martes, 5 de julio de 2011

Domingo: santo gris en blanco y negro (y 3)



El santo y su máscara. Los Predicadores
He llamado a Domingo ‘santo gris’ porque yo lo veo gris. En cambio, san Francisco, contemporáneo suyo más joven, casi parece un conocido. Y eso que sé que sus vidas mienten, como era casi de rigor en las vidas clásicas de santos, sus panegíricos y leyendas. Porque el santo, por lo general, es sólo un pretexto para vender otras cosas: entretenimiento, consejos, propaganda.
La literatura santoral –lo que se entiende por Hagiografía– presenta a los santos enmascarados por sus promotores. Pero no de cualquier modo. Las máscaras se ajustan a tipos genéricos, que el crítico tiene que descifrar. ¿Que rascamos, y debajo aparece un rostro humano? Estupendo. ¿Que nada de nada? Suele ocurrir, y tampoco es tiempos perdido, porque al menos se desenmascara al propagandista.
Conozco un libro que trata de eso y se titula así: Las máscaras del santo [1]. Con esta advertencia:

“He decidido no tocar en este estudio las figuras de fundadores de órdenes religiosas… En estos casos, la distinción entre el individuo y la pieza literaria se complica por el factor añadido del entusiasmo de sus discípulos.” (pág. 20).

Pienso que el autor fue prudente. Esos santos fundadores son sin duda los tipos más (y peor) enmascarados por sus biógrafos. Cuando un religioso de los siglos pasados rompe a hablarnos de “mi gran Padre san Fulano”, o de “el excelso Patriarca de mi gloriosa Orden”, lo que nos va a presentar no es a un ser humano, sino un mascarón de proa tras el que navega la cofradía en pleno. La vida típica de ‘santo fundador’ es la exaltación y la justificación de un ‘nosotros’. Esto último es precisamente lo que me interesa en estas reflexiones. Hoy en día los santos no parece que interesen mucho, salvo como iconos de grupo [2].
Tampoco las órdenes religiosas están en candelero. Sin embargo, la Historia de Europa no se entiende sin ellas. Por fijarnos sólo en un aspecto, los monjes y los frailes en la Edad Media fueron potencias socio-económicas, aunque muy diferentes. Sin saber nada de Economía (o por eso mismo), sólo para comparación ilustrativa, yo diría que los monasterios me recuerdan a la banca, mientras que las órdenes mendicantes se parecían más a los partidos políticos.
Siguiendo el símil, el gran partido religioso-político que fue la orden de Predicadores –los dominicos– incluía en su programa dos ‘valores’ prioritarios: ortodoxia e inquisición. Dos valores que unidos se traducen en intolerancia. Los dos se repiten plasmados gráficamente en sendos murales de propaganda, en el ‘Cappellone’ de los Españoles, en el convento florentino de Santa María Novella. Dos ‘triunfos’ se enfrentan allí: el de la Ortodoxia, representada por Santo Tomás de Aquino con su Suma Teológica; y el de la Iglesia Militante, defendida sobre todo por santo Domingo y sus Domini Canes.
Pero dos ‘valores’ –ortodoxia e inquisición– que con el tiempo han dejado de serlo. Ya se sabe que la tolerancia es valor muy moderno y muy poco extendido todavía, y sería anacrónico proyectarlo a siglos pretéritos. Para el historiador eso no es problema. A menos, claro, que el historiador sea dominico a la defensiva.

Inquisición
Es comprensible que los dominicos deseen sacudírsela de encima, la Inquisición. El padre Mandonnet, y otros con él, han insistido en que santo Domingo no fue inquisidor, ni el Santo Oficio fue cosa peculiar de la Orden. Lo primero es cierto; lo segundo, menos. Pero la verdad es que lo uno y lo otro han sido tesis suyas.
El cargo de Inquisidor General (‘el Gran Inquisidor’ de la literatura) en España lo tuvo primero fray Tomás de Torquemada (1483-1490), seguido de fray Diego de Deza. “Y nadie más”, añade Mandonnet. ¿Le parece poco? Torquemada diseñó la máquina represiva. Para su convento de Ávila pintó Pedro Berruguete el Auto de Fe presidido por Santo Domingo.
Anacrónico, pero genuino. La leyenda de la orden atribuía al fundador aquel mismo cargo. ‘Primer Inquisidor’, le llaman los biógrafos, que hasta recogen su ‘primera sentencia’. Bien curiosa, por cierto:

“Domingo, Canónigo de Osma y mínimo Predicador: salud en Cristo.
Reconciliamos a Poncio Rogerio… mandándole:

Que tres domingos continuos sea llevado desde la puerta de la villa hasta la iglesia recibiendo azotes.
Que en toda su vida no coma carne, ni güevos, ni leche, ni manteca, salvo los días de Pascua de Resurrección, del Espíritu Santo y de la Natividad del Señor;
Y que ayune tres cuaresmas al año, sin comer en ellas pescados, ni güevos, sino yerbas o frutas.
Que ayune tres días cada semana, toda su vida; y en aquellos días no coma pescado, ni cosa guisada con aceite, ni beba vino, si no fuere con dispensación, o en los grandes calores del estío…
Que traiga dos cruces en los pechos, una sobre el lado derecho y otra sobre el izquierdo (que es como las aspas de los sambenitos)
Que oiga misa todos los días.
Que las fiestas esté en vísperas.
Que rece por las horas canónicas del día, por cada una, diez veces el Páter noster, y por maitines veinte veces.
Que guarde castidad.
Que los primeros días de cada mes se presente con esta sentencia ante su cura, para que vea cómo vive; etc.
Y que no guardando todo lo susodicho (por menosprecio), sea habido por hereje, perjuro y excomulgado, y apartado de la comunión de los fieles.” [3]

La supuesta condena se habría leído en la catedral de Tolosa, en el primer Auto de Fe de la Historia (h. 1207), donde “hubo 300 relajados (según la pluma que menos cuenta), que pertinaces se arrojaron a las llamas del brasero, sin que los refrenase la predicación milagrosa de mi Santo Padre e Inquisidor…” [4]. También en España habría celebrado un auto de fe en presencia del rey san Fernando III, quien “llevó a cuestas la leña para quemar a los herejes”. En fin, que santo Domingo:

“con este oficio tan de su celo… empezó a empadronar a los que hallaba culpados, escribiendo sus nombres, edades, sexos, estados y calidades de cada uno. Dispuso cárceles, previno torturas, buscó vidas, censuró costumbres, inquirió doctrinas…, hecho un argos, cuyo afecto todo era ojos que ya arrojaban lágrimas compasivas, ya llamas celosas.”

Los dominicos no inventaron el Santo Oficio, ni lo controlaron en exclusiva. Pero nadie como ellos se ha jactado de esa gloria. Toda la emblemática del Santo Oficio es dominica, empezando por las insignias y el patronato de san Pedro Mártir. Con eso, más textos como los citados, se explica la necesidad de un esfuerzo a la defensiva. Un esfuerzo en la línea de la llamada ‘purificación de memoria’, preconizada para el Año Santo 2000 por la Santa Sede. 
 ¿Purificación de memoria…? ¿Y eso qué es?:

“Consiste en el proceso ordenado a liberar la conciencia personal y colectiva de todas las formas de resentimiento o de violencia, que la herencia culpable del pasado pueda habernos dejado; y ello mediante una evaluación renovada de los eventos implicados, histórica y teológica, que lleve –si resulta justo– al correspondiente reconocimiento de culpa, y que contribuya a un camino real de reconciliación.” [5]

Repensar la Historia en descargo de conciencia: otra forma de ‘recordar’, qué duda cabe. Lenguaje “ligeramente opaco” (slightly opaque), en expresión irónica de Edward Peters [6]. ‘Purgar la memoria’: la expresión en sí y su definición, tomada del documento pontificio Memoria y reconciliación, a más de uno le evocará recetas prodigadas últimamente en España, tanto para el mal de memoria histórica sobre la Guerra Civil, como sobre todo en relación con el ‘conflicto’ vasco.

