martes, 2 de enero de 2018

Navidades para Europa



A Karlovitch, compañero de remo de la ‘Argos’.


Europa, nuestra Unión Europea, tiene también sentido como herencia del Sacro Imperio Romano: un proyecto de largo alcance ideado  por los papas de Roma y puesto en marcha en la Navidad del año 800, cuando León III coronó emperador a Carlomagno.

Releer a Eginardo
Estas Navidades, meditando sobre la Europa de verdad, frente a esa otra ‘Europa de los pueblos’ que vocean ciertos pueblerinos nada desinteresados, vuelvo sobre la Vita Karoli Magni por su secretario y cronista Eginardo, con aquel cuento de ‘Navidad-800’ contado en clave de misterio. Me gusta imaginar que Eginardo, o Einhart, escribió aquella biografía a modo de cartilla, para que aprendiesen a leer latines los nietos del héroe, y de paso aquellos tarambanas tuviesen a quién parecerse, mejor que a su padre Luis el Piadoso, o el Pasota.
A Eginardo le reprochan haber calcado su trabajo sobre las Vidas de los Césares de Suetonio, en especial la Vida de Augusto. ¿Es que los escritores del ‘renacimiento carolingio’ no sabían ser originales? Claro que sí, pero según en qué géneros literarios. En algunos, como este, se imponía la imitación de lo clásico. En todo caso, la Vida de Carlos el Grande es de lectura amena,  de las que no se olvidan; o sea que algo tiene [1].
Todo el panfleto es una evocación de cuatro modelos regios: los bíblicos David y Salomón, y los romanos Augusto y Constantino. Carlos da la imagen del rey amante de la paz, obligado por ello a hacer la guerra siempre justa, siempre con Dios de su parte,  siempre victorioso.
¿Siempre? Bueno, ahí quedó para la historia y la epopeya el episodio de Roncesvalles (verano de 778). El patriotismo español desde siglos lo celebró con modestia. Más pretencioso el nacionalismo vasco, desde anteayer, magnifica como victoria militar patria un golpe de mano, que de político tuvo lo que el atraco al tren de Glasgow. Eginardo reconoce ingenuamente que el desfalco nunca pudo ser vengado, porque los atracadores se perdieron sin dejar huella.
Con las guerras sajonas y húngaras, Carlomagno había ganado terreno al paganismo para la cristiandad. ¿Qué tal un redondeo por el sur, ahora a expensas del vecino reino cristiano y católico lombardo? Sin molestar mucho al imperio bizantino, era una forma de mantener las buenas relaciones de Francia con la Iglesia, asentadas desde tiempos de Clodoveo, y más tarde, con Pipino.
Los pipínidas francos estaban de nueva luna de miel con la Santa Sede. Uno de ellos, Pipino III el Corto (o el Breve), mayordomo de palacio, harto de la inutilidad de su rey Childerico III el Bobo consulta al papa Zacarías:  «¿Qué hacemos con este muermo coronado, que no da golpe?». Respondió el oráculo:  «Quien reina de hecho sea rey de derecho». La anécdota es apócrifa, pero para Pipino, como si fuese auténtica:  destronó al rey, lo encerró en un monasterio, se caló la corona y fundó dinastía (751).
Pipino pasó a ser el gran campeón de la Iglesia, molesta con los bizantinos pero sobre todo con los lombardos, el ‘azote de Dios’ por los pecados de Italia [2].
Dios escribiendo torcido en renglones derechos
El año 752 fue elegido papa Esteban II, que inmediatamente concibe un plan audacísimo, casi temerario. A principios de 753, un oscuro peregrino franco vuelve de Roma a la patria, uno de tantos. Pero aquel hábito escondía a un enviado secreto, portador de un mensaje del nuevo papa pidiendo una entrevista privada con el rey de los Francos.
La trama del papa era poner en efecto cierto documento supuestamente imperial antiguo, del siglo IV, con privilegios de Constantino el Grande al papa Silvestre y sus sucesores. La pieza de marras era una falsificación romana recién horneada. El falso Constitutum Constantini fue toda la base jurídica para la creación de los Estados Pontificios y el reconocimiento del papado como monarquía con territorio propio [3].
En verano llegó la respuesta de Pipino, afirmativa, y el envío de escolta para llevar al papa a su presencia, burlando al rey lombardo Astolfo (749-756), que sospechaba de aquella intriga, y en ningún modo quería a los francos en Italia. El rey franco, bien aleccionado, recibe a Esteban en Ponthion (Champaña) con un ceremonial calcado de la leyenda constantiniana, donde el emperador hacía de caballerizo del papa (un anacronismo copiado  de la etiqueta bizantina).
El acuerdo fue un toma y daca. Un domingo de julio de 754 Esteban unge a Pipino y su familia como dinastía legítima y hereditaria. El rey de los francos y sus dos hijos, Carlos y Carlomán reciben el título honorífico de patricios de Roma y protectores del papado.
Tocaba ahora al rey franco cumplir su parte, pegando a territorios lombardos y bizantinos algunas dentelladas para ‘devolverlas’ al papa. Cosa que, a decir verdad, no era plato del gusto de Pipino, ser cobrador de gentes que a él no le debían nada. De hecho, Esteban tendrá que recordárselo por cartas incluso severas (754-756). Esto, más algunas donaciones espontáneas del propio rey franco, constituyó los primeros Estados Pontificios, políticamente hablando. Una veintena de ciudades en total, cuyas llaves se depositaban en Roma, sobre la tumba de San Pedro [4].
