No es mi plan en estos comentarios refutar un libro ignoto de un autor olvidado. Precisamente porque La Raça de Rossell Vilar no vale nada, conviene recordarlo, cuando tanta gente, catalanes y no catalanes, aun sin haberlo leído piensan lo mismo.
Rossell i Vilar no es un anónimo en Cataluña, es un icono en el retablo catalanista, tiene carrer en su Olot natal y fue colaborador de la Enciclopedia Espasa. Su muerte prematura le eclipsó en parte, y otros nombres de su cuerda suenan más, como Heribert Barrera o Prat de la Riba.
En las entradas anteriores quedó indicado que el autor no se propuso escribir un tratado más o menos científico, pero objetivo y neutro, sobre ‘Raciología’. Nada de eso. Es un libro de política. De propaganda política, para ser exacto.
Dividido en tres Partes, es como un emparedado: entre pan y pan, la vianda. La rebanada de arriba (Parte I) es un preámbulo para dar aire de formalidad y abrir boca. La de abajo (Parte III) es un reclamo: «Ahora que usted ha degustado nuestro producto, recuerde: en toda ocasión, a cualquier hora, bocadillo ‘La Raça’». ¿Y en medio? Pues eso, la raza. La II Parte va de ‘Raciología’.
Ya dije que llamaba la atención no haber empezado el libro por aquí, por el principio. Fue por no haber yo reparado en la metáfora del bocadillo. La raciología de Rossell no es lo que parece –el estudio de las razas en general–, sino el hallazgo que titula el libro: la Raza, en singular y con mayúscula. Es la invención de la Raza Catalana.
Nada, pues, de ciencia convencional –que expresamente se desecha por su «método ineficaz»–, sustituida por la intuición o pálpito. Así lo confiesa el propio autor, que también se reconoce osado:
«1. APLICACIONES DEL PRINCIPIO RACIAL. Ahora que ya sabemos lo que es la raza, y que intuitivamente ya la habíamos considerado como valor, poniéndola por base constitucional de las naciones, resultará que lo que puede haber parecido una osadía no lo parezca, sino que por el contrario se demuestre que el nuevo valor universal es aplicable a toda suerte de procesos políticos.»
El ‘principio racial’ –una entelequia biológica que ni siquiera se explica a sí misma– de pronto se ofrece como la ‘Teoría del Todo’. Dejando esto para una cuarta y última entrada, hoy toca abrir el sándwich, a ver su contenido y sustancia de raza. No se pierda de vista que el autor fue experto en selección y cría ganadera, estudioso de razas autóctonas animales del Principado.
II, 1. El concepto de raza
Llámese etnología o, para el caso, como prefiere Rossell (y creo que con razón), raciología, la distinción de razas humanas es inmemorial. Ya los tres hijos de Noé dieron nombre a otras tantas razas: Sem el moreno, Jafet el rubio, Cam el negro. Como los Reyes Magos.
Con los descubrimientos geográficos, el abanico se abrió a las ‘cinco razas’ de las viejas enciclopedias infantiles, según el ‘color’ del semblante. Otros criterios morfológicos ‘primarios’ fueron la forma del cráneo (dolico-, braqui-, mesocefalia), capacidad del mismo y toda una serie de índices cefálicos y del esqueleto. Cosa razonable, pues huesos es casi lo único que dejamos y dejaron de sí nuestros ancestros para el recuerdo, antes de inventarse la cremación y las prótesis dentarias.
A ello se suman caracteres ‘secundarios’ a granel: talla, color del iris, forma de la nariz, orejas, mentón, mandíbula … «El método morfológico parece agotado», anota Rossell (pág. 98). Lo que no le corta para echar él su cuarto a espadas morfológicas en tetas, culos y cejas, luego lo vemos.
Vino en ayuda la serología incipiente: los ‘grupos sanguíneos’ en general, con base en la presencia de sustancias alternativas hereditarias en la sangre. Era un avance, pero tampoco satisfactorio para quien no halla lo que desea, a espera de «métodos nuevos que podrían poner al descubierto la verdadera raza, es decir, la colectividad natural irreducible».
Esta revolución vino –aunque no para realizar ilusiones racistas– con las técnicas de recombinación de ácidos nucleicos y el mapa de haplotipos, dentro del mapa genético humano. Para entonces Pere Màrtir ya está muerto y olvidado, pero su discurso hace presumir que tampoco se habría dado por satisfecho.
No se puede reprochar a Rossell Vilar (o Vilá) por desconocer lo que nadie sospechaba en su tiempo: el significado biológico de los ácidos nucleicos. Pero el papel de los cromosomas como vectores de la herencia genética ya era lugar común desde principios del siglo XX, cuando también se redescubren las leyes de Mendel. La actitud de nuestro autor es retrógrada frente al mendelismo, que para cuando él escribe se había ganado en buena lid la respetabilidad científica, aunque de momento no cubriese los objetivos utilitarios de un veterinario ganadero.
