explicó su compromiso con Tecla, pidiéndoles detalles de la extraña doctrina, la resurrección de los castos. Así lo hicieron, añadiendo:
– Lo mejor será que le lleves ante el presidente Cestilio. Le denuncias como cristiano embaucador y te lo quitas de encima.
La solución que proponen los dos compinches era la más práctica, mediando compromiso formal de matrimonio. Fuera de eso, aquí se desvela el papel de los falsos amigos de Pablo en esta intriga. Eran espías  agentes de grupos cristianos rivales del apóstol, y recogían pruebas de su deriva doctrinal. ¿Qué deriva? «Enredar en contra del matrimonio»; en una palabra: encratismo
El encratismo (de enkratéia, autocontrol) fue un movimiento radical de repudio (y no sólo renuncia) al sexo lícito. Y aquí el debate podría liarnos, y lo que es peor, aburrirnos.
Desde aquella palabra de Cristo alabando a «los eunucos auto castrados por el Reino de los cielos»[8], la nueva religión ha venido arrastrando problemas con el sexo. Pablo, cómo no,  puso de su parte: 
«Lo digo como consejo, no como mandato: quiero que todos los hombres sean como yo mismo, pero cada cual tiene su carisma de Dios, el uno así, el otro asá. Digo, pues, a los solteros y a las viudas: mejor para ellos si permanecen como yo; pero si no se controlan (enkratéuontai), se casen, que vale más casarse que abrasarse»[9]
Ascetismo monástico, vírgenes consagradas, viudas permanentes, ‘estados de perfección’...  El encratismo radical no se quedaba en eso, pregonaba la continencia absoluta como necesaria para salvarse, y su motivación solía ser maniquea: si el cuerpo es malo, procrear es malo, y el sexo es todo malo. Este movimiento cundió por Oriente en el siglo II. El sabueso de herejes san Epifanio escribió que en su tiempo (por el año 180) quedaba mucho encratita  en Pisidia, Frigia, Galacia y en general por Asia Menor, o sea, el espacio de Pablo y Tecla [10]
Ahora bien, eliminado el maniqueísmo, ¿hubo algún tipo de encratismo ortodoxo? La pregunta parte de otro texto, siempre de san Pablo [11]
«... ¿No soy libre? ¿N0 soy apóstol?... ¿No tenemos facultad de comer y beber? ¿No tenemos facultad de pasear mujer-hermana, como los demás apóstoles, y los hermanos del Señor, y Cefas? ¿O sólo yo y Bernabé no tenemos facultad de no trabajar?...» 
Es un alegato a la defensiva. Los colegas de Pablo casados tienen consigo a sus mujeres como hermanas, y no les critica, al menos mientras no le critiquen a él. Un aspecto del encratismo cristiano fue la institución de las agapetas o agapitas: mujeres que convivían con clérigos en amor puro y casto, desafío a la tentación carnal.
El término, no registrado por la Real Academia, entró por vez primera en un Diccionario castellano de la mano del lexicógrafo jesuita Esteban Terreros y Pando, que por ser  autor y obra conocidos en este blog (a propósito de adefesios), tengo gusto en volver a citar [12]:
Pero no todas las agapitas «vivían en comunidad», como las monjas. Más a menudo cada agapita vivía con su agapito clérigo, en matrimonio espiritual, y la castidad se les suponía, de modo que el escándalo fue subiendo de tono. El nombre espiritual de ‘agapetas’ alternó con el de syneísactai (metidas en casa), traducido peyorativamente en latín  ‘subintroductas’, metidas de matute, como el contrabando. Los concilios condenaron esa forma de matrimonio espiritual, y San Jerónimo habló de «la peste de las agapitas» – él, que tanto supo de dirección espiritual femenina.
Es muy posible que la novela de Tecla y Pablo haya circulado también en versión encratita, y todavía hay quien cree ver en ella algo más que indicios de encratismo. Sigamos leyendo:
15- 19. A la mañana siguiente ya estaba Támiris en el atrio de Onesíforo, con gente de toga y un piquete de alguaciles y gente armada, intimando a Pablo a acompañarles ante el presidente. Leída la acusación de que corrompía a las mujeres y disuadía a la juventud de casarse, los hipócritas Dimas y Hermógenes dijeron a Támiris:
– Añade también que Pablo es cristiano y será el golpe de gracia.