Pipino muere el 771 a la edad de unos 55 años. Sus dos hijos, Carlos (o sea Carlomagno, 29 años) y Carlomán (20 años), heredaron el reino y el papel de protectores de la Santa Sede y sus estados. Era papa en Roma Esteban III (767-772), y reinaba en Ticino (Pavía) Desiderio, rey de los lombardos (756-774).
Desiderio no fue el enemigo natural del papado que tanto denunciaban los papas, y sólo era amigo de su propio interés. De hecho, al principio había buscado entenderse con Esteban II, y también pareció que lo haría con su hermano y sucesor Pablo I (757-767). Bien es verdad que un aspirante a dominar toda Italia tenía que chocar con quien se arrogaba parte de ella  en nombre de San Pedro. Esto será siempre así hasta el Risorgimento nacional italiano, en el siglo XIX.
Una mentira con patas muy largas
La Historia está llena de falsificaciones, algunas muy buenas, en un mar de mediocridades y chapucerías. De la chapucera Donación de Constantino, los historiadores no saben qué admirar más, si la osadía de los falsarios, o la credulidad de las gentes. Porque ni siquiera en la cancillería de los Hohenstaufen, bajo un emperador germánico tan culto, tan descreído  y tan enemigo del papado como lo fue Federico II (1212-1250), se denunció jamás aquel documento. Sólo en el siglo XV dos eruditos, casi al mismo tiempo, demostraron lo evidente. Dos individuos, conviene añadir, nada sospechosos de hostilidad a la Santa Sede: Nicolás de Cusa era un cardenal de la Iglesia; Lorenzo Valla, un canónigo de la Basílica de Letrán en Roma.
Más asombroso todavía: tan estupenda demostración no tuvo el más mínimo efecto práctico, y en lo sucesivo los papas, sin ceder ni una pulgada de aquel patrimonio con vicio de origen, procuraron aumentarlo por todos los medios, incluida la guerra. Los papas, siempre sin apearse de aquel tinglado histórico-jurídico, se opusieron tenaces a toda federación italiana que no fuese bajo su teocracia. Y cuando en el siglo XIX la joven Italia laica les reclamó su capital natural, Roma, los pontífices seguían con su mantra, “non possumus”. Imposible renunciar a un designio de Dios manifiesto, aunque para revelarlo a los hombres se valió de una mentira piadosa [5].
No sin humorismo clerical, san Pío IX comentaba así el gran fraude que dio origen a los Estados Pontificios:
«Por singular consejo de la Providencia Divina,  a la caída y reparto del Imperio Romano en diversos reinos, los romanos Pontífices, constituidos por dios en cabeza y centro de la Iglesia toda, adquirieron ellos también un principado civil… Éste les aseguraba la libertad política, tan necesaria para poder ellos ejercer su poder, autoridad y jurisdicción  espiritual en el mundo entero, sin estorbo alguno.»
Por si fuese poco, aquella pieza falsa, en la mentalidad del clérigo que la forjó, ni siquiera pretendía en principio fundar unos dominios papales, que en parte ya existían, sino mera y simplemente legitimar para la Santa Sede y el Clero romano la introducción de una etiqueta, ceremonial  e insignias imperiales a la altura de la corte de Bizancio. En la práctica fue como aplicarse el papado a sí mismo su propio dictado por boca de san Zacarías I: «Sean reyes de hecho y derecho los que lucen insignias de tales».
Una herencia problemática
La falsa herencia de Constantino trajo problemas a la Iglesia, y uno muy serio no se hizo esperar. El nuevo carácter de ‘papa-rey’ convirtió el papado en objeto de deseo como nunca lo fue antes. Y al no ser una dignidad hereditaria fomentó el nepotismo. Todavía estaba Pablo I en su lecho de muerte, asistido por un solo clérigo leal de nombre Esteban, y ya se reñía por sucederle. De hecho, la sede romana estuvo vacante un año largo, en un escenario de violencia física.
Pareció triunfar un tal Constantino, un sujeto que ni siquiera era clérigo y recibió las órdenes sagradas a machamartillo, entre escolta armada. Su mensaje de amistad al rey  Pipino ni siquiera mereció respuesta. Desiderio el lombardo por su parte trató de imponer como papa a su títere, el monje Felipe, que al día siguiente de su consagración dio la espantada.
En Roma se puso de moda entre contrarios sacarse los ojos, a la bizantina. En los claustros monásticos no será rara la estampa del lazarillo atado a un hombre a tientas, con las cuencas vacías. El propio intruso Constantino pasó por la experiencia; y no se habrá cerrado el siglo, cuando veremos en esta historia a un papa legítimo, León III, que a punto estuvo de perder los ojos junto con la lengua [6].   
Finalmente, el 7 de agosto de 768 resultó elegido y consagrado papa Esteban III, aquel  eclesiástico que rezó en soledad junto a Pablo I moribundo. Aun así, no le fue nada fácil imponer su autoridad en Roma, por lo que escribió a Pipino pidiendo socorro.
Aquella carta no la leyó el destinatario, que había muerto. Fueron sus dos hijos, Carlos y Carlomán, herederos de un reino compartido, los que la abrieron y la pasaron al obispo de Reims, Turpín. Este personaje, que luego fue leyenda, eligió a una docena de colegas  prudentes en Derecho que le acompañaran a Roma, a un Concilio en Letrán (769), para discutir la suerte del usurpador Constantino, y de  cómo elegir papa en adelante.