El anti mendelismo era también una actitud ideológica que se impuso en la Unión Soviética, hasta la aberración seudocientífica de Trofim Lysenko (desde 1927). Poner a un entusiasta del régimen soviético como Rossell Vilar al frente de la Escuela Agrícola de Cataluña tal vez no fue la mejor idea de Prat de la Riba.
Lo que el autor no oculta es cierta prisa por desembarazarse de la raciología morfológica (Antropología Física), para aventurarse en conceptos más esotéricos. En efecto, ¿qué es raza? Revisando unas cuantas definiciones, advierte que los antropólogos han insistido en descartar de la raza todo lo extraño a la zoología. Marcellin Boule (1922) no puede ser más explícito [1]:
«Se ha de entender por raza la continuidad de un tipo específico que traduce afinidades de sangre, representando un grupo natural que puede no tener y por lo general no tiene nada de común con el pueblo, nacionalidad, lengua, costumbres propias de los grupos puramente artificiales, no antropológicos, y sin más relevancia que la historia que los ha producido.»
Marcellin Boule (1861-1942) |
Definición como de encargo para dejar fuera de juego un libro como La Raçe. Y definición meritoria, teniendo en cuenta que Marcellin Boule era entusiasta del felibrismo o felibrige; pero, como buen científico a lo Claude Bernard, al entrar en el laboratoria dejaba en el vestuario la imaginación, junto con el paletó, para recogerla a la salida.
Por si fuera poco, Boule se extiende en la zumba, a cuenta de lo ‘céltico’ y otros abusos de lenguaje, fuera de lugar en antropología. Nada de lo cual arredra a Pedro Mártir, ya que como digo, no trata de ciencia antropológica sino de propaganda política.
«Haddon reconoce que no hay definición satisfactoria» (pág. 102). En efecto; pero una cita honesta debería incluir lo que viene a renglón seguido:
« En cuanto al término raza, realmente parece imposible cuadrar una definición satisfactoria. Es mejor restringir su uso en lo posible a los grupo humano mayores que comparten caracteres físicos importantes» [2]
Algo que no cuadra en absoluto a la candidatura catalana. Rossell no disimula su desencanto:
«Las definiciones actuales, compuestas exclusivamente de caracteres somáticos, no consiguen mayor claridad de concepto que la definición de Fichte, de hace cien años. Una raza, decía Fichte, es el conjunto de hombres que viven en común, a través del tiempo, perpetuándose entre ellos, sin adulteración.»
¿Y cómo es que no se llega a esa definición, a pesar de tanto esfuerzo por conseguirla? «Es evidente que existe alguna causa que entorpece el deseo unánime [sic] de saber en definitiva qué es una raza.» (pág. 102). Hay que salir del atolladero, como sea:
«Si los instrumentos de que nos servimos no obedecen a nuestros deseos, tras haberlos probado de muchas maneras, habrá que sustituirlos por instrumentos adecuados a la finalidad perseguida… Si los medios antropológicos son incapaces de descubrir la colectividad homogénea natural e irreductible, la verdadera raza, hay que buscar en otras direcciones las herramientas para empezar la tarea nueva.» (p. 103)
El autor ni siquiera guarda las formas. Si los libros de Zoología sistemática no hacen un sitio al unicornio, tal vez sea porque ese animal no existe, no por falta de acuerdo entre los zoólogos sobre lo que significa. Lo que llamamos razas son conjuntos borrosos, sobre todo, porque el término es convencional.
El problema de Rossell es que ‘la raza’ es para él tan clara como el unicornio o la mantícora. Tan clara y tan distinta, que sin mala idea se puede reducir a ecuación cuasi matemática:
Así de simple. La famosa Raza, despojada de todo lastre somático (o ‘físico’), es la suma de dos elementos: uno principal, la Mentalidad (M) y otro secundario, el gesto (g). Para recalcar esa jerarquía, el primero va con mayúscula.
Ese binomio define la raza pura. Ahora bien, las razas degeneran más o menos, por el mestizaje o hibridismo. A más hibridismo (h), menor pureza, menos ‘raza’. Por otra parte, una raza mestiza se puede regenerar gracias a un fenómeno genético llamado vulgarmente ‘salto atrás’ o atavismo (a). Atavismo y regeneración va en razón directa.
Esto quiere decir que el cuasi valor del binomio M+g no se mantiene constante en el tiempo. Lo cual puede expresarse (sin meternos en derivadas), con el correctivo de ambos factores a/h. Ahora sí, la ecuación es:
Todo esto, como digo, sin ánimo de ridiculizar. Al contrario, habría sido deseable que el propio autor se hubiese condensado de forma parecida, en vez de perderse y perdernos (o en todo caso, aburrirnos) por los cerros de Úbeda, en puro adanismo a la caza de su quimera (pág. 104):
«En el supuesto de que la humanidad estuviese aún por clasificar, y sin prejuicios se intentase establecer grupos, el carácter más universal y relevante que se constataría sería el conocimiento. El conocimiento humano se presentará condicionado por dos factores: cantidad y calidad. Por el primero, constataremos que el salvaje es inferior en inteligencia al hombre blanco. En cambio, la calidad se manifiesta en todas las colectividades: entre salvajes, por la forma de los útiles que fabrican y la arquitectura de la cabaña; entre civilizados, por sus aptitudes y manera de interpretar las cuestiones.»