Ortodoxia
Los dominicos se han autoproclamado siempre campeones de la ortodoxia, encarnada en el sistema tomista, con sanción eclesiástica oficial. Para ellos, la Suma Teológica ha sido un libro casi inspirado –“Bien has escrito de mí, Tomás”, dijo en cierta ocasión Jesucristo–, que en el Concilio de Trento se colocaba junto a la Biblia y el Derecho Canónico.
No se discute el mérito de tal sistema para su tiempo. Su influencia ha sido grande, con más imposición que convicción. De hecho, el monolito tomista ha sido una barrera al pensamiento moderno, más que las demás escuelas escolásticas, y en contraste con la apertura de pensadores franciscanos, Escoto, Ockam... (Como ironiza el franciscano protagonista de ‘El nombre de la rosa’, aludiendo al tomismo: “Si yo tuviese respuesta para todo, estaría enseñando en París”.)
No sé qué frutos positivos habrá dado la Summa, usada como oráculo y contestador automático, ni si se contrapesa el lastre de derivados suyos nefastos. Pienso, por ejemplo, en aquel engendro dominicano titulado Malleus maleficarum, que en el siglo XV quiso dar marchamo ‘científico’ a la caza de brujas. Tampoco cabe ignorar el triste papel del inquisidor dominico fray Jacobo de Hochstraten, primero como oscurantista en el ‘caso Reuchlin’ y las Cartas de Desconocidos (1515-1517), y luego como intolerante censor de Lutero [7].
En embos casos le hizo pareja su cofrade Silvestre Mazzolini, Maestro del Sacro Palacio. Este título y cargo – especie de maestrescuela o mentor y censor de la casa y corte papal en asuntos doctrinales–, ha estado siempre en manos de dominicos, como exponentes de doctrina segura, aunque no sea cierto, como ellos pretendieron, que la tradición se remonte al propio santo Domingo.
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[1] Jesús Moya, Las máscaras del santo. Subir a los altares antes de Trento. Madrid, Espasa, 2000. Prólogo de Luis Carandell.

[2] Es el caso de otro santo dominico, san Valentín de Berrio-Otxoa –sic, con ‘de’ nobiliaria y con tx de Ochoa, aunque este ‘mártir’ murió hace siglo y medio–, de actualidad como aspirante al patronato de Vizcaya. Con la misma congruencia ortográfica ha opinado la diputada de Cultura: «Me gustaría que un vizcaíno fuera patrón de Bizkaia».

[3] F. de Posadas, Vida, o. cit. (ed. Córdoba, 1701, pág. 124, añadiendo: “Esta fue la primera sentencia que dio mi glorioso Patriarca… donde se conoce el celo y la discreción con que midió el castigo al cuerpo del delito.”

[4] Ibíd. pág. 131.

[5] Del documento pontificio Memoria e reconciliazione: la Chiesa e le colpe del passato.

[6] Cfr. E. Peters, en CATHOLIC HISTORICAL REVIEW, 91/1 (2005): 105-121. Es recensión de la obra colectiva, Praedicatores, Inquisitores. I.The Dominicans and the Medieval Inquisition. Acts of the 1st Internatonal Seminar on the Dominicans and the Inquisition (W. Hoyer, ed.). Roma, Istituto Storico Domenicano, 2004. El ensayo introductorio, de Grado Giovanni Merlo, lleva por título ‘Predicatori e inquisitori: Per l’avvio di una riflessione’ (págs. 13-31), donde se acude a la ‘purificación de memoria’.

[7] Véase Epistolae Obscurorum Virorum / Cartas de Desconocidos. Edic. de Jesús Moya, Universidad de Málaga, 2008.

2 comentarios:

  1. Está resultando muy interesante esta serie, no solo por la información, sino por el análisis, excelente, del mito y la realidad que elabora.

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  2. D. Belosti, efectivamente, si mezcla los colores blanco y negro, obtendrá el gris.

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