El pseudo papa ciego se defendió bien, alegando precedentes de sujetos legos que fueron pontífices. Con ello sólo consiguió sacar de quicio a sus rivales, que con celo de la Casa del Señor, más que caridad cristiana, a golpes y puntapiés le echaron del  aula.
El papa no sabía qué hacer. Entre francos lejanos y lombardos próximos, tentó un acercamiento a éstos. Desiderio acudió a Roma ‘como peregrino’, pero con gente armada, sólo para encontrar cerradas las puertas, repartida la defensa común de la urbe en tres facciones: romanos, pro-bizantinos y pro-francos, más los NS/NC de toda la vida (771). Ahora Esteban III optaba por los francos, amigos de Roma, aunque también de Bizancio, siquiera de boquilla. El concepto que los bizantinos tenían de sus aliados los bárbaros francos se resumía en un refrán: Ton fránkon éji fílon, ouk éji gítona (Al franco tenle de amigo, no de vecino).
Papa Esteban III y su personal estilo epistolar
Desiderio, que codiciaba toda Italia, tenía varias hijas que utilizó para enlaces políticos, así de alianza como de apaciguamiento. Dos de ellas, Deseada y Gerberga, las ofrecio a los hermanos Carlomagno y Carlomán, que estando ya emparejados rompieron sus compromisos.
Cuando el papa Esteban III tuvo noticia de que ambos hermanos iban a ser yernos del rey lombardo, enfurecido se puso a dictar para ellos una carta, avisándoles que aquella alianza era una treta del diablo para contaminar la pureza racial de los francos con la sangre más ruin.
He conocido la carta del papa por un párrafo traducido, y aunque tengo alguna experiencia del lenguaje y tono que se gastaban ya entonces los pontífices –excesivos en los elogios como en los insultos y amenazas–, esta vez el texto me ha parecido tan chocante como para acudir al original, que traduzco y esto es lo que hay [7]:
A los Excmos. Sres. hijos Carlos y Carlomán, reyes de los francos y patricios de los Romanos, el papa Esteban: [...]
Ha llegado a noticia nuestra, y lo decimos con el mayor dolor de corazón, que Desiderio, rey de los lombardos, trata de persuadir a vuecencias para que cada uno de vosotros dos se case con una hija suya. Lo cual, de ser así, es una treta del diablo, y más que un matrimonio, es una coyunda perversa  de nuevo cuño…
¿Qué locura es esa, que casi no hay palabra para decirla? Vuestra gente preclara de los francos, que brilla sobre todas las demás, se va a contaminar (ojalá no) con la ralea hedionda de los lombardos, que ni siquiera se cuenta entre las humanas. Esa raza de la que, como es sabido, descienden los leprosos. Nadie en su sano juicio podría imaginar que reyes tan renombrados se impliquen en un contagio tan detestable y abominable. ¿Qué tiene que ver la luz con las tinieblas, el fiel con el infiel? Vosotros, por voluntad y consejo divino, ya estáis casados legítimamente, por decisión de vuestro padre, con esposas por cierto hermosísimas de vuestra patria y de la estirpe nobilísima de los francos, como reyes preclaros y nobilísimos. A esas habéis de amar, y no os es lícito repudiarlas para tomar a otras o mezclaros con sangre extranjera… ¿Acaso alguno de vuestra estirpe nobilísima se contaminó jamás ni se mezcló con la horrenda raza lombarda? ¡Y vosotros os proponéis (Dios no permita) mancharos con esa gente horrible!...
La filípica es larga, y en ella abunda el papa en el mismo argumento racista. Diríase que no le ofende tanto la poligamia o el divorcio como tales, sino porque al emparentar los francos con el rey lombardo, éste se asegura manos libres para robar el patrimonio de San Pedro. Por eso termina Esteban conjurando, por los huesos del santo Apóstol y por el Día del Juicio, so pena de excomunión y condena al fuego eterno,  que a ninguno de los dos hermanos se le ocurra tomar por esposa a una hija del lombardo, ni conceder la mano de Gisela, su nobilísima hermana, para el hijo de Desiderio [8].
No se sabe la fecha exacta de tal carta (769?), ni está claro el efecto que pudo tener, salvo que  la relación entre el rey lombardo y el papa quedó maltrecha. Aquellos monarcas eran en la práctica todos polígamos y muy capaces de disolver sus compromisos conyugales mediante el divorcio o de forma más expeditiva. De ‘san Carlomagno’ –porque siglos más tarde fue canonizado–, el biógrafo Eginardo habla de sus concubinas y de hijos que tuvo con ellas. Ya entonces Carlos tenía por lo menos un hijo, Pipino el Giboso (h. 767-811), de una tal Himiltruda, noble franca. Y lo mismo que repudió a ésta para tomar, instigado por su madre Bertrada, a la lombarda Deseada,  también a ella repudiará cuando llegue la hora de atacar a Desiderio para quitarle el reino.
Por fin, Carlo Magno
Esa hora sonó en diciembre de 771, cuando Carlomán muere y Carlomagno reina en solitario. La viuda del difunto, la lombarda Gerberga, vuelve a casa de su padre llevándose a sus dos hijos varones, que el abuelo Desiderio reconoce. Les acompaña la repudiada de Carlomagno,  Deseada, reemplazada por Hildegarda. El papa y Desiderio hacen las paces, sólo de momento, porque tres meses más tarde también Esteban III muere (1-02-772). Le sucede, electo por unanimidad, Adriano I (772-795). Un papa con ideas muy claras, al menos en lo tocante a su sed de poder temporal y espiritual.