Aquí tengo el gusto de referir una curiosidad. El ejemplar facsímil que utilizo del libro viene marcado a lápiz por algún usuario que me cae bien, porque sus marcas coinciden bastante con mis puntos de vista. En el párrafo anterior, el subrayado se adorna con un signo enorme de admiración al margen.
El conocimiento, según Rossell, no es ningún carácter físico, pertenece a las funciones nerviosas, a la fisiología y psicología. ¿Y por qué excluir la fisiología de la antropología? Al contrario, podría servir para un método nuevo de clasificación, por… ¡mentalidades!:
«El conocimiento humano no es homogéneo, es diverso. En la diversidad de entendimiento radica la diferenciación entre grupos humanos. A esta manifestación particular del intelecto la llamamos mentalidad.»
A diferencia de los caracteres físicos, que crean confusión,
«la mentalidad está por encima de la diversidad de caracteres morfológicos, los cuales por regla general en gente de la misma mentalidad no suelen ser desemejantes en absoluto. Los límites de una mentalidad están allí donde se encuentra otra mentalidad. No hay en todo el mundo dos mentalidades iguales, y por consiguiente la confusión es imposible. El valor universal y diverso de la mentalidad es el que obliga a tomarla como carácter fundamental en la determinación de los grupos humanos que llamamos razas»
Los subrayados y puntos de admiración menudean en mi ejemplar, y no tengo más que seguirlos, porque me dan el trabajo hecho. Es una experiencia nueva, dar con un desconocido que me precedió en las mismas impresiones de sorpresa, estupor incredulidad, irritación y pitorreo. No es para menos:
«La mentalidad existía antes de que los pueblos alcanzaran las últimas etapas de la civilización actual, como en épocas prehistóricas. La antigüedad y la constancia de la mentalidad se manifiesta claramente así que se estudia o se observa una raza determinada. Para la raza judía, W. Sombart encuentra la mismas psicología en los judíos actuales que en los de la antigüedad más lejana. Los caracteres psíquicos esenciales, que Schulten describe para los íberos, son igualmente aplicables hoy en día… [3]
«La diversidad de fabricación prehistórica de objetos de bronce y de cobre, las variadas formas de cerámica, herramientas o utensilios de piedra, corresponden a tipos mentales diferentes, lo que demuestra lo vieja que es la mentalidad.»
«Todas y cualesquiera de las manifestaciones humanas están presididas por una idea capital, que es la mentalidad. Una manera especial de cultivar la tierra conlleva igualmente una literatura determinada. Dentro de una misma raza, la unidad mental abarca todas las disciplinas, y está viva en cada una de sus obras. La sinfonía pastoral de Beethoven está dentro de las telas de Rubens.» [4]
«Todas y cualesquiera de las manifestaciones humanas están presididas por una idea capital, que es la mentalidad. Una manera especial de cultivar la tierra conlleva igualmente una literatura determinada. Dentro de una misma raza, la unidad mental abarca todas las disciplinas, y está viva en cada una de sus obras. La sinfonía pastoral de Beethoven está dentro de las telas de Rubens.» [4]
La diferencia de mentalidad se explica sola. Baste comparar a tipos y tipejos de raza española con el payés catalán pura sangre: O lo que es lo mismo, a los santos de su devoción respectiva:
«La naturaleza de un ‘pícaro’ español [vuelve aquí mi antecesor anotando su asombro, tan grande como el mío] armoniza con la de un místico, inquisidor, ‘torero’ y conquistador de la misma raza. San Isidro, el santo que mientras dormía, los ángeles le labraban la tierra, patrón de la capital de España, representa perfectamente el ideario de los españoles, del mismo modo que san Abdón y San Senén, patrones de los payeses de Cataluña, que cada uno hacía cuatro jornales diarios, traducen la mentalidad catalana».
Ya por esos derroteros y despeñaderos, cualquier cosa:
«La mentalidad una vez establecida es inalterable. El progreso aportará nuevos conocimientos, nuevas cosas en el capital del saber humano… Cada mentalidad ha interpretado los fenómenos científicos según su particular manera de pensar. En pintura, de escuela a escuela, o si se quiere, de mentalidad en mentalidad, las obras producidas son bien diferentes.
Desde que una raza ha cantado una canción, o ha hecho un experimento en fisiología, todas las canciones sucesivas, todos los experimentos, las pinturas, la filosofía, las ciencias, todo guarda el ritmo inicial, que no es exclusivo del sujeto que dio el tono, pues el mismo ritmo lo poseen todos los individuos de la raza, los de ahora y los de antes. Cualquier desviación que aparezca dará en un callejón sin salida.