El presidente, sin dejarse aleccionar, invitó a Pablo a explicarse, con aviso de que las acusaciones no eran leves. El acusado aprovechó para acentuar el carácter benéfico y salvador de su doctrina, terminando:
– Si yo enseño lo que Dios me ha revelado, ¡oh procónsul!, ¿cuál es mi delito?  
A lo que Cestilio mandó ponerle preso, para interrogarle más despacio.
Aquella misma noche, Tecla se desprendió de sus brazaletes para sobornar al portero de casa, y también al de la cárcel, una vez abierta la puerta del calabozo, le dio un espejo de plata. Así entró hasta Pablo, y sentada a sus pies se dispuso a oírle hablar de las maravillas de Dios. Y mientras él hablaba como si estuviese en libertad, ella cada vez más rendida besaba sus cadenas.
A todo esto, la familia de Tecla junto con Támiris la buscaban por todas partes, pensando que se habría extraviado o hecho algún daño. Uno de los esclavos, compañero del portero, dijo que había salido de noche, y el mismo portero acabó confesando que había ido a la cárcel, adonde el forastero. Allá fueron, y allí la encontraron, encadenada y por así decirlo presa de amor.
Primera condena de Tecla y liberación portentosa
20-22. El presidente mandó comparecer a Pablo, y al enterarse de que un mujer rondaba por allí ordenó traerla. Tecla compareció exultante y gozosa, mientras el público, al ver a Pablo, se puso a vocear in crescendo:
– ¡Es un mago! ¡Fuera con el! ¡Fuera!
Pero al tomar él la palabra, siempre hablando de Cristo, al presidente le caía bien. Concluida la audiencia, y ya en consejo, llamó a Tecla:
– ¿Por qué no te casas con Támiris, según el fuero de Iconio?
Y al seguir ella muda, de pie ante Pablo fija la mirada, su madre Teoclía se puso a gritar:
– Presidente, quema a esta impía. Que esta solterona arda viva en medio del teatro, para escarmiento de todas las discípulas de ese hombre.
El bueno de Castilio, que literariamente tenía mucho de Pilato, bien a disgusto hizo flagelar a Pablo y lo echó de la ciudad. En cuanto a Tecla, la condenó como pedía su madre. «¡Todo el mundo al Teatro!», gritó el pregonero. Cosa decidida.
Como cordera que otea a su pastor en el desierto, así nuestra heroína seguía con la vista a Pablo que se perdía entre la gente.  De pronto ve al Señor, en figura de Pablo, sentado, y se dijo: 
– Como si fuese yo incapaz de resistir, Pablo en persona me está mirando.
Tecla en la pira ahuyenta la llama.
Alabastro policromado - Catedral de Tarragona
Y siempre fija la vista en el aparecido, éste se fue al cielo.
Muchacho y doncellas traen leña y paja para quemar a Tecla. Cuando la condujeron desnuda, al propio presidente le saltaron las lágrimas, espantado de su fortaleza. Tecla se santigua y sube a la pira, mientras prenden el fuego. Y aunque la llama se encendió enorme, el fuego no la tocaba, porque Dios misericordioso hizo rugir las entrañas de la tierra y una nube hizo sombra por arriba cargada de lluvia y granizo, con tal chaparrón que muchos peligraron y murieron, mientras el fuego se apagaba y Tecla se salvaba.
       Pablo y Onesíforo, a cubierto
23-25. Entre tanto Pablo con Onesíforo, su mujer e hijos, metidos en un sepulcro abierto, en el camino de Iconio a Dafne, estaban en ayunas, y así pasaron bastantes días, hasta que los chicos protestaron:
– Tenemos hambre.
Pero ni para comprar pan tenían, pues Onesíforo había renunciado a los bienes de este mundo por seguir a Pablo con toda la familia. Pablo se quitó el manto y dijo a uno de los mozos:
– Anda, hijo, ve a comprar bastante pan.