El divorcio de Carlomagno, como sus bodas y apaños, no fue por miedo al infierno o a la indignación de San Pedro Apóstol, ni siquiera por complacer al difunto pontífice, sino por razón de estado, que el nuevo papa entiende y aprovecha. Por eso, cuando el rey lombardo le pide que dé la unción regia a los hijos de Gerberga, Adriano rehusa, a sabiendas de que Roma será atacada; pero para eso cuenta con los buenos muros de Roma, y ahora también  con el rey franco, que sigue ostentando el título de patricio romano y protector de la Urbe.
Los legados secretos del papa sitiado, en ruta tortuosa por tierra y mar, llegan a Paderborn, ante la corte franca en pleno. Allí pintan de oscuro la situación crítica de Roma, mientras dejan caer pinceladas claras y golosas sobre la Lombardía tan llana, tan abierta, tan asequible para Carlomagnos y sus leudes, condes y paladines.
Dos grandes  columnas francas se ponen en marcha y cruzan los Alpes, una por el San Bernardo, la otra con el rey por el Moncenís –la ruta de Pipino–, para caer sobre Milán, Verona y Ticino (Pavía).  La noticia paraliza a Desiderio, que levanta el cerco de Roma y se encierra en su capital, dotada de poderosos muros con 17 puertas. Acampados en torno pasaron los francos la Navidad de 773.
El cerco se alarga y Carlomagno se toma una peregrinación a San Pedro. El Sábado Santo, 2 de abril de 774, besaba los muros de Roma y el día siguiente cumple con Pascua. Adriano le recibe en Letrán, y de allí al Vaticano, donde el rey sube las gradas del atrio de rodillas besándolas una a una, mientras el clero repite: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”.
Sobre el altar, encima de la tumba de San Pedro, las dos cabezas de la cristiandad renuevan sobre los Evangelios el pacto de lealtad y defensa mutua. El papa hace sacar de un armario fuerte un envoltorio de seda con broches de oro. Abiertos los cuales, apareció como nueva la carta sellada de la Donación de Pipino.
El principio de una bella amistad
Carlomagno lee y relee aquel texto de su padre; y echando en falta ciertos pormenores que Adriano mismo le va soplando aquí y allá sobre la marcha, reclama a su protonotario y le dicta nueva carta de Donación más precisa y más en forma. Es de notar que en ésta y sucesivas donaciones de Carlos al papado, el objeto de dominio papal se define estrictamente –esto y no más–, mientras que la jurisdicción pontificia espiritual se reconoce universal y sin límites.
El papa corresponde regalando al rey reliquias y otras preciosidades, más un Libro de Cánones de la Iglesia para su gobierno, con una dedicatoria autógrafa. Eran 54 versos latinos que no conozco, pero según leo formaban acróstico, cuyas iniciales decían:
DOMINO EXCELLENTISSIMO FILIO KAROLO MAGNO REGI HADRIANUS PAPA
(Al Excelentísimo Señor hijo Carlo Magno Rey, el Papa Adrián) [9]
Como también, para recuerdo, se acuñó una medalla que tampoco he visto, con los dos personajes sujetando el libro de los Evangelios sobre el altar o tumba de San Pedro. SACRUM FOEDUS (Pacto sagrado), rezaba el título; y la inscripción, como de dos enamorados:
TECUM SICUT CUM PETRO : TECUM SICUT CUM GALLIA
(Contigo, como con Pedro : Contigo, como con Francia)
A todo esto, Pavía se pudre entre el hambre y la peste, resistiendo entre siete u ocho meses  antes de rendirse (774). Desiderio se entrega a merced de Carlos, que según costumbre gótica le hace rapar la cabeza en forma de tonsura monástica y le recluye en la abadía franca de Corbeya. Allí, cuentan las Actas de la Orden de San Benito, el ex rey de los lombardos  ya no fue más que ‘fray Deseado’, un monje ejemplar y devoto hasta su muerte (786). Pocos recordaban que aquel religioso tan callado a punto estuvo de realizar la unión de Italia bajo su cetro.
Gerberga, la cuñada de Carlomagno, igualmente monja a la fuerza, y sus dos hijos también al convento. El hijo y heredero de Desiderio se escapó a Bizancio. En su lugar, fue Carlomagno quien se ciñó en San Miguel de Pavía la Corona de Hierro lombarda, que todavía se muestra, mutilada y  retocada,  en el tesoro de la catedral de Monza. Un Carlomagno generoso ‘devolvió’ al papa Adriano parte del territorio lombardo, junto con Rávena y otras ciudades que fueron bizantinas.
Fue como en las novelas sentimentales, el principio de una bella amistad. El Códice Carolino nos ha conservado un paquete de cartas de Adrián I a Carlos, con encabezamientos de este tenor o parecido [10]:
«Benignísimo hijo, hemos recibido de tu excelencia  melíflua y protegida de Dios las honorables sílabas…»
Adriano muere el día de Navidad de 795. Con el poder contrajo esa debilidad, tan italiana, de promover a su familia y parentela con cargos y sinecuras. Fue el primer papa nepotista en toda regla, y eso iba a tener mal efecto inmediato. Pero no anticipemos.
«Carlos lloró a su mejor amigo como su hubiese perdido al hermano o al hijo predilecto. Porque era propenso a trabar amistades y constante en ellas, siempre afectuoso con sus amigos» (Eginardo, 19).