Una raza, como un clima, sólo permite la existencias de biologías particulares: las que le son opuestas, tarde o temprano desaparecen. La producción que sobrevive es la rítmica, la bien razada, la de la propia mentalidad.»
Atrás quedó el antropólogo. Es que ya ni escribe el agropecuario. Más bien un entomólogo entusiasta de los insectos sociales. Este instinto social, impropio de personas, aparte de aburrido lleva impronta totalitaria. Ningún nacionalismo es democrático, y lo es tanto menos cuanto más tenga de racista.
Pere Màrtir está lanzado:
«La inteligencia es un carácter específico, la mentalidad un carácter racial. La raza con mentalidad pasiva se parará en el punto donde se le acabe la cuerda, o cederá el entendimiento al servicio de otra mentalidad. El primer caso suele darse en las razas que conservan la independencia política; el caso segundo es propio de las razas sometidas a un Estado compuesto asimilista.»
Una vez en posesión de esta llave maestra –la mentalidad–, no hay cerradura que se resista. Y aun si se resiste, siempre quedará usarla como ganzúa o palanqueta. Rossell se hace trampas en el monólogo. Según su teoría, la raza vencida, incapaz de expresar su mentalidad y reducida a la mera inteligencia, si ha de ejercer actividad intelectual ha de ser según la falsilla o molde de la mentalidad dominadora. Eso es imitación, no creación. Pero ojo, que
«las razas sometidas ofrecen un segundo caso. Una raza vencida y aparentemente asimilada por la conquistadora, es decir, con olvido de su libertada, produce a veces individualidades tan relevantes, que forzosamente se ven obligadas a manifestarse, aunque hayan de servirse de los útiles de expresión de la raza hegemónica.
Cuando un hombre de talento de raza sometida alcanza las cimas intelectuales de la raza hegemónica, lleva las vestiduras de esta raza, pero la sustancia de su obra, maquillada por la inconsciencia, es la de la propia mentalidad. Montaigne, Montesquieu, Comte, Renan, Taine, hijos de razas sometidas, ¿qué tienen en común con los filósofos de la raza hegemónica, la verdadera raza francesa, con Descartes, Malebranche, Voltaire, Turgot y Condorcet? … Las razas a las que pertenecían Montaigne, y los demás, cuando su mentalidad se torne activa, no será con la cultura francesa propiamente dicha como se manifiesten, sino con la básica característica de estos hombres.
Alguien contaba de un ciego de su pueblo, hombre de tacto tan fino, que con sólo pasar la mano por el lomo de las caballerías decía de qué color eran.
–¡Caray! ¿Y acertaba?
–A veces.
Algo de eso le ocurre a Rossell con los autores galos. Voltaire era oriundo del Poitou; Condorcet, de Picardía. Turgot es apellido normando de origen vikingo (Thorgaut), y su distribución actual es periférica. Quien es capaz de oír la VIª de Beethoven al ver un Rubens bien puede distinguir lo francés por el olfato. Porque la raza-mentalidad lo abarca todo, y sobre esta primera piedra sólo falta que los científicos edifiquen el templo (pág. 112):
«Cuando se empiecen los estudios de las mentalidades y se realice la historia de cada una y se descubran las correlaciones existentes entre la forma de un puchero de cerámica del neolítico, un destral de bronce, una arquitectura y un sistema filosófico, se constatará la inmutabilidad de las ideas fundamentales de las razas, a pesar de haber adorado las formas mágicas de las cavernas, o de las rocas al aire libre, los dólmenes y menhires, los dioses de los fenicios y de los griegos, las divinidades romanas y los santos del cristianismo…
En el fondo de los fondos del hombre, hay algo que él mismo no puede disponer, indiferente a los apetitos inmediatos, de vida independiente, superior a la voluntad. Esta cosa ininfluenciable para la volición, invulnerable a todas las religiones impuestas o aceptadas, igual a ella misma a través de los tiempos, de naturaleza inmutable y eterna, es la mentalidad».
Más que ‘raciología’, esto es el Ars Magna de Raimundo Lulio, que entiende de todo: de religión, lengua, derecho… Tocante al Derecho, he aquí una anécdota sabrosa (págs. 114-115):
«La mentalidad es una. Cuando por circunstancias políticas las razas se parten por medio, quedando una mitad libre y la otra sometida a una hegemonía, no por eso hay transmutación mental.