Estaba el mozo comprando, cuando ve a Tecla, y pasmado le dice:
– Tecla, vecina, ¿pues no te quemaron? ¿a dónde vas?
– Busco a Pablo.
– Ven que te llevo a él, pues no para de lamentarse por tí en seis días que lleva rezando y en ayunas.
Cuando llegó, Pablo estaba de rodillas rezando a Dios padre de Cristo para que el fuego no tocase a Tecla. Ella se le acercó por detrás exclamando a Dios Padre: «¡Bendito seas, por haberme salvado para ver a Pablo!» 
Dentro del sepulcro reinaba mucho amor y alegría. Tenían cinco panes, verduras, agua y sal –no carne, ni vino–, y todos estaban contentos. Tecla se ofreció a Pablo:
–Me voy a cortar el pelo para seguirte a todas partes.  
–No corren buenos tiempos y tú eres bonita. Cuidado, no venga otra tentacion más difícil y no resistas.
– Dame sólo el sello de Cristo (el bautismo), y no habrá tentación que pueda conmigo.
– Ánimo, Tecla: a su tiempo recibirás el agua.
       Salta a la vista que la propuesta de Tecla es convertirse en la agapita de Pablo, y a la recíproca. Pablo acepta, o por ahora se resigna a ser el agapito de la muchacha. Situación por otra parte equívoca, ya que Tecla adopta atuendo masculino. «Esto va a traer problemas», le advierte Pablo, pero como quien habla para sí. La previsión va a cumplirse de inmediato: un pagano de relieve va a tomar a Pablo por el ‘hombre’ de Tecla, es decir su rufián y alcahuete, poniéndole en un compromiso del que sale nada airoso.

       En Antioquía. Tecla de nuevo condenada 
26- 27. Pablo devolvió a Onesíforo con toda su familia a Iconio, y llevando a Tecla consigo se puso en Antioquía. Nada más entrar, un alto magistrado sirio llamado Alejandro, pájaro de mucha cuenta en la ciudad, miró a Tecla con buenos ojos y hacía propuestas a Pablo con dinero y regalos:
– No sé de qué mujer me hablas, no es cosa mía.
El sirio, apasionado, la rodeó con sus brazos en plena calle, mientras ella, sin poderlo soportar y para que Pablo le oyese, gritaba con amargura:
– No fuerces a esta forastera, no fuerces a la sierva de Dios. Soy una mujer de la nobleza de Iconio, desterrada de allí por no haberme querido casar con Támiris.
Y agarrando a Alejandro por la clámide se la desgarró, le arrancó de la cabeza la corona y le puso en ridículo. Agitado doblemente por el amor y la humillación, la llevó ante el presidente, que al reconocer Tecla su acción la condenó a las fieras. La sentencia horrorizó a las damas presentes, que gritaron a coro: «¡Muy mal! ¡Valiente injusticia!»
Este episodio y su consecuencia, incongruente todo ello a primera vista, tiene explicación, y según mis mejores fuentes es más ‘auténtico’ y verosímil que el anterior de la quema en el teatro. Este Alejandro era un alto sacerdote con sus insignias (capa especial, corona), reconocibles para cualquiera, y desde luego para Tecla. Las libertades que él se permite con ella no eran extraordinarias para con las mujeres ambulantes de vida alegre, artistas o cortesanas. Un sacerdote pagano, fuese de la Gran Diosa Siria o de otra cualquiera, tenía familiaridad con la prostitución sagrada, que incluso mujeres honestas practicaban por devoción. Y en fin, aparte que todavía no se había promulgado la ley del ‘sí es sí’, el problema se lo busca Tecla, no sólo con su avío hombruno, sino porque al ver que Pablo se hace el loco, en un ataque de celos se pone violenta y la emprende con el pretendiente, en flagrante sacrilegio y crimen de lesa majestad, porque todo indica que el mismo Alejandro era el representante local del culto al Emperador. De ahí la condena terrible. Todo ello con la solidaridad de un mujerío que en esta historia sirve de coro de tragedia. ¡Ah!, y con un Pablo desaparecido.