Él mismo, como poeta y para desquitarse de aquella dedicatorio en verso tan larga que le endosara el difunto, enviará para su tumba un gran mármol cubierto de dísticos latinos. El Epitafio de Adriano I –una placa vertical de mármol negro con letras de oro en la pared del  atrio de San Pedro, entre otros sepulcros de papas– se hizo tan famoso, tan buscado y mirado por los peregrinos cultos, que al demolerse la vieja basílica constantiniana para levantar la nueva, mientras otras piezas arqueológicas se iban amontonando en las Grutas Vaticanas, o bien se reciclaban como escombro, ésta fue de las contadas que se salvó íntegra, y hoy sigue más o menos donde siempre estuvo, en el atrio nuevo según se entra a mano izquierda [11].
Dice Carlos que aquellos versos los escribió él mismo, mientras se le caían las lágrimas por la pérdida de un padre:
POST PATREM LACRIMANS KAROLUS HAEC CARMINA SCRIPSI

Eso dice, en primera persona. Que sea cierto, o tal vez licencia poética, es otro cantar. Los malpensados –ingleses mayormente– insinúan que un hombre tan ocupado como él bien pudo ceder el encargo de los veinte dísticos al clérigo, profesor y poeta cortesano Alcuino de York. (La verdad es que la lápida con el epitafio es una joya glíptica, que dice mucho del gusto y la técnica de los francos, y sólo la desmejora el marco barroco que la rodea.)
Y el papa León III improvisa Europa
Muere Adriano I en Navidad, y el día siguiente ya había nuevo papa por aclamación del clero: León III (795-816). ¿A qué tantas prisas? Sin duda, para no dar tiempo a que la familia del difunto sacara ventaja. El nuevo papa era nadie en sociedad, un cardenal de escalafón sin familia propia.
Seguidor de la política autoritaria de Adriano, León envía a Carlomagno las llaves simbólicas de la Tumba de San Pedro y el estandarte de Roma, mientras le escribe recordándole su compromiso como Patricio Romano.
Carlos se sorprende. Primera noticia de la muerte de su gran amigo. Por otra parte, lo del patriciado romano le estomagaba. Nunca se entendió con aquella casta de intrigantes corruptos, y ni siquiera le divertía disfrazarse de patricio.  Como anota Eginardo, él siempre vistió a la franca. Tres veces había estado en Roma, y sólo una, a regañadientes, se dejó envolver en aquella clámide, remedo de toga, que como franco deportista le parecería incómoda y ridícula, más propia para estatuas que para personas semovientes.
La ilusión que se hacía León era doble: creerse un super-Adriano, cuando ni siquiera controlaba Roma; e imaginar a Carlos instrumento dócil de la Santa Sede. Rey Cristianísimo sí, pero por eso mismo, Carlomagno se sentía príncipe de la Iglesia, y en cierto modo sobre ella, frente a los enemigos de la Iglesia y del papado. Respondió cortés, envió a Roma el poema pétreo que hemos visto para el papa difunto, más otros regalos espléndidos para el nuevo; pero lo que ni se le ocurrió fue viajar a Roma, a sacar de apuros a su desconocido socio. Un papa, León III, de quien no todo el mundo hablaba bien. Perfectamente informado Carlos en sus cortes de Paderborn y Aquisgrán por sus missi doninici, enviados de confianza que iban y venían de Italia y otras partes, dejó a León dormir sus ilusiones, que por un momento resultaron pesadillas.
Los primeros cuatro años del pontificado de León III creció el descontento de la familia de Adriano y otras de su cuerda. León sufrió un atentado en que se implicaron también algunos griegos. El 25 de abril de 799, presidiendo la procesión de las letanías, en la calle que hoy se llama el Corso, al pasar por delante de un monasterio, dos sobrinos de Adriano derribaron al papa de su mula y le arrastraron adentro. Su intención no era asesinarle, sólo secuestrarle, mientras unos sicarios se dedicaban a arrancarle la lengua y, por supuesto, sacarle los ojos. Pero hasta en eso fueron torpes, pues la víctima retuvo («por milagro de San Pedro») la vista y el habla.
El complot fracasó, quedando sólo en dos acusaciones de poco recorrido: adulterio y perjurio. Más que suficiente para interesar a Carlos, que en gesto de autoridad hizo traer al papa a Paderborn, a su presencia; eso sí, con honores militares de soberano. Aquel viaje anunció un vuelco en la Historia de Europa.
En Paderborn se acordó la vuelta de León a Roma, con escolta y comitiva franca. Al papa, vicario de Dios, no podía juzgarle nadie en la tierra. Sólo el mismo podía purgarse ante los romanos y francos con un juramento simple, sin someterse a ninguna de las ordalías o pruebas bárbaras del fuego y del agua. Carlos anunció también su idea de celebrar en Roma la próxima Navidad. Qué más se acordó en aquellas vistas, es tema de especulaciones.
El relato de aquella Navidad del 800 se aderezó y ajustó a pauta evangélica. En la liturgia, la Nochebuena se anuncia con un pregón cantado llamado ‘La Calenda’, que sitúa el hecho histórico de la Encarnación del Verbo –confundida adrede con el nacimiento de Cristo– por fechas o efemérides, desde la Creación del Mundo, el Diluvio, la Fundación de Roma, etc. etc., hasta el año XLII del imperio de Octaviano Augusto, «toto orbe in pace composito», todo el mundo arreglado en paz: una verdad siempre a medias, porque en el orbe siempre hay gente para todo, en especial para armarla. El vascón indómito, sin ir más lejos. Total, que en agosto de aquel año Carlomagno emprendió su última peregrinación a Roma, para festejar allí el cambio de siglo.
