miércoles, 3 de julio de 2013

El alumbrado en su sombra (1)

La cara oculta de Ignacio de Loyola



Acabo de leer el Ignacio de Loyola, de Enrique García Hernán [1]. Con interés, y algunos capítulos con fruición.
Sin ánimo de reseñar el libro, digo que me ha gustado por lo que dice, más que por cómo lo dice, pues al autor no parece importarle mucho el arte de bien decir [2]. Aquí y allá, las tiradas de nombres propios no dirán gran cosa a muchos lectores, aunque son necesarias, y a lo último dan de sí para cubrir hasta 30 páginas del Índice analítico.
Esta profusión onomástica llama la atención también en otras biografías de Ignacio. No digamos la del padre Villoslada, con sus 2.000 entradas en el Índice de personas y lugares [3].
Y es que el santo varón, el místico «engolfado en Dios» de la hagiografía canónica, en pisando tierra nos deja atónitos por el número y variedad de sus contactos humanos. El hermético Loyola trató con mucha, pero que muchísima gente de toda laya social: humildes, clases medias, intelectuales, cortos, pícaros, nobles y príncipes, beatas y frailes, rufianes y putas, cardenales y papas.
¿Quién fue Íñigo de Loyola?
Ante todo, un seductor.  De mujeres y de varones. ‘Los hombres y las mujeres de Ignacio’, es uno de los capítulos del libro [4]. De los más sabrosos, por cierto. Ignacio hablaba de sus conquistas espirituales como «meter en la red». Un enredador enredado, con ellos y ellas.
Hidalgo guipuzcoano segundón pobre, nacido probablemente en 1491, hace carrera en Castilla como cortesano y servicial en nómina de casas grandes, hasta los 30 años. La arruinada casa de Loyola se apuntó a la clientela del Ducado de Nájera.
Sin ser escribano de profesión, entendió de pluma y buena letra; como sin ser militar entendió de armas y guerra. Pero no levanta cabeza, porque gasta en mujeres, juego y bien vestir. Hasta aquí, nada del otro jueves.
Por poco se me olvida: como segundón guipuzcoano, fue clérigo desde su niñez, para gozar de beneficio y fuero de Iglesia. Por lo demás, ni guardó la tonsura ni fue religioso devoto, más que cualquiera.
Tuvo por lo menos una hija. Hija ‘natural’, pero hija. No ‘sobrina’, como se disimulaban las hijas e hijos de los curas, obispos, cardenales y papas de entonces.
Lo del fuero eclesiástico le vino bien, nada menos que en una causa criminal por homicidio. Íñigo se hizo enemigos mortales, hasta el punto de obtener licencia de armas y dos guardaespaldas. Toda esta parte de la vida del santo buscavidas quedó en la sombra. Los jesuitas repartieron más su estampa del santo militar.
Así en 1521, sirviendo al II Duque de Nájera, defendió el indefendible castillo de Pamplona. En cuya acción quijotesca una bombarda francesa le hiere de gravedad. El castillo se rinde, y nuestro hombre se estropea.
Derrotado y humillado,  le llevan a la casa-torre familiar, a Loyola. Allí resucita de milagro, y distrayendo la convalecencia con lecturas varias –libros de caballerías y libros devotos– entra en fase de conversión. Esa ha sido la versión oficial.
Según la misma, a partir de ahí, Íñigo se busca la vida por la vía del misticismo. Ermitaño escondido en una cueva de Manresa, peregrina a Montserrat y luego a Jerusalén, hasta que se autodescubre fundador de la Compañía de Jesús en el Montmartre de París. Los Jesuitas, encarnación de la Contrarreforma católica, frente a la herejía de Lutero. ¿Que quién fue Ignacio? Por su obra le conocéis. Ecce Nos!, la Compañía.
En efecto, gracias a la Compañía de Jesus, buena parte de Ignacio/Íñigo de Loyola sigue y seguirá incógnita. Porque el personaje sí que quiso darse a conocer a los suyos, pero los suyos no le conocieron. La Autobiografía de Ignacio el Peregrino  –su Pilgrim’s progress– no gustó, se  manipuló, se censuró, se amputó, y finalmente se descartó su lectura en la orden, previa desaparición del original manuscrito. Toda la correspondencia de Ignacio fue objeto de censura inmisericorde, no sólo con vistas a su proceso canónico de santidad, sino para imagen pública de la Compañía.