No hace tantos años que visitaron Barcelona una representación político-intelectual de vascos y gallegos, los cuales dieron varias conferencias. En una de éstas, en el Instituto Agrícola Catalán, un gallego decía que, ante los problemas jurídicos de la vida gallega no previstos o tratados por la legislación española, al procurar considerarlos y resolverlos según el pensar y sentir indígena, él los encontraba comprendidos y resueltos a plena satisfacción en la jurisprudencia portuguesa. He ahí cómo, a pesar de los siglos que Galicia lleva incorporada al Estado español, la mentalidad de los gallegos sigue siendo igual a la portuguesa, pues como es sabido, “Galicia y Portugal son lo mismo”» [5]
No nos engañe la cita. Fuera quien fuese el ‘político-intelectual’ que dio la charla en el IAC, no debe ser confundido con el insigne antropólogo, pedagogo y polígrafo portugués de Madeira, Prof. António Aurélio da Costa Ferreira (1879-1922), apóstol de la ‘Escuela Nueva’, que tras intensa labor científica y literaria, desengañado de la política y embarcado para una misión antropológica en Mozambique, nada más llegar, de forma inesperada, se quitó la vida.
Y tras la mentalidad, el gesto
Sentada la mentalidad como carácter primario de la raza natural o pura, le sigue en importancia una ‘jerarquía de caracteres’ secundarios, que por principio han de guardar correlación con aquélla. Rossell descubre aquí como principal carácter racial subordinado, el gesto. Luego a cierta distancia vendrán, siguiendo a I. Geoffroy Saint-Hillaire, caracteres físicos como
«el perfil de la cabeza, el índice cefálico, las conexiones de los huesos de la la cabeza, el pelaje y la estatura [que en catalán se dice alçada]. Esto en términos generales, ya que a veces otro carácter menos importante, como la ceja, puede él solo servir para diferenciar la mayoría de individuos de dos razas, como la española y la catalana: la primera de ceja corta, la otra de ceja larga.»
Así de fácil: catalán cejijunto frente a español con entrecejo. El espejo no engaña. Pero hay más:
«Los caracteres morfológicos mantienen una correlación entre sí, y con la modalidad funcional. Fue un zootécnico, Baron, el que descubrió las supeditaciones formales del cuerpo en general al perfil de la cabeza.»
Este hallazgo lo hizo en el caballo, que es cuadrúpedo, pero eso no importancia, porque se cumple igualmente en nuestra especie bípeda:
«En los grupos humanos relativamente puros, Pittard ha encontrado una correlación entre el ovoide craneal y la talla: a medida que la talla se eleva, el índice cefálico disminuye; los individuos de gran talla son más dolicocéfalos que los de talla pequeña [6].»
Otros encontraban nuevas correlaciones, cada investigador la suya. El propio Rossell, pese a su especialidad zootécnica, hace una incursión por sus congéneres de ambos sexos, con especial atención al busto femenino:
«La mujer con cabeza de perfil cóncavo –añadimos nosotros– tiene los pechos voluminosos, aplanados, y el pezón corto y grueso; en las mujeres de perfil convexo, los pechos son larguiruchos y el pezón largo y puntiagudo. Sólo la mujer de perfil recto posee pechos esféricos y pezón de forma y proporciones intermedias. Tanto en el hombre como en la mujer, se puede observar, lo mismo en la parte axial que apendicular, notables diferencias morfológicas relacionadas con el perfil de la cabeza.»
Por desgracia estas correlaciones, como otras también observadas por el autor, son de tipo general y no sirven para caracterizar razas. Y lo mismo se diga de tantos ‘hechos’ tomados de la vieja ciencia de la Fisonomía: labios gruesos sensuales, mandíbula inferior de caradura –sin señalar a nadie en particular–; o que (págs. 118-119)
«una cerviz amplia suele equivaler a potencia genésica, la boca abierta indica bobería y los labios apretados decisión y reserva… Los rasgos de un carretero no son los de un metalúrgico ni los de un barbero. La nalga gruesa de zapatero es proverbial, como lo son también las manos finas del hombre de letras...»
Podríamos alargar el pasatiempo, pero con lo del zapatero culón y el cervigudo braguetero es más que suficiente. Los valientes acudan directamente al original, que les lleva –una vez más– a visitar animales de granja. (A propósito, ¿conoció Orwell este libro?) [7]
Volviendo al gesto, en su relación con la mentalidad racial:
«La mentalidad es función; una función, sin embargo, que no tiene fuerza bastante para marcar huella en los órganos duros del cuerpo, ni potencia para modelar de forma hereditaria todos los tejidos. No obstante, lo que la mentalidad determina, fija y transmite es la expresión en general, los gestos. Los gestos de un bretón son diferentes de los del bávaro, el frisón y el siciliano. Cada raza tiene una gesticulación propia.»
Según esto, y todo lo demás que queda por investigar y descubrir, ¿qué es la raza?:
«La raza es el conjunto de hombres de igual mentalidad y de gestos comunes.»