Con mucho sentido, la marcha sobre Roma propiamente dicha la hizo Carlomagno  desde Rávena, capital del Hexarcado bizantino. El 23 de noviembre encuentra a León en Mentana, en el miliario XIV de la vía Nomentana, donde se recibía a los exarcas. De allí van juntos a Roma. Como gesto político, una provocación y ninguneo al Imperio, gobernado entonces por una mujer, Irene.
En Roma todo salió como estaba previsto. Parte de los regalos de Carlos la había gastado el papa en algunas mejoras en Letrán. Hoy en día, frente a la basílica, se alza un pastiche moderno con la reconstrucción muy sobada de dos grandes mosaicos perdidos, idea de León III como cartel publicitario de su nuevo plan sacro-político. Los originales de estos mosaicos, del año 797, adornaban el triclinio o salón-comedor del palacio del papa. Una de la composiciones muestra al Salvador –titular de la basílica– de talla gigantesca, entre el apóstol Pedro y el emperador Constantino a sus pies. En la otra, San Pedro entronizado, con el palio y las llaves en el gremio, ofrece con la diestra una estola a un joven “Santísimo Don León Papa», y al otro lado, “Don Cárulo» recibe una bandera, ambos arrodillados a sus pies. (Don Cárulo, coronado, luce un mostacho a la francesa, muy parecido por cierto al del Apóstol. Karulus o Cárulo, diminutivo de Caro, en el bajo latín de entonces significaba Queridito.)
En aquel triclinio y decorado el papa se ‘purgó’ sin dificultad bajo juramente de unas acusaciones que serían falsas, o tal vez no. Los dos denunciantes y principales culpables del atentado que desfiguró al pontífice fueron condenados a muerte, pero el papa con buen acuerdo pidió la conmuta por destierro a Francia, a merced de Carlos.
Irene:  feminismo incorrecto
Mucho antes de aquel 11 de septiembre de 1741, cuando los aristócratas húngaros, puestos en pie en la Dieta de Presburgo, gritaron aquello de Moriamur pro Rege nostro Maria Theresia (Muramos por nuestro rey María Teresa), en la Constantinopla del siglo IX una mujer se firmaba y hacía llamar en masculino  basileus, emperador. Aquella fémina era Irene Sarantapijena, mujer que fue del emperador León IV (775-780).
Con todos sus defectos y poca cultura, esta dama de hierro tuvo el mérito de poner fin a un cisma eclesiástico y civil gravísimo, a cuenta de la veneración de las imágenes sagradas.
Desde el año 730, en que el emperador bizantino León III el Isauro prohibió los iconos o imágenes sagradas, la cristiandad griega anduvo dividida entre e iconoclastas e iconodulos. Y no era lo más grave que los iconoclastas rompiesen imágenes, sino que unos y otros se partían la cara en cada encuentro. Irene, iconodula devota y secreta, manejó a su marido León IV por caminos de tolerancia, y una vez viuda (780) se declaró regente por el hijo Constantino VI, de nueve años, y puso fin a la ‘herejía’ de los iconoclastas. Por esta razón las iglesia griega la venera como santa.
Una santa a su manera. Porque cuando su hijo tuvo edad de reinar (787), Irene no se dio por enterada, haciéndose llamar siempre basilisa (emperatriz). Hijo y madre se llevaron a muerte, entre suspicacias mutuas. Irene primero hizo abortar una supuesta conjura de varios cuñados, tíos de Constantino, en favor de uno de ellos, Nicéforo, al que hizo sacar los ojos, y cortar la lengua a los demás. Una forma de avisar que una mujer estaba capacitada para ocupar el trono de Bizancio. Y todavía años después ella misma, sintiéndose amenazada por el príncipe, dio un golpe de estado, le hizo prisionero, y la basilisa se autonombró basileus, ‘emperador’ (sic) en lugar de su hijo, previo el trámite de dejarle ciego. Es de notar que la voluntariosa Irene había querido emparentar con Carlomagno casando al chico con una princesa franca, cosa que no prosperó. Así que volvamos nosotros a Roma.
‘Navidad-800’ para una nueva Europa
Aquella Navidad del 800 tuvo un hors-de-programme, algo que cogió de sorpresa al público de San Pedro, salvo unos pocos enterados. Antes de misa, mientras Carlomagno oraba ante la ‘confesión’ del Apóstol, el papa León se le acercó con una corona de oro y se la puso en la cabeza, entonando él mismo la aclamación como Emperador de los Romanos, que se repitió atronadora. Al asombro siguió el júbilo. Sólo el interesado, Carlomagno, se mostró pesaroso, quizá molesto. La Vita Karoli sugiere un gesto de humildad demasiado hagiográfico para creído.
No es descartable algo de teatro, de cara al lobby bizantino, por ejemplo. Lo dejo así, porque es difícil calar en la psicología de un personaje tan remoto. Si el árbol se conoce por los frutos, digamos que Carlomagno asumió perfectamente su nuevo papel, mientras la Cistiandad de Occidente le saludaba, no tanto como restaurador del Imperio Romano, como sugería el patriciado de la Urbe, sino como fundador de un nuevo Imperio Sacro, o dicho en moderno, de una nueva Europa.
El chovinismo galo, que en toda la saga capeta no logró colocar candidato al Sacro Imperio, se compensó entendiendo la Navidad de Carlomagno como una ‘traslación del Imperio Bizantino’ a Francia. Así los ‘reyes cristianismos’ fueron de derecho emperadores. Delante de mí tengo abierto un hermoso libro, muy bien encuadernado en piel roja y cantos dorados, con firma de propietario, un tal Delamotte 1767. Lástima que no ponga lugar, porque me pregunto si sería el epónimo fundador del champaña famoso (1760). Autor del libro fue el Padre Luis Mambourg, de la Compañía de Jesús. Es un  ejemplar de la primera edición de su Histoire de l’hérésie des Iconoclastes (París, 1674); y viene a cuento el subtítulo: ...de los Iconoclastas, y de la traslación del Imperio a los Franceses. El nacionalismo patriotero es lo que tiene: lo mismo magnifica Roncesvalles, que trivializa la ‘Navidad-800’, Navidad para Europa [12].