Razón de más para distinguir –lo que las Vidas de San Ignacio nunca hicieron– entre el hombre y su obra, Íñigo vs. Compañía.
La ‘conversión’ de Loyola
El seductor Íñigo parece que tuvo un problema con las señoras. Les olía fatal. A los caballeros también, pero era disimulable, hablándoles de lado. Con ellas, imposible. Por García Hernán aprendo que el conquistador Loyola padeció de ocena. La verdad, gustaría ver más documentado en el libro este tema, que cubrió la friolera de 20 años críticos de la vida del héroe [5].
La ocena es una rinitis crónica que cursa con atrofia degenerativa de la mucosa olfatoria, con hedor apestoso, que el paciente nota cada vez menos porque pierde el olfato (anosmia).  
En un galán mujeriego, por fuerza tuvo que influir en su carácter, y del Ignacio jesuita se sabe su escrúpulo por la limpieza, siempre preguntando a sus íntimos qué tal olía. Sin permitirse por otra parte el expediente de entonces, el perfume, por el qué dirán.
¿De la anosmia océnica a la impotencia sexual psíquica? Releo otra biografía, ‘Ignacio de Loyola. Psicologìa de un santo’, del jesuita Meissner [6]. De ocenas y anosmias no sabe nada. El autor es un psicoanalista, y como tal, un generador de preguntas a un ausente de su diván. La verdad, en el  laberinto de los complejos, tranferencias y contra-transferencias, crisis regresivas y «destilación de significado» (pág. 436), por ahí me pierdo. Y como de lo que me interesa no me aclara, pues adiós muy buenas.
Pero contamos con un dato del propio Loyola y sus entusiastas biógrafos: de repente se descubrió casto. Nunca en adelante sintió moción carnal. Ni psíquica, ni tampoco física, que en el varón tiene un significado bien claro.
Sin meternos en dibujos (si la apatía sexual tiene que ver con la santidad, etc.), hay un hecho: el ‘converso’ Íñigo, ya casto, triunfa de nuevo entre mujeres. Conquistador espiritual, y aprendiz de ellas.
Mujeres beatas, mujeres seducidas, beatizadas por él. Incluso en Roma –la malpensada y maldiciente Roma–, el antiguo galantederra azpeitiano vuelve a las andadas con sus mujeres, empreñadas todas ellas en ser jesuitisas.  
Algunas en plan ‘cripto’,  como madama Margarita de Austria, la hija natural del emperador Carlos V, casada por política con el niñato  Octavio Farnese, nieto del papa Paulo III. Divorciada de hecho, la Madama se pone bajo la obediencia de Loyola. Fue voz común que por ella tuvo Ignacio del papa lo que quiso. Y es creíble, si el salaz  papa-suegro estuvo enamorado de ella más que el marido. Pasquín tiene la palabra.
La historiografía oficial jesuítica viril puede cantar misa: la Compañía de Jesús, o Compañía de Ignacio, empezó entre mujeres. El gremio de ‘iñiguistas’, extendido luego a varones, fue femenino en sus principios.
Incluso después, en Roma, cuando el Íñigo transmutado en Ignacio, General  de la Compañía, renuncia al trato con féminas («excepto que sean nobles»), llamará la atención repitiendo la idea descabellada de redimir al puterío romano metiéndolo en galera.
Loyola es como Don Quijote, pero sin el ‘como’. Un loco con su tema, por lo demás un cuerdo como el mejor. El tema del buen Quijano monógamo platónico fueron las caballerías y su Dulcinea. El tema del buen Íñigo polígamo impotente fueron las caballerías y sus Íñigas.
¿Santo, el Loyola? Ni entro, ni salgo, sólo pregunto: fuera del iconostasio vaticano y jesuítico, a ver cuánta gente le reza y le pide favores, como a los santos de verdad.
Pero veo que me canso, y tal vez canso. Mañana otro día vuelvo con mi admirado Íñigo de Loyola.