Pasamos al clímax de la novela, previo al desenlace. Siempre en eclipse total de Pablo, entra en escena otra mujer: Trifena, la aristócrata; o incluso ‘la reina’. ¿Fantasía? En la Epístola a los Romanos (16: 12) mandaba saludos a Trifena y Trifosa, «las destajistas en Cristo», dos colaboradoras incansables, probablemente de Éfeso. Nombres que aparecen también en inscripciones relacionadas con la familia imperial, lo que recuerda a «los santos de la casa del César» que mandan saludos con Pablo en la Epístola a Filipenses, 4: 22. Pero esta Trifena se ha identificado con la histórica Antonia Trifena, ex reina consorte del Ponto, prima del emperador Claudio y retirada con todos los honores en Antioquía. Dama tan importante, que su desmayo es suficiente para detener los sagrados juegos y anular el proceso. «No vaya a ser, amigo Alejandro, que por culpa tuya en esa idiotez de menor cuantía entre Tecla y tú le llegue una protesta de Trifena a su imperial familia, y a los dos se nos caiga el pelo…» (El apócrifo es mío).
Aquí la reina aparece como protectora de Tecla desamparada, y finalmente su madre adoptiva. Heredera universal de Trifena, Tecla la rica será libre socialmente para cumplir su deseo de ser igual a su amado  Pablo en virginidad y en los poderes de bautizar y predicar que, finalmente, ella le arranca.

Trifena, protectora de Tecla. El desfile con las fieras
27-29. Tecla solicitó al presidente garantía de su pureza hasta su lucha con las fieras. Una mujer rica llamada Trifena, que había perdido a su hija, la tomó en custodia y la retuvo para consuelo.
Al desfile de las fieras, ataron a Tecla a una leona feroz, mientras Trifena le seguía en el cortejo. ¡Qué espectáculo! Tecla cabalgando la leona, y ésta lamiéndole los pies, todo el público fuera de sí. “Sacrílega”, ponía en su cartel. Desde el graderío, las mujeres con sus criaturas gritaban:
– Dios, qué injusticia se está cometiendo en esta ciudad. 
Tras el desfile, Trifena se llevó a Tecla a su casa, pues su difunta hija Falconilla le había dicho en sueños: «Madre, cámbiame por Tecla, la forastera abandonada, para que rece por mí y yo pase al lugar de los justos.»  Trifena estaba triste, porque al día siguiente era la lucha de Tecla con las fieras, y al mismo tiempo la quería como a hija. Al contarle su sueño, Tecla exclamó:
– Dios hijo del Altísimo que estás en el cielo, dale lo que desea, si es tu voluntad que su hija Falconilla viva por siempre.
Con esto no hizo sino aumentar la pena de Trifena, ante la idea de tanta hermosura arrojada a las fieras.

El combate con las fieras. Bautismo de Tecla 
30-35. La del alba sería cuando llegó Alejandro para llevársela, pues él era quien daba las cacerías:
– El presidente ya ha tomado asiento y la turba se nos revuelve. Debo llevar a la teriómaca, entrégamela. 
Lejos de eso, Trifena se puso a gritar, tanto que le hizo salir corriendo:
– Esta casa está de luto doble por Falconilla, y nadie me echa una mano: ni mi hija muerta, ni mi pariente, pues estoy viuda. ¡Dios de Tecla mi hija, ayúdala!
 El presidente envió soldados para conducir a Tecla. Trifena no quiso abandonarla, y ella misma la llevaba de la mano mientras decía:
– Yo llevé a mi hija Falconilla a la sepultura, y ahora te llevo a ti la teriomaquia. 
Tecla se echó a llorar con amargura y entre gemidos suplicaba:
– Señor Dios, mi seguro y mi refugio, tú que me libraste del fuego, dale a Trifena su recompensa por haberme tenido lástima y guardado pura.
El tumulto iba a más. La fieras rugían, la turba vociferaba, las mujeres desde su localidad daban gritos. «¡Traed a la sacrílega!», decía la plebe. Ellas replicaban: «¡Al traste la ciudad, por este atropello! Acaba con nosotras todas, procónsul. ¡Triste  espectáculo! ¡Injusta sentencia!»