Notas:
1. Hay en la Red edición bilingüe latino-española: Eginardo, Vita Karoli Magni/Vida de Carlomagno, por Pablo J. Castiella, con comentarios puntuales que saben a poco.
2.  En realidad, la primera toma de contacto político del papado con el reino franco tuvo lugar en tiempos de Gregorio III (731-741), que hostigado por los lombardos (el ‘azote de Dios’) pide socorro a Carlos Martel, abuelo de Pipino III. Aquellos bárbaros fueron católicos desde su conversión al cristianismo. Pero  aquel mayordomo de palacio no estaba de momento en condiciones de actuar en favor del papa, que murió amargado. Su sucesor san Zacarías I (741-752) tuvo habilidad para negociar con el reino y los ducados lombardos. El precario equilibrio se rompió bajo su sucesor Esteban II (752-757), cuando el rey lombardo Astolfo apetece el Ducado de Roma, ante la impotencia del emperador bizantino Constantino V el Coprónimo –literalmente, ‘el Cagón’, porque de pequeñín parece que se ensució en la pila bautismal.
3.  La invención pudo ser de este pontificado, o algo posterior. La primera mención de la supuesta Constitución de Constantino se halla en una carta del papa Adrián I a Carlomagno en mayo de 778 (Jaffé, 4: 197-201, nº 61.) En ella le invitaba a emular los méritos del emperador Constantino para con la Iglesia Romana, «reintegrando al patrimonio de Pedro todos los territorios usurpados a lo largo de los años por la gente nefanda de los lombardos». Por otra parte, este papa en sus cartas a su gran amigo el rey de los francos  insiste machaconamente en pedirle que le devuelva estados arrebatados a la iglesia.
4.  En tiempo del papa san Gregorio I el Grande (590-604) el Patrimonio de Pedro –o ‘patrimonio de los pobres’, en alusión a la beneficencia y asistencia eclesiástica– era vasto, mayormente en Italia y Sicilia, pero también disperso por África, Galia meridional, Dalmacia, Ilírico, Córcega y Cerdeña. Hay que distinguir entre estados pontificios, en el sentido político, y propiedades de la Iglesia, muy anteriores y legítimas, garantizadas por Constantino en el Edicto de Milán siglo IV). De igual modo las iglesias locales y los monasterios se hicieron dueños de extensos patrimonios y feudos.
5. En 1870 se consumó el fin de los Estados Pontificios con su anexión al Reino de Italia.
6. Eginardo lo afirma rotundamente: «Romani Leonem pontificem multis affectum iniuriis, erutis scilicet oculis linguaque amputata, fidem regir [sc. Karoli] implorare compulerunt» (Vita Karoli, 18). Era un bulo que varias crónicas acogieron y aun ampliaron.
7. Philippus Jaffé, Bibliotheca Rerum Germanicarum, 4: Monumenta Carolina. págs. 158-164. Ep. 47, AD 769.
8. En aquellos tiempos el divorcio era frecuente y fácil, y la Iglesia era comprensiva con la flaquexza humana, permitiendo el matrimonio bígamo temporal, con la penitencia correspondiente: «Si uno, forzado por necesidad inevitable huye a otro ducado o provincia, a donde su mujer no quiere seguirle, si allí no puede guardar continencia, podrá tomar otra mujer, haciendo  penitencia» (Concilio de Verberie (Senlis), canon 9, a. 756 [no 752 ni 753], en el palacio real presidido por Pipino). Toda la serie de cánones de ese concilio sobre materia sexual es significativa. Volviendo a la carta 47 del Códice Carolino, aunque el papa daba por supuesto que ambos hermanos estaban ya casados, Himiltruda era concubina de Carlos, y su hijo Pipino el Giboso nunca fue reconocido. Todo el proyecto matrimonial con el rey lombardo fue idea de la viuda de Pipino el Breve, Bertrada. En cuanto a Gisela, su hija, si realmente la incluyó en el plan sería sacándola del convente, pues desde joven estuvo destinada a ser abadesa en Chelles, donde como tal murió (810). V. George Payne R. James, History of Charlemagne, 1832, pág. 114; reimpr. Forgotten Books, 2016. Cfr. Hefele, 3/2: 917 ss.
9. Todos los autores que he visto dicen y repiten que eran 45 versos. Se ve que no contaron las letras del acróstico, 54. Pero repito: tampoco he visto el poema.
10. Adrián I a Carlomagno, entre los años 774 y 780; Jaffé, 4, nº 63. El uso de ‘sílabas’ en vez de ‘letras’ (litterae, carta) lo veo repetido en más de 30 de las cartas.
11. Una traducción al español puede verse en F. Gregorovius, Roma y Atenas en la Edad Media, y otros ensayos. FCE, 1946,; "Los sepulcros de los Papas", págs. 253-254.
12. El P. Luis Mambourg (1610-1686), jesuita, tuvo erudición suficiente y estilo para haber sido buen historiador, de no haberse empeñado en mezclar ese oficio con la propaganda. Su carrera literaria fue relativamente bien, incluso tras la publicación de la obra referida, hasta que dio a luz Tratado histórico del establecimiento y prerrogativas de la Iglesia de Roma y de sus obispos (1682), a favor de las libertades de la Iglesia Galicana. El papa Inocencio XI ordenó su expulsión de la orden, mientras el rey Luis XIV le compensaba con residencia y pensión vitalicia.