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[1] Taurus, 2013, 568 págs, 19 ilustr. color.
[2] A ello se suman descuidos, como Velasio por Vesalio, en el episodio de la disección del cadáver de Ignacio, pág. 443 del texto, y en el Índice.
[3] Ricardo García-Villoslada, s. j., San Ignacio de Loyola. Nueva biografía. BAC, Madrid, 1986. Una especie de testamento espiritual para tranquilidad del autor, que sin aportar nada nuevo echa otra mano de yeso a la máscara de su personaje.
[4] Págs. 329-407.
[5] Para la patología de Ignacio el autor se remite al «estupendo artículo» de G. Marañón, aunque no veo que lo cite; v. págs. 439 y 482; ni Gregorio Marañón figura en el Índice. Debe de referirse a ‘Notas sobre la vida y la muerte de San Ignacio de Loyola’, en Archivum Historicum Societatis Iesu, 25 (1956): 134-155. Allí diagnostica la ocena, como también la litiasis biliar, descubierta en la autopsia. Esta habría sido la enfermedad mortal, como colecistitis aguda y sepsis biliar, al haber perforado uno de los cálculos la vena porta, a tenor de una nota de mi buen amigo el Dr. Ricardo Franco Vicario, ‘Ignacio de Loyola: Patobiología de la Voluntad’;  en (J. Caro Baroja y A. Beristain, eds.) Ignacio de Loyola, Magister Artium en París, 1528-1535. San Sebastián, 1991: 288-289.
[6] W. W. Meissner, s. j., Ignacio de Loyola. Psicología de un santo. Anaya & M. Muchnik, 1995. Traducción del inglés monstruosa, a nombre de Nora Muchnik, plagada de disparates; donde, por ejemplo, ‘Alfonso XII de Castilla (pág. 38) puede pasar por errata; pero poner «la Dieta de Gusanos» (pág. 187), en vez de la Dieta de Worms, no tiene disculpa.

13 comentarios:

  1. Querido Profesor Belosticalle

    Muchas gracias por hablar de San Ignacio. Un santo del que fui, y sigo siendo fan.
    Alguna vez he comentado que me crié con mi abuela, yendo a la Bendición, al Rosario de la Aurora, a la Adoración nocturna, y leyendo a los padres de la Iglesia y vidas de santos.
    Pues bien, sí que leí textos de San Ignacio, y cortas hagiografías , pero nunca he leído una buena biografía suya.
    El libro que comenta, no parece que le guste como está escrito. ¿Nos lo recomendaría usted a pesar de todo ? ¿ Nos recomendaría otros ?

    En cuanto a lo de la ocena : mi abuela conocía a alguien que la padecía, y solía decir que era tan imposible de aguantar, por mucha caridad cristiana con que uno lo intentase, que era causa automática de nulidad matrimonial ante la Iglesia...

    Espero que ahora que me he presentado ante usted, y que ha visto que a pesar de mi educación decimonónica tengo algún año menos de los que me atribuía, siga admitiéndome en esta su casa con la misma indulgencia que cuando me creía nonagenaria.
    ¡Por Favor !

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    1. Ante todo, señora y amiga mía, un par de besos. Tenía unas ganas enormes de conocerla en persona.

      Segundo: nunca la creí nonagenaria, porque los nonagenarios lúcidos no existen, o yo no los veo. Las personas en su sano juicio que conozco y que han decidido salirse de los ochenta pierden la edad, o incluso experimentan una mágica cuenta atrás, como es el caso de mi madre política. (Eso sí, desdoble y eche un vistazo a su fe de bautismo, para mayor seguridad.)