Ya tenemos el binomio de la raza pura. Un primer corolario sería que, si bien la mentalidad prima sobre el gesto, éste es de lectura mucho más fácil y bastaría con ver, o incluso oír, cómo gesticula la gente para adivinar a qué raza pertenece. Volveríamos a la historieta del ciego que palpaba el color de los burros. Tal vez por eso el autor no se detiene mucho en el gesto y prefiere volver a su noria de la mentalidad. Y con razón: ¿qué sabemos del gesto de nuestros antepasados remotos? ¿Cómo gesticulaba el hombre y la mujer de las cavernas?
Optimismo antropológico
Por firme que se quiera suponer el suelo de la mentalidad rosselliana, dos dudas se plantean:
1. ¿Qué garantía de antigüedad y pureza racial ofrece la supuesta mentalidad actual de un pueblo?
2. ¿Qué ocurre con las mentalidades degeneradas por la sumisión o el mestizaje?
- A lo primero, la respuesta es desconcertante (pág. 126):
«La certeza de la continuidad biológica homogénea en el pasado tan sólo puede darla la mentalidad hecha obra, la inserción de dicho entendimiento particular en la materia y en la forma. Si el elemento básico de clasificación que proponemos se acepta, implicará necesariamente el estudio de la filiación de la productividad mental en todos los órdenes. Los estudios existentes de este tipo son parciales y de carácter histórico. Los utilizables para nuestra tesis serían los prehistóricos, como base genealógica de las mentalidades actuales.»
¿Queda claro? Da igual. El objetivo de este capítulo era llegar a una definición de raza. Ya la tenemos. Es hora de analizar cómo se genera una raza. Aquí interviene en primer lugar la herencia de los caracteres específicos y de sus variaciones individuales. Aquí también Rossell pontifica con desparpajo (págs. 130-132):
«En la filosofía biológica [sic] hay un error, indudablemente hijo del racionalismo, y es creer que unas mismas leyes de herencia y variación rigen para todos los vivientes. ¿Cómo la masa o las masas protoplásmicas primitivas habrían podido diversificarse, sometidas a igual funcionalismo?... La herencia y la variación no resultarían de una ley general, sino que cada especie tendría su modalidad hereditaria y mutable…»
Entre el individuo y la especie hay una categoría taxonómica, la raza, que los biólogos suelen pasar de largo, tal vez por dificultades para establecerla.
Leído esto, extraña menos que el autor prescinda de la genética mendeliana, y con ella de la Genética como ciencia. Lo cual no puede achacarse a desconocimiento, pues para entonces las leyes de Mendel se explicaban en obras de divulgación popular, como el clásico Bock (El libro de los hombres sanos y enfermos) refundido por W. Camerer [8]. La posición de Rossell es ideológica, no cientifica.
2. Lo cual prejuzga la respuesta a la segunda cuestión, sobre el futuro de las razas ‘caídas’. ¿Tiene remedio el mestizaje? El capítulo III (Conservación racial) es una ventana al optimismo. Optimismo gratuito y sin base científica, pero eso ocurre por lo general con los optimismos.
Erigida la raza en demonio tribal, es lógico que gobierne a sus posesos en provecho propio, frente a los otros demonios-razas. Todo Demonio-Raza es sabio, y su primera estrategia es prevenir, para no curar. A tal fin, unas veces reprime los instintos primarios, otras al revés, los exacerba.
En casos de emigración y encuentro de razas distintas, nadie imagine una orgía de mestizaje. Al contrario, funcionan mecanismos de defensa racial, tanto en paz como en guerra. En la paz, las razas se protegen por segregación en barrios distintos y endógamos. En la guerra, procurando la aniquilación de la raza enemiga (págs. 153-154):
«Entre las razas salvajes, las que se conservan más puras son las antropófagas… El régimen de castas es la expresión de los aislamientos raciales en estrecha convivencia territorial. En los tiempos modernos las cosas no han cambiado mucho. Las razas, a pesar de la inconsciencia de los hombres, se van defendiendo. Los motivos de defensa son diversos. Pocas veces, por no decir casi nunca, se invoca la pureza de la raza; pero a pesar de la inconsciencia raciológica, las razas se defienden.»
Ahí están para demostrarlo las leyes restrictivas de la emigración:
«En Norteamérica, el Johnson Act (1927) prohíbe la entrada de amarillos. El África austral no admite a hindúes ni a judíos de Rusia. Australia, Nueva Zelanda y la Columbia británica están cerradas para los japoneses. Japón impide la entrada de obreros chinos.»
Hasta el separatismo, en el fondo, no es lo que hoy se dice, el anhelo o derecho de los pueblos a decidir su futuro político, sino otra más de las astucias con que la raza se defiende de las veleidades humanas:
«Lo que se acaba de exponer respecto a las colonias de los Estados Unidos guarda muchas analogías, o es como una repetición de los hechos que a casi todas las naciones de Europa se les antojan estridentes o maníacos. Hechos conocidos como ‘minorías nacionales, autonomistas, regionalistas o separatistas: movimientos que a fin de cuentas son la expresión, casi siempre inconsciente, de defensa racial.»