9 comentarios:

  1. El Constitutum Constantini me pegó un buen susto el día que leí un libro sobre la reforma y venía el asunto. Mis educadores no encontraron momento para contarnos ese hecho trascendental. Y el caso es que aunque soy de ciencias no he tenido otra ocasión para tener noticias de esa trama tan instructiva. Dos veces en lugares escondidos y voy para mayorcito.
    Me lo he pasado muy bien leyendo todo su cuento de Navidad. Me imagino que lo titula cuento por lo que tiene de cuento todo el poder temporal de la Iglesia.

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    1. Así es, D. Bruno. A todos los escépticos (en griego, exploradores) de ciencias y de letras nos ha chocado el efecto ‘cuento’ para una cosa al parecer tan seria.

      Siempre ha sido así, siempre hubo cuento y lo hay en el mercado. Caveat emptor.

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  2. Ignoro la razón pero ha desaparecido mi comentario.

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    1. Nada de mi parte, y menos con usted, amigo Th/Th.

      No sé de qué va el Blogger este, y el calvario que ha sido para mí ajustar la página.

      Envíeme, por fravor, una mensaje al correo belosticalle@gmail.com, y lo copio súbito de mil amores.

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  3. Bueno, solo decía que es un placer, un lujo, leer a mi querido Belosti. Y que procedía a difundir esta entrada, como otras, entre los amigos a los que la historia les gusta.
    Qué placer tener a un maestro como el bueno de don Jesús.

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    1. Menos mal. Parece que se ha arreglado.
      Y añadir que procuraré que nos veamos no tardando. Un abrazo.

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  4. Pues a mí sigue sin reconocerme. Ya me ha vuelto a echar. Y ya veremos si como Anónimo me deja entrar a decirle ¡BRAVO ! . Estos días, en el blog de Navarth salía anunciada la entrada, pero aquí permanacía la anterior...
    Un Abrazo y Gracias
    viejecita

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    1. Es una lata que los programas enreden en sí mismos. Si se parchean y mejoran, al menos que no se note.

      Y a mi Vieje, ¿qué otra cosa puedo decirle?: ¡¡¡Ya siento...!!!

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  5. Decir que he leído " Historia fantástica de Europa", de J.A.Zorrilla, y que salen Carlomagno, Rolando, Marx y Engels ( como pareja de hecho ) en unos capítulos disparatados y divertidísimos. Seguro que lo ha leído usted, que lo presentó Don Santiago en Bilbao, creo. Pero por si las flais... Yo me he reído con ganas,

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