      Tercero. Hace usted muy bien es ser fana de Loyola, porque fue y sigue siendo un tipo legal. La biografía de García Hernán se la recomiendo sin reservas y disculpe mi chupa de dómine, lo del estilo y eso, chochadas de octogenario. Es un libro documentado y serio.

      Y cuarto. Le confieso que me ha llevado toda una semana decidir si publicaba o no esta elucubración sobre Ignacio. ¿A quién puede importarle hoy en día un santo? Pues bien, ya somos dos, y gracias a usted por animarme a seguir zarandeando a tal sujeto.

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    2. Muchas Gracias Querido Profesor Belosticalle

      Corro a encargarme el libro de García Hernán.
      Lo voy a disfrutar enormemente. Y espero que, si cuando lo lea, a mí también me parece el estilo pedestre, me autorice para ponerlo yo también de chupa de dómine.
      Y espero que siga usted con San Ignacio, una vez más, y otra, y otra...

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    3. Post Scriptum:
      Ya tengo el libro en casa. Por suerte está editado por Taurus, lo que significa buen papel, cosido en cuadernillos, letra clara, y tinta que no se corre... Le he estado echando una ojeada también a los cuadros reproducidos ( el 11, de Doña Juana de Austria , por Antonio Moro, es uno de los que suelo visitar cuando voy al Prado ). Me parece que lo voy a disfrutar... En cuanto termine "Callo Tácito ".
      Ya le comentaré, puesto que por lo que me dice, no le molesta.

      ¡ Muchas Gracias !


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  2. Hay una cosa que me ha llamado la atención y en la cual no había caído: ¿Santo, el Loyola? Ni entro, ni salgo, sólo pregunto: fuera del iconostasio vaticano y jesuítico, a ver cuánta gente le reza y le pide favores, como a los santos de verdad.

    Es cierto, no hay santo menos rezado que San Ignacio; ahora bien, eso no quiere decir que no lo sea. Pero es un dato a tener en cuenta.

    Gracias D. Belosti, por estos ratos que nos hace pasar mientras echamos pan a los patos.

    * Recuerdos de mi suegra.

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    1. Don Neo…, el tema tiene algo que ver con un problema muy serio que hubo con San Ignacio para canonizarle: en vida no hizo milagro ninguno, y de muerto tampoco se los arrancaban no a tiros.

      Otro día lo vemos. Sólo le adelanto que, tras la pertinaz sequía, rascando, rascando se logró reunir un dossier decentito de… ¡más de 1.400 piezas, entre milagros primamente dichos, gracias y favores!

      Eso sí, cumplido el trámite, vuelta a la normalidad.

      (De mi parte también, muchos recuerdos a su amable suegra.)

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  3. ¿...vuelve a las andadas con sus mujeres, empreñadas todas ellas en ser jesuitisas?

    Me pregunto si esa "r" no será un lapsus.
    Y, en tal caso, si no será de esos que se dicen freudianos.

    Respetado profesor, comparezco ante usted como una sin-vergüenza, pero aún tengo alguna.

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  4. Pues no, doña Carlota, no es lapsus.
    Sublimación freudiana del socorrido “queremos un hijo tuyo” (en espíritu, se entiende). Todo el mujerío reclamaba al padre ‘Iñigo’ cartas personalizadas, quejándose ellas a coro del abandono en que el tirano las tenía.

    Los jesuitas no tardaron en reducir a calorías tanto papel con más inconvenientes que ventajas.

    A continuación copio lo que le he puesto tambien en BSG:

    Gracias, Carlota, por ese embrión de estudio sobre filosofía jurídica de la prescripción. Ya me lo he copiado, para rumiarlo despacito, y seguro que volvemos sobre ello.

    En el levísimo barnizado jurídico que lograron darme de joven, creí entender que la prescripción tuvo acogida fácil, sobre todo para agilizar la justicia, despejando la mesa del magistrado (la de trabajo, no la otra) sin que se acumulen causas eternas.

    Eso está muy bien sobre todo cuando cabe presumir negligencia o abandono de derechos y cosas así. Y no digamos los pleitos por jorobar.