Como el personaje de Molière, que hablaba en prosa sin saberlo, el nacionalista es racista siempre, a menudo sin darse cuenta e incluso cuando lo niega.
En esa estrategia autodefensiva, la Raza se sirve de sus ‘razados’ –es el término que emplea Rossell– mediante tabús y reglas de exterminio, endogamia, premio a los ‘ocho apellidos’ y demás artimañas.
¿Y qué ocurre cuando las defensas fallan? Pues que (¡aleluya!) se pone en juego el mecanismo de restauración racial, que funciona en nosotros sin nosotros, de forma automática: el atavismo.
Lo mentábamos al principio de este artículo, y con él lo cerramos. Mejor dicho, lo cierra el autor de ‘La Raza’ con otra excursión de las suyas a la granja. Lo que allí vemos que ocurre con las vacas o las gallinas, con mucha más fuerza y sentido se da en las razas de nuestra especie.
«El atavismo es una cuestión completamente descuidada por los biólogos… En pocas palabras se puede decir todo lo que se sabe de atavismo: repetir, con Darwin, que es el hecho en virtud del cual el nieto puede parecerse a uno de sus abuelos; o corear, con los genetistas, que es un fenómeno regresivo a partir de la tercera generación filiar. Eso es todo. El atavismo sin embargo es un fanómeno más complejo, vasto y trascendente.
En los animales domésticos, no se da con tanta frecuencia como en las razas humanas… En una raza humana, por el gran número de ascendientes que gravitan sobre la última generación [!], así como por las diferencias de régimen alimenticio y de ambiente entre los individuos que la componen [?], los fenómenos atávicos, en vez de constituir la excepción, son la regla.
El mecanismo de los fenómenos hereditarios, a nuestro entender, sería el siguiente…» [9]
Con eso está dicho todo. Y como quiera que a día de hoy las especulaciones de Pere Màrtir Rossell sobre la herencia tienen al mundo científico sin cuidado, razón de más para olvidarlas nosotros.
Aunque el atavismo en los humanos es como norma restaurador, «debido al único método de reproducción que practican» [?] también son comunes los casos de atavismo donde reaparecen rasgos, o incluso individuos de razas extrañas, mezcladas con la propia en tiempos más o menos antiguos. Incluso en Cataluña, pues nadie es perfecto (pág. 177-178):
«En Cataluña misma, el carácter ‘pelirrojo’ se remonta seguramente a las invasiones nórdicas. Otro rasgo que también hemos observado, no tan general y muy atenuado, corresponde a la raza cavernícola de Grimaldi, del cuaternario antiguo.» [...]
« En la raza humana, la presencia de atávicos extranjeros es constante, de modo que la mezcla racial no sólo altera de inmediato el capital biológico de la raza cruzada, sino que al cabo, tras largo y penoso trabajo de absorción, siempre existe el peligro de que a cualquiera hora aparezca un extranjero en la intimidad de la familia fisiológica.»
Para esta última forma se me ocurre el nombre de atavismo ‘cariño-no-es-lo-que-parece’. Y con ese toque de humor rigurosamente involuntario del autor vamos listos. Porque lo que de veras importa es que con la independencia política se refuerzan, por lo visto, los atavismos ‘buenos’, y la raza se restaura a su pureza original. Dicho de forma más suave:
«Una raza impura, en cuanto cesen las intervenciones extrañas, comienza a retornar poco a poco a su constitución normal. Salvo en los momentos de mezcla, la raza es idéntica a sí misma a través del tiempo, aunque no lo sea en actividad y comportamiento» (...)
« La imposibilidad de transformar, queriendo o sin querer, la propia mentalidad constituye la prueba más elocuente de la constancia e indestructibilidad de la misma.
Física y mentalmente, las razas son invariables, a condición de que no se mezclen. Una vez desaparecidas las causas que motivaron una alteración de las razas, éstas por su natural retornan a su estado de pureza. El atavismo es el principal elemento conservador de las razas.»
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[1] Traduzco la cita del catalán, según Rossell. Muy importante el original de Marcellin Boule (1861-1942), en Les hommes fossiles. Éléments de paléontologia humaine. Paris, 1921; pág. 320:
«Il faut bien se pénetrer que la race, représentant la continuité d’un type physique, traduisant les affinités de sang, représent un groupement essentiellement naturel, pouvant n’avoir et n’ayant généralement rien de commun avec le peuple, la nationalité, la langue, les moeurs qui répondent à des groupements purement artificiels, nullement anthropologiques, et ne relevant que de l’histoire dont ils sont des produits.»
(«Conviene tener bien presente que la raza, al representar la continuidad de un tipo físico que traduce las afinidades de sangre, representa un agrupamiento esencialmente natural, que puede no tiener, y por lo general no tiene nada en común con el pueblo, la nacionalidad, la lengua, las costumbres, que corresponden a agrupamientos puramente artificiales, en absoluto antropológicos, y que sólo tienen que ver con la historia, de la que son productos.»).