Pasión de Tecla - Jerónimo Wierix
Arrancan a Tecla de las manos de Trifena, la desnudan, ella se pone el faldellín, es arrojada al estadio, y tras ella leones y osos. Una leona feroz corre hacia ella y se le echa a los pies. La turba mujeril aclama. Una osa ataca a Tecla, pero la leona se levanta contra ella y la despedaza. Ahora es un león entrenado contra el hombre, propiedad de Alejandro, el que la ataca. Pero la leona se abraza con el león y juntos mueren. Lo lamentan más las mujeres, pues ha muerto la leona protectora de Tecla.
Sueltan ahora fieras a barullo, mientras ella firme tiende los brazos y reza. Acabada su plegaria se vuelve y ve un estanque grande lleno de agua. «Es la hora del baño», se dijo, presta a zambullirse con estas palabras:
–En mi último día, yo me bautizo en el nombre de Jesucristo.
Las mujeres, y todo el público con ellas, llorando le decían:
–¡Cuidado, no te arrojes al agua!
Tanto así, que hasta el presidente se echó a llorar, porque en el estanque había leones marinos prestos a devorar tanta hermosura. Pero ella se zambulló en el nombre de Jesucristo. Brilló un relámpago, y al punto las bestias flotaban muertas en el estanque. Una nube de fuego envolvía a Tecla, haciéndola intocable para las fieras e invisible su desnudez.
Soltaron otras fieras más temibles aún, entre los aullidos del público femenino, las unas arrojando hojas, las otras nardo, otras canela y hierbas aromáticas, saturando el aire de perfumes. Las fieras, como adormecidas, ni la tocaban. Hasta que chasqueado el padrino de la fiesta, Alejandro, dijo al presidente:
–Tengo unos toros muy bravos. Ensoguemos con ellos a la luchadora.
–Como gustes– le autorizó sin entusiasmo.  
Sujeta por los pies en medio de los toros, aplicaron a éstos en sus partes hierros candentes para que agitados al máximo la mataran. Los bichos pegaban brincos y el calor prendió fuego a las sogas, quedando ella como sin ataduras.
Tecla se salva y muda su suerte
36-39. Trifena, en pie junto  la puerta, al ver a las bestias desmandadas y sueltas, imaginando a Tecla descuartizada se desmayó.
– ¡La reina Trifena ha muerto!– gritaban los de su cortejo.
El presidente hizo parar el espectáculo.
– ¿Quién eres tú realmente, y que llevas alrededor, que ninguna fiera te ha tocado?
– Yo soy sierva del Dios vivo, y la protección que me rodea es mi fe en el Hijo de Dios. El que no crea en él no tendrá vida eterna, morirá para siempre.
El presidente mandó traerle su ropa:
–Puedes vestirte.
–El que me ha vestido estando desnuda entre las fieras, él me revestirá de salvación el día del juicio.
Una vez vestida, el presidente dictó un decreto: «Os dejo libre a Tecla, la sierva pía del Dios.» La ciudad entera retumbó cuando el mujerío, como una sola voz, alabó a Dios. 
Trifena, al frente de la muchedumbre, fue al encuentro de Tecla y le dió un abrazo:
– Ahora creo que los muertos resucitan, ahora creo que mi hija vive. Entra en mi casa, que te voy a hacer mi heredera universal.  Así lo hizo Tecla, y descansó en la casa ocho días enseñando la palabra de Dios, de modo que Trifena creyó, y con ella la mayor parte de la servidumbre, con gran alegría de toda la casa.

Visita de despedida a Pablo. Tecla predicadora. Su dichosa muerte
40-42. A todo esto, Tecla deseaba a Pablo y le buscaba enviando gente por todas partes. Al tener noticia de que estaba en Mira, se ajustó el vestido y se hizo sisar la túnica al estilo varonil, y tomando consigo un cortejo de muchachos y muchachas partió para Mira. 
Allí encontró a Pablo predicando la palabra de Dios. Tecla se le acercó por detrás, y al verla de pronto Pablo quedó sorprendido, y más con tango golpe de gente, recelando si habría caído en alguna tentación, o si acaso le traía algún problema. Ella se dio cuenta y le dijo:
– He tomado el bautismo, Pablo. El que colaboró contigo para el evangelio, también conmigo colaboró para mi lavatorio. 