    También entendí que la prescripción tiene que ver con la memoria. Se da por supuesto que el tiempo erosiona la memoria, sin la cual no se sustancia un proceso. El muerto no prescribe, sigue ahí. En cambio, según la metodología procesal antigua, podían inutilizarse recuerdos y desparecer testigos y testimonios de cargo, de manera que con los años resultaba difícil o imposible desentrañar el crimen y sus circunstancias. Pero eso era antes más que hoy, que contamos con registros técnicos menos perecederos; por lo que en vez de abreviar el plazo de prescripción debería ser lo contrario.

    Y lo que usted bien dice: sin efecto retroactivo, salir con ‘parotadas’ es dar qué reír a los criminales. A liebre ida, palos en la cama.

    La lenidad del Derecho Canónico es, en efecto, notable, Pero mira cómo sale a relucir el ‘crimen exceptum’, imprescriptible, en las causas ‘de fe’, es decir, las competencias del Santo Oficio (incluido el atentado matrimonial de clérigos, que nadie ha explicado jamás qué tenga que ver con la herejía)..

    Gracias otra vez, Ésta, incluyendo su apreciación benévola de mi escrito.

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  5. Acabo de leer atentamente esta última entrada, que hasta hoy no lo había podido hacer más que someramente. Es formidable, debería hacerse un panfletillo para repartirlo en Azpeitia en los próximos "sanixashiuek", aunque no creo que ahora haya mucha gente en aquella aldea bildutarra que lo supiera entender. Es tal el desconcierto en todos los terrenos que sufren allí, que esto podría tomarse como un ataque españolista.
    De niña, pasé muchas veces las fiestas del 31 de Julio allí, y solían llevarme a la Misa Solemne en la Basílica de Loyola, cuando además de (creo) la Misa de Refice, se cantaba la marcha de San Ignacio, ésta cantada por todo el pueblo a voz en grito. A mi ya entonces me sonaba muy militar, sobre todo el crescendo de la segunda parte.
    Ahora comprendo mucho más, sobre todo tras leer su clarificadora entrada.

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  6. Caramba, se me ha ido el comentario sin terminarlo. Quiero agradecerle estas formidables entradas y decirle que en el caso de San Ignacio, espero la continuación de la saga con expectación, pues mi origen azpeitiarra por parte materna hacen que el tema me tocase muy de cerca allá por mi lejana infancia.
    Gracias, maestro.

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  7. Profesor Belosticalle
    He terminado los dos primeros Capítulos del libro (las 112 primeras páginas ) y he disfrutado muchísimo, porque de toda esa época , tenía una idea bastante general y vaga. Pero me he quedado con las ganas de saber más, mucho más. Me gustaría empezar por leer cosas sobre Los Comuneros. Sí he leído alguna hagiografía, y lo de Ana Diosdado, pero me pasa como con San Ignacio, que me gustaría enterarme de verdad.
    ¿ Recomendaría usted algún libro sobre ellos ?
    Pasé unas semanas estupendas leyendo los libros que recomendaban usted y Don Feroz respecto de los templarios...( aunque mi familia paterna lo niegue airada, a mí siempre me gustó imaginar que mis tataratataratataraabuelos fueran descendientes de Jacques de Molay )

    ¡¡¡ Por favor y Gracias !!!

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  8. No cansa nada, Maestro. Ha sido muy interesante. Quedo a la espera de nuevas entregas. Como de costumbre...

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  9. Querido Profesor Belosticalle
    Sigo fascinada con el libro de García Hernán, aunque estos últimos días no he podido leer casi nada. Sólo decir que se acerca el día de San Ignacio, y que espero que para entonces nos haya puesto alguna entrega más. Y que, tortícolis o no tortícolis , en cuanto tengo un rato para mí, voy primero a leer y a intentar contestar a mi correo, luego vengo aquí y a lo de Don Navarth a ver si hay novedades, y ya luego voy a los otros blogs amigos.

    ¡ Muchas gracias y que los dioses le sonrían !

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