[2] Alfred Cort Haddon (1855-1940). The Races of Man and their Distribution. Londres, 1910. En la Red: Edic. de N. Y., s. a., 1924; 2ª ed. rev. 1929.
«As to the term race, it really seems impossible to frame a satisfactory definition. It is best to confine its use as far a possible to the main divisions of mankind which have important physical characters in common.» (pág. 6).
[3] Werner Sombart, (1911): Die Juden und das Wirtschaftsleben. Leipzig, 1911 (Los judíos y la vida económica). Rossell cita por la trad. francesa, Les juifs et la vie économique. Paris, Payot, 1923, 512 págs.; pág. 377. Trad. inglesa (abreviada): The Jews and Modern Capitalism. Kitchener, Batoche Books Ltd., 2001. Cfr. en especial los caps. 12 (Características judías), 13 (El problema racial) y 14 (Vicisitudes del pueblo judío). Sombart (1863-1941), economista y sociólogo alemán, derivó desde el marxismo a un nacionalismo antisemita, según algunos connivente con el nacional socialismo, aunque luego se desengañó.
Adolfo Schulten, Hispania. Barcelona, 1920. La trad. del alemán fue obra de P. Bosch Gimpera y M. Artigas Ferrando, con apéndice sobre ‘La Arqueología prerromana hispánica, por Bosch Gimpera.
[4] Georges Dwelshauvers, “Beethoven, músic belga”. ‘La Publicitat’, 22 abril 1926. Sobre el autor de la columna, v. M. Siguan y M. Kirchner, ‘Georges Dwelshauvers. Un psicólogo flamenc0 en Cataluña.’ Anuario de Psicología, 2001, vol. 32/1 (2001): 89-108.
[5] A. da Costa Ferreira, ‘A Galiza e as provincias portuguesas do Minho e Tras-os-Montes’. 1913.
[6] E. Pittard, L’Anthropologie, 1904, pág. 349.”
[7] La referencia a la zootecnia como guía de perplejos en antropología es constante. Por ejemplo, el tema del cruzamiento y mestizaje se abre con esta advertencia:
«La literatura antropológica sobre estas cuestiones tan importantes es pobrísima, y a menudo habrá que recurrir a la zootecnia, en cuya ciencia se tratan ampliamente» (pág. 174).
[8] La edición 18ª es de 1921. La obra se publicó más tarde en español, como El hombre sano y enfermo, Barcelona, Labor, 1942, 1ª edición, traducida de la 19ª alemana.
[9] El autor se remite a un trabajo suyo que pasó sin pena ni gloria: M. Rossell i Vilar, ‘Nova interpretació de l’atavisme’. Memoria presentada en la Societat de Biologia de Barcelona, 1924.
Créditos de figuras: La composición de cabecera, sobre la improbable descendencia de Guifré el Pilós (Wifredo o Godofredo el Velloso), utiliza elementos de Astrosurf-Luxorion: representación de la familia Homininos (inspirada en reconstrucciones de Atelier Daynes y de John Gurche), salvo la Mandíbula de Bañolas. Así mismo, el bebé orangután expresando un gesto racial a lo Rossell Vilar reconoce la misma procedencia.
Con el más expresivo gesto de gratitud del autor a los propietarios.
Reconozco que lo he leído por encima, reconociendo el esfuerzo que le debe de haber supuesto vislumbrar esa sarta de idioteces.
ResponderEliminarPero me deja dos ideas:
Ya entiendo que una novia catalana no me dejaba yacer con ella. Quedan. con lo expuesto, pocas hipótesis disponibles para explicarlo, aparte de mi poca prestancia. Ella podía considerar que el ayuntamiento era imposible por desacoples puramente físicos lo que podía dar lugar a dolorosas fricciones o a inútiles búsquedas de agarre. También podía pensar que era un acto de zoofilia especialmente perversa. O que engendráramos, siempre puede pasar lo peor, un engendro, con redundancia, con tendencia secesionista, con lo que no podría negar su intervención en la aberración y sería señalada con la prohibición de entrar en la ANC. Aparte del deshonor y quedarse para vestir santos..
Porque debe de ser tristísimo para los secesionistas de pro que la gente de su propio y singular tronco racial cohabite y pueda engendrar, vaya uno a saber qué, con españoles o adheridos varios.
La cita que hace de Trofim Lysenko es muy interesante y le puede dedicar un artículo para ilustrar cómo se pueden matar de hambre a millones por politizar las teorías de la herencia en pos de un cereal comunista.
Sin duda es usted lector rápido, amigo mío, porque ha pillado el argumento de maravilla, por su relato personal, tan divertido.
EliminarEl esfuerzo en leer a Pedro Mártir no tiene mayor mérito en mi caso. ¿Y se le digo que engancha? Entiéndalo, desde mi punto de vista de aficionado a historias clínicas de chiflados.
Un cordial saludo, y gracias por favorecer a este blog con sus comentarios.