Tranquilizado Pablo la tomó de la mano y la metió en casa de Hermeyo, donde le escuchó todo su relato, que a él le produjo gran admiración, y a los oyentes confirmación en la fe. Todos rezaron por Trifena, agradecidos a su beneficencia, pues había hecho llegar a Tecla mucha ropa y moneda fuerte, de modo que pudo entregar a Pablo lo bastante para la atención de los pobres.
Tecla se puso en pie y dijo a Pablo:
– Me voy a Iconio.
 –Ve allá y enseña la palabra de Dios.
Con esto partió para Iconio, y entrando en casa de Onesíforo se postró en el suelo, allí donde Pablo estuvo sentado enseñando, y lloró.
Luego supo que Támiris, su prometido, había muerto, pero que su propia madre Teoclia estaba viva, así que la hizo llamar y le dijo:
–Teoclia, madre mía, ¿puedes creer que vive el Señor en los cielos? Porque si deseas riqueza, el Señor te la dará por mi mano; y si lo que deseas es a tu hija, aquí me tienes. Pero Teoclia, insensible el corazón, le oyó como quien oye llover.
Arregladas así sus cosas partió para Seleucia, y tras haber iluminado a muchos con la palabra de dios, descansó soñando cosas bellas.

Así más o menos concluye el relato. No se dice ni cómo ni cuándo pasó a mejor vida. Sin atarme a la letra, he procurado ser fiel al fondo y a la forma. 
«Pues valiente novela», pensarán algunos. Yo no he dicho que los Hechos de Tecla sean una gran obra, ni siquiera en el ámbito de la literatura cristiana, que ya es bajar listón. La secuencia circense, por ejemplo, no da para un buen guión de cine de romanos. Ser pionera la novela,  y tan antigua, es todo su mérito, que no es poco. Por eso precisamente, porque no es ninguna obra maestra, el texto ha variado tanto, según la variedad de gustos.

La conjura de los médicos. Tecla emparedada
Variedad de gustos: valga de ilustración el final de la leyenda de Tecla, tal como lo recogió el santoral bizantino (siglo X) como versión oficial en las Iglesias Ortodoxas. La Vida de Santa Tecla sigue el argumento de los apócrifos Hechos de Pablo y Tecla, amplificando aquí y allá detalles y motivos psicológicos y devotos, para terminar sustituyendo la noticia escueta y trivial de la koimésis o ‘muerte/sueño’ por un episodio novelesco. Episodio que no se inventa entonces, pues ya venía tradición antigua, procedente del santuario de Tecla en Seleucia de Isauria (siglos IV/V).
Final interesante como ejemplo de amplificación legendaria localista, en promoción de Tecla sanadora. Interesante  también por la intención de poner un desenlace literalmente ‘cerrado’ y definitivo a lo que podría ser un ‘ciclo de Santa Tecla’, saga inagotable como de las Mil y Una Noches. Con eso además se aseguraba para Seleucia la posesión del cuerpo de Tecla, frente a otras supuestas tumbas de peregrinación y recaudación limosnera. 

Seleucia Isaurse losa: Basílica hipogea y Gruta de Sta. Tecla - turkisharchaeonews.net
El relato parte del último encuentro de Tecla con su madre Teoclía en Iconio. Volvamos allá. Al parecer, cuando Tecla se fugó la primera vez tras de Pablo abandonando a su madre viuda, quien se hizo cargo de ella fue Támiris, el novio chasqueado. Ahora el motivo de la visita de Tecla era convertirles y bautizarles a los dos, o al menos a la madre; pero se encontró con que Támiris ya no era problema, pues había muerto. El problema ahora se llamó Teoclía, que por la descripción que hace el texto griego diríase que padecía de Alzheimer o demencia senil. Tecla la tomó κατὰ σχολήν (para la escuela), que yo entiendo como alumna o catecúmena, y no ‘para que descansara’ (que también). No se olvide que Tecla era profesora titular de doctrina cristiana, licenciada por Pablo.
«Vio Tecla que con su madre no adelantaba nada. Procurando salvarla, comprendió que bautizarla era como lavar a un etíope, de modo que se limitó a sellarle todo el cuerpo con el signo de la cruz. Hecho lo cual partió de Iconio, y cerca de Dafne entró en el mismo sepulcro donde había encontrado a Pablo con Onesíforo. Allí estuvo llorando a Dios, y de allí pasó a Seleucia, pero luego salió de la ciudad a una milla de distancia, temerosa de los habitantes idólatras. Y aprovechando el resplandor de una nube luminosa para encontrar su camino subió al monte que llaman Calamón o Rodión. Allí dio con una cueva que por largo tiempo le sirvió de morada. En todo aquel tiempo el enemigo le movió muchas y graves tentaciones, pero gracias a Dios las venció todas. Corrió la fama de su virtud y muchas mujeres nobles la visitaban, a disfrutar y sacar provecho de su conversación. 
Mas no sólo sabía curar las almas, también los cuerpos, no por el arte médica, sino por virtud admirable y eficacísima. Y al saberse en la ciudad que sanaba, y que lo hacía gratis, le llevaban toda clase de enfermos. De no verlo, no creerlo: con sólo acercarse a la entrada de la cueva, las enfermedades salían huyendo como asustadas de su gran enemiga. Y lo mismo los agitados por demonio malignos. 
Esto, que a todo el mundo admiraba y alegraba, para los médicos de Seleucia era un insulto y una competencia desleal que les privaba de sus ingresos. Llenos de envidia y rabia traman un plan diabólico:
– Esa virgen es sacerdotisa de Diana la Grande y protegida suya por lo bien que guarda la virginidad. Cuanto le pide, se lo concede. Pues si todo su negocio es de castidad, con un equipo selecto de sinvergüenzas, adultos y adolescentes, bien pagados y bien bebidos, problema resuelto.
Reúnen el personal, llegan a la cueva y llaman a la puerta. A todo esto, Tecla ya tenía aviso del cielo, qué ralea de gente le visitaba.
– Hijos, ¿qué queréis?
– ¿Vive aquí la llamada Tecla?
– ¿Para qué la quereís? 
– ¿Para qué? Para dormir con ella.
– Yo soy Tecla, pobre vieja servidora de Jesucristo. No intentéis nada contra mí, pues será inútil.
Si la santa les abrió la puerta, o si ellos la forzaron, de pronto Tecla se vio sujeta por muchas manos y acosada por una jauría de perros. Sin perder la calma:
– Aguardad, hijos, ahora vais a ver el poder de Dios.
Elevó una plegaria, y una voz del cielo le dio respuesta. En la pared de roca se había habierto un hueco, lo justo para acomodar su cuerpecillo. Una vez dentro, la peña se cerró sin quedar rastro de juntura.»  
Los agresores, estupefactos y mudos, sólo tenían entre los dedos la toquilla que la santa les había dejado para recuerdo. Muchos de aquellos desalmados se convirtieron y la toquilla de santa Tecla se conservó como preciosa reliquia en su templo de Seleucia.
La virgen Tecla fue llevada al martirio a edad de 18 años. El resto de la vida lo pasó en en la montaña, otros 72 años. total en el curso del nonagésimo.Vivió 90 años.
Tecla la Protomártir, aunque no murió en la arena. ¿Récord absoluto frente a Esteban, martirizado el año 34? O mejor, la Protomártir femenina. La primera mujer que tuvo licencia de Bautizar y Enseñar. ¿Y de decir Misa? Bueno, tampoco se lo propuso.
Los Padres de la Iglesia le dedicaron muchos elogios. De todos ellos, he aquí el de san Gregorio de Nacianzo, llamado ‘el Teólogo’ (Oración 24, 10), y algunas de sus oyentes tomarían nota: 
«Dios libró a Tecla de un esposo tirano y de una más tirana madre» 
________________________
1. Los años de la Era de Cristo se contaban en Florencia por el ‘estilo Encarnación’, desde la fiesta de la Anunciación (25 de marzo), y así la aparición de la peste en Pisa en enero se contaba allí como de 1347. En cambio la corte papal de Aviñón contaba por el ‘estilo Navidad’, empezando el año el 25 de diciembre, y así el mismo enero era de 1348, como vamos a ver enseguida.
2. Chirurgia Magna Guidonis de Gauliaco. (Edic. de Laurent Joubert), Tratado 2, Doctr. 2, cap. 5; en la edic. de Lion, 1585, págs. 104-106.; cfr. del mismo L Joubert, en francés: La grande chirurgie de M. Gui de Chauliac. Lyon 1579, pp. 178 ss.; La grande chirurgie de Guy de Chauliac ... : composée en l'an 1363... : avec des notes, une introduction… Edic. de Édouard Nicaise. Paris, 1890. pp. 167-173 (anotado). Edición moderna del texto latino: Michael R. McVaugh, Guigonis de Caulhiaco (Guy de Chauliac) Inventarium sive Chirurgia Magna, Vol. 1 Text. Brill, 1997, pp. 117-120.
3. Santa María la Nueva: Novella, en italiano, nombre como predestinado para un libro de novelas.
4. Tertuliano, Del Bautismo, c. 17. El autor escribe h. 190 de JC, y si la obra que cita y parece ser los Hechos de Tecla y Pablo se compuso h. 160-170, para él no era muy antiguo, y su fino olfato captó el fraude y averiguó el falsario. San Jerónimo (Varones ilustres) lo menciona y dice que la acusación se hizo ‘ante Juan’ el apóstol, cosa nada probable. Por ello parece más juicioso pensar que su fuente de información hablaría de Iconio, patria de Tecla y foco de su culto Tecla.
5. Theresa Angert-Quilter, A Commentary on the Shorter Text of the Acts of Thecla and its New Testament Parallels.  Australian Catholic University, Fac. Theol. & Philos., 2014, 466 págs. Tesis Doctoral; pág. 5, nota 9.
6. La noticia proviene de Focio, que en su Biblioteca menciona la colección como biblíon (libro de poca monta), y su título, «las llamadas Andanzas de los Apóstoles» (ai legómenai tôn apostólon períodoi). Cfr. Jeremy W. Barrier, The Acts of Paul and Thecla: A Critical Introduction and Commentary. Mohr Siebeck, 2009. Jan N. Bremmer, The Apocryphal Acts of Paul and Thecla. Peeters Publishers, 1996. Los apócrifos Hechos de Pablo se desarrollan en tres episodios, de los cuales los Hechos de Tecla constituyen el segundo en la tradición manuscrita más amplia, en griego pero también en copto.
7. Aun situando este escrito en el ciclo de los ‘Hechos de Pablo’, y aunque el libro canónico Hechos de los Apóstoles lleva prólogo a nombre de Lucas, no hay base para atribuir a este compañero de Pablo todo lo que le concierne. Para nosotros, los Hechos de Tecla son obra anónima en sus dos formas breve y larga. Cfr. A.-Q Comment, o cit., pág. 3.
8. Mateo, 9: 12.
9. 1 Corintios, 7: 6-9.
10. Contra las herejías, 47.
11. 1 Corintios, 9: 4-6.
12. Diccionario castellano con las voces de ciencias y artes y sus correspondientes en las tres lenguas francesa, latina é italiana. Madrid, Vda. de Ibarra, 1786, 1: 39.









3 comentarios:

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  2. Blogspot no permite a Viejecita poner el siguiente comentario. Copio del Blog de Santiago González su comentario:
    "
    Es sobre Tecla ( y Pablo )
    Esta historia me ha encantado, y me ha traído muchísimos recuerdos. Que eran de este estilo las que yo devoraba en mi infancia y adolescencia de la mano de mi abuela Marichu. ( Que nadie creía que fuera a alcanzar la edad adulta, y me preparaban para ser una “niña santa / mártir ” ). ¡ Que cosas !
    Gracias querido Profesor Belosticalle
    "

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  3. Querido Maestro, leyéndole uno se siente muy pequeñito. Es usted un pozo de saberes.
    Un abrazo

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